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Full text of "Francisco Bauza Historia De La Dominacion Española En El Uruguay. Tomo 2"

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HISTOWA^ \ 




DOMINACIÓN ESPAÑOLA 

EN EL 





TOMO SEGUNDO 



MONTEVIDEO 

A.BARRE1R0 yRAMOS,Editor 





DOMINACIÓN ESPAÑOLA EN EL IIRUGIIAY 




DOMINACIÓN ESPAÑOLA EN EL URUGUAY 





PLANTA DE LA COLONIA DEL SACRAMENTO 



EN 1777 



i 






4 




FIÍAXCISCO ItAI'ZÁ 

HISTORIA 



DE LA 




EN EL 



URUGUAY 

SEGUNDA EDICION 

retundida con auximo de sukvus documentos 



TOMO SEGUNDO 



MONTEVIDEO 

A. BARREIRO Y RAMOS, Editou 

L I B R E R í A N A C I O N A D 

1895 



Dere olios reservados 




LIBRO PRIMERO 




HISTORIA 



DE LA 

DOMINACIÓN ESPAÑOLA ENJL URUGUAY 



LIBRO PRIMERO 

ESTABLECimENTO DEL GOBIERNO ESPAÑOL 
EN EL URUGUAY 



Progresos de la invasión portuguesa. — Elementos de resistencia. — 
Vida interna de Montevideo. — Fiscalización aduanera. — Guerra 
comercial de los portugueses. — Alzamiento de* los charrúas. — In- 
ti*oducción de los portugueses en Río -grande. — Cerco de la Colo- 
nia. — Energía de su Gobernador. —Armisticio. — Los portugueses 
conquistan Río -grande. — Salcedo y el Provincial de los jesuítas. — 
Muerte de Zavala. — Disensiones entre los miembros del Cabildo 
de Montevideo. “ Petición al Rey sobre libertad de comercio y noin- 
bramiento de Gobernador propietario.— Primeras contribuciones direc- 
tas. — Malestar político y económico de Montevideo. — La Iglesia 
de Buenos Aires y sus amenazas de excomunión. — Quejas del Ca- 
bildo al Rey. — Inseguridad en la campana. — Creación de la plaza 
de teniente de Rey. -Contestaciones que originó la medida.— Don 
Juan de Achucarro primer teniente de Rey. — El señor de Ando- 
naegui y sus ideas de exterminio. — Nuevo alzamiento de los cha- 
rrúas. — Combate del Quegiuiy. — Arbitrios económicos de Ando- 




8 LIBRO I. — EL GOBIERNO ESPAÑOL EN EL URUGUAY 

naegui. — Consecuencias del auto de Zavala sobre la pureza de la 
sangre. — Tratado de Madrid.— Oposición de los jesuítas. —La di- 
plomacia inglesa. — Nombramiento de Viana para Gobernador pro- 
pietario. 



(1730 — 1750 ) 



La invasión portuguesa sobre las fronteras del Plata 
se verificaba obedeciendo inspiraciones diversas, que unas 
veces nacían de la Corte de Lisboa, otras de los goberna- 
dores del Bj'asil, y en muchos casos, hasta de la iniciativa 
individual de ciertos aventureros. Cuando Portugal fue 
incorporado á España (1580), sus dominios americanos 
no llegaban más que hasta San Vicente, sobre los 24^*, y 
por muchos esfuerzos que hubiera hecho para romper esa 
barrera, concediendo donaciones de tierras que rebasaban 
dichos límites, nunca pudieron ultrapasarlos sus donata- 
rios ( 1 ). Las actuales provincias de Santa Catalina y Pío- 
grande del Sur en toda su extensión, se habían conser- 
vado españolas, y al independizarse Portugal (1640) si- 
guieron siéndolo, por tradición social y derecho recono- 
cido. 

Fundada y perdida la Colonia en 1680, se encontraron 
los portugueses con que un siníple revés mihtar les arro- 
jaba de nuevo, desde los 35^' sobre la costa atlántica, que 
habían traspuesto audazmente, para situarse en la mar- 
gen septentrional del Plata, hasta los 24®, donde les re- 
cluía la mala suerte de sus armas. Para evitar nuevos 
contratiempos de ese género, y mientras gestionaban pre- 



(l'i Cazal, CorograpUia, i, rv. — S. Leopoldo, Tífsumo hisforieo de 
S. Catherina, cap i. 




LIBRO I. — EL GOBIERNO ESPAÑOL EN EL URÜOITAY 



9 



tendidos derechos á la Colonia, resolvieron escalonarse 
entre los dos paralelos mencionados, como paso previo 
que les asegurase la embocadura del Plata y sus terri- 
torios colindantes. Franquearon con tal designio el an- 
tiguo límite de la Cananea, extendiéndose por San Fran- 
cisco y Santa Catalina, desde donde fomentaron corre- 
rías de los suyos, para abrirse camino hasta las regiones 
platenses y arrear con grandes trozos de ganados cerri- 
les. En 1715 ya eran habituales dichas correrías, ha- 
biendo llegado partidas portuguesas hasta Santo Domingo 
de Soriano; y cinco áhos después, cuando el Rey de 
Portugal creó el gobierno de San Pablo, formalizáronse 
las expediciones, recibiendo sus individuos orden de po- 
blarse subrepticiamente en dirección á la frontera de Río- 
grande. 

Contra este doble movimiento de avance que por mar 
nos arrancaba más de doscientas leguas de costa oceánica, 
y amenazaba arrancarnos por tierra todo su complemento 
latitudinal, habían opuesto los españoles muy poca resis- 
tencia positiva. Reconcentrados sobre la cuenca del Plata, 
no. tenían otro puerto de vanguardia que Buenos Aires, ni 
otra defensa de la frontera terrestre que las Misiones jesuí- 
ticas. En tal posición, estaba demarcado de antemano el 
límite de sus iniciativas, y por eso fue que se contrajeron 
á rechazar las agresiones de sus rivales, sea desalojándolos 
de Colonia, donde al fin habían vuelto á establecerse, sea 
ocupando á Montevideo con miras de conservarlo á todo 
trance. La situación de España en el Uruguay era, pues, 
sumamente precaria al despuntar el año 1730. Por el S E. 
había abandonado á las incursiones portuguesas toda la 
costa comprendida desde el Cabo de Santa María hasta 




10 LIBRO L — EL (U)BIERXO ESPAÑOL EX EL URUGUAY 

más allá de la Can anea ; por el N. sufría un despojo pau- 
latino, y en el centro mismo de sus recursos, entre Buenos 
Aires y Montevideo, se interpolaba el establecimiento por- 
tugués de Colonia, desafiando la habilidad de su diploma- 
cia y el esfuerzo de sus hombres de guerra. 

Los progresos de esta invasión constante estrechaban 
por todos lados al Uruguay, cuyos recursos propios eran 
insuficientes para contenerla. Hacia la frontera del N. con- 
taba con las Reducciones jesuíticas, polcadas en aquella 
fecha por 8354 familias, sumando una totalidad de 37,498 
individuos, que se descomponía asi (1): 



San Francisco de Borja — 687 familias — 3629 individuos 


» Luis Gonzaga 


— 1335 


» — 6U9 » 


» Nicolás 


— 1890 


V — 7690 X 


» Lorenzo 


— 1427 


» — 6-122 » 


» Miguel 


— 993 


» — 4904 » 


» Juan Bautista 


— 1008 


» —4103 » 


» Angel 


— 1014 


» — 4601 » 


En el interior del 


país no había otro centro de sociabi- 


lidad que el pueblecillo de Soriano, pues las guardias mi- 


litares más ó menos 


próximas á 


Colonia, y alguna que 


otra toldeiia estable de indígenas, 


no eran para tomarse en 



cuenta. El resto lo componían" tribus errantes y caravanas 
de vaqueros que cruzaban de tránsito para entregarse á 
sus faenas. Tal era el medio en que debía influir la nueva 
ciudad fundada por Zavala. 

Montevideo comenzó desarrollando su vitalidad entre 
el despotismo y la anarquía. Representado el despotismo 



(1) Lozano, Hist dr ¡a Con(¡: i. i, ir. 




LIBRO l.— KL (JOBIKUNO KS PAÑOL EN EL URUGUAY il 



por la clase militar, pretendía imponerse en todo sentido; 
mientras que representada la anarquía por las corpora- 
ciones civiles y los ciudadanos, á cada instante hacía sen- 
tir los deseos de reconquistar el terreno que su rival la 
obligaba á perder. Los oficiales españoles que comandaban 
la guarnición de la plaza, adolecían de aquellos defectos 
de severidad que -desacreditaron á tan alto punto el carác- 
ter de sus iguales en America: imbuidos en la pretensión 
de ser los primeros en todo, monopolizaban, no solamente 
el poder político en su mayor extensión, sinó que hasta 
abarcaban para sí todo ramo de negocio productivo. Por 
su parte, el Cabildo y sus empleados, los pobladores y sus 
familias, miraban con disgusto aquella arrogación de atri- 
buciones; y de aquí nacían tropiezos do todo genero, que 
amenazaban contiendas civiles en perspectiva. Ni los unos 
ni los otros, es necesario confesarlo, ejercían dentro de lí- 
mites prudentes la autoridad que les estaba confiada. En- 
greídos los miembros del Cabildo por las facultades que 
su investidura les daba, hacían mérito de sostenerse en el 
terreno adquirido empleando en sus discusiones y recla- 
mos un lenguaje agrio, capaz en su concepto de sustituir 
la falta de fuerza positiva con la suposición de fuerza mo- 
ral que algunos atribuyen al palabreo violento. Disgusta- 
dos los jefes de la fuerza pública por aquellos procederes, 
generalmente justos en el fondo, pero que en la forma eran 
inconvenientes y provocativos, no consultaban más que su 
orguUo para rebatirlos, y como tuvieran el poder militar á 
su disposición, les era posible juntar al temor que éste ins- 
pira, la amenaza que humilla, y no desdeñaban de hacerlo 
en cuanto lo permitía el caso. 

Á una vida tan dificultosa, se agregaban nuevos contra- 




12 LIRRO I. — EL GOBIERNO ESPAÑOL EN EL URUGUAY 

tiempos provenientes del régimen económico que España se 
desvivía por implantar en sus dominios. Luego que las au- 
toridades superiores españolas tuvieron conocimiento de 
que Monte^^deo estaba poblado y comenzaba á presentar as- 
pecto de ciudad, les ocurrió que el comercio extranjero po- 
dría utilizar de algún modo la brillante posición de un local 
tan aparente para el tráfico. Concurría á robustecer este 
temor, la actividad emprendedora de los portugueses, siem- 
pre en acecho. Don Diego de Sorarte y D. Alonso de Arce y 
Arcos, oficiales reales en las provincias del Río de la Plata, 
pusieron por obra evitar toda clase de comercio entre los 
habitantes de Montevideo y cualquier pueblo del exterior: 
al efecto nombraron con facultades amplias á D. Juan de 
Camejo, Alférez Real del Cabildo de Monte\ddeo, para 
que les representase en todo lo concerniente al ramo de 
fiscalización aduanera. Las instrucciones expedidas al nom- 
brado desde Buenos Aires, con fecha 15 de Abril de 1780, 
fueron de una severidad exquisita. Se le cometía « aten- 
der con todo celo y especial cuidado á que no se hiciese 
fraude alguno contra la Real Hacienda, ni extracciones ó 
introducciones ilícitas, y que procediera contra los delin- 
cuentes haciéndoles sumaria y remitiese los autos oyéndo- 
les sus descargos, para que en junta de acuerdo de Ha- 
cienda Real, se les impusiesen las penas correspondientes. ^> 
Y asimismo se le cometía <■; hacer registros de todas las 
embarcaciones que traficaran de Buenos Aires á Monte^^- 
deo, decomisando la plata sellada y géneros de comercio 
transportados sin licencia. » También se le autorizaba li 
<í inspeccionar todas las embarcaciones que se preparasen á 
salir de Montevideo, cuidando que no fueran portadoras 
de mercaderías algunas y tratando de evitar rigorosamente 




LIBUO I. — EL LOKIERXO IVSPAÑOL EN EL URUGUAY 



13 



las arribadas maliciosas de navios y embarcaciones á este 
puerto. » (1 ) 

Medida más desacertada no podían adoptar los españo- 
les. A un pueblo nuevo y sin recursos quitarle la aptitud 
de comerciar, era quitarle el medio de \iviv. Bien que se 
le prohibiera el comercio con el extranjero, ya que tales 
ideas andaban en boga hacia aquella época en Europa, 
cuando menos se concibe que le dejaran cambiar sus pro- 
ductos con los demás pueblos platenses. La pretendida eíi- 
cacia de la Balanza de comercio no podía alterarse porque 
Montevideo en\úase á Buenos Aires una corta cantidad de 
especies amonedadas, ó sebo, grasa, cerda y cueros, que era 
el conjunto de sus elementos habituales de cambio. Impo- 
sible que una reunión numerosa de hombres 3" familias 
se contentase con vivir patriarcal mente, sin capitalizar si- 
quiera los frutos sobrantes de la tierra después de satis- 
fechas sus primeras necesidades. Ni podía esperarse que 
ese sobrante dejase de buscar su salida natural, ya que no 
por medios directos que estaban prohibidos, á lo menos 
por el contrabando, que es la retorsión de la libertad de 
comerciar herida. Pero los españoles no lo entendían así, 
y se admiraban de que empleando los esfuerzos de la más 
refinada policía aduanera, el contrabando apareciese siempre 
como im fantasma en todos sus dominios. Entre tanto, la 
situación de Montevideo era mísera: nadie la ha pintado 
mejor que su propio Cabildo en carta dirigida al Re}", ex- 
presando lo siguiente: <; en medio de que no tenemos co- 
mercio alguno, ni dónde vender nuestros frutos, gozamos de 
tranquilidad, y del corto interés que la guarnición de este 



( 1 ) Libros capitulares de Montevideo, 




14 IJlinO I. — KL (ÍOUIERNO ESJ*a5;'<)[> KN el URUGUAY 

Presidio nos deja por ellos en el bizcocho que se destina 
para su manutención, el que se fabrica entre los ve- 
cinos. » 

Quienes aprovechaban con fortuna estos desaciertos 
eran los portugueses, cuya vigilancia no perdía ocasión de 
arrebatar inmensos trozos de ganado, con que se abastecían 
desde Colonia, á expensas del territorio uruguayo y sus 
pobladores. Por este procedimiento, la Colonia había ad- 
quirido una importancia notable. Do 2,000 personas adul- 
tas se componía su población, incluida la guarnición mi- 
litar, y 80 piezas de artillería coronaban sus murallas. 
Aparte de que la usurpación de ganados proporcionaba á 
sus habitantes fuerte cantidad de carne seca y cueros para 
exportar al Brasil, en los terrenos que iban también usur- 
pando á los españoles, habían establecido grandes plan- 
tíos de tiígo, viña y otros vegetales cultivados con éxito, 
en una área que pasaba de 20 leguas tierra adentro. Las 
estancias, quintas, palomares y plantaciones aglomeradas 
sobre este perímetro territorial eran muchas; y los gana- 
dos vacunos y las ovejas se contaban por miles ( 1 ). Za- 
vala, constreñido á reducirse á instrucciones especiales de 
la Corte de Madrid, y sin elementos con que resistir 
aquella invasión paulatina, multiplicaba las órdenes de 
vigilancia, sobre todo á las autoridades de Montevideo; 
pero la desigualdad de elementos de acción entre la ciu- 
dad naciente y la que los portugueses poseían era tan no- 
toria, que en ningún caso podía suplir la buena voluntad 
á los recursos. 

Mandaba en la Colonia por este tiempo, Pedro Antonio 



(1) Southoy, Hist do BravH; v, xxxví. 




LIBRO I. — KL (;OHIRRNO KSPA5.0L EX EL URUtiUAY 



15 



de Vasconcellos, portugués a la usanza antigua, firme, re- 
ligioso, duro ; más apegado á la ciudad que si fuera suya, é 
interesado en aventajar á los españoles sobre toda ponde- 
ración. Imbuido en la peregrina creencia de que el Uru- 
guay pertenecía por derecho á su soberano, no sonaba otra 
cosa que aumentar el circuito territorial de su mando agre- 
gando nuevas adquisiciones á las ya hechas. Sobre este 
plan, eran grandes los estímulos que daba á sus compa- 
triotas para internarse en el país é ir estableciendo la in- 
fluencia portuguesa en él; mientras que dentro del recinto 
de Colonia aumentaba la población hasta con los presida- 
rios que le venían del Brasil, cuyo confinamiento en la 
ciudad se verificaba por mandato juchcial corriente. Con 
tal genero de ayuda é ideas tan poco escrupulosas en rela- 
ción al derecho de sus contrarios, las irrupciones de los 
portugueses tomaron la forma de un accidente normal, po- 
niendo en la más desesperante estrechez á los hijos del 
país, cuyo apocamiento crecía en razón directa de la auda- 
cia de sus contrarios. 

✓ 

A los habitantes de Montevideo y su distrito, más que á 
ningunos otros, comenzó á hacérseles insoportable este gé- 
nero de vida. Inhabilitados de comerciar con el exterior y 
atacados en sus establecimientos de campaña, vivían entre 
el hambre y la muerte. Por otra parte, la anarquía interna 
enflaquecía la acción de la autoridad. Solicitado el auxilio 
de la fuerza por el Alcalde provincial D. Bernardo Gaitán 
en 19 de Abril de 1730, para repeler una invasión de 
contrabandistas portugueses, replicó el capitán Pellicier y 
Bustamante, jefe de la plaza de Montevideo, « que el 16 se 
le había sublevado la guarnición á sus órdenes, por lo cual 
le era imposible ayudar al Alcalde con tropas, pero que le 




16 LIBRO I. — EL GOBIERNO ESPA5.0L EN EL URUGUAY 

daría armas, municiones y caballos. » ( 1 ) Como se ve, hasta 
la insubordinación militar venía á favorecer á los portu- 
gueses. 

Kepitieron éstos sus entradas, sin que les detuviera nin- 
gún esfuerzo de los escasos que se oponían por parte de 
los esi^añoles. El Cabildo de Monte\’ideo obligaba á los 
vecinos propietarios de estancias en campaña á faenar con 
la mayor prontitud sus ganados, recogiendo los cueros y 
el sebo á fin de que no se aprovechase- de ellos el portu- 
gués, pero no podía evitarse con esto el hurto del ganado 
cimarrón que discurría vago y era el principal incentivo 
de los raptores. Todos los medios parecían buenos á los 
de Colonia a fin de aumentar su comercio : así es que no 
sólo saqueaban los campos, sino que hasta buscaban oca- 
sión de alborotar á los natiu’ales con intrigas más ó me- 
nos bien urdidas. Zavala conocía esto y le inquietaba 
mucho, según lo demostró en carta de 3 de Octubre de 
1730, amonestando al Cabildo á propósito de un inci- 
dente de ese géiiero provocado por el portugués Do- 
mingo Martínez (2). 

Finalizaba el año 1730, cuando el expresado Martí- 
nez, casado con liija de uno de los pobladores, se trabó 
en pelea con tres charrúas que vagaban por el campo, ma- 
tando á uno de ellos. Los dos restantes se atribularon 
hasta la desesperación en presencia de su compatriota 
muerto, y por más que el jefe de la plaza quiso consolar- 
les, ellos no demostraron conformidad, retirándose á comu- 
nicar el lance á sus demás compañeros, que al día siguiente 



(1) I/. C. de Montevideo. 

(2) JV.” 1 en los Documentos de Prueba. 




Mimo r. -KL GOBIERNO ESPAÑOL EN EL URUGUAY 17 

vinieron en numero de 1 2 para llevarse el cadáver. Se les 
quiso satisfacer nuevamente de algún modo; pero nada 
respondieron los aludidos, yéndose taciturnos como te- 
nían de costumbre. Los españoles se inclinaron á creer 
que aquel silencio era precursor del olvido, mas no cono- 
cían á los charrúas si esperaban que dejasen sin venganza 
la muerte de uno de los suyos. A poco andar se juntaron 
en número de 300 hombres, y desparramándose por los 
campos, mataron 20 ‘ españoles, quemando y destruyendo 
cuanto les vino á las manos. En seguida se aproximaron 
á Montevideo, y mandaron desafiar al jefe de la guarni- 
ción, diciendo que durante tres días le esperaban para ba- 
tirse. El jefe citado tuvo por prudente enviar, dos días des- 
pués de expirado el plazo, una partida de soldados que ya 
no encontró enemigos en el campo. Trasmitidas á Buenos 
Aires estas noticias, Zavala dispuso que 30 dragones de 
aquella plaza viniesen á reforzar la guarnición de Monte- 
video, y en seguida que D. José Romero, hombre de repu- 
tación militar, á quien se proveyó de armas y munición 
suficientes, armase la gente que pudiese. Juntó Romero 
230 hombres, poniéndose en seguimiento de los indios 
hasta avistarles. A pesar de sus armas y la reputación de 
su jefe, los soldados españoles se dieron en su mayor parte 
á la fuga en las primeras escaramuzas (1). 

Exasperado Zavala por el desastre, dispuso que sin pér- 
dida de tiempo se agregasen á los 150 hombres que había 
vuelto á reunir Romero, 70 que aprestó D. Juan de la 
Rocha, y 110 dragones, en todo 330 hombres de armas, 
con los cuales había de darse alcance al enemigo. Marchó 



(1) Funes, EnsayOy etc; n, iv, xn. 



dom. esp. — n. 



2. 




18 OBRO I. — EL GOBIERNO ESBAÍ^OL EN EL URUGUAY 

en SU busca Homero, y lo encentro á las cinco jornadas; 
pero una nueva dispersión le dejó reducido á bO lioinbres. 
Con todo, adelantó la niaicha viendo atacada una de sus 
partidas, que se refugió al grueso de la gente 2 )ara no su- 
cumbir. Cargaron entonces los dragones matando,Í3 cha- 
rrúas; mas ya estaban prevenidos los restajites en número 
de 500, así es que rodeando á los esj>aí1oles les liicieron 
un estrecho cerco. Tres bravas cargas dieron por resultado 
que los indios les arrebataran toda su caballada, dejándo- 
les inútiles para proseguir la campaña. Después de este 
combate se produjeron otros, y á la postre encontráronse 
los españoles con que habían perdido más de cien hom- 
bres muertos en el discurso de la facción, y considerable 
número de ganados. Un magistrado, testigo presencial de 
los sucesos, escribía algunos años más tarde recordándose- 
los al Cabildo de Montevideo: < quedó la población en la 
deterioridad que se deja consideral*; llenas de lamentos las 
familias y sin remedio á. tanta fatalidad. » ( 1 ) 

Efectivamente que eran funestos estos sucesos á la causa 
española: si la tropa reglada perdía su ánimo ante los 
charrúas, no había barrera que les contuviese para después. 
La ciudad era pequeña y había perdido casi todos sus 
hombres de gueiTa en la última facción, de suerte que no 
la quedaban sino muy escasos elementos que oponer. Pero 
Zavala estaba atento á los sucesos: conformándose con su 
tempei*amento siempre inclinado á sondear la vía de las 
negociaciones antes de entrar en lucha, concibió la idea 
de oir proposiciones de paz mientnis se preparaba á la 
guerra. En este concepto, escribió al P. Herán, Provin- 



(1) L. C. (¡c Monierklco. 




jjuno I. 



. Kl. (’.OUrKUNO ESTAN OI. EX El. ITUUGUAY 10 

cial de los jesuítas, mandando que aprestase oOl) tapes 
para una nueva exptMlicion militar; y en el ínterin que el 
apresto se hacía, empezaron las negoeiaeiones. Un jesuíta 
entró por las campiñas uruguayas predicando la necesidad 
del acomodamiento pacífico, con el cual se avinieron los 
charrúas dejando las armas. Y de tan buen efecto fue lo 
negociado, que más tarde formalizaron ajuste varios jefes 
expresamente venidos á jMontevideo para ello, no sin an- 
tes causar algíin contratiempo de espera á los diputados 
que les envió Zavala y con los cuales no querían tratar (1). 

Apenas apaciguados los charrúas, comenzaron los por- 
tugueses á llamar nuevamente la atención de la autoridad 
es¡)añola. No era ya que sus depredaciones en tierra uru- 
guaya produjesen inquietud, sino que el ejercicio oficial 
de propia jurisdicción sobre territorios que no les pertene- 
cían, estaba denunciando un plan resuelto de nuevas con- 
quistas en este país. Sin miramiento ninguno, los paulis- 
tas situados en la banda septentrional del río Ibicuy, aban- 
donaron en 1733 aquel paraje, entrando hasta la orilla 
meridional del mismo río, donde toma el nombre de Uto- 
grande. Por más que el alférez I). Esteban del Castillo 
procm‘0 ahuyentarles de orden de Zavala, ellos no retroce- 
dieron, permaneciendo á la espera del primer incidente (|ue 
les diera ocasión de re^ilizar sus designios por completo. 

No se hizo aguardar, por desgracia, la ocasión espiada 
de los portugueses. Promovido Zavala á un mando supe- 
rior del que tenía, vino á sucederle D. Miguel de Salcedo, 
político inhábil y general imnliocre. En el acto se aflojaron 
todos los resortes de la administración, repercutiendo el 



íl'i I/. C. df Monte r ideo. 




UíílJO I. — El. GOJUERNO ESPAÑOL EN EL URUGUAY 

mal á los asuntos militares, cuya dirección errada mermo 
la vigilancia donde más se requería. Con esto, los portu- 
gueses, que no vieron obstáculo á la prosecución de sus 
planes, comenzaron á extenderse por el interior de la tie- 
rra, burlando las precauciones de la guardia de San Jíian. 
Desde Colonia les protegían alnertamente sus .paisanos, 
enviándoles municiones y armamento, trozos de gentes y 
oficiales entendidos, quienes les iban alojando en los pa- 
rajes más estratégicos del país que meditaban usurpar. 

Salcedo, á pesar de que venía autorizado por la Corte 
para observar la mayor vigilancia y hasta oponerse contra 
estos atentados cuyo comienzo había denunciado Zavaia, 
no dio muestras de mayor acti\'idad. En los primeros mo- 
mentos, su acción se redujo á escribir al Gobernador de 
Colonia que se conserv'ara dentro de sus límites, in^útán- 
dole á rectificarlos de acuerdo con el tratado vigente ; á lo 
que se negó el portugués, diciendo que ningunas instruc- 
ciones tenía para el caso. Conumicada esta respuesta á la 
Corte, aconteció llegar en momentos en que acababan de 
romperse las relaciones entre España y Portugal, á causa 
de una querella de preeminencias instaurada en Madrid 
por el embajador portugués. En consecuencia, el Gobierno 
español mandó á Salcedo que reivindicase por las armas 
los teiritorios usimpados, y pusiera sitio formal á la Colo- 
nia hasta rendirla. El Gobierno portugués, alentado por 
la aparición de una poderosa escuadra inglesa en el Tajo, 
que venía en su ayuda, y que paralizó la acción de los es- 
pañoles en sus vecindades europeas, expidió también ins- 
trucciones al Brasil para rechazar la fuerza con la fuerza 
en caso de agresión, y repetii* nueva tentativa sobre Mon- 
tevideo si cuadraba la oportmiidad. 




IJRRO I. — EL (lOBIEUNO ESPAÑOL EX EL URUGUAY 21 

Llegadas las instrucxnones respectivas, pronto tuvo Sal- 
cedo á sus órdenes un brillante contingente, compuesto de 
4,000 indios de las Reducciones, 1,000 hombres de Buenos 
Aires y 150 de Corrientes. A estos se agregaron, enviadas 
desde Cádiz, las fragatas Armiena y San Esteban con 
200 dragones á su bordo, seguidas por el Javier y la Pa- 
loma, con armas, municiones y 100 infantes escogidos; 
á más de los caudales que franqueó el Virrey de Lima por 
mandato urgentísimo (1). Creyó entonces Salcedo que 
era oportuno xeiterar la intimación al Gobernador de Co- 
lonia para que se contuviese dentro de sus límites, mas 
no obtuvo de él otra respuesta que la misma evasiva con 
que anteriormente se había eludido. Pero como esta vez 
tenía Salcedo claramente marcada su conducta, envió á 
Vasconcellos un ultimátum, declarándole que si no se con- 
tenía dentro del alcance de tiro de cañón de la plaza, sería 
responsable de todos los males que se siguiesen. » Luego 
rompió su marcha sobre Colonia, protegido de una escua- 
drilla de doce velas al mando de D. Nicolás Giraldín, y 
tomó tien‘a frente á la ciudad en Octubre de 1735. 

En el interior de Colonia pasaban grandes apuros sus 
defensores y habitantes. Desde que se supo la marcha de 
Salcedo, Vasconcellos que contaba con un efectivo de 935 
plazas en su guarnición, entre ellas algimos veteranos, 
llamó á las armas hasta á los niños para emplearlos en el 
reparo de las fortificaciones y apronte de elementos bélicos. 
Publicó indulto á los desertores que volvieran á las filas, 
y prometió premios á los españoles que desertasen del 
campo enemigo. En su apuro por elimimu* obstáculos, 



(1) Fuiie^. Ensayo, eUc u. rv. xiv. 




Lir.RO I. — GOHIKRNO E8PA*^OL KN EL URUGUAY 



echó fuera de la ])laza, desjarretándolos, á los caballos que 
no podía mantener. Y para juntar á las demostraciones 
militares la solemnidad de las ceremonias religiosas, cuando 
la defensa estuvo organizada, se dirigió con su estado ma- 
yor á la iglesia Matriz, y allí con gran rendimiento en el 
altar de 8. Miguel, resignó el mando « en manos de este 
príncipe de los ejércitos de la gloria, bajo cuyas órdenes 
iba á combatir desde aquel día como su teniente. » 

Entre tanto Salcedo, abierta la trinchera, y en posesión 
de la isla de S. Gabriel, donde había erigido una batería, 
comenzó á destruir los suburbios de los sitiados, en los 
cuales se ubicaban dos capillas cuyos materiales empleó 
en la construcción de edificios militares. Enojáronse mu- 
cho los de la plaza con este acto que reputaron sacrí- 
lego, y creyeron con su Gobernador que él acarrearía 
sobre el enemigo la venganza del cielo. Alentado el si- 
tiador por el espanto que suponía haber infundido so- 
bre los portugueses, les intimó rendición en 10 de Di- 
ciembre; á lo que replicó Vasco ncellos que antes de con- 
testar derechamente quería saber si entre Portugal y Es- 
paña se habían roto las hostilidades, ó cuando no, si el 
Gobernador de Buenos Aires tenía órdenes para romper- 
las contra él. Salcedo contestó á esto que no acostumbraba 
á comunicar las instrucciones qiie recibía de su soberano; 
y en la noche siguiente se preparó á asaltar la plaza que 
ya tenía una brecha practicable. Marchando sobre ella fue 
sentido, y una bala del fuerte principal que se introdujo 
en el centro de la columna de ataque, causándole muchos 
muertos y heridos, le hizo desistir del plan. De alií para 
adelante, no ensayó otra hostilidad que cañoneos continuos 
contra la plaza, dando tiempo á los sitiados á que se reíd- 




UBRO I. — Eí. GOBIERNO ESJ'AÑOL EN El. URUGUAY 23 

cieran eou más do 10 00 hombres (|ue les trajeron de re- 
fuerzo los contingentes enviados de Kío Janeiro, Bahía y 
Benuimbuco; por temor de los cuales abandonó Salcedo 
la isla de S. Gabriel clavando la artillería, y levantó su 
camjK) situándose á 3 millas de la plaza, después de pér- 
didas sensibles, entre ellas la de su hijo invalidado, y las 
de su sargento mayor y el misionero jesuíta Werle, muer- 
tos ( 1 ). 

La flotilla española que mandaba 1). Nicolás Giraldín, 
pudiera haber prestado buenos servicios á los sitiadores, si 
una dirección más acertada hu)>iese hecho proficuas sus 
operaciones. Pero fué harto mísera su conducta, dejando 
que la plaza se abasteciera de tropas y vituallas, cuando en 
realidad estaba perdida si no las hubiera obtenido. Ni Sal- 
cedo ni Giraldín hicieron cosa (pie valiera para e\fitar es- 
tos socorros, preocupados en mantener vivas (pierellas por 
cuestiones de mando; comduyendo de esta suerte, porque 
entre si el uno obedecía las órdenes del otro, quedase el 
tránsito del río por los portugueses. x\provecharon éstos 
la ocasión, y despachando una escuadrilla de 10 velas so- 
bre la Ensenada de Barragán, hubieron de apresar las fra- 
gatas Ar minia y San Edehan, á no haber sido por el ve- 
cindario de Buenos Aires, que se opuso á tiempo. Así pro- 
siguieron laxamentt^ las operaciones, insumiéndose un año 
entero sin fruto, en la tentativa de tomar la Colonia, 

Los jK)rtugueses, sin embargo, no estaban preparados 
suficientemente para realizar los proyectos que maduraba 
su astuta política, así es que buscaron medios de aletargar 
á la Corte de Madrid entrando en conferencias de paz. 



(1) Bouthey, Historia do Brn'.il; v, xxxvx. 




24 LIBRO I. — EL GOBIERNO E.SPA5sOI> EX EL URUGUAY 

Querían sustraerse á la vigilancia del ejcTcito sitiador de 
Colonia, que, aun cuando mal dirigido, siempre les obligaba 
á estancar recursos militares poderosos, deteniéndoles en un 
campo de acción lejano del objetivo de sus miras. Buscaron, 
pues, el arrimo de una mediación diplomática, y poniendo 
de su parte á Francia, Inglaterra y Holanda, consiguieron 
que se ajustara en París, hacia el año 1737, un armisticio 
por el que cesaban las hostilidades. Convino la Corte de 
Madrid en acceder á lo que se le proponía, asustada por la 
duración de la guerra, y se firmaron los preliminares que 
debían conducir á un tratado de paz. Establecíase clara- 
mente en el pacto de armisticio, que verificada la cesación 
de hostilidades, se mantendrían las cosas en el estado en 
que se hallasen al recibo de las órdenes, mientras convinie- 
ran ambos beligerantes, los demás artículos del tratado 
definitivo. Conocidas que fueron estas cláusulas por Sal- 
cedo, paró las hostilidades, y adormeciéndose en la creen- 
cia de haber conquistado la paz, no dió muestras de pres- 
tar la menor atención al enemigo. 

Entonces los portugueses comenzaron á poner en eje- 
cución la parte complementaiia del ¡ilan que perseguían. 
Desde luego, y por orden de la Corte de Lisboa, fortifica- 
ron con nueva artillería la Colonia. En seguida fué des- 
pachado el sargento mayor José Silva Páez desde Colonia 
por la vía fimial, munido de artillería correspondiente y 
con órdenes para levantar dos regimientos de caballería, y 
apoderarse con todo ello del Río -grande. No encontró este 
oficial ningún inconveniente á sus miras: desguarnecidos 
los puntos esti'atégicos por el retiro de las tropas, adorme- 
cida la vigilancia de Salcedo y menospreciada toda previ- 
sión, Silva Páez se apoderó del Río -grande con 00 leguas 




LIKRO I. - El. GOBIERNO ESPAÑOI. EX El. URUGUAY 



de territorio y ocupo la sierra de San Miguel, construyendo 
en ella un fuerte con seis piezas de artillería y dificultando 
el camino para detener el paso de las tropas españolas, 
siquiera deseasen disputarle su nueva conquista. Mas no 
tTa Salcedo hombre de entrar en semejante disputa, cromo 
lo mostre") seguidamente. En vez de oponer una resistencia 
em^rgica á tan insólita violación del armisticio, se conformó 
con protestar de la conducta de Silva Páez, el cual debió 
reir grandemente de un enemigo tan apocado de ánimos 
como escaso de penetración política. 

Entonces, queriendo urdir Salcedo alguna intriga cjue le 
dejara mejor conceptuado de lo que iba á aparecer, discu- 
rrió atacar á los portugueses por mano ajena y como de 
propósito casual. Desde antes del armisticio habían sido 
licenciados por el gran parte de los guaranís que sitiaban 
la Colonia, lo que dió algún respiro á las Reducciones, 
Contando, pues, con ello, escribió al Provincial de las del 
Uruguay en 29 de Enero de 1738, proponiéndole un me- 
dio tan poco razonable como abocado á peligros. Le decía 
que sin aparentar órdenes de él, rompiera la guerra contra 
los portugueses, poniéndose personalmente con sus curas á 
la cabeza de los indios. Que hiciera la mayor recluta posi- 
ble de gente, y embistiera las posesiones enemigas sin de- 
mora, porque el tiempo que se perdiese consolidaría el po- 
der de los contrarios sobre los territorios recientemente 
usurpados. 

Era Provincial de las Misiones uruguayas el P. Ber- 
nardo Nusdorffer, jesuíta alemán, á quien iba dirigida esta 
misiva. La contestó en 15 de Abril desde S. Nicolás, adu- 
ciendo fuertes razones en oposición á su cumplimiento. 
Alegaba, en primer término, que el armisticio pactado com- 




26 LIBRO I. — EL (ÍOBIRRN'O KSIWÑOL KN KL URUIiEAY 

prendía igmilmente á las tropas regulares del Rey como á 
sus súbditos de las Reducciones, y í]uc* si estos rompían de 
propia deliberación las hostilidades, á la vez de incuiTir 
en desobediencia, separaban sus intereses de los de la Co- 
rona de España, y se exponían á ser ataííados como inde- 
pendientes y sin esperanza de socorro. Decía también, que 
la falta de oficiales éntendidos que dirigieran las operacio- 
nes militares, encontraría lí los indios torpes para guerrear, 
puesto que la costumbre establecida era que siemju’e fue- 
ran á la guerra bajo la conducta de cabos españoles, que 
esta vez se les negaban. Ponía, de manifiesto lo inconve- 
niente de la estación para emprender campaña, lo liinchado 
de los ríos, la falta de caballos, la imposibilidad de obte- 
ner recui’sos de las Reducciones del Parami, azotadas por 
la viruela, y la considerable pro\’isión de elementos con 
que contaban los portugueses en Río-griuide, contra los 
cuales era seguro que los indios marcharían al matadero. » 
Por último, repudiaba el papel militar que se le quería 
asignar en esta función de guerra, con las siguientes pala- 
bras: « aunque yo ó cualquier otro de los misioneros mis 
súbditos tuviera la ciencia y practica, militar, y compren- 
sión necesaria para tales cosas ( que llanamente confieso 
que no la tengo ni aun los primeros principios), pongo en 
la comprensión de Y. S> .que no se compadece con el es- 
tado de sacerdote y religioso misionero el dar órdenes en 
circunstancias tales que se La de seguir efusión de san- 
gre. » ( 1 ) Frustrado el plan de Salcedo con esta réplica, se 
dejó estar tranquilo, abandonando toda veleidad de acción. 
De seguro que Zavala habría jirocedido de otro modo. 



iV.® 2 cu los D. de P, 




OBRO I. — í:l gobierno ESP a 55o L en EG URUGUAY 27 

Pero Zavala iio existía ya. Promovido á la presidencia 
de Chile, antes de ponei'se en marcha }>ara ese destino, fué 
inopinadamente llamado á sofocar una insurrección en el 
Paraguay, donde su presencia de ánimo y sus dotes polí- 
ticas restablecieron las cosas al estado de paz. Con- 
cluida aquella comisión accidental, embarcóse para Buenos 
Aires por Enero de 17d(); mas antes de llegará Santa- Fe 
sintió una indisposición y lo sangraron. Seguidamente le 
vino un paroxismo, y iioco después murió. La corrupción 
de su cadáver fue tan inmediata, que no pudo ser condu- 
cido á Santa -Fe \x\vn darle sepultura, y hubo de encon- 
trarla en las solitarias tierras de la costa. Estaba aíín en 
el ^igor de la edad y comenzaba á trillar el camino de los 
más elevados puestos públicos, cuando le sorprendió la 
muerte. No dejó más descendencia suya que cuatro hijos 
naturales ( 1 ). Fue el Teniente General D. Bruno Mau- 
ricio de Zavala, fundador de Montevideo, pacificador . del 
Paraguay, defensor de los territorios del Plata contra la 
agresión portuguesa, protector de los indígenas en cuanto 
á usar con ellos más del comedimiento que del rigor; pru- 
dente, justo y esforzado. 8u sola personalidad conducida 
al escenario histórico, basta |)ara lavar muchas manchas 
de la dominación española. 

Mientras así moría el fundador de Montevideo, no an- 
daban muy bien parados los negocios de esta ciudad. A pe- 
sar de la triple lucha que su Cabildo sostenía contra la 
autoridad militar, los asaltos de los ¡lortugueses y la hos- 
tilidad de los charrúas, rencillas y disputas de que sumi- 
nistran largo inventario sus libros de actas, ocasionaban 



(1) Lozano, Ilist de la Conq, etc; iii, xvn. 




28 LIBRO I. — EL GOniEíLXO ESPAÑOL EX EL URUGUAY 

escisiones ruidosas. Aquellos hombres novicios en la ges 
tión de los negocios públicos, se apasionaban de sus ideas 
con la terquedad del orgullo falto de experiencia. El pri- 
mero de los Cabildos dió muestra de esta predisposición 
impolítica, provocando la expulsión de dos de sus miem- 
bros — el Alcalde de voto y el Procurador general — lo 
cual inspiró á Zavala, con fecha IG de Abril de 17;>0, una 
carta severa á la corporación, diciendola: « La noticia que 
he tenido de los lances escandalosos en que el bullicioso 
genio y poco celo de algunos individuos de Y. S. á mante- 
ner la paz que con tan repetidas expresiones deje encargada, 
ha expuesto á toda esa vecindad, y me obligan á tomar la 
determinación que V. S. verá, » etc. Contu^^cronse algo los 
cabildantes con esta rejirensión; pero si sus disputas no fue- 
ron de ahí en adelante tan trascendentales para el exterior, 
prosiguieron las odiosidades sordas que dividían los pare- 
ceres en muchos casos y creaban dificultades. Cuando se 
eligió el Cabildo de 1737, fue designado D. Tomás Tejera 
para Alférez Real; como hiciese falta continua cuando su 
presencia era necesaria, el Cabildo ordenó que se le com- 
peliese por el Alguacil Mayor á recibirse del cargo que se 
le diera. Apj;.;onado el Alguacil á casa de Tejera, respon- 
dió este que si querían multarle, ¡lodían rematar su casa y 
atahona, como se lo había dicho al Alcalde de voto, y 
en cuanto al empleo, « que no le quería, pues el no se man- 
tenía de la vara como dicho Alcalde. » 

Entre los miembros del Cabildo de 1738, hubo igua- 
les y aun más violentas disensiones. El Alguacil Mayor 
D. Juan Delgado Melilla, que era hombre de carácter vio- 
lento, fue promotor de muchas dificultades : acalorábase en 
las discusiones e insultaba á sus colegas. Un día, sea por 




J.IBKO I. — EL (iOBIKKNO ESPAÑOL EN EL URUGUAY 



causa de enojo preconcebido ó por rencillas de cualquier 
gAiero, encontrando al Alcalde de 2 ° voto, teniente Don 
Kanión Sotelo por la calle, á las 1 1 de la noche, le de- 
safió espada en mano, obligándole á batirse con el. El Ga- 
ldido echó tierra sobre el asunto, mas los antagonistas no 
olvidaron sus agravios. Como Sotelo administraba justicia 
diariamente, tenía necesidad de Melilla para ciertas notifi- 
caciones de importancia ; pero éste se negó siempre a asis- 
tir al Juzgado, perjudicando la marcha regular de los ne- 
gocios judiciales. Exasperado So telo, aprehendió a Melilla, 
le condujo al fuerte, y pidiendo junta de Cabildo para el 
siguiente día, dió cuenta de todo lo que va narrado. El Ca- 
bildo aprobó su proceder. 

Con lo expuesto basta para demostrar cómo fermen- 
taba la discordia entre los miembros de la única corpora- 
ción que sostenía los derechos de los colonos. Sin embargo, 
el pueblo amaba al Cabildo, porque en medio de todas las 
extravagancias de sus miembros, sentíase representado 
hasta en las susceptibilidades personales que eran causa efi- 
ciente de aquellas disputas. La pendencia que da cabida 
á alardees de valor, nunca fue elemento despreciable entre 
españoles. Ademas, el Cabildo tenía en favor de sus actos 
la pureza con que hacía la gestión de los intereses públi- 
cos, y esa honradez de procederes disculpaba muchas de 
sus faltas. No se dió nunca el caso de sospecharse del me- 
nor manejo fraudulento á alguno de sus individuos, sin que 
la corporación se adelantase á castigarle (1). 



(1) He aquí lo que imo de los frol)ornadoros de Buenos Aires es- 
cribía al Cabildo de Montevideo, con motivo de un Alcalde expulso 
por comercio ilícito: «Por la de T" S. de fecha 20 dcl])asado y el ic.s- 




30 LIBRO I. — EL GOJilKRXO ESPAÑOL EX EL URUGUAY 



Consecuente con esta manera de ser, marchaba el cuerpo 
capitular al frente de toda reforma útil para el pueblo. Así 
se evidenció, cuando abrumado el vecindario de Montevideo 
por el monopolio que paralizaba su comercio, se propjigo el 
Cabildo obtener uiia prudente libertad comercial para los 
frutos del país. En el deseo, empero, de no malograr su tenta- 
tiva, quiso dirigirse •sin mas trámites al Rey representán- 
dole la estrechez en que se veía y los socorros que había 
menester. Pretendía el Cabildo que se colocara, á Montevi- 
deo en la misma condición de Buenos Aires respecto á sus 
exportaciones al Brasil, prometiéndose de ello mucho ade- 
lantamiento y suficiente estímulo al trabajo en general. De- 
cía, por lo tanto en el primer artículo de las instrucciones 
expedidas con este motivo al comisionado que enviaba á la 
Corte; « Lo primero que se haga presente á S. M., que en 
conformidad que los vecinos de Buenos Aii’es en sus prin- 
cipios tuvieron licencia de S. M. para llevar sus frutos al 
Brasil, como son. harina, sebo y cecina, se les conceda á 
los vecinos de esta ciudad conducir sebo, cecina y harinas 



timonio que me incluijc^ veo lo acaeeklo con el Alcalde Provincial, y 
lo que V. iS. ha providenciado sobre este empleo, en cuyo supuesto y 
siendo preciso haya pej'sonn que le cjer-, a por la y race falta que hace, 
apruebo las determinaciones de I”. sobre este asunto y le doy mu- 
chas gracias por el celo ron que’ ha procedido: pues no es rnxón ob- 
tenga semejante empleo persona que se ludia procesada de comercio 
ilícito, y desde luego ratifico el depósito que P. ha hecho de la Vara 
en D. Bernardo Gay tan, depositario general de esa ciudad, quien ( p&r^ 
ser sujeto apto para ello ) la ejercerá como tal Alcalde Provincial, con- 
cediéndole todas las facultades y prcenrnte netas anexas á dicho empleo, 
ínter in en vista de los autos se determina otra cosa por el Tribunal 
de Peal Hacienda, que es el que debe dar la sentencia y juxgar los 
reos que de ellos resultaren. Dios guarde d V. S. muchos años. — Bue- 
nos Aires, 7.® de Abril de /77í?. — JoSEPti de Axdoxaegui.'^ i Bel 
Archivo General.) 




IJHUn I. — EL <;OUIKUNO E^PA.^OL EX EL UUUGUAY 31 



al Hrui^il oa traetjiu» de oro y algunos negros para sus es- 
taneias y labrar tierras, por no ser perjuicio este tráfico aJ 
sorvii io de S. M.; con (*uyo alivio y sabiendo que sus fru- 
tos han de tener salida, so adelantaran al trabajo con gran 
esfiierzi). l.ograrán esta ciudad y su vecindario considera- 
ble adelantamioiito, asignando M. al año tres balandras 
6 suniaquillas, (jue auiupie son pequeñas por ser largo el 
trecho y caminar costeando, podrán hacer su viaje por 
tiempo oportuno del verano. > El Cabildo calculaba que 
había de ganar el ])ueblo con estos cambios, pues las espe- 
cies amonedadas de que casi totalmente se carecía y los 
esclavos que vendrían á suplir la falta de peones para los 
trabajos agro -pecuarios resolvían el problema de un au- 
mento de bienestar tan deseado. 

Anexa á la pretensión de una lil^ertad de comerciar más 
amplia de la que había, se alimentaba otra, dirigida á 
un objeto distinto. I^a rigidez militar de los jefes que ha- 
cían la guardia de Montevideo, y la dependencia absoluta 
en que estaban del Gobernador de Buenos Aires, les pre- 
sentaba bajo un aspecto inconveniente, porque á la escasa 
importancia de su condición subalterna añadían el poco 
aprecio á que eran merecedores por la misma causa. El 
Cabildo creía que un Gobernador instituido de orden di- 
recta del Bey, podía suplir esta falta, no sólo por la espec- 
tabilidad de su cargo, que redundaría en realce de la ciu- 
dad, sinó también por la mayor independencia con que 
había de ejercerlo, dando así cumplida y perentoria satis- 
facción á las necesidades que diariamente se originaban. 
En este concepto añadió otro artículo á las instrucciones 
mencionadas, y en el cual decía: « Hágase presente á 
S. M. se digne mandar haya de haber en este puerto, llave 




32 l-IBlfO I. — EL (iOBIERNO ESPAÑOL EN EL URUGUAY 

del reino del Perú, castellano propietario con apelación al 
Gobernador de Buenos Aires, para que de este modo aquel 
castellano que hubiese de gobernar, cuide de nuestro ade- 
lantamiento de este vecindario y construcción de las for- 
tificaciones que tanto necesita,» etc. (1) Entraba el Ca- 
bildo en otras explicaciones respecto á lo urgente de la 
necesidad, acentuando su argumentación sobre el incre- 
mento que tomaba la conquista portuguesa á causa de la 
impunidad ofrecida por el desamparo de Montevideo. 

Fue requerido informe del teniente coronel del Regi- 
miento de Cantabria D. Domingo Santos de Uriarte, jefe 
militar de la plaza, j>ara que confirmase por oficio ante el 
Rey la verdad de lo expuesto por el Cabildo, á lo cual de- 
firió Uriarte expidiendo una comunicación, en que decía: 
« Los granos que se producen no costean el alimento de 
Montevideo, por no tener salida, y es imposible contratar 
peones por lo crecido de los salarios. Los ganados cima- 
rrones lian sido monopolizados por los portugueses, al 
abrigo de los nuevos fuertes construidos de Río-gi’ande 
para acá. En cuanto á la fortaleza de Montevideo, sólo tiene 
el nombre, respecto de ser su muralla de vara y media de 
alto piedra sobre piecka sin ningún misto, como no tener 
foso ni estaca alguna afuera; de estar en paraje que ni 
sirve para guardar la ciudad, ni menos el considerable 
puerto que tiene, llave de este río y reino, » etc. El Cabildo 
esperaba con justicia, que estas exliortaeiones produjesen 
buen efecto en la Corte, y para coadyuvarlas eficazmente, 
cometió á D. Francisco de Alzaybar la incumbencia de 
presentarlas allí. Era Alzaybar por su posición, su carácter 



( 1 ) L. C. (le Monte video. 




MBRO r. — KL GOBIKRNO KSPAÍ^OL KX EL URUGUAY 33 

y SU amor á Montevicloo, la persona más idónea que el 
Cabildo podía emplear para servicio tan delicado. 

Con todo, la naciente industria de Montevideo y la es- 
casez de recursos de la administración, indicaban oportuno 
>el empleo de algún procedimiento que aumentase el fondo 
de la renta pública. Bien que no pudiese gravarse á los 
colonos con un impuesto general, cuando menos era justo 
que soportasen cierta carga .aquellos que vivían favoreci- 
dos por excepciones protectoras. El Cabildo había hecho 
merced de tierras de Propios á algunos individuos, para 
establecer en ellas chacras y hornos de ladrillo. Lla- 
mábanse tierras de Propios, las que pertenecían exclu- 
sivamente á la ciudad y estaban destinadas á satisfacer 
sus gastos públicos: generalmente ubicaban estas tierras 
en el ejido. 

El día 6 de Diciembre de 1742 se presentó el Sín- 
dico Procurador de Montevideo al Cabildo, pidiendo en 
un escrito que los vecinos favorecidos con chacras y hor- 
nos de merced pagaran una cuota mensual por el bene- 
ficio que reportaban. Fue aceptada la proposición, y el 
Cabildo repartió el impuesto de la siguiente manera: «Pri- 
meramente, Tomás González, 4 pesos en cada un año; 
Juan Martín de los Santos, 0 pesos de la misma forma; 
Juan de Ocampos, 8 pesos; Jacinto de Serpa, 6 pesos; 
Antonio Figuez^edo, por dos hornos que posee, 16 pesos, 
8 pesos por cada uno : con declaración que han de correr 
los reditos ya mencionados desde el día 1^* de Enero en 
adelante del año de 1743. » ( 1 ) Tal fue el origen de nu^- 
tra Contrihución lamohiUaria: sin duda que los tiempos 

(1) L. C, (le Montevideo, 

a. 



Dom. Esp. — h. 




84 LIBRO I. — EL CJOBIERKO ESPA^'OL EX EL URUGUAY 



han cambiado, si se compara el ¡iroducido de acjuella época 
con el actual, 

Pero nada era suficiente á variar el curso de las calami- 
dades, que un raro sistema de gobierno echaba sobre los 
hombros de los habitantes de la ciudad. Quiso el Ca- 
bildo poner de su parte algún remedio al mal, y dijiutó 
en los primeros días del año 1744 á D; Juan de Achu- 
carro, su Alcalde de 2.® voto, para que se trasladase á 
Buenos Aires á exponer personalmente al Gobernador lo 
que acontecía en las diversas ramas de la administración. 
Una vez allí, presentó el comisionado un memorial en 
que pedía, á nombre del Cabildo : « que el comandante 
que es, y los que se sucedieren en el comando militar de 
la plaza, no se entrometan ni mezclen en el gobierno po- 
lítico y administración de justicia de esta ciudad, como 
hasta aquí lo han practicado, sin que se les haya con- 
ferido jurisdicción por el Rey nuestro Señor ni oti’o tri- 
bunal superior á quien competa, como tampoco por di- 
cho señor Gobernador, habiéndolo su teniente general en 
lo político en la forma que es práctica con las demás 
ciudades de este gobierno aiTeglado á lo que por leyes 
está prevenido. » Estrechado el Gobernador por la jus- 
ticia del reclamo, ofició al Cabildo transcribiéndole el de- 
creto recaído sobre su jietición, en el cual ofrecía expe- 
dir las órdenes convenientes al jefe de las tropas de Mon- 
tevideo, Pero luego que el Cabildo puso en conocimiento 
de aquel jefe el tenor de las providencias enunciadas, res- 
pondió con fecha 27 de Mayo que no tenía instruccio- 
nes en contrario á las que desde su instalación en el co- 
mando de la plaza le había dado el Gobernador de Bue- 
nos Aires, pero hacía saber al C^ibildo « que si en todo 




IJRRO I. — KL (iOlilERXO ESI»A:^0L EN EL URUGUAY 35 

ü parti^ rdiusase impedir el curso ó reginieii que hasta 
aquí se había practicado, tomaría las deliberaciones que 
hallare por convenientes. » ( 1 ) Aunque la ignorancia del 
comandante le hacía dec*ir en su oficio lo contrario de lo 
que deseaba expresar, bien se demostraba dis^^uesto á todo 
menos á acatar las leyes del país. 

Siguieron, como era de presuuiii'se, los altercados entre 
el Cabildo y las autoridades militares, hasta que Salcedo, 
aprehendido por orden de la Corte y embargado en sus 
bienes, entregó el mando á D. Domingo Ortiz de Hozas, 
hombre de carácter conciliador. Aprovechando el Cabildo 
esa coyuntura, hizo pedimento definiendo sus pretensiones 
del siguiente modo: 1.^^ que se deslindase la jurisdiccióii 
civil de la militar; 2.^" que los militares no tuvieran tiendas 
ni pulperías en la ciudad; 3.® que fueran expulsados del 
pueblo los extranjeros. Además impuso una multa al co- 
mandante de la plaza Santos de Uriarte, quien por su parte 
elevó también solicitud al Gobernador de Buenos Aires, 
haciéndole presente su situación. El Gobernador contestó 
en 0 de Octubre de 1 7 44, en cuanto al primer punto : 
« que en. virtud de las antiguas instrucciones de Zavdla, 
inalterables y vigentes, la jurisdicción ordinaria en primera 
instancia debía ser privativa de los alcaldes, con las apela- 
ciones correspondientes á el, sin mezclarse en ellas los co- 
mandantes de la guarnición ; pero que en los actos honorí- 
ficos y funciones públicas habían de guardarse al jefe 
militar los honores que le competían por su graduación y 
arriesgado empleo.» En cuanto al segundo punto: «que 
Uriarte le había notificado ser los dueños de pulperías 



(. 1 j L. C. de Monicddeo. 




36 I^IBRO I. — rj> GOBIERNO ESRA5 sOL en el URUGUAY 

soldados casados con hijas de pobladores, y como plaga- 
ban contribuciones á })ar de los demas, no resultaba nin- 
gún daño de que las tuAÍj'ran, antes bien la abundancia 
serviría de utilidad del público; y por lo que decía al«traso 
ó embarazo que de esto pudiera seguirse al Real servicio, 
no era el. asunto de la inspección del Cabildo, sino de la 
suya. » En cuanto al tercer punto, repetía la orden de que 
fueran expulsados los extranjeros de la ciudad. Y por 
lo relativo á la multa impuesta a Uriarte, sus palabras 
eran éstas: «la multa que por el Cabildo se echó al co- 
mandante de esa plaza no lia sido de mi aprobación, por- 
que. ese acto suena superioridad, y es, muy distante de la 
buena armonía que debe haber entre los comandantes y el 
Cabildo, que les encargo muy de veras. >^ ( 1 ) 

Sea de ello lo que fuere, y por más que el carácter de Ro- 
zas se inclinase á las medidas conciliadoras, el verdadero es- 
collo contra el cual se estrellaban todas las buenas dispo- 
siciones del Cabildo era el despotismo de los jefes de la 
guarnición, alentado y sostenido en muchos casos pior los 
gobernadores de Buenos Aires. Dipz años había luchado 
de frente el Cabildo contra aquel obstáculo, y se encon- 
traba á la fecha tan oprimido como el primer día. Eran 
tantos los incidentes en que esta tiranía se demostraba, 
que fuera enojoso aglomerarlos todos: bastará con ha- 
cer mención de algunos de ellos, cu 3 ^o carácter ofensivo 
añadía la liuiqillación personal al vejamen político. En 
1734, el capitán D. Frutos de Pala fox y Cardona despa- 
chó al campo por su cuenta al Alguacil Mayor y á otro 



{!) ' Oficio lid Gobernador dr nnenos Aires J\ Juan Manuel Orlix 
de Roxas, al Cabildo de Monferideo ( Are h Gen). 




TJnno I. — KL <;oHIKHNO KSI'A^or, KN KL L-HU(irAV 37 



de los niunícipos, ('orno quo lu í'orponición se quejase 
de semejante proeedei* eontrano a un auto esj>eeial de 
Zavala que lo prohibía, l^llaío\ contesto: - que por orden 
del señor Gobernador había dcspacluulo al Alguacil ]\Iayor 
en dos ocasiones, y halda de (k‘spaeharle en la corrida 
que estaba pam salir, lo que dejaba suponer la repeti- 
ción constante del hecho. Algunos años después — 1740 — 
el Alcaldó de 2/‘ voto se tomó en palabras con uno de 
los ayudantes del presidio: <piejóso el ayudante á su 
jefe y el Alcalde j^resentó sus des(*aigos al Cabildo. Pero 
llegado el asunto a conocimiento del Gobernador enton- 
ces D. Miguel de Salcedo, quitó al Cabildo la facultad 
de reunirse vsin previa autorización del jefe de la tropa, 
que íisí podría darla como negaila ; y en cuanto al Alcalde, 
ordenó: « que luego juntara el comandante de la guarni- 
ción á cabildo, y enterado este de ello, depusiera de la vara 
á dicho Alcalde de 2.*' voto, depositándola en el AJfórez 
Real, mandándole que denti-o de tercero día probase las 
palabras calumniosas que profirió contra dicho ayudante, 
ejecutándolo con apercibimiento de prisión en su persona, 
embargo de bienes y deniás^íjue hubiere por convenientes; 
para que de este modo — añadía — sepa tener respeto á la 
milicia y cabos principales, como que están ahí represen- 
tando mi persona. » ( 1 ) 

Después de este incidente, el Cabildo quedó sin liber- 
tad para deUberar cuando conviniera al bien público, de- 
pendiendo del juicio del comaiidmite de la guarnición la 
oportunidad de las reuniones. En consecuencia, el 30 de 
Marzo del mismo ano, pidió el expresado comandante, que 

(1) Ofkiü de Salcedo, 17 de Fehrero 1740 ( Arch Oca). 




38 LIBRO I. — EL GOBIERNO ESPAÑOL EN EL URUGUAY 

lo era D. Domingo Santos de Uñarte, una junta, á lo que 
el Cabildo asintió. Envióle recado por dos de sus miem- 
bros, avisándole que la corporación estaba reunida y le 
esperaba; pero Uñarte contestó: «que pasaran al Fuerte 
ó que él enviaría á buscarles. » Replicaron los amenazados: 
« que se sirviera pasar al local de sus juntas, por no ser 
costumbre celebrarse cabildos en el Fuerte; » y el coman- 
dante les respondió por illtimo : « que se aprontasen para 
ir todos presos al Fuerte, que él daría parte al señor Go- 
bernador. » Parece que Uñarte, por naturaleza despótico, 
iba tanteando con estos desafueros el camino para lanzarse 
á otros mayores. No tardó mucho en demostrarlo: en 7 de 
Enero de 1741 expidió una disposición, ordenando que el 
Cabildo fijase el precio de los granos, con obligación á los 
labradores de entregarlos á la persona que comisionase el 
Gobernador de Buenos Aires para su recibo, y que no se 
habían de entregar menos de 500 fanegas. El Cabildo pro- 
testó contra la disposición, haciendo presentes al coman- 
dante lo gravoso de la medida y las dificultades de ejecu- 
tarla; añadiendo al mismo tiempo y con referencia á la 
ganadería, cuya venta estaba nulificada por una disposición 
similar á la proyectada sobre la agricultura, que era nece- 
sario alzar el máximum de 4 reales asignado al precio de 
cada res, pues de lo contrario abandonarían los vecinos sus 
estancias por no poderlas sostener. 

Esta ñda de contrariedades tan amargas, se repetía 
para el Cabildo hasta en la esfera religiosa, donde compe- 
tencias de extraña jurisdicción vinieron á introducir la 
perplejidad y el malestar. Desde 1734 no habían tenido 
los montevideanos otros capellanes que frailes francis- 
canos, cuyo nombre era venerado entre aquellas gentes 




UnRO T.— EL (ÍOBIERNO ESPAÍ^OL EX EL URViiUAY í>9 

sencillas, por la bondad con que ejercían su ministerio. Así 
anduvieron en la memoria del pueblo fray Bernardo Ca- 
sares, fray Esteban Méndez, fray Juan Cardoso, fray Mar- 
cos Toledo, fray Gabriel Cordovés y otros varones de vir- 
tud, que asistieron á los primeros pobladores en sus desa- 
zones y les consolaron en sus desgracias ( l). Esta comu- 
nidad de vida y de azares, hizo á los franciscanos muy 
estiniados en Montevideo. No había, pues, inconveniente al- 
guno en las relaciones entre la autoridad civil y la eclesiás- 
tica, hasta que la Iglesia de Buenos Aires, representada por 
su Juez de rentas D. Sebastián del Ondoño, determinó 
inaugurar el año 1744, resucitando una contribución abo- 
lida. En los primeros tiempos de la Conquista, liabía per- 
mitido la Corte que se cobrase un impuesto personal ó 
diezmo sobre los materiales de construcción pertenecientes 
á los pobladores, destinando su producto á la fabricación 
de temjJos. Mas luego de subvenida esta necesidad, el Bey 
ordenó expresamente por la ley xx, libr. i, tít. 16 de las 
Recopiladas de Indias, que el tributo dejase de pagarse, 
y no volvieran á ser incomodados los colonos con impues- 
tos de esta clase. No se dio por entendida la Iglesia de 
Buenos Aires de esta resolución, y atendiendo sólo á sus 



( 1 ) Enini memorial presn liado al Cabildo por fray Gabriel Cor- 
dúvrsfcon fecha 27 de Agosío de ^17 42 , pidiendo certificación de los 
servicios prestados d ja ciudad por su Orden, recayó un decreto (¡ue, 
después ule muy honrosas consideraciones, conclu ia 'asi CuY más certifi- 
camos : (¡ne es cierto que la primera misa que se celebró en nuestra 
Iglesia Motrix la hiX'O jlicho R. Padre fray Gabriel Cordovés rezada ; 
y que el día \del scrierr ^ San Phrlipe de este 'año bendixo la piedra 
fundamental de la Cindadela que qior^ orden del Rey N. Señor se está 
fabricando, como Theniente cura por ausencia del propietario, etc, 
riSf C. de Moni ). 




40 LIBRO I. — KL GOBIRnXO RSI'ASÍ'OL EN KL URUGUAY 

conveniencias, gravó con diezmo, la cal, la teja y e^ ladri- 
llo que se fabricase en Montevideo. 

Es natural presumir que la enunciación del tributo le- 
vantó resistencias, protestando los vecinos que no les era 
dable pagarlo. Afirmaron muchos de ellos serles preferible 
abandonar la construcción do las casas que fabricaban para 
vivirlas, antes de someterse á tan intempestivo gravamen. 
Interpuso el Cabildo su influencia para ante la curia de 
Buenos Aires, pero todo fue en vano : Ondoño estaba dis- 
puesto á hacerse obedecer, y amenazó con la censura ecle- 
siástica á los recalcitrantes. Esta manera singular de hacer 
uso de los rayos de la Iglesia para un mandamiento in- 
justo, acabó de exacerbar los ánimos. Llovieron las re- 
presentaciones al Cabildo, y entre ellas una de D. José de 
la Cruz, á quien se había amenazado directamente con la 
pena de excomunión, si no satisfacía el diezmo adeudado 
por la cal que fabricaba (1). Como que el dicho Cruz era 
quien suministraba el mismo elemento para la construc- 
ción de las fortificaciones de ^Montevideo, creyó arreglado 
recurrir al Cabildo en 12 de Enero de 1744, expresando 
que si el diezmo se hacía efectivo, le forzarían á levantar 
el precio de su mercadería. Entonces volvió el Cabildo á 
tomar cartas en el asunto, resolviendo <; se hiciera exhorto 
al señor D. Sebastián del Ondono. para que se sirviera so- 
breseer en la cobranza de los diezmos de cal, teja y ladri- 
llo, y mandar alzar cualesquiera censuras que en razón de 
Uevar á efecto dicha cobranza hubiese expedido, hasta que 
por el Ilustrísimo y Beverendísimo señor Obispo ante 
quien pende esta causa, por instancia que tiene hecha este 



( 1 ) L, C. fie Monlcridco. 




MURO r. r.I, (ÍOHÍEKNO ESPA-^OI. KX ET. ÜUIT(ÍÜAV 41 



Cabildo, se determino en justiria, i etc. Y después de pa- 
sar en revista los títulos (pie asistían á la ciudad para 
no jiagiir el impuesto sin ' embargo de esperar la resolu- 
cioii del Obispo, daba á entender (jue no se sometería á 
ella si fuera injusta, j)ues aguardaba v á usar de su dere- 
cho como viere convenir im'jor al l)ien de la ciudad y sus 
moradores. 

Con esto, la paciencia del Cabildo se hallaba agotada. 
Así es que aprovechando <4 regreso á España del jefe de 
escuadra ]). José Pizarm, comandante del navio Asia^ 
acordó enviar al Rey un memorial narrando al pormenor 
todas las cuitas de la ciudad y sus vejáimmes j)ropios. 
Dábase cuenta al soberano en ese documento, de lo si- 
guiente: 1.” que los vecinos ¡Kjbladores eran tratados con 
mucho ajamiento y míaiosprecio, por el comandante de la 
guarnición, oficiales y soldados, lo mismo que las autori- 
dades civiles ; .2.’" que el poco comercio de la ciudad lo 
aprovechaban los oficiales militares, sargentos y soldados, 
pues todos estaban constituidos á mercaderes; 3."^ que en 
el recinto de la jdaza los militares tenían los mejores so- 
lares á cuadras enteras y medias cuadras, por cuya razón 
los pobladores carecían de los medios de pedir una merced 
para sus hijos, recayendo la culpa de esto eii el Goberna- 
dor de Buenos Aires, (pie en vez de repartir las tierras de 
acuerdo con el Cabildo, lo hacía de mancomún con el coman- 
dante de la Plaza, quien se reservaba los mejores terrenos 
para sí y sus allegados ; J."" que era necesario, á fin de aten- 
der á los gastos demandados j>ara la construcción de una 
cárcel y otros edificios, que el Rey hiciera gi'acia á la ciudad 
del derecho de anclaje en el puerto, y una contribución so- 
bre los vehículos que entrasen a! pueblo por accidente ; 5-*^ 




42 LIBRO I. — EL GOBIERNO ESPAÑOL EN EL URUGUAY 

que se circunstanciasen los perjuicios supervinientes del 
bre tránsito de los portugueses por el país, y se prohibiera 
á los gobernadores de Buenos Aires que les otorgasen li- 
cencias para hacerlo; y también que se informase á S. M. 
lo perjudicial que era la Colonia del Sacramento para esta 
provincia; G.® que se diera cuenta de la pretensión del 
Obispo de Buenos Aires de cobrar diezmos á Montevideo, 
remitiéndose las diligencias practicadas por el Cabildo en 
defensa de sus prerrogativas ( 1 ). 

Mientras esta comunicación marchaba á su destino, como 
si los hechos quisieran aquilatar sus previsiones, arreció 
más el malestar.de la campaña por consecuencia de alguno 
de los males que el Cabildo apuntaba. Cuadrillas de ban- 
doleros salidas de Colonia y sus alre<ledores, de Río- 
grande y sus inmediaciones, infestaron el país. Llenóse 
la camjDaña de ladrones y asesinos, que eran el terror de 
los pobladores pacíficos y la ruina del comercio. El Ca- 
bildo se quejó en diversas ocasiones al Gobernador d<* 
Buenos Aires; pero este no hacía más que dar consejos y 
predicar la unión de los colonos. En S de Febrero de 1747, 
ofició el Gobernador en el mismo sentido, pero añadiendo 
la orden de j Hitarse todos los vecinos por timno jiara re- 
correr la camjiaña, y avisando al Cabildo que se pusiese 
de acuerdo con el comandante de la guarnición < á quien — 
decía — tengo prevenido sobre este particular se ponga . en 
práctica lo más arreglado, pues nadie más bien que Y. 8. 
podrá fiscalizar su cumplimiento, lo que espero se consiga 
para remedio de tantos desórdenes, mediante el celo y 
buen gobierno de V. S. ; que yo concurriré en todo cuanto 



(l) L. C. de Montevideo. 




UBHO I. — EL UOBIElíNO E8 Pa5?OL EX EL URUGUAY 



comluzca al alivio y b(^neficio do ese vecindario. .^ (1) Los 
alcaldes provinciales habían hecho sucesivas salidas con va- 
ria fortima, á fin de extirpar el bandolerisino de la cam- 
paña. Volvieron ahora con mayor empeño al mismo trá- 
fago, consiguiendo extirpar en parto a(piel mal ; ])ero como 
los portugueses se interesaban en agitar el país y arruinar 
su comercio, los desórdenes más ó menos frecuentes si- 
guieron siempre. 

Siendo las continuadas y prolijas rivalidades por com- 
petencia de jurisdicción entre la autoridad civil y la mili- 
tjir, el punto capital de las operaciones gubernamentales en 
Montevideo, el Cabildo, que ya había apelado á todos los 
medios de que podía disponer para zanjarlas, quiso inten- 
tar un nuevo esfuerzo de resultados inmediatos. Projaiso 
al Gobernador de Buenos Aires que nombrara un teíiiente 
de Rey ^ al modo y en la conformidad que los de las ciu- 
dades de Santa-Fe y San Juaíi de Vera de las Siete Co- 
rrientes, para que manejara y gobernara lo político, á fin 
de evitar y cortar las competencias y disturbios que ha 
habido entre el Cabildo y el Comandante. '> Fijóse el Ca- 
bildo en el capitán D. Francisco Gorriti, al cual designó 
por candidato suyo; despachando pliegos al Gol)ernador con 
la propuesta de la creación del nuevo empleo y el nombre 
del individuo que estimaba idóneo 2 )ara servirle. Aceptó 
el Gobernador la idea y el candidato, consignándolo así en 
oficio de 12 de Octubre de 174S, en el cual, entre otras 
cosas, decía: « despacho á V. S. el adjunto título corres- 
pondiente á dicho empleo de mi lugarteniente, para que 



( 1 ) Oficio del Gobernador de Buenos Aircfi 1). José de Audonaríjuí 
CArch Gen). 




44 LreiíO L — KL (iOlilKRNO KSIWS'Or. EX EL ITírOÜAY 



V. S. practique las diligencias nocesanas a que, el referido 
D. Francisco Gorriti lo admita, pues para ello también 
le estimulo en la carta que le acompaña, estando V. S. 
cierto que siendo como es mi deseo se logre la -paz y. quie- 
tud corresjwndientes al adelantamiento del bien común y 
administración de justicia, pondré el mayor conato para 
hallar arbitrios que los proporcionen. » ( 1 ) Comunicada 
que le fué á Gorriti esta nuoA’u, no aceptó el cargo, sea por-^ 
que no se atreviese á cliocar de frente con el comandante 
de la plaza, que era oficial de graduación superior á la 
suya, ó sea porque temiese las cavilosidades del cuerpo ca- 
pitular. En virtud de tal negatis’a, que dejalia acéfalo el 
cargo, nombró el Gobernador, a jirojniesta del comandante 
de Montevideo, a I). Juan de Achucarro para llenarle. 

Era • Achucarro un sujeto de bastante distinción en el 
país, no sólo por su crédito particular, sinó por los empleos 
de importancia que había desempeñado y desempeñaba á 
la sazóñ. Pero con venir su candidatura proliijada por el 
jefe de la fuerza en armas, cre^'ó el Cabildo ser víctima 
de un complot, y determinó suspender obedecimiento al 
auto que investía á Achucarro con el nuevo cargo. Sú> 
polo el Gobernador, manifestando fuerte sorpresa. Pre- 
guntó las causas que militaban jiara alzarse en resis- 
tencia a una medida justificada por las circunstancias y 
en todo conforme á las ideas del Cabildo. Este Jijo, que 
aun cuando el candidato era idóneo, las leyes se oponían 
á que se proveyese el empleo sin consulta de la corpo- 
ración, mucho mas cuando Achucarro acumulaba de pre- 
sente en su persona varias comisiones y empleos que re- 



( 1 ) Opcio de Andoncífyui ( An-lt 




LTBÍK) I. — KL OomKnxO EsP.V.^Or. EN El. ITKUGUAY ^ 45 



querían artanzanúento, y era do suponer que tales fian- 
zas se anulasen por el lioelio d(* reíisuiiiir el afianzado la 
autoridad política del país en su persona. Replicó el Go- 
bernador en 25 de Mayo de 1749, que ni el Roy ni la 
Real Audiencia se oponían á que el nombrase un lugarte- 
niente para Montevideo á fin de gobei*nar la ciudad en su 
nombre, y por consecuencia mandaba que sin dilación se 
colocase á Acliucarro en su empleo ( 1 ). ^ 

No le sentó bien al Cabildo la respuesta, y se aventuró á 
discutirla con mayor aco[>io de razones y ejemplos. Pero la 
serenidad del ( íobernador, que habitualmente no era mu- 
cha, se agotó en este trance; así es (pie en 18 de Julio en- 
vió á los capitulares un oficio concebido en estilo acre, re- 
cordándoles sus emitidas razones anteriores y concluyendo 
de esta suerte: < Lo cierto es que yo no he pensado en nom- 
bramiento de teniente general; V. S. me representó que 
convenía nombrarle; el dc^seo de la paz inmediatamente me 
hizo -condescender á la instancia despachando título al ca- 
pitán D. Francisci) Gorriti, quien me' representó varios 
motivos para exonerarse de este empleo, y no me pareció 
justo compelerle; en este tiempo me representó el coman- 
dante de esa plaza que la persona en quien idóneamente 
podía recaer este empleo era D. Juan de Acliucarro, y 
V. B., en la retireseiitación antecedente,^ contesta que en él 
concurren las circunstancias de idoneidad que se requieren, 
y ahora reitera la oposición con nuevos pretextos (|ue no 
coilsidero sustanciales; y así inmediatamente, vista ésta, 
sin réplica alguna pondrá en posesión á T). Juan de 
Achucarro en el empleo de tal teniente general, dando las 



( 1 ) Oficio dr, Aiidonacgui (.bch Ueni. 




46 LIBRO I. — EL GOBIERNO ESPAÑOL EN EL URUGUAY 



fianzas acostumbradas, y en su defecto sabré volver por la 
autoridad que la piedad del Key se lia dignado conferirme, 
para cuyo efecto tengo dadas al comandante de esa plaza 
las órdenes convenientes. » ( 1 ) La contundencia de»estas 
razones no daba lugar á otra solución, que á concluir por 
el nombramiento de Achucarro; y así se liizo. 

Ahora bien; el autor de tan desabridas órdenes, era Don 
José de Andonaegui, cuyo temperamento irascible, que la 
edad iba exasperando, le hacía pasar de los extremos de 
la complacencia á lo más recóndito del furor. El Cabildo 
de Montevideo, siquiera conociese este flaco del mandata- 
rio, ó por razón de quererle atraer á sus miras, le había 
tratado con desusada cortesía en las cosas que personal- 
mente podían satisfacerle, á punto de tomar parte en el 
júbilo por el nacimiento de sus hijos (2). Prendado de 
estas distinciones, Andonaegui arreglaba su conducta á 
ellas durante algún tiempo; pero luego de echarlas en ol- 
vido, dominaba en sus relaciones con el Cabildo el tono 
áspero y la gestión imperativa que lo echaba á perder 
todo. Con semejante individualidad no era posible garaii 
tir un estado normal de políticxi, porque los arrebatos de 
sentimentalismo tenían gran mano en la dirección de sus 
procederes. Ora se presentaba contrito y místico, predi- 
cando las bellezas de la religión y recomendando sus cou- 



(1) Oficio ih Awhnacgifi (Arch Goi), 

í2) Ilustre CabilflOy Justicia y flegi ni lento. — Estimo á V.S. las aten- 
ta.^ ejrpre.^ioncs que le wcrc^í^co con wotiro del feliz parto de mi mujei\ 
quien conmigo ofrece á V. S. el recién nacido, ?/ .y» voluntad con rc.'<- 
petados ayradecimirutos para cuanto sea de servicio de V. S.~Xucstro 
fteñor guarde d V. S. muchos años. — Buenos Aires, 2(1 de Abril de 
174(1. — B. L, M. de V. 6’. su más afecto servidor. — JoSEni DE An- 
DOXAEGUI. (Del Arch fien). 




IJBllO I. — EL GOBIERNO ESPASOL EN EL URUGUAY 47 



suelos; ora se erguía altanero para decretar el exterminio 
de los indígenas uruguayos que contrariaban sus miras. 
Y como interesa ¿í las enseñanzas de la historia poner de 
relieve estos caracteres, para curar á los iiueblos de exa- 
geraciones y á los individuos de incidir en ellas siempre 
que se sientan inclinados al gobierno, ahí va una muestra 
de los desvarios á que llegaba en sus intermitencias el 
señor de Andonaegui. 

Con motivo de ser escaso el personal del clero en el 
Uruguay, solían venir de Buenos Aires misioneros que 
ejercían su ministerio religioso en los pueblos y por los 
campos, instruyendo á las gentes con la predicación y es- 
timulándolas en los deberes del culto. Andonaegui, en las 
varias ocasiones que le tocó avisar el pasaje de tales sa- 
cerdotes á Montevideo, lo hizo del modo más tierno. En 
uno de sus oficios al respecto, decía al Cabildo que hon- 
rase á los misioneros como era debido, « para que por ese 
medio se consiguiera la veneración tan justa de su apos- 
tólica doctrina, pues á proporción de los superiores obra- 
rían los súbditos. » Algún tiempo después, recomendando 
á otro misionero que venía con iguales propósitos, escri- 
bía al Cabildo rogándole asistiera á los ejercicios religio- 
sos que iban á darse con ese motivo, y concluía de esta 
manera : « yo pido á V. S. asistan dando ejemplo á los de- 
más, y atiendan á este santo padre que los consolará en 
sus tribulaciones, y los dirigirá para el cielo como lo ha 
ejecutado aquí. » Lenguaje más cristiano y piadoso, no po- 
día pedirse en boca de un soldado. 

Quien se figura á este rudo veterano, con los ojos fijos 
en el cielo, no puede menos de reputarle por uno de 
aquellos antiguos^ patriarcas en cuyas deliberaciones en- 




48 Llimo I. — EL COlHEnN'O ESPA5¡'0í. ex el UIÍÜfJUAY 

traba mas el amor á sus subditos que la severidad, Pero 
tal expresión mística de sus afectos era transitoria, porque 
bastaba la menor contrariedad para que Andonaegui cam- 
biase de tono y se arrojara en brazos de los más ¿olen- 
tos designios. Bien pronto lo demostró así, pues al aseso- 
rarse por comunicación del Cabildo de los nuevos distur- 
bios acontecidos en el interior del país, dió de lado con toda 
idea piadosa, replicando en 28 de Mayo de 1749, á la cor- 
poración : « Eiíterado de lo que V. S. me expone en su re- 
presentación del 5 del presente mes, sobre las extorsiones 
que cometen los indios minuanes, le prevengo en esta oca- 
sión al comandante de esa plaza lo correspondiente á fin de 
que, ó se reduzcan á pueblo y á nuestra santa fe viviendo 
en paz, ó en caso de permanecer haciendo hostilidades, 
pase á castigarlos y arruinarlos acabando con ellos de una 
vez. V. S. me dará noticias de lo que adquiriere y ejecu- 
tare dicho comandante sobre este asuuto, para tomar y ó en 
vista de todo las. providencias que deba, y sean más con- 
venientes. » Previendo el Cabildo la tempestad que prome- 
tía este oficio, comunicó, á fin de aquietar al Gobernador, 
que los indígenas se habían retirado" á sus habituales cam- 
pamentos; y según había podido asesorarse por mejores 
informes, los autores de algunos robos de ganados eran 
indios tapes cimarrones fugitivos de los pueblos jesuíticos. 

No parece que agradara á Andonaegui esta respuesta 
frustratoria de sus planes de exterminio, pues replicó 
Cabildo que, sin embargo de la vaiiedad de opiniones so- 
bre la materia, tenía prevenido al comandante de la guar- 
nición de Moute video « que pasase á los indios á cuchi- 
llo », por supuesto que - después de haberlos requerido 
con paz y buena corres})ondencia, por si por este medio 




Lnmo I. — EL (JOBIKRNíí KSPA^tíL EX EL URUGUAY 49 



]>odíamoá ganar sus almas, que es la mente de S. M. » 
Confirmando el proyecto de exterminio, agregaba el Go- 
bernador haber reiterado la ejecución práctica de la or- 
den al comandante de las fuerzas de Montevideo ; « y para 
mayor acierto, decía, he llamado al Cabildo de Santo Do- 
mingo de Soriaiio y á Monzón para que ésten prontos á 
fin de que á un tiempo y en un mismo paraje se junten 
todos para escarmentar á esos bárbaros indios. Y como 
si ya le enardeciesen los vapores de la sangre, concluía 
diciendo: «En esta inteligencia deberá V. S., como es de 
su obligación, contribuir con todo lo (pie fuere dablf? y 
juntar todos los moradores expresados, y lo mismo de- 
berá ejecutar ese comandante para el efecto referido; y 
reflexionando bien \\ ÍS. y el dicho comandante, discurrir 
maduramente sobre la sujeta materia unos y otros, y avisar 
á Santo Domingo de Soria no para que en un mismo 
día y paraje se junten los de ahí con los del dicho Santo 
Domingo para exterminar esa canalla, como lo han hecho 
con los charrúas de la jurisdicción de Santa -Fe; pero 
para esto es preciso una unión grande de ese Cabildo y 
del comandante; porípie donde no hay intención buena y 
enderezada al servicio de ambas majestades, no se conse- 
guirá acierto; y bien se conoce que en ese Cabildo sólo 
se intenta caprichadas, y no el bien común y aumento de 
esa República, » etc. ( 1 ) 

Singular aberración la de Andonaegui en suponer que 
el exterminio de los indígenas redundaría en aumento de la 
República ; y que intención sana y enderezada al servicio 



fl) Oficios (le Andonaegui al Cabildo, fechas 2S de Mago 1749, 17 
de Marzo y S de Mayo 17 ó 0, y 28 de Febrero 1751 ( Arch Gen). 



Dom. Esp. — II. 



4 . 




50 LIBRO I. — EL GOBIERNO ESRAÑOI. EN EL L'RUGUAY 

de Dios y el Rey, fuera la de contribuir á un fin tan 
avieso. La turbulencia de su espíritu le llevaba á contra- 
decirse con los mismos argumentos que citaba en su apoyo, 
porque si el Rey quería ganar las almas de los in'dígenas 
y asegurarles la vida en paz y policía, mal se conseguiría 
esto pasándoles á cuchillo como deseaba Andonaegui ; y si 
por su parte recomendaba el Goliernador al Cabildo que 
impulsase el aumento y bienestar de la República, menos 
lógico era procurar este fin exterminando á sus habitantes, 
que poniendo en práctica medios de conciliación destinados 
á apaciguar los ánimos y conservar la vida de todos. Nin- 
gún Gobernador, desde Zavala hasta Rozas, había llegado 
á la conclusión extrema de excluir todo avenimiento, 
no dejando más cabida que la sumisión ó la muerte. Por 
otra ¡Darte, esto era alzarse en rebelión contra las leyes vi- 
gentes, leyes que el Rey recomendaba con especialidad á 
los representantes de su persona en los dominios ameri- 
canos. Habían pasado ya los tiempos en que se justi- 
ficaba el exterminio de los na tímales como medio de segu- 
ridad, mucho más cuando experimentos opuestos, demos- 
traron en el Uruguay que los indios podían ser reducidos 
á una \úda regular con procederes humanitarios. Afortu- 
nadamente, el Cabildo, en medio de todas las desazones que 
venía soportando, había conseguido hacer un aprendizaje 
valioso en lo relativo á los intereses del país y marcar 
rumbos fijos al desarrollo de la civilización que estaba en- 
cargado de custodiar, así es que ensayaba los medios de 
atemperar estas resoluciones desesperadas. 

Esto no obstante, la tensión de las circunstancias dió 
auto en favor de Andonaegui : alzáronse los charrúas, como 
se temía, y auxiliados por algunas tribus vecinas, derrama- 




UBRü I. — El. GOBIEKSH) KS1*AS0L KN KL URUGUAY 51 

rouse |)or toda la campaíHa. Inmediatamente, y según h 
había prevenido el Gobernador, varios destacamentos dt 
Montevideo, Santa- Fe, Soriano y Misiones marcharon 5 
batirlos. La persecución desde luego fue recia y ocasiona d:i 
á diversos choques entre los combatientes. Dos accione- 
memorables pusieron fin á esta guerra, postrando á los in- 
dígenas: la una ganada jx>r las gentes de Santa-Fe, y )jí 
otra por las de Soriano. Cupo á los santafesinos chocar c'ou 
los indígenas en los primeros momentos, matándoles ,“>() 
hombres y haciéndoles 182 prisioneros. 

En cuanto á los de Soriano, cuyo jefe era el teniente (h 
dragones D. José Martínez Fontes, tuvieron la suerte <k 
concluir la guerra debido á la rapidez de sus marchas-y 
tal vez á la emulación que duplicó su valor. En tres día>r 
hicieron á los indígenas una persecución de 78 leguas, 
obligándoles á replegarse sobre las márgenes del Queguay. 
Allí formaron los charrúas y sus aliados en orden de ba- 
talla, teniendo á la espalda un bosque impenetrable. ís o se 
desalentó Fontes por la buena posición del enemigo ni ]>or 
el cansancio de sus tropas, sinó que confiando ilimitada- 
mente en ellas, entró á coml)ate. Fue el ataque muy vivo 
y la resistencia tenaz. Dos cargas dieron los de Soriano 
sin alcanzar á romper la línea. Mas una tercera carga llena 
de ímpetu, desconcertó la línea charrúa consternando á sus 
Bosteñedores. Entonces se produjo un entrevero, donde mez- 
cladas ambas parcialidades se luchó sin tregua. Cedieron 
por fin los indígenas, refugiándose al bosque que guardaba 
su espalda, y dejando en el campo de batalla 150 muertos 
y 230 caballos ( 1). Tal fue el combate del Quegua}", que 



(1) Funes, En>saifo^ etc.: m. v. ii. 




52 LIBRO I. — EL GOBIERNO ESPASOL EX EL URUGUAY 

dictó por el momento la ley á los indígenas y produjo la 
sumisión de uno de sus jefes, llamado Canamasán. 

Inquieto Andonaegui por los peligros que amenazaban 
su gobernación, mientras atendía á las emergenciaí^. inter- 
nas, no descuidaba aquellas que pudieran venir del exte- 
rior. Deseando poner en condiciones respetables las for- 
talezas de Montevideo y Maldonado, mandó trazar planos 
adecuados por el ingeniero Cardoso, quien presupuso las 
nuevas obras en 200,055 pesos anuales de costo, durante 
algunos años. A efecto de cubrir tan gruesa suma, propuso 
Andonaegui á Fernando VI, el arbitrio de que cada dos 
años \úniese una embarcación de 150 toneladas con 27,000 
libras de tabaco en polvo labrado en Sevilla y Habana, 
cuyo consumo se haría en Buenos Aires, Tucuináii y Para- 
guay, donde era conocida la afición á esa mercadería. Pro- 
ponía además el Gobernador, que se agregara á la remisión 
del tabaco, la de algunos otros artículos de buenas fábricas 
españolas, para darles internación al Perú, mientras per- 
manecía clausurada esa vía á los particulares, con lo cual 
se obtendría renta bastante, no sólo para cubrir los gas- 
tos militares indispensables, ainó también para atender á 
algunas otras cargas. La propuesta dio lugar en 1748 al 
estanco del tabaco en polvo en estas provincias ( 1 ). 

Para poblaciones que disponían de tan escasos medios 
pecuniarios, no era ciertamente despreciable cualquier pro- 
puesta que tendiese á la esperanza de aumentarlos. Con este 
motivo, se dió mucha impoilancia en 1749 á un recono- 



(1) Dámaso A. LaiTañafía y José R. Guerra, Aimntcs hixióvicus 
sobre el dcsnibrimicnfo tj pohladúu de la Banda Oriental del Itio de la 
Plata y las ciudades de Monterideo^ Maldonado , Colonia, etc, etc. 




LIBRO I. — El. GOBIERNO ESPA5ÍOL EN EL URUGUAY 5B 



cimiento de la serranía de Minas, verificado por Enrique 
Petivenit, que había llegado á Mohte\ddeo con destino á la 
casa de moneda de Potosí. Algunas piedras que al reco- 
nocedor se le antojaron preciosas, merecieron el honor de 
ser enviadas al Rey, quien á su vez las pasó al ensayador 
general de la Real Casa de moneda para los fines consi- 
guientes. Produjo este último un informe, que dejaba en- 
trever probabilidades de lucro. Sobre tan aleatorio su- 
puesto, el Rey se dirigió á sus oficiales de las cajas de 
Potosí, mandando que auxiliaran á Andonaegui en cuanto 
necesitase para promover los beneficios y adelantamientos 
correspondientes á tan importante ramo de negocio. Se 
urgió en comunicaciones de la Corte que llevan la firma 
del marqués de la Ensenada, y en cédulas que llevan la 
del Rey, para que con el aumento de operarios competen- 
tes se procurase la especulación á fondo de esta materia, 
contándose con la prosperidad que sus resultados traerían 
al tesoro público y á los particulares interesados en la em- 
presa. Pero el tiempo se encargó de disipar las ilusiones 
de unos y otros, dejando los gastos hechos, sin compensa- 
ción. 

Otras cosas de mayor monto acaecían por estos tiempos. 
Era la época en que vamos, como una piedra de toque en 
la cual iban poniéndose á prueba todos los elementos de 
la sociedad cristiana en gestación: leyes, instituciones y 
hombres. Tocó su turno al auto de Zavala, que disponía 
ser indispensable la pureza de la sangre para ocupar pues- 
tos políticos ú honoríficos, y pudo verse que era una fuente 
de disturbios la expresada disposición. Esgrimiéronla como 
un arma los partidos que se disputaban el mando, hallando 
en ella un medio de exclusión muy apropiado á sus miras. 




"‘I LIBIÍO I. — EL rjOIUERNO ESl'AlSOL EN EL URUGUAY 

(Juien primeramente la usó para sus intentos fue el co- 
ronel D. Diego Cardoso, ingeniero en jefe de las pro- 
vincias del Plata, que solicitó en 1749 fuese declarado 
mulato D. Josó Gómez, teniente de infantería. Jnfprma- 
ron, á petición de Cardoso, dos miembros del Cabildo de 
atjuel tiempo, D. José Milla n y D. Pedro Cordoves, en 
orden á la voz corriente, de que en efecto era mulato el 
citado Gómez, y de ahí se insüiuró un pleito bastante 
ruidoso. Como que la tacha opuesta inhabilitaba á Gó- 
mez para ocupar puesto alguno en Montevideo, apeló in- 
mediatamente al Pey, y éste, después de los trámites 
del- caso, condenó á los acusadores en 2000 pesos de 
multa (1). 

Pero Gómez, á pesar de lo actuado, no se consideró sa- 
tisfecho con el Peal castigo impuesto á sus detractores, 
sino que vohdó mas tarde sobre el mismo asunto, pi- 
diendo que el Cabildo declarase en acuerdo oficial y pú- 
blico, infames é indignos de ocupar empleo político ú 
honorífico alguno á los expresados Millán y Cordovés, 
á sus hijos y descendientes, y á los testigos é intervi- 
uieutes en el proceso. Tomó cartas la autoridad mili- 
tar á favor de Gómez, y estrechado el Cabildo por mu- 
chas influencias, se avino, aunque con alguna repugnan- 
cia, á hacer lo que se le pedía. Inhabilitados así Millán, 
Cordovés y los testigos en el proceso indicado, protesta- 
ron eni-edándose en un nuevo litigio, del cual resultó que 
D. José Millán y D. Felipe Pérez, regidores que á la 
cuenta eran del Cabildo y actuantes que habían sido en el 
proceso, fueron expulsados de sus empleos, declarándoseles 



( 1 ) L. C. fíe Moffteridro. 




LIBRO r. — KL OOmKRN’O ESPAÑOL EX EL URUGUAY 



55 



indignos de ocuparlos. Mas como á D. Diego Cardóse, 
D. Esteban Duran y D. Francisco Rodríguez Cardóse, prin- 
cipales instigadores de todo, se les había dejado en el goce 
de sus honores, volvió la cuestión á suscitarse por parte 
de Millán y Cordoves que resultaban tan mal parados, é 
instaban de paso por D. Felipe Perez, igualmente conde- 
nado á la infamia como ellos. Sería interminable seguir 
las evoluciones de este litigio y de otros de su genero que 
se promovían ante el Cabildo ( 1 ). La verdad es que á los 
piques y enredos que dividen siempre las poblaciones pe- 
queñas, vino á añadirse en Montevideo este elemento de 
discordia sobre la pureza de la sangre, explotado perfecta- 
mente por los que tenían influencia, para anular á sus ene- 
migos. 

Entre tanto, asomaba el año 1750, precursor de gran- 
des sucesos. Desde luego se anunció con un tratado que 
firmaron en Madrid á 18 de Enero, D. José de Carva- 
jal y Lancastre por España, y D. Tomás de Silva Té- 
llez representante de Portugal, para determinar los límites 
de los estados pertenecientes á ambas Coronas. Volvíase á 
suscitar esta inacabable cuestión de límites que el tratado 
de Utrecht pareció dejar concluida. Se declaraban ahora 
abolidos cualquier derecho y acción que pudieran alegar 
las dos Coronas con motivo de la bula del Papa Alejan- 
dro VI, y de los tratados de Tordesillas, Lisboa y Utrecht, 
de la escritura de venta otorgada en Zaragoza, y de otros 



(1) Los archivos del Cabildo contienen varios expedientes sobre pe- 
dimentos de ejecutorias de nohlexa que hacían los hijos de los prime- 
ros pobladores, para librarse del dictado de mal nacidos; y sobre pro- 
banzas de buen linaje para esca 2 )ar á la acusación de impurexa de 
sangre. 




56 LIBRO I. — EL GOBIERNO ESPAÑOL EN EL URUGUAY' 



cualesquiera tratados, convenciones y promesas (1). Se 
estipulaba pertenecer á la corona de Portugal todo lo 
que tenía ocupado por el río Marañón ó de las Amazonas 
arriba, y el terreno de ambas riberas de este río hasta 
ciertos parajes; como también todo lo que tenía ocupado 
en el distrito de Matogrosso, y desde éste hasta la parte 
de oriente. Los confines del dominio de las dos monar- 
quías (España y Portugal), principiarían en la barra for- 
mada a la costa del mar por el arroyo que sale al pie del 
monte de los Castillos grandes; desde cuya falda continua- 
ría la frontera, buscando en línea recta lo mas alto ó cum- 
bre de los montes, cuyas vertientes bajan por una parte 
á la costa que corre al N. de dicho arroyo, ó á la laguna 
Merín ó del Miní, y por la otra, á la costa que corre de 
dicho arroyo al S., ó al río de la Plata; de suerte que las 
cumbres de los montes sirvieran de raya al dominio de 
las dos Coronas. Y así se seguiría la frontera hasta encon- 
trar el origen principal y cabecera del río Negi*o, y por 
encima de ellas continuaría hasta el origen principal del 
río Ibieuy, siguiendo aguas abajo de este río, hasta donde 
desemboca en el río Uruguay por su ribera oriental; que- 
dando de Portugal todas las vertientes que bajan á la di- 
cha laguna; y de España las que bajan á los ríos que van 
á unirse con el de la Plata. Subiría la frontera desde la 
boca del Ibieuy j)or las aguas del Uruguay, hasta encon- 
trar el río Pepirí ó Pequirí que desagua en el Uruguay 
por su ribera occidental, etc. Todas las islas que se halla- 



(1) El (locHme}i(o -ve otcnenlra tniegro en ¡a Col Angcíis, ir, y en 
el iom ij de la Historia general de las aniignas colonias hispano ‘ame- 
ricanas de Lobo. 




IJBRO 1. — EL GOBfKKXO ESPAÑOL EX EL TTRÜGTJAY 57 

sen en cualquiera ele los ríos por donde había de pasar la 
raya, ¡)ertenecerían al dominio á que estuvieren más próxi- 
mos en tiempo seco. 

Además, España cedía á Portugal todo lo que ella tu- 
viera ocupado, desde el monte de los Castillos grandes y 
su falda meridional y ribera del mar, hasta la cabecera y 
origen principal del río Ibicuy; como también todos los 
pueblos y establecimientos españoles en el ángulo de tie- 
rras comprendido entre la ribera septentrional del río Ibi- 
cuy y la oriental del Uruguay, y los que se pudieran haber 
fundado en la margen oriental del río Pepirí y el pueblo 
de Santa Rosa, etc. En consecuencia de la frontera y lími- 
tes determinados, quedaba para Portugal el monte de los 
Castillos grandes con su falda meridional, pudiendo forti- 
ficarlo aquella nación y colocar allí una guarnición suya, 
aunque no poblarlo; reservándose las dos naciones el uso 
común de la barra ó ensenada que forma allí el mar. Por 
toda compensación á estos grandes donativos que hacían 
dueños á los portugueses de las provincias de Santa Ca- 
talina y Río -grande, y una parte de las Reducciones je- 
suíticas, Portugal devolvía la Colonia del Sacramento y 
todo el territorio adyacente á ella en la margen septentrio- 
nal del Río de la Plata, y las plazas, puertos y estableci- 
mientos (que no tenía ningunos, á excepción de la isla de 
San Gabriel) comprendidos en el mismo paraje; como 
también la navegación del río de la Plata, que pertene- 
cería enteramente á la Corona española. La navegación 
de aquella parte de los ríos por donde pasase la frontera, 
sería común á las dos naciones; y generalmente, donde am- 
bas orillas de los ríos perteneciesen á una de las dos Co- 
ronas, sería la navegación privativamente suya. 




58 LIBRO I. - EL GOBIERN'O ESPAÑOL EN’ URUGUAY 

Para mayor seguridad do lo pactado, convenían las al- 
tas partes contratantes en garantirse recíprocamente la 
frontera y adyacencias de sus dominios en la América me- 
ridional; obligándose cado uno á auxiliar y socorrer al otro 
contra cualquier ataque ó invasión, hasta dejarle en pose- 
sión pacífica y uso libre y entero de lo que se le preten- 
diese ocupar. Por parte de Portugal, se extendería esta 
obligación en cuanto á las costas del mar y países circun- 
vecinos á ellas, hasta las máigenes del Orinoco de una y 
otra banda, y desde Castillos hasta el Estrecho de Maga- 
llanes; y por parte de España, hasta las márgenes de una 
y otra banda del río de las Amazonas ó Marañón, y desde 
el dicho Castillos hasta el puerto de Santos. Bien enten- 
dido, empero, que por lo que tocaba al interior de la Amé- 
rica meridional, es decir, á las posesiones que una y otra 
Corona se reconocían recí])rocainente, la obligación de co- 
mún defensa era indefinida, y en cualquier caso de inva- 
sión ó sublevación, cada una de las dos Coronas ayudaría 
y socorrería á la otra hasta ponerse las cosas en estado 
pacífico. La impericia de los negociadores españoles no re- 
paraba en que estas cláusulas sólo debían aprovechar á Por- 
tugal; porque siendo él quien recibiría pueblos españoles 
para engrandecer su territorio americano, sólo podía suce- 
der que él fuera el invadido por España á título de reivin- 
dicación, ó que esos pueblos se le sublevasen buscando sus 
naturales afinidades. En uno ú otro caso, España se com- 
prometía á sofocar cualquier manifestación de ese género 
favorable á sus intereses. 

Desde 1748 había noticia en estos países del totado 
que se estaba ajustando entre las dos cortes, pero como 
llegase por conducto de los portugueses, no se la dió ma- 




LIBRO r. — El. GOIUERNO KHPA^OL EN El. URUGUAY 59 



yor autoridíul. Sin embargo» los navios Amable Marta 
y ConcepcÁén,, procedentes de Cádiz, arribaron á Buenos 
Aires con la novedad del ajuste formal de lo que se creía 
imposible, y entonces se alzó un clamor público en to- 
dos lados contra el pacto. Los jesuítas fueron quienes va- 
loraron con más rápida ojeada que ninguno, el resultado 
funesto de tan inconsiderado a vejii miento, como que eran 
los más directamente perjudicados en el negocio. Reunié- 
ronse los consultores de la Orden por las provincias de 
Tucumán y Paraguay, para redactar una exposición que 
dirigieron al Virrey del Perú, incitándole á suspender los 
efectos del tratado, hasta que el Rey quedara impuesto 
de sus inconvenientes. En esa exposición notable, trazá- 
base con vigorosos tintes el cuadro de la política portu- 
guesa en el Río de la Plata, sus ambiciones inquietas y 
los aviesos medios de que se había valido para realizarlas. 
Traíanse á njemoria las correrías vandálicas de los mame- 
lucos de San Pablo, que llegaron á cautivar en 25 años 
más de 300,000 indios; la destrucción de Ciudad Real, 
Villarica y Jerez en el Paraguay; la furtiva población de 
Colonia y Montevideo; las .pretensiones de apropiarse la 
isla de Santa Catalina con más 170 leguas al Sur hacia 
el estrecho de Magallanes; y toda la serie de intrigas y 
violencias anexas á estos procederes. Ponderábanse los 
servicios prestados por los indios de las Reducciones^tanto 
para rechazar á los vtamelucos como para recoM-iistar 
muchos pueblos y plazas fuertes que hubieran qq^ado en 
dominio de Portugal á no haberlos ellos redimido. Decíase 
que los 30 pueblos jesuíticos sumaban una población de 
92,835 almas, y que los seis de ellos sospechados de estar 
incluidos en el ]>acto de entrega contaban 23,733 indivi- 




60 LIBRO I. — EL GOBIERNO ESPASOI. EX EL ÜRUGUAY 

dúos, y eran los mejores de la provincia por su fertilidad, 
excelentes tierras y desahogo para la cría de ganados con 
los cuales se mantenía el país ( 1 ). 

Y en medio de todas estas razones que el tacto pplítico 
y la conveniencia general ponía en boca de los jesuítas, se 
leía lo siguiente, que era como el anuncio de la próxima 
catástrofe: «Tenemos por infalible que antes de caer en 
manos de los portugueses, se huirán los indios á los mon- 
tes á seguir la vida brutal y selvática, perdiendo España 
aquellos vasallos y no lográndolos Portugal; lo que tiene 
á los misioneros jesuítas en un desconsuelo grande, rece- 
lando haber de llorar la perdición de tantas almas, por 
cuya conversión y salvación se han desterrado de sus pa- 
trias y provincias, abandonando la Europa y padeciendo 
muchos trabajos, sudores y fatigas, para conservarlos en la 
fe; que igualmente recelan suceda lo mismo con los habi- 
tadores de los otros 24 pueblos, temiendo ser entregados á 
los portugueses ó superados de ellos ; mayormente viendo 
que sin embargo de habérseles prometido por los señores 
reyes y repetí dolo el señor D. Felipe V, que siempre aten- 
derían á su consuelo, alivio y conservación, se verán en- 
tregados á sus mayores enemigos; y, por último, que no 
se separan de temer algún alzamiento, aunque en 130 
años no han dado el menor indicio de inquietud. » Segu- 
ramente que este papel expresaba con un tono alternati- 
vamente dulce ó severo el derecho á la recompensa junto 
con las esperanzas, los temores y las amenazas que se sen- 
tía con fuerzas para liacer la Compañía de Jesús. 



( 1 ) El largo resumen de este larguísimo documento, se encuentra cu 
el tom H de la Historia de las aniiguas colonias ¡tor Lobo. 




URRO I. — EL GOBJKREO ESl»AÑOL EN EL URUGUAY 61 



Y sin embargo, esta oposición de los jesuítas al tratado 
de Madrid, aparte de las razones de elevada política que 
señalaba, |H>día fundarse tambión, si lo hubiera deseado, en 
dos hechos concretos que tenían para España suma impor- 
tancia, á saber: la contravención á las leyes de Indias vi- 
gentes, y el desobedecimiento á los mandatos de la Iglesia. 
En efecto, las leyes de Indias consideraban á los indígenas 
como personan miserables, a las cuales estaban anexas 
todos los privilegios que acompañaba esa designación, no 
pudiéndose por ningún motivo atentar a su vida, propie- 
dades y goces legítimos ( 1 ). La Corte atentaba desde luego 
á todo esto, arrancíindo de sus hogares a muchos miles de 
hombres, y entregándoles á la desesperación, para satisfa- 
cer combinaciones políticas á todas luces contrarias al 
bien del Estado. Y siendo ello así, como en realidad lo 
era, tanto más insólita aparecía la violación de las leyes. 



( 1 ) Miserabh'.^ pn'sonas se reputan y llaman— á\ce Solórzano — todas 
aquellas de quien naturalmente nos compadeeemos jwr su estado, calidad 
y trabajos, según que después de otros lo resuelve Menoquio, conclu- 
yendo que el censurar esto, queda en arbitrio del Juex, canio son tan- 
tas, y tan varias sus circunstancias. Pero cualesquiera, que se atiendan, 
y requieran, hallamos, que concwTen en nuestros Indios por su hu- 
milde, servil, y rendida condición, de la cual dexo ya dicho tanto en 
los capítulos pasados, y añaden más d cada paso infinitos Autores, 
F aun guando no concurrieran en los Indios estas causas para deber 
ser contados entre las personas miserables, les bastará ser recién con- 
vertidos a la Fe, á los quales se concede este titulo, y todos los privi- 
legios, y favores, que andan con él, como en general de los Indios, y 
demás Infieles que se convierten, lo enseña Inocencio comunmente re- 
cibido, y en especial hablando de los Indios nuestro Gregorio López, 
Matienxo, Alfaro, y el Arxobispo de México I). Feliciano de Vega, que 
exjnesamente lo afirman, así por esta razón, como por las demás que 
dexo apuntadas, de su imbecilidad, rusticidad, pobreza y pusilanimidad, 
continuos trabajos y servicios. (Juan de Solórzano y Pereyra, Política 
hidiana; i, ii, xxvm. ) 




62 LIBRO I. — EL GOBIERNO ESPAÑOL EN EL URUGUAY 

pues no solamente iba á perjudicar á una gran masa de 
súbditos, sino que desmembraba los territorios de la Co- 
rona, dando enorme prestigio militar y diplomático al más 
encarnizado de sus enemigos. Estas eran razones adiciona- 
les que podían agregarse para liacer oposición al tratado, 
el cual por su inoportunidad y latitud en conceder domi- 
nios, aparecía peor que cuantos hubiera ajustado España 
con relación á sus posesiones americanas. 

Además, España no podía ceder un palmo de terreno en 
América, que no fuese contra lo pactado en el cuerpo de 
las leyes especialmente redactadas con este fin, leyes que, 
por otra parte, tenían casi todas la sanción de Koma y ve- 
nían á establecer una jurisprudencia semi- religiosa que las 
hacía mayormente respetables. Los reyes antecesores á 
Fernando VI no se atrevieron nunca á proceder de un 
modo definitivo en la cesión de territorios al extranjero, 
dándose el caso de que cuando se les arrancaba un trozo 
de tierra americana, no lo abandonasen sinó condicional- 
mente y con cargo de someterse en último resultado á la 
decisión del Sumo Pontífice, como sucedió en tiempos de 
Carlos II con la Colonia del Sacramento. Y si tan ex- 
presa era la legislación relativa á los establecimientos de 
carácter civil, en los cuales sólo tenían superintendencia 
incidental las personas religiosas, es llano que tratándose 
de las Misiones jesuíticas pobladas de naturales converti- 
dos, aleccionados y gobernados por religiosos, era directa 
la incumbencia que los religiosos y la religión tenían, y 
más sensible la contravención á las leyes destinadas á ga- 
rantir esa forma de goliierno. De todas maneras, atentá- 
base no sólo á la integridad de la monarquía española en 
el tratado de Madrid, sinó también á los preceptos legales 




LIBRO I. — KL (ÍOBIKUNO K8I»aSoL KX Eí. UUUOUAY 68 



que habían establecido de un modo [K).sitivo, con aquies- 
cencia del monarca y del Pontífice esa integridad indiso- 
luble. 

Y para un Rey tan piadoso como se decía ser Fernando 
VI, cuyas atenciones se dedicaban en gran parte al exa- 
men de los pequeños detalles del culto externo, no debía 
haber sido cuestión de poca monta enterarse, que con el 
nuevo tratado, á par que despojaba á los indígenas redu- 
cidos, atentaba contra prescripciones expresas de la Iglesia, 
opuestas á semejante temperamento. Habían sostenido di- 
versos pontífices, que ni aun a los indios no convertidos 
pudiese privárseles de sus bienes, bajo pena de excomu- 
nión laUe sentenilw Ipso fado i ncurrenda ; por manera 
que, si con los gentiles se usaba de tal lenidad, con los 
conversos y reducidos no ha)>ía excusa para el despojo ( 1). 
Y era necesariamente un despojo, aquella evacuación de 
sus pueblos que se les ordenaba, sin que hubiese mediado 
circunstancia que pudiera paliar la disposición, ó expli- 
carla. 

Mientras la oposición al tratado alzaba la voz en Amé- 
rica, fuertes trabajos se hacían en Europa, unos en pro y 
otros en contra de él. Tenía gran mano en el asunto, como 
su defensor y partidario, Keenne, embajador inglés en Ma- 
drid, estrechamente unido á D. Ricardo Wall, ministro no- 
vel de Fernando VI, y á la Reina Doña Bárbara, que des- 
picaba el fastidio de su obesidad y sus dolencias, con la 
dedicación más que admisible á los intereses del Rey de 
Portugal su hermano. Estos tres personajes, influyendo 
sobre el ánimo de Fernando, ayudados por Carvajal, nego- 



(1) Solórzano, Política Indiaua ; i, ii, i. 




64 IJBIíO I. — EL GOBIERNO ESPAÑOL EN EL URUGUAY 

dador del tratado, y no perdiendo ocasión aprovechable, 
urgían su más pronta sanción. 

Los ingleses, desde que la paz de Aquisgram, asentada 
en 1748, les había desposeído de importantes territorios, 
buscaban el desquite, intentando separar á España de Eran- 
cia, para que en caso de nueva guerra su país estuviera 
asegurado contra la coalición de dos potencias tan temibles. 
Al efecto influían sobre Portugal, su antiguo aliado, inci- 
tándole á solucionar toda diñcultad existente con la Corte 
de ^ladrid, lo que preparaba de suyo una alianza hispano - 
portuguesa, muy favorable á Inglaterra, que se proponía 
utilizarla en provecho propio. 8obre esta base se agitaba 
la diplomacia inglesa de tiempo atrás, impulsando los pro- 
gresos del tratado que ahora veía la luz pública, y cuyos 
preliminares ajustados secretamente con el .Key D. Juan 
V de Portugal, acababan de tomar forma correcta lia jo 
el mando de D. José I, su hijo y sucesor. Así se explica 
la actividad que desplegaba el embajador ingles en Ma- 
drid, empleando con éxito dos grandes apoyos para su 
causa, que eran la Reina Dona Bárbara, portuguesa de 
origen, y D. Ricardo Wall, irlandés de nacimiento. 

Tales intrigas debían naturalmente dividir el Gabinete 
español, sobre todo, llevando en él la dirección é influen- 
cia el marqués de la Ensenada, ministro íntegro, laborioso 
y patriota, á quien no se había consultado palabra sobre 
la negociación que se tenía entre manos. Ensenada cono- 
ció el tratado cuando ya estaba concluido, y entonces, su- 
poniendo inútil cualquier resistencia personal suya, afectó 
conformarse á los hechos. No teniendo dentro de España 
medios bastante poderosos para combatir al monarca, apeló 
á un recurso extremo. Era Rey de las dos Sícilias y pre- 




UBUO I. --KL OOBIERKO KSl'A.^Or, EN EL IfRUCíüAV 



Ga 

siinto hoivdero de la Corona os|iañola, el infante D. Car- 
loíí de J^orbón, mas tarde Carlos IIF, y lí él se dirigió 
Ensenada con toda reserva, .poniéndole en claro los in- 
convenientes del tratado, y rogándole que, á título de 
poseedor presunto de los dominios que iban á ser entrega- 
dos á Portugal, protestase contra el despojo (1). El paso 
era atrevido y debía causar, como causó efectivamente^ 
un trastorno completo en el rumbo do la política es- 
pañola. 

Xo fueron, sin embargo, tan secretos estos manejos, que 
pasaran inadvertidos de la Corte de Lisboa, donde ha- 
bía hombres tan exigentes que todavía creían no ser el 
tratado bastante ventajoso para los intereses de su país. 
Dolíanse algunos de que se pactara la entrega de la ciudad 
de la Colonia, cuyo noml)re, influencia y elementos de vida 
agigantaban la di>stancia y el ruido de las sangrientas ba- 
tallas libradas por ambas partes para obtener su posesión. 
En concepto de éstos, la devolución de la ciudad uru- 
guaya no tenía compensación equivalente; y así es que 
llegó á formarse un partido contrario á la cláusula del tra- 
tado que determinaba la entrega, poniéndose á su frente 
aquel Antonio Pedro de Vasconcellos, Gobernador que ha- 
bía sido de la ciudad. Este antecedente daba peso á su opi- 
nión, y los escritos que publicó sobre la materia conmo- 
vieron los ánimos. Le replicó, empero, Alejandro de Guz- 
mán, hombre de estado ])ortugués, quien, como nacido en 
el Brasil y conocedor de la topografía de su territorio, te- 
nía sobrada noción de las ventajas del pacto, del cual había 



(1) Antonio Rodríguez Villa, Kl de la Ensenada: ensaifo 

hiogrúlico. 



L)om. Esi*. — H. 




G6 LIHRO I.^EL GOBIERNO E.^jPAÑOL EN EL URUGUAY 

sido colaborador activo, por otra parte. La palabra de 
Guzmáii era la palabra oficial de su Gobierno, de modo que 
no obstante las razones alegadas por Vascoiicellos, el Gabi- 
nete de Lisboa prosiguió firme en sus primitivas idc&s, y el 
marqués de Pombal, recientemente incorporado al Ministe- 
rio, tomó á punto de honra la ejecución de aquel tratado 
tan favorable á los intereses de su país. 

Desde que intervino el marqués en el asunto, dió mues- 
tras de su carácter suspicaz y desconfiado, inaugurando 
el sistema de terrible espionaje con que más tarde había 
de perfeccionar la táctica de persecución á sus adversarios. 
Creyendo qué la polémica de Vasconcellos hubiese dejado 
impresiones ingratas en el ánimo de la diplomacia portu- 
guesa, y temiendo á la vez que el Gobierno español se 
echara atrás de lo convenido, despachó espiones á Es- 
paña para sondear con el mayor sigilo cuanto allí pasaba. 
Al embajador portugués en Machid, vizconde de Villano va 
da Cerveira, lió le exceptuó del número, colocándole al lado 
á un tal Lobo da Gama, con cargo de vendérsele por ín- 
timo y espiar de esa suerte todos sus pasos, trasmitiendo 
á Lisboa cuenta minuciosa de ellos. Pero el ministro es- 
pañol Carvajal, que andaba asustado con la actitud de 
Ensenada y desplegaba gran celo en informarse de cuanto 
pudiera ocurrir sobre la ejecución del tratado de que era 
uno de los firmantes, interceptó desde sus comienzos la 
correspondencia de Gama, y después de imponerse de ella 
y sacar copia, la enviaba á su destino. No contento con 
esto, mandó en comisión secreta á Lisboa lui oficial de 
marina llamado Lángara, con orden de imponerse del ver- 
dadero estado de los ánimos, por sospechai* alguna mu- 
danza de que no le convenía estar desprevenido. 




IJBKO I. — FX (K)JiIEPvNO ESPAÍÍOL EX ET. URUGUAY 



Ü7 



Este espionaje rtX'íprotH)» que era <\q mal agi'uH’O para la 
conclusión satisfactoria dcl asunto, fue haciendo tirante la 
situación de los luinistros comprometidos en el tratado. 
Poiubal y Carvajal, cada uno con relación á los que obe- 
decían sus órdenes, fueron cerrándose cada vez más en las 
desconfianzas, temiendo el uno que el pacto fracasase con 
desventaja pañi su país, y el otro que sucediese igual cosa 
con honor para Ensenada, su opositor decidido. Más re- 
suelto Pombal y más libre en su aedón que <‘l español, 
tradujo á la práctica sus sospechas, y no conviniéndole 
la presencia en Madrid de Villanova da Cerveira, á pe- 
sar del buen empeño que ponía en la ejecución del tra- 
tado, le sustituyó por otro ministro de su íntima con- 
fianza, pero que no aventajaba al destituido ni en habi- 
lidad, ni en talentos ( 1 ). De esta suerte, urgidos los ne- 
gociadores por intereses tan encontrados, apuraban por dis- 
tintos motivos la realización del pacto verdaderamente 
leonino que debía costar tanta sangre. 

Nombráronse al fin los comisarios demarcadores : por 
parte de España el marques de Valdelirios, peruano de na- 
cimiento y ministro del Consejo de Indias, y el jefe de 
escuadra D. José Iturriaga, acompañados por buen número 
de ingenieros y geógrafos españoles. Los comisarios portu- 
gueses fueron Gomes Freyre de Andinde, futuro conde de 
Bobadela y Capitán General de Río Janeiro, Minas y San 
Pablo, y D. Antonio Rohm de Moura, Capitán General de 
Matogrosso, á quienes acompañó un número considerable 
de oficiales y geógrafos ingleses. Mientras todas estas gen- 
tes marchaban á su destino desde los puntos más opuestos 

\ (1) Porto SeíTuro, Ilistfma acral : ii, XLin. 




68 



LÍBRO I. — KJ. GOBIERNO KSPAÑOE EN EL URUGUAY 



del Imperio, el Rey de España, hipocondriaco y displicente 
de ordinario, encontraba por primera vez una satisfacción 
política en haber complacido á su mujer y hecho las pa- 
ces con su cuñado. Nacido de padre emprenc\edor, aunque 
enfermo, y de madre incapaz de gobernarse á sí misma, 
Fernando YI parecía haber heredado del uno el malestar 
físico y de la otra la falta de carácter. Su mujer, fea, aunque 
amable, no era bastante á llenar el vacío de un matrimonio 
sin hijos, y la adhesión que sentía hacia ella por afinidad 
de sufrimientos, estaba exenta de entusiasmo. Amaba con 
pasión la música, que suele ser consuelo de enfermos y de 
tristes, y por su manera de gobernar y sus gustos, an- 
tes que rey de un ^^oderoso Imperio, era patrón de una 
casa grande. Así fue que el tratado de Madrid, obra in- 
digna como hecho político, pudo parecerle equitativa como 
partija de familia. 

Caminando las cosas á tan desagradable desenlace, cir- 
culó el 2)áís una noticia de las más satisfactorias. Vínose 
á conocimiento de que las repetidas instancias del Cabildo 
de Montevideo para la creación de un Gobierno político y 
militar desempeñado .por titular propietario, habían sur- 
tido efecto en la Corte, invistiendo ella con tal carác- 
ter al coronel I). José Joaquín de Viana, ya en marcha 
para ocupar su puesto. Hasta estos tiempos, como se ha 
visto, la gobernación de Montevideo fue regida puramente 
por oficiales subalternos, cuya dependencia absoluta del 
Gobernador de Buenos Aires les concedía una autori- 
dad precaria para sí, e insoportable para las corpoRiciones 
civiles sobre quienes la hacían pesar con toda la falta 
de consideración inherente á la ausencia de responsabili- 
dad elevada, bastos oficiales comandantes fueron D. Fran- 




Lumo I. — EL GOBIERyO ESPAÑOL EN EL URUGUAY 09 



cisco A. de Lemos, D. Francisco de Cárdenas, D. N. Ca- 
rabajal, D. Fructuoso de Palafox, D. Alonso de la Vega, 
D. Josá de Arce y Soria, D. Francisco Lobato, D. Do- 
mingo Santos de Uriarte y D. Francisco Gorriti (l). 



(1) Isidoro De -María, Com^oendio de la Historia de la República O, 
del Uruguay; i, xi. 




LIBRO SEGUNDO 



GOBIERNO DE VIANA 



D. José Joaquín de Viana. — Instrucciones que traía. — Malestar del 
país. — Campaña contra los charrúas. — Tentativas industriales. — 
Contribuciones y leyes suntuai’ias. — Terrenos de propios. — Llegada 
del marqués de Valdelirios. — Discusión del tratado de Madrid. — 
Actitud de los jesuítas. — Colocación de los primeros marcos en la 
frontera del Este. — Disturbios en las Misiones. — Primera campaña 
de Misiones. — Retirada de los españoles. — Combate del Daymán. — 
Armisticio de los portugueses con los indígenas. — Proyecto para 
una segunda campaña. — Es llamado Viana á tomar parte en ella. — 
Su polémica con el Cabildo antes de partir. — Su actitud en los 
consejos del ejército. — Los portugueses fundan el fuerte de S. Gon- 
zalo. — Apertura de la segunda campaña de Misiones. — Bizarra con- 
ducta de Viana. — Batalla de Kaibaté. — Pasaje del Monte-grande. — 
Entrada é incendio de S. Miguel. —Rendición de S. Lorenzo. — 
Conclusión de la guerra. —Fundación del Salto. — Examen de la 
conducta de los jesuítas en los sucesos de Misiones. — Regreso de 
Viana. — Fundación de Maldonado. — Ascenso de Carlos III al po- 
der.— Su ruptura con Inglaterra. — Los portugueses fundan el fuerte 
de Santa Teresa. — Preparativos de Cevallos. — Fortalece á Maldo- 
nado. — Rinde á Colonia. — Bate á la escuadra inglesa. —Rinde á 
Santa Teresa, San Miguel y Río -grande. — Funda la villa de San 
Carlos. — Cesan las hostilidades. — Devolución de Colonia á los 
portugueses. — El Cabildo de Montevideo y los jefes indígenas. — 
Fin del gobierno de Viana. 

(1751 — 1764 ) 



En 22 de Diciembre de 1749, había recibido el teniente 
coronel don José Joaquín de Viana, su título creándole 




74 



LIBRO II. — GOBIERNO PE VIANA 



Gobernador de Montevideo y coronel de los ejércitos rea- 
les, promoción que le alcanzaba, á los. 34 años de edad (1). 
Era Viana un oficial valeroso y apto, probado desde 1735, 
en que empezó su carrera en d ase de alférez. Había he- 
cho las campañas de Saboya y Piamonte bajo las órdenes 
del duque de Alba y el marqués de la Mina, quedando 
herido y prisionero en 1746. Los certificados de sus jefes 
acreditan varias acciones de guerra ejecutadas por él, una 
de las cuales mereció particular agradecimiento del sobe- 
rano. El ojo experto del marqués de la Ensenada fué á 
buscar á este oficial entre las filas, para encargarle del 
mando dificultoso de un gobierno donde todo era nuevo; 
á pesar de la instancia del Gobernador de Buenos Aires 
que proponía al capitán D. Francisco Gorriti, jefe de Mon- 
tevideo, por muerte de D. Domingo Santos de Uñarte, 
para ocupar en propiedad y con título de Gobernador el 
puesto vacante. 

Se le dieron instrucciones á Viana, haciéndole saber que 
estaba subordinado al Gobierno y Capitanía General de 
Buenos Aires, especialmente en los asuntos militares sobre 
fortificaciones, reglamento de la guarnición, consumo de 
municionés y pertrechos, y castigo á los soldados transgre- 
sores; en todo lo cual no podría hacer novedad irreparable 
sin consentimiento de aquella autoridad superior. Se le 
advertía también que en los pleitos y causas contenciosas 
entre partes, practicara lo mismo que los demás goberna- 
dores de las diversas provincias del Plata, oyendo y otor- 
gando las apelaciones para la Real Audiencia del distrito. 
Todas las materias tocantes al Real Patronato, debían in- 



(1) P(*rnott>', Voyaffp nux i síes Malrines: i, vin. 




LIBRO II. — (JOniKRNO DK VIANA 



75 



cnmhirle en la jurisilieción de su mando, y la extinción y 
|>erse(‘ue¡ón del comercio ilícito le estaba particularmente 
encomendada. En el gobierno económico y político de la 
Provincia, asistencia á los Cabildos, elecciones anuales y 
demás funcionCvS de ella, venta y remate de los oficios de 
la Kepública, ejecuciones de la Real Hacienda y consiguien- 
tes negocios de estii naturaleza, obrase al igual de los de- 
más gobernadores de las provincias del Plata, con cargo á 
que el de Buenos Aires podría intervenir en sus operacio- 
nes siempre que las juzg-are no ir arregladas á las leyes vi- 
gentes en ese punto. Aunque era obligado á visitar las 
ciudades y pueblos de su gobierno una vez á lo menos du- 
rante el quinquenio de su mando, había de dar noticia de 
ello al Gobernador de Buenos Aires antes de salir á prac- 
ticarlo, y esperar su respuesta, porque pudieran ofi'ecerse 
tales cosas que no conviniere al Real ser\dcio la ausencia 
indicada, ó haber dependencia de gravedad que encargarle 
en alguno de los pueblos de la visita { 1 ). Se le señalaban 
4,000 pesos de sueldo anual, y cinco años por término de 
duración en el servicio del empleo de Gobernador. 

A la misma fecha de estas instrucciones, notificaba el 
Rey á la Audiencia de Charcas, que con la creación del 
Gobierno de jNIontevideo cesaba el abuso de enviar al 
Uruguay jueces en comisión por causas leves. El estilo 
áspero en que la Real Cédula estaba concebida, denota 
que el abuso había trascendido en más de una ocasión 
hasta la Corte, haciéndose merecedor de severo correc- 
tivo. Decía el Rey: «Y porque soléis enviar jueces de 
comisión por causas leves y con salarios excesivos, en que 



(1) L. C. de Montendeo. 




76 LIBRO II. — GOBIERNO I)E VIANA 

los vecinos de aquel territorio reciben agravios: os ordeno 
y mando que de aquí adelante no proveáis tales jueces, 
sino que las causas que se ofrecieren las remitáis al Go- 
bernador, excepto en los casos inexcusables y precisos, y 
que en éstos sea á costo de los que pidieren, con apercibi- 
miento de que de lo contrario se proveerá el reirredio. » (1) 
Por manera que la creación del Gobierno de Monte^ddeo, 
venía á rendir un doble servicio á los habitantes del país ; 
libertándoles del despotismo exageradamente minucioso de 
los oficiales subalternos que hasta entonces habían repre- 
sentado la autoridad Real, y aboliendo de paso los abusos 
de la Audiencia de Charcas, cuyos ministros se habían 
ingeniado para encontrar una fuente de emolumentos en 
la explotación de la justicia. 

Con estos antecedentes púsose en marcha Viana para 
su destino, y en 13 de Febrero de 1751 prestó ante el Go- 
bernador y Capitán General de las provincias del Plata 
residente en Buenos Aires, el juramento de forma. En se- 
guida corrió las diligencias laboriosas y enredadas á que 
daba, lugar la .toma de posesión de su empleo, y con todo 
arreglado, vino á Moiite\ddeo, donde le reconoció é instaló 
el Cabildo en 14 de Marzo de aquel mismo año. Grande 
era el contento de los habitantes de la ciudad y sus au- 
torídades con la nueva de haberse arribado cumphda mente 
á la indicada solución, pudiendo tener al fin un Goberna- 
dor de antecedentes respetables, ó sea un « castellano 'pro- 
pietario », según el Cabildo lo pidiera. Además, como el 
nombramiento de Viana parecía contrariar las pretensio- 
nes del Gobernador de Buenos Aires, que había tenido en 



M) L. C. de Moidrrifiro. 




LIBRO II. — (GOBIERNO DE VIAXA 77 

vista otro candidato de estrecha relación suya, esto abo- 
naba todavía en favor del recien llegado para aumentar 
la popularidad de su persona. Y tan contento estaba el 
Cabildo y tan pocos deseos tenía de poner obstáculos á la 
marcha del nuevo Gobernador, que pasó por alto exigirle 
afianzamiento para el caso de ser enjuiciado en residencia, 
como deliberadamente lo* preceptuaban las leyes y era cos- 
tumbre. Tres meses después de lecibido Viana, fue que 
inició el Cabildo la gestión del afianzamiento en términos 
muy corteses, y el Gobernador se tomó un mes para re- 
plicar, excusándose con su inexperiencia, y presentando á 
D. Juan Bautista y á D. Francisco Pagóla para fiadores ( 1 ). 

Sin embargo, no era gaje de un mando pacífico, el estado 
en que se hallaba el país, particularmente la campaña, 
hondamente conmovida por recientes disturbios y amena- 
zada de peligros que se dejaban temer. Mal apagados los 
rencores de la última guerra, vivían los charrúas á dis- 
gusto con motivo de la invasión de sus tierras, que á pre- 
texto de bonificarlas por el trabajo y la cría de animales 
destinados al subsidio común, se las iban apropiando los 
españoles. Con esto, y con ser los naturales uruguayos tan 
poco inclinados á la sumisión, comenzóse á sospechar nuevo 
alzamiento de su parte. Viana, que lo preveía, y estaba 
asesorado de las ideas dominantes en los consejos del Go- 
bernador de Buenos Aires á este respecto, tuvo por pru- 
dente anticiparse á los hechos. Ordenó, pues, que el sar- 
gento mayor D. Manuel Domínguez con 220 hombres de 
armas y provisiones para dos meses, abriese campaña con- 
tra los indios del país. 



(1) Oficio de Vkmaj ÍJ Junio 1751 (Arch del Cab). 




78 



LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA 



Púsose en niovimieuto Domínguez muy rápidamente, y 
debido á la actividad de sus marchas no fue sentido de los 
naturales. Al llegar al arroyo Tacuarí, aprehendió un 
jefe que espiaba sus movimientos, y que angustiado de la 
sorpresa, delató la situación de los suyos; teniendet'empero, 
la entereza de matarse en seguida como muestra de arre- 
pentimiento algo tardío es verdad, pero no menos sincero. 
Asesorado Domínguez del paradero de los charrúas, cayó 
sobre ellos de sorpresa, matándoles muchos individuos y 
haciendo 91 prisioneros. Creyó el jefe español que este 
golpe desalentaría á sus contrarios, mas no pasaron así las 
cosas. Relúcieronse los sorprendidos, y se prepararon á ju- 
gar el éxito de su fortuna en una batalla. Al día siguiente 
de la sorpresa, salieron de un bosque inmediato bien orga- 
nizados y dispuestos al combate. Fue tan sangriento, que 
se reputa de bueno entre los mejores; pero con todo, resul- 
taron vencidos ( 1 ). 

Pacificado el país por este lado, comenzó la industria á 
dar alentadoras muestras de vida. Don Francisco Pinto 
Villalobos, oficial de guerra de la Colonia, consiguió en 
1751 de la Corte de Mathdd permiso para extraer muías 
con destino á los dominios portugueses. Lo esencial del con- 
trato era, que Pinto había de pagar á la Real hacienda la 
tercera parte del valor de los animales extraídos. Concedió 
el Gobernador de Buenos Aires un permiso para la extrac- 
ción de 3800 muías, y más adelante lo extendió hasta per- 
mitir que fueran extraídas 6000. Pero el Cabildo de Bue- 
nos Aires y el Gobernador de Tucumán, que suponían 
precursor de profundas alteraciones comerciales este en- 



(1) Funes, Ensayo, etc; iii, v, m. 




IJimo n. — (H)BIEltNO DE VIAN A 



79 



sayo, toniaroii cartas en el asunto, ponderando el alza de 
precios que traería (H)nsigo una concesión en su sentir tan 
desatinada. Con sus razonamientos exti’afios, afwcaron el 
ánimo d(*l Virrey de Lima, quien tomando en serio cuanto 
aquéllos lo dijeran, hizo frustránea la resolución anterior, 
reduciendo al solo transj)orte de las primeras :1800 muías 
todo el permiso otorgado á Pinto (1). 

Menos desgraciada fue otra tentativa do los vecinos de 
Montevideo. Bajo pretextos tan fútiles como todos los 
que entonces se ponían en juego para dificultar la in- 
dustria, estaba prohibido arrancar piedra del recinto de la 
plaza hasta tiro de cañón. Nadie se explicaba satisfacto- 
riamente tal conducta de la autoridad militar, pues más 
bien servían de estorbo que de ayuda una serie de pedrus- 
cales, que ubicados entre los límites del terreno vedado, ni 
favorecían la defensa de la plaza, ni procuraban á los ve- 
cinos posibilidades de buena comunicación entre sí. Con 
este motivo, cesó la edificación por carecer de un con- 
cluso elemental, y la ciudad, en vez de prosperar con 
los nuevos pobladores que recibía, comenzó á estacio- 
narse en su antigua condición. Dolido el Cabildo de ta- 
les muestras de atraso, reclamó contra la medida, fun- 
dándose en los pocos recursos con que contaban los pobla- 
dores, y en que la mente del Rey había sido concederles 
amplio permiso para extraer toda la piedra que necesita- 
sen, excepción hecha de la nativa de las canteras que se 
explotaban para obras públicas. A vueltas de tan po- 
derosas razones, consiguió que la prohibición se revocase, 



(l) Larrañaga y Guerra, AimnUs históricos, etc.— Funes, Ensayo^ 
etc: loe cit. 




80 



LIBRO IJ. — GOBÍERXO DE VÍAXA 



y el vedndnrio, provisto de tun abundante material, se dio 
á la construcción de los edificios y poblaciones de que ha- 
bía menester. 

Paralelamente al desarrollo de la industria, crecían los 
imj)uestos destinados a vivir á su arrimo. España conser- 
vaba vigentes ciertas contribuciones de origen medioeval, 
entre ellas la llamada Bala de la Santa Cruzada, que 
siendo para el orbe cristiano una indulgencia pontificia en 
favor de los que marcliasen á la conquista de Tierra Santa, 
surtía iguales efectos en la Península siempre que sus ha- 
bitantes pagasen un tributo al Rey para guerrear contra 
infieles. Xomljrado el Gobernador de Buenos Aires, por 
despacho expedido en Aranjuez á 12 de Mayo de 1751, 
Superintendente de Cruzada en el distrito de su jiuisdic- 
ción, inmediatamente de recibir letras de la Corte lo co- 
municó al Cabildo, excitando su celo para mejor llenar el 
cometido, y delegó en fray Armandos la comisión de ex- 
pender en Montevideo una gran cantidad de bulas, para lo 
cual venía bien provisto de ellas aquel religioso. Y mien- 
tras que esta noticia del impuesto de bulas era comunicada 
á todos los pueblos americanos del dominio español por 
una Real Cédula, otra Real Cédula vino en pos, prescri- 
biendo la clase de tela y galón que debería usarse en los 
ataúdes y el número de velas en los entierros. 

Con todo, el Cabildo atendía siempre á estimular los 
progresos del país, punto objetivo de sus cuidados. Desde 
que se fundó Montevideo, constituía la distribución de so- 
lares un manantial de querellas, porque, como ya se ha 
visto, trataban los oficiales militares de apropiárselos con 
gran disgusto de los pobladores. Esto había dejado al Ca- 
bildo sin acción para hacer aquellas mercedes que el au- 




LIBRO II. — tlOBIERNO DE VI ANA 



81 



mentó de pobladores requería, y como las quejas subiesen 
de punto y no tuviera la corporación medios disponibles 
de adelantar la ciudad, se fijó en la necesidad de amojonar 
y deslindar los terrenos llamados de Propios que la perte- 
necían exclusivamente, y sobre los cuales ya había hecho 
propuestas directas al Rey, según queda naiTado. Al efecto, 
pues, nombró una comisión compuesta del piloto D. Anto- 
nio Camejo Soto, D. Bruno Muñoz, D. Pedro Montesdeoca 
y D. Francisco Pagóla para que practicasen el indicado 
amojonamiento y deslinde, en lo cual prestaban gran servi- 
cio. La comisión comenzó desde luego sus trabajos, con- 
cluyéndolos en Agosto del siguiente año. 

Entre tanto, llegaba al puerto de Montevideo, en 27 de 
Enero de 1752, el navio S. Peregrino (a) Jasón, condu- 
ciendo á su bordo al marqués de Valdelirios y demás co- 
misarios encargados de llevar á efecto el tratado de límites 
últimamente concluido con los portugueses. Evacuadas las 
diligencias de cortesía en la ciudad y tomado el reposo ne- 
cesario á una navegación tan larga, el marqués y su comi- 
tiva se trasladaron á Buenos Aires, desembarcando allí en 
19 de Febrero siguiente. Acompañaban á Valdelirios el 
P. Luis Altamirano, delegado del general de los jesuítas, y 
el P. Rafael de Córdova, compañero de éste; esperándoles 
el P. José Barreda, ex provincial del Perú, recientemente 
transferido con el mismo cargo al Paraguay, en previsión de 
que su falta de raigambre en estos dominios le permitirían 
proceder con la imparcialidad que era requerida. Se alojó 
el marqués en el Colegio de los jesuítas, y á los ocho días 
entregó á Andonáegui la cédula del Rey que acreditaba el 
carácter de que venía investido. 

La ambición y las zozobras batallaban cruelmente en el 



Dom. Esp. — II. 



6. 




82 



UBRO II. — GOBIERNO DE VI ANA 



alma de Val delirios, al pisar las playas americanas. Ori- 
ginario de ellas, á causa de su nacimiento en Huamanga 
del Perú en 1711, tenía por eso mismo, tal vez, mayor 
compromiso que ningiín otro en llevar á término feliz el 
negocio que se le había confiado. Miembro del Consejo de 
Indias, reputado de hábil y admitido por firme, ocupaba, 
rayando la edad madura, una posición que le abría campo 
á las más halagüeñas perspectivas del favor político; así 
es que, entre el temor de perder su crédito y la esperanza 
de adquiiár nuevos merecimiéiitos, traía el ánimo dispuesto 
á la violencia y el corazón lleno de recelos. La prevención 
capital que le trabajaba era una sorda malquerencia á los 
jesuítas, de quienes, empero, aceptó alojamiento, á pesar de 
que lo había pedido con antelación y por separado á An- 
donaegui, cuyas minuciosidades ponía á pnieba con tales 
carnbios. 

Indicada por el marqués la oportunidad de dar comienzo 
al trato de los asuntos relativos á su misión, empezó á im- 
ponerse de varios documentos que se le habían preparado al 
efecto. Andonaegui puso en sus manos una copia de la 
representación de los jesuítas al Virrey de Lima, junto con 
varias piezas justificativas.. En seguida llegó una exposi- 
ción del Obispo de Tucunián, que ponía de manifiesto los 
inconvenientes de la entrega de las Misiones; y después 
otra de D. Jaime Sant Just, Gobernador del Paragua}^ en 
el mismo sentido. Val delirios, como quien quería resolver 
equitativamente estas peticiones, las iba recibiendo con ta- 
lante agradable; mientras que reservadamente escribía al 
P. Barreda que intimase á los curas doctrineros de los siete 
pueblos de Misiones el desalojo de ellos, en prenda de con- 
formidad á la ejecución de lo pactado. A raíz de ese man- 




LIBRO II. — GOBIERNO DE VIAN A 83 

dato, pidió al mismo Barreda su parecer escrito sobre los 
medios más oportunos para realizar lo que acababa de or- 
denarle; buscando así el compromiso directo del Provincial 
de los jesuítas, que ni podía esquivar la contestación, ni 
dejar de consignarla en documento que revistiera calidad 
innegable. 

Sin embargo, la respuesta del Provincial fue noble, le- 
vantada y patriótica. « Es mi parecer — dijo -que habiendo 
sido formado el tratado de límites sin tenerse presentes las 
dificultades que ofrecía su ejecución, no debe presumirse 
un crimen á los ojos del Rey solicitar su demora. Pro- 
ponía en seguida que se consultase el juicio de D. Martín de 
Echaurri, D. Rafael de la Moneda y D. Marcos de Larra- 
zabal, sujetos que, habiendo sido gobernadores del Para- 
guay, podían dar luces en asunto tan delicado, «pues el 
único medio de lograr la emigración era no precipitarla, y 
todo estaba en riesgo si á la dulzura y el convencimiento 
se sustituía la violencia. » Hacía presente: « que teniendo 
los indios de su parte las ventajas del número y el cono- 
cimiento de los lugares, era posible batiesen las fuerzas 
reunidas de españoles y portugueses, haciéndose entonces 
mayor la dificultad de someterles; mucho más cuando los 
misioneros, bien instruidos en el estado de las cosas, te-- 
nían motivos fundados para creer que ni la fuerza de las 
razones ni de las armas determinarían á los indios á 
abandonar sus poblaciones. » Y por último afirmaba: «que 
la memoria de los males causados por los portugueses, ha- 
cía odiosa á los indígenas hasta la sombra de su poder. » (1) 
Algo desorientado Valdelirios por la fuerza de estos racio- 



(1) Funes, Enmyo, etc; nr, v, iir. 




84 LlliKO II. — (¡ülilKKNO DE VIAS A 

cinios, se dio it meditar un plan que conciliase, á lo menos 
en las apariencias visibles, los deseos de los demás con los 
suyos; pues no se encontraba bastante apoyado ó fuerte 
para contrariar la opinión uniforme del país, que recha- 
zaba abiertamente el desalojo y entrega de los' pueblos 
comprendidos en el tratado. 

De sus meditaciones resultó que convocara, reuniendolos 
en junta, al Provincial Barreda y su secretario, y á los 
PP. Altamirano y Cordova, reservándose llamar á Andonae- 
gui cuando fuera necesario, para que como ¡práctico en la go- 
bernación del 2?aís, solventase las dudas que pudieran sus- 
citarse respecto á cualquier punto de ejecución. Abiertas 
las conferencias, comenzó un largo debate, en que los je- 
suítas opusieron al desalojo inmediato todas las objeciones 
de tiempo, oportunidad y recursos materiales, que forma- 
ban el arsenal de su justa oposición. Dijeron que si se 
convenía en la entrega de los pueblos, era natimü preparar 
alojamiento á. los emigrantes, y que tan grande multitud 
de ellos se vería expuesta á perecer de hambre y frío, si 
no podía trasladarse á poblado, ni encontrar tierras rotu- 
radas donde plantar frutos cosechables. Manifestaron, que 
supuestos los nuevos límites concordados entre ambas Co- 
ronas, la transmigración de los indígenas debía verificarse 
más hacia adentro de su ubicación primitiva, con lo cual 
venían á caer en las vecindades de los charrúas, á quienes 
era necesario expulsar ante todo y por la fuai'za armada, 
de los lugares que ocupaban, si no quería exponerse á los 
emigi*antes á la dispersión ó la muerte. Computando el 
gasto enorme de esfuerzos que requería la fundación de 
siete pueblos para radicar las siete colonias cuyo desalojo 
iba á ponerse en práctica, demostraron ser necesario 




J.IÍ?RO ir. — GOKIERNO DK VIA XA 



85 



un plazo largo antes de |ioder ejecutarse lo (jue se 
pretendía. Invitados por el marques á designar el ter- 
mino de ese plazo, dijeron que cuando menos pedían tres 
años. No daré tres meses », replicó Valdelirios con 
acritud. 

De esto se Infiere que la conciliación de pareceres y opi- 
niones ansiada por Valdelirios, eia de aquellas en que 
el proponente pretende que los demás modifiquen sus 
ideas para servirle, mientras el permanece firme en su 
dictamen. No deseaba el marques otra cosa que hacer á 
toda brevedad la nueva designación de límites, entregando 
á los portugueses las Misiones y recibiéndose de la Co- 
lonia, para marcharse en seguida á Madrid; así es que 
le parecía simplemente absurdo esperar tres años la so- 
lución de un asunto en su sentir tan obvio. Sobre todo, 
no penetraba bien la necesidad que tuvieran los colonos 
desalojados, de encontrar habitaciones hechas y semente- 
ras donde sustentarse, á cambio de los pueblos y seml>ra- 
dos que entregaban al extranjero; pues poco idóneo en 
los trabajos de la tierra y nunca hecho á necesidades de 
sustento, le parecía fácil que los indígenas en su rusticidad 
fueran tan frugales que encontrasen alimento doquieia, y 
tan ajenos á los goces de la vida, que reputasen igual el 
techado á la intemperie. Mas no pensando del mismo 
modo el Provincial Barreda y sus comjmñeros de consejo, 
hicieron entender á Valdelirios que, si bien los indíge- 
nas eran fuertes por constitución y sobrios por costumbre, 
había entre ellos niños y viejos, mujeres y enfermos, cuya 
aptitud para resistir las marchas y contrariedades de la 
exjjatriación era dudosa, y por lo mismo necesitaban, no 
sólo albergue seguro en su instalación definitiva, sino alo- 




80 



IJBTIO ir. — GOBIERNO DE VI ANA 



jainientos jn’o vi si onales en el transito para protegerse de 
los rigores del tiempo. 

Por resultado de la disputa, se arribó á que 15 doctri- 
ñeros salieran en busca de lugares convenientes para efec- 
tuar la transmigración. Yaldelirios creía, y así l<y expuso, 
que bastaría una simple indicación de los curas, para que 
los indígenas, acostumbrados á la más pasiva obedien- 
cia, cambiasen domicilio. Los jesuítas estuvieron lejos de 
confirmarle en tal pensamiento, insistiendo en que la con- 
dición de hombres desconocida á los habitantes de las Mi- 
siones en el tratado, les haría más fuerza que todos los 
lazos con que pretendiera reatarles la sumisión á sus 
párrocos y la obediencia á unos mandatos repelidos por 
instinto. El marques oía estas razones encogiéndose de 
hombros, y con el mapa á la vista y Andonaegui á su lado, 
se orientaba de los territorios posibles de ser ocupados por 
los emigrantes, y aceptaba ó rechazaba los lugares, según 
le parecían. El Provincial Barreda y sus compañeros, ven- 
cidos en la discusión, poco podían prometerse. Como úl- 
timo argumento, dijeron que el celo por los intereses de 
S. M. era lo que les impulsaba á combatir aquellas cláu- 
sulas funestas, cuyo resultado no preveían los que se 
empeñaban en su cumplimiento. Traslucíase de su len- 
guaje, que no imputaban al Bey, sinó á sus consejeros, la 
falta cometida de pactar con los portugueses en la forma 
sancionada; y al discutir con tanto fuego los intereses de 
la Corona, advertíase la sinceridad con que creían al Bey 
supeditado por consejos malévolos, y no ser suya la idea 
de irrogarse á sí mismo perjuicios tan irreparables. 

Era general esta creencia en todos los individuos de la 
Compañía residentes en el Plata, y coinciden sus opinio- 




UnRO U. — GOmKRXO PK VIAN A 



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nos doquiera liavíi lial)ido ocasión de CíUisultarlaH. Al te- 
nor de lo que pensaba el P. Parreda, [)onsaban igualmente 
los curas doctrineros de los más apartados pueblos; refor- 
zándose la opinión de unos y otros, por una serie de no- 
ticias relativas á la conducta, y aflicciones del monarca, 
confirmatorias de los juicios sobre la manera de cauti- 
vidad en que se hallaba con respecto á sus consejeros. 
Hablábase de casos de conciencia consultados por el Rey 
á su confesor, de escenas en que Fernando había derra- 
mado copiosas lágrimas, y de otras circunstancias ade- 
cuadas para exaltar el ánimo de los empeñosos en que el 
pacto con los portugueses no so cumpliese. Decíase que el 
Rey, bondadoso siempre, no podía acceder á una injus- 
ticia; y se confiaba en que luego de saber el estado de 
ánimo de sus suliditos, revocaría el mandamiento de expul- 
sión que les despojaba de un hogar nunca abandonado 
hasta entonces, sino 2 '>ara servirle aumentando su poder y 
su gloria. 

En estas conferencias y objeciones, se pasaron tres me- 
ses; hasta que por fin se determinó la clase de terrenos 
adjudieables á los indígenas en vía de transmigración. Se- 
ñalóse á la Reducción de S. Luis un sitio entre la la- 
gmia Ibera y el río Santa Lucía; á la de S. Lorenzo 
una isla grande en el Paraná; á la de 8. 3Iiguel terre- 
nos al sudeste sobre el Río -negro; á la de 8, Juan un 
trozo insalubre lindero del pantano de Neembucú; á la de 
8. Angel terrenos al norte de la reducción de Corpus ; á 
la de 8, Francisco de Borja terrenos sobre el sur del 
Queguay en jurisdicción de los charríias, y tierras sobre 
una curva del Pai'aná entre Itapua y Trinidad á la de 
8, Nicolás. En seguida quedó indicado que el P. Altamirano 




88 



LIBRO ir. — OOBIERNO DE VI ANA 



se encargase de urgir la evacuación de los pueblos; y para 
obviar dificultades perentorias, se entregó á los jesuítas la 
suma de 28,000 pesos (1 ). 

Corresponde decir que los territorios designados eran 
inferiores á aquellos de que se privaba á los indígenas. Los 
habitantes de S. Juan, por ejemplo, eran obligados á cam- 
biar su envidiable residencia por un terreno pantanoso é 
insalubre, y los de S. Francisco sus fronteras seguras por 
la temible vecindad de los charrúas. A los de S. Lorenzo 
se les transformaba en isleños, y á todos juntos, en cambio 
de sus pueblos edificados y confortables, con buenas igle- 
sias y colegios, hospitales y casas de trabajo, se les daban 
terrenos desiertos donde debían rehacerlo todo, limpiando 
el suelo cubierto de matas y yuyos, y desgajando los mon- 
tes cercanos para proveerse de maderas con que fabricar 
sus viviendas. 

V aldelirios, contemplando resuelto satisfactoriamente lo 
principal de su cometido con la determinación de las tie- 
rras para la mudanza, puso fin á las conferencias en Bue- 
nos Aires, y se preparó á marchar donde le esperaba el co- 
misario portugués, que era Gomes Freire de Andrade, más 
tarde conde de Boba déla, y entonces Gobernador de Río 
Janeiro, Minas y S. Pablo. Once meses hacía que estaba 
avisado y pronto aquel comisario, y en 20 de Agosto de 
1752 había escrito encareciendo la urgencia de proceder á 
la demarcación, para lo cual quedaba listo con geógrafos y 
tropas en el acantonamiento del Chuy, donde acababa de 
llegar. Recibido el aviso, Valdelirios contestó de conformi- 



(1) Diario de Andonaeyui sobre la erneaaciOn de los siete pueblos yua- 
rauis de las Misiones silundas al oriente del Cnujuap (MS). 




LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA 



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dad á vuelta de correo, y luego se puso en marcha, camino 
de Maldonado, haciéndose acompañar de la partida de- 
marcadora que constituía la l.“ división española. En I."* 
de Septiembre se avistaron unos y otros, en las inme- 
diaciones del cerro de Navarro, abriéndose la conferencia 
con un acto de suma cortesía por parte de los portugueses. 
Dividía los dos campamentos un arroyo, en cuya opuesta 
orilla estalla designado el local para encontrarse los nego- 
ciadores. Valdolirios, puntual á la cita, pero poco hecho á 
usos militares, se transportaba á la hora indicada en una 
pelota por medio del arroyo, cuando Gomes Freire, que es- 
taba a caballo en el sitio convenido, lo ve, y metiendo es- 
puelas hacia la corriente, fue á alcanzarle, obligándole 
con mucho donaire á retroceder al punto de partida, donde 
al fin tuvieron la conferencia preliminar que duró tres 
horas. 

Siguiéronse luego algunas manifestaciones de culta ca- 
ballerosidad, en que uno y otro de los comisarios lucharon 
á porfía por mostrarse dadivosos y galantes. Valdelirios 
correspondió á las demostraciones de Gomes Freire en- 
viándole un espadín de oro y varias prendas de valer; 
mientras que el portugués regaló su propio reloj al porta- 
dor del obsequio, y de allí á poco retribuyq al marqués 
con prendas equivalentes en costo y lujo. Hubieron tam- 
bién bailes y serenatas, confundiéndose en las diversiones 
y banquetes, españoles y portugueses sobre el mayor j)ie 
de fraternidad ( 1 ). La ocasión de reunirse tanta gente dis- 



( 1 ) Diario da Expedif'do de Freire de Aadrade as Mtssnrs d(. 

Uruguay y pelo capifdo Jacinto Ilodngues de ('niiha ( Rt*v áo Iiistitiit» 
hi>t (lo Brazíl. XVI). 




90 



LIBRO II. — GOBIERNO DE VI ANA 



tinguida, incitaba de suyo á estas expansiones; porque in- 
cluso Gomes Freire, los concurrentes, aunque soldados 
casi todos, eran hombres de ilustración y buenas letras. 
Yaldelirios agregaba á la espectabilidad propia, el contin- 
gente de su estilo irreprocliable, adquirido en lA* que en- 
tonces pasaba por la mas cumplida de las cortes europeas. 
Así, pues, en medio de seductores agasajos, comenzaba á 
realizarse el tratado de límites, semejando el aspecto exte- 
rior de las reuniones de los comisarios y sus acompañantes, 
aquellos festines asiáticos donde los predestinados bebían 
el veneno en copa de oro. 

Lo avanzado de la estación y su crudeza, dificultaban, sin 
embargo, la marcha próspera de la demarcación. Con todo, 
el día 7 de Sei^tiembre acordaron los comisarios llegarse 
hasta la playa de Castillos grandes, distante cuatro leguas 
de sus campamentos; mas una vez allí, hallaron tapada la 
boca de la laguna que sale al mar, y les pareció la confi- 
guración de la ensenada discorde con lo que indicaban los 
mapas. Con\dnieron entonces en que Yaldelirios mandase 
venir los prácticos del país para resolver esa cuestión pre- 
^áa, mientras que los geógrafos de las comisiones irían 
configurando el terreno, ribera y ensenada, para no perder 
tiemf>o y resolver lo más acertado. El día 25 llegaron los 
prácticos, quienes, con otros de Gomes Freire, dieron solu- 
ción á las dudas pendientes. Allanada la dificultad, se pasó 
de los trámites á lo sustancial del asunto, y en C de Oc- 
tubre tuvo lugar la primera conferencia oficial de las co- 
misiones demarcadoras, exhibiéndose los comisarios sus 
respectivos plenos poderes, y quedó establecido que el día 
12 pasarían á escoger y señalar el paraje donde había 
de colocarse el primer marco. Llegado ese día, hubo nueva 




LIBRO ir. — GOIUKRNO DK VIAN A 



91 



discusión sobre lo apropiado del local que se indicaba, 
acordándose que sirviera de base al marco en proyecto una 
piedra que batía el mar, bien próxima á Castillos -gran- 
des, llamada I>Hena- riMa. El día IS hubo otra conferen- 
cia, y el 30 cercioráronse los comisarios de haber quedado 
establecido en Buena- Austa el marco principal. 

En IG de Novieiubi*e se abrió el debate para la coloca- 
ción del segundo marco, y se convino el 19 que sería co- 
locado eii el cerro de India- m aerta. Durante los días 3, 
5, 7 y 9 de Diciembre prosiguieron las conferencias con 
el fin de interpretar el verdadero sentido de la dirección 
correspondiente á la línea divisoria, arrancando de los 
dos puntos ya señalados. Por fin se avinieron, siguiéndose 
la demarcación por mojones de piedras sueltas de los mis- 
mos cerros, ó de tierra y madera, en los cuales se abrían 
á cincel las letras iniciales de los soberanos, mirando cada 
dos á sus respectivos dominios en esta forma: R. F. — R. C. 
Los marcos principales, venidos de Lisboa, eran de már- 
mol rectangulares, y con las siguientes inscripciones: al N. 
las armas de Portugal, y debajo sub Joanne V. Lucita- 
noriun Rege Fidelissinw ; al S. las de España, y debajo 
sub Ferdinando VI. Hispan i c Rege Catolice; al O. Ex 
¡:)actis Regundornm Jini íun coinentis Matriti Ibibus Ja- 
nuaris 1750; y al otro lado Justitia et Pax osculate 
sunt (1). 

Mientras se verificaba el arreglo de aquella parte de 
la frontera, no eran satisfactorias las noticias de Val- 
delirios sobre la actitud asumida por las poblaciones 



(1) Diario de Cahrcr soíirc Ja rnrsdóu de UmiJes entre Esjxíña y 
Porinfjal (]\IS). 




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LIBRO II. — GOBIBRXO DF: VIANA 



indígenas que iban ii ser entregadas á los ¡Dortugueses. 
Notábase en ellas un aire pronunciado de subversión y 
agavillamiento, según el mismo marques se lo tenía escrito 
al Gobernador Andonaegui, trasmitiéndole^ informes del 
P. Altamirano, que andaba procurando la evacuación. Para 
prevenir ulterioridades, pues, Gomes Freire y Yaldelirios, 
creyendo que su misión de testigos presenciales había con- 
cluido en el Este y era más necesaria la autoridad de sus 
personas en los sitios en que hubiera posiljilidad de resis- 
tencia armada, acordaron marcharse donde más urgía, to- 
mando el primero la dirección de Colonia y el otro la de 
Buenos Aires; no sin antes despachar tierra adentro la 
partida demarcadora (pie prosiguió sus trabajos en paz, 
aunque no en mucha concordia, á consecuencia de inculcar 
los portugueses sobre las alteraciones que el habla de las 
distintas parcialidades introducía en la pronunciación de 
los nombres, para discutir la verdadera ubicación de los 
parajes por donde había de pasar la línea divisoria. 

Entre tanto, el P. Altamirano, que en cumplimiento de 
la misión conferida á sus cuidados había tomado el camino 
de las Reducciones, marchaba de mal en peor en su em- 
presa de convencer á los pueblos que debían transmigrarse. 
Desde los primeros días de Agosto, en que llegó á Yapeyú, 
empezó á recibir cartas de los curas doctrineros, comuni- 
cándole que los indígenas estaban poco dispuestos á dejar 
sus viviendas habituales. Sobre todo, los de S. Miguel y 
S. Nicolás se mostraban muy adversos á la mudanza, así 
es que escribió á Valdelirios avisándole el estado de las 
cosas, ante cuyo sesgo creía él que para conseguir la trans- 
migración pacífica c se necesitaban los tres anos de tér- 
mino indicados en las conferencias de Buenos Aires; advir- 




LIlíKo IJ. - (iOWKUNO DK Vi ANA 

tiendo también que se suspendiese la salida de las partidas 
demarcadoras para no inquietar más á los indios. ^ Val- 
delirios no dio importancia á las aj)rensiones de Altami- 
nuio, contestándole que en caso ile resistirse los indíge- 
nas á la mudanza, practicaría alguna diligencia que les 
obligara á ello; y que en cuanto á las partidas demarcado- 
ras, ya iban en marcha. > Con esto, Altamiiano careció 
de objeción que oponer, volviendo á sus primeros empeños. 

Las noticias, sin embargo, eran desalentadoras para los 
que se lisonjeaban de concluir en paz el negocio. Un inci* 
dente grave vino á empeorarlo todavía, en la reducción de 
S. Nicolás, que era como el centro de la resistencia. Anda- 
ban aquellos indígenas quejosos del sitio que les cupiera 
en la permuta obligatoria, cuando acertó á entrar al pueblo 
un indmduo, no se sabe si indio ó mameluco, haciéndoles 
á su modo la relación de las causas que habían determi- 
nado la parte odiosa del tratado de límites. Según el fo- 
rastero, no eran los portugueses, sino los españoles quie- 
nes tenían la culpa de todo, pues Portugal había pedido 
una línea fronteriza que le diese Maldonado, dejando li- 
bres las reducciones del Uruguay, y España no quiso 
aceptarla, prefiriendo entregar las Misiones en cambio. 
Exaltado el espíritu de los indígenas por estas novedades 
que demostraban el poco aprecio en que les tenía el Rey, 
se pusieron en abierta resistencia, deponiendo sus magis- 
trados y sustituyéndolos por otros de quienes sabían estar 
resueltos á defender la posesión de las tierras que ocu- 
paban. Trascendió la novedad hasta S. Luis, reducción 
que el P. José García había conseguido traer á camino, y 
de la cual se llevaba 400 familias para transmigrarlas, ha- 
biendo negociado Altaniirano el libre pasaje de ellas con 




94 



IJBRO ir. — CiOHIERXO DE VIAXA 



los charrúas que i atentaban oponerse. Sabida la resistencia 
de los de S. Nicolás, los luisistas aun restantes en el pue- 
blo declararon que no se moverían de allí, y enviaron un 
mensajero á los emigrantes, comunicándoles dicha resolu- 
ción. Oir el recado y alzarse en rebelión, fue fpdo uno, á 
pesar de los esfuerzos del P. García y del Alcalde Payre, 
cuya vida peligró en el lance. Volvieron, pues, las fami- 
lias luisistas á su pueblo, con perdida de un viejo y cua- 
tro niños, que murieron á la ida agotados por las priva- 
ciones. 

Por todos lados iban saliendo frustráneos los esfuerzos 
de Altamirano y los curas que obedecían sus órdenes. Ex- 
cepción hecha del pueblo de S, Lorenzo, cuyos habitantes 
se resignaron á ocupar la isla que se les dió sobre el Pa- 
raná, comenzando á edificar en ella una iglesia y otros 
edificios necesarios, todos los demás se fueron alzando en 
rebeldía. El pueblo de S. Borja, cuya fidelidad hasta en- 
tonces no desmentida permitía á los demarcadores ocu- 
par una posesión que aseguraba la entrada á las Misiones, 
después de haber transmigrado al Queguay conducido por 
el P. Soto, trabajando seis meses para hacer habitable su 
nueva jurisdicción, se fastidió al fin, volviéndose á sus an- 
tiguos lares. Los habitantes de S. Juan avanzaron hasta 
el río Urugua}", y una vez á la vista de las tierras que se 
les daban, increparon á su cura que les había vendido á 
los portugueses y ahora quería revenderles á los españoles, 
y sin más, depusieron sus magistrados, nombrando otros de 
su confianza y tornando al territorio de donde habían sa- 
lido. Igual cosa sucedió con el pueblo de S. Angel, y por 
fin, hasta el de S. Lorenzo, cuya adhesión se creyó en un 
principio inconmovible, concluyó por desbandarse, á causa 




LIBRO II. — OOBIKRNO DE VI AXA 



95 



de que sus convecinos le negaron las subsistencias indis- 
pensables para mantenerse dentro de la isla que habitaba. 

Conmovida así la opinión de los indígenas, dieron con 
facilidad oídas á las más raras especies. Se dijo, entre otras 
cosas, que Altamirano era un portugués disfrazado de clé- 
rigo, con la misión de engañarles para que evacuasen sus 
tierras lo más pronto posible. Hicieronse por parte de los 
jesuítas algunos esfuerzos para desmentir el cargo, pero 
no hubo forma de conseguirlo; coiuplotándose (iOU in- 
dios á órdenes de un cacique Sepee Tyarayú, famoso más 
tarde, á ponerse en marcha hacia la residencia de Alta- 
mirano con el fin de verificar si era jesuíta ó portugués 
disfrazado, y en este último caso arrojarle al río. Estaba 
Altamirano entregado á sus idas y venidas entre los pue- 
blos, para ver de conciliar su emigración con los apuros 
de Valdelirios, cuando supo el desbande producido, que 
anulaba todos sus esfuerzos. A fin de parar golpe tan rudo, 
púsose en camino desde Santo Tomé, donde se hallaba 
accidentalmente, cuando le llegó secreta noticia del P. Balda 
sobre lo que se tramaba contra su persona. Reputando 
inútil entonces cualquier tentativa, y temeroso de las ulte- 
rioridades posibles, huyó á Santa -Fe, desde donde se tras- 
ladó á Buenos Aires, llegando en C de Abril de 1753. 

Por la misma fecha. Gomes Freire urgía desde Río- 
grande á Valdelirios, con advertencia de que inicián- 
dose la época de las sementeras, no debía permitir que 
las hiciesen los indígenas, pues á pretexto de la reco- 
lección iban á demorar el desalojo imprescindible. Valde- 
lirios dió traslado de la comunicación á Altamirano, quien 
por toda réplica se contentó con hacer presente la situa- 
ción á que se veía reducido. Al conocerla el marqués, no 




96 



LIBRO II. — (iOBILRXO DE VIAXA 



tuvo límites su displiceiicia. Sin saber á quién inculpar 
de tanto fracaso, enojado v corrido por las advertencias 
intencionadas y corteses de Gomes Freire, que le penetra- 
ban como dardos, se retorcía impotente en su desaliento, 
sintiendo cómo vulneraban estas esperas y contrariedades 
su reputación de habilidad y la presumible energía que 
había dejado entrever con palabra confiada é insinuante. 
Abrumado por las exigencias de su posición difícil, es- 
cribía con este motivo al Virrey de Lima: « quiere la 
desgracia que, ó á los párrocos les falta maña para ha- 
cer conocer á los indios las verdades que naturalmente 
les presentan con viveza en esta ocasión, ó á éstos conoci- 
miento pai'a qom prender lo que les conviene. » Dilema que 
Valdelirios debía haber aplicado mejor á su corte y á sí 
mismo, que ni acertaban á explicar la razón de sus planes, 
ni á comprender los intereses de sus gobernados. 

La llegada dé Altamirano perseguido y fugitivo á Bue- 
nos Aires, pareció ser la señal de una tempestad deshecha. 
Por sí mismo, y á fin de salvar á los jesuítas de ulteriores 
responsabilidades, dirigió un oficio -circular á los curas doc- 
trineros de los pueblos, ordenándoles que inutilizasen toda 
fábrica de armas y depósito de pólvora en las Reducciones, 
y á no bastar esto para aquietar los ánimos, amenazasen 
á los indígenas con retirarse de entre ellos, pues de modo 
alguno había de cargar la Compañía con la responsabili- 
dad de la sublevación que se incoaba. El Provincial de los 
jesuítas, á su vez, enterado del sesgo que tomaban las co- 
sas, liizo en 2 de Mayo de aquel año, «dejación jurídica de 
los pueblos rebeldes, » enviándosela á Andonaegui para 
que, « como Vice-patrono, el Capitán General dispusiese 
lo más conveniente. » Ante resoluciones tan terminantes 




LIBRO IJ. — GOBIERNO DE VIANA 



97 



y explícitas, los enemigos de los jesuítas, que espiaban la 
0])ortunidad de complicarles en la resistencia de los pue- 
blos, quedaron perplejos. Valdelirios, sobre todo, madu- 
rando en silencio un plan de remoción de los curas doc- 
trineros, por entender que su presencia en las Reduccio- 
nes era causa principalísima de los inconvenientes que se 
tocaban, encontró que esta eliminación voluntaria destruía 
en mucha parte sus sospechas, y se puso en ánimo de juz- 
gar á los indiciados con más benevolencia de lo que hasta 
entonces. 

Vino á robustecer este juicio, un hecho de la mayor 
importancia. De antiguo tenían las Ordenes religiosas de 
franciscanos, mercedarios y dominicos, rivalidades acen- 
tuadas con los jesuítas por motivos de influencia sobre los 
indígenas. Esas comunidades miraban de reojo á la Com- 
pañía á causa de la superioridad que había alcanzado en 
la reducción de los naturales, extendiendo como ninguna 
y más que todas juntas su dominación entre ellos. Al ca- 
lor de estos antecedentes y en presencia del abandono que 
acababa de efectuarse, Valdelirios ofreció los pueblos re- 
beldes de Misiones á cualquiera de las comunidades ante- 
dichas; pero todas rechazaron el ofrecimiento, fundadas 
en razones de conveniencia y equidad, que justificando á 
los jesuítas, mostraban de paso el peligro que corrían és- 
tos en su empeño de reducir los sublevados, peligro que 
nadie quería correr por ellos aun en la plena seguridad de 
heredarles. Con todo, y lastimándose de la negativa, aun- 
que firme en sus propósitos, el marqués pidió á la Igle- 
sia sus rayos para lanzarlos sobre la cabeza de los con- 
tumaces, y las Reducciones rebeldes fueron puestas en 
entredicho por el Obispo de Buenos Aires, privándose á 



DOM. ESP. — II. 



7 . 




98 



LIBRO IL — GOBIERNO DE VIANA 



SUS moradores hasta de los sacramentos del bautismo y 
extremaunción, que es discutible si tenía facultad de ne- 
garles aquel prelado. 

El conjunto de estas medidas, á par que demostraba 
el apresuramiento de Valdelirios y el deseo df. los je- 
suítas en obedecerle, ponía de manifiesto su ineficacia. 
Quince meses hacía que el marques apuraba todos los 
medios á su alcance para obtener la evacuación de los pue- 
blos, y no podía ser más infeliz el resultado de lo que iba 
ideando. A tener cabeza más sólida y vanidad menos exi- 
gente, Valdeliríos hubiera advertido en las dificultades 
opuestas, causas más profundas que la simple terquedad 
de los indígenas ó la falta de habilidad de los jesuítas en 
hacerse comprender de sus neófitos. Otro negociador más 
hábil ó más sincero, hubiera creído llegado el momento de 
remitir al Rey una relación cabal de lo actuado, espe- 
rando nuevas instrucciones. Porque expedidas las de Val- 
delirios en concepto de ser fielmente obedecido, la cues- 
tión cambiaba de faz ante la resistencia inesperada de todo 
un pueblo. Bien pronto pudo apreciarla, con las noticias 
que le llegaron de los portugueses. 

Ajena á las turbaciones que van narradas, caminaba la 
partida luso -española salida de Castillos para el interior, 
cuando se encontró dificultada en Santa Tecla, estancia 
perteneciente á la Reducción de S. Miguel, donde había 
una capilla vieja en la cual solía oficiar el cura de aquellos 
pagos, que era el P. Tadeo Javier Henis, cuyas letras han 
servido para ilustrar la historia de estas emergencias. Un 
tropel de naturales á cuyo frente iba el cacique Sepee, que 
había errado el golpe contra Alta miran o, detuvo á la par- 
tida, y despúes de algmios preliminares, dos oficiales de 




IJBRO II, — GOBIERNO DE VIANA 



99 



ella, Zavala y Echavarría, el uno por darse de antiguo con 
el cacique, y el otro á título de español y amigo del pri- 
mero, \dnieron á buenas con los indígenas, determinando 
tener con ellos una conferencia, que se efectuó en la ca- 
pilla. No resultó de la conversación otra cosa que reconven- 
ciones y quejas acerbas. Los españoles hablaron del de- 
recho del Rey á disponer de sus territorios, y los indí- 
genas de la iniquidad de arrojarles de ellos entregándoles 
á los portugueses, á quienes formalmente aseguraron que 
no dejarían pasar adelante. Fue grande la impresión que 
en los portugueses hizo tal resistencia ( 1 ). 

Con esta novedad, se retiró la partida, despachando 
noticia escrita de lo ocurrido á Valdelirios, y caminando 
la vuelta de Colonia llegó en 26 de Mayo de 1753 allí. 
Sabido el hecho en Buenos Aires, se reunieron para con- 
ferenciar Andonaegui, Valdelirios y los demás comisarios^ 
invitando al P, Altamirano, que también fue del numero. 
En sentir del marqués y según lo expresó á los concurren- 
tes, la situación no daba treguas, porque ya pasaba los lí- 
mites de lo tolerable, que á la protesta y mala voluntad de 
los indígenas se juntase ahora su abierta resistencia á la re- 
gia autoridad, representada por los oficiales militares, entor- 
pecidos y hostilizados en el cumplimiento de sus deberes. 



(1) lo (xymprueha el bardo de esta triste epopeya ^ demostrando de 
paso el misero concepto en que tenía d los indhjenasj cuando dice : 

« Quem podio, esperar (pie uns Indios rudes 

* Sem disciplinaj sem valora sem annas^ 

• Se atravcssa.ssem no caminho aos nossos^ 

« E que Ihes dispuiassem o terreció! * 

(Basilio de Gama, O Uruguay; Canto i.) 




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LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA 



Hizo presente la necesidad de adoptar un procedimiento 
enérgico, para lo cual demostró estar autorizado por el Rey, 
según lo confirmaba una Real Cédula que exhibió y hasta 
entonces había tenido reservada 

Abierta la conferencia con tales declara qipnes, y reque- 
rido el dictamen de Altamirano sobre el empleo de medios 
eficaces, propuso éste, como esfuerzo decisivo para in- 
tentar la emigración pacífica, que se hicieran salir de los 
pueblos á los curas doctrineros, con lo cual, impulsados los 
indígenas del cariño que les tenían, era seguro que habían 
de seguirles temerosos de perder sus auxilios espirituales 
y su paternal desvelo. Aceptado el consejo, fueron nom- 
brados para practicar la diligencia los PP. Alonso Fernán- 
dez y Roque Ballester, á quienes Andonaegui debía entre- 
gar cartas exhortatorias para el Superior, curas, corregido- 
res y cabildos de aquellos pueblos, dándoles plazo hasta el 
15 de Agosto la evacuación, y haciéndoles presentes 
en nombre del Rey « las obhgaciones y fidelidad con que 
debían cumplir el Real mandato, las ventajas y privilegios 
que conseguían en ejecutarlo, y que de no hacerlo experi- 
mentarían su desolación y total ruina por medio del furor 
de las armas, pues se les trataría como á traidores rebel- 
des, con todo el rigor de la guerra, sin que fuesen capaces 
de resistir ni embarazar la fuerza superior de las tropas 
que tenía juntas para su castigo. » Al mismo tiempo ha- 
bían de darse instrucciones á los referidos Fernández y 
Ballester << para que si al sacar los cm*as de los pueblos 
rebeldes, no los seguían los indios, ó se reconociese pendía 
la dificultad en algunos que hiciesen cabeza de rebelión, se 
procurase con algún artificio ó pretexto distinto, extraerlos 
de entre ellos, y trasladándolos á otros pueblos fieles, re- 




LIBRO IL — GOBIERNO DE VIANA 



101 



mi tirios asegurados á Buenos Aires. » (1) Tanta era la 
prisa de entregar las Misiones á los portugueses. 

Así las cosas, convidó Valdelirios á Gomes Freire, que 
estaba en Colon ia^para una conferencia en que se deter- 
minara la conducta de futuro. Designada por punto de 
reunión la isla de Martín García, después de despachar la 
3.“ partida demarcadora que debía avanzar hasta los Ja- 
rayes, fueron para la isla en 28 de Mayo el marqués y 
Andonaegui; y en 2 de Junio conferenciaron con Gomes 
Freire, quedando aprobada la medida de sacar los curas de 
las Reducciones á fin de facilitar su desocupación, sin per- 
juicio de seguirse el apresto de tropas para en caso nece- 
sario. Quedó convenido también, que luego de saberse las 
resultas de todas las diligencias emprendidas, volverían á 
juntarse en el mismo paraje para arreglar lo conveniente. 
En 6 de Junio se restituyeron Valdehrios y Andonaegui 
á Buenos Aires, y reconociendo este último la imposibili- 
dad de hacer una buena recluta de gente de armas por los 
medios ordinarios, mandó se publicase bando en todas las 
ciudades de su gobernación, haciendo notoria la desobe- 
diencia de Tos indígenas y el empeño del Rey en castigar- 
los, y ofreciendo premios á los que se presentasen á servir. 
También despachó órdenes al corregidor de Santo Domingo 
de Soriano, para que por el río Uruguay y por tierra man- 
dase partidas a reconocer los caminos y parajes más ade- 
cuados para invadir las reducciones, y acudió por prácti- 
cos y noticias á Montevideo, Santa -Fe, Corrientes y la 
campaña de Buenos Aires, juntando así un número de su- 
jetos que le orientasen sobre el particular. 



(1) Diario (le Andonaegui (MS). 




102 



LnJBO II. — GOBIERNO DE VIANA 



Mediando estas circunstancias, presentó en 27 de Julio 
el P. Delgado, rector del colegio de la Compañía en Bue- 
nos Aires, una exposición de su Provincial, que decía « es- 
tar todos los indígenas conmovidos y secretamente pacta- 
dos para la defensa de sus tierras, en caso de querérselas 
quitar con violencia. » Añadía que « eran gravísimos los 
perjuicios que se seguían en la ruina de cien mil almas, » 
pidiendo se suspendiese la guerra; « pues se daba parte á 
ambas cortes con verdadero informe del estrecho lance en 
que los indios se habían puesto, con otras razones de con- 
gruencia para interpretar á su favor la voluntad del Rey, 
á quien apelaba de cualquier contraria determinación. » 
Ocurrió Andonaegui a Vald ebrios en el acto, y éste, provo- 
cando junta de los demás comisarios, impuso en ella su terca 
voluntad. Fue señalado por toda contestación, el plazo 
definitivo de 15 de Agosto que ya indicaran los PP. Fer- 
nández y Baliester para cumplir la orden de desalojo. 

Ni fueron paile á cambiar esta resolución imprudente, 
las réplicas que á raíz de la representación mencionada, 
recibió Andonaegui á las cartas escritas por intermedio de 
dichos Baliester y Fernández á los curas y autoridades de 
los pueblos. El Superior de las Misiones concretaba su 
respuesta diciendo : que deseaba tuviesen efecto los de- 

seos del Gobernador.» El pueblo de S. Juan: «que no 
quería creer lo que el Capitán General le decía, y pues 
así como los animales se hallan bien en su querencia y 
cuando tratan de echarlos acometen, ellos con más razón 
acometerían forzados contra su voluntad, agregando que 
no querían dar sus tierras á los portugueses, y que remi- 
tiera su carta al Rey, quien no sabía lo que eran los por- 
tugueses y el ser de aquella tierra. » El pueblo de S. Luis: 




LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA 



103 



« que no querían guerra; pero si la hubiese, decían á los su- 
yos y á sus parientes se previniesen á ella componiendo 
bien sus armas; y que siendo aquella tierra donde habían 
nacido, se habían criado y bautizado, en ella querían morir. » 
En la misma conformidad y tono respondieron los demás 
pueblos, siendo las fechas de sus cartas de 16 á 20 de Julio, 
y concluyendo una de ellas con estas notables palabras: 
« Cuando puesta la mano sobre los santos Evangelios, ju- 
ramos fidelidad á Dios y al Rey de España, sus sacerdotes 
y gobernadores nos prometieron en nombre de el, paz y 
protección perpetua, y ahora quieren que abandonemos la 
patria. ¿Será creíble que tan poco estables sean las pro- 
mesas, la fe y la amistad de los españoles? » Pero Val- 
delirios no hacía alto en estas razones; y Andonaegui, que 
había visto la punta de una Real Cédula bajo la ropilla del 
comisario regio, no estaba para cuidarse de lamentos ajenos, 
cuando harto tenía él con cuidar su empleo de Goberna- 
dor, medio en peligro, á juzgar por ciertos rezongos del 
marqués en orden á la lentitud con que se manejaban los 
soldados. 

No les iba mejor, entre tanto, á los PP. Fernández y 
Ballester, de lo que le había ido á Altamirano en su ex- 
cursión. A pesar de que las Reducciones contumaces acaba- 
ban de ser puestas en entredicho por el Obispo de Buenos 
Aires, á ruegos de Valdelirios, ni ese temor contenía á los 
indígenas en su resistencia. En 24 de Agosto escribió Fer- 
nández, desde el pueblo de Candelaria, que era imposible 
traerlos á partido. Se lamentaba de no haber bastado á 
persuadirles «las cédulas, las cartas ni las exhortaciones su- 
yas y de los curas, á quienes, por otra parte, no había po- 
dido extraer de los pueblos por no permitirlo sus habitan- 




104 



LIBRO II. — GOBIERNO I>E VI ANA 



tes. » Creía imposible que con los indígenas de las Reduc- 
ciones todavía en paz, se pudiera rendir y sujetar por las 
armas á los sublevados, « que eran seis mil ó más, fuera de 
los infieles acogidos á las estancias; pues sólo en las de 
S. Nicolás se veían 77 toldos guardando la frontera, sin 
incluir los que había en S. Miguel, S. Lorenzo y S. An- 
gel.» Escribió nuevamente en 23 de Octubre, creciendo á 
tal punto su inquietud, que afirmaba « ser imposible, aun 
al Rey en persona, conseguir la transmigración de ios in- 
dígenas. » Fernández se explicaba de esta manera, porque 
el recibimiento hecho á su persona por los habitantes de 
las Reducciones no fue nada halagüeño. Apenas estuvo 
entre ellos, corrió el rumor de que intentaban echarle 
mano y tuvo de fugar al Paraná, desde donde exhortó por 
escrito al P. Tux, cura de S. Nicolás, enviándole las Rea- 
les Cédulas que ordenaban la evacuación de ios pueblos. 
Subió este P. al púlpito de su iglesia para leer la carta y 
documentos recibidos, pero sin darle tiempo á concluir, ios 
indios le arrebataron todos los papeles, arrojándolos á una 
hoguera. 

Estas noticias demostraron á los españoles que cual- 
quier tentativa de avenimiento para conseguir la transmi- 
gración, era inútil, por lo cual resolvieron apelar á las ar- 
mas. Andonaegui escribió á Gomes Freire pidiéndole aviso 
del número de tropa con que podía auxiliarle, por estar en 
disposición de apoderarse de las Misiones eii todo el ve- 
rano, á cuyo objeto, mediando Diciembre pasaría 0,000 
caballos á la otra margen del río Uruguay, con más otros 
preparativos que enumeraba. Muy contento el portugués, 
replicó desde Colonia que podía disponer de 1,000 hom- 
bres de tropas ya prontos sobre la frontera de Río -grande; 




j IJtBRO ir. — GOBIERNO DE VIANA 105 

causando entre los suyos satisfacción el anuncio de una 
próxima entrada en campaña, porque toda dilación en este 
asunto les servía de disgusto ( 1). Establecida la conformi- 
dad entre los generales, Andonaegui movió sus fuerzas ha- 
cia el rincón de Valdes sobre el Río-negro, donde se jun- 
taron 1,100 hombres de armas, de buena calidad, cerca 
de 400 peones ó gastadores, mas de 200 carretas para el 
transporte, más de 5,000 caballos y todos los víveres y per- 
trechos necesarios ; habiendo contribuido Montevideo á la 
formación del ejército, á pesar de su cortedad, con una com- 
pañía de milicias costeada por su Gobernador; siendo las 
demás fuerzas de Santa Fe’, Corrientes y Buenos Aires. 

Según lo convenido el ano anterior en Martín García, 
acordaron Valdelirios y Andonaegui invitar nuevamente 
á Gomes Freirepara tener la última conferencia en aquella 
isla. Se efectuó ella en 2C de Marzo de 1754, determi- 
nándose el plan de las futuras operaciones militares. Go- 
mes Freire, en calidad de auxiliar, debía romper la mar- 
cha desde el acantonamiento de Río-pardo, donde inverna- 
ban sus tropas, llevando por objetivo apoderarse del 
pueblo de S. Angel, que era el indicado á su marcha na- 
tural. Para el efecto, llevaba instrucciones expresas del ge- 
neral español sobre este punto y el trato que debía dar á 
los indígenas según lo prevenido por ambos monarcas, en 
cuya virtud pidió y le fueron concedidos dos oficiales es- 
pañoles para testigos de sus operaciones. Andonaegui, si- 
guiendo la costa del río Uruguay, debía entrar por el pue- 
blo de S. Borja y cargar luego sobre los demás. Después 
de esto, separáronse los generales, y Gomes Freire, en- 



( 1 ) Diario da Expedirdo da Gomes Freire. 




106 LIBRO II. — GOBIERNO DE VI ANA , 

trado el mes de Abril, dio un bando en que declaraba en- 
tregaría la Colonia al marqués de Valdelirios el día en que 
se recibiese de las Misiones; y mandó circular edictos per- 
mitiendo á los españoles ir á la ciudad á comprar bienes 
muebles y raíces, con recomendación á los negociantes de 
ponerse de acuerdo para hacer propuestas sobre la compra 
de hacienda, etc. Ésta era la señal de la guerra. 

Ya se ve con cuánta razón habían pedido los jesuítas 
el plazo de tres años para el desalojo. De híiberse conce- 
dido á tiempo, el ánimo de los naturales, indeciso como es- 
taba entonces, habría concluido por ceder á las instancias 
de sus párrocos, según lo demostró el hecho de comenzar 
la transmigración algunos centenares de familias. Pero las 
malas y desiertas tierras ofrecidas á cambio de sus po- 
blaciones, lo perentorio de los plazos que no daban oca- 
sión á preparar sembrados ni viviendas para asegurarse 
una existencia mediocre, la amenaza sustituida á la dul- 
zura con que debió pedirse un sacrificio tan grande como 
era aquella emigración sin precedentes, cambiaron el as- 
pecto de las cosas, á punto de que transcurridos dos años 
de espera, no sólo estaba muerta toda esperanza de tran- 
sacción, sino que prevalecía la guerra como única pers- 
pectiva final. Quienes únicamente no creían en ella eran 
los jesuítas, que se consolaban en su consternación con la 
idea de que el Rey intervendría antes de la ruptura de 
hostilidades, volviendo el asunto á su primitivo estado; y 
era voz admitida entre ellos la posibilidad de un próximo 
vuelco en los negocios políticos. Correctamente informa- 
dos de lo que pasaba entre Valdelirios y los comisarios, 
pretendían estarlo al igual de los secretos de la Corte donde 
tenían muchas influencias; así es que no les asustaron las 




LIBRO TI. — GOBIERNO PE VIANA 



107 



reuniones de Martín García, ni el aparato de la acumula- 
ción de tropas hecho por los generales aliados, ni la llegada 
al Plata con pliegos oficiales del navio Aurora, que se pre- 
sumía ser portador de grandes novedades (1). 

Las ilusiones de los jesuítas fueron pronto desvaneci- 
das, partietido los generales aliados á asumir el mando de 
sus respectivas fuerzas. Andona egui se puso en 8 de Mayo 
al frente de sus tropas, y el 21 rompió la marcha protegido 
de una flotilla que caminaba lentamente por el río. Be- 
guía el ejército la dirección convenida; pero muy luego, al 
llegar al arroyo Casupá, se vio imposibilitado de pasar 
adelante por el mal estado de las caballadas. El invierno 
era cruel, el general estaba enfermo, y no se encontraban 
en el camino recursos de ningún género, por haber los in- 
dígenas talado los campos, arreando con los ganados. A fin 
de reponerse de caballos, escribió en Julio una carta al cura 
de Yapeyú con pedimento de auxilio en ese sentido, en- 
viándola por el regidor de Corrientes D. Bernardo Casafós, 
acompañado de cinco hombres. Pero los yapeyuanos, que 
si bien no incluidos entre los pueblos que debían entre- 
garse á Portugal, miraban de reojo el tratado de límites y 
cuanto con él se relacionara, y estaban enojados por varios 
robos de haciendas recientemente sufridos, dieron muerte 
á Casafós y á cuatro de sus compañeros antes de que 
pudieran desempeñar su comisión. Con esto empeoró el 
malestar de la división española; y lo rigoroso del in- 
vierno, que decían los viejos ser el más fuerte que ha- 
bían sentido, junto con la falta de pastos y la extenua- 
ción de la caballada, la obligaron á hacer alto en el Tigre, 



(1) Diario de Henia^ § 40 (ap Angclis). 




108 



UBRO n. — GOBIERNO DE VIANA 



distante 20 leguas del río Ibiciií fronterizo á S. Borja, 
primero de los siete pueblos que Andonaegui debía atacar. 
Aquí se convino por unanimidad entre los jefes, empren- 
der la retirada hasta el Salto chico ¿í principios de Septiem- 
bre, prosiguiéndola después hasta el Daymán, desde donde 
escribió Andonaegui á Valdelirios dándole minuciosa 
cuenta de todo lo acontecido. También había escrito con 
anterioridad á Gomes Fmre, haciéndole presente su si- 
tuación. 

No fue más feliz el general en su campamento del Day- 
man, de lo que había sido en la marcha. Las escaseces y 
el frío desanimaban mucho á los soldados, y la deserción 
era fuerte. Los indios de Yapeyii y la Cruz, que le pi- 
caban la retaguardia á órdenes del cacique Rafael Para- 
catíi, se presentaron en 3 de Octubre delante de sus avan- 
zadas en número de más de 300, armados de lanzas, fle- 
chas, espadas y tres cánones de tacuara. Plizo salir contra 
ellos^ Andonaegui un cuerpo de 400 hombres bien arma- 
dos, al mando del coronel Hilson, divididos en tres tro- 
zos, y les adelantó parlamento preguntándoles la causa de 
su venida. Replicaron los indígenas « que venían á defen- 
der sus tierr;! ; de Misiones». El general les hizo amonestar 
hasta por tcicera vez «que rindiesen obediencia al Rey, 
pues de otra manera les trataría como á enemigos decla- 
rados ». Ellos, entonces, levantaron inmensa gritería, insul- 
tando á los españoles. Agitaban sus banderas y estandar- 
tes, vociferaban improperios, y sus partidas pasando á 
gran galope frente al campamento, mostraban decisión de 
combatir. Creyó el general que era indispensable aceptar 
aquel desafío, y ordenó á Hilson que los atacara, mientras 
él disponía la formación de las reservas. 




Í.IBRO II. — GOBIERNO DE VIAN A 



109 



Conociendo los indígenas la intención, y viendo como 
tomaban aire de pelea las fuerzas españolas, formaron a su 
vez en medio círculo, haciendo escaramuzas con demostra- 
ción de acometer. A su derecha tenían un bosque, dentro 
del cual colocaron algunas partidas con un cañón. Circu- 
lada la orden de ataque, se puso en marcha la tropa espa- 
ñola, avanzando al enemigo. El choque fue duro, cediendo 
el campo los indígenas con perdida de 230 hombres 
muertos, 72 prisioneros, 8 estandartes, 1 bandera, los ca- 
ñones, varias armas blancas y un trozo de caballada. Los 
refugiados del monte fueron desalojados á balazos. Por 
parte de los españoles, su pérdida en esta acción fue de 1 
capitán de milicias muerto, 3 sargentos y 24 soldados he- 
ridos. Inmediatamente destacó Andonaegui partidas suel- 
tas en seguimiento de algunos fugitivos, y pudo dar alcance 
á tues que se trajeron heridos al campamento. El cacique 
Rafael fue también del número de los prisioneros, y An- 
donaegui le envió bajo segura custodia en una lancha á 
Buenos Aires, con recomendación de « que era grandísimo 
picaro, y uno de los movedores dedos pueblos >>. 

No concluida aún la acción del Daymán, recibió An- 
donaegui cartas de Valdelirios, ponderando que ningunas 
razones podrían ante el Rey de Portugal justificar al ejér- 
cito español retirándose de los indígenas. Que suponía 
estar Gomes Freire dueño de alguno de los pueblos de 
Misiones, « lo que podría darle bellísima ocasión para se- 
ñorearse de ellos y no entregar la Colonia, por atribuírselos 
como conquista. » Añadía además otras refiexiones, y se 
alargaba á dar consejos militares. Mucho disgustó á An- 
donaegui este lenguaje, cuando era tan apurada su situación, 
para amargarla todavía con cargos injustos. Pero conven- 




lio LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA 

cido, según él mismo lo asienta en el Diario de sus opera- 
ciones, « que para los pasados niales son ociosos remedios 
futuros, » y que « ninguno tiene mayores cuidados ni anhela 
con más deseos conseguir el puerto de su destino^«que el 
que se halla contrarrestando la tormenta en lo más arries- 
gado dcl golfo, » atendió ante todo á la salud del ejército; 
y de acuerdo con los jefes y oficiales de él, después de un 
consejo de guerra en que maduramente se examinaron los 
peligros de la situación, mandó proseguir la retirada hasta 
el antiguo campamento del Río -negro. 

Mientras esto sucedía entre los españoles. Gomes Freire 
también arrostraba muchas desazones y trabajos. En 24 
de Agosto se había puesto en marcha desde Río -pardo, 
fortaleza de Jesús María, con un ejército de 1633 indi- 
viduos entre tropa y peones, y 10 piezas de artillería. 
Temeroso de los jesuítas, á quienes detestaba, no tenía gran 
fe en el éxito de las operaciones que iba á emprender ; así 
es que antes de moverse había escrito por diversas ocasio- 
nes á Valdelirios, ad virtiéndole «que mientras no se arran- 
casen de los pueblos á esos saritas padres como los indios 
les llamaban, no se lograría otro resultado que rebeliones, 
insolencias y desprecio. » ( 1 ) Incitábanle á pensar de esta 
manera, los ataques que sus tropas habían sufrido, tanto 
en el fuerte de Jesús María, asaltado por los indígenas de 
S. Luis y á duras penas conservado por los portugueses, 
como por otras hostilidades frecuentes de que era objeto. 
Acababa de enojarle un chasco reciente con el cacique 
Sepee Tyarayú, quien hecho prisionero á traición, se había 
libertado á sí mismo, lanzándose al agua delante de la es- 



(1) Rcíai^ao ahhreviada da I^cpnUica, etc (pub of). 




LIBRO IL — GOBIERNO DE VIANA 



111 



colta portuguesa que le llevaba para servir de parlamento 
ante los indígenas sus compañeros. Con todos estos incon- 
venientes, el general portugués adelantaba poco camino, 
cuando en 12 de Noviembre le llegó noticia de Andonae- 
gui avisándole la retirada emprendida, y poniéndole de 
manifiesto la necesidad de que tornase á su campamento 
de Río -pardo. 

Esta novedad desorientó á Gomes Freire, quien resul- 
taba por tal razón completamente al descubierto frente 
á los pueblos sublevados, cuyas gentes empezaban á au- 
mentarse con naturales de otras comarcas, especialmente 
de los charrúas, que ya habían enviado algunos destaca- 
mentos y prometían enviar más. Dicen que en su mal hu- 
mor se quejaba mucho Gomes Freire, y hasta trató de pér- 
fido á Andonaegui. Entre tanto, los sublevados cada vez 
más audaces al ver sin amparo á los portugueses, comenza- 
ron á hostilizarles de suerte que no sólo peleaban comba- 
tes de guerra con ellos, sinó que invadían y talaban las 
propiedades de los de su nación hasta por las alturas del 
Río -pardo, causándoles grave perjuicio y no escaso sobre- 
salto. Quiso el general portugués tentar la vía de las ne- 
gociaciones, ganándose algunos indígenas á fin de intrigar- 
los á todos entre sí, para ponerse á cubierto de eventuali- 
dades por este medio; pero si en los primeros momentos 
logró su deseo, no pudo adelantar el plan, porque los indios 
reaccionaron y se compusieron entre ellos, volviendo todos 
juntos las armas contra el invasor. Entonces empezó una 
serie de choques parciales, en que alternativamente vence- 
dores 6 vencidos, los portugueses fueron debilitándose á 
punto de pedir un armisticio, que se firmó en 18 de No- 
viembre de 1754, y cuyas cláusulas fueron: 1.* Que ni 




112 



LIBRO II. — GOBIERNO DE VIAN A 



lina ni otra parte se liarían daño, hasta tanto que se 
diese la última y definitiva sentencia por los reyes de Es- 
paña y Portugal, acei’ca de las quejas dadas y perdón de 
los indios, ó hasta tanto que el ejército español no volviese 
otra vez á campaña. 2.'^ Que ambas partes se volverían á 
sus tierras, y que ni una ni oti’a nación pasaría el Río- 
grande. 3.” Que los indios serían cautivos si pasasen el 
río yendo á las tierras de los portugueses, y mutuamente 
los portugueses lo serían de los indios, si ellos intenta- 
sen pasar a sus tierras (1). Cuatro ejemplares se firma- 
ron de este pacto, dos en lengua portuguesa y dos en gua- 
raní. 

Fue por diversos conceptos notable el efecto que hizo 
en todos la noticia de haberse resuelto tan desfavorable- 
mente la campaña emprendida por los aliados. A los jesuí- 
tas les llenó de secreto júbilo aquel ñ-acaso, que á la vez 
de habilitarles para multiplicar sus influencias en Eu- 
ropa, ceñía de una aureola casi invencible á sus Reduccio- 
nes, haciéndolas impenetrables; mientras que Valdelirios, 
sulfurándose arriba de toda ponderación, lamentaba el tríste 
papel á que le reducían los soldados, en el momento que 
creía el triunfo más seguro. Amigos^y enemigos del tratado, 
fueron sorprendidos á la vez por la nuierte de su principal 
autor, el ministro Carvajal, que unos atribuyeron á desig- 
nio de la Providencia y otros á augurio segurísimo de ca- 
lamidades. Por manera que -se confundieron las manifesta- 
ciones de alegría y duelo, haciendo los jesuítas procesiones 
religiosas en Santa -Fe y otros pueblos para invocar el 
auxilio divino en su favor; mientras sus enemigos lo in- 



(1) Diario de HeniSy § GO. 




LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA 



113 



vocaban, eii otra forma, para pedir el triunfo de las armas 
del Rey contra ellos. 

Andonaegui, por su parte, contrariado y enfermo, humi- 
llado de reputarse vencido, aunque en verdad más por los 
rigores de la estación y la escasez de provisiones, que por 
los indígenas que nada serio habían emprendido con- 
tra el, creyó llegado el caso de justificarse, y escribió á 
Valdelirios ser necesario se efectuase un consejo general 
de guerra en el campamento del Río -negro, al cual asis- 
tiesen el marqués con todos los comisarios de la demar- 
cación, y el Gobernador de Montevideo como soldado apto 
y distinguido que era. No replicó nada por el momento 
Valdelirios, preocupado como estaba con las noticias que 
recibía de Europa, donde la resistencia de los indígenas á 
entregar sus pueblos, narrada de un modo novelesco por 
los enemigos de los jesuítas, iba formando el tejido más 
singular de embustes y calumnias que haya podido ima- 
ginarse. Decíase en el viejo mundo que los jesuítas tenían 
un imperio poderosísimo, cuyos soldados estaban librando 
batallas reñidas contra las tropas portuguesas y españolas; 
y se aseguraba que un acentuado deseo de hacerse inde- 
pendientes les empujaba á la lucha, llevando el plan de co- 
ronar Rey á uno de los caciques principales. Este rumor, 
extendiéndose poco á poco, fué el origen de la fabulosa co- 
ronación de Nicolás Nanguirú, que se quiso acreditar con 
documentos y hasta con moneda sellada por el sedicente 
soberano en las Misiones, sin hacerse cargo los autores de 
la trama, que ni numerario ni casa de sellar moneda había 
por aquellas alturas. Pero esa calumnia y otras, circuladas 
con habilidad y autorizadas por personas de valer, minaron 
á tal punto el crédito de los PP., que Fernando VI adhirió 



Dom. Ebp.— II. 



8 . 




114 



IJBKO II. — GOmKRXO DE VI ANA 



á mirarles primero con descon lianza y después con repul- 
sión, concluyendo jior despedir su confesor que era jesuíta, 
y declarar en conciencia creerles autores de la revaelta. de 
los indígenas. 

La guerra contra la Compañía, guerra implacable que 
debía concluir con su exj)idsión de los principales países 
católicos, había comenzado ya ; de modo que eran vanas 
las esperanzas de sus miembros en el Plata, cuando con- 
taban obtener del Rey de Esjiaña un acto de justicia para 
los desvalidos indígenas de las Reducciones uruguayas. 
Mas estos preliminares, preocupando mucho y con razón 
á Valdelirios, poco importaban á Aiulouaegui, que soñaba 
con su justificación militar y la conclusión de la guerra. 
Así es que insistió tanto en su propuesta de reunirse los 
comisarios para acordar nuevo plan de operaciones, que 
fue imprescindible ceder. Aun cuando sólo disponía de 
250 infantes y .->50 dragones, por haber regresado el 
resto del ejercito á sus hogares, el general ansiaba entrar 
en campaña. Valdelirios, por fin, comprometido á compla- 
cerle, circuló las invitaciones á todos los comisarios, siendo 
incluido el Gobernador de Montevideo en el número de 
los concurrentes. 

Recibía Yiana la orden y comenzaba sus preparativos 
para partir, cuando se cruzó un incidente ruidoso con el 
Cabildo de la ciudad. Había nombrado el Gobernador á 
D. Peth*o León de Romero y Hoto para su Teniente general, 
concediéndole por sí el ejercicio de este empleo, sin que el 
agraciado, á pesar de haberlas ofrecido, otorgase en reali- 
dad las fianzas requeridas, ni presentara la aprobación de 
la Real Audiencia del distrito; s(‘gún disponía la ley que 
había creado el dicho empleo de Teniente general. El Ca- 




JJÜUO II. - (UUUERNO BE VIANA 



115 



bildo, en oficio de? Mayo de 1755 , reclamó contra 

esta informalidad, exponiendo <-^11110 en sus libros no cons- 
taba haber cumplido Komero wn las disposiciones vigen- 
tes en la materia ; por lo cual creía llegado el caso de su- 
plicar al Gobernador mandara al expresado Romero se 
abstuviera del uso y ejercicio del empleo que ilegalmente 
estaba disfrutando. - Como <pie la importancia del cargo 
era tan grande, la reclamación no podía ser más arreglada : 
al Teniente general le estaba cometida la administración 
de justicia en cnanto dcía'a con el desagravio de los natu- 
rales y los colonos, y también corría de su cuenta una 
buena parte de la administración civil. La ley había esta- 
blecido que para una jurisdicción tamaña, se hiciese efec- 
tiva una capacidad legal equivalente en el individuo; y 
por lo tanto las fianzas y la confirmación del nombra- 
miento por la Audiencia del distrito, eran el único medio 
de responsabilizar debidamente á quien gozara el empleo. 
Agregúese á esto, que si el oficio del Cabildo podía repu- 
tarse severo por las inculpaciones que envolvía, no era 
agrio en cuanto á los conceptos con que patentizaba la 
violación de las leyes, limitándose á decir en términos cla- 
ros, pero decorosos, la verdad del incidente que provocaba 
su intervención. 

Quince días se tomó Via na para meditar sobre el re- 
clamo del Cabildo, y en 1 0 de Junio respondió á la cor- 
poración con un oficio extenso, difuso, insultante y lleno 
de citas tan pedantescas como impropias del caso. Comen- 
zaba por echarle en cara el mal estado de la administración 
de justicia, singularmente en lo relativo á los indios ó 
miserables personas, y la ignorancia de los cabildantes, 
quienes en su mayor numero 110 sabían leer ni escribir. 




116 



LlliEO II. — GOBIERNO DE VIANA 



Luego enumeraba una serie de litigios, cuya solución decía 
que brotaba sangre. Encarecía en seguida su propia gene- 
rosidad en nombrar un teniente general que le costase al 
año 400 pesos sacados de su peculio particular. Citaba 
después al P. jesuíta Francisco Suárez, á Aristóteles, al 
P. Villarruel y al mismo Romero, para probar allá á su modo 
que las leyes pueden ser violadas, y que el expresado Ro- 
mero tenía derechos adquiridos á su empleo, el cual no se 
le podía quitar sin ó después de haber sido oído en juicio 
contradictorio con su superior. A todos estos dislates con- 
tra el sentido común, agregaba el siguiente insulto: «Fuera 
mejor que todo, el que tal Cuerpo capitular no hubiese, 
porque de esta creación recibe tanto perjuicio el vecindario 
así en los que son electos para mandar, como en el mayor 
cuerpo que queda á obedecer; pues la primera parte ó bien 
se ha de extraer al ejercicio de buscar sus vidas en el ma- 
nejo de sus pulperías ó tabernas, ó bien con indecencia tan 
fea han de seguir su administración con desdoro del co- 
mún aprecio de su dignidad, que á la vista del vulgo les 
provoca á despreciar el mandato, además de ser diametral- 
mente opuesto al tenor de muchas leyes que mandan lo 
contrario, precaviendo la intención de su exposición, » etc. 

Y cual si quisiera añadir al vejamen ya hecho, la ame- 
naza de medidas de fuerza en perspectiva, concluía di- 
ciendo: «Estas son partes délas muchas razones que á ello 
me han obligado y obligan á haberlo traído ( al Teniente 
general), por lo que necesario siendo, lo reelijo y crío de 
nuevo, constándome tiene persona de suficiente caudal que 
lo fíe para su residencia, la cual cuando Y. eligieren el 
día otorgará la escritura correspondiente, y en el mismo se 
podrá extender la mía ... Lo que V. tendrán entendido 




LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA 



117 



halñondoles yo de deber que se coiiforineii con mi dispo- 
sición, porque será á conveniencia de todos, como el inten- 
tar la más leve novedad, el ponerme en la precisión de 
haber de usar de las medidas convenientes para la correc- 
ción y castigo, yendo contra mi nativa benigna condición, 
lo que forzándola he practicado con el Alguacil Mayor por 
haber tenido el desacato de negarle la obediencia á dicho 
mi Teniente; que es delito grande. » (1) He aquí, pues, la 
solución que el Gobernador de Montevideo daba á un ne- 
gocio perfectamente legal y serio. En vez de respetar las 
leyes, insultó al Cabildo, vejó indmdualmente á sus miem- 
bros, y aprehendió al Alguacil Mayor porque no reconocía 
la autoridad nula de un funcionario ilegal. 

No podi’á negarse que el contexto del oficio transcripto 
en parte, es una muestra de engreimiento pueril. Era ridí- 
culo echar en cara al Cabildo que muchos de sus miem- 
bros no supieran leer y escribir, siendo analfabeta la ma- 
yoría de los españoles y cuando hasta los documentos de 
la Real Cancillería de entonces pasan hoy para la genera- 
lidad por un logogrifo. No era menos absurdo incul- 
par á los cabildantes que se entregasen al comercio de 
pulpería, único ramo explotable en las ciudades como 
Montevideo cerradas á toda comunicación exterior, cuando 
resultaba manifiesto que los oficiales de la guarnición mi- 
litar y hasta los sargentos pugnaban por hacer exclusi- 
vamente suyo ese comercio. No era menos ilógico el Go- 
bernador al quejarse de la administración de justicia, siendo 
indoctos los miembros del Cabildo, falta que Viana ño re- 
mediaba con el nombramiento de su Teniente general, le- 



( 1 ) Of, de Viana ( Arch Gen ). 




118 



LIBRO ir. -- CfOBlERXO DE VtAXA 



guleyo de malas artes á juzgar por los (•oiK‘c¡)tos atrabilia- 
rios del oficio que había redactado para que firmara su 
jefe. El Cabildo tenía plena razón en sus reclamo^. Bien 
que Bomero liubiese ofrecido presentar fianzas y aun 
cuando el Cabildo las hubiera aceptado inmediatamente, 
es llano que no podía el tal Koinero ol)rar como Teniente 
general mientras no fuese confirmada su elección por la 
Audiencia. 

Entre tanto, y como se desprende de las mismas palabras 
de Viana, Homero ejercía su empleo, sustanciaba en liti- 
gios particulares y se creía invulnerable en su posición. 
Amparado del Gobernador, suponía a este más fuerte que 
las leyes del país, mientras (pie el Gobernador mismo fián- 
dose de su autoridad dictatorial sol)reim país desvalido, dis- 
cutía los actos del Rey, emitiendo opiniones sobre los desig- 
nios reales que habían creado, por una serie de ordenanzas 
tan respetables como su antigüedad, la institución de los 
Cabildos á fin de darla el gobierno civil y económico de 
los pueblos. No se podía ostentar, pues, un atre^fimiento 
mayor de lenguaje y de actos, que el de A^'iaua en este 
caso. En cuanto á la soliu'ión dada al asunto, ella corres- 
pondía al lenguaje dirigido á cxpli('arla y á los actos en 
que se legitimaba su realización. Así, al hacer uso el Ca- 
bildo de sus prerrogativas legales para definir la posición 
respectiva de las autoridades publicas, la jerarquía militar 
se levantaba amenazadora i:)ai’a hacer sentir el peso de la 
espada como único medio de gobierno cu el país. El pro- 
cedimiento era expeditivo. 

Arregladas de esta suei*te las cosas, ¡)artió ATana para 
el campamento del río Negro dnnde le esperaban, y á poco 
de estar allí, concurrió á la junta de guerra que Andona e- 




LIBRO II. — GOIUKRNO I)K V^IAVA 



119 



gui había pedido y presidía. Estaba también Valdelirios 
en ella, y no se excusó de emitir opinión en términos que 
demostraron su incompetencia para el caso. Pretendía el 
marqués tener dotes militares, sea por habérselo hecho así 
entender sus aduladores, que eran muchos, sea porque diese 
asidero á la suposición de los infatuados, (pie s(? creen 
siempre aptos para todo. Con estas ideas, tentado de su 
propensión belicosa, presentó por escrito un plan de cam- 
paña, en el cual, á vuelta de muchas consideraciones .de 
orden político, asentaba que era indispensable despachar 
un destacamento de 400 a 500 hombres al mando de 
Viana sobre Santa Tecla, para que se posesionase del punto, 
fortificándolo, y se adelantara luego á apoderarse de otros. 
Con lo cual calculaba Valdelirios que si al llegar el tér- 
mino designado para abrir la campaña, no podía marchar 
el total del ejército español. Gomes Freire, viendo aquel 
destacamento, no se desanimaría, y en vez de retirarse, 
persistiría en marchar contra los indígenas. 

El consejo de oficiales rechazó por inconveniente el plan 
del maj*qués. Le dijeron que era desacertado enviará 100 
leguas de distancia un destacamento sin protección alguna, 
expuesto á ser batido en el camino, para tomar un punto 
cuya posición no proporcionaba ventajas. Que no habiendo 
en el campamento español más de 000 hombres, la expe- 
dición proyectada dejaría reducido al general en jefe á un 
centenar de soldados, con los cuales no podía garantirse de 
ser avanzado y deshecho por el enemigo. Que supuesto el 
caso de salir las cosas sin tropiezo, la expedición inutiliza- 
ría un número considerable de caballada, muy dificultoso 
sino imposible de reponer, quedando, por lo tanto, inmóvil 
y arrinconada en un extremo del país la fuerza escogida 




120 



LIBRO n. — GOBIERNO DE VIANA 



de que se desprendía el ejército. Que Gomes Freire, en su 
condición de soldado, no dejaría de penetrarse de estas co- 
sas, por lo que probablemente influiría su ánimo, en sen- 
tido negativo el avance á Santa Tecla, cuyos resultados le 
eran fáciles de calcular anticipadamente. Nada tuvo que 
alegar el marqués á lo expuesto, por ser incuestionable; 
pero no echó en olvido el rechazo de su plan^ ni dejó de 
pensar en los medios de remover á Andonaegui, que le in- 
comodaba mucho. La oportunidad de vengarse le vino 
al despachar el correo oficial. Andonaegui enviaba su co- 
rrespondencia á la Corte, con los trofeos tomados en el 
Daymán, y cuenta minuciosa de las operaciones efectuadas, 
por el na^^o Jasón, que llevaba también la correspondencia 
de Valdelirios; pero su comandante, á pretexto de no ir 
bien carenado el barco, se detuvo en Río Janeiro, despa- 
chando en uri buque que salía para Lisboa las cartas del 
marqués, y quedándose con las de Andonaegui, que sufrie- 
ron notable retraso. El Gobierno de Madrid se impuso de 
lo expuesto por Valdelirios, y no oyendo más voz que la 
suya, acusó á Andonaegui de omisión, y pensó en nombrarle 
sucesor. 

Rechazado el plan de Valdelirios en la junta de guerra, 
se determinó optar por la espera hasta reunir tropas, víve- 
res y caballadas abundantes con que asegurar el triunfo 
en la nueva campaña. Se hicieron reflexiones sobre el 
inconveniente de facilitar á los indígenas la posibilidad de 
una victoria, haciéndoles la guerra sin recursos bastantes 
como acababa de acontecer, pues en país tan dilatado y 
hostil, sería ilusoria toda esperanza de buen éxito sin ha- 
ber asegurado de antemano el numero de tropas y pro- 
visiones imprescindibles. El verano actual no podía apro- 




LIBRO IL — GOBIERNO DE VIANA 



121 



vecliarse ya, porque il)a á insumirse en el más del tiem]>o 
necesario para el apresto de los elementos requeridos; así 
es que, no pudiendo tampoco utilizarse el invierno para 
abrir la campaña por ser estación peligrosa, había de es- 
perarse hasta el verano posterior. Viana, que era el sos 
tenedor principal de estos dictámenes, vindicó de paso el 
proceder de Andona egui en la pasada guerra, y propuso 
que dicho general, cuya mayor autoridad le daba superio- 
res medios de acción, pusiera por obra avituallar el ejer- 
cito para abrir oportunamente las operaciones. Convinie- 
ron todos en ello, quedando Viana nombrado para segundo 
del general en jefe, con cargo de ver personalmente á 
Gomes Freire y avisarle lo acontecido, como lo hizo de 
allí á poco, sorprendiéndose bastante de lo que inquirió en 
el campamento lusitano. 

Los portugueses, secundando en todo los preparativos 
que se hacían, no descuidaban, empero, de llevar adelante 
la realización de sus planes particulares. Corresponde tener 
presente que, aun cuando el tratado de límites corría ca- 
mino de cumplirse, no por eso existía paz definitiva entre 
España y Portugal; y en este concepto, Gomes Freire y 
Andonaegui, aunque compañeros de vivac, eran generales 
de dos naciones en armisticio, lo cual menos que nadie 
ohúdaba el portugués, como se verá en seguida. Bajo pre 
texto de almacenar los víveres para la segunda expedición 
en proyecto, Gomes Freire se adelantó hasta S. Gonzalo y 
fundó allí un fuerte (1). La ocasión no podía estar mejor 
elegida, ni el pretexto ser más plausible. Imposibilitados 
los españoles de reñir en aquel momento, supieron que te- 



(1) Larrañaga y Guerra, Apuntes históricos, etc. 




122 



UBRO lí. — GOBIERNO DE VIANA 



níaii un obstáculo más para el futuro; pero necesitaron ca- 
llarlo. Viana, por su parte, evacuó la comisión que llevaba 
ante el general portugués, sin darse por entendido del resto ; 
y conseguido su asentimiento para la apertura de la cam- 
paña en las condiciones y épocas prefijadas, vohdó al lado 
de Andonaegui. 

Aunque rayando en los setenta y con más de cincuenta 
años de servicios militares, la proximidad de la acción 
rejuvenecía al viejo general, así es que le regocijó la 
vuelta del Gobernador de Montevideo, en quien, por 
otra parte, reconocía su más fuerte apoyo. Trasladóse á 
Buenos Aires para activar el aliasto de pertrechos, ca- 
balladas y demás objetos necesarios ; de allí pasó á Mon- 
tevideo, desde donde reclutando cuantas gentes pudo, se 
puso en, marcha para su cuartel general de las orillas del 
río Negro, decidido y seguro del éxito. En esta conformi- 
dad de ánimo, revistó de llegada el ejercito que constaba 
de 1670 hombres de tropa, 500 gastadores, 9 cañones de 
campaña y un parque bien provisto de municiones y ví- 
veres (1), Después, llevando á Viana como segundo jefe, 
rompió la marcha el día 4 de Diciembre de 1755 en di- 
rección al Aceguá, que era el punto de junción convenido 
con el general portugués. El día 6 de Enero se recibió 
chasque de aquel general, manifestando que necesitaba ha- 
cer un gran rodeo para llegar al paraje señalado, por lo 



(1) He aquí el detalle dado por el mi'oao firneral: SOO infantes, 270 
dragones, 800 mdurianos ú sneldo, 200 del tercio de Corrientes, casi 
200 del de Santa -Fe, ó 00 jirones ó gastadores, 9 cañones de canipaña 
con las municiones g rejniesios correspondientes, 2fi0 carretas jtara el 
transporte de seis meses de rireres, nnts de 7(>(d> cabaltos, 800 midas g 
0000 vacas {Diario de Andonneuiii). 




LIBRO ir. — GOBIKRXO DE VI ANA 



123 



cual proponía se efectuara la reunión sobre el Sin*andí, en 
las inmediaciones del río Negro. Aceptada la proposición, 
marchó para allá Andonaegui, encontrando en el camino, 
sobre el cerro de Aceguá, dos cartas colgadas de un palo, 
una de ellas para el marques de Valdelirios, y ambas es- 
critas en guaraní. Adelantando la marcha al día siguiente, 
las partidas avanzadas comunicaron haber visto dos ban- 
deras á la otra parte del Aceguá ; y sin otra novedad en el 
tránsito, el día 12 campó el ejército en el Sarandí para 
esperar á Gomes Freire. 

Venía éste á marchas lentas, buscando la incorporación 
de los españoles. En 7 de Diciembre había comenzado á 
moverse desde Río -grande de S. Pedro, con un cuerpo de 
1600 individuos, 10 bocas de fuego, parque bien provisto 
y numerosa caballada y ganados. Por más que se jacta- 
ban sus oficiales de la disciplina y porte de las tropas, to- 
das fueron contrariedades por el camiiio. Una vez se in- 
cendió el campo á causa de los descuidos, y estuvo á punto 
de perecer todo el ejército. Grandes desvelos costaba el 
transporte de la artillería y arreo de los ganados. Sin em- 
bargo, Gomes Freire era muy activo, de modo que suplía 
las dificultades con su presencia de ánimo, estimulando á 
todos por la desenvoltura de sus modales soldadescos. 
Después de 38 días de marcha, se pusieron los portugue- 
ses en las inmediaciones del Sarandí, incoi'porándose á los 
españoles el 16 de Enero. Andonaegui con su estado ma- 
yor se adelantó á recibir á Gomes Freire, conduciéndole 
hasta su carpa, donde le festejó con un banquete esplén- 
dido. El ejército portugués desfiló por frente de la línea 
española y campó á la izquierda de ella. Cinco días des- 
pués, rompieron ambos su marcha contra las Misiones. 




124 



LIBRO II. — GOBIERNO DE VI ANA 



Las noticias que se tenían de los sublevados eran di- 
versas, aunque todas inexactas. Los indígenas exagera- 
ban su efectivo disponible, para asustar de esta ma- 
nera á los aliados, imbuyéndoles que la sublevación de 
los pueblos no se circunscribía á los siete que iban á 
entregarse á Portugal, sino á los treinta y tres de las re- 
ducciones todas. Corría la voz de ser hasta 5000 los hom- 
bres de armas ya prontos al combate, fuera de las reservas 
esj)eradas. Todo ello no pasaba, sin embargo, de habladu- 
rías, porque ni estaban preparados á la resistencia, teniendo 
apenas unos 300 hombres juntos, ni siquiera se habían 
convenido en el nombramiento de un jefe superior, sién- 
dolo por accidente el cacique Sepee, a quien obedecían los 
más afectos y cercanos. Al llegar Andonaegui al Sarandí, 
algunos bomberos indígenas que le espiaban, retrocedieron 
hasta los pueblos para dar aviso. Fué entonces recién que 
las localidades amagadas empezaron á prepararse, circu- 
lando correos en todas direcciones, y procediendo por me- 
dio de partidas sueltas á quemar los campos, desalojar 
algunas rancherías del tránsito, y dar la alarma en to- 
das partes. Por este medio, desde el día 20 al 2 2, salían 
á la vez de S. Miguel 400 hombres, de S. Angel 200, de 
S. Lorenzo 50, de S. Luis 150, de S. Nicolás 200, de 
S. Juan 150 y de la Concepción 200, todos á oi^onerse á 
los aliados ( 1 ). Pretensión bien peregrina, como que no 
iban atenidos á mayores recursos que su pésimo arma- 
mento primitivo y sus ignorantes capitanejos. 

Mientras así marchaban á seguro desastre los indígenas 
en su atolondramiento, venía el ejército aliado adelantando 



( 1 ) Diario (le JIeui(t, §§ 78 - 80 . 




LIBRO II. — GOBIERNO BE VIA NA 



125 



SUS marchas en buen orden y sin carecer de cosa que pu- 
diera serle necesaria. Sus batidores habían divisado el día 
21 una. partida gruesa como de 200 indios, que se retira- 
ban entre Santa Tecla y San Antonio Viejo. El día 22 fue 
capturado un bombero de los enemigos en el campamento 
al N. de la serranía de Yumamuy, el cual declaró: «que 
los siete pueblos unidos con los de la costa del Uruguay 
estaban listos para resistir, pues el indio D. Nicolás, natu- 
ral del pueblo de la Concepción, hacía días los tenía con- 
vocados con la noticia de hallarse los españoles próximos 
á salir á campaña; y también que en la estancia de San 
Antonio quedaba el indio Sepee fortificado con 4 cañones 
y 400 hombres de guardia, y desde dicho puesto despa- 
chaba los bomberos á correr el campo. » Tomadas las 
medidas del caso, se siguió adelante hasta encontrar los 
baqueanos el día 29 un tropel como de 200 indios, de los 
cuales lograron hablar á varios, quienes les dijeron : « qué 
era lo que buscaban por sus tierras, y si no habían hallado 
unas cartas en Aceguá, y por qué habían pasado adelante 
sin darles .¿iviso, » Respondieron los baqueanos que efec- 
tivamente las cartas se habían hallado, pero no pudieron 
descifrarse por ir escritas en guaraní; pero si el capitán 
de los indios quería verse con el Capitán General de la 
Provincia que allí cerca estaba, podía explicarle con segu- 
ridad lo que desease. En lo cual no condescendieron ( 1 ). 



(1) Segunda expedición del año 1755 con exjyresión de leguas, cam- 
pamentos y descansos. — Copiada del Diario que formó el capifdu de 
Dragones D. Francisco de Graell, con algunas anotaciones puestas por 
D. Francisco Bruno de Zavala, capiiun de Dragones y comandante 
que ha sido del cuerpo de Blandengues y quien tra^stadó dicho Dia- 
rio (MS). 




126 



IJBRO II. — GOBIERNO DE VI ANA 



No era la mejor señal, aquella negativa, á lo que se agre- 
gaba la completa soledad del tránsito, abaudona.las ó in- 
cendiadas las poblaciones y huidos sus habitantes. Al día 
siguiente salió Viana con los bacjueanos y una partida 
hasta el lugar en que se vió á los indios el día anterior. 
Consiguió hallarlos, y cortándose con tres hombres se 
abocó á siete indios que le liicieroii iguales cargos que á 
los baqueanos, preguntándole con qué permiso cruzaba 
sus tierras. A lo que replicó él : « Nosotros no necesitamos 
licencia, pues nos basta con la del Rey nuestro señor y 
el vuestro, en cuyo nombre se halla aquí el Capitán Gene- 
ral de esta Provincia; y en esta inteligencia desde luego 
determinaos á venir á prestar obediencia si no quisiereis 
exponeros á los rigores de la guerra. » Y ellos respondie- 
ron : « que no conocían sinó su libertad, la cual habían 
recibido de Dios, y también aquellas tierras dependientes 
del pueblo de S, Miguel, las cuales sólo Dios y no otro 
se las podía quitar ; y en este supuesto que no pasaran los 
españoles adelante. » Pero como insistiera Viana en que 
pasarían^ los indios le dijeron por toda despedida: c en el 
camino nos encontraremos. » La amenaza se cumplió, 
notando de allí á poco los españoles que habían desapare- 
cido de su campo 23 soldados blandengues, y más adelante 
se noticiaron de haber sido asesinado el alférez D. Manuel 
Franco con la partida de 1 2 hombres de su mando. 

El día 6 de Febrero se dejaron ver los indios frente á 
la gran guardia de los portugueses, á quienes mataron dos 
peones. Determinó Andonaegui que saliese á batirlos un 
destacamento compuesto de 300 hombres de las dos na- 
ciones, y habiéndose brindado Viana para mandarlo, le fué 
concedido, con la orden, empero, de pasarlos á cuchillo en 




LIBRO II. — (ÍOHIKRXO DE VI AXA 



127 



caso de hacer refreí steneia, orden que siempre tuvo Ando- 
naegui en la punta de la lengua tratándose de indígenas. 
Presentaban los indios aire de pelea, por lo cual convinie- 
ron Viana y el coronel D. Tomás Luis Osorio, jefe de dra- 
gones portugueses, atacarles con uno de los escuadrones 
que llevaban, quedando el otro en protección del primero 
por temor de lo avanzado de la hora, pues venía picando la 
noche. Híz,ose así, y como los indios volvieran grupas, 
Viana los persiguió á toda carrera con 75 hombres que 
pudieron seguirle, y después con 20, á que iba reducido 
al aproximarse á un monte donde acababa de hacer alto 
el enemigo. Allí estaba el cacique Sepee, general en jefe 
de los sublevados, ostentándose por la arrogancia del ade- 
mán, y Viana, que lo traslujo, cargó sobre él y le mató. 
En seguida se le vinieron los otros, á quienes hizo frente 
como pudo, despachando dos hombres en busca del grueso 
de sus soldados y mandando echar llamada con un tambor 
de blandengues que se hallaba allí por fortuna. Con esto 
juntáronse hasta 00 hombres, sobre los cuales cayó una 
lluvia de piedras y flechas de los indios, que ansiaban por 
vengar á su jefe. Viana mandó hacerles una descarga que, 
ocasionándoles algún daño, le colocó en situación de poder 
retirarse. Tuvieron en esta acción los indios 8 hombres 
muertos, y Viana 2 muertos y 2 heridos. 

Sobre el cuerpo del cacique Sepee se encontraron dos 
cartas, una del mayordomo de S. Javier, con noticias y 
memorias de todos sus moradores para el cacique y sus 
soldados. La otra era una especie de instrucción, que des- 
pués de encomendar los rezos y demostraciones religiosas 
destinadas á dar consuelo y vigor á los soldados, contenía 
cláusulas como ésta : « Debemos huir mucho de los caste- 




128 



LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA 



llanos y los portugueses; cuando pretendan hablarnos, ex- 
cusar su conversación. Acordaos que en los tiempos pasados 
(los portugueses) mataron á nuestros abuelos é hicieron 
escarnio de las imágenes de los santos de nuestras igjjesias. » 
Y también decía: «No queremos la venida de Gomes 
Freire, porque él y los suyos son los que por obra del de- 
monio nos tienen tanto aborrecimiento; este Gomes Freire 
es el autor de tantos disturbios, y el que obra tan mala- 
mente, engañando á su Rey; por cuyo motivo no le quere- 
mos recibir. Nosotros en nada hemos faltado al servicio de 
nuestro buen Rey; siempre que nos ha ocupado, con toda 
A’oluntad hemos cumplido sus mandatos, y en prueba de 
ello, repetidas veces hemos expuesto nuestras vidas y de- 
rramado nuestra sangre por orden suya. ¿Por qué no se da 
á los portugueses Buenos Aires, Santa -Fe, Corrientes ó el 
Paraguay; y. sí los pueblos de los pobres indios, á quienes 
se manda que dejen sus casas, iglesias, y en fin, cuanto tie- 
nen y Dios les ha dado? » ( 1 ) Esta protesta sencilla del 
patriotismo y la fidelidad, encontrada sobre las ropas de 
un cadáver, hablaba con más elocuencia que todo. 

La muefte de Sepee era una gran pérdida para los in- 
dígenas, no sólo por ser su general en jefe, sino por estar 
dotado más que ninguno de ellos, de propensiones geniales 
para la guerra. Le sustituyeron por D. Nicolás Nanguiru, 
corregidor y natural del pueblo de Concepción, donde go- 
zaba fama merecida de hombre bueno y afable. Este nuevo 
caudillo, rústico pastor, que fuera de los menesteres de su 
oficio, no tenía mas habilidad que la de tocar el violín, es el 
pretendido Nicolás /, Rey dcl Paraguay y Emperador de 



( 1 ) Diario da E.q)edi(;uo de Gomes Freiré, 




LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA 



129 



los Mamelucos, segíin reza un libro que corrió en Europa 
con fama de veracidad. Ni rey ni cosa parecida había so- 
ñado ser nunca el aludido, ni tal lo supuso ninguno de los 
que le rodeaban. Que sólo la enemiga contra los jesuítas 
pudo inventar calumnia tan grosera, para explotar la mal- 
querencia del Gobierno español contra ellos. Como quiera 
que fuese, el nuevo general de los indígenas puesto al 
frente de los sublevados, trató de reunir el mayor número 
de gentes para oponerse al ejército luso-español, aun cuando 
sus escasas dotes no le hubieran sugerido ningún plan se- 
rio, ni á ciencia cierta supiera cómo desenvolverse en el 
manejo de los suyos. 

Iba entre tanto el ejército aliado prosiguiendo su mar- 
cha, cuando a las cinco de la mañana del 10 de Febrero, 
supo, después de haber caminado como una legua, que los 
indios aparecían en crecido número. Con esta noticia, pro- 
vocó Andonaegui reunión de jefes, y concluida la confe- 
rencia, ordenó que las tropas se apx’estasen al combate. 
Tomó la derecha el ejército español, echando pie á tierra 
la infantería y los dragones que desplegaron en batalla de 
á dos en fondo, coronando los cuerpos de caballería el 
extremo de su línea. El ejército portugués tomó la iz- 
quierda, desplegando igualmente su infantería en batalla, y 
coronando también el extremo de su línea con su caballe- 
ría. La artillería se repartió por todo el frente de la línea. 
El equipaje del ejército, que constaba de doscientas can*e- 
tas, se mandó dividir en cuatro trozos iguales, de modo que 
entre todas figurasen tres calles espaciosas, en cuyos inter- 
valos se colocaron los ganados; con orden de que en caso 
de ser atacadas las últimas carretas cerraran los blancos 
formando tres cuadros, y para su custodia se destinó una 




130 



IJBRO II. — GOBIERNO DE VIANA 



fuerza de 200 hombres á caballo, protegida de todos los 
peones portugueses de la demarcación, armados á lanza. El 
equipaje del ejercito portugués observó igual formación en 
su costado respectivo. Pasáronse dos horas en aureglar la 
línea, y luego rompieron las cajas, clarines, timbales y pí- 
fanos, caminando el ejército con mucha gallardía á pesar de 
los rigores del sol y de la sed, hasta tomar su ¡cuesto en la 
falda del cerro Kaibaté, á tiro de fusil del enemigo (1). 
Las opiniones más contestes son que el ejército aliado su- 
maba 2500 hombres de armas. 

Ocuj^aban los sublevados la cima del cerro, formando á 
modo de media luna, con 8 cañones forrados de tacuara, 
algunas lanzas y escaso níímero de armas de fuego, porque 
entre ellos prevalecía la flecha y la honda. Sumaban 1700 
hombres comandados por D. Nicolás Nanguii’u. Apenas 
hicieron alto los españoles, cuando Nanguirú envió á An- 
donaegui su Alférez Real, avisándole que los indios estaban 
prontos á obedecer cuanto les mandase. Replicó Andonae- 
gui echándoles en cara sus errores y ordenando que inme- 
diatamente desocupasen el ¡cuesto, y luego que llegaran á 
sus pueblos los evacuasen con cuanto tuviesen en ellos de 
haciendas y equipajes. Se adelantaba á garantirles que no 
serían incomodados en nada, antes bien el Rey les daría 
todas las tierras que hubiesen menester en el paraje que 
más les conviniese; y que llegados á sus pueblos volvieran 
desarmados todos los caciques, curas, corregidores y demás 
justicias á prestar debida obediencia. Por conclusión les 
anunciaba, que en caso de contravenir estas órdenes ó 



( 1 ) Kaíbaté gidere <kcir Monte- Al/o, sfcgún la traducción del capitán 
Zavaía, anotador deJ Diario de Grácil. ■ 




IJBRO IT. — GOBIERNO DE VIANA 



131 



caui^ar algíin daño á la troj)a ó al ejército, inmediatamente 
serían pasados á cuchillo. Con lo cual afirma Andonaegui 
en su D¡ar¡(\ que les reprendía suavemente. 

Ñanguirú aparentaba avenirse á todo, pidiendo tiempo 
para retirarse y recoger sus caballos con algunos víveres 
y equipajes, á cuyo efecto se le concedió una hora. Por 
esa estratagema daba lugar a que llegase un largo socorro 
de los charrúas y mas de 200 hombres con dos cañones 
del pueblo de S. Miguel que esperaba. Viendo Ando- 
naegui que había corrido el plazo con exceso, y que en vez 
de moverse los sublevados, engrosaban las filas prolon- 
gando su izquierda, l eforzó con dos cañones la derecha de 
los aliados, y mandó que ambas caballerías tomaran al- 
guna prec^aución. En esto observó que los indios levanta- 
ban tierra á modo de trincheras en su línea, y ya desen- 
gañado hizo correr la orden de que al toque de llamada 
avanzara el ejército. Sonó el toque, y conjuntamente inició 
sus disparos la artillería, descomponiendo la línea enemiga. 
El ejército aliado avanzó con ardimiento, singularmente 
la infantería, que pretendió igualar á la caballería en lige- 
reza. Llegados a la cima, mientras la caballería destrozaba 
cuanto se le oponía, los infantes se arrojaron sobre dos 
profundas zanjas en las cuales se habían refugiado 400 
indios, que allí mismo fueron exterminados. Pronunciado 
desde el primer momento el desastre, á los sublevados 
les cupo en suerte soportar una matanza que duró hora 
y cuarto. Tocóse á recoger, y después de grandes víto- 
res al Pey, á los generales aliados y á Vi a na, marchó en 
dos columnas el ejército, acampando á media legua, después 
de once horas de terrible fatiga. Las pérdidas de los espa- 
ñoles fueron tres muertos y diez heridos, incluyendo An- 




132 



OBRO II. — GOBIERNO DE VI ANA 



donaegui, lastimado en una pierna; y las de los portugueses 
un muerto y treinta heridos, entre ellos el coronel Osorio 
y un alférez. Las pérdidas de los sublevados se o^mputa- 
ron en 1511 muertos y 154 prisioneros, su pobrísima ar- 
tillería y las pocas lanzas y armas de fuego que tenían, 
seis banderas, dos de ellas con la cruz de Borgoña, y 
varias cajas é instrumentos ( 1 ), La casi totalidad de los 
batidos en Kaibaté, eran indios de las Beducciones uru- 
guayas. 

Después de esta jornada, el aspecto de la situación 
era más lisonjero para los generales aliados, Aiidonaegui 
contaba, y con razón, que el efecto moral de la victo- 
ria recientemente obtenida sería muy fuerte en el ánimo 
de los indios. Habían perdido uno de sus caciques princi- 
pales, Sej^ee, que muriera á manos de Yiana; y Ñanguirú 
acababa de ser destrozado con la flor de sus gentes. Sin 
embargo, los generales aliados no tenían idea exacta del 
rumbo en que habían de seguir sus operaciones, pues tan 
pronto se inclinaban al partido de marchar directamente á 
los pueblos sublevados, como ya mudaban de consejo in- 
tentando recostarse al Yacuy, para establecer comunicación 
por su intermedio. Gomes Freirc era de este último dicta- 
men. Así disentidos, se rompió la marcha el día 11, lle- 
gando el ejército hasta las islas del Corral. De allí, en los 
siguientes días continuó caminando al mismo rumbo, y 
haciendo explorar su frente y flancos en busca de aguadas; 



( 1 ) Apindamos estas cifras bajo el testiwonio de Aadonaegui, j>or 
creerlo el }mis atendible para el caso, Kl Diario de Uraell asigna d 
los indi ge ñas la sola pérdida de 1200 hombres^ inclusos 154 prisioneros; 
y el de Rodrigues da Cunha 14 00 muertos y 127 prisioneros. Henis 
valora la perdida de los sable lados en 000 muertos y 150 prisioneros. 




LIBRO II. — CÍOBIERXO DE VIANA 



133 



pero vino a clesenga fiarse de su empeño, no sólo por lo que 
veía, sino por las noticias de los naturales del país, que 
aíirmaban no haber agua y ser el camino pésimo cuanto 
más se adelantaba. Con esto vino á triunfar la opinión de 
Gomes Freire, y el día 22 salió un destacamento com- 
puesto de IdO hombres con los ingenieros y gastadores 
correspondientes, á fin de construir un fuerte sobre la costa 
del río Yucuy, que abriese la comunicación y asegurase la 
retirada en cualquier caso. 

Resuelta la marcha en esta forma, comenzóse á buscar 
lo más transitable del camino, que en general era áspero, y 
lo hacía más molesto la intermitencia del tiempo, ora ca- 
loroso en exceso, ora lluvioso en demasía. Los generales 
aliados iban persiguiendo el encuentro del 3Ionte- Grande, 
única vía de comunicación con las Misiones que se presen- 
taba por aquel lado. En el tránsito, y después de pasar el 
Bacacay-Miní, encontraron un palo plantado con una carta 
para Andonaegui, cuyo resumen decía: « que los cabildos 
de los pueblos se daban por l:>ien enterados del contexto 
de lo que S. E. les escribió de la estancia de Santa Cata- 
lina y remitió por algunos indios prisioneros ; . y al mismo 
tiempo hacían presente también, que en dicha estancia 
quedaban 901 unidos con los charrúas, y por el frente 
3001 con los minuanes, resueltos á morir con todas sus 
familias antes de despoblar los pueblos. » Andonaegui con- 
testó por carta al día siguiente, « que abrieran los ojos, 
pues para ello les daba tiempo la marcha lenta del ejér- 
cito; el cual, si no cedían, les liaría experimentar las fata- 
les consecuencias de la guerra, x Prosiguió la marcha, y el 
día 22 de Marzo entró el ejército por el boquete que abre 
el camino del Monte -Grande, llevando Viana el mando de 




134 LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA 

la vanguardia, y cre}"endo todos que los indios dificulta- 
rían el tránsito de la columna. Sin embargo el pasaje se 
efectuó satisfactoriamente, venciéndose inmensos rejiechos 
llenos de malezas, y teniendo que emplear los aliados más 
de 300 hombres desde el 23 de Marzo hasta el 11 de Abril 
en componer el camino para que transitara su parque. Co- 
nocedores como eran del terreno, pudieron los indígenas 
haber imposibilitado al ejercito encerrándole entre un 
monte casi intransitable y desconocido para el. De no ha- 
berlo hecho, contra todo lo que temían los españoles, se 
deduce la ineptitud de sus hombres de guerra. 

Mientras Andonaegui vencía lentamente los obstáculos, 
y se sobreponía á sus achaques físicos, teniendo que ha- 
cerse 'Conducir algunas veces en hamaca, los sublevados 
no cejaban, dirigiendo al ejército cartas llenas de ame- 
nazas é insultos. A todo lo cual replicaba Andonaegui de 
palabra « que allá iría ». En San Fernando, puesto de San 
Miguel, donde llegó el ejército el 2 de Mayo, encontraron 
escrito sobre un cuero : « Ya nos vamos todos ; daos priesa 
á llegar á las tierras que han de ser vuestras. » En la es- 
tancia de S. Javier, pueblo de S. Angel, la infantería 
española y los cuerpos de Santa- Fe y Corrientes tuvieron 
una escaramuza con 1500 indios, en que resultaron algu- 
nos muertos y heridos de ambas partes. Al vadear el Chu- 
nireví ( ó Chuniebí ) el día 1 0, se notó que lo^ indios ha- 
bían fortificado el paso con un reducto de dos cañones de 
madera de lapacho, y varias cortaduras y parapetos. Yiana 
los disolvió con algunos cañonazos, y las infanterías espa- 
ñola y portuguesa tomaron la posición con el agua á la 
rodilla. El día 12, en las puntas de Piratiní hubo otra es- 
caramuza sin mayor importancia, y el ejército campó como 




IJBRO II. — GOBIERNO 1>E VIANA 



135 



ií tres leguas del pueblo de S. Miguel, donde entró sin 
resistencia el 17. * 

Aquí se dió un caso que por su espontaneidad, era ca- 
pítulo de acusación contra los factores de la entrega de los 
pueblos. AI entrar Viana á S. IMiguel, de cuya belleza y 
ornamentación no tenía idea, quedó sorprendido, y sin 
poderse reprimir, dijo en voz alta que todos oyeron: ¿ Y 

este es uno de los pueblos que nos mandan entregar 
á los portugueses? — debe estar loca la gente de Ma- 
drid para deshacerse de una población que no encuentra 
rival en ninguna de las del Paraguay! » Y así era la ver- 
dad, porque no sabía el Gobierno español lo que daba. 
Pero las reflexiones de este orden tenían ya carácter ex- 
temporáneo, habiéndose consumado el sacrificio de los in- 
dígenas y apareciendo triunfante la razón de la fuerza. 
Cómo pintar el terror que se produjo de parte de los mi- 
guelistas al ver invadido su pueblo, sería imposible; pero 
baste decir que se dieron á la fuga abandonando propieda- 
des y haciendas, y contagiando de su pánico á los demás 
pueblos por donde pasaban. Agregúese á esto que algunos 
indígenas sueltos, rivales de los de S. Miguel por disputas 
recientes, pegaron fuego á varias casas del pueblo, que co- 
menzó á arder por todos lados. Una copiosa lluvia detuvo 
en algo el furor de las llamas, preservando del incendio la 
iglesia y algunos edificios. Andonaegui no hizo nada para 
evitar aquel desastre, pero el desastre por sí mismo dió el 
último golpe al temple viril de los indígenas, que con 
excepción de los de S. Lorenzo, sólo pensaron en rendirse, 
siquiera fuese para proteger sus hogares del incendio. 

Presentáronse al campo de los aliados las autoridades 
y pueblo de S. Juan, que con grandes muestras de humil- 




136 UBRO II. — GOBIERNO DÉ VI ANA 

dad juraron á Andonaegui completa sumisión. El general 
tomó pie de la oportunidad para pronunciarles un largo 
discurso, de esos que el llamaba suaves, en que, a vuelta 
de muchos ofrecimientos futuros, les aseguraba por cuanto 
al ^u’esente, que serían pasados á cuchillo á la menor ten- 
tativa de insubordinación. Con esta promesa se retiraron, 
quedando á disposición del vencedor. Se esperaba en el 
campamento español que tras los juanistas vinieran los de 
S. Lorenzo, distantes de allí dos leguas, pero el tiempo 
transcurría sin que tal sucediera, así es que, inquieto Ando- 
naegui por las ulterioridades de esa demora, destacó á 
Viana con 800 hombres de caballería para apoderarse del 
local.' En la noche del 19 de Mayo partió este jefe, y el 
día 20 de madrugada entró de sorpresa al pueblo, haciendo 
prisioneros á varios de sus moradores y á los PP, Limp, 
Unger y Henis, que fueron puestos en seguridad. Los pa- 
peles de este último, ocupados con mucha diligencia por 
creerse que encerraban la revelación de grandes tramas, 
no dieron otro trofeo que el Diario Imtórico que ha he- 
cho popular su nombre, proyectando gran luz sobre los 
episodios del triste drama narrado en estas paginas. 

Conducido Henis á presencia de Viana, respondió con 
firmeza á algunos cargos que se le liicieron : « Al Rey no 
le han costado nada estos pueblos — dijo ; — somos nosotros 
quienes los hemos conquistado con el Santo -cristo en la 
mano. S. M. no puede entregarlos a los portugueses; y si 
yo estuviera en la Corte, le informaría de modo que tal 
entrega no había de verificarse. >> ( 1 ) Después de alguna 
reprimenda, puso Viana en libertad á los tres curas, y en 



(1) Relación de los ser de ios de Viana (MS). 




LIBRO IL — GOBIERNO DE VIANA 



137 



seguida empezó a tomar medidas para garantir la conser- 
vación del orden público. Colocó centinelas en todos los 
parajes donde había grupos de indígenas refugiados; y 
sacó la tro])a de entre el pueblo, acampándola en las afue- 
ras para evitar atropellos. El orden y la disciplina impe- 
raron desde luego en S. Lorenzo, como imperaban doquiera 
se hiciese sentir la autoridad del Gobernador de Monte- 
YÍdeo. 

Sabidos estos sucesos por Andonaegui, escribió á todos 
los curas y cabildos de las localidades aun no sometidas, 
señalándoles el pueblo de S. Juan para que se presentaran 
á jurar obediencia, y se dirigió allí, dejando á Viana al 
cargo de S. Lorenzo y S. Miguel. Todos los cabildos y 
corregidores se presentaron al lugar convenido, y el ge- 
neral les recibió juramento de fidelidad, despachándoles 
luego á sus tierras. Gomes Freire^ que presenciaba el acto, 
tuvo ocasión de manifestar la enemiga que le trabajaba 
contra los jesuítas. Convidado por ellos, junto con Ando- 
naegui, á comer en S. Juan, rehusó probar las viandas pre- 
textando una indisposición, y para corresponder al brindis 
que le hicieron, se sir^^ó de su propio vino traído por 
criado suyo á la mesa ( 1 ). Estos escrúpulos indicaban el te- 
mor de ser envenenado, y no disimulándolos el portugués, 
infería á los jesuítas el vejamen de un insulto irreparable. 
Devoraron los PP. la ofensa, pues otro remedio no tenían, 
y oyeron las proposiciones que Andonaegui les hizo para 
coadyuvar á la emigración de los indios. Siendo las Re- 
ducciones del Paraná, el único local disponible para colo- 
carlos interinamente, se escribió al Superior de aquellos 

(1) Southey, Ilist do Braxil, 6, xxxix. 




138 



LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA 



pueblos avisándole la remesa que iba á hacérsele. IjOs 
PP. Balda y Henis fueron empleados por Andonaegui 
para dirigir la marcha de los emigrantes, y los curas de 
los pueblos del Paraná prepararon carpas donde alojarlos. 
Marcharon allá en gruesas partidas, algunos centenares de 
familias. Otras menos resignadas, ganaron los montes, 
dándose á la vida de pillaje. 

Viana, entre tanto, desde S. Lorenzo, mostraba su ca- 
rácter irascible. Afanoso como siempre en cumplir las ór- 
denes que tenía, iba provocando la emigración por cuantos 
medios le eran dables. Con este motivo, reservaba á su 
lado algunos capitanejos y sus familias, á quienes prometió 
tierras en Montevideo, á cambio de la fidelidad que le ha- 
bían guardado, descubriéndole reciu’sos comestibles para 
su tropa y escondites donde se albergaban sus compañeros. 
De aquí vino á creerse que establecía diferencias de tra- 
tamiento, provocando la emigración de unos y reteniendo 
á otros; de modo que el P. Gutiérrez, Superior de las Mi- 
siones, se quejó de ello á Andonaegui, quien envió la co- 
municación á Viana para que se descargase. No se hizo 
esperar mucho la ré2)lica, en la cual el aludido retrataba á 
Gutiérrez en esta forma: « Yo siempre he considerado á 
este bendito, como á aquel género de gentes que tienen el 
exterior de ovejas, y en su interior abrigan la luciferina 
rabia de los lobos crueles. » Se trató después del reclamo 
de un indígena cuya mujer hacía mala vida en el campa- 
mento español, y Viana enojado de que se le sospechase 
encubridor, escribía : « Mi ánimo fué pescar al indio y darle 
una buena zurra de azotes y algunos días de cepo, como lo 
hice en otra ocasión con otra, á quien hice cortar el pelo y 
darle azotes publicamente para escarmiento, y al indio se 




\ABRO II. — GOBIERNO DE VIANA 



139 



le dieron también azotes y se le puso en el cepo. » Ha- 
blando de los jesuítas en general, agregaba : « Los jesuítas, 
manteniéndose en su perfidia, no ha habido cosa la míís 
mínima en que no me hayan puesto dificultades, paliando 
con sus acostumbradas gazmoñerías, sus bien conocidas 
mentiras. » El tenor de esta fraseología exagerada y gro- 
tesca, corría parejas con el del oficio pasado al Cabildo 
de Montevideo antes de ponerse en campaña. 

Corriendo así las cosas, convinieron Andonaegui y Go- 
mes Freire en separarse, para tomar cada uno la dirección 
mas adecuada a las circunstancias. El general portugués 
marchó con sus tropas a S. Angel, que era el pueblo más 
inmediato á las vecindades de Río - pardo. El español, 
urgido por dar un sesgo conveniente á los negocios, es- 
cribió á Valdelirios que viniera lo más pronto posible á 
las Misiones, para cumplir lo estipulado con anterioridad. 
El marqués, que esperaba un nuevo general destinado á 
reemplazar á Andonaegui, y tal vez una modificación en 
las instrucciones de que se hallaba munido, no liizo caso del 
llamado. Iban cambiando de tal suerte los negocios en 
Madrid, después de la muerte de Carvajal y en medio de 
la lenta y mortal enfermedad de la Reina Doña Bárbara, 
que acertaba Valdelirios en no precipitar los sucesos. Por 
otra parte, Gomes Freire, sea que tuviera encargo especial 
de su Gobierno, sea que se hubiese verificado algún cam- 
bio en sus miras, no demostraba ahora aquella actividad 
de los primeros tiempos en concluir la cuestión de lími- 
tes. Así, pues, tocaba á su término el año 175(), dejando 
en quietud á diplómatas y generales. 

Esto impacientaba á Andonaegui, que veía perdidos sus 
esfuerzos si no se coronaba la victoria con la realización 




140 



LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA 



del tratado. Vohió á escribir á Valdelirios, ya no en tono 
suplicatorio, pidiéndole que se trasladara a las Misiones 
para hacer entrega de los pueblos. Como no recibiera 
contestación, adoptó el medio de conminar al marques pro- 
porcionándole, sin que el se lo pidiera, elementos de trans- 
porte; y en Octubre despachó un destacamento de 400 
hombres al mando de Viana, con orden de establecerse en 
el paraje denominado el Salto, y esperar allí á Yaldelirios, 
á quien debía servir de escolta. Recomendaba mucho el 
general al marqués, en carta esciita al efecto, que mandase 
abastecer de víveres aquella localidad, puesto que Viana 
no los llevaba más que para el tránsito, y de encontrarse 
sin ellos al acampar para esperarle, sufriría mucho con su 
destacamento. Llegó Viana promediando No^dembre al 
paraje indicado, y no encontró nada en él. Constreñido á 
mantenerse del pescado del río, empezó á edificar un fuerte 
y varios galpones que pronto quedaron concluidos. Éste 
fué el origen de la ciudad del Salto, fundada por casuali- 
dad en el año 1756. 

Por fin llegó á Buenos Aires el sustituto de Andonae- 
gui, á principios de Noviembre, con un refuerzo de 1000 
hombres de tropa, gente vagabunda y colecticia, los más 
de ellos extranjeros. Don Pedro de Cevallos, que así se 
llamaba el nuevo general, venía muy impresionado por las 
narraciones que corrían en Europa sobre el pretendido 
Emperador Nicolás y la posibilidad de sus triunfos. Luego 
que se desengañó, penetrándose de la verdad de las cosas, 
invitó á Valdelirios para ponerse en viaje á las Misiones, 
con cuyo proposito se dirigió al Salto, pero no aviniéndose 
allí con los rodeos y circunloquios del marqués, se hizo 
dar escolta marchando para el campo de Andón aegui, donde 




LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA 



141 



llegó sin Valdelirios en Enero. Salió á recibirle al camino 
el Superior de los jesuítas, que le pidió abriera una in- 
formación sobre la conducta de los PP. durante el aza- 
roso período transcurrido. Cevallos, que traía órdenes 
de la Corte para remitir á España hasta once misione- 
ros sobre quienes pesaban imputaciones de alta traición, 
citó al Superior para S. Francisco de Borja, donde se jun- 
taban multitud de caciques y pueblo con el fin de salu- 
dar al nuevo general. Allí, frente á la iglesia, se levantó 
un tablado, y Cevallos, rodeado del marqués de Valdelirios 
y los principales jefes españoles, recibió las declaraciones 
de la multitud, que ninguna fue contraria á los jesuítas. El 
acto, empero, tenía más de teatral por el aparato, que de 
serio por el carácter de la investigación. Con esto concluyó 
todo procedimiento al respecto, no hablándose más ni de 
acusaciones ni de castigos á los jesuítas. 

Andonaegui y Viana se retiraron, aquél para Buenos 
Aires á fin de tomar barco que le condujese á España, y 
éste á Montevideo á reasumir su gobierno, haciendo am- 
bos la travesía juntos desde Misiones y complaciéndose 
Viana en escoltar á su antiguo jefe. Valdelirios pasó á 
S. Nicolás y Cevallos á S. Borja, con la promesa de Gomes 
Freire de que todo estaría arreglado en el siguiente año. 
Mas no debía pasar esto de promesa, porque las dos cortes 
habían aplazado toda intención formal de concluir la cues- 
tión de límites. En Lisboa, la ruina del tesoro, de cuyas 
arcas habían salido 3:000.000 de libras esterlinas para los 
gastos de la expedición de Misiones, y el gran terremoto 
de la ciudad, dificultaron toda acción. En Madrid, la muerte 
de la Reina Doña Bárbara y la enfermedad del Rey, para- 
lizaron también la actividad política. Los comisarios de 




142 



LIBRO II. — GOBIERNO DE VIA NA 



la demarcación, por su parte, empezaron á dar largas al 
asunto; y los jesuítas, después de tanto trastorno, fueron 
invitados de nuevo a hacerse cargo de las Reducciones uru- 
guayas. Gomes Freire, entrado el año 1758, pidió se le 
indicase sitio para reunirse con la partida demarcadora es- 
pañola; mas luego salió diciendo que opinaba se recomen- 
zase la demarcación por la línea de Santa Tecla, interrum- 
pida hacía cinco años, y j>areciendole esto poco, solicitó 
una conferencia en Yacuy, á la que asistió Cevallos, acor- 
dándose en ella la suspensión de todo procedimiento hasta 
la vuelta del general portugués, que no se efectuó nunca, 
pues marchó en 1759 al Janeiro, dejando por apoderado 
suyo á D. Custodio de Saa y Faría, tan discutidor como él. 

Entre tanto Cevallos, casi aislado en S. Borja, despi- 
caba el mal humor dirigiendo operaciones contra los indios 
del Chaco, que todas salieron frustradas. Dichos reve- 
ses, y quizá también la precaución contra eventualida- 
des futuras, le indujeron á poner en pie de guerra todos 
los pueblos de Misiones, dirigiéndose al Superior de ellas, 
P. Jaime Pasino, « para que por intermedio de los cu- 
ras, hiciera traducir al guaraní é intimara á los corregi- 
dores de los pueblos, la orden de armar todo hombre de 
diez y ocho años hasta sesenta, regimentándolos en com- 
pañías al mando de los más principales y hábiles. - ( l ) 
Semejante orden, expedida á raíz de las turbulencias re- 
cientes, era una justificación plena de los jesuítas y sus 
pueblos. 

Así concluyó esta famosa campaña de Misiones, en que 
los esj)añoles se batieron bravamente para favorecer los 



(1) Of. de CcvaUos (M8 en N. A.). 




LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA 



143 * 



intereses de Portugal, arrostrando fatigas y peligros á fin 
de hacer práctico un tratado de límites que desmembraba 
sus territorios y minaba su poder político y militar sobre 
el suelo americano. En pocas empresas mostraron los te- 
nientes del Rey de España y sus ministros, una tenacidad 
más vigorosa, que ojalá hubieran empleado para nuestro 
bien, como lo fue para la ruina de nuestra extensión terri- 
torial y de nuestra complementación natural. Dinero, sol- 
dados, intrigas diplomáticas, insultos y amenazas contra 
todo opositor, ruegos, crueldades, promesas, fueron medios 
alternativamente puestos en juego para cumplir el tratado 
de límites ; sin conseguir otra cosa, después de siete años de 
agresiones y trastornos, que apartarse los negociadores dis- 
gustados entre sí, volviendo las cosas á su primitivo es- 
tado. 

Ésta es la ocasión de analizar el comportamiento de los 
jesuítas en los asuntos de la guerra. Se les ha acusado de 
haber sido los enemigos más pertinaces del tratado de 
Madrid, provocando los disturbios que con tanta dificul- 
tad se vencieron. En cuanto al primer punto, no cabe 
la menor duda que es exacta la acusación, si merece caer 
bajo semejante forma procesal, la resistencia razonable á 
un despropósito político. Los jesuítas, desde el primer mo- 
mento de conocerlo, se opusieron al tratado, pero de una 
manera leal y franca, que no dejaba lugar á mistificacio- 
nes. En largo memorial que llegó á la Corte firmado por 
individuos de la consulta reunida en Córdoba, escribie- 
ron los motivos que tenían para creer que la entrega de las 
]\Iisiones uruguayas provocaría dispendiosa y sangrienta 
lid, minando de paso el poder de la monarquía española 
en América. Con igual claridad se expresó el P. Barreda 




144 



LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA 



delante de Valdelirios, agregando que en vista de no ha- 
berse tenido presentes al ajustarlo las dificultades que 
ofrecería la ejecución del tratado, no debía presumirse que 
fuese un crimen á los ojos del Rey solicitar ^ demora. 
Hasta aquí los jesuítas no hacían más que abogar por los 
intereses de la Corona, que si casualmente coincidían con 
los suyos, no por eso resultaban menos vulnerados, como 
lo pensó Carlos III, futuro enemigo capital de la Orden, 
que aimque reinando entonces en Ñapóles, interpuso formal 
protesta contra el tratado y la guerra que él originaba. 
Debe, pues, concluirse de ahí, que estando de acuerdo la 
opinión de los jesuítas con la de su más implacable ene- 
migo, no eran intereses de la Orden los que se debatían 
en esta cuestión, sinó el interés del predominio es^^añol en 
el Río de la Plata, que se retiraba vencido á manos de 
Fernando VI, y por virtud de un tratado sin preceden- 
tes, aun entre los peores que ajustara Carlos II, de infeliz 
memoria. 

Pero se ha dicho que los jesuítas, irritados del desaire 
sufrido por su pretensión, provocaron el alzamiento de los 
pueblos. Esto no está comprobado en manera alguna, ni 
por los hechos visibles, ni por el rastro que han dejado 
los detalles de su conducta en aquellos sucesos. Atribu- 
yéndoseles, como se les atribuye, una influencia decisiva 
sobre el ánimo de Andonaegui, no se ve, sin embargo, que 
la conducta de este general se resienta de tal influencia en 
el curso de las dos campañas contra los indios. En la pri- 
mera, si se retiró á cuarteles, fue por causa del mal estado 
de sus caballadas y la falta de pastos; pero luego que se 
inició la segunda, campaña, llevóla con tal vigor, que él 
mismo, achacoso y doliente como estaba, dió ejemplo á sus 




LIBRO II. — GOBIERNO DE VI ANA 



145 



soldados haciéndose conducir en brazos cuando no podía 
marchar de otro modo. Además, Andonaegui en todas sus 
cartas á los sublevados, no les propone otra cosa que la 
sumisión completa y evacuación de sus pueblos, ó pasarlos 
á cuchillo: lenguaje que no es ciertamente el de un amigo 
y mucho menos de un cómplice. Se comprende, pues, 
que si los jesuítas hubieran hecho uso de la pretendida in- 
fluencia sobre Andonaegui, habría sido con el fin de mo- 
derar su acti\ddad belicosa, trayéndola á camino para ha- 
lagar á los indígenas, en vez de irritarles con amenazas 
mortales que no daban cabida á composición. 

Se asegura también que los jesuítas eran amigos muy 
íntimos del Gobernador del Paraguay, y que tres ex go- 
bernadores de aquel país, Echaurri, Moneda y Larrazabal, 
cuya concurrencia á la junta provocada por Valdelirios 
pidieron, les eran ciegamente afectos. Con tales datos debe 
presumirse que, si hubiesen pensado en la resistencia ar- 
mada, habrían utilizado el crédito de hombres tan impor- 
tantes p^ia proporcionarse cuando más no fuese armas y 
municiones, á fin de no presentar sus soldados con fle- 
chas y cañones de lapacho y tacuara, como se presentaron 
los indios en la batalla de Kaibaté y en los combates sub- 
siguientes. Por otra parte, ¿á quién le ocurre pensar que en 
caso de resistencia, se hubiesen limitado á hacerla con sólo 
las Misiones del Uruguay, cuando podían sublevar tam- 
bién las del Paraguay y Buenos Aires, poniendo en ver- 
dadero conflicto á Portugal y España juntos? Entre tanto 
es constante que esas otras reducciones estuvieron en paz, 
y exceptuado el pueblo de Concepción que dió 200 hom- 
bres, no suministraron ni armas ni soldados á los indíge- 
nas del Uruguay, como pudo verificarlo un enemigo de los 

Dom. Esp. — II. 



10 . 




146 



LIBRO II. — GOBIERNO DÉ VIANA 



jesuítas que guerreaba contra ellos (1), Si la resistencia 
hubiera sido acordada en los consejos de los jesuítas, debe 
creerse que como hombres suspicaces, se habrían aper- 
cibido á ella aglomerando armamento y preparando sus 
gentes á vencer, como lo hicieron en los dos asaltos de la 
Colonia, y en todas las campañas en que su concurso fue 
solicitado por el Rey. Les sobró tiempo para disponerse 
sólidamente á la lucha en seis años transciuTidos desde el 
día en que se conoció el tratado, hasta aquel en que arribó 
Valdelirios á ponerlo en ejecución; y si no hicieron uso de 
la fuerza, fue porque deliberadamente no quisieron apelar 
á este arbitrio. 

Tan cierto es esto, que el asalto de sus pueblos les en- 
contró entregados á las labores ordinarias del tiempo de 
paz. Cuando los aliados entraron en San Luis, se trabajaba 
en rematar los dos hermosos gnómones ó relojes de sol que 
construyeron los PP. en el corredor de su huerta, y en San 
Lorenzo se encontró á medio dorar el altar de San Anto- 
nio, y casi al día el diario del P. Henis, donde anotaba su 
dueño con todo candor las esperanzas de que fuera anulado 
por el Rey el tratado de límites. Por todas partes iguales 
indicios de labor iban demostrando la tranquilidad de es- 



(1) También coíi/inwó — dice Graell hablando de la declaración de 
un prisionero tomado en la batalla de Kaibaté— Za mucdc del capitán 
Sepe en la función del 7 del corriente y y que estos mismos indios se 
juntaron en aquel Bosque del qual se vinieron aquí en la madrugada 
del dia 9 en el ánimo siempre de esperarnos en esta misma Colina y 
los qualcs en número son mil sietecicntos, y lo mismo ejrpresan 
varias letras y papeles que se han cneontradoy y los más de ellos eran 
Naturales de los siete Pueblos de esta Banda del Uruguay, porque los 
de el oti'o Lado no avian querido venir á excepción de muy pocos 
(Diario de Graell, citado). 




LIBRO n. — GOBIERNO DE VIANA 



147 



píritu de los doctrineros y sus asistentes, tranquilidad en 
que por su parte tenía perfecta confianza Yaldelirios, desde 
que el provincial Barreda puso en sus manos un desisti- 
miento escrito de los sublevados y cuantos siguieran su 
ejemplo, antes de abrirse la primera campaña. Es llano 
que los jesuítas confiaban en la anulación del tratado y 
pusieron los medios de llegar á ese fin. Tal vez algunos de 
ellos no fueron ajenos á los sustos que llevó Altamirano 
en su prédica á sangre y fuego, y al de Balda en su pre- 
tensión de enmendar la plana á aquél. Pero admitida se- 
mejante hipótesis, ella no pasó de una estratagema mientras 
las cosas podían componerse en esa forma y dar lugar á la 
espera, pues todavía no quería convencerse nadie de que al 
arribo del primer barco de España, no viniese la anulación 
del tratado. Todos pensaban que el Rey había sido enga- 
ñado, esperando que al noticiarse de la efervescencia en 
que estaban los pueblos obstinados en serle leales, sesgaría 
de su propósito. No sabían, empero, que Fernando VI era 
un pobre hombre, dominado por su mujer. 

A todos los cargos contra los jesuítas en esta guerra, 
agregan sus enemigos el de que siendo los indios entes in- 
capaces de moverse sin permiso de los PP., eran natural- 
mente ellos quienes les habían movido á guerrear. Sería 
contrario á los más hondos impulsos del corazón humano, 
admitir que no se aflija todo un pueblo, y hasta resista y 
muera, cuando se le ordena abandonar sus hogares para 
regalarlos al extranjero, yendo á buscar otras tierras que 
no conoce, bajo apremio de recomenzar en ellas la tarea 
que sus antepasados dieron por terminada. Ni el Rey, ni los 
jesuítas, ni nadie podía impedir que los indios se subleva- 
sen contra aquella injusta y vejatoria resolución; porque 




148 



LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA 



si militan causas para creer que en un caso de emigración 
análoga, cualquier pueblo se hubiese sublevado, aquí 
debe agregarse que los indios tenían doble motivo para 
hacerlo. No sólo se les mandaba abandonar sus ho- 
gares, sin ó que se les obligaba á entregarlos á los portu- 
gueses, sus eternos perseguidores; los que habían inventado 
las Vi alocan en que les robaban y vendían por esclavos; 
los que habían atacado implacablemente á sus abuelos de- 
gollando hasta los niños de pecho, los que habían resis- 
tido á sus padres en la Colonia dos veces; los que venían 
á herirles ahora en lo más profundo de sus afecciones, por 
ministerio de tratados vergonzosos, cuya ejecución tenían 
precavida de tiem])o atrás, comprando con su sangre el 
triunfo de las armas del Rey doquiera quiso combatir 
á Portugal. Y los españoles que afectaban hacerse de 
nuevas en este negocio, achacando á los jesuítas la suble- 
vación de los indios, se burlaban cruelmente de los senti- 
mientos que habían contribuido á fortificar, ellos, hombres 
civilizados y cristianos, en aquellos infehces á quienes 
después de utilizarlos como instrumento de su política con- 
tra Portugal, los arrojaban ahora á la desesperación y la 
muerte. 

No hay que buscar, pues, en los pretensos manejos de 
los jesuítas el alzamiento de los indios; donde hay que 
buscarlo es en la iniquidad del tratado que entregaba las 
tierras de la Corona y sus caudales á los caprichos de una 
reina intrigante. La injusticia de los tiempos puede haber 
cargado sobre los jesuítas la responsabilidad de la subleva- 
ción de las Misiones uruguayas, pero los hechos fielmente 
estudiados dicen lo contrario. Y aun cuando no lo dijeran, 
y demostraran que habían sido instigadores de la subleva- 




LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA 



149 



ción, en ningún caso les sería deslionroso el cargo, pues 
acusaría, cuando menos, elevadas previsiones políticas y 
buen sentido, cosa que desapareció en aquellos tiempos 
de los consejos del Rey de España. Porque era más pa- 
triótica la resistencia á las pretensiones del tratado, que 
las muestras de amistad y cortesía alardeadas por los ge- 
nerales españoles con el futuro conde de Bobadela, pe- 
leando desesperadamente ante su vista para favorecer los 
intereses de Portugal. Y si de los jesuítas pasamos á sus 
neófitos, más patriotas y sensatos eran los indígenas, más 
fieles en su tosca rudeza, que aquel presuntuoso marques 
de Valdelirios tomando á punto de honor la ejecución de 
un tratado inicuo, como si las instrucciones de un dipló- 
mala pudieran ir nunca contra los intereses permanen- 
tes de su país, y como si de tenerlas en ese sentido, se siga 
que debe cumplirlas. Pero con todo, el honor de Valdeli- 
rios y sus amigos quedó bien parado; y los únicos malde- 
cidos fueron los jesuítas, que se opusieron al tratado, y 
los indios que resistieron el desalojo. 

Concluida la guerra, trataron los gobernantes españoles 
de restañar las heridas que ella había originado á la ri- 
queza pública. El Uruguay era una de las jurisdicciones 
que más había sufrido, por la fortísima contribución de 
ganados que le impuso la manutención del ejército, casi en 
su totalidad abastecido por nuestras campiñas. Viana, 
al mismo tiempo que proveía á la seguridad del país, esta- 
bleciendo fortalezas en parajes estratégicos como Santa 
Lucía cliico y Casupá, para prevenir las invasiones de los 
indios bravos, proyectaba desarrollar la población sobre 
las costas oceánicas, á fin de fornecer á Montevideo, hasta 
entonces aislado, de un puesto de vanguardia que le per- 




150 



LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA 



mitiera vivir sobre seguro. Este proyecto, que había em- 
pezado á tener ejecución antes de la gueiTa de Misiones, 
fué abandonado por el Gobernador luego que le llamaron 
al ejército; pero vuelto de allí, y habiéndose traído con- 
sigo una cantidad de familias indígenas con oferta de co- 
locarlas en territorio de su gobernación, se encontraba ha- 
bilitado para realizarlo. Por consecuencia, en Septiembre 
de 1757 pasó á Maldonado, haciéndose preceder de 104 
indígenas (37 hombres, 19 mujeres y 48 muchachos de 
uno y otro sexo ), á fin de repartirles tierras en propiedad. 
Se las dió buenas, con agregado de ganados para su ma- 
nutención é industria, y vehículos para sus menesteres; y 
lo coramiicó á la Corte pidiendo nombre para la nueva po- 
blación, que resultó quedar con el que hoy tiene. 

El país, entre tanto, progresaba. Al recibirse Viana del 
gobierno, tenía Montevideo en su jurisdicción 939 habitan- 
tes cristianos, de los cuales 141 esclavos y 49 forasteros. 
Contaba con .129 casas todas ellas de piedi'a y techo de 
paja, 66 chacras, 16 estancias, 428 bueyes, 49855 vacas, 
3371 yeguas, 280 caballos, 7681 ovejas. En nueve años, 
esos recursos habían casi triplicado, contando la jurisdic- 
ción de Montevideo 2089 habitantes, entre ellos 358 es- 
clavos y 106 forasteros, 230 casas de buena comodidad 
aunque modestamente alhajadas, 101 chacras que daban 
abundante cosecha para el consumo y la venta, 140 estan- 
cias, 1523 bueyes, 160009 vacas, 31201 yeguas, 4091 
caballos, 86660 ovejas ( 1 ). Reprimidas las invasiones de 
los charrúas á quienes no se daba motivo de guerrear, 
perseguido el contrabando, cuyos decomisos estimulaba el 



(1) Relación de los servicios de rm;?«(MS). 




LIBRO n. — GOBIERNO DE VXANA 



151 



Gobernador regalando á los oficiales Reales las abultadas 
sumas que le correspondían á el, asegurada la trai;qui- 
lidad general, manejada con escrúpulo la renta, Viana, á pe- 
sar de sus irascibilidades, cimentaba su administración so- 
bre bases severas y proficuas. 

Con todo, lí par de estos progresos se incubaban gran- 
des trastornos i^ara el país. Agriado el ánimo de las gen- 
tes con los sucesos de la última guerra, estando en el Plata 
Cevallos, cuyo carácter belicoso se avenía mal con la quie- 
tud á que le relegaban las circunstancias, y esperándose 
por momentos la muerte de Fernando VI, á quien arras- 
traba á la tumba el fallecimiento de su mujer y el fracaso 
de sus empeños diplomáticos, no era posible esperar que 
la paz se conservase por mucho tiempo. Así lo compren- 
dían todos, y más que ninguno los portugueses, cuyos pre- 
parativos se dejaban sentir en toda la línea. Gomes 
Freire desde Río Janeiro expedía órdenes continuas, ya 
para reforzar las guarniciones vecinas al Uruguay, ya para 
axdtuallar con abundancia á Colonia, cuya conservación 
era el objeto de sus afanes más grandes. Fueron tantos los 
víveres y municiones que envió á esa ciudad, que su Go- 
bernador tuvo de rogarle suspendiera nuevas remesas, por 
no tener dónde colocarlas. En tal situación, llegó el año de 
1760, y con él la muerte de Fernando VI y el ascenso de 
Carlos III al trono de España. 

Pocas veces rigió el Imperio español príncipe más lleno 
de rencores, rarezas y manías. Jamás olvidaba una ofensa, 
por leve que fuera; llevaba en sus bolsillos toda la vida los 
juguetes de la infancia, y bastaba que hiciera una cosa 
f)ara repetirla siempre en el mismo sitio y á la misma hora. 
Carlos III había sido Rey de Xápoles, de donde la muerte 




152 



LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA 



de SU hermano le sacaba para heredar los más vastos do- 
minios de la tierra. Mientras Rey de los napolitanos, fuá 
víctima de una ofensa que decidió de su política futura. 
Inclinábase por motivos de entonces á tomar parte en la 
coalición contra María Teresa de Austria, cuando inopina- 
damente apareció una flota inglesa en la bahía de Xápoles, 
su jefe saltó en tierra, se dirigió á palacio, y poniendo su 
reloj sobre la mesa del Rey, le dijo que si no suscribía 
un tratado de neutralidad antes de una hora, bombardea- 
ría la ciudad. Carlos firmó el tratado; pero se comprende 
cuáles y cuán hondos serían los resentimientos que se 
aglomerarían dentro de su corazón sensible y orgulloso, 
contra la nación que le había humillado de un modo per- 
sonal ante la Europa entera. Y si se agrega á esto que los 
ingleses habían obtenido ventajas muy notables sobre Fer- 
nando VI, á tal punto satisfactorias para ellos, que cada 
vez que se declaraba la guerra á España, en Londres se 
hacían iluminaciones públicas ( 1 ), debe comprenderse que 
el ánimo del Rey Carlos no se hallaba en las mejores dis- 
posiciones con respecto á la Gran Bretaña, 

Además, empezaba á reinar el nuevo soberano en mo- 
mentos en que los Borbones de Francia, sus parientes, eran 
duramente castigados por los ingleses, que habían batido 
sus flotas y ejércitos doquiera les encontraron. Estos in- 
fortunios de familia, unidos á sus resentimientos perso- 
nales, se agravaban con estar Menorca y Gibraltar en 
manos de Inglaterra, cosa que á él debía dolerle suma- 
mente como español que era. En tal concepto, se avino á 



(1) De Pradí, Examen <¡cl plan para el reconocimiento de la inde- 
pendeiicia de la América española, cap i. 




LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA 153 

suscribir con I^uís XV, Rey de Francia, y con los demás 
príncipes de Borbón reinantes en Europa, un tratado se- 
creto, en que todos se obligaban por alianza perpetua ofen- 
siva y defensiva á garantirse recíprocamente, reconociendo 
al enemigo de uno por enemigo de todos, y absteniéndose de 
hacer alianza separada con ninguna otra potencia euro- 
pea. Llamóse á este convenio Pacto de familia, nombre 
con que se le cono?j en la historia; arrancando desde su 
tiempo esa guerra constante de ingleses y españoles, cu- 
yas desgracias sintió bien de cerca la América, viéndose 
en muchos puntos invadida, sin poder recuperar la paz 
hasta que su inde]>endencia continental fué un hecho. De 
este Pacto de familia, que los resentimientos de Carlos III 
le precipitaron á firmar, nació la chispa de la independen- 
cia americana; porque así como España y Francia, por 
complacencias de parentela entre sus monarcas fueron á la 
guerra, y por odio á sus desastres, algunos años después 
estimularon la insurrección de los Estados Unidos y reco- 
nocieron más tarde su independencia, así también Ingla- 
terra por vía de retorsión, estimuló la insurrección de los 
estados hispano -americanos y reconoció su independencia 
andando el tiempo. Tan cierto es, que los hombres políti- 
cos uo deben dar oídas á sus resentimientos personales en 
la gestión de los negocios públicos. 

Gobernaba á la sazón en Inglaterra, Jorge III, recien- 
temente ascendido al trono. Su carácter enérgico y su ju- 
ventud, anunciaban que respondería con firmeza á la hos- 
tilidad de los Borbones aliados. ( 1 ). Sin embargo, los he- 



(l) He aquí eCimo ¡rinta Mamulay el carácter de este monarca: El 
principe cuyo advenimiento cd trono había sido saludado con las ocla- 




154 



IJBRO II. — GOBIERNO DE VIANA 



chos no correspondieron de inmediato á las esperanzas. 
Proponía Pitt, entonces ministro, que se declarara inme- 
diatamente la guerra á España, interceptándose su flota de 
galeones, y que se atacara sin más tardanza á la Habana 
y Manila, antes de que Carlos III hiciera público el tra- 
tado con Francia y comenzara las hostilidades con los re- 
caudos que había menester. No fue aprobado el consejo 
de Pitt, por lo cual dio su dimisión, yendo á ejercitar sus 
bríos á la Cámara de los comunes, donde hizo prodigios 
de elocuencia para activar la guerra y unir á todos los 
partidos en ese propósito. Uno de sus discursos de ese 
tiempo, contiene el siguiente pasaje: « No es la ocasión 
presente de altercados y recriminaciones, sinó de que to- 
dos los ingleses empuñen las armas por la patria, ; A las 
armas, pues! mostraos unidos y compactos, y olvidad cuanto 
no sea la cosa pública. Seguid mi ejemplo. Ved cómo per- 
seguido por la calumnia y abrumado por el sufrimiento y 
las enfermedades, olvido juntamente agravios y dolencias 
para no atender sinó á los intereses públicos. » Este len- 
guaje de guerra, en hombre tan considerado e influyente, 
decidió al gabinete inglés á la actividad. Comenzaron en- 
tonces aquellas inteligencias con la Corte de Lisboa, que 
siempre ocurría á la de Londi'es en sus conflictos, como 
ésta á aquélla en sus proyectos de conquista sobre los 



macio'ncs de un gran partido por largos años hostil á su fajítiha^ he- 
redaba de la naturalcxa ftnue voluntad, tan firme que antes mcrccia 
nombre más duro, é inteligencia, sino vasta y sagax, por lo menos 
tan clara como era necesario jiara entender y dirigir los negocios pú- 
blicos. 1 " si su cnrácier no había llegado aún á la plenitud de su des- 
arrollo, debíase, tal ccx, á la manera de reclusión tan estrecha en que 
su madre lo educó (Estudios Biográficos: Vida de Lord Catham). 




LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA 



155 



<lom¡uios hispano -americanos, y se concertó un plan cuyo 
desarrollo fuerou apuntaiulo sucesos muy sonadosT 

Uno de los actos iniciales de Carlos III, fué obtener de 
Portugid la anulación del tratado de Madrid, lo que con- 
siguió por un convenio firmado en el Pardo, á 12 de Fe- 
brero de 1701, entre los plenipotenciarios de ambas coro- 
nas ( 1 ). Segíin las cláusulas del nuevo pacto, volvían las 
cosas á su primitivo estado, recuperando España, por lo 
tanto, sus antiguos límites en el Brasil y costas atlánticas 
australes. Al notificarse los portugueses del ajuste, ocupa- 
ban en nuestras fronteras los vastos territorios comprendi- 
dos desde Viamont hasta el Yacuy, así como grandes 
extensiones del lado de Santa Cruz de la Sierra, retenidos 
unos y otros á pretexto del tratado de Madrid que acababa 
de ser anulado. Habían atraído además hacia aquellos pa- 
rajes, multitud de familias indígenas pertenecientes á las 
Reducciones uruguayas, enviando parte de ellas al interior 
del Brasil, tal vez en condición de esclavas, y conservando 
el resto cual si les pertenecieran por regnícolas. 

Cevallos, apenas tuvo noticia de la anulación del tratado 
de Madrid, se dirigió á Gomes Freire, pidiéndole la devo- 
lución de los territorios detentados, y el libre regreso á 
sus hogares de los indígenas que los portugueses habían 
arrastrado consigo. No obteniendo respuesta, repitió el 
reclamo, con expresión de las dificultades inherentes á la 
insistencia de permanecer dentro de límites ajenos y apo- 
derarse en propiedad de súbditos españoles para transpor- 
tarlos arbitrariamente. El obstinado silencio con que éstas 
y otras comunicaciones similares fuerou recibidas, motivó 



(1) Calvo, Colección de tratados; ii. 




156 



LIBRO ir. — GOBIERNO DE VIANA 



una de 12 de Julio de 1762, en que Cevallos recapitulaba 
las anteriores; pero Gomes Freire mantuvo su estudiado 
mutismo, demostrando así que no imperaba la buena fe 
en sus propósitos de futuro ( 1 ). 

A la sombra de esta espectativa, los portugueses, ya en- 
trado el año 1762, acababan de fundar el fuerte de Santa 
Teresa sobre los territorios de Maldonado, precisamente 
en aquella parte de la frontera donde se habían deslindado 
las posesiones por las partidas demarcadoras, reconociendo 
de común acuerdo pertenecer tales territorios á España, y 
para que el asunto se presentase con cii'cunstancias más 
agravantes aún. Gomes Freire había propuesto tres años 
antes al mismo Cevallos, que se recomenzase por a<][uel lado 
la demarcación interrumpida á fin de arribar á la ejecución 
total del tratado de límites. Indignado Cevallos, se dirigió, 
como ya se ha dicho, al conde de Bobadela, recriminán- 
dole los efectos de una ambición tan desapoderada, á lo 
que el portugués, encogiéndose de hombros, eludió la difi- 
cultad; y siguió preparándose ala guerra con tanto ahinco, 
que nombrado en esos días Virrey del Brasil, postergó la 
toma de posesión del cargo en Bahía, por estar más 
próximo al teatro de los sucesos. 

Convencido entonces Cevallos de la inoportunidad de 
toda gestión pacífica, comenzó los preparativos bélicos 
para la campaña que esperaba se abriese de un mo- 
mento á otro, con motivo de la ruptura de España con 
Inglaterra, y de las relaciones de Portugal con esta líltima 
potencia. Hizo fortalecer á Maldonado, enviando allí á 



(]) CorrcspomícHcia de Cerallofi con el conde de Arnrin (MS en 

N. A. ). 




IJBRO II. — GOBIERNO DE VIANA 



157 



D. José de Vera con milicias de Santa- Fe para adelantar 
la obra y ponerla á cubierto de un golpe de mano. Levantó 
un batallón de milicias, hizo bajar 1000 tapes auxiliares 
de las Reducciones, municionó y proveyó como correspon- 
día las guarnicionas militares de Montevideo y Buenos 
Aires, y en tal actitud aguardó los sucesos. No se hicieron 
esperar estos mucho. Cevallos recibió en aquel mismo año 
17G2 órdenes terminantes de la Corte para reivindicar 
los territorios subrepticia y mañosamente usurpados en el 
Uruguay por el Virrey del Brasil y sus tenientes. Y en 3 
de Septiembre, es decir, á poco de haber recibido las ins- 
trucciones, ya sentaba sus reales frente á Colonia. 

Bien que las tropas de Cevallos se compusieran en su 
mayor parte de milicianos allegadizos, no por eso desmayó 
el arrojo de su jefe. Traía consigo 2700 hombres de mi- 
hcias y alguna tropa reglada, peones de trabajo y abun- 
dante cantidad de pertrechos, transportado el todo en una 
escuadrilla de 32 velas á órdenes del teniente de navio 
D. Carlos Sarria, memorable por su indigna conducta en los 
sucesos que se produjeron. La artillería y balas en 113 ca- 
rros fueron conducidas desde Montevideo. El día I."" de 
Octubre se aproximó el ejercito sitiador á media legua de 
la plaza, á cubierto de sus tiros, y estando allí sobre las 
armas, mandó el general publicar bando de guerra contra 
los portugueses, siendo acogida la declaración con vivas 
muestras de entusiasmo por la tropa. Esa misma tarde 
se dió comienzo á la construcción de una batería de 7 ca- 
ñones en la parte que mira al mar: los cinco deberían 
obrar sobre la plaza, y los dos sobre los barcos enemigos 
para expulsarles del puerto. La batería se formó sin el 
menor riesgo, porque la naturaleza del terreno proporcionó 




158 



LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA 



una gran zanja que servía de camino cubierto para llegar 
á ella ; y en el transcurso del tiempo se aumentó con facili- 
dad el número de sus cañones. El día 4 mudó Cevallos 
campamento á otro paraje más á su derecha/seguro y ma- 
yormente á cubierto de los fuegos del enemigo que el an- 
terior ( 1 ). 

La Colonia estaba mandada por Vicente da Silva da 
Fonseca, oficial muy inexperto en materias de guerra. Avi- 
sado de lo que se tramaba contra él, no tomó medidas de 
consideración para evitarlo á tiempo, siendo así que Ceva- 
llos se encontró con grandes zanjeados que cubrieron sus 
operaciones, con casas aisladas que le sirvieron de refugio 
y con ciertas entradas que facilitaron el camino á los sitia- 
dores. En consecuencia, la situación de Fonseca comenzó 
á hacerse embarazosa, y él mismo ayudó á hacerla ridicula, 
escribiendo el día 5 por la mañana á Cevallos para pre- 
guntarle cuál era el fin de los trabajos emprendidos por los 
españoles. A lo que respondió el general « que cada uno 
en su casa podía hacer lo que le pareciese. » A las tres de 
la tarde vino una segunda reconvención de Fonseca, pre- 
viniendo que si no cesaban los trabajos haría fuego; pero 
no tuvo más respuesta el mensajero que oir de boca de 
Cevallos la orden á los suyos de proseguir con actividad 
lo empezado. Seguidamente se previno á los artilleros que 
estuvieran prontos, con balas caldeadas y encendidas pai*a 
responder á la plaza; y se nombró por comandante de 
trinchera al teniente coronel D. Diego de Salas, oficial de 

( 1 ) üelación exacta del sitio de la Colonia del Sacramento, Pla^a 
Portuguesa del N. del Rio de la Plata, formada por uno que se halló 
en el mismo sitio, con todas las reflexiones conducentes d la más ca- 
bal inteligencia de sus circunstancias. 




LIBRO II.— GOBIERNO DE VIANA 



159 



valor y experiencia, que alternó en ese servicio con el te- 
niente coronel de dragones D. Eduardo Wall, quien pos- 
tergando su viaje de retiro á España obtuvo licencia para 
servir en este sitio. A las 7 y 35 minutos de la noche se 
mandó abrir la trinchera á 200 toesas de la plaza, con 800 
trabajadores sostenidos por 300 soldados, que sorpren- 
dieron y pusieron en fuga una guardia avanzada del ene- 
migo. 

El Gobernador de la Colonia mostró aquí su completa 
ineptitud militar, no molestando en nada á estos 800 tra- 
bajadores, que á las tres horas de labor habían ya levan- 
tado la trinchera con fosos que el menos profundo cubría 
á un hombre de regular estatura. Fue entonces que recién 
disparó su primer cañonazo, á las 11 y 19 minutos de la 
noche, respondiéndole la batería de la zanja con bala roja, 
y prosiguiendo de ahí para adelante el fuego toda la noche 
por ambas partes. El día 6 continuó el fuego, aunque con 
alguna lentitud, porque los españoles tenían orden de no 
contestarlo si cesaban los de la plaza, como sucedió por 
parte de noche, con lo cual adelantaban trabajo los sitia- 
dores. En la mañana de ese mismo día 6, una fragata de 
guerra y un bergantín que tenían los sitiados, molestaron 
con tiros de flanco á los sitiadores; pero la batería cons- 
truida por éstos, los defendió con los cañones que mira- 
ban á la mar, y en los días subsiguientes, reforzada con 
otros dos cañones más, pudo apagar los fuegos de la es- 
cuadrilla enemiga, que ganó el abrigo de la plaza. Con- 
cluyó el día 6, intimando Cevallos la rendición de la ciu- 
dad y haciendo saber al vecindario que si tomaba las ar- 
mas sería tratado al igual de las tropas regladas, á más 
de la demolición y arrasamiento de la ciudad, que se efec- 




160 



LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA 



tuaría en caso de obstinación. Contestaron los portugueses 
que deseaban defenderse, y continuó el fuego. 

En los días 8, 9 y 10 no hubo más novedad que los 
conatos de incendio producidos por la bala roja de los si- 
tiadores sobre la plaza, pero que en el acto eran apagados. 
El 11 estuvo concluida una batería de 19 cañones: trece de 
á 24, cuatro de á 18 y dos de á 16, la cual comenzó á 
batir la plaza á medio día, causando, á pesar de la orden 
de Cevallos en contrario, notable daño al edificio de la 
iglesia, y derribando algunas casas. En ese día un desertor 
de la plaza notició tener los sitiados 30 muertos y más de 
60 heridos, sin embargo de lo cual fortificaban activamentíi 
todas las avenidas de las calles enfrentadas al ángulo del 
baluarte que comenzaba á batirse. A las 6 de la tarde ce.só 
el fuego de la plaza, á pesar de que el campo sitiador la si- 
guió molestando con bala roja. El día 12 se prosiguió el 
fuego todo el día con 19 cañones, no contestando la plaza 
sino con tres, á pesar de no tener desmontadas más que 
tres piezas. Determinó Cevallos ese día mismo, para me- 
jor apresurar la rendición de los sitiados y suplir la falta 
de la nueva batería que no daba todo el resultado apete- 
cido, que se construyeran dos baterías más, inmediatas á la 
plaza, á las cuales se fueron mandando los cañones y ex- 
planadas de la antecedente. El día 13 amaneció con la no- 
vedad de babel' trabajado los portugueses un ataque para 
tres cañones sobre el mismo terraplén que se batía, desde 
el cual hicieron fuego á los trabajadores, pero sin causar- 
les daño. 

Entre tanto la escuadra española, compuesta de un na- 
vio, una fragata, tres avisos, ocho buenas lanchas y tres 
corsarios, todo ello al mando de D. Carlos Sarria, no daba 




LIBRO II. — GOBÍERNO DE VIANA U) 1 

muestras de vida. En gracia á esa actitud, los portugiu'scs 
señoreaban el río y habían podido sacar sin dificultad la 
guarnición, gente y haciendas que tenían en Martín (Gar- 
cía; proveyendo al mismo tiempo á la plaza de faginas, 
estacas y otras maderas para repararse; lo que entonó 
el espíritu de la tropa por la esperanza casi segura de 
una fuga por el río, en caso de ser imposible resistir más. 
El día 14 se hicieron á la vela cuatro bergantines portu- 
gueses con rumbo á Montevideo, conjeturándose que se 
dirigían á la costa del Brasil con familias, plata y efectos 
del comercio. Sarria, en vez de dar caza á esta presa bri- 
llante, no se movió del puerto de la Ensenada, donde había 
ganado huyendo del bloqueo de la Colonia, y por repe- 
tidas que fueron las órdenes de Cevallos para que se 
acordonase á vista de la Colonia, el resistió toda inti- 
mación, alegando que la Ensenada era el puerto más im- 
portante del río. Llevó su obstinación á punto de des- 
embarcar allí la artillería del navio y parte de la que te- 
nía la fragata y atrinclierarse en tierra, sin que nadie sepa 
hasta hoy de quien pretendía defenderse en local tan sepa- 
rado del teatro de los peligros ( 1 ). 

Ese mismo día 14 dejaron los artilleros de Cevallos sus 
cañones cargados á metralla, disparándolos á diversas ho- 
ras para obstaculizar los trabajos de los sitiados. El 15 
siguió el fuego con lentitud, haciéndose á la vela al poiiei'se 
el sol cuatro embarcaciones portuguesas con destino á la 
isla de Hornos á cortar fagina, en lo cual se notó nueva- 
mente la falta de Sarria, que pudo haberlo impedido. El 10 
se batió todo el día el terraplén, apostándose á la noche 



(1) Relación exacta del sitio de la Colonia del Sacramento y etc. 




162 



LIBRO n. — GOBIERNO DE VIANA 



30 hombres á tiro de fusil, que se relevaban cada hora, 
para impedir los trabajos en la brecha ya abierta. El 17 
continuaron los fuegos día y noche, á que correspondió la 
plaza con mucha lentitud. Los días 18, 19 y 20 un terri- 
ble fuego hizo caer la cortina de la puerta del Socorro, con 
lo cual quedó abierta una segunda brecha. Al día siguiente 
estaban accesibles ambas brechas ; pero Cevallos, á fin de 
evitar el asalto, mandó construir otra batería por la parte 
del sud, para batir el portón, y desmoralizar á los sitiados 
á vista del allanamiento de sus murallas. Desde el día 22 
hasta el 25, la artillería del campo sitiador apuró el fuego, 
haciendo cada vez más practicables las brechas, sin que de 
la plaza se contestara con mediana energía. El 2G juntó el 
general á consejo de guerra, y fue aceptada la proposición 
de asalto, con cargo de intimarse á los portugueses previa- 
mente que se rindieran. 

Al día siguiente recibieron los sitiados un socorro de 
provisiones traído por sus bergantines, que habían dado 
la vela el 14 con ese propósito. Envalentonados sin duda 
con tan buen recurso, se les desvaneció el contento á las 
4 y media, hora en que despachó Cevallos un tambor á 
las puertas de la plaza para proponer se recibiera la recon- 
vención por escrito que dirigiría al Gobernador portugués. 
Recibida que fue por el coronel D. J. Ignacio Almeida, dijo 
que respondería en el día ó al inmediato siguiente, por estar 
enfermo el Gobernador, y pidió la cesación de las hos- 
tilidades. La respuesta vino el 28, concebida en térmi- 
nos desusados, pues preguntaba al general en que comh- 
ciones quería la rendición de la plaza; así es que este les 
dijo que las condiciones las propusiesen ellos para ante el 
en termino de dos horas, y de no hacerlo estaba dada la 




IJBRO ir. — GOBIERNO DE VIANA 



163 



orden de continuar el fuego. Con esta respuesta, salió de la 
plaza una diputación para el campo de Cevallos á fin de 
conseguir un día de jdazo para firmar el pacto de entrega, 
haciendo presente los inconvenientes que obligaban ese 
pedido, y sondeando el ánimo del general con respecto á la 
malquerencia que se le atribuía hacia los portugueses. 
Cevallos se avino á todo engañado por las muestras de 
benevolencia de los comisionados; pero al día siguiente 
montó en cólera y rompió un fuego vivo é inmediato con- 
tra la plaza, al enterarse de un oficio en que el comandante 
de ella declaraba serle imposible firmar nada hasta no co- 
municarse con algunos capitanes que estaban ausentes en 
los bergantines y cuya opinión le era necesario conocer. 

Dirigióse el fuego de una parte de la línea española ha- 
cia el local donde estaban refugiadas las familias de los si- 
tiados, y el resto batió los edificios con orden de reducir la 
ciudad á polvo. Veinte cañones vomitaron fuego siete ho- 
ras consecutivas, causando gran estrago. A las 4 de la 
tarde se avisó al jefe de trinchera que venían dos oficiales 
diputados para hablar con el general; pero se les respon- 
dió que había orden de Cevallos para que á ningún oficial 
se le permitiese salii* de la plaza, si no era para traer el pro- 
yecto de capitulación y la noticia de quedar rendida. Con 
este aviso, mientras los españoles se preparaban al asalto 
deseando no ser engañados otra vez, los comisionados pre- 
sentaron el proyecto de capitulación que Cevallos modificó, 
quedando desde aquel momento todo concluido. El 2 de 
Noviembre los portugueses salían con los honores de la 
guerra, y entraba el general español á Colonia, dirigién- 
dose con gran comitiva á la iglesia, y en seguida al palacio 
de los gobernadores, desde cuyo local dijo á los que habla- 




164 



UBRO II. — GOBIERNO DE VIANA 



ban de permanecer en la ciudad: «Señores: esta ciudad 
reconocerá de hoy en adelante la protección del mayor Rey 
de la Europa; los que voluntariamente quieran quedarse 
en ella, serán tratados indiferentemente coroo los demás 
Abasados, y yo les estimare y atendere como á hijos; pero 
aquellos cuyos antiguos resabios puedan con el tiempo 
hacer olvidar la fidelidad, será mejor que se dispongan á la 
marcha, porque tendrán ocasión de arrepentirse si claudi- 
can con un solo levísimo indicio en materia de infidencia, 
inquietud ó sedición. » 

Bien que pareciera haberse concluido todo peligro des- 
pués de lo que va narrado, no sabía Cevallos que de allí á 
pocos días iba á amenazarle uno bien serio. Con motivo 
de la ruptura entre España é Inglaterra, los portugueses 
habían movido á esta nación en favor de sus pretensiones, y 
tenían pacto de realizarlas en común, partiéndose las utili- 
dades de la conquista. Mientras se obtenía la reciente vic- 
toria una división portuguesa de 500 hombres amenazaba 
á Maldonado desde el Chuy, y una escuadra anglo -por- 
tuguesa, compuesta de 1 1 naves, bordeaba las costas del 
río de la Plata y se presentó de improviso frente á Colo- 
nia el 6 de Enero de 1763. La vanguardia de esa flota se 
componía del navio inglés Lord CU ve, de 64 cañones, que 
montaba el jefe de la escuadra M. Macnamara ; de la fra- 
gata inglesa Amhuscad a, de 40 cañones, que llevaba como 
segundo al poeta Penrose, y de un navio portugués de 
60. Estos 150 cañones, pasando á tiro de las baterías de 
Colonia que caían al río, rompieron el fuego como á las 12 
del día, comenzando el ataque con todo vigor. Y aquí se 
notó una vez más la falta del capitán Sarria, que abando- 
nando á su jefe y dejándole inerme por el mar, le colocaba 
en situación tan peligrosa. 




LIBRO IX. — GOBIERNO DE VIA NA 



1Ü5 



Cevallos, sin embargo, no era hombre de dejarse batir 
impunemente. Enfermo como estaba, abandonó la cama, 
y montando á caballo, marchó á exhortar las tropas y se 
entró en el fuego. La presencia del general y el recuerdo 
de la dolencia a que se sobreponía para compartir el peli- 
gro comíín, entusiasmó á los soldados, que contestaron 
al enemigo con un fuego sostenido y vivo. A las 4 
de la tarde, una bala de la plaza incendió al Lord Clivc, 
que se retiró inmediatamente fuera de tiro pugnando por 
apagar el incendio. Pero éste había adelantado mucho 
ayudado por el viento, para que se pudiese salvar el navio 
y aun sus tripulantes. De los 400 hombres de que cons- 
taba su tripulación, sólo 80 fueron recogidos en la plaza, á 
donde llegaron unos á nado y otros en lanchas. Se cuenta 
que Macnamara, insistiendo en morir á bordo de su buque, 
fue arrebatado por un marinero, que tomándole á espaldas 
se arrojó al agua. El nadador comenzó á desfallecer 
á pocos instantes, y entonces Macnamara haciéndole pre- 
sente el riesgo, se desciñó la espada, y regalándosela, se 
echó al fondo del mar. 

Con el desastre del nano almirante, la escuadra se co- 
locó fuera de tiro de las baterías, yendo muy maltratados 
la Amhicscada y el navio portugués, con gran pérdida de 
gente á bordo. Descalabrado el plan de los anglo-portu- 
gueses por la muerte de su jefe y la inutilización de sus 
mejores barcos, largó velas á otros rumbos la escuadra 
enemiga, que por una rara coincidencia había traído á pe- 
recer en las Indias occidentales, al navio que llevaba el 
nombre del mayor conquistador inglés en las orientales. 
Gomes Freire, al saber estas noticias, murió de pena. Ce- 
vallos, apreciando en lo que valía la victoria obtenida con- 




166 



LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA 



tra los anglo- portugueses, escribió á Viana comunicándosela 
con estilo sencillo y digno; y al final de su oficio excla- 
maba: « Hemos palpado nuevamente la especial protección 
con que Dios milita por nosotros, y por lo mismo debemos 
dar á su divina majestad las gracias, á cuyo efecto dispon- 
drá V. S. se cante el Te-Deum en la iglesia Matriz de esa 
plaza, con la solemnidad y concurrencia que en semejantes 
casos se acostumbra. » ( 1 ) 

Luego que estas dificultades se allanaron, el general 
prosiguió la ejecución de su plan de campaña. Al efecto, 
hizo desfilar sus tropas poco á poco hacia Maldonado, des- 
pachó la artillería de montaña y de batir, organizó depó- 
sitos de víveres, y en 19 de Marzo, con aviso de estar 
todo á su satisfacción, salió de la Colonia con 300 drago- 
nes, efectuando en diez días el trayecto de 80 leguas que 
le separaba de Maldonado. Una vez allí dió la última 
mano á la organización de las fuerzas, poniéndose en mar- 
cha el día 8 de Abril con todo el ejercito dividido en dos 
columnas. Llevaba la vanguardia el capitán D. Alonso Se- 
rrato con 150 hombres, la artillería iba en el centro de 
las dos columnas, y cerraba la retaguardia un parque de 
169 carretas debidamente escoltadas. En esta disposición, 
después de siete días de marcha, llegó al arroyo de Cas- 
tillos-grandes, donde se detuvo un día para cortar fa- 
gina, poner la artillería sobre sus cureñas, y tomar todas 
las precauciones conducentes á franquear el penoso albar- 
dón de tres leguas, á cuyo extremo se alza el fuerte de 
Santa Teresa, guarnecido en aquella ocasión por 1500 
hombres y 13 cañones, al mando del coronel D. Luis To- 



(1) Oficio de Viana (Arch Gen). 




LIBRO IL — GOBIERNO DE VTANA 



167 



más (^sorio. El día 1 7, reconocida la posición por Cevallos, 
(‘olocó sus avanzadas á tiro de fusil del enemigo, y mandó 
construir una batería de seis piezas de á 12, que lo estuvo 
al día siguiente. Cuando transportaban el primer cañón los 
españoles, salieron los sitiados en número de 400 hombres 
con miras de clavarlo, pero atacándoles á rienda suelta Ce- 
vallos al frente de todas sus tropas, les puso en precipitada 
fuga. Esto acontecía el día 18 por la mañana, y en esa no- 
che desertaron 1200 portugueses del fuerte, dejando dentro 
de sus muros únicamente al coronel Osorio con 25 oficia- 
les y 280 dragones, que se rindieron á discreción el 19* 
Ocupado Santa Teresa, destacó el general inmediata- 
mente tres cuerpos para que persiguiesen sin alce á los 
fugitivos. Envdó al capitán D. Alonso Serrato con fuerza 
bastante á intimar la rendición del castillo de San Miguel, 
y al capitán D. José de Molina para que reuniéndose á los 
tres cuerpos que iban en persecución de los fugitivos, se 
reforzase con ellos y atacara Río -grande. El éxito más 
completo coronó las operaciones de estos oficiales, porque 
los fugitivos se desbandaron totalmente, cayendo prisione- 
ros gran número de ellos, el fuerte de San Miguel se rin- 
dió á la primera intimación y el pueblo de Río -grande se 
encontró abandonado por el enemigo, que había huido pre- 
cipitadamente al saber el descalabro del Chuy ( 1 ). Fueron 
fruto de esta victoria, 13 cañones, 60 quintales de pólvora 
y 3200 balas tomadas en Santa Teresa; 15 cañones, 80 
quintales de pólvora, 3756 balas, 89 bombas y 2 mor- 
teros, tomados en San Miguel; y 27 cañones, 300 quinta 
les de pólvora, 6323 balas, 300 bombas y 8 morteros to" 



(1) Oficio de Viana al Cabildo (Arch Gen). 




LIURO JI. — GOBIKR.no DE VIANA 

mmlos en Kío- grande. La tropa española hizo gran presa 
de esclavos, víveres y mobiliario de particulares. 

Atento Ce va líos á la conservación de su conquista, en- 
tendió serle perjudicial la numerosa población •portuguesa 
que los gobernadores de Río -grande habían ido aglome- 
rando sobre nuestras fronteras del Este, á fin de realizar 
la usurpación y hurto de dichos teiTitorios con una base 
ju'cvia de elementos suyos. Procurando resolver la dificul- 
tad, desde que se j)uso en movimiento para Maldonado 
maduraba la idea de establecer un punto de contacto entre 
esa población y el fuerte de Santa Teresa, punto que á la 
vez de asegurar las comunicaciones necesarias, le sirviera 
para aglomerar bajo la autoridad española todas las fami- 
lias portuguesas extendidas en la jurisdicción. Fue ele- 
gido al efecto el local que llamaban Maldonado chico, bau- 
tizado por Cevallos con el nombre de San Carlos en honor 
del soberano reinante. Allí envió todas las familias por- 
tuguesas que se encontraron distribuidas en los campos, 
creyendo, y con razón, que mas fácil era vigilarlas dentro 
de un local determinado, que contenerlas en la zona ocu- 
pada anteriormente; con la circunstancia de que perderían 
el afecto á la antigua patria obligándolas á habitar otra 
nueva, como sucedió. Tal ha sido el origen de la villa de 
San Carlos, fundada en 17G2. 

Cuando todo marchaba á tan satisfactorios resultados» 
Cevallos paró las hostilidades por orden superior. Ha- 
bía adherido España al tratado de París (10 de Fe- 
brero de 17 03), en que Francia, Inglaterra y Hanóver 
ponían fin á la guerra conocida por de los filete anos, 
Francia cedía á España la Luisiania para indemnizarle de 
las Floridas, que España cedía á Inglaterra en cíimbio de 




IJBIIO II. — GOBIERNO DE VIANA 



169 



Cubil y Filipinas. Los portugueses volvían á entrar en 
posesión de Colonia, que se les entregó el 24 de Diciem- 
bre del mismo año, prohibiéndose todo tráfico comercial 
con ellos. Los españoles quedaron en posesión de Río- 
grande y todos los fuertes conquistados, haciendo valer 
para ello el tratado de Tordesillas. Muy hábil debía ser la 
diplomacia portuguesa ó muy inepta la española, para que 
jamás se consiguiese en los tratados expulsar á Portugal 
de la Colonia del Sacramento, fueran cuales fuesen los de- 
sastres á que sus armas se vieran condenadas. Y siendo 
como era aquella ocupación un hurto descarado, los espa- 
ñoles contribuían á legitimarlo por efecto de la devolución 
continua de la ciudad en cada uno de los pactos diplomá- 
ticos que llevaban á cabo con Portugal. 

Paradas las hostilidades de guerra, pudo Montevideo 
proseguir en el logro de los progresos a que su Cabildo as- 
piraba con tanto ahinco. Fue de los más proficuos, la pro- 
posición de someterse á la ciudad que hizo el jefe indígena 
Cumandat, acompañado de otros varios. Recibidos por el 
Cabildo, con asistencia de Viana, hicieron allí sus propo- 
siciones, sirviéndoles de intérprete el Maestre de campo de 
Milicias D. Manuel Domínguez, muy perito en la lengua. 
Parece que se quejaba Cumandat de que sus hijos estaban 
en mucha necesidad y desabrigo en los pueblos de Misio- 
nes, porque allí les miraban los otros indígenas de reojo, 
á causa de no haberles auxiliado en la última guerra. Su 
calidad de jefe principal, como acreditaba un despacho del 
Capitán General de la Provincia, el deseo de la paz y el 
malestar de sus hijos, eran parte de las razones que le mo- 
vían á tratar para sí y sus gentes un establecimiento en 
jurisdicción española, sin que mostraran repugnancia á 




170 



LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA 



abrazar la fe cristiana (1). El Cabildo les replicó con 
amabilidad y cortesía, regalándoles Viana algunos gene- 
ros de vestir, y ellos se marcharon á noticiar de todo á 
los suyos, quedando en la ciudad el caudillo D. José, 
j)or tener su mujer en ella. Cumandat, á poco de llegar á 
sus tolderías, cayó enfermo, y sus gentes fueron atacadas 
de viruelas, sufriendo bastante. Esto retardó de nueve me- 
ses la segunda entrevista con el Cabildo, teniendo después 
una tercera, á la que asistieron en Marzo de 1 7 G3, además 
de los jefes ya conocidos, otros cuatro, que eran el Salteño, 
D. Lorenzo, D. Antonio y D. Manuel, oficiales de Comi- 
ray; quien no se presentaba por estar á pie, según mandó 
decir. Convínose en esta conferencia que los indígenas se 
ubicarían con sus gentes en las altui’as del río Santa Lu- 
cía. y que perseguirían en común con los españoles á los 
malhechores de campaña. 

Arreglado- este asunto, súpose que Viana, ya elevado á 
brigadier, sería sustituido por D. Agustín de la Rosa, 
provisto Gobernador de Montevideo. Con lo cual comenzó 
Viana á dejar en orden todas las cosas relativas á gastos 
de fortificación y preparativos militares que había hecho á 
causa de la guerra contra los portugueses é ingleses, y pre- 
sentó un cuadi*o minucioso de las erogaciones y varios do- 
cumentos justificativos de ellas, que se leyeron y deposi- 
taron en la sala capitular. Don Agustín de la Rosa llegó 
por Abril de 1764 á Montevideo, y en 8 del mismo mes 
se recibió del mando con las formalidades debidas ( 2 ). 



( 1 ) L, C. de Montevideo: actas de 29 de Mario, 2 de Diciembre 
de 1762 y 10 de Mar.io de 1763. 

( 2 ) L. C. de Montevideo. 




LIBRO TERCERO 




LIBRO TERCERO 

GOBIERNO DE LA ROSA 



Don Agustín de la Rosa. — Especialidad de sus instrucciones respecto 
á los indígenas y á la administración de justicia. — Manda levantar 
una horca contra los malhechores. — El impuesto de alcabala. — In- 
trigas de la Corte de Lisboa. — Los portugueses se apoderan de la 
sierra de los Tapes y asaltan Río -grande. — Oposición contra los 
jesuítas. — Instrucciones de la Corte para proceder á su expulsión. — 
Bienes y efectos de los jesuítas de Montevideo. — Clamor que se 
alza en Europa por la expulsión. — Resultados de ella en el Uru- 
guay. — Nacimiento del tipo Gaucho. — Títulos de nobleza conce- 
didos á los jefes indígenas. — Acrecimiento de la población de Mon- 
tevideo. — Disensiones del Cabildo con los particulares. — Los por- 
tugueses aprovechan el malestar de las Misiones. — Se introducen 
en ellas á pretexto de pacificarlas. — Conducta de La Rosa en Mon- 
tevideo. — Entr;^ con fuerza armada al Cabildo y prende á sus 
miembros. — Es llamado por el Gobernador de Buenos Aires y re- 
sidenciado. — Le sustituye interinamente Viana. — Carta de La Rosa 
al Cabildo. — Proyecto de empréstito popular. — Nombramiento de 
jueces comisionados en campaña. — La vara de Alguacil Mayor 
puesta en subasta.— Restablecimiento de las escuelas de primera en- 
señanza clausuradas desde la expulsión de los jesuítas. — Adopción 
de la forma de pago en metálico á las tropas del Plata. — Funda- 
ción de Paysandú. — Renuncia de Viana y su reemplazo por Pino. 



( 1764 - 177 ») 



Como ya se ha dicho, el coronel graduado D. Agustín 
de la Eosa Queipo de Llano, teniente coronel del Regi- 
miento de Galicia, tomó posesión del gobierno de Monte- 




174 



LIBRO III. — GOBIERNO DE LA ROSA 



video en 8 de Abril de 17G4. Se le concedió esta gober- 
nación por el mismo termino de cinco años y sueldo de 
4000 pesos anuales asignados á su antecesor, con la cir- 
cunstancia de que antes de tomar posesión del- empleo sa- 
tisficiera, en una sola paga, 2000 pesos correspondientes al 
derecho de la media anata por el cargo que había de gozar, 
y tercera parte más por los aprovechamientos, si los hu- 
biere. Mandaba sele atenerse en todo, para las funciones de 
gobierno, á las cédulas y órdenes expedidas á Viana, y se 
le daban especiales instrucciones en cuanto á la conducta 
que debía observar con los indígenas, siendo ésta la pri- 
mera vez que la Corte preceptuaba tal cosa para con los 
del Uruguay. 

Decíale el Rey: 1 ° que cuando fuese á la visita ordina- 
ria de su jurisdicción, no había de obligar á los indios á 
que le dieran bastimentos ni bagajes ; porque esto había de 
ser voluntario en ellos, abonándoles el importe según el 
justo precio y estimación de las cosas. 2 ° que había de 
hacer padrón de los indios tributarios al tiempo de entrar 
á servir este gobierno, en conformidad con la ordenanza 
que hizo D. Francisco de Toledo, siendo Virrey del Perú, 
y que de no verificarlo así, pagaría de su pecuho y el de 
sus fiadores los tributos que por su negligencia ó mala ad- 
ministración dejara de cobrar. 3.° habiéndose ordenado por 
Real decreto de 28 de Mayo de 1751, que los repartimien- 
tos arbitrarios y ruinosos de mercaderías y otros objetos 
hechos por los corregidores y alcaldes mayores á los indí- 
genas, se remediaran formándose juntas de personas res- 
petables presididas por los Virreyes del Perú, Méjico y 
Santa-Fe, para fijar en parajes visibles tarifas y aranceles 
que determinasen las clases de mercaderías necesitadas, el 




LIBRO III. — gobií:rno dk la rosa 175 

precio y forma de pago, proliibiéíidoso absolutamente la 
entrega de otros efectos no incluidos en las dichas tarifas; 
se mandaba á La llosa tuviera esto presente al Axn'iíicar 
repartimientos en su jurisdicción. 4.° se le prohibía abso- 
lutamente sacar por ningún caso ni para ningún efecto, di- 
neros de las cajas de comunidades de indios, como lo ha- 
bían hecho algunos gobernadores, corregidores y alcaldes 
mayores para emplearlos en sus tratos, granjerias y usos 
propios, contraviniendo las leyes; declarándole, que si caía 
el en parecida infracción, sería castigado muy de veras al 
tiempo de su residencia (1). 

Al lado de estas facultades para hacer el bien é involu- 
cradas con ellas, se conferían otras de terrible alcance 
al nuevo Gobernador: 1.'" se le autorizaba para oir y co- 
nocer de todos los pleitos y causas, así civiles como crimi- 
nales que hubiere; y tomar y recibir cualesquiera pes- 
quisas e informaciones en los casos y cosas de derecho 
permitidas, con facultad de nombrar lugarteniente, que 
siendo español y letrado, debía ser aprobado por el Con- 
sejo de Indias, y siendo americano por la Audiencia del 
distrito ; mas en ningún caso podría ser hijo de la tierra. 
2y para el uso y ejercicio de su empleo, cumplimiento y 
ejecución de la justicia, se prevenía al Gobernador que de- 
bían conformarse con el todos los vecinos y naturales de 
su jurisdicción, obedeciéndole y cumpliendo sus órdenes y 
las de sus tenientes; no poniendo ni permitiendo el que se 
le pusiera impedimento alguno. S."" si entendiera convenir 
al servicio del Rey ó á la ejecución de la justicia que cual- 
quier ¡persona de su Gobernación saliese de ella para Es- 



(1) L. C. (le Mo^ilcdfleo. 




176 



LIBRO III. — GOBIERNO DE LA. ROSA 



paña, se lo mandaría expulsándole; y al hacerlo podría 
darle la causa de su determinación si lo juzgase aparente, 
y de creer lo contrario, se la daría al Rey y al Consejo de 
Indias por \da secreta. 4.® en las causas y pleitos de arri- 
badas á los puertos americanos, contrataciones que en ellos 
se hicieran, extravíos de plata ú otros géneros prohibidos, ó 
sobre sacarse y llevar de unas partes á otras, autos ó expe- 
dientes no terminados, podía admitir contra los culpables, 
aunque fuesen gobernadores y ministros, testigos singulares 
que depusiesen de diferentes hechos sin concordar en nada, 
de tal suerte que siendo tres los deponentes y diversos los 
hechos á que cada uno aludiera, se tuviesen jior bastante 
y legítima probanza sus declaraciones ; sin obligarles á la 
ratificación en plenario, por ser largas las distancias y ha- 
ber otros impedimentos. Y que la sentencia, recaída había 
de ser ejecutiva y se había de ejecutar aunque los senten- 
ciados fuesen caballeros de las órdenes militares, capitanes, 
soldados de cualesquiera milicias, oficiales titulares, fami- 
liares de la Santa Inquisición, ministros de la Santa Cru- 
zada, ú otros algunos no expresados, aunque tuvieren igual 
ó mayor privilegio. 

Con tales instrucciones, se comprende que el nuevo Go- 
bernador traería el ánimo inclinado á medidas violentas; 
y no brillando por punto general la prudencia en sus dic- 
támenes, como después se vió, es llano que los mandatos 
del Rey concurrían mejor á estimular que á dulcificar 
su natural brano. Por entonces pululaba en la campaña, 
particularmente hacia los distritos fronterizos, un séquito 
respetable de fugados de los presidios del Brasil y de otros 
puntos de América, cuyos hurtos inquietaban al vecinda- 
rio, soliendo agravarse el mal con algunos homicidios, que 




LIBRO III. — GOBIERNO PE LA ROSA 



177 



eran consecuencia de asaltos de aquellos malhechores á 
ciertas propiedades, 6 de venganzas que tomaban para sal- 
dar antiguas persecuciones. Una de las primeras medidas 
de La Kosa, fue mandar construir una horca de firme para 
inftindirles temor ( 1 ). Sin embargo, parece que el resul- 
tado no se obtuvo, pues semejantes turbas no se conte- 
nían con amenazas. Estaban acostumbradas á las empre- 
sas de robo j saqueo, y constituían una manera de pobla- 
ción militar que se gobernaba con jefes y no esquivaba el 
encuentro de la tropa reglada, á semejanza de los antiguos 
mamelucos de San Pablo, padrón y molde de todos los 
malhechores de la America del Sur. 

A las incomodidades y disturbios producidos por la ra- 
pacidad de los malhechores de campaña, vino á juntarse la 
imposición de tributos de que estaba dispensada la ciudad 
por el acta de su fundación. Contábase en ese número la 
alcabala ó sea el tanto por ciento cobrado por el Fisco so- 
bre las ventas ó permutas entre particulares, cuya percep- 
ción nunca se había verificado en obsequio á la cortedad 
de medios de los colonos. Pero los oficiales reales que an- 
daban al acecho de recursos para aumentar los del tesoro, 
aunque fuera inconsideradamente, impusieron la contribu- 
ción de alcabala sin intervención del Soberano, y procedie- 
ron á su cobro con el rigor que les era habitual. Elevó el 
Cabildo de acuerdo con el vecindario, una petición al Rey, 
haciendo presente que Zavala había exceptuado á la ciu- 
dad de aquel impuesto, en gracia á su pobreza; y que siendo 
ósta notoria, solicitaban la exención del tributo, ó bien que 
su producto se aplicase cuando menos á la fortificación 

(1) De -María, Compendio, etc; r, xn. 



Dom. Esp. — II. 



12. 




178 



LIBRO III. — GOBIERNO DE LA ROSA 



de la frontera, que sólo estaba resguardada por los fuertes 
de Casupá y Santa Lucía. El Rey no hizo lugar á lo so- 
licitado, y desde entonces quedó vigente la percepción del 
derecho de alcabala. 

Mientras esto pasaba en el interior, nuevas complica- 
ciones surgían entre las cortes de Madrid y Lisboa res- 
pecto del Uruguay. Los portugueses, como de costumbre, 
comenzaban á producir incidentes diplomáticos á fin de 
encontrar, por manejos indebidos, la compensación de los 
reveses que les ocasionara el mal suceso de sus armas. Ya 
se ha visto cómo Cevallos les desalojó de una parte de los 
territorios usurpados, batiéndoles dentro de las fortificacio- 
nes que construyeron para asegurar su dominio. En el tra- 
tado que puso fin á'la guerra, España devolvió la Colonia, 
reservándose, empero, el Río -grande de San Pedro y las 
islas de Martín García y Dos Hermanas, que eran exclusi- 
vamente suyas y sobre las cuales no se versaba disputa al- 
guna. Sin embargo, en 6 de Enero de 1705, requirió ofi- 
cialmente la Corte de Lisboa, por medio de su ministro en 
la de Madrid, no sólo la entrega de Colonia, sinó de las islas 
de San Gabriel, Martín García y Dos Hermanas, el Río- 
grande de San Pedro con su territorio y los demás puertos 
de que habían sido desalojados los portugueses durante la 
guerra ( 1 ). Ante tan insólita requisición patrocinada por 
D. Ayres de Saá y Meló, contestó el marqués de Gri- 
maldi negándose á satisfacerla en la parte que violaba el 
último tratado; y así creyó dejar compuestas las cosas el 
ministerio español. 

Pero la Corte de Lisboa tenía bastante para sus inten- 



(1) Lnn'ariaga y Guerra, Apuntes históricos, q\jc. 




UURO III. — GOHJERNO DE LA ROSA 



179 



tos, con la reclamación que había hecho. Salvada en do- 
cumento oficial su pretensión, la reputó legítima, y desde 
luego movió á sus tenientes del Brasil para que la llevasen 
á la práctica. Gobernaba entonces el Kío de la Plata, 
D. Francisco Bucarelli, sucesor de Cevallos, y afecto á con- 
ducirse por los principios de una política llena de tem- 
planza. Durante los primeros meses del año 176G, y con 
motivo de sentir cómo se verificaba paulatinamente una 
nueva invasión portuguesa en los territorios reconquista- 
dos, insinuó por ocasiones repetidas al Virrey del Brasil los 
inconvenientes que tal proceder suscitaría á la paz de las 
dos naciones. El portugués contestó de acuerdo con la 
táctica habitual de los suyos, oponiendo evasivas á las ra- 
zones, y protestando el deseo de una paz perdurable con 
España, para lo cual nunca omitiría su Gobierno sacrifi- 
cios. Bucarelli le creyó, ó fingió creerle, haciendo gala de 
esa conducta irresoluta que algunos confunden con la mo- 
deración, y que cuando se ejercita en presencia de un ene- 
migo audaz, sólo sirve para estimular su mala fe, en vez de 
traerle á camino. Y así sucedió que Bucarelli fue burlado 
cuando se lisonjeaba de que su acción pacífica y su con- 
sejo sesudo habían podido infiuir en el ánimo del Virrey 
del Brasil, mejor que una actitud resuelta y decidida. 

Repentinamente aparecieron los portugueses campados y 
fortificados en la sierra de los Tapes. Don José de Molina, 
oficial comandante de aquel distrito, tenía sus tropas su- 
blevadas por falta de pagamento, y la deserción era muy 
grande; con lo cual estaba casi inhabilitado de oponerse á 
los avances del enemigo. Sin embargo protestó del atentado 
ante el comandante del fuerte de San Cayetano, quien con- 
testó que pasase su protesta al coronel José Custodio de 




180 



LIBRO III. — GOBIERNO DE LA ROSA 



Saá y Faría, jefe principal del distrito. Requerido enton- 
ces Saá por Molina en 24 de IMayo, afectó estar ajeno á 
todo, dando las mayores seguridades de bueiia amistad. A 
raíz de estas seguridades, el 29 al amanecer, el coronel José 
Marcelino de Figueredo, segundo de Saá, con 800 hombres 
embarcados en varios buques menores que atravesaron bajo 
una densa niebla á la banda del sur, se presentó ante la 
villa de Río-gi’ande de San Pedro para tomarla por sor- 
presa. Afortunadamente equivocó el rumbo, abordando al 
pantano en que por la parte septentrional termina aquella 
lengua de tierra, lo que ocasionó que le sintieran. En el 
acto rompieron el fuego contra la flotilla portuguesa, una 
batería de tierra, y la tartana de guerra San Nicolás, que 
se hallaba accidentalmente á medio tiro de canón, obli- 
gando á Figueredo á retirarse con bastante descalabro ( 1 ). 

Esta novedad trastocaba los planes del Gobernador por- 
tugués, y ponía en evidencia las intenciones de su Corte 
Por más escaso de escrúpulos que fuera el gabinete de Lisboa^ 
no tenía en verdad mi pretexto pasable que aducir para pa- 
liar esta violación de los más elementales principios del de- 
recho público. Estando en paz con España y reposando 
esa paz sobre las estipulaciones de un tratado que se ajustó 
por avenimiento voluntario de ambas naciones, los portu- 
gueses no podían alegar motivo alguno basado en el me- 
nor fmidamento atendible. En este concepto, sabida que 
fué la noticia en Lisboa, inmediatamente se anticipó aquella 
Corte á expresar á la de Madrid el desagrado con que 
veía la conducta de los oficiales portugueses de América, 
pidiendo se expidieran de común acuerdo por ambos go- 



(1) Larrañaga y Guerra, Apuntes históricos, etc. 




IJBRO TU. — GOBIERNO DK LA ROSA 



181 



bioriios, ónloncs peroiitorius para reponer las cosas á su an- 
tiguo estado. Fueron con efecto expcilidas las órdenes, tanto 
por parte del Gobierno de Lisboa como por el de Madrid; 
pero los portugueses siguieron su pacífica posesión de los 
territorios y puntos estratégicos que acababan de usurpar. 
También es cierto que un suceso de la más señalada importan- 
cia vino á ocupar la atención del mundo civilizado, y distrajo 
á España de sus recelos con respecto de los portugueses. 

Era este suceso la expulsión de los jesuítas. Bien que 
no se hayan puesto eu claro todaxáa las causas positivas 
que impulsaron á la Corte de Madrid para proceder como 
lo hizo contra los religiosos expresados, lo cierto es que por 
entonces la Orden había caído en completa desgracia ante 
los monarcas católicos. Desde 1754 comenzó en Portugal 
una persecución cruel contra ella, persecución á cuyo 
frente marchaba el marqués de Pombal, ministro de in- 
fluencia decisiva en los consejos del Rey D. José I. Siguió 
á Pombal en sus miras y planes, el duque de Choiseul, mi- 
nistro de Luis XV en Francia, y fueron igualmente per- 
seguidos allí los jesuítas con todo rigor. Mientras en Por- 
tugal se les acusaba de fanatizar al pueblo, envolviéndo- 
les en una conspiración de asesinato contra el Rey, que 
e\ddenteraente no provocaron y que sólo conocieron des- 
pués de efectuada, pero que costó la vida á muchos de 
ellos y el destierro á todos, en Francia se les imputaban 
iguales maquinaciones con idéntica injusticia; pero llegó 
á probárseles que uno de los suyos, el P. Lavalette, había 
hecho en la Martinica, negocios abultados comprometiendo 
gi-andes capitales propios y ajenos en empresas de indus- 
tria. Esta circunstancia empeoró en mucho la suerte de 
los jesuítas franceses. Levantóse contra ellos una protesta 




182 



LIBRO III. — GOBIERNO DE LA ROSA 



que SUS enemigos agriaron, resucitando todas las consejas 
anteriormente urdidas, desde el negocio de Damiéns hasta 
la coronación de Nicolás Ñanguirú, y con esto la expul- 
sión vino en seguida. 

Expulsos de Portugal y Francia, no lo fueron, sin em- 
bargo, de España por entonces. Carlos III compartía con 
los jesuítas idénticas ideas respecto del tratado de iNIadrid, 
y la oposición de ellos á que se realizase aquel pacto, la 
había él coadyuvado desde Ñapóles cuando era presuntivo 
heredero de la corona de España, y confirmado cuando la 
ciñó. Sabía por sus gobernadores y generales de América, 
que la pretendida coronación de Nicolás I era una fábula 
de mal gusto; y le constaba por una conducta acreditada 
en más de un siglo de prueba, que la lealtad de los jesuí- 
tas corría parejas con su abnegación en servicio de los in- 
tereses de España en el Río de la Plata. Además, el Rey 
no tenía ni mediano deseo de seguir las evoluciones po- 
líticas dél gabinete de Lisboa, iniciador de la persecución; 
y más bien lo llevaban del lado opuesto á aquel enemigo 
eterno, sus principios, sus intereses y sus ideas. Así, pues, 
por más que los partidarios del tratado de Madrid hubie- 
sen atribuido la resistencia de las Misiones á manejos de 
los jesuítas, y aun cuando diesen calor á estas versiones los 
escritos de todo género que circulaban, Pombal y Choi- 
seul, ó sus amigos en Europa y España, el Rey permane- 
ció inalterable en su inacción respecto de la Orden, é hizo 
quemar por mano del verdugo muchos de los libelos es- 
critos contra ella. 

Con todo, la persecución era tan acosadora, que apuró 
los recursos más extremos y se aprovechó de todos los in- 
cidentes. Imposible que cuando gran parte de los hombres 




rjBRO rrr. — gobierno pe la rosa 



183 



se conjuran contra una colectividad, deje el resto de dar 
asidero á las sospechas. El prestigio moral de los jesuítas 
estaba minado por su expulsión de Portugal y Francia, 
por la ejecución en el patíbulo de muchos de ellos, y por 
la propaganda incesante de sus enemigos que se multipli- 
caban en la prensa, con un fervor sólo igualable á la de- 
sesperación. Por más que Carlos III protegiese la Orden 
en España, no faltaban allí mismo enemigos encarnizados 
de ella, unos por razón de intereses mundanos, otros por 
veleidades de independencia religiosa, y los más por ese 
desgraciado prurito que ataca los espíiátus débiles hacién- 
doles cteer que el talento y la importancia están en razón 
directa de la irreligiosidad y el descreimiento. Todas esas 
pasiones ocultas, que fermentaban en silencio para estallar 
cuando la ocasión fuera pro]3Ícia, tomaron pie de un inci- 
dente trivial que afectó profundamente al Rey. Habíase 
dedicado Carlos á reformar las costumbres españolas, y 
una de las cosas en que puso mano fué la transforma- 
ción de las capas y sombreros usados por el pueblo, y que 
le habían chocado siempre. Ayudábale en este pensamiento 
el ministro Esquilache, italiano de origen, y que aspiraba 
de buena gana á que la reforma se realizase; pero el pueblo 
de Madrid tomó á punto de honor el caso, y en 26 de 
Marzo de 1766 se sublevó, obligando al Rey á retirarse á 
Aranjuez, desde donde, pacificado que fué el tumulto por 
los jesuítas, volvió para nombrar nuevo ministerio en que 
entraron el conde de Aranda y el marqués de Grimaldi ( 1 ). 



(ij En 2G de Marzo de 17 06 ~á\ceCveúnevL\Ji-Joly— entalló un albo- 
roto popular en Madrid, tí cofisecuencia de ciertas reforman en el U'aje 
español, y en el precie de los comestibles; reformas %yi'omovidas por el 




184 



LIBRO ni. — GOBIERNO DE LA ROSA 



Los nuevos ministros, por punto general no eran afectos 
á los jesuítas, y había algunos de ellos que les eran deci- 
didamente adversos. Parece que éstos influyeron en el 
ánimo del Rey para acentuar la sospecha que ya le traba- 
jaba de que los jesuítas hubieran podido ser los autores 
ocultos del alboroto contra Esquilache, á fin de darse la 
satisfacción de contenerlo en público. Carlos III era muy 
celoso de su autoridad y de su nombre, para que no le hi- 
riese una denuncia semejante. Dicen que advertido el buen 
efecto de esta trama, se urdió otra, llevando hasta manos 
del Rey un Libelo que ponía en duda la legitimidad de su 
nacimiento, atribuyendo el escrito á los jesuítas que desea- 
ban el destronamiento de Carlos para sustituirlo por su 
hermano el Infante D. Luis. Sea ello como fuere, la 
verdad es que desde el motín de Esquilache, comenzó la 
frialdad del Rey con la Orden, y esa frialdad siempre cre- 
ciente, transformándose en hostilidad secreta, concluyó por 
ser guerra mortal. Mientras esta transformación se veri- 
ficaba, no hubo hecho alguno de importancia, acrimina- 
ble á los jesuítas en los dominios españoles, por manera 



napolitano marqnés de Esquilache, que había llegado á ser 7nin¿stro. 
El Eey se vió obligado á retirarse á Aranjuez. La irritaciáti de los 
ánimos iba en aumento, y pudo haber habido comeciiencias muy fu~ 
nesias, si los jesuitas, que tanta intlueneia tenían sobre el espíritu del 
pueblo, no se hubieran arrojado en medio de la multitud amotinada y 
con siis ruegos sofocado el tumulto. Los madrileños cedieron d las 
instancias y amenazas de los PP., y quisieron, al separarse, darles 
una muestra de su afecto. Por todos los ángulos de la capital resonaba 
el grito de ¡citan los jesuitas' Carlos III, humillado por haber tenido 
que abandonar su capital, y quizá más humillado aún, al ver que t/f- 
bía la tranquilidad y el restablecimiento dcl orden en su corte á unos 
cuantos sacerdotes, se volvió á Madrid. Fue recibido con tramportes de 
alegría, c/c. — (J. Cretinejiu- Joly, Clemente XIV y los Jesuitas; cap ii.) 




LIBRO m. — GOBIERNO DE LA ROSA 185 

qtie todo induce á creer en el acierto con que se atri- 
buye al motín aludido y á la denuncia sobre bastardía 
del Key, la evolución de ¡deas á que fué impelido Car- 
los por su carácter susceptible, reconcentrada y cavi- 
loso. Fuó, por lo tanto, decretada en España la expulsión 
como lo había sido en Francia y Portugal, pero la más 
exquisita reserva presidió las medidas que asegurasen el 
golpe por sorpresa á todos los jesuítas desde Madrid hasta 
el Paragúay. 

En 27 de Febrero de 1767 escribía el Key al conde 
de Aranda lo siguiente: «Habiéndome conformado con el 
parecer de los de mi Consejo Real, en el extraordinario 
que se celebra con motivo de las ocurrencias pasadas, en 
consulta de veinte y nueve de Enero próximo, y de lo que 
sobre ella me han expuesto personas del más elevado ca- 
rácter: estimulado de gravísimas causas, relativas á la 
obligación en que me hallo constituido de mantener en su- 
bordinación, tranquilidad y justicia mis pueblos, y otras» 
urgentes, justas y necesarias que reservo en mi Real ánimo* 
usando de la suprema autoridad económica que el Todo- 
poderoso ha depositado en mis manos para la protección 
de mis vasallos y respeto de mi Corona: He venido en 
mandar se extrañen de todos mis dominios de España é 
Indias, Islas Filipinas y demás adyacentes, á los religiosos 
de la Compañía, así sacerdotes como coadjutores, ó legos 
que hayan hecho la primera profesión, y á los novicios 
que quisieren seguirles ; y que se ocupen todas las tempo- 
ralidades de la Compañía en mis dominios, y para su eje- 
cución uniforme en todos ellos os doy plena y privativa 
autoridad, y para que forméis las instrucciones y órdenes 
necesarias, según lo tenéis entendido y estimareis para el 




186 



LIBRO III. — OOBIERNO DE LA ROSA 



más efectivo, pronto y tranquilo cumplimiento, » etc. ( 1 ) 
Tales eran las ordenes clel Rey, concisas y duras, como 
que su resolución estaba formada, y nunca se echó atrás 
de una resolución que concibiera. 

Aranda, particularizándose en todos los detalles com- 
prensivos de la ejecución de esta orden, decía á cada 
uno de los funcionarios encargados de cumplirla en Ame- 
rica : « Abierta esta Instrucción cerrada y secreta en la 
víspera del día asignado para su cumplimiento, el eje- 
cutor se enterará bien de ella, con reflexión de sus capítu- 
los, y disimuladamente echará mano de la tropa presente 
ó inmediata, ó en su defecto se reforzará de otros auxilios 
de su satisfacción, procediendo con presencia de ánimo y 
precaución, tomando desde antes del día las avenidas del 
Colegio ú colegios, para lo cual el mismo, por el día ante- 
cedente, procurará enterarse en persona de su situación 
interior y exterior, porque este conocimiento práctico le 
facilitará el modo de impedir que nadie entre y salga sin 
su conocimiento y noticia. 'No revelará sus fines á per- 
sona alguna, hasta que por la mañana temprano, antes de 
abrirse las ¡)iiertas del Colegio, á la hora regular, se anti- 
cipe con algún pretexto, distribuyendo las órdenes para 
que su tropa ó auxilio tome por el lado de adentro todas 
las avenidas, porque no dará lugar á que se abran las 
puertas del Templo, pues este debe quedar cerrado todo el 
día y los siguientes, mientras los jesuítas se mantengan 
dentro del Colegio. La primera diligencia será que se 
junte la Comunidad, sin exceptuar ni el hermano cocinero. 



(l) Colección general de Docionentos relatlroit d la expulsión de los 
je.sn¡ta.i (Madrid, 17G7; edic of). 




UBRO irr. — GOBIERNO DE I.A ROSA 



187 



requiriendo por ello al Superior en nombre de S. M., ha- 
ciéndose al toque de la campana interior privada, de que 
se valen para los actos de comunidad; y en esta forma, 
presenciándolo el escribano actuante, con testigos seculares 
abonados, leerá el Real decreto de extrañamiento y ocupa- 
ción de temporalidades, expresando en la diligencia los 
nombres y clases de los jesuítas concurrentes, » etc. 

Extendíase la instrucción en detalles de todo género re- 
lativos á cumplir dentro de las 24 primeras horas la ex- 
pulsión y embarque de los jesuítas, por caminos y puer- 
tos que se indicaban, señalando para los impedidos por la 
edad ó enfermedades, el depósito bajo custodia en algún 
convento que no tuviera conexión de escuela ó regla con 
la Orden expulsa. Y como si Aranda creyera haber olvi- 
dado algo después de tanta minuciosidad, concluía así: 
«Toda esta Instrucción providencial se observará á la letra 
por los jueces ejecutores ó comisionados, á quienes que- 
dará arbitrio para suplir, según su prudencia, lo que se 
haya omitido y pidan las circunstancias menores del día; 
pero nada podrán alterar de lo sustancial, ni ensanchar su 
condescendencia, para frustrar en el más mínimo ápice el 
espíritu de lo que se manda, que se reduce á la prudente 
y pronta expulsión de los jesuítas, resguardo de sus efec- 
tos, tranquila, decente y segura conducción de sus perso- 
nas á las cajas y embarcaderos, tratándolos con alivio y 
caridad, é impidiéndoles toda comunicación externa de es- 
crito ú de palabra, sin distinción alguna de clases ni per- 
sonas; puntualizando bien las diligencias, para que de su 
inspección resulte el acierto y celoso amor al Real servicio 
con que se hayan practicado; avisándome sucesivamente 
según se vaya adelantando. Que es lo que debo prevenir. 




188 



LIBRO in. — GOBIERNO DE LA ROSA 



conforme á las órdenes de S. M, con que me hallo, para 
que cada uno en su distrito y caso se arregle puntualmente 
á su tenor, sin contravenir á él en manera alguna. » 

Se recibieron estas comunicaciones en Julio de 1767, 
y fue señalado en Montevideo el 2 1 del mismo mes, para 
la expulsión de los PP. y ocupación de sus temporalidades. 
Todo se concertaba en el mayor silencio, cuando el arribo 
conjunto de una embarcación con pliegos para el Goberna- 
dor de Buenos Aires, noticiando haber quedado evacuada 
de jesuítas la Península en Abril, reveló el misterio de lo 
que se tramaba. Los de Montevideo comenzaron á dar algu- 
nos pasos, para salvar lo estrictamente personal que les era 
necesario en ocasión de un destierro tan violento. El Gober- 
nador La Rosa, yendo de paseo encontró el día 5 de Julio 
por la tarde á un paisano, que salía de la residencia de la 
Orden con libros y papeles: le interrogó, averiguó el objeto 
de sus dihgencias, y en el acto se puso en acción. Fué ro- 
deada á las 10 de la noche la casa principal de los PP., 
arrestados éstos, y ocupadas sus propiedades. El día 12 se 
encargó al teniente del Regimiento de Mallorca D. Félix 
Pont, la conducción hasta Buenos Aires de los PP. Rivade- 
neyra, Zuazagoitia y Boulet, quedando en Montevideo el 
Superior Plantich, hasta el 31 del mismo mes, en que con- 
cluyó de declarar todas las pertenencias de la Orden, averi- 
guadas por inventario. Don Juan de Achucarro, encargado 
de esta comisión, y en virtud del artículo 28 de sus instruc- 
ciones, determinó que todos los útiles de la escuela de pri- 
meras letras y aula de latinidad, pasasen á cargo de los PP. 
franciscanos, á quienes se cometió su dirección ( 1 ). El nú- 

(1) La Sota, liidoria del tcnitorio Oriental: ni. xi. 




LIBRO Iir. — GOBIERNO DK LA ROSA 



189 



moro totol de jesuítas expulsos de las provincias del Kío 
de la Plata fue de 3!)7 individuos, incluyendo los misio- 
neros de Moxos y Chiquitos. 

Los bienes de los jesuítas de Montevideo consistían en 
un hospicio ó residencia situado en la plaza principal^ 
donde vivían el P. Nicolás Planticli, superior, el P. Benito 
Riradeneyra, administrador de la Estancia grande, el 
P. Juan Tomás Zuazagoitia, preceptor latino, y el H. Juan 
Boulet, preceptor de primeras letras, con una librería de 
más de 800 volúmenes, entre ellos el manuscrito del P. 
Lozano. Nueve casas de alquiler en la manzana donde 
tenían la iglesia. Dos cuadras de terreno sin poblar junto á 
San Francisco. Dos cuartos de cuadra sin poblar junto al 
muelle. Un solar de 17 varas de frente. Algunas varas de 
sitio jmito al rastrillo de la fortificación. Una casa arrui- 
nada en un sitio de 50 varas de frente e igual de fondo* 
En extramuros tenían: la Estancia grande (N. Señora de 
los Desamparados) en el rincón que forman los ríos de 
Santa Lucía grande y chico, con 00,000 cabezas de ga- 
nado. La Estancia de San Ignacio entre el arroyo de Pando 
y Solís chico con 3,000 cabezas. Una suerte de estancia 
en esta banda del primer Canelón, que se conocía por cha- 
cras de San José. Una suerte sin poblar en el segundo 
Canelón. Dos suertes de chacra en San Gabriel. Varias 
suertes de chacra en Jesús María. Dos suertes de Estan- 
cia en la rinconada de Chamizo. Sobre el Miguelete en el 
Paso del Molino, el Oratorio de San Antonio y dos moli- 
nos de agua. Y repartidos en todas estas propiedades, 44 
esclavos de uno y otro sexo. De los bienes mencionados, 
poco ó nada utilizó la Corona, pasando los más de ellos á 
manos de particulares por tasaciones ínfimas, con lo cual 




lüO 



LIBRO III. — GOBIERNO DE LA ROSA 



se construyeron fortunas pingües. Lo rcismo aconteció en 
todas partes, lo que demuestra que el celo de muchos en 
la persecución de los jesuítas llevaba por norte heredarles. 

Luego que comenzaron á llegar á \o» Estados pon- 
tificios los expulsos de España, y se supo que venían 
en seguida los de América y Filipinas, levantóse un giito 
de horror por todo el mundo católico. El Gabinete de Ma- 
drid había sido inhumano, hacinando sobre barcos allega- 
dos á toda prisa 6000 jesuítas españoles, y enviándoles á 
los Estados romanos, de cuyos puertos fueron rechazados 
porque la escasez de comestibles y la higiene impedía 
aglomerar tantas gentes en pueblos mal preparados y po- 
bres. Mientras los expulsos corrían así los mares en 
busca de un local donde reposarse, diezmados como iban 
por la epidemia y los sufrimientos de todo género, llegaron 
hasta la Sede romana peticiones de palabra y por escrito, 
ya del episcopado católico, ya de corporaciones y personas 
sin distinción de clase, pidiendo por ellos. Clemente XIII 
se dirigió á Carlos III inquiriendo las causas de la expul- 
sión y comprometiéndose á ratificar la medida si resulta- 
ban culpables los jesuítas, en una carta en que el Pontífice 
revelaba su aflicción con estas palabras : « Con que vos 
también, hijo mío (tu quoqne fili )n¡); vos, el Rey Cató- 
lico, Carlos III, á quien amamos con todo nuestro cora- 
zón, habéis llenado el cáliz de nuestros sufrimientos y su- 
mido nuestra vejez en un torrente de lágrimas, que nos 
precipitará á la tumba ! El piadoso Rey de España se aso- 
cia á los que prestan su brazo, ese brazo que Dios le ha 
dado para proteger su servicio, la honra de su Iglesia y la 
salvación de las almas, á los que prestan su brazo, repito, 
á los enemigos de Dios y de la Iglesia. » El Rey contestó: 




LIBRO III. — GOBIKRNO DE LA ROBA 



191 



v^Pani excusar al mundo un grande escándalo, por siempre 
guardará oculta en mi corazón la abominable trama que 
ha motivado estos rigores. Su Santidad debe creerme sobre 
mi palabra : la seguridad y el reposo de mi existencia exi- 
gen de mí el más absoluto silencio sobre este asunto. » Y 
así quedaron sin remedio estas cosas, que de suyo no lo 
tenían ya. 

La expulsión de los jesuítas tuvo efectos inmediatos así 
en las poblaciones sujetas al dominio de aquellos re- 
ligiosos, como en las que se extendían por su vecindad. 
Desde luego se sustituyó para con los indios el gobierno 
suave y paternal por autoridades despóticas y codiciosas 
que mirando en las comunidades una mina de rica, pero in- 
segura explotación, multiplicaron las faenas, descuidando 
el vestido y alimentos de los infelices naturales. De aquí 
primero que la deserción de los indios fuera numerosa, mer- 
mando en una mitad la población de las Reducciones ( 1 ). 
Pero como á los ftigitivos no les era dable fijar residencia 
muy lejana, pasaron en su mayor parte á poblar las cam- 
piñas de Montevideo y Maldonado, hasta entonces casi 
yermas. La industria de estos nuevos pobladores, sus 
aspiraciones al bienestar, y la posesión de su libertad, 
estimularon sus esfuerzos en un sentido bastante lato. Do- 
mesticaron muchos ganados cerriles, cultivaron tierras, hi- 
cieron algunos ensayos en la navegación, y establecieron 
un comercio permanente con las ciudades vecinas, que 
daba lugar á cambios repetidos y á relaciones nuevas. A 
este refuerzo inesperado se deben la mayor parte de nues- 
tros progresos rurales, porque los nuevos habitantes que la 



(1) Azara, Descrip é Ilíst etc; i, xm. 




192 



LIBRO III. — GOBIERNO DE lA ROSA 



fortuna deparaba á las campiñas uruguayas traían el con- 
tingente de una civilización hasta entonces desconocida en 
ellas. Así también por una de esas compensaciones que la 
marcha de las cosas humanas prepara eu el’ correr de los 
tiempos, volvían á la patria de sus abuelos la mayor parte 
de los descendientes de aquellos charrúas sometidos por la 
fuerza y expatriados por la política, para formar en apar- 
tadas regiones el núcleo ci^dlizado que ahora entraba de 
nuevo en posesión de su primitiva tierra. 

Este elemento, que á su condición civilizadora anadia la 
propensión restituyente con respecto á la primitiva raza, tuvo 
una influencia real en su conservación y desarrollo. Esca- 
sos de mujeres los españoles y portugueses que vagaban 
por nuestras campiñas, tomaron las suyas de entre los in- 
dios civilizados, por manera que la población de los cam- 
pos conservó el sello de su primer abolengo, ya por los 
matrimonios de europeos con mujeres indígenas, ya por 
las uniones directas de indios é indias que producían el 
tipo puro de los primeros pobladores de la tierra. Como 
acomtece á toda raza ñierte sometida al rigor de una vida 
activa, el acrecentamiento de los individuos fuó necesaria- 
mente rápido y las familias se hicieron largas. Pero la 
vida habitual era expuesta, y llena de incomodidades. Gen- 
tes de diversas procedencias y muchas de ellas de conducta 
reprensible, como ser presidarios fugados de las cárceles 
de España y Brasil, huían á los campos, en los cuales 
se entregaban á cuanto les fuera permitido hacer en medio 
de apartadas y ralas poblaciones donde no se conocía au- 
toridad ni verdaderos elementos regulares de un vivir me- 
tódico. Tal clase de hombres provocaba reyertas frecuen- 
tes, porque eran forzosas en los casos menos pensados y 




LIBRO JIL — GOBIERNO DE LA ROSA 



193 



así fue haciéndose costumbre la tolerancia con los que 
ansiaban reñir, a fin de eviüxr por la prudencia lo que era 
^ inevitable si no se establecían miramientos. Mas esta 
tolerancia encaminada á establecer un respeto recíproco, 
produjo halagadoras resultancias mezcladas á las más tor- 
cidas nociones del deber social, pues si bien se hizo el 
habitante de la campaña uruguaya hospitalario, generoso 
y ajeno á toda curiosidad con respecto al que llamaba á 
su puerta, fué al mismo tiempo indiferente á lo que le ro- 
lden ba, hasta el punto de proteger de igual manera á un 
hombre de bien que á un asesino, y sin prestarse jamás á 
aprehender ó perseguir al mayor delincuente (1). De en 
medio de estos elementos tan diversos, fué que nació el 
gaucho. 

El gaucho venía á ser el resultado de todas las fusiones, 
y como el primer eslabón de la nueva y definitiva raza 
que había de ocupar el suelo. Todo indica desde el día de 
su presentación en la escena social, que por su carácter, 
^costumbres y afecciones, se creía verdaderamente dueño de 
la tierra. Sin embargo, los primeros gauchos no eran todos 
uruguayos: se les llamaba indistintamente gauchos ó gua- 
derios, y muchos de entre ellos componían el número de 
los portugueses y españoles fugados de presidio, y refugia- 
dos en el Uruguay merced á la tolerancia de los habitan- 
tes de los campos. El nombre de gaucho era sinónimo, en 
sus primeros tiempos, al de holgazán ó malhechor; después 
se hizo extensivo á los que vagaban sin quehaceres fijos 
provistos de una mala guitarra, entonando coplas ajenas 
ó propias, y á los que sobresalían en las pendencias y la 

(1) Azara, Descrip é Eist, etc; i, xv. 



Dom, Esp. — II. 



13. 




194 



LIBRO in. — GOBIERNO DE LA ROSA 



galantería rústica de los desiertos. Lo numeroso de las fa- 
milias permitía que no todos los varones se dedicasen al 
trabajo, rudimentario de suyo en aquellos tiempos, y de 
ahí que, estimulados por la facilidad de alimentación y la 
simpatía inspirada por las hazañas personales, muchos se 
sintiesen inclinados á la vida andariega, particularmente 
los que se creían de sobra en su casa ( 1 ), No puede ne- 
garse que la condición del país convidaba á una existencia 
de ese genero, sobre todo á los que no sabiendo cómo em- 
plear su nativa energía, vivían devorados por la necesidad 
de la acción. 

Mientras esto acontecía en la contextura de la sociedad 
uruguaya, la Corte de Madrid, tal vez por suavizar el rigor 
de las medidas adoptadas contra los jesuítas y captarse la 
voluntad de los indígenas, había expedido quince días an- 
tes de la expulsión de aquéllos, una Real Cédula conce- 
diendo título de nobleza á los caciques de ambas Américas 
y á los indígenas que no tuvieran mezcla de sangre. De- 
claraba ese documento «la nobleza de los indios en el 
grado que les correspondiese, pero con precisión de que 
tanto los hijos de' cacicazgo que se consideraban como 
hijos-dalgos y los otros indios que no tuvieran mezcla de 
sangre, como la nobleza en general, para optar á los em- 
pleos así eclesiásticos como ci\úles, debían poseer el idioma 
castellano é instruirse en sus escuelas.:^ (2) Cuestión de 
poca monta, para que nadie la tomase en serio. Si los ca- 
ciques ó jefes indígenas así llamados, eran nobles de ori- 
gen, no necesitaban la declaración del Gobierno español 



(1) Lazarillo de Ciegos caminantes. 

(2) La Sota, Bisi del ienitorio Oriental; m. XIL 




LIBRO ni. — GOBIERNO DE LA ROSA 



195 



para ser tenidos en esa condición por sus gentes; y si no 
lo eran, poco se mejoraban sus intereses con declararles 
hidalgos. También eran hidalgos los fundadores de Mon- 
tevideo, y no por eso se libraron de malos tratamientos, 
vióndose pospuestos hasta en el lucro de las industrias 
nnis modestas, cuyo ejercicio privilegiado daban los gober- 
nadores á sus oficiales y sargentos; repartiendo los solares 
y estancias entre los mismos. 

Y ésta sí que no era cuestión de poca monta, pues im- 
posibilitaba la vida de los colonos. Tan apretados llegaron 
á estar con tal sistema los montevideanos, que en 31 de 
Agosto de 1769 se dirigió el Cabildo al Rey, pidiéndole 
ensanchase la jurisdicción de la ciudad á 20 leguas más; 
por no caber ya en la jurisdicción antigua los pobladores, 
ni poderse hacer mercedes de tierras á ellos y sus hijos y 
á los que venían de España á aumentar el número de los 
habitantes del país. A fin de conseguir esta gracia, orde- 
naba también el Cabildo que « para mejor convencer á 
S. M., se levantara el censo de la población, riqueza y exis- 
tencias de la jurisdicción, » etc. (1) En efecto, Montevi- 
deo tenía una jurisdicción harto pequeña para que pudiese 
desarrollarse dentro de ella como cumplía á las exigencias 
de su progreso, y habiéndose hecho en un principio el re- 
parto de tierras arbitrariamente, más bien para proteger á 
la guarnición militar que á los colonos, resultaba ahora 
tocarse gran dificultad con motivo del aumento de la po- 
blación y sus menesteres. Mas si por este lado el Cabildo 
satisfacía los intereses generales con aplauso de todos, no 
le faltaban por otro, acusaciones y malquerencias del gé- 



(1) L, C, de Montevideo. 




196 



LIBRO m. — GOBIERNO DE LA ROSA 



ñero de la que se dió á pocos días de verificarse la elección 
de 1770. 

Siempre habían sido motivo de disputa las elecciones de 
capitulares; pero ahora comenzaban á serlo más, á causa 
de la importancia adquirida por la corporación. Sobraban, 
por otra parte, los descontentos, particularmente en la clase 
inepta, contándose en el número aquel D. Pedro León de 
Soto y Romero, asesor de Viana en el pasado gobierno, y 
autor del oficio deprimente al Cabildo, que el Gobernador 
tuvo la debihdad de firmar produciendo el conflicto histo- 
riado en su lugar respectivo. Ahora, pues, el D. Pedro, no 
encontrando de su gusto la elección verificada, tomó pie de 
ello para insultar en público al Cabildo, poniendo tachas á 
los electos y declarando que por la vara de Alguacil ma- 
yor había regalado el titular una cantidad de dinero. Como 
la versión llegase á oídos de los interesados, juzgó pru- 
dente Romero parar el golpe con una retractación, y la 
hizo en términos tales que mostraban la pequenez de su 
espíritu. Declaró en una larga exposición, que lo dicho por 
él respecto del Cabildo, había sido entre amigos « y en 
todo sentido y eco de diversión y bufonada, » y alegó sus 
muchos ser\úcios como defensor letrado y los merecimien- 
tos á que ellos le hacían acreedor. Leída esta exposición 
en la junta de 25 de Enero de 1770, el Gobernador La 
Rosa, que estaba presente, ordenó á nombre del Rey : « no 
se le confiase á Romero ningún papel perteneciente á la 
ciudad, ó cosa de ella, en atención á la ofensa y desame 
que le hace en el papel que el mismo Roníero ha presen- 
tado á este Ayuntamiento el presente día. » ( 1 ) Por una 



( 1 ) L. C. de Montevidf/). 




I.IBRO III. — GOBIERNO DE LA ROSA 



197 



siligularidatl chocante, este mismo La Rosa, que se mos- 
traba enérgico defensor de la dignidad del Cabildo, ha- 
bía de ser de allí á poco el más obstinado en concluir 
con ella. 

Perdíase, por lo pronto, con estas disidencias pueriles tan 
frecuentes en las ciudades del Plata, un tiempo precioso 
que apartaba de los negocios serios á todas las inteligen- 
cias. Más astutos y avisados los portugueses y sabiendo 
por experiencia cuál era el mal crónico de sus rivales, pro- 
seguían en sus manejos dando gran calor al desarrollo de 
su plan agresivo. Concluido el negocio de la expulsión de 
los jesuítas, quedaron las Misiones en el trastorno que se 
deja comprender, con lo cual aprovechó el lusitano aquella 
situación para robustecer la suya en los territorios usur- 
pados. El Virrey Azambuya hizo construir un nuevo fuerte 
en Río -grande, y á pesar de los reclamos de la autoridad 
española, tanto él como la Corte de Lisboa no apearon de 
las evasivas que constituían su norma de conducta. Y era 
tan descarada ésta, que el 21 de Abril de 1768 había sido 
sentenciado á muerte y ahorcado en Lisboa el coronel 
Osorio por haberse rendido prisionero á Cevallos en Santa 
Teresa; mientras que el conde de Acuña y el coronel José 
Custodio de Saa, instigadores de la última usurpación que 
el Gobierno portugués había prometido castigar, no fueron 
molestados en nada. A todo esto, reclamaba en vano la 
Corte de Madrid, alegando la fe de los tratados y haciendo 
presente la situación irregular en que la colocaba la de 
Lisboa; mas esta última proseguía impertérrita su plan de 
operaciones. Por un lado despojaba lentamente á España 
de sus territorios en el Río de la Plata; y por otro acosaba 
su comercio con la concurrencia de un contrabando activo 




198 



LIBRO m. — GOBIERNO DE LA ROSA 



que tenía su cuartel general en la Colonia. Fatigado ya 
el Gobernador de Buenos Aires de tantas agresiones, or- 
denó un rigoroso bloqueo á la Colonia, estableciéndolo 
con seis embarcaciones corsarias el teniente D. Nicolás 
García. 

Pero la imaginación de los portugueses, fértil en toda 
clase de intrigas, urdió una nueva, que debía presentarles 
como defensores de la religión y apóstoles armados de la 
difusión de sus preceptos saludables. Comenzaron á fin- 
girse compadecidos del abandono en que se hallaban los 
indígenas de las Misiones, alegando ser un caso de con- 
ciencia no evitar que se apagase en ellos aquel fuego 
religioso fomentado por ministerio de la propaganda je- 
suítica. Bin duda que nadie olvidaba haber sido el Go- 
bierno de Lisboa quien dió la señal de la persecución de 
la Orden en todo el mundo; pero los portugueses apa- 
rentaban no saberlo, ó cuando menos estar arrepentidos 
de ello en presencia de los males existentes. Inspirados, 
pues, en tales ideas, corriendo este año de 1770 hicieron 
partir de San Pablo, al mando de una expedición militar, 
al teniente coronel Alonso Botello de Sampayo, con ánimo, 
según hizo cu'cular por todos lados, de reducir nuevamente 
los indios al yugo de la fe. Debe advertirse que ni los in- 
dígenas se habían sustraído á semejante 3 ^igo, ni había 
en las Misiones disidencia religiosa alguna que preocupara 
los ánimos, pues todo se reducía allí á competencias de los 
gobernadores con los nuevos curas doctrineros sucesores 
de los jesuítas ; sin que la fe de los catecúmenos se hubiese 
entibiado por estos altercados mundanos que en nada ro- 
zaban el dogma ni las reglas del culto. Esto no obstante, 
decidido siempre Sampayo á restituir á la Iglesia unos 




LIBRO m. — GOBIERNO DE LA ROSA 



199 



hijos que no querían separarse de ella, dio comienzo á su 
cruzada destacando al capitán Silveyra Peixoto como jefe 
de vanguardia, para que entrase por la vía del Paraná á 
tomar posesión de las tierras de los sedicentes infieles, pro- 
cediendo luego á su conversión. 

Mas, si Sampayo creía conciliable los menesteres de 
su oficio con las funciones espirituales que el mismo se 
atribuía, parece que no lo entendió de la misma manera el 
Gobernador de las Misiones D. Francisco de Zavala, quien 
poniéndose en armas inmediatamente, sorpi endió al jefe de 
la vanguardia portuguesa, y los remitió á él y los suyos 
presos á Buenos Aires, como infractores de los pactos 
existentes y pertobadores de la paz ( 1 ). Sampayo, que 
vió frustrado su plan en esta primera tentativa, se retiró 
de la pretensión, pues contaba con que el desorden de 
las Misiones y el pretexto religioso aducido, hubieran sido 
motivos bastantes para dejarle tomar posesión en alguna 
parte. Pero siendo esta intentona una nueva violación de 
los tratados, precisamente cuando se discutía la conducta 
del Virrey del Brasil asaltando á Río -grande y posesio- 
nándose contra todo derecho de la Sierra de los Tapes, 
Sampayo acentuó más que nunca la ostentación de los 
motivos religiosos que le habían movido á invadir las 
Misiones, y se marchó, no en aire de soldado batido, sinó 
como filósofo que en el momento de prestar un gran ser- 
vicio es desdeñado por aquel mismo á quien va á hacer el 
bien. Y aquí concluyó esta emergencia, en que los portu- 
gueses se presentaron á usurpar tierras bajo la faz de mi- 
sioneros, único papel que les faltaba desempeñar después 



(1) Funes, Ensayo^ etc; ni, v, xi. 




200 



LIBRO III. — GOBIERNO DE LA ROSA 



de haber sido mamelucos, colonos militares, soldados, di- 
plómatas y agentes secretos. 

El Gobernador de Buenos Aires, aun cuando recono- 
ciese que la expedición de Sampayo tenía.gu parte cómica, 
no dejaba de comprender como ella constituía en el fondo 
una amenaza de grandes disturbios para el porvenir. Nunca 
ponían mano los portugueses en los negocios del Plata sin 
que su actitud seria ó ridicula, según cuadrase á sus pla- 
nes de momento, no redundara para España en manantial 
de sinsabores. Así fue que en previsión de mayores da- 
ños, se preparó aquel Gobernador contra cualquiera ase- 
chanza. Envió 300 correntines en auxilio del de Misiones, 
reforzó los puestos de Río Grande y el fuerte de Santa 
Teresa con soldados, víveres y municiones; y expidió ór- 
denes de estar sobre aviso á los comandantes de Maído- 
nado, Ensenada, Malvinas y Montevideo, porque además 
de la. agresión portuguesa se temía la de los ingleses, sus 
aliados. Con esto pudo obtenerse un poco de tranquilidad 
en los negocios internacionales, ya que en los internos no 
era posible, á lo menos en el Uruguay, donde el Go- 
bernador La Rosa antes de su caída se hacía notable 
por la violencia de carácter y lo condenable de sus ma- 
nejos. 

Era La Rosa uno de esos indi^^duos que sin méritos 
para gobernar se había granjeado protectores que adelan- 
taban su carrera y sostenían su autoridad contra todas las 
conveniencias. La Corte le había elevado en poco tiempo 
hasta el empleo de brigadier, y el Gobernador de Buenos 
Aires no le había opuesto contrariedad alguna en el des- 
arrollo de sus operaciones guberiiumentales. Sin embargo, 
La Rosa mandaba de un modo arbitrario y se valía de 




LIBRO III. — GOBIERNO BE JA ROSA 201 

imnlios reprobados para adquirir riquezas. Á pesar de la 
arrogancia con que comenzó su gobierno, levantando una 
horca contra los malhechores, el interior del país estaba in- 
festado de ellos, sin que los alardes del Gobernador hubie- 
sen puesto el menor correctivo á tanta desgracia. Por otra 
parte, sus planes codiciosos le inducían á buscar cómpli- 
ces, ]>or lo cual intentó corromper á algunos, ensayando la 
coacción para proveer ciertos empleos públicos con sus 
hechuras. El Cabildo sobre todo fue blanco de sus ata- 
ques, y al iniciarse la elección de 1771, La Rosa abrió 
una campaña formal para hacerse de influencia en los con- 
sejos de aquel cuerpo que siempre se había distinguido por 
su amor a la libertad y por su honradez en el manejo de 
los caudales públicos. Al efecto, llamó á su casa el día an- 
tes de la elección de nuevo Cabildo, á varios miembros 
de la corporación con quienes le ligaban amistades, y des- 
f>ues de muchos ruegos, escribió él mismo de su mano en 
las boletas que habían de arrojarse á la urna, los nombres 
de los individuos cuya elección deseaba, y las entregó á los 
que debían votar (1). 

Al día siguiente, que era el de la elección, se reunió el 
Cabildo para proceder á ella, faltando el Alférez Real que 
desempeñaba una comisión de importancia. La Rosa, á 
pretexto de presenciar la ceremonia, se trasladó con fuerza 
armada á la casa del Cabildo, y después de rodearla de 
tropa, penetró en la sala capitular acompañado de sus ayu- 
dantes. Iba, como naturalmente se ve, en son de hostili- 
dad; porque nadie había desconocido su derecho de pre- 
senciar las deliberaciones del Cabildo, y era, por lo tanto. 



íl ) L. C, de Montevideo, 




202 



LIBRO III. — GOBIERNO DE LA ROSA 



inútil aquel aparato. La corporación, empero, no dió mues- 
tra de extra ñeza ni significó su descontento por tan inusi- 
tado proceder, y comenzó el acto de la votación con la re- 
gularidad de orden. Verificado el escrutinio, resultaron re- 
electos D. José Mas de Ayala para Alcalde de voto, 
D. Luis Ximénez de 2.° voto, y para Alcalde provincial 
D. Juan Esteban Duran. Inmediatamente se alzó La Rosa 
contra aquel resultado que contrariaba sus miras, pro- 
testando que la reelección era contraria á las leyes. Dijo 
que había gentes cristianas y de paz á quienes elegir en 
la ciudad, é inculpó al Cabildo de haber despachado al 
Alférez Real con el fin de ganar la abstención de su 
voto, que sabía serle contrario. Todo esto expresado con 
calor y salpicado de amenazas, transformó la alegación 
en una disputa en que los dicterios se cruzaron de parte á 
parte. 

Los miembros del Cabildo rechazaron las inculpaciones 
que el Gobernador les hacía, y le replicaron acusándole de 
haber puesto en juego influencias ilícitas para conseguir 
una elección á su gusto. Los Alcaldes de 1." y 2,® voto y el 
Alguacil Mayor, sobre todos, afearon á La Rosá su con- 
ducta, protestando de la injuria que hacía al Cabildo con 
sus acusaciones y negando que tuviera derecho de imponer 
allí su voluntad, en acto privativamente reservado á la 
corporación. Entonces, ciego de cólera el Gobernador, or- 
denó á uno de sus ayudantes que prendiese á los dos al- 
caldes y al Alguacil, quienes dijeron que, aprehendidos ellos, 
lo estaba todo el Cabildo. Pero La Rosa, en vez de cal- 
marse con este raciocinio, se enfureció más, extendiendo la 
orden de prisión á todos los presentes, y marchándose 
luego. No se podía expresar con mayor violencia el deseo 




IJBRO III. — GOBIERNO DE LA ROSA 



203 



do ser iiicondicionnlinente obedecido, y a la verdad que La 
Eosa sobrepasaba a aípiollos primeros comandantes do 
Montevideo, quienes, si habían amenazado con prisión al 
Cabildo, nunca se atrevieron á hacer buena la amenaza. Y 
tan rudo le pareció el acto al mismo Gobernador, que pocas 
horas después revocó la orden general de prisión, limitán- 
dola á los dos alcaldes y al Alguacil, temeroso tal vez de 
que en el escrito de apelación para ante el Gobernador de 
Buenos Aires, que ya hacía el Cabildo bajo las inspiracio- 
nes de D. Pedro León de Romero y Soto, terciador obli- 
gado en toda querella, resaltasen de sobra los motivos de 
injusticia que habían guiado su conducta. 

El Cabildo, en efecto, se dirigió al Gol)ernador de Bue- 
nos Aires, exponiendo la injusticia de los tratamientos de 
que era ^^ctima, y la futilidad de los pretextos en que ba- 
saba La Rosa su proceder. Alegó que la reelección no ha- 
bía sido jamás motivo de controversia para tachar á los 
electos, y adujo pruebas que justificaban esa opinión. Sin 
que nadie se diera por agraviado, en 1743 había sido re- 
electo para Alguacil Mayor D. Luis Enrique Maciel, que 
desempeñó el cargo por dos años, y en 17G0 lo fue igual- 
mente D. Lorenzo Calleros para el mismo empleo y por el 
mismo tiempo. En 17G1 había sido electo para Alcalde de 
voto D. José Mas de Avala, que ahora se veía violen- 
tado por el Gobernador, siendo reelecto sin inconveniente 
en 1763; y en 1768 volvió á reelegírsele para igual em- 
pleo en compañía de D. Jaime Soler, D. Pedro Rada, 
D. Manuel Duran y D. Antonio Valdivieso, respectivamente 
reelectos Alcalde de 2."" voto, Alguacil Mayor y Deposita- 
rio general. Por último, D. Joaquín de Vedia y la Cuadra, 
que era Alcalde de 2.^^ voto en 1766, fue reelecto para 




204 IJCÍBRO III. — GOBIERNO DE LA. ROSA 

Procurador general en el siguiente año ( 1 ). Estas razones 
tenían de suyo bastante peso para influir en cualquier 
ánimo despreocupado de malevolencia, porque aun cuando 
las leyes se opusieran á la reelección, las costumbi*es la 
habían sancionado; y no era una actitud tal la del Cabildo 
al reelegir tres de sus miembros, que mereciese el vejamen 
inferido por La Posa. 

Así las cosas, temiendo el Gobernador las resultas de 
este asunto, comenzó á meditar en su conducta pasada, y 
tentó algún acomodamiento con el Cabildo, escribiéndole 
« que le exhortaba, requería y mandaba en nombre del Rey 
á cesar en el injusto tesón que le movía. » Pero el Cabildo, 
firme en sus propósitos, esperaba la sanción de su conducta 
de boca del Gobernador de Buenos Aires, á quien había 
apelado; y La Rosa, no teniendo seguridad del triunfo» 
y temeroso de que el último escándalo trajese á memo- 
ria sus anteriores desperfectos, perdió toda serenidad de 
ánimo, entregándose á verdaderos desvarios. Como el flaco 
de su conducta estaba en la mala adquisición de riquezas 
que había hecho, puso por oíbra resarcii’ en lo posible á los 
damnificados, para captarse su simpatía en el trance ac- 
tual; pero lo hizo de una manera tan insólita y con proce- 
deres tan bruscos, (jue, en vez de conseguir su objeto, au- 
mentó la ojeriza que le perseguía. Emió á casa de los ex- 
poliados agentes suyos para restituirles aquello de que les 
creía acreedores, con lo cual, confesando sus indignos ma- 
nejos, no lavó la culpa que declaraba (2). Todo esto lo 
supo D. Juan José de Vertiz, Gobernador de Buenos Ai- 



(1) L. C, de Monlerideo. 

(2j Fuaes, Ensauo, etc; iir, v, xi. 




LIBRO m. — GOBIERNO DE LA ROSA 



205 



res, y como se deja comprender, tomó las medidas que el 
caso requería. 

En oficio de 8 de Enero, recibido el 15 en Montevideo, 
comunicó al Cabildo que prevenía á La Rosa pusiera en 
libertad á sus miembros para que el público no careciese 
de la administración de justicia, y ellos pudieran, libres de 
esa incomodidad, propender al beneficio comuji en que 
como de su obligación tanto se interesaban. » En cuanto 
á los miembros excluidos, que eran tres, el Gobernador de 
Buenos Aires disimulaba el caso contrayéndolo á uno solo 
en estas palabras: « noto que en no confirmar ese Gober- 
nador á D. José Mas, electo Alcalde de voto (que es 
el único á quien expresamente excluye ), procede conforme 
á la ley 9 del tít. 3.°, libro 5.® de Indias, que ordena no 
puedan ser reelegidos los Alcaldes ordinarios en los mis- 
mos oficios, hasta haber pasado dos años después que de- 
jaron las varas. » Y por último, después de dar esta satis- 
facción al Cabildo, la daba más amplia á la vindicta pú- 
blica separando del gobierno á La Rosa y sustituyéndole 
interinamente por Viana, en los siguientes términos, tan 
lacónicos como expresivos: « Conviniendo al Real servicio, 
el que el brigadier D. Agustín de La Rosa, Gobernador 
de esa plaza, pase á esta ciudad, he ordenado ocupe inte- 
rinamente este empleo el mariscal de campo D. José Joa- 
quín de Viana, quien tiene acreditadas su conducta, inte- 
gridad y demás circunstancias que le hacen recomenda- 
ble. » (1) Pocas veces se dió una solución más pronta y 
equitativa á negocio tan grave, en estos dominios y por 
aquellos tiempos. 



(1) L. C. de Montevideo. 




206 LIBRO m. — GOBIERNO DE LA ROSA 

Vigorizada la acción del Cabildo por el sesgo que había 
tomado su reclamo, comenzó á insistir en el deseo de que 
se apurasen los cargos contra el Gobernador dimitido. 
Aglomeró pruebas y las envió á Buenos Aires, aprove- 
chando el juicio de residencia abierto á La Besa, en el cual 
suponía que habían de aquilatarse todos los testimonios 
contra los impuros manejos y violencias del encausado. El 
Gobernador de Buenos Aires defirió á lo que el Cabildo pe- 
día, haciéndole sentir que la instauración del juicio se veri- 
ficaba por acceder á sus deseos; y comenzó la tramitación del 
caso. Pero un juicio de esta naturaleza, con gastos de curia 
avaluados por los aranceles del gobierno colonial y con 
procedimientos extraídos de las leyes de Indias, debía ser 
largo y dispendioso. No dejó pasar mucho tiempo el es- 
cribano que había actuado en Montevideo sin pedir el pago 
de sus emolumentos, de lo cual dio cuenta el Cabüdo á 
Buenos Aires; imitando allí los curiales interventores en 
el proceso, la conducta de su cofrade de acá. De esto pro- 
vino que se comenzara á notar lo abultado de los gastos, 
y D. Juan José de Vertiz, mirando por el erario de su Go- 
bernación, escribió en 14 de Diciembre de 1771 al Ca- 
bildo, pidéindole que abonara las costas de un proceso 
realmente instruido á solicitud suya. Y estando en lo ra- 
zonable Vertiz, pero más alcanzado que todos el Cabildo, 
respondió éste en 20 de Diciembre: «que defería el pensar 
á los más adecuados medios y arbitrios, mediante los cua- 
les j^udiera venir á efecto la satisfacción del monto de las 
referidas costas. » ( 1 ) Con lo cual prosiguió el juicio, sin 
que las costas se abonasen en el momento del reclamo. 



\) L. C. de Mont&üideo. 




LIBRO IIL — GOBIERNO PE LA ROSA 



207 



Sin embargo, contra todo lo que se esperaba, La Kosa 
no fué castigado como merecía. Sus influencias en la Corte 
eran bastantes para ecliar tierra en el asunto, así es que se 
consideró allí que la pérdida del empleo lo compensaba 
todo. El mismo La Rosa se encargó de comunicarlo desde 
Buenos Aires al Cabildo un año después, en el siguiente 
oficio que merece transcripción íntegra por la cínica satis- 
facción que respira : « En consecuencia de las órdenes de 
S. INL que se han comunicado á este Gobierno, me hallo 
expedito para poder regresarme á España libremente 
cuando me parezca, estando ya terminados los litigios que 
sin jurisdicción alguna se me fulminaron ; sin embargo de 
que al tiempo de mi ingreso en ese Gobierno di las fianzas 
correspondientes para mi Residencia, he resuelto subro- 
garlas con D. José Blas de Gainza, vecino de esta ciudad 
y sujeto de conocido abono, cuyo documento que ha otor- 
gado incluyo á V. S. por el señor vicario de esa ciudad, 
para que mereciendo su aceptación se sirva mandar en- 
viarme la certificación necesaria que lo acredite; y chance- 
lar la anterior escritura de mi fiador D. Manuel Durán, 
noticiándoselo á sus herederos para que les conste la sol- 
vencia de este reato. Cuando haya de partir para España, 
pienso hacerlo conduciéndome de la lancha que me saque 
de esta ciudad á bordo del paquebot-correo de que es ca- 
pitán D. Cayetano Antúnez y está en ese puerto, por cuya 
razón no saltaré ahí en tierra. Lo que noticio á V. S., á 
fin de que si tuviere que prevenirme asunto en que pueda 
complacerle, lo ejecute seguro de mi buena ley. » ( 1 ) Era 
todo lo que podía esperarse, que La Rosa se vendiera por 



(1) Oficio de La Rosa al Cabildo (en los L. C.). 




208 



LIBRO III. — GOBIERNO LE LA ROSA 



hombre de buena ley, á una corporación cuyos miembros 
había vejado con el designio de apropiarse los caudales 
públicos. 

Mientras este ex Gobernador se marchaba libre de culpa 
y pena para su país, Vi ana se ocupaba de atender á las 
exigencias de la situación internacional. En 16 de Febrero 
de 1771 se dirigió al Cabildo, notificándole que por lo 
agotado que se hallaba el erario y la necesidad de socon*er 
al Rey con recursos positivos para el caso de una ruptura 
con las naciones extranjeras, se hacía imprescindible imi- 
tar la conducta de Buenos Aires, que había levantado un 
empróstito popular á fin de subvenir dichas urgencias. 
Pero conociendo el Gobernador la pobreza de la ciudad y 
su jurisdicción, que no la permitían acercarse á las gene- 
rosidades de que en su opulencia podía alardear la capital 
vecina, j)roponía el arbitrio de que cada individuo de esta 
Gobernación concurriese con lo que le fuera posible á la 
carga común. Convenido el Cabildo en ese propósito, 
aceptó á indicación del Gobernador nombrar á D. José 
Mas y D. Bruno Muñoz para que fueran « de casa en casa 
y de tienda en tienda á recoger los donativos voluntarios;» 
ó indicó por su parte á D. Fernando José Rodi’íguez, 
D. Juan Angel de Llanos y D. Juan de Chavarría, para 
que siguiesen igual proceder en la campaña (1). Ya se ve, 
pues, cómo andaría de apurado el tesoro Real, cuando se 
apelaba á estos medios. 

Había propuesto Viana, conjuntamente con esta medida, 
otra de orden interno, enderezada á garantir la seguridad 
de la campaña que era víctima de homicidios y robos cada 



(!) L. C. de Montevideo. 




IJBRO III. — GOBIERNO DE LA ROSA 



209 



VOZ mas considerables. En este sentido, el Gobernador 
pedía a) Cabildo se reuniese á deliberar sobre la materia, 
y en 20 de Febrero se reunió la corporación en cabildo 
abierto para considerar !o propuesto, que se reducía al 
nombramiento de jueces comisionados con facultad de 
proceder á manera de lugartenientes del Gobernador para 
vigilar la conservación del orden y la compostura de las 
disensiones entre los vecinos. Asistieron á aquella junta 
extraordinaria los miembros que habían pertenecido á los 
cabildos de 17C9 y 1770. De las opiniones cambiadas re- 
sultó acordarse la división en 8 pagos de la campaña de 
Montevideo, nombrándose juez para el Miguelete á D. Ro- 
que Burgués; para Piedi*as y Colorado, á D. Lorenzo del 
Valle; para Canelones y costa de Santa Lucía de esta 
banda, á D, Roberto Calleros; para Santa Lucía chico, 
Pintado y arroyo de la Virgen, á D. Juan Angel de Lla- 
nos; para Carreta -qviemada, Chamiso y costa de San José, 
á D. Juan de la Cruz; para Sienra y Toledo, á D. Pedro 
Garrido; para Sauce, Solís y Pando, á D. Antonio de la 
Torre; y para Tala y Santa Lucía arriba, á D. Juan de 
Pessoa (1). Este fue el origen de los actuales comisarios 
de campaña. 

Pero con todo, la pobreza era grande en las arcas del 
tesoro, y los apuros de la Corte cada vez más considera- 
bles. A la sombra de estas necesidades, se extendió tam- 
bién por el Uruguay el oprobioso sistema de vender los 
empleos de justicia á quien más diera. Don Francisco de 
Lores se había presentado el año 1771 al tribunal de Real 
hacienda de Buenos Aires, ofreciendo comprar la vara de 



{!) L. C. de Montevideo. 



Dom. Esp.— II. 



u. 




212 



LIBRO UI. — GOBIERNO DE LA ROSA 



este negocio, si las crecidas sumas adeudadas á que aludía 
hubieran sido conocidas de los jesuítas en tiempo opor- 
tuno ( 1 ). Con todo, era de presumirse, y así lo pensó la 
junta municipal, que tanto número de eíftencias repletas 
de ganados y tantas fincas y terrenos como se inventaria- 
ron al día siguiente de la expulsión, darían de sobra una 
vez vendidas para restar de ellas el originario legado de 
10,000 pesos. Mas no habiendo sucedido así, el Cabildo se 
conformó con lo que pudo obtener, que fue la ocupación de 
la Kesidencia ó casa central de los jesuítas, donde reinstaló 
las escuelas, proveyéndolas de profesores secular es de lati- 
nidad, gramática y primeras letras. El sueldo de los maes- 
tros se cubrió con la renta pública y la cuota de los edu- 
candos acomodados, puesto que los pobres no pagaban 
nada. Y merced á esto, pudo recomenzarse desde el año 
1772 la difusión de la enseñanza, suspendida desde 1767 
con grave perjuicio de la ciudad. 

A poco de tomarse esta medida, fue adoptada otra no- 
vedad de distinta clase. Era costumbre en el Río de la 
Plata, pagar á los soldados con géneros de abasto, no dán- 
doles ninguna gratificación pecuniaria ; lo que se hacía fá- 
cil mientras las guarniciones militares fueron pequeñas, por 
ser corta la cantidad de numerario circulante y mayor la 
de efectos de abrigo. Pero las circunstancias de guerra 
en que se hallaba la monarquía, impusieron un aumento 
progresivo de tropas en estos dominios, á lo cual se juntó 



( 1 ) En el archivo ílcl CahUdo de Montevideo cxi.'fte un inventario 
f&i'mado por los Jesuítas y secuestrado por la autoridad española ni el 
acto de la expulsión, donde se ve (}ue las jtequeñisinias deudas de los 
PP., estaban compensadas por una infinidad de créditos de individuos 
á quienes hahian prestado dinero y efectos. 




LIBRO m, — GOBIERNO DE LA ROSA 



213 



la persecución con que las flotas inglesas hostigaban á las 
españolas mercantes, conductoras de mercaderías. Esto in- 
virtió totalmente los términos de la dificultad, haciendo 
que fueran más caros los géneros de abasto que el nume- 
rario ; de manera que el tesoro comenzó á resentirse de los 
sacrificios impuestos por el sustento de los soldados en 
aquella forma. Hizo presente el Eey al Gobernador de 
Buenos Aires que se requería mi remedio para el caso, y 
no tardó Vertiz en hallarlo, ordenando que en vez de los 
géneros de costumbre, se dieran 8 reales por mes á cada 
soldado y 16 á los oficiales (1). Para el efecto, D. José 
Francisco de Sostoa, Oficial Real, pasó á Montevideo con 
50,000 pesos, formando la caja destinada á ese fin en el 
Uruguay. 

Por estos tiempos se suscitó una ruidosa competencia 
en el país, que dió margen á la fundación de la actual 
ciudad de Pay - Saiidú. El progreso agro-pecuario desarro- 
llábase grandemente á una y otra banda del río Negro, 
siendo tal, que en Abril de 1772 se exportaban por el 
puerto de Montevideo 9,000 fanegas de trigo, aumentán- 
dose los ganados á punto de confundirse los de una juris- 
dicción con los de otra. En las reparticiones geográficas qué 
por entonces dividían al país, el río Negro era el límite que 
separaba á los llamados orientales ó habitantes del Sud y 
Este, de los llamados misioneros que ubicában al Norte; 
y como los ganados de unos y otros se confundiesen, al 
mismo tiempo que sus plantaciones se acercaban dema- 
siado, vino el pleito sobre quién era propietario de los te- 
rrenos situados entre los ríos Yí y Negro. La resolución 



( 1 ) L. C, de Montevideo. 




214 



LIBRO Iir. — GOBIEBNO DE LA ROSA 



fue favorable á los orientales, y entonces los de IMisiones, 
con el objeto de afirmar su jurisdicción y fijar en el Norte 
sus ganados, destinaron á fines de 1772- al Corregidor 
D. Gregorio Soto con 1 2 familias, que acompañadas del Pa- 
dre Sandú su doctrinero, se situaron en el local donde hoy 
asienta la ciudad capital del Departamento de su nombre. 
Y éste fue el origen de la ciudad de Paysandú, fundada 
con familias indígenas. 

Entre tanto, la salud de Viana, muy alterada desde 
tiempo atrás, se había agravado con las atenciones del 
gobierno; y en junta de facultativos, le fue prescrito que 
abandonase toda ocupación seria para dedicarse exclusiva- 
mente á su restablecimiento: Viana adolecía de la enfer- 
medad que de allí á poco debía matarle. En consecuen- 
cia, pidió y obtuvo del Gobernador de Buenos Aires licen- 
cia para abandonar el mando, designándosele por sucesor 
al teniente coronel D. Joaquín del Pino, ingeniero en jefe 
de estas provincias ( 1 ). Pino estuvo varios días á la es- 
pera de instrucciones especiales, pues las poseídas sólo le 
prescribían obedecer las de su antecesor y evitar el contra- 
bando; mas viendo que Viana mismo le aconsejaba ocupar 
el poder con cargo de pasarle luego las instrucciones rela- 
tivas, se decidió, recibiéndose del gobierno en 10 de Fe- 
brero de 1773. 

Aquel acto puso fin á la vida publica de Viana, tan 
accidentada y proficua durante su desarrollo entre iiosotros. 
Primer Gobernador de Montevideo, el país le debe benefi- 
cios positivos en orden á su progreso material. Fundó las 
ciudades de Salto y Maldonado, extendió la jurisdicción 



(1) Z/. C. (le Montevideo. 




LIBRO CUARTO 





Don Joaquín deu Pino 



3 .*'“ GOBERNADOR DE MONTEVIDEO 



J 




LIBRO CUARTO 



GOBIERNO DE PINO 



Estado de guerra. — Primeras medidas económicas de Pino. — Su con- 
ducta con los indígenas sometidos. — Los portugueses son arrojados 
hacia el Yacuy. — Órdenes para reforzar las fortificaciones de Mon- 
tevideo y Maldonado. — Real Cédula ampliando la libertad de, co- 
merciar. — Don José Francisco de Sostoa, primer Oficial Real. — 
Penalidad contra el abuso en los testamentos. — Confirmación del 
nombramiento de Pino. — Los portugueses se apoderan del Río- 
grande.— Creación del Virreinato del Río de la Plata. — Expedi- 
ción de Cevallos. — Rendición de Santa Catalina y Colonia.— Fun- 
dación del Rosario. — Demolición de Colonia y dispersión de sus 
pobladores.— Tratado de S, Ildefonso, — Reglamento llamado de 
libre comercio. — Ojeada sobre el sistema prohibitivo. — Ideas del 
marqués de la Sonora. — Progresos demográficos. — Distritos de Pie- 
dras, Víboras y Espinillo. — Los párrocos colonizadores. — Funda- 
ción de Guadalupe, Pando y Santa Lucía. — Ensanche de Montevi- 
deo.— El Padre de los pobres.— Violencias de Pino. — Don Juan 
Antonio de Haedo y D. Domingo Bauza. — Prisión de ambos y su 
protesta. — El Rey los absuelve y multa á Pino. — Inmigración es- 
pañola. — Fundación de San José, y Minas. — Paz con Inglaterra, 
— Reconocimiento de la Independencia de Estados Unidos. — Lo 
que pensó el conde de Aranda al respecto. — Demarcación de la 
nueva frontera con el Brasil. — La Administración de Correos. — 
Don Francisco Medina y sus empresas comerciales. — Una industria 
nueva. — Maldonado erigida en ciudad. — Ampliación de los límites 
del Gobierno de Montevideo. — Muerte de Carlos III. — Expedición 
científica de Malespina. — Tejada sucede interinamente á Pino. 

(1773 — 1790 ) 

Tiempos de malestar y de guerra eran aquellos en que 
D. Joaquín del Pino ascendió al gobierno. Comprometida 




220 



LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 



la Metrópoli por el Pacto de familia, se había acarreado 
enemistades en todas partes ; agregando á las que ya tenía 
con Portugal por razón de antiguas desavenencias, otras 
que aportó Francia, arruinada y disentida con la mayoría 
de los pueblos europeos. Carlos III se veía obligado á ha- 
cer frente á todos, saliendo siempre perdidoso en sus pose- 
siones coloniales, que era donde los enemigos de la casa 
de Borbón atacaban el poder del que representaba la fa- 
milia y los intereses de la raza. Así, para obtener la paz 
con Inglaterra, acababa de cederle Puerto Deseado; y no 
bien ultimada esta concesión, ya Portugal se significaba 
deseoso de obtener otras por su parte. Aquello prometía 
no acabar nunca, como en efecto no acabó hasta concluir 
con España ; y las aberraciones del Gabinete de ^ladiid 
las pagaban con creces los pueblos del Plata, estrechados 
entre las amenazas de los enemigos exteriores y las exi- 
gencias de sus i^ropios gobiernos que debían hacer frente á 
esos enemigos. 

En tal situación. Pino inauguró su mando precaviéndose 
contra las asechanzas del exterior, y atendiendo á domi- 
nar las agresiones de los portugueses en la frontera uru- 
guaya. Necesitaba aprovisionar tropas en Buenos Aires y 
el Uruguay con ese designio, y pidió razón del número de 
fanegas de trigo recogidas en la jurisdicción de ]\Ionte\ú- 
deo, solicitando se exigiera declaración jurada a los labra- 
dores. El Cabildo se alarmó de esta energía que amena- 
zaba dejar sin pan á INIontevideo, y replicó en 26 de Febrero 
que la escasez de trigo era grande, por razón de haber 
crecido el consumo con el aumento de población y no ser 
subvenida desde Buenos Aii’es la guarnición militar, según 
se acostumbraba antes. Agregaba el Cabildo que Montevi- 




LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 



221 



deo se había sustentado el ano anterior con trigos de Mal- 
donado, yque este año no tenía medios de enviar ningunos 
á la otra orilla, como lo hiciera en ocasiones pasadas. Pidió 
entonces el Gobernador una conferencia al Cabildo, y en 
ella expresó la urgencia de adquirir el cere al pedido, agre- 
gando tener ya compradas 1500 fanegas con dineros del 
Rey para enviarlas á Buenos Aires. El Cabildo aceptó que 
lo comprado se sacase del país, pero á condición de que no 
se ultrapasara la cantidad declarada, y conforme en ello 
el Gobernador, quedó así convenido y se hizo ( 1 ). 

Acabados estos arreglos, se recibió noticia de la cam- 
pana por el capitán de milicias y juez comisario D. Juan 
Angel de Llanos, que un Valentín Riva y otros delincuen- 
tes habían atropellado las tolderías de los indígenas so- 
metidos, residentes en las alturas de Santa Lucía, matán- 
doles una mujer y obligándoles á huir; y que la peonada 
de D. Cristóbal de Castro Callorda había agvavado el daño, 
saliendo en persecución de los que huían por las alturas 
del Yí, y matando al llamado cacique Castellano y á varios. 
El caso era grave, porque siendo aquellos naturales muy 
celosos de sus derechos, podían alzarse en guerra con so- 
brada justicia, y comprometer seriamente la situación ; mu- 
cho más cuando ellos, desde que Viana les ofreció garan- 
tías, vivían tranquilamente en sus toldos sin causar ningún 
obstáculo á la ciudad. Pino comprendió todo el alcance del 
desacato si se le dejaba impune, asiles que inmediata- 
mente concurrió á ponerle remedio. Cambió ideas con el 
Cabildo, y llevado de su acuerdo, escribió al jefe indígena 
D. Bernardo, cuya autoridad era grande entre los fugitivos, 



(!) L. C. de Montevideo, 




222 



LIBRO IV. — GOBIERNO DE BINO 



prometiéndole aprehender y ca.stigar á los delincuentes, y 
ofreciéndole todas las garantías para que volviese tran- 
quilo á sus toldos él y Jos suyos, en el bien entendido que 
la pasada agresión se lamentaba tanto en Montevideo como 
podían lamentarla los indígenas. Para llevar la carta y per- 
seguir á los malhechores, fué enviado el capitán D, Fer- 
nando José Rodríguez con una partida de soldados (1), 

Convenía sobremanera aquietar á los indios, como al 
fin se- consiguió, ponpie los portugueses derramándose en 
estos días por nuestras campiñas, se daban á toda clase de 
hurtos y pendencias, aterrando los vecindarios y lleván- 
dose grandes trozos de ganados. Sobresalía entre esta run- 
fla de malhechores, un Pintos Bandeira, cuya fama era 
grande, y que con autoridad no escasa sobre ellos les capi- 
taneaba y dirigía. Protegidos por los establecimientos mi- 
litares de la sierra de los Tapes y banda meridional de los 
ríos Grande y Yacuy, allí se refugiaban con sus robos 
para volver de nuevo á la misma faena luego de tomar 
algún descanso. Tenía Vertiz, Gobernador de Buenos Ai- 
res, designio formal y órdenes de la Corte de acabar con 
estas cuadrillas, y para eso fué que aprestaba una parte 
de las tropas 0113^0 alimento solicitó Pino del Cabildo. En- 
trado el mes de Noviembre, se trasladó Vertiz á Monterí- 
deo, y juntando sus elementos disponibles, encontró ha- 
llarse con un destacamento de 1014 soldados, 300 indígenas 
y 100 milicianos de Corrientes, con los cuales abrió cam- 
paña por tieiTa tomando la dirección de Santa Tecla. 

Llegado que hubo á esc paraje, mandó levantar un 
fuerte. De Santa Tecla prosiguió su marcha, haciendo alto, 



(1) I/. C. de Monteckko. 




LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 223 

á 5 de Enero de 1774, en las cercanías del río Pequirí, 
donde le esperaba el enemigo, fortificado y dueño de los 
pasos vadeables. Vertiz le intimó rendición, y el jefe por- 
tugués contestó disparándole un tiro á quema ropa. Enton- 
ces fue ordenado el ataque, efectuándose con tal denuedo, que 
los portugueses se dieron á la fuga y abandonaron todos sus 
establecimientos fortificados, yendo á refugiarse á la guar- 
dia del río Tabatinguay, De allí Ies desalojó también impe- 
tuosamente, obligándoles á fugar al río Pardo, desde donde, 
en pos de una ligera escaramuza, les arrojó hasta las inme- 
diaciones del Yacuy ( 1 ). Purgada de malhechores y de ene- 
migos toda aquella zona y vuelto al dominio español, verificó 
el Gobernador de Buenos Aires su regreso por el camino de 
Pío -grande. La facilidad de la empresa demostró una 
vez más, que los portugueses perdían pronto en la guerra 
lo que ganaban con la violación de los pactos y la intriga, 
y que á haber estado prevenida como debiera la guarda de 
las fronteras, no eran ellos quienes se habrían hecho due- 
ños de las inmensas zonas de tierra que la desidia de los 
españoles les dejó tomar sin resistencia. 

Como alentada por la victoria, demostró en seguida la 
Corte sus propósitos de asegurar militarmente los domi- 
nios uruguayos y abrirlos á un comercio más activo. En 
la parte militar estaban muy descuidados los dos puntos 
esencialmente estratégicos de nuestras costas entonces, que 
eran Montevideo y Maldonado, á causa de que el primero 
contaba más ó menos con las fortificaciones que le hiciera 
Zavala, y el segundo poco había adelantado desde la pro- 
puesta que hizo para él Andonaegui desde Buenos Aires 



(1) Funes, EnsayOy etc; iii, v, xi. 




224 



LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 



á Fernando VI. Con todo, el Gobernador Vertiz gestio- 
naba ya en 1770 la necesidad de acometer serios trabajos 
de fortificación en Montevideo, comunicándose á este res- 
pecto con la Corte, de la cual obtuvo que por intermedio 
del comandante general de ingenieros D. José Cermeño, se 
trazase un plano y presupuesto de la obra. Expidióse el 
comandante general presentando dos proyectos, el uno que 
cubría el frente de tierra con un hornabeque, y el otro con 
tres fuertes, dejándose á elección del ingeniero D. Joaquín 
del Pino una ú otra manera de fortificación. Eligió Pino el 
hornabeque, presupuesto en 1:541,043 pesos, y en 20 de 
Marzo de 1773, el Rey confirmó la elección, facultándole 
para dar comienzo á la obra, y que sin variar cosa sustan- 
cial en ella, pudiese con acuerdo del Gobernador de Bue- 
nos Aires aumentar á la defensa la ampliación de torreo- 
nes y hacer cualquier otra modificación destinada á de- 
jar en plena seguridad el frente de tierra. . Con este fin, 
mandábanse aplicar al logro del proyecto todos los fondos 
pecuniarios disponibles, y utilizar el trabajo de cuantos 
presidiarios hubiera á la mano (1). Además, ordenó el Rey 
que se tasase el plano de grandes fortificaciones para Mal- 
donado, presuponiéndolas en más de 1:000,000 de pesos. 

Deseoso Vertiz de conocer el monto de los caudales con 
que podía contar para acometer la obra, interrogó á los 
oficiales de Real hacienda sobre el estado de las cajas que 
administraban, y le respondieron hallarse en gran indigen- 
cia. Dirigióse entonces al Virrey del Perú, haciéndole pre- 
sente lo perentorio de las órdenes de la Corte y la penuria 



(1) Informe del Virrey Vertiz á su sucesor (Kev del Arcli de B. 
Aires, ni). 




UUKt) IV. — líOlUKUNt) di: l'l.NO 



225 

ilel to?5oro, j>ara tjiK* lo auxiliaso olioaznu*nti‘ (K‘ sus rentas 
dis| Mili Mes. K1 Virrev tardó uu año c*u resolver sobre el 
asunto, hasta <[Ur al íin, urti’ido dr ivju titlas instancias, tuvo 
la mala idea de dar un trámite »)rdinarioal ex[K*<liente, re- 
miticudob) al ilietamen dcl tribunal ilc cuentas de Lima. 
A^uel tribunal j>usose á discutir el nep)c¡o como aco.^tum- 
braba á hacerlo con los de orden común, abrió o[)¡nioues 
<[ue no le incumbían sobro el subido j>i\ cio de la obra y 
pidió los plamv< y presupuestos para imponerse menuda- 
mente dt^ todo y resolver en conscviuaicia. Sabido esto por 
el Rey, rt‘|)rendió severamente al tril>unal [mu* ingtairse 
contra su voluntad en cosas (]ue no eran de su n‘sorto, y 
comunicó al (b>l>ernador de Rueños Aires ipie reclamase 
del Virrey del Pernios fondos iuv(‘sarios j>ara v\ comienzo 
de la obra. Los fondos, eni[)ero, no vinieron, y al comen- 
zar el año 1774, todavía se encontraba este asunto en el 
mismo estado de antes. Pero como el Rey volviera á urgir 
por las fortiílcaciones, y I). Joaquín del IMno, conocedor de 
todo y ahora inmediato responsable de la defensa del país, 
las encareciese también, resolvió Vertiz acometer algunos 
trabajos en orden á re¡)arar faltas tan sensibles. Prome- 
diando el año 1774 se comenzó á restaurar en algo las for- 
tiiicaciones de Montevideo, y fueron comisionados 1). José 
de la Quintana y el ingen¡(*ro 1). Rartolome ILnvelI para 
trasladarse á Maldonado á fui de construir allí una batería, 
como lo hicieron. A esto quedaron reducidos [)or falta de 
fondos, los proyectos de la Cort(‘, que había concebido la 
construcción de dos grandes plazas fuertes en Montevideo 
y Maldonado. 

En la parte comercial, también hubo alguna iniciativa 
antes de concluir este año. La tirantez con que >se go- 



DOM. E9P. —II. 



ló. 




226 



LIBRO IV. — GOBIERXO DE PINO 



bernaba al Río de la Plata, lo había excluido de todo 
comercio con la Metrópoli y sus vecinos .de Amórica, á 
pretexto de que convenía ni as fomentar el tráfico de galeo- 
nes por la vía del Períí, que el cambio do cueros al pelo 
y otros objetos primitivos que de aquí se despachaban. 
Esto hacía muy difícil la vida de los ■ colonos, dejándoles 
á merced de concesiones especiales que de largos en lar- 
gos períodos obtenían para la exportación de una parte 
de sus frutos. Una Real Cédula expedida en 20 de Enero 
de 1774 y publicada en 15 de Junio, levantó la prohibi- 
ción de comerciar con el Perú, Méjico, ís^ueva Granada y 
Guatemala ( 1 ). Era de mucha importancia para estos paí- 
ses tal disposición, y se hicieron sentir sus resultados en el 
acto. Salieron de los puertos del Plata hasta entonces de- 
siertos, una cantidad de barcos llevando productos natura- 
les, y vinieron en cambio del Perú muchos artículos cuyo 
consumo influyó para hacer la vida más agradable. 

Cerró el número de las medidas tomadas por la Corte 
este año con respecto al Uruguay, el nombramiento de im 
Oficial Real permanente en Montevideo, á fin de entender 
en los negocios de hacienda, que antes estaban á cargo in- 
terino de un Teniente de Rey con jurisdicción muy escasa 
y absoluta dependencia de Buenos Aires. Ahora, por Real 
Cédula de 7 de Noviembre de 1774, se ampliaba esa ju- 
risdicción, nombrando á D. José Francisco de Sostoa Ofi- 
cial Real con el goce de 1500 pesos anuales, y facultad de 
nombrar teniente en las cajas de Corrientes, á cuyo te- 
niente podía asistir con el G °/o del impuesto de alcabala 
que allí se recaudaba, por ser escaso el producto de aque- 



(1) De-María, Compendio, etc; r, xa. 




IJBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 



227 



lia localidad ( 1 ). Esta medida, á la vez que independizaba 
,algo las rentas de Montevideo del tribunal de Real ha- 
cienda de Buenos Aires, acrecentaba la importancia de la 
ciudad, dándole administración propia y extendiendo su 
ingerencia hasta parajes lejanos. 

Entrado el año 1775, por el mes de Agosto, se dictó 
una disposición de grande importancia. Había preocupado 
mucho á la Corte el abuso que se hacía en América con 
la mayoría de los que testaban en artículo de muerte, vio- 
lentándoles por algunos confesores sin conciencia y por 
escribanos asociados á esos confesores, á dejar legados en 
favor de conventos, iglesias y capellanías, con menoscabo 
de los intereses de herederos legítimos y de la Corona, que 
muchas veces quedaba despojada. En 1771 se había pro- 
mulgado una Real Cédula, penando severamente á los que 
influyesen en tales testamentos, y á los escribanos que los 
autorizasen; pero la disposición cayó en desuso. El 4.° 
Concilio provincial, mejicano, asesorado de lo que pasaba, 
puso por obra remediar los desórdenes y graves daños 
que tan condenable secuela irrógaba al bien común; pero 
por más fuertes que fueran sus disposiciones y más so- 
lemne el tono con que recordó á los eclesiásticos sus debe- 
res, el vicio subsistió en toda su extensión. Entonces fué 
que el Rey, á presencia de lo arraigado del vicio, intentó 
extirparlo, dictando desde S. Ildefonso una Real Cédula de 
perentorios efectos. Se declaraba en ella, que todo aquel 
que desease testar algo en favor de iglesias, conventos ó 
instituciones religiosas ó pías de cualquier clase, debía ha- 
cerlo en plena salud y vida; pues de otra manera, todo le- 

(1) Real Cédula de S. Lorenzo (L. C. de Montevideo). 




228 LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 

gado de ese género hecho en artículo de muerte, se con- 
ceptuaría nulo, castigándose como falsario al escribano que 
lo autorizase ( 1 ). Sólo así pudo ¡ponerse coto á esta per- 
versión del sentido moral. 

Mientras el Cabildo asentaba en sus libros todas las 
disposiciones mencionadas, para hacerlas cumplir en la 
parte que le eran relativas, Degó desde la Corte la confir- 
mación del nombramiento de D. Joaquín del Pino, que 
pasaba á ser Gobernador propietario. Por despacho datado 
en el Pardo á 7 de Marzo de 1776, decíale el Rey: 
« quiero, y es mi voluntad entréis desde luego á seriar en 
propiedad este gobierno, por espacio de cinco años, que 
han de empezar á contarse desde el día en que tomareis pose- 
sión de él, en adelante; y que le ejerzáis según y con la 
misma jurisdicción y facultades que vuestro antecesor. Y 
mando al Consejo, Justicia y Regimiento de la referida 
ciudad de Montevideo, que luego que vea este título tome 
y reciba de vos, si ya no lo hubiereis hecho, el juramento 
con la solemnidad que se requiere, y debéis hacer, de que 
bien y fielmente serviréis el expresado empleo,» etc. (2). 
Ojalá hubiera sido cumplida el juramento, en cuanto á los 
negocios internos, con la misma buena fe que se exigía ! 

Entre tanto, seguían su curso calamitoso los asuntos 
con Portugal. La diplomacia de aquella nación, engañando 
como de costumbre á la española, la preparaba una nueva 
celada. Estaba todavía en debate el derecho con que los 
portugueses tenían ocupada desde 1767 la banda austral 
del Río -grande, cuando se presentó un embajador de la 



(1) Real Cédula de S. Ildefonso (L. C. de Montevideo). 

(2) L. C. de Moniecideo. 




LIBRO IV. — GOHIERXO DE PINO 



229 



Corto de Lisboa en la de Madrid con amplias promesas de 
paz, y el designio de entregar lo usurpado. El móvil oculto 
de esta conducta obedecía á una razón muy explicable. 
Había trascendido el Gobierno portugués, que Carlos III 
tenía expedidas ciertas órdenes al Gobernador de Buenos 
Aires para que arrojase á los usurpadores de la banda aus- 
tral ; y en este concepto, el embajador lusitano traía por ob- 
jeto reservado de su misión, entorpecer en cuanto le fuera 
dable las providencias del Gabinete de Madrid, á fin de ga- 
nar un tiempo precioso para el desarrollo de ulteriores pla- 
nes (1). Y se amañó de tal suerte el portugués en este 
propósito, que el Rey suspendió sus órdenes primeras al 
Gobernador de Buenos Aires, mandándole ahora que en 
todo se mantuviese dentro de la neutralidad, y caso de ser 
atacado, á la defensiva. No deseaban otra cosa los portu- 
gueses, así es que á la sombra de esta tregua introdu- 
jeron en Río -grande 6,000 hombres de tropas regulares, 
mandadas por el teniente general Juan Enrique Bohom y 
el mariscal de campo Jacques Funk. Seguidamente refor- 



(1) Como por este tiempo — Vertiz — regresase la expedición que 
el Rey envió contra Argel y y tal vez considerase el marqués de Rom- 
bal, ministro de la Corte de Lisboa y autor de todas estas desavenen- 
cias, que S. M. podía enviar considerables socoitos para hacer valer 
sus justos derechos en estas partes, se valió de Rh'ancisco de Souxa 
Coutinho, embajador de nuestra Corte, para que insinuase al señor mar- 
qués de Grimaldi anhelaba S. M. F. se tratasen amistosamente nues- 
tras diferencias en el Río-grande ; en inteligencia de %ue S. M. F. ha- 
bía prevenido por repetidas órdenes á los comandantes de sus tropas 
en. estos destinos, se abstuviesen de acometer á las del R^y, y retirase 
el Virrey del Brasil todos los auxiliares de las capitanías de Pernam- 
buco. Bahía y Río Janeiro de nuestras fronteras; añadiendo deseaba 
que por nuestra parte se procediese en los 'mismos términos; y se ex- 
pidiesen para ello las órdenes convenientes al Gobernador de Buenos 
Aires, (Informe de Vertiz.) 




230 



LIBRO IV.— GOBIERNO DE PINO 



zaron su escuadra y combinaron el plan de operaciones. 

No tenían los españoles en aquellos parajes ;pás fuer- 
zas que 1,800 hombres, desparramados sobre una línea de 
8 leguas, desde el Desaguadero hasta el fuerte de la barra. 
Los coroneles D. José de Molina y D. Miguel de Tejada 
eran los jefes de esas fuerzas, y el teniente coronel D. Fran- 
cisco Betbezé de Ducós mandaba la artillería. La escua- 
drilla española, al mando del capitán de fragata D. Fran- 
cisco Javier Morales, constaba de una corbeta, un bergan- 
tín y tres saetías, pues otra de las corbetas de su mando 
había zozobrado al franquear la barra de Río -grande. En 
tal situación y contra estos elementos de guerra, habían 
los portugueses forzado la barra el año anterior con una 
escuadra compuesta de 14 buques, al mando del coman- 
dante general Makedúu; pero D. Francisco Morales, ayu- 
dado de las baterías de tierra, echó á pique uno de los bu- 
ques enemigos, incendió el otro y dispersó el resto ( 1 ). Pa- 
rece que con esto había suficiente seguridad de que no 
eran ideas de paz las que predominaban en los consejos de 
la Corte de Lisboa, y sin embargo la de Machid no se 
alarmó como debiera ante tan acentuada manifestación de 
ruptura. Prosiguió el embajador portugués en sus declara- 
ciones de paz, siendo creído en ellas, y las órdenes de neu- 
tralidad y de oposición defensiva en último caso, subsistie- 
ron para las fuerzas españolas en el Plata. 

Aprovechando esta mala política, se })rescntaron los 
portugueses con más de 2,000 hombres en l.° de Abril de 
17 7G al amanecer, frente á las posesiones españolas de 
Río -grande. Habían conseguido por medio de botes y 



(1) Funes, Ensayo, etc; iii, vi, xi. 




LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 



231 



jangadas efectuar á un mismo tiempo sin ser sentidos, dos 
desembarcos por ambos flancos de la escuadrilla española, 
y acometiendo por la espalda las baterías de Santa Bár- 
bara y Trinidad situadas al frente del río, las asaltaron y 
tomaron en menos de un cuarto de hora. La flota espa- 
ñola tuvo que darse á la fuga con perdida de un buque 
que varó al desembocar el río, puesto que, faltándole el 
apoyo de las baterías de tierra y siendo acometida por una 
verdadera escuadra, no había resistencia ¡ios i ble. Las bate- 
rías « Triunfo » y « Puntual » fueron evacuadas esa tarde 
por los españoles, y el fuerte de la barra lo fue en la noche 
por Betlieze, que lo dejó minado á fin de que volase, como 
efectivamente sucedió. Al día siguiente, la guarnición de 
la villa de S. Pedro se puso en retirada con 4 piezas de 
tren volante de artillería y 8G carretas cargadas de efectos. 
Reunidos los diferentes destacamentos españoles en la 
guardia del Arroj^o, combinaron una retirada á Santa Te- 
resa, donde llegaron sin novedad ( 1 ). Así perdimos por 
segunda vez el Río -grande. 

Sabidos que fueron en España estos atropellos de los 
portugueses, no vaciló la Corte en precipitar la realización 
de un pro}^ecto que maduraba de tiempo atrás. En 8 de 
Octubre de 1773 había dictado el Rey providencias para 
que se le informase sobre la utilidad de crear el Virrei- 
nato del Río de la Plata y la Audiencia que debía com- 
plementarlo. Los informes del Virrey del Perú (22 de 
Enero de 1775) y del Gobernador de Buenos Aires (26 
de Julio de 1776) fueron favorables; y seguía su tramita- 
ción el expediente, cuando rompieron sus hostilidades los 



(1) Larraííaga y Guerra, Apuntes históricos. 




232 



IJBEO IV. — GOBIERNO DE PINO 



portugueses, obligando á la Corte de Madrid á tomar una 
actitud decisiva. Se convino en aprestar una expedición 
militar muy fuerte que reivintlicase los territorios usurpa- 
dos; y en 27 de Julio de 17 70 le fue dirigido un oficio á 
D. Pedro de Cevallos previniéndole : « que por el Ministe- 
rio de la Guerra se le comunicaba que el Rey había con- 
fiado a su celo y experiencia el mando de esta expedición 
militar, para hacer la guen-a á los portugueses y hostih- 
zarlos en el Río de la Plata. » Se le decía también « que 
S. M. le condecoraba además para esta empresa con el su- 
perior mando del Río de la Plata y de todos los territorios 
que comprende la Audiencia de Charcas y además los de 
las ciudades de Mendoza y S. Juan del Pico, de la juris- 
dicción de Chile, concediéndole el carácter de Virrey, Go- 
bernador, Capitán general y superior presidente de la Real 
Audiencia, con todas las facultades y funciones que á este 
empleo corresponden, con 15,000 pesos de ayuda de costas 
por una vez y el sueldo de 40,000 pesos anuales desde 
el día en que se hiciese á la vela de Cádiz hasta su re- 
greso. » (1) Y como Cevallos era Gobernador de Madrid, 
el Rey le reservaba su empleo, con cargo de que viniera á 
ocuparle luego de concluida la expedición y conseguidos 
los objetos á que ella iba destinada. 

El general era conocido y victorioso, pero la amplitud 
de su mando y lo crecido de su ejército eran una novedad 
para estas regiones. Verdad que ambas cosas se ave- 
nían bien con el carácter altanero de Cevallos, nacido para 
mandar en grande y deseoso siempre de ser obedecido sin 



(1) Vicente G. Quesada, La Paiagonia y las tierras australes del 
continente a^nerieano ; cap iv. 




LIBRO IV. — GOBIERNO PE PINO 



233 



replica. Se le enviaron sus instrucciones en 15 de Agosto 
de 1 77(5 y contestó al Ministerio de Guerra en 23 del 
mismo mes, dándose por recibido del nombramiento y 
pronto á ejercer sus funciones. De aquí para adelante se pre- 
cipitaron los aprestos de la expedición, venciéndose muchos 
inconvenientes, con especialidad por parte de la armada, 
cuyos barcos dispersos en diferentes puertos y lugares, te- 
nían que venir prontos y avituallados á un fondeadero co- 
mún. Además, la cantidad de buques menores que hubo 
de reunirse para el transporte no influyó poco en el retardo 
de las cosas. 

Entre tanto, la Corte no levantaba mano en la circula- 
ción de órdenes al Río de la Plata, para que se preparasen 
los auxilios necesarios al socorro del grande armamento 
dirigido contra los portugueses. En 12 de Junio de 1776 
recibió el Gobernador de Buenos Aires instrucciones por 
correo extraordinario, avisándole la ruptura con Portugal 
y ordenándole la preparación de fuerzas, acopio de víveres 
y construcción de hospitales que se necesitaban. Antici- 
padamente se había prevenido al Virrey del Perú, que 
aprestase los fondos necesarios para acudir á tantas aten- 
ciones ; mas como siempre sucedía, el enflaquecido tesoro de 
aquel Virreinato sobre el cual cargaban pedidos frecuentes, 
no pudo ocurrir sinó con mezquino auxilio á las reiteradas 
demandas del Gobernador de Buenos Aires. Este funcio- 
nario, empero, se ingenió de suerte que su comisión quedó 
cumplida. Concluyó y aumentó los almacenes, hospitales, 
cuarteles y otros edificios militares de que carecía la plaza 
de Montevideo; hizo acopio cuantioso de víveres, ganados, 
recados de montar, caballos, carretones, carretas, bueyes, 
utensilios de hospital y demás necesario, y aprontó dos 




234 



LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 



trenes de batir y de campaña con todas las municiones y 
útiles que debían acompañarlos (1). 

Al par de las indicadas medidas, tomo otras muy 
importantes. Ejecutó nuevos reconocimientos de caminos 
y fuertes dependencias de los ríos Grande y Pardo, situa- 
ción y estado de la plaza de Colonia y sus inmediaciones, 
levantando planos minuciosos de todo y enviándolos por 
cuatiiplicado á Cevallos en diversas fragatas de guerra, 
que llevaban á la vez víveres de refresco para la expedi- 
ción. Poco después, y sabiendo que la Colonia iba á ser 
objeto especial de un ataque, reforzó las guardias vecinas 
de la plaza con 16 compañías del regimiento de Galicia, 
mandando asimismo que dos fragatas y otros pequeños 
buques fondeasen en sus inmediaciones, para quitar á los 
sitiados toda esperanza de comunicación exterior. Con 
esto consiguió dañarles mucho, apresando varios barcos que 
les conducían víveres, de los cuales quedaron en la mayor 
escasez. Y como complemento de todas estas medidas mi- 
litares, situó un cuerpo de tropas sobre la frontera de 
Santa Teresa, con mira de tenerlas adelantadas hacia Río- 
grande en previsión de todo evento. Tal era la situación 
de estos paáses, al dirigir su rumbo á ellos el ejército y 
armada que debían abatir la osadía de Portugal. 

Cevallos zarpó de Cádiz en 13 de Noviembre de 
1776, con el más formidable armamento que España en- 
viase á este hennsferio. Componíase de cuatro brigadas de 
infantería, la 1.'' al mando del brigadier marqués de Casa- 
Cajigal, la 2.“ al del brigadier D. Juan Manuel de Cajigal, 
la 3.” al del brigadier D. Domingo de Salazar, y la J."" al 

( 1 ) Informe de Verth., 




LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 



235 



del coronel D. Guillermo Waughán; contándose entre los 
comandantes de batallón de la 1.“ brigada D. Antonio 
Olaguer Feliu, futuro Gobernador de Montevideo. Venía 
en seguida el cuerpo de dragones, al mando del coronel 
Graell; y el de artillería (dos trenes de batir y de cam- 
paña) al del brigadier D. Rudecindo Tilly; formando un 
total de 9,000 hombres todo el ejército. Componíase la 
escuadra de los navios Poderoso, San Dámaso, Santiago 
de América, San José, Monarca y Septentrión ; de las 
fragatas Santa Ana, Santa Clara, Venus, Santa Flo- 
rentina, Santa Teresa, Santa Margarita, Chambequín, 
Santa Rosa y Liebre; de las bombardas Santa Casilda 
y Santa Eulalia; de los paquebotes Marte y Guarnizo; 
del bergantín Hopp, y de 96 barcos mercantes, todo al 
mando del general marqués de Casa Tilly ( 1 ). La nave- 
gación fué larga y laboriosa, achacando los oficiales del 
ejército á la impericia del general de mar este evento; pero 
sea lo que se quiera, el hecho es que á 7 dé Febrero de 
1777 recién andaba la expedición por la isla de Ascensión 
ó Trinidad. 

En aquellas alturas tuvieron la suerte de apresar tres 
barcos portugueses de comercio, por cuya tripulación y 
cartas destinadas para Europa, supieron el número de 
tropas que guarnecía la isla de Santa Catalina, la distribu- 
ción de sus fortalezas, y la situación de sü escuadra, que 
hacía miras de colocarse en la ensenada de Garupas, 7 le- 
guas al N. de la isla, manteniéndose oculta hasta el mo- 

(1) Relación circunstanciada de la expedicióm al mando dcl Teniente 
general D. Pedro Cevallos, tomada de documentos auténticos del Ar- 
chivo de Buenos Aires (en el tomo ni de la Historia de las antiguas 
Colonias, por Lobo). 




236 



LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 



mentó en que los afanes del desembarque la permitieran 
atacar sin peligro al ejército español. Noticiado Cevallos 
de tan buena fuente sobre la jiosicion del enemigo y sus 
intenciones, se dio á reconocer entonces á todos los jefes 
del ejército como general en jefe de mar y tierra, y en tal 
carácter ordenó al marqués de Casa-Tilly, procediese á 
buscar la escuacba enemiga donde su encuentro era seguro. 
Navegóse en consecuencia á ese paralelo, y el 18 de Fe- 
brero por la mañana fue encontrada la escuadi’a, que se 
componía de 4 navios de línea, 4 fragatas regulares y 3 
navios mercantes mal armados con 25 cañones. Los por- 
tugueses se hicieron inmediatamente á la vela, huyendo de 
un desastre inevitable, y el viento les favoreció en la em- 
presa. Cevallos fondeó el 20 por la mañana á la vista de 
la ensenada de Santa Catalina. 

La isla y su bahía estaban bien fortificadas. Tenían los 
portugueses dos castillos, «Punta Grosa» y «Santa Cruz», 
el primero con 31 cañones y el segundo con 56. Cuatro 
fuertes, el de « Ratones » con 14 piezas de artillería, el de 
« Santa Catalina » con 7, el, de « San Francisco » con 10, 
y el de « San Luis » con 5. Además la batería de « Santa 
Ana» con 7 cañones, y repartidos en dos reductos, cor 
tina y varios retrincheramientos 16. En todo, pues, 146 
bocas de fuego, á cuyo abrigo militaban 700 hombres de 
guarnición. En la noche del 22 procedió Cevallos al des- 
embarque de sus tropas, que se efectuó sin hostilidad, 
amaneciendo cam]')ado el ejército el día 23 en la playa de 
San Francisco de Paula, de donde se trasladó el 24 al 
campo llamado de Casas- Viejas, casi á tiro de cañón del 
castillo de Punta Grosa. Destacó aquella misma noche una 
partida con el propósito de cortar la retirada á la guarnición 




UBRO IV. — GOBIERNO BE PINO 



237 



del castillo, y el gobernador de éste, juzgándose perdido, 
se retiró abandonándolo, sin más hostilidad que clavar ma- 
lamente tres cañones. La desmoralización introducida por 
estii retirada fue tan grande, que en los días sucesivos co- 
menzaron á rendirse todos los íuertes y baterías, á punto 
que el 25 de Febrero, Cevallos era dueño de Santa Cata- 
lina en toda su extensión, y de allí a poco lo fue también 
de los atrincheramientos donde se habían guarnecido las 
fuerzas portuguesas á inmediaciones del río Cubatón, diez 
leguas distante de la isla. 

Terminada felizmente esta primera parte de la campaña, 
Cevallos, después de nombrar comandante general de la 
isla al brigadier Waughán y al coronel graduado D. Juan 
Roca gobernador de la plaza, se hizo á la vela con destino á 
Río-grande en 30 de Marzo. Al segunda día de navegación 
experimentó mi viento bravísimo que degeneró en temporal, 
dispersándose la escuadra que constaba de 83 embarcaciones 
de guerra y transporte. Como empezara á hacer agua el 
navio Poderoso, donde iba el Virrey, tuvo éste que arribar 
á Maldonado en 18 de Abril. De allí despachó un oficio 
con órdenes al mariscal de campo D. Juan José de Ver- 
tiz, que, como se sabe, operaba en nuestra frontera del Este, 
para que se retirase á Santa Teresa; y trasbordándose á la 
fragata Venus, dió la vela para Montevideo, donde des- 
embarcó el 20 por la mañana y fué recibido con mucho 
regocijo. Aquí tomó todas las providencias conducentes á 
establecer el cerco formal de la Colonia; reforzó á Vertiz 
con varias compañías de artillería y 350 dragones, á fin de 
quedar tranquilo por aquella parte de la frontera; hizo to* 
mar el mando del Real de San Carlos frente á Colonia al 
brigadier D. Juan Manuel de Cajigal; despachó á Buenos 




238 



LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 



Aires al coronel D. Ventura Carolo para conducir GOO 
hombres de milicias de caballería; ocupó con fuertes des- 
tacamentos las avenidas de las estancias del Rey, San José 
y Rosario, donde pastaban 20,000 caballos que los por- 
tugueses podían utilizar por medio de alguna irrupción; y 
mandó que el resto de la escuadra cruzase la costa- del 
Brasil para perseguir y destruir cualquier expedición por- 
tuguesa que asomase en aquellos lados. 

La circunstancia de haberse situado uno de los desta- 
camentos de caballería á un tercio de milla del arroyo del 
Rosario, formando allí campamento, dió origen á la fun- 
dación de la villa de aquel nombre conocida también bajo 
la denominación de el Colla, Diversas familias campesinas, 
llamadas por la necesidad de asociación que se hacía sentir 
en un país’ huérfano de centros rurales, a]:)roximaronse á 
las vecindades del campamento, construyendo ranchos de 
jDaja para su habitación. El cambio de serncios recíprocos 
entre aquellos pobladores y los soldados fomentó el pro- 
greso de la naciente aldea, y cuando la guerra hubo con- 
cluido y emprendieron su retirada las tropas, quedó firme 
un núcleo de población destinado á progresar muy lenta- 
mente (1). Así nació la villa del Rosario, respondiendo a 
una necesidad estratégica durante la guerra de 1777. 

En 22 de Mayo desembarcó el Virrey frente á Colonia, 
en el paraje denominado «el Molino », donde le había con- 
ducido desde Montevideo una lancha del comercio ordina- 
rio. Ya le aguardaban gran parte de sus tropas, que con- 
cluyeron de llegar el 27, formando una totalidad de 3,853 
soldados de infantería y artilleros, 2 compañías de cazado- 



(1) Memoria geográfica de Ogarcide (Calvo, Colección, etc; vii). 




LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 



239 



res, 4 de granaderos, 873 soldados de caballería y 337 . 
peones: todo al mando de 2 mariscales de campo y 3 bri- 
íradieres. En la orden del 29 al 30 de Mayo se mandó 
abrir la trinchera, cuyos trabajos se verificaron á pesar del 
fuego de la plaza, quedando todo perfeccionado en 3 de 
Jimio. La línea de Cevallos se apoyaba sobre cuatro ba- 
terías que había hecho construir, la I."" de 6 morteros, la 
2.'" de 4 cañones de á 8 para bala roja, la 3.* de 10 caño- 
nes para batir en brecha, y la J."" de 12 cañones para ba- 
tir en brecha y por los flancos. En presencia de estos pre- 
parativos, D. Francisco José de Rocha, Gobernador de 
Colonia, á pesar de tener 1,000 hombres de guarnición y 
200 artilleros, había pedido capitulación desde el I."" de 
Junio. 

Cevallos contestó el día 2 diciendo: «Por el manifiesto 
que en 20 de Febrero de este año hice al comandante de 
la isla de Santa Catalina, Antonio Carlos Hurtado de 
Mendoza, de que me acusó recibo, debo suponer que todos 
los gobernadores y comandantes (lortugueses, dependientes 
del Virreinato del Brasil, estarán muchos días ha instrui- 
dos de las justas causas con que el Rey mi señor se ha 
dignado enviarme á estas regiones, á tomar satisfacción de 
las injurias que las armas del Rey Fidelísimo han come- 
tido contra los dominios, vasallos, tropa y pabellón espa- 
ñol, abusando de la moderación, magnanimidad y escru- 
pulosa buena fe del Rey. Con todo, para que el señor Go- 
bernador de la Colonia no pueda alegar ignorancia, le 
remito en esta carta un duplicado del mismo manifiesto, 
intimándole al mismo tiempo la rendición y entrega de la 
plaza y de la isla de San Gabriel con sus municiones y 
artillería, armas, pertrechos y municiones de guerra y boca, 




240 



LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 



como también de las embarcaciones que hay en el puerto 
con todos los caudales y efectos que hubiese -en ellas, y 
los que se hallaren en la plaza y la isla citada de San Ga- 
briel, manifestando al mismo tiempo las minas que hu- 
biere dentro y fuera del recinto de la plaza, todo en el 
término de 48 horas, sin ocultación ni menoscabo alguno,» 
etc. A este oficio tan perentorio, replicó el Gobernador 
proponiendo modificar las condiciones anteriormente pedi- 
das por él; pero Cevallos le ofició al día siguiente dicién- 
dole : « La plaza se debe entregar en el término que pre- 
vine ayer á V. S., á quien no debo ampliar las condiciones, 
atendidas todas las circunstancias y el estado actual de las 
cosas: espero que V. S. no dará lugar á que, qumplido el 
tiempo de la suspensión de armas, dé principio á las ope- 
raciones, porque le pueden ser muy sensibles las resultas. » 
Con esto* se dió por concluida toda negociación, y la plaza 
se rindió aquel mismo día 3, ocupándola los españoles á 
la 1 del día siguiente. 

Los trofeos de la AÚctoria fueron dos banderas que se 
encontraron escondidas, 137 cañones de bronce y hierro 
de todos calibres, 3 morteros y un obús, con provisión 
abundante de pólvora, balas y metralla. Además, algunos 
barcos, buena cantidad de útiles de carpintería y heirería, 
tablazón, explanadas, almacenes de víveres, etc. Los ofi- 
ciales despachados á Lío Janeiro á quienes Cevallos con- 
servó sus espadas, ascendieron al número de 63, y con los 
sargentos, furrieles, mujeres y esclavos que tomaron la 
misma dirección, se computó un número de 443 personas. 
El Gobernador de Colonia pidió su pase para Buenos 
Aires, pretextando no querer cargar al Virrey del Brasil 
con la culpa de la rendición, á causa de que no habiéndole 




LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 



241 



ayudado á la defensa y estándole sin embargo muy agra- 
decido por anteriores mercedes, le dolería dar contra per- 
sona tan de su estima. El día 4 quedó embarcada toda la 
guarnición en 8 buques, y al siguiente arribó á Buenos 
Aires, desde donde sin detención fue trasladada á la pro- 
vincia de Tucumán, con orden de que practicase libre- 
mente su oficio quien lo tuviere, ó cultivase la tierra el 
que no tuviere ninguno. El día 5 hizo Cevallos su entrada 
triunfal en la Colonia, asistiendo á un Tedeum á que con- 
currió también el Gobernador vencido, su segundo y los 
oficiales portugueses que aun no se habían embarcado. El 
día 6 reconoció la muralla y baluartes, y mientras allegaba 
recursos para demolerlo todo, se preocupó de dictar leyes 
suntuarias y expedir bandos afeando el lujo (1). 

La demolición comenzó el día* 8 por la fortificación de 
la plaza; el día 9 se sacó la artillería de la muralla, y de 
ahí para adelante siguióse el trabajo con tanto ahinco 
como si se hiciera una obra meritoria. El Virrey había 
hecho formar hornillos en la parte más fuerte de la mu- 
ralla y baluartes para volarlos, y no pareciéndole esto 
bastante, arrojaba las ruinas y algunos barquichuelos car- 



(1) Supo S. E. que en esta ciudad— dice el autor de la Relación 
citada — se había introducido el lujo y la vanidad^ especialmente en 
las mujereSy de un modo muy reparahley con ocasión de haber estable- 
cido por algún tiempOy la diversión de las máscaras en esta ciudady 
en que han causado unas consecuencias y efectos desfavorables y y de- 
seando S. E. que esto se remediase sin pérdida de tiempo y dió orden 
al salir de la Colonia que los religiosos de San Fraíicisco hiciesen 
una misióny en que con la prudencia conveniente persiguiesen estos 
excesos y haciendo saber al mismo tiempo que en el arribo á su capi- 
tal no recibiría con buen semblante personas que no se le presentasen 
en el mismo traje en que había dejado las gentes de este país cuando salió 
de él en el año pasado de 66, 



DoM. Esp,— II. 



16 . 




242 



LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 



gados de ellas á la canal con el fin de cegarla, inutilizando 
el puerto á efecto « de que los portugueses no** apetecieran 
más esta plaza, y aun cuando las potencias garantes la re- 
clamasen, no pudiera servirles para nada. » La ciudad se 
encerraba dentro de un recinto de cal y canto en forma de 
cuadrilátero irregular, defendido por dos baluartes y cinco 
baterías menores que se guarnecían por 500 soldados en 
tiempos ordinarios. Las casas eran todas de cal y piedra 
con muy buenas maderas traídas de Río Janeiro; general- 
mente estaban edificadas de dos pisos, con largos balcones, 
corridos en el superior y hermosas ventanas en el inferior. 
Sobresalía entre todas la del Gobernador portugués, por su 
condición espaciosa y buen prospecto. El edificio de la 
iglesia, colocado al N. de la plaza sobre una pequeña emi- 
nencia del terreno, hacía lucir sus torres á larga distan- 
cia. El número de habitantes de la población ascendía á 
2,000 personas libres, sin contar más de 600 esclavos, y 
las gentes que se albergaban en las inmediaciones de San 
Gabriel á guisa de transeúntes ( 1 ). 

Todo esto desapareció, siendo sustituido en pocos días 
por un deforme montón de ruinas. A los habitantes de la 
ciudad se les dió orden de abandonarla en el más breve 
tiempo, las familias que no quisieron ir á Río Janeiro, 
cuyo número fue el mayor, siguieron para Buenos Aires, 
pasando de allí á formar poblaciones al borde del camino 
que va de aquella ciudad al Perú. xVsí se destruyó en pocos 
días la obra que la paciencia, laboriosidad y celo guerrero 
de los portugueses había construido en 90 años de afanes, 



(1) Diario de Cahrcr sobre la segunda subdivisión de ¡imites espa- 
ñola (MS). 




243 



libro' IV. — CJOBIERNO RE PINO 

dotando al Uruguay ele una de las poblaciones más her- 
mosas y ricas de la jurisdicción platousc. España pudo 
conservar acpiella ciudad para sí en vez de arruinarla y 
nos habría hecho el inmenso servicio de dejarnos con Mon- 
tevideo dos poderosas capitales al tiempo de la indepen- 
dencia, destinadas á contrabalancear los esfuerzos del bar- 
barismo de los campos y evitar la guerra civil. Prefirió, 
sin embargo, por temor á la Corte de Lisboa, destruir en 
vez de conservar, señalando sus triunfos con escombros, 
como los antiguos conquistadores. 

Concluida la demolición y dispersa la mayoría de los 
habitantes de Colonia, quedó esta ciudad reducida á la 
condición de un villorrio cualquiera, y entonces dando 
punto á su obra, se encaminó Ce valles á proseguir las hos- 
tihdades contra los portugueses. Despachó todo su tren 
de campaña por la vía de Montevideo á Maldonado, y el 
10 de Agosto desembarcaba ya en aquel puerto. Allí re- 
cibió correo de España el 27, con felicitaciones del Rey y 
la promoción á Capitán General de sus ejércitos. Se le 
anunciaba también que las cortes de Madrid y Lisboa ha- 
bían pactado la paz por el tratado de San Ildefonso, y en 
consecuencia se le ordenaba parar las hostilidades. Así lo 
hizo, procediendo á distribuir sus tropas, señalándolas 
campamentos adecuados desde Santa Teresa, punto donde 
quedó el mariscal Vertiz, y caminando la vuelta de Mon- 
tevideo, llegó á esta ciudad el día 22. Aquí supo que los 
portugueses, á pesar de todo lo acontecido, acababan de 
intentar un saqueo á mano armada en las campiñas uru- 
guayas, entrando hasta la estancia del Rey. Pero D. José 
Rodríguez, subteniente del Fijo de Buenos Aires, que man- 
daba en el pago de las Víboras, los escarmentó con un 




244 



LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 



golpe bien ejecutado en las orillas del arroyo del Tala, ma- 
tándoles á su jefe el comandante Antúnez y 10 hombres, 
tomándoles 1 1 prisioneros y quitándoles todas las caballa- 
das que se llevaban ( 1 ). 

El tratado de San Ildefonso, ajustado en 1 ° de Octubre 
de 1777 entre el conde de Floridablanca y D. Francisco 
Inocencio de Souza Coutinho, colocaba la cuestión de lí- 
mites sobre bases tan perjudiciales para España como el 
de Madrid ; pues no solamente cedía en propiedad á Por- 
tugal las provincias de Santa Catalina y Río -grande, sinó 
que hacía imposible la formación de una frontera regular 
entre los nuevos dominios. Establecía el pacto que la na- 
vegación de los ríos de la Plata y Uruguay y los terrenos 
de sus dos bandas, septentrional y meridional, pertenece- 
rían privativamente á la Corona de España y á sus súbdi- 
tos, hasta donde desemboca en el mismo Uruguay, por su 
ribera occidental el río Pequirí ó Pepirí-guazú; extendién- 
dose la pertenencia de España en la referida banda septen- 
trional, hasta la línea divisoria que debía formarse, princi- 
piando por la parte del mar, en el arroyo del Chuy y fuerte 
de San Miguel inclusive, y siguiendo las orillas de la la- 
guna Merín, á tomar las cabeceras ó vertientes del río 
Negro; las cuales, como todas las demás de los ríos que 
desembocaran á los referidos de la Plata y Uruguay, 
hasta la entrada en este último de dicho Pepirí-guazú 
quedarían privativas de la misma Corona de España con 
todos los territorios que posee, y que comprenden aquellos 
países, inclusa la Colonia del Sacramento y su territorio, 
la isla de San Gabriel, y los demás establecimientos que 



(1) Belación circunsianciadat etc. 




UBRO IV. — GOBIERNO DÉ PINO 245 

hasta ahora haya poseído, ó pretendido poseer la Corona 
de Portugal hasta la línea que se formará. La navegación 
y entrada por la laguna de los Patos hasta el río Yacuy, 
quedaban privativamente para Portugal; extendiéndose su 
dominio por la ril)era meridional hasta el arroyo de Tahim, 
siguiendo por las orillas de la laguna de la Manguera en 
línea recta hasta el mar, y por la parte del continente 
iría la línea desde las orillas de dicha laguna Merín, to- 
mando la dirección por el primer arroyo meridional, que 
entra en el sangradero ó desaguadero de ella, y corre por 
lo más inmediato al fuerte portugués de San Gonzalo; 
desde el cual, sin exceder el límite de dicho arroyo, conti- 
nuaría la pertenencia de Portugal por las cabeceras de los 
ríos que corren hacia el río Grande y hacia el Yacuy, 
hasta que, pasando por encima de las del río Ararica y 
Coyacui, cedidos á Portugal, y la de los ríos Piratiní é 
Ibiminí, conservados por España, se tiraría una línea que 
cubriese los establecimientos portugueses hasta el desem- 
bocadero del río Pepiiá-guazú en el Uruguay, y así mismo 
salvase y cubriese los establecimientos y Misiones españo- 
las del propio Uruguay, que habían de quedar en el actual 
estado en que pertenecen á la Corona de España (1). 

Por estipulación especial quedaban reservadas, entre los 
dominios de una y otra Corona, las lagunas Merín y 
Manguera, y las lenguas de tierra mediantes entre ellas 
y la costa del mar; sin que ninguna de las dos naciones 
pudiera ocuparlas, sirviendo sólo de separación; de suerte 



(i) Este tratado se encuentra íntegro en la Col AngeliSy tomo iv; 
en el ni de la Hist de las Colonias, por Lobo, y en el iii de la Col 
Calvo, 




24t> 



LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 



que ni los españoles pasasen los arroyos Chuy y San 
Miguel hacia la parte septentrional, ni los portugueses el 
arroyo de Tahim, línea recta al mar, hacia la parte meri- 
dional; cediendo el portugués á España cualquier derecho 
que pudiera tener á las guardias del Chuy y su distrito, 
barra de Castillos - grandes, fuerte San Miguel, y todo lo 
demás comprendido en esa jmisdicción. A semejanza de 
lo anteriormente establecido, quedaba también reservado 
en lo restante de la línea di\úsoria, tanto hasta la entrada 
en el Uruguay del río Pepirí-guazú, cuanto en el progreso 
de la frontera, un espacio suficiente entre los límites de 
ambas naciones, aunque no fuera de igual anchura al de 
las citadas lagunas, en el cual no podrían edificarse pobla- 
ciones por ninguna de las dos partes, ni construirse forta- 
lezas, guardias ó puestos de tropas; de modo que los tales 
espacios fuesen neutrales, poniéndose mojones y señales 
seguras que hicieran constar á los vasallos de cada nación 
el sitio de donde no deberían pasar. La navegación de los 
ríos por donde pasaba la frontera ó raya, sería común á las 
dos naciones, hasta aquel punto ^n que pertenecieran á en- 
trambas respectivamente sus dos orillas; y quedaría priva- 
tiva dicha navegación de aquella á quien pertenecieran 
privativamente sus dos riberas, desde el punto en que prin- 
cipiare esta pertenencia. Para evitar dudas se pondrían 
marcos ó términos en cada punto en que la línea divisoria 
se uniera á algunos ríos, ó se separase de ellos; con ins- 
cripciones que explicaran ser común ó privativo el uso y 
navegación de aquel río, de ambas ó de una nación sola, 
con expresión de la que pudiera ó no pasar de aquel 
punto. 

Todas las islas que se hallasen en cualesquiera de los 




LIBRO IV. — CíORIEBNO BE PINO 



247 



ríos por donde había de pasar la raya, pertenecerían al do- 
minio á que estuvieren mas próximas en el tiempo y esta- 
ción más seca; y si estuvieren situadas á igual distancia 
de ambas orillas, quedarían neutrales; excepto cuando fue- 
sen de grande extensión y aprovechamiento, pues entonces 
se dividirían por mitad, formando la correspondiente línea 
de separación, para determinar los límites de ambas nacio- 
nes. En los ríos cuya navegación fuere conuui á las dos 
naciones en todo ó en parte, no se podría levantar ó cons- 
truir por alguna de ellas, fuerte, guardia ó registro, ni obli- 
gar á los súbditos navegantes de ambas potencias á su- 
frir \úsitas, llevar licencias ni sujetarse á otras formali- 
dades. Cualquier individuo de las dos naciones que se 
aprehendiese haciendo el comercio del contrabando con los 
individuos de la otra, sería castigado en su persona y bie- 
nes con las penas impuestas por las leyes de la nación que 
le hubiese aprehendido; y en las mismas penas incurrirían 
los súbditos de una nación, por el solo hecho de entrar en 
el teiTÍ torio de la otrá, ó en los ríos ó parte de ellos, que 
no fueran privativos de su nación, ó comunes á ambas; 
exceptuándose sólo el caso en que algunos arribasen á 
puerto y terreno ajeno por indispensable y urgente necesi- 
dad (que debían hacer constar en toda forma), ó que pa- 
sasen al territorio ajeno por comisión del Gobernador ó su- 
perior de su respectivo país, para comunicar algún oficio ó 
a^dso; en cuya emergencia deberían llevar pasaporte que 
expresase el motivo- En caso de que ocurriesen algunas 
dudas entre los vasallos españoles y portugueses, ó entre 
los gobernadores y comandantes de las fronteras de las dos 
Coronas, sobre exceso de los límites señalados, ó inteligen- 
cia de alguno de ellos, no se procedería por vías de hecho 




248 



LIBRO IV.— GOBIERNO DE TINO 



á ocupar terreno, ni á tomar satisfacción de lo que hubiere 
ocurrido; y sólo podrían y deberían comunicarse recípro- 
camente las dudas, y concordar interinamente algún medio 
de ajuste, hasta que, dando parte á sus respectivas cortes, 
se les participasen por éstas de común acuerdo las resolu- 
ciones necesarias. Por último, se pactaba la forma de re- 
ciprocidad en que habían de cambiarse los esclavos fuga- 
dos, protegiéndoseles para que no padeciesen castigo Aco- 
len to si no lo tuviesen merecido por otro crimen. 

Además de estas prescripciones asentadas de un modo 
público por ambas cortes, se estipularon artículos reser- 
vados que decían relación con las posesiones africanas 
de los portugueses. Cedían éstos á España las islas de 
Annobón y Fernando Po, exigiendo, empero, el mayor si- 
gilo hasta la instalación de las autoridades españolas allí (1). 
El Gabinete de Madrid hizo gran misterio de esta cláu- 
sula, como si su importancia fuera bastante á paliar los 
inmensos territorios que abandonaba en América, y la in- 
cluyó escrita al Virrey de Buenos Aires, á fin de que se 
enterara de ella con la circunspección debida. Se puede 
clacular hasta qué punto era obcecado el espíritu domi- 
nante en el Gabinete español, con decir que tomaba por 
ventajosas las concesiones mutuas que una y otra Corona 
se hacían; siendo así que Portugal devolvía á España te- 
rritorios y posesiones españolas que retenía usurpadas, á 
cambio de vastos países que España podía reivindicar por 
derecho propio, ó había poseído siempre á título inmejo- 
rable. 



(1) Informe del Virrey CcraJh.'i á ,<n succ.'ior (Rev del Arch de 
B. Aires, ir). 




LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 



249 



Por lo demás, este tratado era tan desventajoso para 
los españoles, como el de Madi'id anteriormente suscrito. 
Desde luego los portugueses quedaban dueños de Santa 
Catalina y Río -grande y sustituían el derecho de España 
á fortificar las fronteras del Uruguay, por la creación de 
campos neutrales, que no eran ciertamente una valla para 
sus atrevidas incursiones en nuestros territorios. Más ade- 
lante estipulaban que las islas de cualquiera de los ríos 
por donde había de pasar la línea divisoria, pertenecerían 
á la jurisdicción á que estu\deran más próximas, y estando 
á igual distancia de ambas orillas quedarían neutrales, á 
menos que su extensión y aprovechamiento no indujese á 
ambas naciones á ocuparlas por mitad ; con lo cual arreba- 
taban á España el dominio de los ríos uruguayos, ora neu- 
tralizando las posesiones estratégicas yacentes en ellos, ora 
ocupándolas en común con el enemigo, lo que las hacía 
nulas de todos modos. Estipulaban también, que en caso 
de duda sobre extensión ó inteligencia de límites, los go- 
bernadores ó comandantes de frontera en vez de proceder 
por sí á tomar satisfacción de cualquier avance, debían co- 
municarse recíprocamente sus aprensiones ó temores, remi- 
tiendo á sus respectivos gobiernos la solución del negocio 
que había de madurarse en común; con lo cual venía á fa- 
vorecerse el procedimiento de los portugueses que todos 
los días adelantaban terreno en el Uruguay, á pretexto de 
mala inteligencia sobre sus límites, y que no abandonaban 
después lo conquistado, alegando la necesidad de ocurrir á 
su Gobierno para que pusiese en claro lo que á todas luces 
era evidente. Estas consideraciones, menospreciadas al pac- 
tar el tratado de San Rdefonso, venían á hacer de aquel ins- 
trumento público una prenda valiosa para Portugal, siem- 




250 LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 

pre hábil en sacar ventajas de su enemigo, aun cuando 
aparentaba la mayor buena fe y el deseo más amplio de 
resolver pacíficamente las dificultades. 

Con todo, los portugueses, pasados los primeros momen- 
tos y en posesión legal de Santa Catalina y Río -grande, 
pusieron por obra dificultar la practica bilidad de lo conve- 
nido para el resto, y alegando cuestiones de poca entidad, 
embrollaron el negocio á punto de que no se pudo arribar 
á la definitiva. Recibidas en Buenos Aires las copias de 
todo el negociado, ofició el Virrey de estas provincias al 
del Brasil, incluyéndole el plan aprobado por ambas cortes 
relativamente al modo de expedir las divisiones demar- 
cadoras de límites; la formalidad con que debían condu- 
cirse, el método de operar unidos sus trabajos, las pro\d- 
dencias que se debían adelantar para conseguirlos y abre- 
viarlos, y otras muchas cosas importantes y peculiares de 
esta grande obra ( 1 ). El Virrey del Brasil contestó con 
indiferencia el oficio, sin aprobar ni reprobar su conte- 
nido. Dijo que este plan se desconcertaría, por no existir 
ya muchos arroyos referidos en él, mientras otros habían 
mudado de dirección. Se esforzó en persuadir « que la 
naturaleza se trastorna en este país, » variando el curso de 
los grandes ríos y la dirección de las montañas por donde 
debía pasar la línea divisoria. Ultimamente, contra las 
expresas órdenes de ambas cortes, se opuso á que se 
formasen tres partidas demarcadoras, la una por la 
banda Oriental, la otra por el Paraguay, y la tercera por 
Sánta Cruz de la Sierra; pretendiendo que estos traba- 



(1) Apuntes históricos sobre ¡a demaremión de limites de la Banda 
Oriental y el Brasil (Col Angelis, iv). 




LroRO IV. — GOBIERNO DE PINO 251 

jos se encargasen á una sola partida, para de ese modo, y 
según se puede colegir, alargarlos y hacerlos intermina- 
bles como los hizo. 

La Corte de Madrid, empero, confiada en que sus triun- 
fos militares aseguraban el cumplimiento del tratado, se 
dedicó á mejorar la situación de unos pueblos cuyo domi- 
nio la acarreaba tantos sacrificios. En 12 de Octubre de 
1778 expidió Real Cédula concediendo nuevas franquicias 
comerciales al Río de la Plata, es decir, igualando su na- 
vegación mercantil á la de los demás puertos habilitados 
en las Indias; con lo cual vinieron á extinguirse los dere- 
chos que pagaban á su introducción gran parte de las ma- 
nufacturas españolas destinadas á nuestros puertos, y se 
crearon las aduanas de Montevideo y Buenos Aires. Esta 
determinación que hoy parecería trivial, teniendo como te- 
nemos una noción más exacta del comercio, y concediendo 
como lo hacemos la más amplia libertad al intercambio, 
fue recibida entonces al igual de la libertad de comerciar, 
y se llamó reglamento de comercio libre á la Real Cédula 
que concedía tan pequeño respiro. Pero la causa de apre- 
ciarse así los efectos del nuevo reglamento, era que el 
Río de la Plata no había gozado nunca los beneficios del 
cambio, ni aun entre los pueblos de su jurisdicción res- 
pectiva, pues solamente desde cuatro años atrás podía 
comerciar con el Perú (1). Vanos fueron cuantos esfuer- 
zos se practicaron antes de esto, para obtener de la Metró- 
poli simples concesiones de comerciar con ella, habiéndose 
mirado siempre como un error grave en que no debía caer 



(1) Aiitúnez y Acevedo, Memorias históricas sobre la legislación 
y comercio de España y sus colonias, n, v. 




252 



LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 



ningún gobierno, el condescender á semejante pedido. Se 
creía que patrocinándolo, el Río de la Plata, conquista 
no muy apreciada de los españoles, arruinarra al reino del 
Perú, al cual dedicaban todo su desvelo y proveían de 
cuanto en su concepto había menester; y con estas ideas, 
dejaban perderse en la oscuridad y la impotencia unas 
provincias que no daban oro, para favorecer á otras que 
lo daban. Y si por ventura decaía un poco el envío de 
metales finos á la Península, coincidiendo ello con alguna 
permisión de exportar por corto tiempo productos natura- 
les que se hubiera otorgado á los pueblos del Plata, ya en 
el acto se alzaba una grita para señalar el origen del mal 
y pedir su inmediato curativo. Por supuesto que el cura- 
tivo no era otro que cancelar las permisiones otorgadas in- 
mediatamente de cumplirse, y no volver á la tentación de 
darlas, hasta pasados muchos años y en virtud de asiduos 
ruegos. 

Corría muy autorizada entonces en España y Europa, 
la doctrina de que la riqueza es el oro. Poníase, pues, par- 
ticular empeño en obtener la mayor cantidad de oro, como 
que constituía la mayor suma de riqueza; y á este efecto 
se había inventado ima singular teoría que llamaban la 
Balanza del Comercio, cuyo mecanismo consistía en ven- 
der mucho y comprar poco. Las potencias coloniales en- 
contraron la doctrina arreglada á sus intereses, pues como 
tenían mercados propios donde vender sus productos, po- 
dían perfeccionar el sistema dentro de casa, y España,* la 
mayor de todas, fue naturalmente inclinada á dar el ejem- 
plo. La sutileza de los legistas españoles se aguzó para 
encontrar todos los intersticios por donde pudiese introdu- 
cirse la menor libertad de comercio, siendo más fácil a la 




UBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 



253 



postre llegar á las altas dignidades, que obtener en España 
permiso de comerciar con América por el tiempo limitadí- 
simo que se concedía. Necesitábase para ello licencia di- 
recta del Rey, con largas informaciones previas sobre con- 
ducta personal, posesión de bienes raíces y ciudadanía en 
ejercicio, y luego de conseguida la licencia quedaba el co- 
merciante bajo la vigilancia continua de las autoridades de 
uno y otro hemisferio, viéndose expuesto á ser suspendido 
en su tráfico á la menor insinuación de que su negocio 
era perjudicial ó lucrativo con exceso. Los que han podido 
darse cuenta del parsimonioso giro de la Cancillería espa- 
ñola, comprenderán las angustias de aquellos que se expo- 
nían á la tramitación de solicitudes para comerciar; y los 
que saben la suspicacia y el espíritu receloso que eran ingé- 
nitos á las autoridades de la misma nación en los dominios 
americanos, se imaginarán lo expuesto que estaba á perder 
sus utilidades el comerciante abandonado á merced de la 
menor denuncia. En cuanto á los extranjeros, después de 
trámites duplicados, no se les concedía pasar jamás de 
los puertos cuando obtenían licencia comercial; y de no 
tenerla, pagaban con la vida y perdimiento de bienes 
aquellos naturales 6 habitantes de América que comer- 
ciaren con ellos (1). Con tal procedimiento, el cambio 
no existía en rigor, porque á la verdad todo se reducía á un 
aprovisionamiento oficial de efectos suyos, que España nos 
hacía como por compensación del oro que sacaba de las 
minas americanas. A esto se llamaba la perfecta Balanza 
del Comercio. 

Para mejor solidificación del sistema, se restringió pau- 



(1) Solórzano, Política Indiana; ii, iv, xix. 




254 



LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 



latinamente el número de los puertos de salida para Ame- 
rica. En un principio estuvieron habilitados Sevilla y Cá- 
diz. Carlos V extendió la permisión hasta la Coruña y Ba- 
yona en Galicia, Aviles en Asturias, Laredo en las Monta- 
nas y sus Encartaciones, Bilbao en Vizcaya, San Sebastián 
en Guipúzcoa, Cartagena y Málaga ; declarando que la can- 
tidad de islas y tierras nuevamente descubiertas en Ame- 
rica, y la distancia á que el puerto de Sevilla dejaba ex- 
puestos á muchos habitantes de los extremos de la Penín- 
sula deseosos de emigrar allá, le obligaban á tomar esta 
determinación, persuadido de que el mejor medio de ade- 
lantar lo descubierto era poblarlo. Pero la reacción se inició 
pronto en los reinados siguientes, restringiéndose paso á 
paso las franquicias que se habían dado al comercio ma- 
rítimo, hasta dejar solamente á Cádiz como puerto habili- 
tado. España entró con todo rigor en el sistema proliibi- 
tivo colonial, como se le ha llamado después, y no quiso 
salir de ahí en muchos años, hasta que la experiencia de- 
mostró que el oro de las minas se agotaba, y que sin el trá- 
fico comercial las Indias corrían riesgo de ser una carga y 
no un beneficio. 

Tuvo gran mano en todos estos negocios la Casa de 
Contratación de Sevilla, instituida en los comienzos del 
siglo XVI, e inaccesible al menor conato de liberalidad co- 
mercial. Creía aquella corporación, y lo dijo siempre, que 
el comercio del Río de la Plata arruinaría lí los negocian- 
tes de España, cerrándoles el fomento de las ferias de Por- 
tobelo, mientras estas existieron; y después alegó que per- 
judicaría el tráfico de los galeones salidos del Perú (1). 



. (1) Antúnez, Memorias hisiói^ícrts, etc; ii, vi. 




LIBRO IV. —GOBIERNO DE PINO 



255 



Como pudiera conceI)ir tan peregrinas ideas, se explica sa- 
biendo que en todos los casos en que fue consultada, dio 
vista de la consulta á los interesados en el fomento de las 
ferias y á los partidarios de la llegada de los galeones, 
aferrándose por su dictamen al plan prohibitivo que des- 
arrollaba con tanta pertinacia. Es así que por consejo de la 
Casa, solo se accedió á la introducción de ciertos carga- 
mentos de esclavos al Río de la Plata, y alguna que otra 
franquicia para la exportación por tiempo limitado y en 
cantidad exigua de productos naturales. Mientras la Colo- 
nia é isla de San Gabriel estuvieron en poder de los por- 
tugueses, la Casa hizo argumento de esto para ser más 
tirante en su negativa á cualquiera libertad de comerciar 
en los dominios platenses. Más adelante modificó algo 
su exclusivismo, porque sin embargo de insistir en los 
males causados por este comercio, como tocaba también 
el inconveniente de dejarnos sin ninguno, propuso que se 
despachase desde el Plata anualmente un navio de regis- 
tro de porte de 100 toneladas, diez más ó menos, para 
que de retorno llevase los géneros y mercaderías de Es- 
paña que pudieran consumirse, sin riesgo de que se in- 
ternasen á Potosí, ni causaran perjuicio al comercio del 
Perú. 

No se comprende una ceguedad tan absoluta, sino par- 
tiendo de las erróneas ideas de aquellos tiempos, apoyadas 
en la influencia de los intereses mezquinos que las susten- 
taban. El Río de la Plata era uno de los pocos puntos 
americanos que dejaban sobrantes á las cajas de la Penín- 
sula, y es seguro que si con tales restricciones podía ser 
útil su comercio, con mayores facultades de expansión ha- 
bría sido una gran fuente . de recursos positivos para la 




256 



LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 



administración española ( 1 ). Pero la Casa de Contratación 
siempre firme en sus rancios temores, y el Consejo de In- 
dias poco inclinado á acoger novedades, mantenían en- 
hiesta la bandera de un monopolio tan desapoderado de 
razón como ruinoso para las dos partes que lo soportaban, 
porque si España se consumía por falta de movimiento 
comercial, América aprisionada entre las trabas de tantos 
reglamentos prohibitivos, no podía desarrollar sus fuerzas 
industriales, que por sí solas habrían salvado á la Metró- 
poli de la ruina. Tal era la situación de estos países, 
cuando se recibió la autorización de 1778. 

La prosperidad que era consecuencia de una amplitud 
mayor en el comercio, se hizo sentir luego de publicado el 
Reglamento que la autorizaba; de tal modo, que los dere- 
chos de importación y exportación entre las aduanas de la 
Península y. las de América, que hasta 1778 habían alcan- 
zado á unos 6:000,000 de reales, subieron este afio á más 



(1) Es constante ~ dice Salas — Caracas, Chile, Guatemala, la 
Gtiiena y California, nada rendían á la Metrópoli, porque se consumía 
en los gastos de su administración interior cuanto producían. Méjico, 
el Perú, Buenos Aires y Nueva Ghranada, eran los únicos que produ- 
cían un sobrante, el que se disminuía mucho, porque de él había que 
remitir todos los años 1:825,000 pesos fuertes á la Isla de Cuba, 

377.000 á la Florida, 577,000 á la Lusiana, 200,000 á la Trinidad, 

274.000 á la parte española de Santo Domingo, y 250,000 á Fili- 
pinas, por no producir estCLs colonias lo necesario para cubrir los gas- 
tos de su administración; de manera que lo que llegaba á venir á Es- 
paña para el Real tesoro de los derechos de soberanía de tan vastas 
colonias, eran unos 7 ü 8 millones de pesos fuertes; ú saber: 5 de 
Méjico, 1 del Perú, 600,000 duros de Buenos Aires y 400,000 de 
Nueva Granada. (Antonio Salas, Memoria sobre la utilidad que re- 
cuitará á la Nación y en especial á Cádiz, del reconocimiento de la 
independencia de América y del libre comercio del Asia ; edic de Cá- 
diz, 1834.) 




LIBKO IV. — (iORIKlíNO DE PJXO 



257 



de 55:000,000. Coa todo, u poco de recibirse este benefi- 
cio, D. José de Oálvez, marqués de la Sonora y ministro 
de Indias, que tenía singulares ideas sobre los límites del 
cambio, comenzó á estrechar el círculo de los negocios. Pri> 
meramente asestó un golpe á la agricultura, poniendo en 
vigor las antiguas leyes que prohibían en América el cul- 
tivo de viñas y olivares. Después prohil)ió que se comer- 
ciase en lana de vicuña, expidiendo un oficio al Virrey de 
Buenos Aires, en que decía: - El Bey se halla con noti- 
cias positivas del uso que se hace en esos reinos de la lana 
de \icuna, especialmente en la capital, donde se emplea en 
las fábricas de sombreros que se han establecido en ella, 
contraviniendo á lo dispuesto por las leyes y en grave per- 
juicio de las fabricas de España. En esta inteligencia me 
manda S. M. prevenir á Y. E. muy estrechamente, que 
sin expresar esta contravención sino sólo el justo motivo 
de que dicha lana se necesita toda para surtir las reales fá- 
bdeas de la Península, tome las providencias que juzgue 
más precisas á fin de que cuanta lana de vicuña se ad- 
quiere y cosecha en las provincias de ese Virreinato, se 
compre en ella misma, de cuenta de S. M. á los precios 
corrientes; y lo mismo se ejecutará con todas las partidas 
de dicha lana que llegaren como propias de particulares á 
la aduaiia de esa ciudad, tomándola por costo y costas,» 



etc. ( 1 ) Por manera que, si de un lado se permitía la li- 
bertad de comercia/<; pn la Metrópoli, de 'otro se restrin- 
gían los medios^y^^^ en las colonias la fabrica- 

ción de aceite y .ño y la elaboración de paños y som- 
breros. 



(1) Fiuies, etc; iii, v, xiii. 



Dom. E.sp. 




258 



LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 



Por su vitalidad propia, el Uruguay estaba destinado á 
sobrepujar estos obstáculos. l\Iientras el sistema colonial 
le cerraba las puertas de la industria, el aumento de su 
pol)lación le aljría horizontes bonancibles. En tal sentido, 
es de una enseñanza fecunda el estudio de nuestro pro- 
greso demográfico, constituido por los primeros censos que 
levantaron los jesuítas, y continuado por los apuntes esta- 
dísticos de sus adversarios ( 1 ). Animando dichas cifras 
con la clasificación y ubicación del personal representado 
por ellas, puede abarcarse en sus proyecciones diversas, el 
crecimiento de nuestra población campestre. 

La época en que vamos, es adecuada á ese propósito, 
pues marca una reacción poderosa de las masas campe- 
sinas hacia la mejora social. La vida errante no las 
ofrece ya el atractivo deslumbrador de otros días, y una 
tendencia .irresistible á la agrupación sedentaria toma 
formas definidas en sus filas. Los vaqueros y explotado- 
res de corambre, estableciéndose periódicamente en de- 
terminados parajes, dejaban al retirarse un residuo de 
población, que diversos juotivos iban fijando á la tierra, 
dentro de cierta línea jurisdiccional trazada por el instinto 
de protección recÍ 2 )roca. A su vez algunos hacendados, por 
motivos de piedad ó conveniencias de otro orden, levanta- 
ban rancherías en puntos equidistantes de sus respectivas 
estancias. Un movimiento análogo, aunque más metódico 
y compacto, se había producido á ccvísa de la reducción de 
varias tribus sumisas, en la proximio{>’ de los fortines mi- 

V 

(l) Calvo, Colección^ etc; xr. — Lozano, Uist ih q C>^viq; i, i, lí. — 
Francisco J. Brabo, üoauucntos relativos ü la de los jesuí’ 

iaSy 115 . 




IJBRO IV. — GOBIKRÍÍO DE PINO 



259 



litaros que precavían invasiones de los indios silvestres. 
De este modo se fundaron, por espontánea iniciativa de 
sus pobladores, y con el nombre de Payos, los distritos que 
constituyen algunos de nuestros Departamentos de hoy, y 
todas sus secciones respectivas. 

De los más antiguos en la región del Sur, fue el distrito 
de las Piedras ( 1 ). Se había formado bajo los auspicios 
de Montevideo, cuyos pobladores empezaron á extenderse 
mucho por los campos vecinos, desde el gobierno de Viana, 
cuyo celo en favor del progreso material atestiguan los 
hechos. Las informaciones disponibles no permiten ase- 
gurar que clase de vida llevaron los pobladores de las 
Pieckas, durante el cuarto de siglo posterior á su ins- 
talación allí. Probablemente los más de ellos serían ve- 
cinos de Montevideo, que se trasladarían durante los me- 
ses de zaft'a á sus estancias. El resto debía componerse de 
los capataces y peonadas pertenecientes á dichos estable- 
cimientos. Formado el distrito, no es difícil hacerse cargo 
que su proximidad á Montevideo y el crecimiento de la 
población estable, concurrieron á crear un número de pe- 
queños propietarios, dedicados á faenas agrícolas, y dis- 
puestos á erigir un centro urbano. 

De seguro que superaban la antigüedad de las Piedras, 
dos distritos del Oeste, conocidos con los nombres de Vi- 
horas y el Espinillo ó San Salvador, y iomentados tal 
vez por la residencia temporaria de las guardias milita- 
res, que procuraban contener los avances de los portu- 

( 1 ) Existe en el Archico General una proicsia firmada en 1839 por 
los vecinos de las Piedras y contra derla mensura judicial y ede gando 
tener hacia esa fcchay ochenta años de posesión tranquila de sus pro- 
piedades. 




260 



LIBRO IV^— GOBIERNO OE PINO 



gueses de Colonia sobre los campos y ganados del país. 
Sería difícil determinar otras particularidades, sobre los 
pobladores de esos parajes. Lo único averiguado, es que 
Andonaegui condecoró en 1750 á Víboras y San Salva- 
dor, parece que de propia voluntad, con el dictado de pue- 
blos, al noticiar al marques de la Ensenada la derrota de 
los charrúas en la campaña del Queguay, pero tal vez fuera 
esto una licencia imaginativa de Andonaegui, para abultar 
las depredaciones de los indígenas en aquellos pagos, dando 
así mayor realce al residtado obtenido ( 1 ). Como quiera 
que sea, la densidad adquirida por la población de los 
tres distritos mencionados estimuló el celo religioso, no 
sabemos si de los particulares ó del Estado, y en 1780, 
según concurren á demostrarlo datos fidedignos, se erigie- 
ron capillas de cierta consistencia en las Piedras, Víboras 
y Espinillo. 

Trabajos mas completos en orden á la colonización del 
país, lleváronse á la práctica el año siguiente. La iniciativa 
del clero católico, tan fecunda en su acción sobre las Mi- 
siones, empezó á resurgir por medio de ensayos parecidos. 
Los jesuítas tuvieron imitadores en algunos párrocos de 
campaña, quienes, supliendo la inercia de los gobernantes 
militares, formaron centros poblados, donde se agrupó el 
habitante desvalido ó andariego de la jurisdicción. A la 
sombra de la capilla de paja y barro edificada por la em- 
peñosa piedad de constructores casi siempre anónimos, de- 
bían nacer algimas de las más florecientes poblaciones del 
país. Desconocida ó mal apreciada hasta hoy esta inicia- 
tiva colonizadora, fue bien proficua, sin embargo, para nues- 



(1) Of. de Ensenada, 22 Mayo 1731 (Ardí Gen). 




LIBRO IV. — GOBIKRNO DE PINO 



261 



tro progreso, porque concurrió á suprimir el desierto, ene- 
migo implacable de todo oiganismo social 

El Cura de Nuestra Señora de Guadalupe tenía su pe- 
queño templo á una milla del arroyo Canciones, así lla- 
mado por la arborización que lo distinguía. Con haber 
sido tan modesto aquel santuario, no por eso es menos 
instructiva su historia. Desde los tiempos de Viana, por 
el año 1755, un vecino de Montevideo apellidado Santos, 
y por sobrenombre el Colla, levantó en dicho local una 
capilla de paja, y las familias hacendadas de la comarca, 
deseosas de cumplir el precepto religioso, construyeron á 
su vez algunos ranchos con el objeto de pasar en ellos los 
días de fiesta. La residencia accidental de aquella masa de 
población, quitaba al mencionado centro todo carácter de 
pueblo, reduciéndolo á una ranchería abandonada en los 
días de trabajo, y por consecuencia, incapaz de promover 
ningún progreso de sociabilidad permanente: así es que en 
cierto modo, no podía contarse en el número de los auxi- 
liares de la civilización. 

Veinte años transcurrieron con exceso, antes que se 
modificase semejante estado de cosas. En 1778 comenzó 
á producirse un movimiento de concentración, que alentado 
por la solicitud del párroco D. Juan Miguel de Laguna, 
llevaba á establecerse en los alrededores de la capilla varios 
habitantes criollos, á los cuales se agregaron ciertos penin- 
sulares, formando entre todos el núcleo de un centro * ur- 
bano ( 1 ). Las primeras viviendas de los recién llegados, 
construidas de adobe, con puertas y techos de cuero, sir- 
vieron de reclamo á un número cada vez mayor de concu* 

(1) Diario de Cahrer Mevioria de QvamV/c ( citada ). 




262 LIBRO IV. — GOBIERífO DE PINO 

Frentes fijos. A esto se agregó la reedificación de la ca- 
pilla, transformada con auxilio del Virrey de Buenos Aires 
en templo de material. Pero sea que el Curá^ en previsión 
de eventualidades, consiguiese de los colonos la construc- 
ción de un número mayor de ranchos que los estricta- 
mente necesarios, sea que algunos de los nuevos pobladores 
abandonasen la parroquia, el hecho es que en 1781 exis- 
tían diversas viviendas desocupadas. Coincidiendo el caso 
con la afluencia de pobladores destinados á la Patagonia 
que vagaban por Buenos Aires, ofreció Laguna hacerse 
cargo de cierto número de esas familias, para habilitarlas 
con alojamiento y huertas en la jurisdicción parroquial. 
Aceptada la oferta, se transportaron á Guadalupe hasta 15 
familias, siendo instaladas en forma conveniente, con lo 
cual se equilibró la merma anterior, si es que la hubo. 

Pero estos últimos pobladores estaban llenos de exigen- 
cias. A poco de instalarse, pidieron nuevos auxilios para 
mejorar sus casas y huertas, concediéndoles el Virrey de 
Buenos Aires medio real diario por persona ; asignación 
que disfrutaron durante dos años próximamente, y á cada 
familia, 2 bueyes, 1 caballo, instrumentos de labranza y 
semillas. Nuevas quejas y reclamos de los postulantes, 
agotaron la paciencia del Vin*ey, quien les asignó como 
socorro definitivo 50 pesos por familia, desentendiéndose 
de toda obligación posterior (1). Mando asimismo que se 
construyese en Guadalupe edificio para cárcel con cueq>o 
de guardia, después de lo cual abandonó la localidad á su 
propia suerte. Mas el impulso dado por Laguna al nuevo 
establecimiento era tan firme, y los recursos adquiridos se 



( 1 ) íY.® 3 en los D. de P. 




LIBRO IV. — GOBIERNO PE PINO 263 

empicaron con tanto acierto, que en 1783 la jurisdicción, 
sin poseer gobernador militar ni alcalde, contaba con igle- 
sia de material, casa capitular y cárcel, unas 70 casas par- 
ticulares, y tenía 2,r>00 habitantes. 

Xo filó perdido el ejemplo. Vagaba por el país nume- 
rosa población flotante, de exigencias humildes, aunque de- 
seosa de fijarse á la tierra. En su mayor parte se compo- 
nía de familias constituidas al acaso, pero inclinadas á re- 
gularizar su condición domestica. Los indígenas convertidos, 
que ya eran muchos, juntándose á los transmigrados de las 
antiguas Reducciones, formaban con sus mujeres é hijos el 
grueso de aquella masa viviente, sin albergue determinado, 
á la que se añadían algunos españoles, peones de vaque- 
rías ó desertores de los cuerpos militares, resueltos por 
completo á seguir la vida de sus nuevos camaradas. Esta 
última clase de gente era, sin embargo, reputada extranjera, 
sea por su condición colecticia, pues cada vaquero reclu- 
taba sus peones donde le era posible y les mantenía con- 
sigo á intervalos ; sea porque el carácter instable de los 
trabajos campestres predispusiese las peonadas á turnarse 
continuamente de un pago á otro. Pero no constituyendo 
los antecedentes de tales hombres la mejor garantía de su 
conducta ulterior, donde quiera se juntasen, la autoridad 
les vigilaba por medio de guardias militares, como sucedía 
en los alrededores del arroyo de Pando, al que dió nombre 
cierto vecino de Buenos Aires, allí establecido de antiguo 
con una explotación de corambre. Transformada por este 
motivo dicha localidad en asiento de faenas pecuarias, cen- 
tralizó algunos pobladores, y bien pronto un modesto san- 
tuario rural fue erigido entre ellos. A ejemplo entonces de 
lo realizado en Guadalupe, D. Francisco Meneses pidió y 




264 



OBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 



obtuvo del Virrey de Buenos Aires 12 familias con des- 
tino á Pando, las que le fueron remitidas á fines de 1781. 

Distinto fue el origen del pueblo de San Juan Bau- 
tista, comunmente llamado Santa Lucía, por el nombre 
del río con que se avecina. No era paraje abandonado 
aquella jurisdicción, pues sobre haber sido límite de la 
frontera militar de Montevideo en tiempos de Yiana, fué 
también albergue de las tribus de Cumandat y demás jefes 
indígenas sometidos hacia la misma época. Estas circuns- 
tancias concurrieron á fijar en aquellas alturas un número 
de población relativamente denso, pero á la que faltaba un 
centro inmediato que hiciera cabeza de' partido. Así las co- 
sas, rompió la guerra de 1 7 7 G - 7 7 y fué necesario preparar 
cuarteles y alojamientos para las tropas movilizadas. El 
local que hoy ocupa San Juan Bautista estaba indicado 
entre los que podían alojar algunos cuerpos de milicias, y 
es presumible que ése fuera el origen de una ranchería allí 
construida para albergue de cierto contingente de milicia- 
nos paraguayos. Hecha la paz, y encontrándose el Virrey 
de Buenos Aires, coma ya se ha visto, en la necesidad de 
mantener considerable número de familias destinadas á la 
Patagonia, que vagaban en la incertidumbre de si irían 
definitivamente allí, ó fracasaría el establecimiento, facilitó 
el transporte de 36 de ellas con destino á San Juan Bau- 
tista, donde llegaron en Noviembre de 1781, ocupando la 
ranchería existente. Formalizadas las diligencias de men- 
sura, reparto de solares y chacras, trazado de planos y de- 
más imj)rescindibles, quedó en Diciembre de 1782, ofi- 
cialmente erigida la villa de San Juan Bautista ( 1 ). 



{\) L. C, de Montevideo, 




LIBRO IV. — GOBIERNO BE PINO 



2G5 



Por lo que respecta a Montevideo, algiiii progreso le 
cupo también. Sus fortificaciones se habían conqdemen- 
tado en orden á las reiteradas providencias del Rey, 
y el aumento de la población había traído la necesi- 
dad del deslinde y nomenclatura de las calles. Fue por 
estos tiempos que se dio á conocer D. Francisco An- 
tonio Maciel, recordado en la tradición por el apodo 
de padre de los pobres. A su iniciativa se debieron en- 
tonces los socorros que prodigaron las cofradías de San 
José y Caridad á los náufragos y desvalidos; y más tarde 
la fundación del hospital de Montevideo, que tan no- 
tablemente descuella entre los edificios de su clase. Ma- 
ciel fue uno de esos tipos abnegados que bajo la exterio- 
ridad de un personal sencillo, esconden recto y valeroso 
corazón, como lo demostró con el tiempo, sacrificándose 
por la patria con la misma abnegación que lo había hecho 
por los pobres. 

Calmadas las preocupaciones que hasta entonces absor- 
bieran el ánimo de la autoridad militar, dirigió ésta su 
actividad á los negocios internos. El Gobernador del 
Pino había comenzado á hacer gala de ciertas genialida- 
des que poco á poco le iban conduciendo á un despotismo 
muy duro. Enorgullecido por el uso de un mando que no 
llevaba miras de acabársele, intentaba dominarlo todo. Tal 
vez no faltaban consejeros que le empujasen en esa vía ; 
pero sea como fuere, entrado el año 1782 encontró la 
ocasión que andaba buscando. Según ley y costumbre 
anual, el l.° de Enero de 1782 eligióse el j^ersonal que 
había de componer el Cabildo de Montevideo, resultando 
investidos con los principales cargos D. Juan Antonio de 
Haedo, sujeto prudente, anciano y bien quisto, á quien se 




266 



LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 



nombró Alcalde de primer voto; y un hidalgo criollo lla- 
mado D. Domingo Bauza, que recibió el cargo de Alcalde 
de segundo voto. O porque esta elección noTlenase las as- 
piraciones del Gobernador, ó porque su natural celoso qui- 
siera satisfacerse con un golpe de autoridad, ello es que á 
poco de estar en ejercicio los nuevos alcaldes, recibieron la 
más singular demanda de su parte. 

En 11 de Febrero les pasó un oficio ordenándoles que 
habían de darle previo conocimiento con autos de cual- 
quier causa que tuvieran para sentencia, á fin de que él 
proveyese lo que debiera hacerse, sin cuyo requisito consi- 
deraba menoscabada su autoridad; y deseoso de evitar que 
tal precepto quedase olvidado en lo futuro, mandaba que 
aquel su oficio se copiara en los libros capitulares como 
precedente invocable por sus sucesores en los negocios de 
justicia. Contestaron los alcaldes en 20 de Febrero, que 
encontraban' el contenido del oficio « no sólo opuesto al 
estilo y práctica, uso y envejecida costumbre que hasta allí 
se había observado, .sin diferencia en estos juzgados, de 
proceder á la ejecución de sus sentencias en los juicios cri- 
minales sin consulta del Gobernador, y aun repugnante al 
literal contexto de la ley Real, tít. ir, libro v de las de estos 
reinos, que expresamente resiste tome el Gobernador co- 
nocimiento en las causas civiles ó criminales que penden 
ante los alcaldes, sino que se les representaba dirigido 
contra la suprema autoridad del superior tribunal de la 
Real Audiencia de este distrito, » etc. Y á. efecto de dar una 
solución conveniente al negocio, proponían « que el Go- 
bernador se sirviese sobreseer en la providencia tomada 
sobre el citado oficio, suspendiéndola sin hacer novedad en 
lo que se ha estilado y observado con arreglo á las leyes, 




LIBRO IV. — GORIERN^O DE PINO 



267 



hasta la resolución de la Audiencia á quien consultaban el 
caso (1). 

No entendió el Gobernador que debía proceder de esta 
manera, así es que en 24 de Febrero pasó á los dos alcal- 
des el siguiente lacónico oficio : Enterado de lo que vues- 

tras mercedes me exponen con fecha de veinte de este, 
debo decirles, que esta sólo se reduce á reproducir la mía 
de siete, y á prevenirles que me contesten categóricamente 
á ella, diciendome si la obedecen ó no en todas sus partes, 
para mi gobierno, avisándomelo con toda brevedad. » A lo 
que replicaron los alcaldes con fecha 27, que sin abste- 
nerse de prestar el obedecimiento correspondiente á las ór- 
denes del Gobernador, pasaban el asunto en consulta á dos 
distintos profesores de derecho en Buenos Aires, « á efecto 
y con el celo únicamente de dejar bien puestas y sin per- 
juicio alguno las facultades, jurisdicción y autoridad Real 
que como alcaldes ordinarios había depositado el Soberano 
en ellos; lo que exponían por pronta resjmesta á la última 
orden, que por conducto del ayudante de esta plaza D. José 
de la Peña se les había intimado para que dentro de una 
hora respondieran. » Hasta aquí, los dos alcaldes habían 
procedido dentro de la órbita de su derecho, resistiendo le- 
galmente á las intimaciones desarregladas del Gobernador, 
y 023oniendo á sus avances las prescripciones claras de la 
ley. 

Mas nada de esto satisfacía al Gobernador de Montevi- 
deo, ni menos á D. Juan José de Vertiz, recientemente 
nombrado Virrey, que hallándose instalado de j^aso en la 
ciudad, imdo asesorarse del punto en litigio y lo resolvió á 



( 1 ) MS en N. A, 




268 LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 

SU antojo. Afirmó que el Gobernador tenía razón; dijo que 
los alcaldes al consultar á dos letrados de Buenos Aires 
hacían depender de la respuesta de aquéllos el obedeci- 
miento sin réplica que le debían á él como representante 
del Rey; y mandó que los alcaldes compareciesen á su 
presencia para oírle. Efectivamente se presentaron los dos 
magistrados, pero la recepción fué ignominiosa : olvidando 
el Virrey sus deberes, expresóse en un lenguaje violento y 
descomedido. Sin reparar en la edad y los respetos de 
Haedo, le llamó mala sangre, traidor y cabeza de motín, 
ante cuyos insultos enmudeció el anciano alterándosele la 
razón. Bauza salió á la defensa de los dos, pero fué tam- 
bién detractado y tuvo que retirarse con su compañero. 
Tanta era la aflicción causada en el ánimo de Haedo por 
los insultos de Vertiz, que perdió totalmente el juicio ; y 
llegado á su casa, se expresó ante varios amigos de un 
modo incoherente, repitiendo á cada instante estas pala- 
bras: « Yo mala sangre. . . . ! Haedo cabeza de motín, 
traidor: ¿cómo es eso? » « El señor Virrey afirmar y nom- 
brarme de traidor y cabeza de motín: ¿cómo es eso? » (1) 
Pero los ímpetus vengativos de Vertiz no se contmieron 
ni ante este mísero espectáculo. Inmediatamente expidió 
orden para que los alcaldes fueran aprehendidos y condu- 
cidos con fuerza armada, D. Juan Antonio de Haedo á la 
isla de Gorriti en Maldonado, y D. Domingo Bauzá á la 
isla de Ratas en el puerto de Montevideo. Cumplióse la 
condena á pesar de la edad y el malestar de Haedo : fueron 
conducidos ambos magistrados á sus respectivos destierros, 



(1) Dcclaracián de D. Ensebio Joaqvin Donado, en h infonnación 
testimonial hecha por el Cabildo d pedido de Haedo. (MS en N. A.) 




LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 



269 



escoltados por fuerza pública al mando de oficiales vetera- 
nos. Fue también desterrado á la ciudad de Buenos Aires 
con su esposa é hijos, el bachiller en leyes D. Ensebio 
Joaquín Donado, asesor del juzgado á cargo de Bauza. 
Aun cuando todos estos individuos tenían intereses pro- 
pios que atender, no se les concedió la mínima prórroga 
para ocuparse de ellos, de tal suerte que Haedo sufrió 
largos perjuicios en establecimientos de campo que admi- 
nistraba por cuenta de otros. 

Don Domingo Bauza, que por su fortaleza natural ó por 
su edad, había conservado toda la serenidad de espíritu 
que la situación requería, empezó á organizar desde su 
prisión los elementos de prueba que podían servirle para 
la justa venganza de aquel agravio. Dirigió á poco de estar 
preso, una solicitud á la secretaría del Virrey, pidiendo se 
le entregasen los autos por donde resultaran probados los 
cargos de que se les acusaban á él y á Haedo, haciendo 
constar : « que no estando en arbitrio de los alcaldes ni 
pendiendo de su voluntad el derecho y carácter de la ju- 
risdicción ordinaria, no era sujeto de inobediencia la que 
se les atribuía por mérito para la pena del destierro. » Mas 
no tuvo contestación alguna esta solicitud, y reiterada en 
tiempo oportuno por aj^oderado debidamente instituido, 
tampoco fué tomada en consideración. Entonces, y con 
noticia de un oficio del Virrey pasado al Cabildo de Mon- 
tevideo en 7 de Agosto, confirmando el procedimiento 
contra los alcaldes aprisionados, escribió una protesta de 
acuerdo con la Ley xii, tít. 23, part. 3.^ ante los hombres 
buenos que en la isla de su prisión accidentalmente se en- 
contraban, y los cuales eran D. Antonio Palomino de He- 
n*era, D. Andrés Obrador, D. Antonio de San Vicente y 




270 



LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 



Komay y D. José Fernández de Castro. En ese documento 
se formulaban todas las quejas que el alcalde tenía derecho 
de expresar, y concluía diciendo que daba ese paso por ha- 
llar cerrados todos los conductos hábiles para su defensa, 
reservándose en todo la facultad « de dirigir sus derechos 
y acciones y las del público, y defensa de la Real juiisdic- 
ción de su cargo, á la Real persona y á su supremo Con- 
sejo, dándole cuenta con los documentos que pudiera de 
todo lo que pasaba, para que se sirviese disponer todo lo 
que fuese de su soberano y Real agrado. » 

Llenado este requisito, elevó el prisionero al Cabildo 
varias peticiones, en las que solicitaba copia de los oficios 
cambiados con el Gobernador á propósito del incidente que 
motivó las prisiones, con más, certificados del procedi- 
miento hasta entonces seguido en todas las causas del re- 
sorte judicial en las cuales habían actuado los alcaldes de 
otras épocas. Como era de esperarse, los comprobantes so- 
licitados satisfacían con creces sus deseos: ni un solo pre- 
cedente aparecía que justificara la conducta del Goberna- 
dor ni la de su jefe. Luego que Bauzá tuvo en su mano 
estos papeles, redactó un memorial enérgico para el Rey, 
exponiendo lo que había acontecido, y acompañando los 
antecedentes que evidenciaban la rectitud del proceder de 
D. Juan Antonio de Haedo y el suyo, al mismo tiempo 
que ponían en transparencia la conducta incalificable de las 
autoridades militares. Marchó el memorial á su destino, 
y aunque á la larga, surtió los efectos deseados. 

Una Real cédula de Madrid avisó al ViiTe}^ que el me- 
morial había sido recibido, después de lo cual decía el mo- 
narca: « Y habiéndose visto en mi Consejo pleno de In- 
dias con lo expuesto por mi fiscal, he venido en deelanu: 




IJIilK) IV. — OOlilEUXO DK riNO 271 

que los citados oficios del ( Jobermulor de Montevideo de 
11 y 24 de Febrero, en el modo y forma en que están 
concebidos, son contrarios á la disposición de las leyes por 
comprender absoluta y generalmente toda especie de cau- 
sas criminales sin distinción; pues únicamente deben dar 
noticia al Gobernador de las de asonada ó conmoción po- 
pular que puedan turbar el sosiego de la provincia, etc — 
y por haber contravenido á la disposición de las mismas 
leyes expresamente, impongo á dicho Gobernador 200 pe- 
sos de multa aplicados á penas de cámara y gastos de jus- 
ticia del referido mi Consejo, la cual le exigiréis, como os 
lo mando, sin admitirle excepción ni excusa alguna ; y la 
tendréis á disposición del juez de multas del referido mi 
Consejo, á quien por despacho de esta fecha se previene lo 
conveniente. Asimismo he declarado que fueron muy 
conformes y arregladas las contestaciones de los alcaldes 
ordinarios á los dos citados oficios del Gobernador, con las 
que se debió aquietar, y no pasar á sorprender vuestro 
antecesor. Finalmente he venido en reservar á I). Juan 
Antonio Haedo y D. Domingo Bauzá su derecho para los 
daños y perjuicios que soliciten ser reintegrados, para de- 
ducirle en el juicio de residencia del referido Gobernador 
y Virrey.» (1 ) Andando el tiempo instauraron los dos al- 
caldes el pleito por daños y perjuicios; pero el Consejo de 
Indias desestimó su pretensión, contentándose con dejar 
subsistente la multa al Gobernador. 

IMieutras la magistratura alcanzaba esta victoria sobre 
la fuerza, una circunstancia extraordinaria estimulaba el 
progreso material, aumentando la población del país. Des- 



( 1 ) 4 cu los D. de P. 




272 



LIBRO IV. — GOIilEUXO LE PINO 



animada la Corte por los cuantiosos é inútiles esfuerzos 
que había hecho para poblar la Patagón ia, no solamente 
aprobó la resolución del ^"ilTey de Bueu(t§ Aires trasla- 
dando al Uruguay varias de las familias destinadas al in- 
dicado punto, sinó que mandó reducir á sólo uno, los esta- 
blecimientos fundados allí, con lo cual quedaron sin am- 
2)aro centenares de colonos. El Uruguay ofrecía amplio 
albergue á esos desheredados, y el Virrey, que ya habhi 
promovido la transmigra ción de algunos de sus compa- 
ñeros á este país, concibió el designio de instalar en el to- 
dos los que pudiera. Para el efecto, mientras enviaba u 
Maldonado algunas familias, j^ro^^ectó la erección de un 
pueblo en Soh's, prometiéndose satisfactorios resultados. 

La experiencia demostró que se equivocaba en esta ul- 
tima apreciación, descuidando los centros de vida espon- 
tánea, }Dara fundar establecimientos de porvenir aleatorio. 
Ya se ha visto cómo las masas campesinas, aspirando á 
perfeccionar su incoherente sociabilidad, se agriq^aban en 
las cercanías de los santuarios rurales, estimuladas por los 
jDarrocos, ó ilustradas por su interés iDrojáo. Pero á más 
de las localidades que el celo parroquial señalaba para re- 
fugio estable de la población flotante, existían otros iDuntos 
de ubicación jDropicia á las necesidades de la industria ó á 
las exigencias de la estrategia, pudiendo comiDrenderse en 
ese número los jDagos de San José y Minas, que ya cons- 
tituían el germen de futuros centros de actividad civiliza- 
dora. Los planes del Virrey amenazaban, pues, con una 
jDOStergación inconveniente los intereses representados \)or 
aquellas localidades, si motivos posteriores no los hubieran 
modificado. Porque el número de familias transmigradas 
de Patogenia exigiera ima pronta colocación, ó 2>orque el 




LIBRO IV.— GOBIERNO DE PINO 



273 



Virrey fuera advertido de las ventajas que San José y 
Minas ofrecían, es lo cierto que sin abandonar su proyecto 
sobre Solís, destinó i>or lo pronto una remesa de colonos 
a San José, mientras preparaba otra para Minas. 

Llegaron los de San José á su destino en 17S2 ( 1 ). Se 
componía aquel primer contingente de 44 familias caste- 
llanas, entre las cuales debían predominar las originarias 
de la Maragatcvía, supuesta la persistencia con que se ha 
conservado este nombre a los hijos de San José, designa- 
dos hoy mismo con el título de maragatos. Los vecinos 
nombraron entre sí autoridades municipales, quienes 
cedieron al reparto de sitios y chacras, donde los poblado- 
res construyeron viviendas de adobe y paja á estilo del 
país, y ima capilla para las funciones espirituales. Al si- 
guiente ano de 1783, según todas las probabilidades, fue 
fundado el pueblo de ]\Iinas, hoy ciudad de Lavallejay en 
honor á su hijo mas preclaro. 

Si en lo relativo á las cosas internas se procedía de esta 
suerte, los negocios de política internacional recibían tam- 
bién una solución por aquel tiempo. Empeñado Carlos III 
en damnificar á los ingleses, había reconocido la indepen- 
dencia de los Estados Unidos de América, en momentos 
en que Inglaterra no podía luchar contra la rebelión de 
aquella su colonia favorita. Avínose á partido celebrando 
la paz, y en 3 de Septiembre de 1783 firmó con España, 
Francia y los Estados Unidos un tratado en el cual ponía 
fin á la contienda armada que por tantos años devastara 
los dominios marítimos y terrestres de todos los firmantes. 
Por ese tratado se devolvía Menorca y se daba posesión 

(1) Memoria de Oyarcide (citada), — D¿V/r /o de Cahrer (MS). 

DOM, E3P. —II. 



18. 




274 



LIBRO IV. — aOBIERXO DE PINO 



plena de las provincias de la Florida á los españoles. Erar.^ 
cedidas á Francia las islas de Santa Lucía y Gorea y las| 
fortalezas situadas en el Senegal, señakindose á Tabagoí 
por garantía: todo esto en restitución y cambio de seis islas * 
en las Indias Orientales que los franceses habían tomado 
á Inglaterra. La Gran Bretaña conservó sus estableci- 
mientos sobre el río Gemba, abandonando á Pondichery y 
todas las poblaciones y fortalezas sometidas por los ingle- [ 
ses en el Indostán durante la guerra, que con tanta auda- ’ 
cia como fortuna hicieron bajo el mando de Olive, echando 
los cimientos del formidable imperio de su nación en la 
India. A los norte -americanos se les reconoció definitiva- 
mente la independencia, mejorándoles las fronteras de su 
país y favoreciéndoles en los privilegios para la pesca de 
Terra -Nova (1). 

Estas últimas cláusulas, en que Carlos III, poseedor de 
inmensas colonias en América, reconocía la independencia 
de otras en el mismo continente, fue un error que no es- 
capó á la penetración de muchos estadistas españoles, quie- 
nes sin odios de familia que vengar, encaraban de opuesta 
manera los resultados finales de aquel paso impolítico. 
Particularmente el conde de Aranda, negociador del tra- 
tado, apenas puso en él su firma, cuando dirigió á Carlos 
un oficio en que le decía : « Acabo de firmar, en vktud de 
los poderes y órdenes que Y. ]\I. se dignó darme, el tra- 
tado de paz con la Inglaterra. Esta negociación, que según 
ios honrosos testimonios que de palabra y por escrito se 
ha servido V. M. darme, debo creer haber sido concluida 
conforme á las Reales intenciones, ha dejado, sin embargo, 

(1) Oliverio Goldsmith, lltMorh de Inglaterra; cap LXVt 




LIBRO IV. — OOBIERXO DE PINO 275 

on mi alma una impresión dolorosa, que rae creo obligado 
a manifestar a V. M. La independencia de las colonias 
inglesas acaba de ser reconocida, y esto para mí es un mo- 
tivo de temor y de pesar. Esta repilblica federal ha na- 
cido pigmea, por decirlo así, y ha necesitado el apoyo y la 
fuerza de dos estados tan poderosos como la España y la 
Francia para lograr su independencia. Tiempo vendrá en 
que llegará á ser gigante, y aun, coloso muy temible en 
aquellas vastas regiones. Entonces ella olvidará los bene- 
ficios que recibió de ambas potencias, y no pensará sino en 
engrandecerse. Su primer paso será apoderarse de las 
Floridas para dominar el golfo de Méjico. » Y después de 
extenderse en largas consideraciones sobre dichos tópicos, 
concluía proponiendo el abandono de las colonias hispano- 
americanas, en estos términos : « Debe V. M. desprenderse 
de todas sus posesiones del continente americano, conser- 
vando solamente las islas de Cuba y Puerto-Rico en la 
parte septentrional, y alguna que pueda convenir en la 
meridional, con el objeto de que nos sirvan como de esca- 
las ó factorías para el comercio español. A fin de ejecutar 
este gTande pensamiento de una manera que convenga á 
la España, deberán colocarse tres infantes en América: 
uno de Rey de Méjico, otro del Perú, y el tercero de Costa 
Firme. V. M. tomará el título de Emperador (1). El tiempo 
confirmó con creces los temores de Ai^anda. 

No miró de buen ojo la Corte de Lisboa el avenimiento 
pacífico á que había llegado España con el inglés. Fuera 
cual fuese su resultado más remoto,' lo positivo era que la 



(1) xiinniies sobre los pinciiialcs sucesos que han inflmdo en el 
adual estado de la Aunrica del 6? ( Anónimo ; Bruselas, 1829), 




276 



LIBRO IV. — G0BIER>'0 DE PINO 



Corte de Madrid quedaba inmediatamente libre de enemi- ^ 
gos y podía exigir el cumplimiento de las obligaciones que > 
otros hubiesen contraído con ella. EstKba en este caso ; 
Portugal, que después del tratado de San Ildefonso, eludía 
con subterfugios la rectificación de las fronteras pactada 
formalmente. Se había apresurado á firmar la paz consi- 
guiendo inmensas ventajas; pero luego de verse en pose- 
sión legítima de Santa Catalina y Río -grande, y á España 
acosada por Inglaterra y sus enemigos, echó de lado todo 
compromiso, dando largas á la realización de las estipula- 
ciones que creaban límites definitivos en las fronteras co- 
munes. Ahora, pues, la paz sorprendía á la Corte de Lisboa 
y la obligaba á cumplir lo estipulado, ó en caso contrario 
á empuñar las armas; empresa dura á que no quería arries- 
garse por carecer de arrimo entre los ingleses. En conse- 
cuencia, se rindió á la necesidad, y el Virrey del Brasil, ac- 
cediendo á los reclamos del Virrey del Plata, dió aviso de 
estar pronto á emprender la demarcación. 

Según el plan adoptado, debía dividirse en tres gran- 
des partidas españolas y portuguesas, el personal comisio- 
nado por ambos gobiernos para proceder á la demarca- 
ción de límites, entrando respectivamente por el Para- 
guay, Corrientes y Uruguay á verificar sus trabajos. La 
partida destinada á operar en nuestro territorio iba á 
órdenes del Gobernador de Río -grande Sebastian Javier 
da Vega Cabral da Cámara, comisario portugués, y del ca- 
pitán de navio I). José Va reía, comisario de España. 
Luego que se juntaron ambos comisarios -en la frontera 
del Este, empezó un fortísimo debate, en que los portu- 
gueses desplegaron su táctica de esquivar el sentido literal 
de las palabras del tratado de límites, insistiendo los espa- 




JJIUU) IV. — UOJÍirOUXO DK VISO 



277 



ñolos 011 quo so rospotara. Dosjmos do inútiles esfuerzos 
para rediuár al Gobomador do Kío-graiido y sus oficiales, 
tuvieron los ospafiolos que abstenerse de lijar límite alguno 
á los terrenos anteriores al Chuy. Nuevas contestaciones 
prosiguieron originándose á cada paso con motivo de igua- 
les disputas, concluyendo D. José Varela por convencerse 
que el designio de entorpecer la operación era evidente en 
el Gobernador de Río -grande ( 1 ). 

Cruzáronse con este motivo algunas comunicaciones en- 
tre el comisario español y el Virrey de Buenos Aires, ex- 
poniendo aquel sus justas quejas y urgiendo este para que 
la demarcación se llevase á cabo. El Gabinete de Madrid 
quería, por otra parte, que se hiciese efectivo el cumpli- 
miento de un pacto de tanto tiempo atrás ajustado entre 
las dos potencias, y no encontraba razones valederas que 
se opusiesen á su realización definitiva. Con esto comenzó 
una correspondencia sostenida entre el Virrey de Buenos 
Aires y el de Río Janeiro, apoyando cada uno las preten- 
siones de sus respectivos comisarios, y sacando el debate 
del círculo de los subalternos para encararlo desde el punto 
de vista de las razones de estado. La idoneidad de los co- 
rrespondientes y su posición espectable, impuso una solu- 
ción al asunto, y por más que el Virrey portugués aglome- 



(1) En virtud de todo lo que se acababa de ver y de los devates ver- 
bales que ocurrieron sobre este inulto— (Wce un testigo presencial — mies- 
tro Director D, José Varela y Ulloa dirigió un oficio muy reservado 
(que tubimos en nuestras manos en confianza ) y diciéndole al señor 
Vhreij del Rio de la Plata: que en cumplimiento de su honor y del 
cargo que S. M. C. le había confiado, hacía presente á Su Excelencia^ 
para que lo hiciese al Rey, que los Portugueses no benian con ánimo 
de hacer la Demarcación de Límites entre una y otra nación (MS 
de Cabrer). 




278 



UBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 



rara nuevas dilaciones y subterfugios á los que había su- 
gerido, tuvo que aceptar la única solución posible. Onlcnes 
perentorias partieron de las capitales de uno y otro Virrei- 
nato para proceder á la continuación de los traliajos enco- 
mendados á cada partida, cerrándose con ello la disgustante 
polémica que se había originado. 

Por consecuencia, la demarcación dió principio en el 
arroyo del Chuy á 24 de Febrero de 17S4. Las partidas 
demarcadoras levantaron en unión los planos de los terri- 
torios comprendidos entre el Chuy, costa del mar, Kío- 
grande, San Pedro y costa oriental de la laguna Merín. En 
seguida se colocaron ocho marcos de frontera en esta forma: 
1.*^ Barra del arroyo del Chuy; Cabecera de ídem; 3.® 
Arroyito Capayú, cuya horqueta desagua en la laguna 
Merín por la parte oriental ; 4.*" Arroyo de San Luis, á una 
legua de su barra por la parte del E. ; 5.® Albardón de Juan 
María, á los 33 grados sobre la costa del mar; 6.*' Margen 
oriental de la Laguna Manguera ; 7.*" Cabecera del Tahiú ; 
8.*" Barra de ídem ( 1 ). Después se colocaron otros diez 
marcos desde Santa Tecla hasta el Monte - grande, los cinco 
de la parte de los españoles, y los otros cinco de la parte 
del Brasil, á uno y otro lado de la cuchilla general, indi- 
cando los situados al E. de dicha cuchilla, terrenos perte- 
necientes á Portugal, y los del O. terrenos pertenecientes u 
España, con el espacio entre unos y otros de tres cuartos 
de legua de terreno neutral ; distando los dos últimos como 
dos leguas próximamente del fuerte de Santa Tecla. Los 
parajes en que esos marcos se colocaron, después de le- 
vantarse los planos respectivos, fueron los siguientes. Por 



(1) Ajnmtes históricos sobre la áemarendón, oto. 




LIBRO IV. — COniKRXO DE PINO 



279 



p:irte do los espafíolos: l;’ En las cabeceras del Piray-guazu; 
2.” Eli las vortiontos del río Yaguarí; 3.'* Orígenes del río 
Caciquev; 4." En el cerro de Kaybaté; 5.’* En la margen 
del río Ibicuí-niiní. Por })arte de los portugueses: En 

las cabeceras del río Il)irá-ininí ; 2.'" En el cerro de Mbae- 
bení, á tres cuartos de legua al N. de él; B."" En un ramo 
del río Bacacay; 4.'' En frente del cerro Kaybaté; 5.® 
Cerca del Monte -grande. Sólo en los parajes donde se co- 
locaron marcos, anduvieron acordes con el tratado preli- 
minar los dos comisarios español y portugués, quedando 
en disputa todo lo restante del terreno hasta que sus res- 
pectivas cortes se conviniesen. 

En tanto que el convenio tuviese ó no efecto, acertó el 
Gobierno español á dictar una providencia muy importante 
con relación á las colonias. Concurría ella á promover se- 
riamente el servicio de correos, hasta entonces explotado 
como un medio político con indecorosa insistencia ; dán- 
dose el caso de que con este motivo el espionaje fuera tan 
sagaz, que Felipe II dictó en 1592 una disposición orde- 
nando el sagrado de la correspondencia, tanto oficial como 
privada: prueba evidente de las proporciones que ya en 
aquellos tiempos había tomado el espionaje (1). Ahora la 
Corte mandaba que los virreyes de América fueran dele- 
gados de correos y pudieran crear subdelegaciones pro- 
veyéndolas en las personas que supusieran más aptas para 
el servicio. El Virrey de Buenos Aires nombró al Gober- 
nador Pino por sul^delegado suyo aquí, pasándole en 
1785 el nombramiento con cargo « de entender y conocer 
de las causas civiles y criminales, que estuvieren por con- 



(1) Lobo, Historia general; r, i, ir. 




280 



MBKO TV. — GOBIERNO DE PINO 



cluir ó se suscitaren y ofrecieren de los dependientes del 
dicha renta de correos; sustanciándolas según derecho, y I 
dando con ellas cuenta al A^irrey para su reforma, sin per- 
juicio de que siempre que de oficio, para enterarse ó por 
recurso de las partes pidiere al Virrey los autos originales, 
se le remitan precisamente en el ser y estado que estuvie- 
ren para que en su vista se providencie lo más conveniente 
á justicia, aliado de las partes y bien del servicio; dejando 
salvo á aquéllas su derecho para las apelaciones que les 
otorgase en cuanto lugar hubiese para la superior Real 
junta establecida en Madrid á este efecto, y no para otro 
tribunal ; y á fin de que esta Real renta logre el beneficio 
en su administración y aumento, ocurrirá á sus admi- 
nistradores y demás encargados con los auxilios que le 
pidieren y pueden necesitar para el mejor desempeño de 
sus respectivas obligaciones, con el celo y esmero que 
exige el ser\dcio del Rey y del público; y también los 
protegerá, inhibiéndolos solícitamente de las demás juris- 
dicciones y cabos militares, » etc. ( 1 ) Lo exquisito de 
estas precauciones demuestra cuán fundadas en razón es- 
taban las quejas sobre violación persistente de la corres- 
pondencia. 

No faltaban en el Uruguay individuos emprendedores, 
que haciendo á un lado las atenciones políticas, buscasen 
lucros industriales. El reglamento de libre comercio había 
abierto un teatro más vasto á las especulaciones de ese gé- 
nero, estimulando la actividad de los colonos. Contábase 
en este número D. Francisco Medina, vecino de Montevi- 
deo, hombre arriesgado y de mucho aliento. Dueño de cre- 



( 1 ) Z/. C. de Montevideo. 




LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 



281 



oída fortuna ganada como asentista de la expedición de 
1777, meditaba engrosarla con la realización de nuevos 
planes. Al efecto, puso por obra emprender la pesca de la 
ballena en los mares patagónicos, muniendose de los ele- 
mentos necesarios para conseguirlo. Aprestó en 1784 dos 
fragatas de su propiedad, la « Vertiz » y la «Carmen», 
enviándolas á Patagonia provistas de arponeros y benefi- 
ciadores ingleses, y contando con que el logro de sus afa- 
nes se vería coronado por los resultados más satisfactorios 
é inmediatos. Era una industria nueva que abría perspec- 
tivas amplias á muchos y merecía sin duda los mejores 
plácemes al iniciador, quien hizo dos expediciones con 
éxito y se preparaba al año siguiente á emprender la ter- 
cera. Pero el Virrey marqués de Loreto, alegando quién 
sabe qué razones, le atravesó la tentativa, prendiendo y re- 
mitiendo á España los arponeros y demás beneficiadores 
ingleses, y causando á Medina inmensos daños y perj'ui- 
cios ( 1 ). I^a Corte desaprobó más tarde la conducta del 
Virrey; pero Medina tuvo que desistir de la empresa y con- 
formarse con los perjuicios padecidos. 

Sin embargo, como su carácter emprendedor le tenía 
siempre en actividad, planteó en 1786 un saladero de car- 
nes y tocinos en grande escala, siendo el primero que aco- 
metiese en el país tal industria á estilo del Norte. Favo- 
reció sus propósitos la ayuda de los ingleses balleneros 
que le habían sido devueltos de España; y compró para 
local del saladero la estancia denominada del Colla, donde 
hizo abundantes obrajes, estableció gran cría de cerdos y 
recogió más de 30,000 cabezas de ganado vacuno. Era su 



(1) Larranaga y Guerra, Apuntes históricos ¡ etc. 




282 



LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 



proyecto abastecer de estos renglones á la armada espa^ 
ñola, y se reputaba que el total de las cosas acopiadas y e; | 
establecimiento en el pie á que había sido levantado, podíi- 
apreciarse moderadamente en 200,000 pesos, suma fabu-' 
losa en aquellos tiempos y para este país. Cuando hacía 
sus j)rí meros ensayos le sobrecogió la muerte, llevándose 
hombre tan útil y de fortuna tan considerable. El marques 
de Loreto trabó embargo en sus bienes, sin dar la razón 
de ello, y dejó perecer el establecimiento, las salazones he- 
chas para un cargamento completo y los corambres aco- 
piados. Así arruinaban los virreyes del Río de la Plata, 
sin más excusa que su omnímoda voluntad y sin otro norte 
que sus preocupaciones ó intereses, á los hombres que por 
medio del trabajo honesto podían allegar fortuna en estos 
países. 

Pero si la de Medina se perdió, su industrioso ejemplo 
alcanzó á ‘reportar bienes á los colonos. El ramo de sala- 
zones, que no había sido objeto de especial cuidado, repor- 
taba hasta entonces pocos beneficios á sus explotadores, 
por efecto de las prácticas rudimentarias y la escala pe- 
queña que abrazaba su comercio. Cuando fue evidente lo 
que esa industria podía rendir, comenzaron muchos á de- 
dicarse á ella, adquiriendo los ganados mayor precio y los 
establecimientos de saladero más vuelo del que antes te- 
nían. Los conocimientos diseminados por Medina, apro- 
vecharon grandemente á sus imitadores, y el país contó 
con una industria, por decirlo así nueva, cuyo remhmiento 
dió á los colonos crecidos beneficios. Como que los sala- 
deros eran varios y sus planteadores no llegaban al nivel 
de Medina en recursos, el Virrey no se echó sobre sus 
bienes, y esta industria pudo crecer á escondidas, sin des- 




LIBRO GOBIERNO DE TINO 



283 



luinbrar a la autoridad superior, siempre celosa de todo 
brillo y asediando la ocasión de anularlo. He aquí, pues, 
cómo hasta la planteación inocente de una industria de 
salazón de carnes en el Uruguay, tuvo que presentar una 
víctima á la autoridad, pues de otra manera no habría 
nacido en esa escala. Y á vista de semejantes ejemplos, 
todavía se quejan escritores como Azara, de que los hijos 
de este país no fueran industriosos bajo la dominación 
española. 

El progreso natural, aunque lento del Uruguay, se ex- 
tendía á todos sus ámbitos. Resuelta la Corte á mirar con 
más atención nuestras cosas, auxiliaba estos dominios, ora 
con providencias dirigidas á soliviantar las ligaduras y 
restricciones que los estacionaban, ora con el envío de po- 
bladores. ]\Ialdonado estaba en este caso por el año de 
1786. Pueblo proyectado á la misma fecha que Monte- 
video, no tuvo igual suerte, porque siempre se le miró como 
local poco apto para centralizar un buen núcleo de elemen- 
tos de progreso. Situado á los 3U 53’ 12” latitud austral 
y 57'’ T 44” longitud occidental de París, el asiento llano 
y arenoso en que estaba y su lejanía del puerto, habían 
dispuesto mal á Zavala en su favor. Viana remedió la falta, 
fundándolo verdaderamente en 1757 con indígenas, y de 
entonces para adelante comenzaron á fijarse allí otros colo- 
nos, que en fuerza de laboriosidad y dedicación, arrancaron 
productos al suelo. En 1780, la Corte erigiáá Maldonado 
en ciudad (1); erección que le proporcionaba ciertas ven- 
tajas, ya por la posibilidad de tener un cabildo y mayores 
autoridades, ya porque una guarnición militar permanente 



( 1 ) Azara, Ilisi dd Parag, etc ; i, xv, ii. 




284 



LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 



le llevaría nuevos consumidores, alentando su vida comer- 
cial. ]\Iás adelante, con motivo de una concesión hecha 
para la pesca de anfibios en las costas de estos dominios, 
el Virrey de Buenos Aires mandó hacer un censo de las 
familias pobladoras residentes en la banda del Norte, y se 
supo existían hacia 1788 en Maldonado y San Carlos 124 
familias con 636 individuos ( 1 ). 

Hasta aquella fecha, los límites jurisdiccionales del Go- 
bierno de Montevideo habían sido inciertos, pues prime- 
ramente la fundación de Colonia por los portugueses, y 
después la distribución en varios puntos, de guardias espa- 
ñolas directamente sujetas á los gobernadores y virreyes 
del Plata, eliminaban toda unidad de mando en los terri- 
torios uruguayos. A suplir esta deficiencia se encaminó 
una disposición muy laudable. En 12 de Septiembre de 
1788, comunicaba D. Joaquín del Pino al Cabildo, haber 
resuelto el Virrey, con fecha 4 del mismo mes, que así 
como le estaba declarada al Gobernador de Montevideo la 
subdelegación de dicha ciudad y su jurisdicción, había de- 
terminado extenderla de ahí en adelante á los territorios 
de la Colonia del Sacramento, Real de San Carlos, Rosa- 
río, Víboras, Vacas, Santo Domingo de Soriano, Maldo- 
nado, Pueblo nuevo de S. Carlos, Santa Teresa, Santa Te- 
cla y demás de aquel continente (2). 

Entrado el año 1788, había muerto Carlos III, dejando 
la monarquía en paz, aunque mermada de territorios, y 
comprometida por su política en futuros disturbios. Le su- 
cedió su hijo bajo el nombre de Carlos IV, ordenando á 



(1) Funes, Ensayo, etc; iii, vi, v. 

(2) Oricio de Pino (Arch Gen). 




LIBRO IV. — GOBIERXO DE PINO 285 

los diez días de ocupar el trono que se hiciera público re- 
conocimieuto de su persona y derechos. Con este mo- 
tivo decía al Gobernador de Montevideo desde Madrid, con 
fecha 24 de Diciembre: << he resuelto que luego que reci- 
báis este despacho, hagáis como os lo mando, publicar su 
contenido en esa ciudad y en las demás de vuestra gober- 
nación con la solemnidad que en semejantes casos se hu- 
biere acostumbrado, para que llegue á noticia de esos mis 
vasallos y me reconozcan por su legítimo Rey y Señor na- 
tural, obedeciendo mis Reales órdenes y las que en nombre 
mío les diereis, » etc. ( 1 ) Lo que fue cumplido como era 
de forma, concibiéndose las esperanzas que todo nuevo rei- 
nado hace nacer. Esperanzas vanas esta vez. 

Entre los asuntos que dejara solucionados el monarca 
anterior, estaba el plan de una expedición científica con 
cargo de dar la vuelta al mundo haciendo varias investi- 
gaciones astronómicas, geográficas y de liistoria natural, y 
estudiando de paso las costas americanas bajo el dominio 
español. El director y jefe de la expedición mencionada 
debía serlo el brigadier D. Alejandro Malespina, acom- 
pañado de oficiales expertos que se embarcaron en las 
corbetas Descubierta y Atrevida. Llegó la expedición en 
1789 al puerto de Montevideo procedente de Cádiz, y co- 
menzó á practicar trabajos útiles y provechosos en las cos- 
tas platenses y patagónicas. El resultado de estos trabajos 
fue que se fijaron con exactitud muchas limitaciones, puntos 
y cosas que hasta entonces dependían del cálculo arbitrario; 
proporcionando por medio de los oficiales facultativos que 
se dieron á observar nuestras costas y territorios, estudios 



(1 ) L. C. de Montevideo, 




286 



LIBRO rv. — GOBIERNO DE PINO 



completos que depositados en los archivos, han servido 
después para investigaciones muy útiles (1). 

Á esto, y entrado el año 1790, se marchú-Pinoá Buenos 
Aires, donde debía hacerse cargo del Virreinato, dejando^ 
en su lugar interinamente al coronel D. ^Miguel de Tejada 
mientras venía de la Corte la provisión de la persona que 
hubiera de ocupar en carácter efectivo el puesto. Cosa notable 
no aconteció bajo él mando de Tejada, á no ser una disputa 
entre el Cura vicario de Montevideo y el Cabildo sobre si 
se habían de enterrar ó no cadáveres en las iglesias. Tam- 
bién ocurrió en esa fecha la colocación de la piedra fun- 
damental de la nueva iglesia Matriz de la ciudad, verifi-, 
cándose el acto con mucha pompa, y esforzándose el Ca- 
bildo por perpetuar su recuerdo con una inscripción latina 
que hizo grabar sobre la mencionada piedra ( 2 ). Y con 
esto concluyó lo acaecido bajo el gobierno interino de 
Tejada. 



{It Larraííaga y Guerra, Apúnteos hisióricos, etc. 

(2) He aquí la inscripción copiada textualmente de los libros capitu- 
lares: *^Fosteritati uotinn fíat an?io 1700: Saxmn hoc in fundamento 
Jacitian demonstrare, Senntum sccularem anuo presente guvernaniem 
euius nomina, manera que nolis ¡itcrarum conscrihuntur. lus. Judex 
ordi)iarius DD. Joannes ah Ellauri, 2us. Judex Ordinarias DD. Joa- 
chinus a Chopitea. Vexilifer Itegalrs DD. Joannes Franciscas Uarria 
de Zuñiga. Accensus Virgatus maior DD. Iiuimundus a Ca'.ercs. Jta 
dex FrovinciaUs DD. Augusfatus a llordíneuta. Fidel ix cxunnnator 
ponderum etc. Joannes a Xerpe. Depossilli Cusios generalis Josephus 
a Silva. Frocurator generalis DD. Bernardas a la Torre— Todc ct im 
fra invcnics Lapidem fundamentakm.* 




LIBRO QUINTO 





Brigadier D. Antonio Olaguer Feliú 



4.® GOBERNADOR DE MONTEVIDEO 




LIBRO QUINTO 



GOBIERNO DE OLAGUER FELIü 



D. Antonio Olaguer Feliií. — Real Cédula para la elección de alcaldes 
ordinarioíí. — Otra permitiendo el comercio de esclavos, —Vida in- 
terna de Soriano. — Fundación de Mercedes. — Progresos de Maído- 
nado.— Creación de la Compañía Marítima.— Habilitación del puerto. 
—Ruina de la Compañía. — Comercio uruguayo en 17í)2. — Pleito 
ganado por el Cabildo de Montevideo al Gobernador. — La pena 
de azotes. — Desmoralización del Cabildo de Montevideo.— Repetidos 
atentados del Gobernador contra él. — Venta del empleo de Alcalde 
Provincial. — La instrucción gratuita. — Paz con Francia y ruptura 
con Inglaterra. — Fundación de Meló. —El Virrey de Buenos Aires 
se traslada al Uruguay. — Su detención en Pando y su muerte allí. — 
Le sucede Olaguer Feliií. 

(1790 — 1797 ) 



El sujeto provisto Gobernador de Montevideo en pro- 
piedad, según Real Cédula de Aranjuez, fue D. Antonio 
Olaguer Feliú, á quien antes de su muerte tenía designado 
Carlos III para este empleo. Había hecho Olaguer la me- 
jor parte de su carrera en América, viniendo por coman- 
dante de batallón en 1777 con Cevallos, y elevándose de 
ahí á brigadier é inspector general de las tropas del Plata; 
cargo que ocupaba en momentos de recibir su nuevo título, 
presentado al Cabildo á 2 de Agosto de 1790. De moda- 
les afectados y salud enteca, era notable el afán de cum- 



Dom. Esp. — II. 



19 . 




290 LIBRO V. — GOBIERNO DE OLAGUER FELlÚ 

plimientos que le distinguía. Esto mismo le singularizó 
algunos años más tarde en la Corte, cuando desempeñaba 
el Ministerio de Guerra, no faltando historiador que le 
designase á la posteridad con los dictados de ceremonioso 
y enfermizo (1). Fuesen estas ó no las calidades más no- 
tables del nuevo Gobernador, en el mismo día de exhibir 
su título entró á ejercer el cargo. 

Encontraba el espü'itu público amortiguado, deseosos los 
colonos de entregarse al fomento de sus intereses particu- 
lares, más bien que á las agitaciones políticas, semillero 
hasta entonces de amarguras. El acrecentamiento de la 
población, creando por todas partes nuevos centros de so- 
ciabilidad, abría campo á trabajos lucrativos. Ciertamente 
que eran continuas y antojadizas las trabas opuestas al 
progreso industrial; mas ello no desanimaba á los hombres 
de importancia, como si quisieran resarcirse de un ostra- 
cismo político forzoso, por el empleo de sus energías en la 
especulación. La generalidad seguía este impulso, buscando 
en las faenas agro -pecuarias ó en las industrias conexas, 
un aumento de bienestar, aspiración cada vez más acen- 
tuada entre las masas populares por los tiempos en que 
vamos. 

El nuevo Gobernador pudo apreciar por sí mismo y en 
breve, la apatía política que dominaba el país. De las pri- 
meras novedades de su gobierno fue una disposición de la 
Corte sobre la duración de titulares que se eligieran para 
alcaldes ordinarios. En 13 de Enero del año anterior, ha- 
bíase dirigido el Cabildo al Rey pidiéndole modificase los 
artículos 8.® y 116 de la Instrucción de Litendentes, en los 



(1) Toreno, HiM, del levantamiento y revolución de España: i, u. 




LIRRO V. — GOBLI'RNO PE OEAGUER FELIÚ 291 

ciuilos se prorrogaba hasta dos años la permanencia de los 
alcaldes en sus empleos. Semejante práctica recargando 
mucho por entonces á los individuos aptos para ocupar 
dichos puestos, les obligaba á abandonar sus negocios por 
tiempo más largo del soportable: así es que en 12 de Mayo 
de 1790, fuei'on revocados por el Rey los predichos artí- 
culos en cuanto á Montevideo concerniesen (1). Es de 
notar, cómo á la época de La Rosa se admitía la reelección 
y era considerada un honor para los candidatos, mientras 
ahora nadie quería admitir la prórroga del tiempo desig- 
nado para servir oficios públicos. Lo que demuestra que la 
violencia de los gobernadores y la venta de los empleos 
habían ido enfriando aquel entusiasmo desinteresado que 
tanto distinguió al Cabildo. 

Concurría á sustituir el espíritu político 'por la preocu- 
pación industrial, cierta inclinación de la Corte á liberali- 
dades con la única zona que siempre mantuvo en clausura 
inaccesible. Desgraciadamente, algunas de sus franquicias 
eran contrarias al interés común bien entendido. Por Real 
Cédula de 24 de Noviembre de 1791, se habilitó durante 
el término de seis años á los colonos del Río de la Plata 
para ejercer el comercio de esclavos negros, derogando las 
antiguas leyes prohibitivas que cerraban estos puertos á las 
naciones extranjeras deseosas de concurrir al tráfico. Don 
Antonio Tomás Romero, vecino de Buenos Aires, aprove- 
chó la oportunidad, aprestando una expedición para las 
costas de Africa; empresa ardua, de la cual habían desis- 
tido los mismos españoles europeos. Envió allí una fragata 
de 300 toneladas, que á los ocho meses estuvo de regreso 



( 1 ) 1 /. C. de Montevideo, 




292 LIBRO V. — GOBIERNO DE OLAGUER FELIÚ 

con 425 esclavos, fuera de ll6 que perdió en la travesía. 
El éxito le estimuló á proseguir en sus propósitos, y nue- 
vas expediciones le procuraron pingües ganancias. Sin em- 
bargo, el temor de aventura tan lejana, retrajo á otros súb- 
ditos de ser sus imitadores, y con esto se dió gran vuelo á 
las expediciones de los portugueses. Toda la demanda de 
esclavos se dirigió al Brasil, y como los habitantes de ese 
país, por muchas razones de sociabilidad y dominio de su 
Metrópoli, estuvieran en relación estrecha con Africa, pu- 
dieron introducir grandes remesas en nuestros puertos. 
Montevideo solamente en tres años recibió 2G89 esclavos 
negros, vendiéndose una buena parte de ellos en Buenos 
Aires (1). 

Mientras la vida interna de Montevideo se concretaba al 
desenvolvimiento de sus recursos materiales, Soriano, el 
más viejo de los pueblos uruguayos, sufría modificaciones 
en su contextura íntima. Largos y complicados accidentes 
precedieron y siguieron la entrada de los chañas al gre- 
mio cristiano, desde que Juan de Barros les indujo á mo- 
dificar su actitud frente á Zárate, hasta que los misioneros 
católicos, sacándoles fuera de sus islas, les estimularon á 
construir rancherías y santuarios á una y otra banda del 
río Uruguay, por los años lG19y 1G24. Siguiendo las ad- 
vocaciones de sus titulares respectivos, parece que el esta- 
blecimiento de la banda occidental se llamó Concepción ^ 
mienti'as el de la oriental tomó el nombre de Santo Do- 
mingo de Soriano. Semejante muestra de adhesión al 
conquistador, atrajo sobre los indígenas convertidos la hos- 
tilidad de sus convecinos, y la autoridad española, no sa- 



(1) Informe de Airedondo (Rev de la Bib de B. A., iii). 




LIBRO V. — GOBIERNO DE OLAGUER FELIÚ 



293 



hiendo ó no pudiendo protegerlos de otro modo, los entregó 
á oficiales militares en carácter de encomienda. Pero esta 
solución, lejos de mejorarles, empeoró su estado, así es que 
de allí á poco, empobrecidos y hostigados, abandonaron 
uno y otro establecimiento, echándose á correr el país, sin 
]uás esperanza de refugio para los contratiempos posibles 
que las islas del Vizcaíno en la embocadura del Río -negro, 
antigua posesión de la tribu. 

Hacia 164S fijaron asiento en la mayor de dichas islas^ 
consiguiendo el amparo de la Corona y ciertas exenciones 
debidas á su condición de pueblo de indios convertido es- 
pontáneamente, según lo acreditaban documentos regios 
que desaparecieron en el incendio del primer edificio capi- 
tular. Sesenta años permanecieron en aquella situación, 
por decirlo así vegetativa, pues todo su comercio se redu- 
cía, según reza un petitorio oficial de la época, « á ir en 
sus canoas hasta el puerto de las Conchas, con cuatro ties- 
tos y esteras y gallinas, empleando el producto obtenido 
en mercar sus menesteres. » ( 1 ) Pero como el precio de 
los artículos de consumo subió progresivamente en rela- 
ción de 1 á 5, al malestar de los chañas se hizo tan ti- 
rante, que apenas podían subsistir. Entonces apoderaron 
al teniente José Gómez, morador del pueblo, para que ges- 
tionase en 1707 del Gobernador de Buenos Aires su tras- 
lación á tierra firme, consiguiendo en 1708 el permiso 
para verificarlo. Data de esa época, pues, la última y de- 
finitiva fundación de Soriano, en el sitio donde hoy se 
halla. 

Pronto experimentaron los pobladores un cambio de 
(1) Antecedentes sobre la fundación de Soriano (Arch Gen), 




294 



LIBRO V. — GOBIERNO DE OLAGUER FELIÚ 



suerte. Puestos al habla con los traficantes y vaqueros que 
cruzaban el país, creció su comercio y aumentó su pobla- 
ción estable, radicándose entre ellos algunos españoles que 
formaron familias. El Cabildo, compuesto de dos alcaldes 
y cuatro regidores, promovió en cuanto pudo el fomento de 
los intereses locales, obteniendo de los gobernadores de 
Buenos Aires sucesivas concesiones. Zavala fijó límites á 
la jurisdicción de Soriano, dándole por el frente desde la 
boca del río San Salvador hasta el arroyo de Maciel, con 
un fondo que se extendía desde este último hasta el 
Arroyo -grande; y Andonaegui confirmó en 1755 dichos 
límites, mientras campado en la costa del Río -negro, pro- 
seguía su célebre campaña militar de entonces. Con esta 
ampliación jmásdiccional que le permitía utilizar el arbo- 
lado de las costas, imponiendo un tributo á los leñateros, 
al mismo tiempo que obtenía en propiedad una zona ade- 
cuada á la manutención de ganados, conquistó Soriano ele- 
mentos de vida propia, constituyendo un núcleo de po- 
blación donde fusionaron las razas indígena y española. 

Los atractivos de la industria ampliaron la esfera de ac- 
ción de aquellos colonos, irradiándola por todo el perímetro 
asignado á su dominio, especialmente en los pasos y luga- 
res que habilitaban el franqueo de los ríos y arroyos limí- 
trofes. De los primeros en sufrir esa infiuencia, fue el 
Paso de la Calera sobre el Río -negro, muy frecuentado 
de ciertos vaqueros, y de algunos acopiadores de cal. Poco 
á poco se desparramó entre Soriano y dicho punto una 
cantidad de población, que consultando sus necesidades 
propias, fijábase paulatinamente á la tierra. Nació con esto 
un nuevo distrito, y en 1787, el párroco de Soriano, 
D. Manuel Antonio de Castro y Careaga, pidió licencia 




LIBRO V. — GOBIERXO DE OLAGÜER FELIÚ 295 

al Virrev de Buenos Aires para edificar á su costa, una 
capilla en el Paso de la Calera, Fue concedida la licencia, 
y al alio siguiente se colocó la piedra fundamental del tem- 
plo. Pero dificultades nacidas en su mayor parte de la 
rivalidad que originaba la fundación en proyecto, retarda- 
ron la obra, no pudiendo abrirse al culto publico la capilla 
del Paso de ¡a Calera, según presunciones vehementes, 
hasta 1791. 

Á la sombra de aquel templo, nació la ciudad de Mer- 
cedes, cuna de la independencia uruguaya. Los de Soriano 
nunca perdonaron á los de Mercedes una fundación que 
en cierto modo les independizaba de ellos, y el Cabildo 
gestionó varias veces contra la conducta levantisca de los 
jueces pedáneos del nuevo establecimiento, quienes solían 
regatearle jurisdicción, ó buscaban pretextos para no con- 
cedérsela. De todos modos, la iniciativa de Casü*o y Ca- 
reaga tuvo lisonjera confirmación en los hechos, pues Mer- 
cedes empezó á transformarse en un centro urbano, cuyos 
aumentos debían darle legítima infiuencia en los destinos 
futuros del país. Así, pues, este párroco colonizador, al 
igual de Laguna y otros, asoció la piedad y el progreso 
en la más hermosa de las fraternidades. 

No solamente adelantaba Mercedes, sino que en el ex- 
tremo opuesto, otro pueblo luchaba por fijar sus destinos. 
La repercusión del movimiento económico, en la escala y 
esfera que lo permitían las circunstancias, empezaba á sen- 
tirse en Maldonado, hacia cuyo punto sólo había dirigido 
hasta entonces sus vistas el Gobierno de Madrid, cediendo 
á motivos puramente militares. Codiciada por franceses y 
portugueses, la Corte debió atribuir cuando menos á dicha 
localidad una importancia estratégica, ya que los informes 




296 



UBRO V. — QOBIER.VO DE OLAGÜER FELlá 



de Zavala le negaron desde el primer día toda ventaja co- 
mercial; pero no obstante las órdenes recibidas en aquel 
concepto, los sucesores de Zavala nada hicieron para poner 
á Maldonado en condición de resistencia. El ejercicio de 
un mando jurisdiccional mas limitado, inspiró á Yiana 
ideas precisas sobre el doble papel que las eventualidades 
de futuro reservaban á un local cuya posición marítima lo 
hacía punto avanzado de la defensa del Plata, mientras por 
tierra era antemural contra las invasiones de la frontera 
del Este, siempre asechada de los portugueses; así es que, 
apenas le fué hacedero, concentró en 1757 un núcleo de 
población allí. Aun cuando el monopolio comercial y la 
clausura marítima pesasen sobre el nuevo establecimiento, 
su condición de punto intermedio de las comunicaciones 
entre Montevideo y los pueblos entonces españoles de Río- 
grande, le fué de gran provecho para progresar. 

Crecía, pues, Maldonado bajo firmes auspicios, cuando 
los portugueses se hicieron dueños de Río-gi*ande en 1775. 
No se advirtió por lo pronto el efecto de tal descalal)ro. 
Con motivo de la guerra de 1777, Cevallos fijó allí su 
cuartel de reserva, mandando que se edificasen baterías y 
cuarteles permanentes, tanto en el puerto y punta del Este, 
como en la isla de Gorriti, y formando un depósito de per- 
trechos y víveres cuyo transporte requirió cantidad de 
buques de guerra y mercantes. Tan inusitado movimiento 
marítimo y terrestre, transformó á ^íaldonado en alegre y 
bulliciosa ciudad, promoviendo la circulación de la riqueza 
con la ocupación de tantos brazos y el estipendio de tra- 
bajos tan multiplicados. Pero restablecida la paz, se di- 
solvió todo aquel progreso, pues Río -grande fue entregado 
á los portugueses, con lo cual cesó la importancia interine- 




LIBRO V.— GOBIERNO DE OIAGUER FELIÚ 297 

tila (le Maldonado, y la conservación de las obras militares 
levantadas por Cevallos fue echada al olvido, quedando 
apenas en pie uno de los cuarteles construidos en el pueblo. 

En 1784 Maldonado presentaba el mas triste aspecto. 
Su población urbana se componía de un centenar de veci- 
nos, habitantes de otras tantas casas do piedra, techadas 
indistintamente de paja ó pizarra de las inmediaciones. 
Sobresalía entre ellas una de reciente construcción y am- 
plia comodidad ; pero aun cuando su alquiler anual estaba 
avaluado en 12 pesos, nadie quería ocuparla. Otras vivien- 
das de ménor importancia estaban desocupadas también, 
produciendo ese abandono desagradable impresión. La 
plaza principal era espaciosa, pero no pasaba de un rancho 
de paja la Iglesia que daba frente á ella. Los vecinos se 
mantenían de la elaboración de manteca y quesos, que ex- 
portaban para Montevideo y Buenos Aires, junto con al- 
gunos cargamentos de huesos, cuyo beneficio era bien acep- 
tado. En la isla de Lobos habíase establecido la matanza 
y explotación de dichos anfibios, la que rendía de 1,500 á 
2,000 cueros anuales, comprados en Montevideo á 1 12 real 
cada piel, y alguna grasa, cuyo precio era de 4 á 6 pesos 
por barril (1). 

Cuatro años después cambiaba esta situación. Propo- 
niéndose estimular la pesca de la ballena y otros peces, 
ensayada con mal éxito para el Erario publico diez años 
atrás en la costa ¡patagónica, la Corte había sancionado 
en 1789 los estatutos de una Compañía Marítima, con 
destino á explotar dicha industria en todos los mares de 
su dominio. El fondo de la Compañía era de 6:000,000 

(1) Ikmoria de Oyarvíde ( citada ).— de Cahrer (MS). 




298 LIBRO V. “GOBIERNO DE OLAGUER FELIÚ 

de reales, distribuidos en acciones de 1,000, y sus privile- 
gios principales, la venta exclusiva de los productos de 
pesca en Africa y América, la recluta de familias penin- 
sulares para formar colonias en las costas americanas, el 
empleo indistinto de operarios de todas procedencias, y la 
indicación de los puertos que debieran habilitarse bajo el 
título de licuores, j^ara favorecer un intercambio local con 
la Metrópoli, que estaba exento de toda contribución y de- 
recho, incluso el de alcabala. Estas liberalidades, á más 
del amplio beneficio que aportaban á sus operaciones, per- 
mitieron desde luego á la Compañía enrolar en su servicio 
arponeros y pescadores ingleses y norte -americanos, y ma- 
rinería del mismo origen para engrosar la tripulación de 
sus barcos. Estableciéronse las familias de inuclios de los 
enrolados en los puertos de escala, y ese aumento de po- 
blación, agregado al comercio de retorno, que se verifi- 
caba con los productos del país, revivió diversas locaU- 
dades. 

Fue de este número Maldonado, cuyo puerto visitaron 
las primeras embarcaciones de la Compañía en 1790, dán- 
dose cuenta de la utilidad que podía prestarles. Xo sola- 
mente les satisfizo su situación como punto de escala, sinó 
que se prometieron buenas ganancias con la pesca de lobos 
marinos, tan abundante y mal explotada hasta entonces. 
Emprendidas las tentativas conducentes á ese objeto, el 
resultado justificó las esperanzas, exportándose dos carga- 
mentos de grasa y cueros de lobo, que fueron vendidos á 
buen precio. Semejante éxito estaba indicando que debía 
regularizarse la faena por medio de un establecimiento su- 
cursal, con recursos bastantes y peonadas idóneas. Tal vez 
habría sido ésta la solución final adoptada por la Corapa- 




j LIBRO V. — GOBIERNO DE OLAGUER FELITJ 299 

I ñía de propia voluntad, si no se Imbiese visto compelida á 
; adoptarla por la fuerza, coafiriiiáiido la regla de que todo 
! progreso debía venirle al Uruguay por inverso designio 
ó mano extranjera. 

Inglaterra no miró de buen talante la concurrencia ex- 
traña en una industria que siempre había pugnado por re- 
servar á sus hijos. Además, tenía motivos de especial re- 
sentimiento con España desde que esta reconociera la 
independencia de Estados Unidos, y buscaba la ocasión de 
vengarse, como lo hizo, apoderándose del puerto de /S'au 
Lorenzo en la America del Norte, y promoviendo con ello 
una cuestión que puso á prueba la inconsistencia del Pacto 
de famiUci, alegado por Carlos III ante los demás Borbo- 
lles para defenderse de aquella agresión injusta. Revolu- 
cionada Francia, inquietas é indisciplinadas las pequeñas 
cortes italianas, Carlos III no encontró apoyo serio de 
parte de su familia, á quien todo lo había sacrificado, y 
tuvo no solamente que pactar con Inglaterra el abandono 
militar de San Lorenzo, sinó que suscribió la Convención 
de 28 de Octubre de 1790, declarando libre para los sub- 
ditos británicos la navegación y pesca en el Pacífico y 
mares del sur ( 1 ). 

La Compañía Marítima se encontró, pues, con un rival 
formidable apenas emprendiera sus operaciones. Podían 
los ingleses, según la Convención ajustada, formar estable- 
cimientos permanentes en las costas de la, América del 
Norte, á diez leguas de distancia de los puntos ocupados 
por España, para evitar todo comercio ilícito con ellos. 
En cuanto á la América del Sur, era permitido á los 



(1) Calvo, Colección de tratados; ni. 




300 



LIBRO V. — GOBIERNO DE OLAOUER FELTÚ 



súbditos británicos, desembarcar en sus costas é islas, 
levantando cabañas pro\dsionales para los objetos de 
la pesca; pero ni españoles ni ingleses podían construir 
establecimientos firmes en aquellas costas, respetándose, 
sin embargo, los que España tuviera ya construidos. En 
artículo adicional secreto, limitaba esta prohibición al caso 
en que una tercera potencia se estableciese en los parajes 
indicados, pues entonces, ingleses y españoles podrían á su 
vez extenderse sin restricción sobre ellos. Sería ocioso enu- 
merar las ventajas que semejante ajuste proporcionaba á 
Inglaterra, dándole el privilegio de pesca en los vastos do- 
minios marítimos de España, y previniendo á favor suyo 
en la America del Sur toda rivalidad temible. 

Debido á estas restricciones, la Compañía necesitó cir- 
cunscribirse en el hemisferio Sud á los establecimientos 
ya existentes, fundando una sucursal en Puerto Deseado 
y otra en Punta de la Ballena, nombre este último que 
llevaba desde antiguo en Maldonado el local elegido para 
ese fin. Acumuláronse en el establecimiento uruguayo los 
peones y enseres que pedía su nuevo destino, y en poco 
tiempo Maldonado, antes tan solitario y mustio, fue el 
centro de un activo movimiento industrial. La peletería y 
fabricación de gorduras ocupó buen número de brazos y 
produjo aumentos á la renta pública. Expediciones suce- 
sivas de esos productos encontraron fácil mercado exterior, 
proporcionando á la Compañía buenas ganancias. Enton- 
ces el interes fiscal y el particular acudieron á la Corte 
pidiendo ampliación de sus facultades, aquel por medio 
del Virrey Arredondo, que solicitó la creación do un Mi- 
nistro permanente de Real Hacienda en INÍaldonado, y este 
por medio de la Compañía, que pidió se habilitase la ciu- 




LIBRO V. — GOBIERNO DE OLAGUER FELlÚ 



301 



dad como Piu'rto 3Icnor, con todas las exenciones y pre- 
rrogativas inherentes á dicho título. 

Aceptó la Corte ambas proposiciones. En 4 de Mayo 
de 1792 fue creado el empleo de Ministro de Real Ha- 
cienda para Maldonado, proveyéndose el cargo en D. Ra- 
fael Perez, que era la persona propuesta. Poco meses más 
tarde (Septiembre 10), obtuvo despacho favorable la ins- 
tancia de la Compañía Marítima, habilitándose á Maldo- 
nado en calidad de Puerto Menor « para todas las expe- 
diciones que la Compañía hiciera á él con sus propios bu- 
ques, y para que pudiera hacerse el registro de los efectos 
que condujeran aquéllos desde Europa, de cuenta de la 
Compañía y de la de particulares, como también el de los 
frutos que cargaren de retorno; concethendo á dicho puerto 
la misma exención de derechos y contribuciones que se 
concedió en general á los demás menores por Decreto de 
28 de Febrero de 1789. » ( 1) 

Medidas tan oportunas alentaron el progreso industrial 
y rentístico. El comercio de intercambio con la Metrópoli, 
facilitando á los habitantes de Maldonado la venta de sus 
productos, les abastecía al mismo tiempo con artículos des- 
tinados á satisfacer necesidades de comodidad y consumo. 
Pero cuando todo presentaba perspectivas tan halagadoras, 
se produjo una intercurrencia funesta. Los que habían ex- 
pulsado á los jesuítas por f analizadores de los pueblos, se 
sintieron asaltados de un escrúpulo extemporáneo. Creye- 
ron, ó afectaron creer, que los pescadores y colonos ingle- 
ses y norte- americanos, residentes en el nuevo estableci- 
miento, dañarían por su disidencia religiosa los intereses 



(1) Ileales Ordenes de 4 Mayo y 10 de Septiembre 1702 (Ardí Gen). 




302 LIBRO V. — GOBIERNO DE OLAOUER FELlÚ 

espirituales del conjunto, y les dieron á elegir entre la pro- 
fesión del catolicismo con juramento de vasallaje político 
á España, ó la vuelta á la simple condición de transeúntes 
sin domicilio fijo. Negáronse los conminados á aceptar 
condiciones tan duras, y la Compañía, reducida á la gente 
de mar española y estrechada por la concurrencia britá- 
nica, sucumbió presa de la ruina, arrastrando en ella á 
Maldonado. 

A pesar de tan continuados descalabros, se esforzaba el 
Uruguay por tomar, rango propio en el concierto de las 
agrupaciones comerciales. Montevideo era su puerto único 
habilitado para el comercio de exportación, pues Maído- 
nado lo fue accidentalmente para la Compañía Marítima, 
y mientras duró el tráfico de aquella. Los estados oficiales 
de 1792 demuestran la importancia adquirida por el co- 
mercio uruguayo de entonces. Según ellos, entraron en 
Montevideo ese año 67 embarcaciones, conduciendo mer- 
caderías por valor de 2:993,267 pesos, y salieron 69, con 
valores en plata y frutos del país que sumaban 4:750,094 
pesos (1). 

Volvamos ahora á las cuestiones políticas. La circuns- 
pección ceremoniosa de Olaguer Feliú se había puesto á 
prueba con motivo de un incidente de jurisdicción interna. 
Acostumbrábase en Montevideo, con motivo de la víspera 
y día de los Patronos de la ciudad, á verificar dos proce- 
siones, en las cuales tomaban parte el Gobernador, el Ca- 
bildo y todas las autoridades y vecinos. Con este fin sacá- 
base el estandarte Real para dar más solemnidad al acto, 
y como quisiese representarse con ól á la persona del Rey, 



(1) Memoria de Oyarvide (citada). 




’ LIBRO V. — GOBIERXO DE OL.VGUER FELTÚ 803 

[ iba aquella bandera ocupando la derecha del cortejo. Ola- 
guer creyó (pie argüía menoscabo á su persona, el aban- 
dono del sitio de preferencia en la procesión, así es que, 
apenas invitado a asistir, replicó aceptando, pero con la 
numiliesta cláusula de que «por la ley 50, tít. 15, lib. 3.’’ 
de las Municipales, hallaba fundamento para ir aquella 
tarde y el día siguiente en el paseo ocupando la derecha 
del Real pendón; pero no obstante, como su intención era 
dirigida á conservar ilesas las prerrogativas con que se ha- 
llaba distinguido este gobierno, estaba pronto á ocupar el 
lugar que en semejantes casos habían llevado sus antece- 
sores, reservando su derecho para recurrir á la Real per- 
sona, » etc. El Cabildo ocurrió al Rey con aviso de sus de- 
signios y de la respuesta del Gobernador, y aquél, oído 
que hubo el dictamen del Consejo de Indias, respondió en 
11 de Noviembre de 1792 : « He resuelto que en esa ciu- 
dad se observe la expresada costumbre de ocupar la de- 
recha del Gobernador, cuando sale en público el Real pen- 
dón ; y que si en cuanto al hecho de la costumbre ocurriese 
alguna duda al Gobernador, podrá ocurrir á mi Real Au- 
diencia de Buenos Aires, » etc. ( 1 ) 

Por este tiempo se distinguió la Audiencia pretorial de 
Buenos Aires, dictando un fallo con mucho honor. Acos- 
tumbrábase á aplicar en estos países la pena de azotes, con 
una prodigalidad que rayaba en saña. Cierto es que las 
leyes autorizaban esa clase de castigo bochornoso, pues las 
de Indias ¡permitían que á los indígenas reducidos se les 
aplicasen seis ú ocho azotes por faltar á la misa en día 
domingo, y algunos más si se embriagaban. También era 



{!) L, C. de Montevideo, 




304 



LIBXIO V. — GOBIERNO DE OLAGUER FEUÚ 



costumbre azotar á los vagos y ladrones, siendo así que en 
la plaza del Cabildo de Montevideo había un cañón donde 
se les ataba flagelándoles en publico. Mas todo esto, á me- 
dida que adelantó la cultura, debía veriflcarse previa infor- 
mación sumaria del hecho y sentencia de juez competente. 
Con todo, el procedimiento se echaba en olvido frecuente- 
mente y no mediaba largo plazo entre los tristes espectácu- 
los de azotamientos públicos, cuyas víctimas lo mismo eran 
pretensos hechiceros, que vagos y ladrones traídos de cam- 
paña. La superstición y la ignorancia solían señalar también 
á ciertas mujeres, que con título de brujas, daban pábulo á la 
superchería en algunos y ál terror en otros que las creían 
causa y origen de grandes males, haciéndolas acreedoras á 
la misma pena que se aplicaba con igual rigor. Aquellos 
eran tiempos de aparecidos, muertos resucitados y fantas- 
mas, sucesión larga y abundante que la fantasía enfermiza 
de los pobladores canarios y portugueses nos trajo en he- 
rencia, y que todavía encuentra celosos propagadores en los 
campos. 

Con esto, formóse verdadei’a atmósfera, de odio en las 
ciudades contra los brujos y ladrones, contaminándose de 
esa j^asión los alcaldes del crimen, sin que consejos su- 
periores fueran parte á ladearlos de tan mal camino cuando 
infligían castigos á los delincuentes, acomodándose más 
bien á satisfacer la opinión pública que la justicia en su 
a 2 )licación ( 1 ). Entraron en este número siete individuos 



(1) En lo qnc conviene-- Solóiv.ano — que royan con tiento Jos 
Alcaldes del Crimen en todas partes, y principahnenie en estas de las 
Indias, es, en no dar fáciles, y crédulas orejas á soplones, y entrome- 
tidos, de que en ellas hay grande abundancia, por los daños que de lo 
contrario se suelen seguir, de que les adcicrie Junio Rnninaldo, Ore- 




IJBRO V. — GOBIERNO DE OLAGÜER FELIÚ 305 

azotiulos })ul)licamentc en las calles de Montevideo el 28 
de Febrero de 1792, sin los requisitos de sumario y 
previa defensa. Súpolo la Audiencia de Buenos Aires al 
asesorarse de los autos en apelación, y dictó la siguiente 
sentencia : « Vistos : declárase atentado el castigo de azo- 
tes por las calles públicas dado á los reos Juan Pablo 
Komero, José Ximénez, Diego Navarro, Pedro Pablo Vi- 
llalba, Ignacio Pérez, Cristóbal Ríos y Manuel Francisco 
de Refalada, el 28 de Febrero último por el auto de f. 26, 
cuya ejecución consta á f. 28, y en su consecuencia se 
tendrá entendido no les causa á los que sufrieron el re- 
ferido castigo la menor nota ni infamia, apercibiéndose al 
abogado que suscribió el dictamen, con la mayor seriedad, 
medite con más reflexión y legalidad el que diesé en se- 
mejantes materias, que nunca pueden sacarse de los tér- 
minos justos que previene el derecho y práctica; previ- 
niéndose por carta acordada al alcalde juez de la causa lo 
que se ha extrañado su apuro en verificar el castigo, y lo 
que se nota de la falta de subordinación y respeto á las ór- 
denes del tribunal para las informaciones que se han 
mandado en otros casos, en los que no se nota igual celo; 
y á fin de precaver en lo sucesivo semejantes violentas 
intehgencias, ordénese á las justicias de Montevideo se 
abstengan de propasarse á imponer pena alguna corpo- 
ral, en caso alguno, sin preceder el correspondiente su* 



gorio López y Bohadilla. Y en juntar qiiando huvieren de sentenciar 
las causas criminales la justicia con la misericordia, y ¡n'ocurar siem- 
pre que se conozca que no tienen odio, ni rencor alguno con los de- 
lincuentes, sino con los delitos, de que hallarán muy buenos docu- 
mentos en el mismo Bohadilla y en otros Autores, (Política Indiana, 
u, v, VI.) 



Dom. Esp. — II. 



20. 




306 



LIBRO V. — GOBIERNO DE OLAGUER FELIÚ 



inario, tomando confesión al reo, oyendo las defensas le- 
gítimas, y con su providencia, admitir las apelaciones, ó 
pasado el término legal, consultar á este süljerior tribu- 
nal para su resolución, dirigiéndose testimonio de este de- 
creto al Gobernador de Montevideo, para que disponga se 
siente en los libros de Cabildo, á fin de que siempre 
conste esta decisión en pública forma, por si se traspa- 
pelase el expediente; y adviértase á aquellas justicias pro- 
cedan á la sustanciación de las respectivas causas en lo 
principal con la posible brevedad, poniendo en ellas ra- 
zón de este decreto para que se tenga presente. » (1) 
Aconsejaron este auto los dignos jueces de la causa seño- 
res Cavesa, Velazco, Ansobegui, Garasa y el Regente de la 
Audiencia. 

Iba se haciendo enfermedad crónica en los habitantes 
de Montevideo, el desgano de ocupar cargos concejiles. 
Cualquier nimiedad servía de excusa para rehusarlos, y 
encontraba asenso en la autoridad superior. En este año 
de 1793, D. Juan de Ellauri, que había sido Alcalde de pri- 
mer voto, tomó pretexto de estar ocupado en los asuntos de 
la Compañía Marítima, para renunciar todo cargo concejil, 
y se le admitió por el Virrey de Buenos Aires. Más ade- 
lante, D. Manuel Duran, que también había sido miembro del 
Cábildo, con motivo de comandar el regimiento de milicias 
de la ciudad, pidió y obtuvo igual exención. Con este ejem- 
plo, las cosas quedaron en punto que habiéndose buscado 
un día al Alguacil mayor para ejecutar una sentencia, re- 
sultó que se había ausentado sin permiso de nadie y como 
tenía de costumbre: verdad es que había comprado la 



(1) L. (7. í/e Monlcruko. 




LIBRO V. — GOBIERNO DE OLAGUER FELIÚ 



307 



vara ( 1 ). Esta desmoralización en las autoridades popu- 
lares trascendía al pueblo, cuyos negocios comenzaban á 
pasar á manos desconocidas, y alentaba mucho ál Gober- 
nador para dar rienda á sus instintos despóticos disfraza- 
dos de ceremoniosa urbanidad. No pasó mucho tiempo 
sin que diera muestra de ello. 

Llegada la ocasión de elegir miembros para el Cabildo 
de 1794, D. José Cardoso, que era Alcalde de primer voto, 
fue reelecto en esas funciones. Al pasarle á Olaguer el 
pliego de votación y acta correspondiente para que las 
aprobase como era de práctica, declaró que rechazaba á 
Cardoso á causa de haber ocupado el mismo puesto du- 
rante el año que fenecía. Asesorado el Cabildo de la res- 
puesta, llamó al Gobernador á su seno, exliibiéndole el libro 
primero de sus reglas y estatutos, según las cuales podían 
hacerse reelecciones tanto de alcaldes de l.° y 2.^" voto 
como de otros miembros capitulares, siempre que esas re- 
elecciones no produjesen protesta dentro de la corporación 
y se verificasen por votación unánime. Y llenando exac- 
tamente estos requisitos la reelección de D. José Cardoso, 



(1) Enterada esta Ecal Audiencia de lo ocurrido la ejecución 

de la senté ncict cu}dra Benito García: lia detcrniincalo en la providen- 
cia de veinte del corriente, e)itre otras cosas, prevenir á vuestra ma'ced 
por esta acordada, ha(ja saber cd Alguacil mayor de esa ciudad no se 
aitsenie de ella sin 'previo permiso del Cabildo y alcaldes ordinarios, 
pena de cien pesos de multa: nombra)ido _ 2 ?ara los casos que tenga 
necesidad de verificarlo ú de enfermedad, un Teniente que supla sus 
veces. Lo que comunico d vuestra merced para su inteligencia y oum- 
pUmiento, esperando que de su recibo dará puntual aviso.— Dios guarde 
á vuehra merced muchos años —Buenos Aires y Junio 23 del mil se- 
tecientos noventa y cuatro —Doctor Facundo de Prieto y Pulido. — Al 
Alcalde Ordinario de segundo voto de Montevideo. (L. C. de Monte- 
video.) 




308 



LIBRO V. — GOBIERNO DE OLAGUER FEHÚ 



el Cabildo alegaba con toda verdad que no veía causa le- 
gítima para que ella no fuese aprobada. Pero Olaguer que 
no quería discutir la legalidad de su resolución, sino que 
buscaba ser obedecido, replicó con un subterfugio. Dijo 
que, en efecto, las disposiciones exhibidas permitían una 
reelección en la forma verificada, pero de ahí no se seguía 
que ellas le mandasen aprobar tal resolución; y como se 
creyera dentro de su derecho sosteniendo el rechazo de 
Cardoso, sometía al ViiTey de Buenos Aires el caso, es- 
perando fuese de su parecer. La respuesta era digna de 
quien la daba, y el fallo del Virrey apropiado al carácter 
de los dos. 

Pasado un tiempo vino de Buenos Aires para Olaguer, 
con fecha 5 de Marzo, el pliego que respondía á su con- 
sulta. Inmediatamente de recibirlo dió aviso al Cabildo 
para que se juntase á oir su lectura. Mientras la corpo- 
ración se preparaba á ello, rodeó la casa consistorial una 
compañía de granaderos, distribuyéronse centinelas en las 
puertas, y los ayudantes del Gobernador comenzaron á pa- 
searse por las galerías en son de hostilidad. Compareció 
poco después Olaguer, y tomando la presidencia como le 
correspondía, ordenó la lectura del pliego del Virrey, en el 
cual se aprobaba su resolución mandando elegir nuevo 
Alcalde de primer voto. Pidieron la palabra uno tras otro 
los miembros del Cabildo, y comenzaron á exponer las 
razones legales y de justicia que les asistían para encontrar 
desestimable aquel fallo; pero Olaguer se aferraba á su 
dictamen primitivo, confirmado ahora por autoridad supe- 
rior. Con esto se fueron acalorando los unimos y la discu- 
sión se transformó en disputa. El Gobernador gritó, ame- 
nazó y por fin dominó todas las resistencias, obligando á 




LIBRO V. — GOBIERNO DE OLAGUER FELIÚ 



309 



nombrar á D. Antonio Pereyra para Alcalde de primer 
A^oto. Luego de conseguido su capricho, marchóse de allí 
haciendo retirar los soldados, y el Cabildo al encontrarse 
solo, formuló una protesta para ante el Rey, dándole cuenta 
de todo lo acaecido ( 1 ). 

Junto con la protesta, ordenó el Cabildo á T). Juan 
José de la Presilla, agente de negocios en la Corte, agi- 
tase una solicitud que allí tenía presentada sobre asun- 
tos de su organización interna. Era el caso que con motivo 
de haberse sacado á remate cuatro de los oficios de la cor^ 
poración, no había desde algún tiempo atrás elección que pu- 
diera recaer sobre esos empleos, que anticipadamente y tal 
vez con intención condenable se pusieran en venta. El Ca- 
bildo estaba reducido á la mitad del personal deque se com- 
ponía en otros tiempos, y con esto se hacían más fáciles los 
atentados contra sus prerrogativas. Así, pues, pedía al Rey, 
por medio del agente comisionado, la creación de cuatro 
regidores más para subsanar la falta que se notaba con 
gran perjuicio de los intereses generales, y mientras no se 
accediese á su petición, solicitaba permiso para elegir los 
cuatro capitulares que correspondían á los empleos sacados 
á remate y no comprados aún por nadie. Pero todos estos 
esfuerzos eran vanos, porque el Cabildo, vejado en su dig- 
nidad, supeditado por la fuerza militar y cercenado en su 
personal por la venta de empleos, estaba moral y material- 
mente quebrado en el concepto de la autoridad militar. 

Olaguer había puesto por obra acabar con el crédito de 
la corporación, empleando medios indignos en todo lugar 



(1) L. C, de Montevideo: actas de 14 Enero, 14 Marxo y 7 Ayosto 
de 1794. 




310 



LIBRO V. — GOBIERNO BE OLAGIJER FELIÚ 



que la ocasión lo permitía. Estaba dotado este Gobernador 
de un temperamento maligno, encubierto bajo la^ formas 
de cierta cultura social, y gastaba ejercer sus caprichos 
denigrando las personas con fría perversidad y casi siem- 
pre por mano de tercero. Kodeado de sus oficiales milita- 
res, disponía por la autoridad y por el espíritu de cuerpo, 
de un buen numero de celosos ejecutores de sus intentos, 
y alcanzaban naturalmente su gi'acia aquellos que mas le- 
jos iban en el afán de complacerle. Para conseguir este fin 
de un modo estrepitoso, concertaron los ayudantes del Go- 
bernador un plán que debía efectuarse en la plaza de toros. 
Era costumbre que el Cabildo, como autoridad ci^il supe- 
rior de la ciudad, diera desde su palco la señal de comen- 
zar la función, cuando asistía al espectáculo de esa diver- 
sión bárbara. Un día de los de Diciembre, apenas llegados 
los miembros capitulares á su sitio en la plaza, entróse al 
palco uno de los ayudantes del Gobernador, y sin descu- 
brirse ni saludar, tomó asiento en el antepecho y púsose á 
hablar á voces con otros oficiales que estaban distribuidos 
por los alrededores. El hecho llamó la atención de los pre- 
sentes que en el acto lo notaron, pasándose unos á otros la 
palabra, por manera que todos los ojos se volvieron al palco 
del Cabildo. Entonces el ayudante de Olaguer, siempre á 
gritos y como si estuviera en casa propia, advirtió á sus 
amigos que la función no comenzaría hasta que el Gober- 
nador no viniese á la plaza, y que el estaba esperándole 
para dar la señal. Entró por fin Olaguer, de intento á una 
hora muy avanzada, dándose entonces la señal de forma 
por su ayudante desde el palco del Cabildo (1). 



( 1 ) L, C. de Montevideo. 




LIBRO V. — GOBIERXO PE OLAGUER FELIÚ 



311 



Todo esto iba enderezado á preparar la sumisión abso- 
luta del Cabildo al Gobernador; pero no estaba todavía 
destituida de fuerza moral la corporación para someterse 
sin replica á los caprichos de su tirano. Lo demostró así 
en la elección de 1795, que fue origen de una nueva dis- 
puta. Trasmitido á Olaguer el resultado de la elección, 
rechazó sin causa ninguna á dos de los electos, D. Marcos 
Monterroso y D. Manuel Nieto. El Cabildo se propuso 
averiguar en que clase de razones fundaba el Gobernador 
su tacha á estas dos personas ; pero Olaguer por toda res- 
puesta tomó un grupo de soldados y se dirigió á la casa 
consistorial, poniendo centinelas y repartiendo sus ayu- 
dantes como en la ocasión anterior. El pueblo, siempre ávido 
de novedades y previendo por los antecedentes que habría 
mayores en este caso, había ocupado con tiempo los bal- 
cones, pasillos y avenidas del edificio, formando una aglo- 
meración muy compacta de espectadores. En medio de todo 
esto se presentó Olaguer en la sala consistorial, ocupó la 
presidencia y declaró que se oponía al ingreso de los dos 
miembros que acababa de rechazar. Pidiéronle razones, y 
no dió ninguna. Habló de sus facultades, del respeto que 
se le debía y del derecho que siempre le había asistido 
como á sus antecesores para vetar una elección. Fué agrio 
el debate, las protestas duras y la oferta de apelar al Rey 
coronó la argumentación del Cabildo. Sin embargo que- 
daron suspensos Monterroso y Nieto. 

Pero el Cabildo, exasperado por aquellos vejámenes que 
día á día se infligían á su autoridad, ora cohibiendo sus de- 
liberaciones, ora aprisionando en la cindadela á sus miem- 
bros, como había acontecido meses atrás con uno de ellos, 
determinó protestar de manera enérgica ante la Corte y 




312 



LIBRO V.— GOBIERNO DE OLAOUER FELlf: 



ante el Virrey de Buenos Aires, narrando al pormenor to- 
dos los atentados de Olaguer ( 1 ). Por fortur^g, acababa de 
suceder en el Virreinato al despótico Arredondo, D. Pedro 
Meló de Portugal, hombre de temperamento suave y amigo 
de la justicia. Contaba Olaguer como siempre con la im- 
punidad, creyendo que todos los ^iiTeyes habían de apro- 
bar sus actos ; de modo que fueron escasas sus expli- 
caciones sobre el móvil que le guiara en la última 
emergencia. Por lo contrario, el Cabildo había hecho una 
expresión completa de sus agravios, pensando que alguno 
de los dos jueces á quienes se dirigía la había de tomar 
por lo que ella valiese, y aconteció ser el Virrey quien pri- 
meramente hizo justicia. Don Pedro Meló se enteró de 
todo, y en oficio de 20 de Abril de 1795 reprobó la con- 
ducta de Olaguer, aprobando por completo la elección del 
Cabildo. Con lo cual Monterroso y Kieto quedaron habili- 
tados para ocupar sus puestos, que en el acto comenzaron 
á desempeñar. 

Estos magistrados, empero, debían comenzar sus tareas 
en compañía de un intruso. Había comprado la vara de 
Alcalde provincial, en remate público y por 7300 pesos, 
D. Juan Antonio Bustillos desde el año anterior. Oponíase el 
Cabildo á que ocupara el puesto en razón de no haber 
dado fianzas previas, y de aquí se originó un litigio entre 
la corporación 3 ^ el agraciado. Llevadas las cosas ante la. 
Audiencia de Buenos Aires, ésta sentenció en favor de 
Bustillos, dictando en 14 de Marzo de 1795 un auto que 
decía: «Vistos: escríbase carta acordada al Cabildo de 
Montevideo, para que inmediatamente y sin dilación alguna 



iX) L, C, de Monievideo, 




IJBRO V. — GOBIERNO BE OLAGUER FELITT 



313 



ponga en posesión de la vara de Alcalde provincial á 
D. Juan Antonio Bustillos, sin el gravamen de las fianzas 
consultadas.» A mayor abundamiento, en 11 de Diciembre 
del mismo año expidió el Rey una cédula mandando que 
perentoriamente se pusiese á Bustillos en el ejercicio de su 
empleo, acordándole todas las honras y privilegios que por 
ese oficio debía gozar ( 1 ). Así es que la resistencia era ya 
imposible, estando tan bien confirmado el título del nuevo 
Alcalde, quien empezó sus funciones permanentes en aquel 
mismo año. Durante la administración de este Cabildo, 
donde ejercía Bustillos sus funciones perpetuas, se fundó 
la primera escuela particular gratuita por D. Eusebio Vidal 
y D.“ María Clara Zavala, su esposa. 

Entre tanto, los negocios internacionales de España se- 
guían los vaivenes de la política desatinada y floja de Car- 
los IV, ó mejor dicho, de D. Manuel Godoy, su valido y 
dueño. En 1793 se había aliado á Inglaterra contra 
Francia, cuya situación revolucionaria inspiraba temor á 
todos los tronos. Pero la escasa fortuna de las armas espa- 
ñolas en la contienda desalentó al gabinete de Madrid, y 
Godoy con su carácter voltario firmó la paz en 1795 sin 
avisarlo á su aliado del gabinete de San Jorge. No eran 
los ingleses, por más apurados que se vieran, gentes de to- 
mar con frialdad un agravio de este porte, así es que co- 
menzaron á hostilizar al español. Insultaron su bandera en 
el Mediterráneo, protegieron los corsarios de Córcega arres- 
tando al embajador de Madrid en Londres por la demanda 
de una pequeña suma que reclamó el patrón de un barco, y 
en resolución, mostraron su descontento por toda clase de 



(1) L. Cf de Montevideo. 




314 LIBRO V, — GOBIERNO DE OLAGÜER FELIÚ 

molestias y temeridades. Entrado el año 1796, España 
no creyendo tolerables estos avances, les decl,%ró la gue- 
rra ( 1 ). Pero la situación de la Metrópoli era mala para 
luchar con ejiemigo tan temible. Incapaz de rivalizar con 
el como poder marítimo, le dejaba en gaje sus inmensas 
costas desguarnecidas, incitándole á aprovechar la ocasión 
de tomar en America toda la revancha que desease. Y 
ya se verá cuán grande fue la que tomaron en el Plata 
los ingleses. 

Noticiado el Virrey Meló del sesgo qne llevaban las co- 
sas, comenzó á prepararse contra cualquier sorpresa. Pro- 
yectó y llevó á efecto la creación de barcas cañoneras que 
defendieran los puertos, y puso todas las adyacencias de su 
gobierno en pie de resistencia, mandando fundar en nues- 
tra frontera el fuerte de Meló, que dió origen á la villa de 
ese nombre. Aunque septuagenario y gastado por la vida 
enervante de las cortes, el sentimiento del deber y los ins- 
tintos del soldado no le abandonaban nunca; así es que 
procimó reconocer por sí mismo todos los puntos estratégi- 
cos de su gobierno. Con este fin se trasladó á Montevideo, 
donde acababa de llegar -el brigadier Bustamante y Guen*a> 
sucesor de Eeliú; y decidido á precaver la ciudad contra 
los reveses de la guerra, dió las órdenes coiTespondientes 
y se marchó á poner en el mismo pie nuestras fronteras 
del Este; donde ya hiciera construir baterías en Casti- 
llos, Puerto de la Paloma e isla de Gorriti. Al tomar 
puerto en Montevideo había sentido los primeros sín- 
tomas de una enfermedad grave, pero no se desanimó con 
ello; antes bien, dejando las insti’ucciones que tuvo por 



(1) Fimes, Ensayo, etc; iir, vi, vir. 




LIBRO V. — GOBIERNO DE OLAGUER FELIÚ 



315 



f conveDÍeiite, tomó el camino de Maldonado. Agravá- 
ronse sus dolencias con las incomodidades del viaje, obli- 
gándole á detenerse en Pando, donde expiró el 15 de Abril 
i de 1797, con general sentimiento (1). Le sucedió en el 
mando, con arreglo al pliego de provisión, D. Antonio Ola- 
guer Feliú, á quien los accidentes más inesperados comen- 
zaban á elevar al pináculo de la fortuna. 



(1) Funes, Ensayo y etc; loe cit. 




LIBRO SEXTO 





General Don José oe Bustamante y Guerra 

5.^ GOBERNADOR DE KIOMTE VIDEO 



{1797-1804) 



LIBRO SEXTO 



GOBIERNO DE BUSTAMANTE Y GUERRA 



Causas que influyeron en el nombramiento de Bustaman te. —Tenden- 
cias del nuevo Gobernador. — El Consulado de Buenos Aires y el 
Cabildo de Montevideo. — Alzamiento de los charrúas en el Norte. 
— Infracciones de los portugueses al tratado de límites. — Seca y 
hambre. — Estado del país al despuutíu* el siglo xix. — Cuestión de 
preeminencia entre el Cabildo de ^lontevideo y el Gobernador. — 
Oposición del Consulado de Buenos Aires á los progresos de Mon- 
tevideo. — Bustamante alienta esos progresos. — Fundación de Ro- 
cha. — Errónea Memoria de un alcalde de' Soriano. — Efecto que 
produjo en la Corte. — Proyectos y resoluciones del marqués de 
A vilés.— Embajada charrúa.- Un campamento minuán.— Don Jorge 
Pacheco. — Fundación de Belén. — Combates de Arapey -grande, So- 
pas y Tacuarembó. — Ruptura de España con Portugal. — Los por- 
tugueses se apoderan del Yaguarón y las Misiones. — Paz que 
firma con ellos la Corte de Madiid. — Comercio de Montevideo. — 
Progresos del cabotaje. — Fuerza militar marítima y terrestre. — 
Conato de sublevación de la esclavatura. — El Protomedicato de 
Buenos Aires y los curanderos. — Los portugueses avanzan hasta 
el Yarao. — Don José Rondeau los bate. — Ideas del príncipe de la 
Paz sobre esta emergencia. — Fin del gobierno de Bustamante y 
Guerra. 



( 1797 — 1804 ) 



Don José de Bustam<qnte y Guerra se había recibido 
del mando en 11 de Febrero de 1797, después de presen- 
tar al Cabildo lá Cédula que acreditaba su nombramiento. 
Reasumía el nuevo Gobernador de Montevideo en su per- 




320 LIBRO VI. — GOBIERNO DE BüSTAMANTE Y GUERRA 

sona los títulos de caballero de la Orden de Santiago, bri- 
gadier de la Real armada y comandante de la marina 
militar del Río de la Plata (1 ). Venía, según la Real Cé- 
dula, á sustituir á Olaguer, « por habérsele cumplido á éste 
su tiempo ; » pero parece que no fueron extrañas á tal reso- 
lución, las repetidas instancias y protestas del Cabildo ante 
la Corte contra los desmanes del Gobernador cesante. Debe 
presumirse que algo de ello hubo en el asunto, puesto que 
el príncipe de la Paz notificó especialmente al Cabildo la 
sustitución de Olaguer por Bustamante, y la corporación 
contestó dando á S. M. las gracias más expresivas. Aquella 
notificación especial y estos particulares agradecimientos, 
extraños al proceder común en negocios de tal naturaleza, 
autorizan á suponer que quiso hacerse al Cabildo demos- 
tración coherente con las exigencias de su dignidad ultra- 
jada. Y si se junta á lo dicho que la Corte nunca fue pun- 
tual en la renovación de sus lugartenientes del Uruguay, 
permitiéndoles exceder el plazo señalado á la duración 
de sus gobiernos, mientras esta vez rompió la costumbre 
dejando sin empleo á Olaguer y sustituyéndole á poco de 
habérsele cumplido el período de mando, hay razón para 
confirmarse en las presunciones expuestas. 

Como quiera que fuese, el nuevo Gobernador tenía aspi- 
raciones y tendencias más levantadas que el sustituido. 
Su profesión de marino le había llevado á distintas y nu- 
merosas partes, donde pudo observar de cerca el progreso 
de los pueblos, y también las causas que lo provocan ó re- 
tardan. Conocía por experiencia lo que valen los puertos 
bien situados y el provecho que se puede sacar de las ven- 



( 1 ) L. C. de Montevideo. 




LIBRO VI. — GOBIERNO DE BUSTAMANTE Y GUERRA 321 

tajas naturales de un favor de ese generó; y aplicando sus 
conocimientos á la situación de Montevideo, pensó desde 
luego todo lo que podían aventajar sus habitantes aprove- 
chándola. En tal concepto se propuso mejorar las condi- 
ciones de la ciudad, y comenzó su gobierno llamando á una 
reunión popular, ó sea cabildo abierto, como entonces se 
desiíínaba á las de esta clase. En 23 de Marzo de 1797 

O 

se verificó la reunión enunciada en el Cabildo, asistiendo 
juntos con la corporaciónlos individuos socialmente más 
conspicuos y gran número de pueblo. Abrió Bustamante 
la sesión con un largo discurso en que hizo resaltar las 
ventajas de la buena policía é higiene de las ciudades, in- 
culcando en el abandono que á este respecto sufría Monte- 
video. Sus palabras bien coordinadas surtieron todo el 
efecto que deseaba entre el público, y por aclamación fue 
votado el impuesto de 1 real por puerta para atender á 
esos gastos ( 1 ). Satisfecho del resultado, comenzó desde 
entonces á madurar los vastos planes que más tarde debía 
poner en práctica con el asentimiento público. 

Pero mientras el Gobernador y el pueblo de Montevi- 
deo tomaban por suya la causa del progreso local, una 
corporación vecina trabajaba por anularlo. El Consulado 
de Buenos Aires era contrario á la autorización Real de 
1795, en que se ampliaban las facultades de comerciar 
á los pueblos del Plata, concediéndoles la exportación 
de frutos y producciones del país para las colonias 
extranjeras. Montevideo había aprovechado de esta auto- 
rización consiguiendo beneficios, y los negocios internos 
tomaron vuelo con las facilidades de cambio que se 



( 1 ) L. C. de Montevideo. 



Dom. esp. — II. 



21 . 




322 LIBRO VI. — GOBIERNO BE BUSTAMANTE Y GUERRA 



abrieron al comercio en general. Esto ílisgustó mucho á 
los comerciantes de Buenos Aires, que en igu^^ldad de con- 
diciones no podían luchar con las ventajas naturales de 
nuestros puertos, así es que dirigiéndose al Consulado, le 
pidieron que elevase petición al Rey suplicando la revoca- 
ción de la Cédula de 1795, y la habilitación de la Ense- 
nada de Barragán para puerto de arribadas de los buques 
mercantes de España. Avínose el Consulado en acceder 
prontamente á la súplica, y en su nombre y en el del co- 
mercio que representaba, elevó petición á la Corte, formu- 
lando con carácter perentorio la exigencia. 

Se comprende sin esfuerzo que el rumor de una medida 
de este género debía alarmar seriamente á los habitantes 
del Uruguay, cuyo retroceso comercial era seguro si se lle- 
vaba á cabo lo ideado por sus vecinos. En consecuencia, 
conocido qoe fue el designio y reunido el Cabildo de Mon- 
tevideo en 16 de Mayo, tomó la palabra D. José Cardoso, 
Alcalde de 1.*^"^ voto, para decir: « que admirado de tal de- 
terminación y temiendo que pudiera encontrar cabida en 
el Real ánimo por efecto de las artificiosas razones con 
que se presentase, se veía precisado á discun'ii* los medios 
de evitar tales daños; y como nada es más propio de un 
cuerpo capitular que velar incesantemente por la prosperi- 
dad de la provincia que representa,, de aquí que sin la me- 
nor disputa debía el Ayuntamiento cruzar las ideas del 
Consulado de Buenos Aires; porque nuestra provincia se- 
ría la más perjudicada con la derogación pedida, á causa 
de su posición local, la asombrosa fertilidad de sus cam- 
pos, y la abundancia casi increíble de sus ganados y otros 
frutos, á pesar de los cuales sólo se ha visto hasta aquí 
que teniendo ventajas y proporciones quizá sobre todas las 




UBRO VI. — GOBIERNO DE BUSTAMANTE Y GUERRA 323 

otras partes de la tierra para ser la provincia más rica y 
más florida, es sin embargo la más pobre y la más infeliz, 
sólo porque no ha logrado salida ó gente que consuma sus 
frutos conocidos por los más apreciables del mundo, y 
otros muchos más que podría producir si se cultivase la 
industria y agricultura que hasta ahora estuvo sin el me- 
nor ejercicio, y por consecuencia reducidos á la mayor mi- 
seria millares de hombres, que hay en estas campañas, sin 
destino, ocupación ni ejercicio. A este Cabildo, pues — aña- 
dió — toca celar sobre tales daños, que continuarían con 
aumento si se verificasen las intenciones del Consulado; y 
para contrarrestarlas soy de dictamen que inmediatamente 
se representen á S. M. con razones claras y los sólidos 
fundamentos que ofrece el asunto, el cumulo de bienes 
que precisamente se han de seguir de que tenga el debido 
efecto la expresada Real determinación; y por lo contra- 
rio, el gran número de males que son de temer si se revo- 
case ó restringiese, á fin de que se digne ampliarlas todo 
cuanto sea posible. » ( 1 ) 

El cuadro que D. José Cardoso acababa de trazar ante 
el Cabildo, era exacto. Limitado nuestro comercio hasta 
entonces por infranqueables barreras, comenzaba recién á 
desarrollarse, cuando ya le amenazaba una causa externa 
de rivalidad injusta. A pedido de los vecinos de Buenos 
Aires, habíase retardado grandemente la fundación de po- 
blaciones en nuestras costas; y satisfaciendo en mucha 
parte los reclamos de aquella ciudad, había sido despo- 
blada y demolida la Colonia en 1777. Lo cual redundó 
en perjuicio de nuestro desarrollo, que fué lento y enfer- 



( 1 ) 1 /. C. de Montevideo. 




324 LIBRO VI. — GOBIERNO 1>E BÜSTAMANTE Y GUERRA 

mizo, debiendo haber sido tan rápido como merecían nues- 
tra posición especial y nuestros recursos naturales. Ahora 
agregábase á tan li i ríen te afán de predominio, la intención 
de habilitar la Ensenada de Barragán como puerto exclu- 
sivo de arribadas, con lo que iba á dejarse á Montevideo sin 
medios de comercio y reducido al suplicio de ver desierta 
su bahía para el tráfico de intercambio. En presencia de 
tal determinación, el Cabildo adoptó por unanimidad el 
dictamen de D. José Cardoso y fué remitida al Rey una 
solicitud basada en las razones aducidas por el Alcalde de 
voto, que consiguieron con el tiempo la aprobación 
Real. 

A todo esto, andaban revueltos y agavillados los cha- 
rrúas que se avecindaban en el Norte. Sin haberse querido 
someter nunca á los españoles, vagaban por la campaña, 
teniendo como punto de reunión la ribera occidental del 
río Negro, adonde les había arrojado poco á poco la acción 
civilizadora de las poblaciones cristianas. Vivían la vida 
primitiva que les era tan gustosa, y vengaban por sus ma- 
nos las ofensas de cualquier clase que se les hiciesen. 
Entrado el ano 1798,- tal vez movidos por alguna agre- 
sión que les llevasen los habitantes de las Misiones, se 
alzaron en rebelión. Derramáronse en número de más de 
1,000 por San Borja, La Cruz y Yapeyú, embistieron las 
poblaciones y vaquei'ías, y pusieron el espanto doquiera. 
Hiciéronles rostro los guaranís, pero fueron batidos con 
pérdida de 40 hombres muertos, bastantes heridos y 3,000 
caballos arre)j»atados ( 1 ). Entonces se puso en campaña el 
teniente coronel D. Francisco Rodrigo, comandante de Ya- 



(1) Funes, Ensayo, etc; iii, vr, vm. 




OBRO VI. — GOBIERNO DE BUSTAMANTE Y GUERRA 



325 



peyu, que tenía á sus órdenes fuerzas regulares, yóndoles 
al alcance con apremio. Después de una persecución fuerte 
les avistó, derrotándoles completamente. 

No estaban ajenos los portugueses á estas cosas, y per- 
manecían como siempre asechando disturbios para sacar 
ventajas á su sombra. La. sublevación de los indígemis les 
(lió cabida para infringir el tratado de límites, adelantán- 
dose tierra adentro con audacia. En 22 de Noviembre, el 
comandante D. Joaquín de Soria y Viamont dió parte 
do que los portugueses levantaban cinco pequeñas pobla- 
ciones de este lado del Arroyo -grande; y que aun inten- 
taban edificar otras con una gmu*dia avanzada, en la punta 
del arroyo de los Arrepentidos ó Quilombo-chico. Y el 
comandante de la guardia de Arredondo afirmaba lo mismo 
con fecha 16 del citado Noviembre; agregando que en los 
días 12 y 18 habían repartido suertes de chacras, con lo que 
precisaban á nuestros fronterizos á entrar en nuevas con- 
testaciones, por hallarse los arroyos Grande, Palmasola, 
Chasquero y de los Arrepentidos, todos al sur del Piratiní: 
el primero á 11 leguas, el segundo á G, el tercero á 9 y á 
14 el cuarto (1). Requerido el comandante de Río -grande 
sobre el particular, contestó tergiversando á su modo el 
sentido literal del artículo 3,® del tratado de límites. Dijo 
que aunque ese artículo expresaba que se buscasen las ca- 
beceras del río Negro, no determinaba que lo fuera por la 
banda oriental de la laguna Merín ; agregó también, que 
suponía una nueva invención de los españoles pretender 
que el Piratiní fuera el término entre las dos naciones con- 



( 1 ) Apuntes históricos de la Demarcación de Limites de la Banda 
Oriental y el Brasil, 




326 LIBRO VI. — GOBIERNO DE BUSTAMANTE Y GUERRA 

finantes ; y que los españoles poco ó nada habían hablado 
de la materia cuando se les representó á las partidas de- 
marcadoras, al pasar por sus vehientes, el mucho tiempo 
que se hallaban pobladas, 

Con estos subterfugios, quería disculparse lo que no te* 
nía excusa ante la razón ni el derecho. Pactados como es- 
taban los límites nacionales, todo avance sobre las fronte- 
ras establecidas era una violenta infracción. El paso que 
daba ahora el comandante de Pío -grande, importaba un 
nuevo despojo en las tierras del Uruguay. Tomándose las 
orillas occidentales de la laguna Merín como acababan de 
hacerlo, no sólo saltaban la frontera reconocida, sinó que 
nos usurpaban los antiquísimos establecimientos de estan- 
cia radicados allí, arruinándonos un vecindario numeroso. 
Los cuatro marcos situados en el espacio comprendido 
desde la barra del arroyo del Chuy hasta la de San Luis, 
y los otros cuatro que se colocaron desde la ban^a del Ta- 
hiú siguiendo la orilla oriental de la laguna de la Man- 
guera hasta terminarse el vil timo en la costa del mar á los 
33" de latitud, expresaban bien claramente el espacio neu- 
tral entre las posesiones de ambas coronas. En ningún 
caso podía alegarse ignorancia respecto de límites tan pre- 
cisos y bien demarcados, y sólo la mala fe de los portu- 
gueses era capaz de provocar litigios sobre hechos que ellos 
mismos habían aceptado en tiempo no lejano, concurriendo 
con los comisarios españoles á plantar los marcos de fron- 
tera que ahora fingían no reconocer como originarios de 
un acuerdo mutuo. 

Parecía que el Uruguay no pudiera verse libre de cala- 
midades. Cuando no era la guerra, eran las disensiones 
políticas de las autoridades ó el rigor de las malas leyes 




UBKO VI. — GOBIERNO DE BUSTAMANTE Y GUERRA 327 

quienes perturbaban el bienestar de los ciudadanos. Ahora 
vino un nuevo y terrible elemento de perturbación á afligir 
los ánimos. Aconteció inaugurarse el año 1799 con una 
gran seca que esterilizaba las cosechas. Á. esto se siguió 
la enfermedad de los ganados y su dispersión, con lo cual 
despobláronse los campos de haciendas, pues las que no 
morían se daban á la fuga acosadas por la sed. La con- 
fusión que esto trajo en todas partes, se deja calcular de 
suyo. Hubo localidades donde se sintió el hambre; hubo 
otras donde el consumo de animales enfermos produjo 
pestes. Los habitantes del país, sin más alimento que la 
carne y el grano, oyeron con espanto que todo aquello to- 
caba á su fin. Faltaron el maíz, el trigo y las legumbres 
en el ejido de los pueblos, porque la seca mataba en ger- 
men la producción. Y la calamidad subía de punto, con el 
trastorno de los meses señalados para la lluvia, que contra- 
riando la estación y la costumbre, se presentaban secos. 
Una atmósfera deletérea y caniculosa pesaba sobre el ho- 
rizonte, abrasando el medio ambiente en que se revolvía 
la población. 

En momento tan apretado, el Cabildo de Montevideo 
creyó de su deber incitar al pueblo á que invocase el auxi- 
lio divino. Reunida la corporación en 14 de Marzo, de- 
clararon sus miembros que j^ara ocurrir al remedio de tan 
grave necesidad, como católicos y fieles cristianos, unáni- 
memente y á nombre de la ciudad cuya representación te- 
nían, acordaban acudir á la Divina Misericordia « llenos 
de firme esperanza, sin embargo de nuestra miseria, impe- 
trando por la mediación de los Santos Patronos de su 
inagotable piedad la lluvia de que tanto se necesita y que 
por su falta nos tiene en la mayor consternación; en cuya 




328 LTBRO VI. — GOBIERNO DE BUSTAMANTE Y GUERRA 

virtud disponemos se celebren misas de rogación con pre- 
sencia del Santísimo Sacramento por nueve días consecuti- 
vos, anunciándose al |:>úblico por medio de papeles que se 
fijarán en las puertas de las iglesias de esta misma ciudad 
ú otros parajes públicos, á fin de que llegando á noticia de 
los fieles concurran al templo al tiempo de la misa y ro- 
gación, á dirigir al Dios de las Misericordias sus má.í tier- 
nas y fervorosas súplicas para alcanzar el remedio en la 
necesidad que padecemos.» ( 1 ) Grandes y copiosas lluvias 
pusieron en seguida fin á la calamidad. 

Bajo estos auspicios, despuntó el siglo xix, poseedor del 
secreto de la independencia de América y de la erección del 
Uruguay en Bepública libre. ¡ Qué grande era el Conti- 
nente elegido por la Providencia para fijar el porvenir del 
mundo, pero cuán mermados los límites del terruño que 
iba á servir de base á la nacionalidad uruguaya ! Sobre la 
margen septentrional del Plata, encerrado en un cuadrilá- 
tero de fortificaciones, erguíase Montevideo, resistiendo 
desde la infancia los embates de la guerra y las trabas del 
monopolio. Con título de' ciudad vegetaba al Este el case- 
río de Maldonado, que preocupaciones é ineptitudes de 
todo género habían sacrificado al nacer; en el Oeste un 
montón de ruinas daba testimonio de haber existido Co- 
lonia; hacia el Norte, desde el Daymáii hasta las Misiones, 
que pronto debía arrebatarnos el extranjero, un fuerte de- 
nominado el Salto, interrumpía la soledad. Paysandú, Mer- 
cedes y Sorían'o eran aldeas ribereñas, las dos primeras 
abiertas al progreso, la última estacionaria y pobre. En el 
interior, Guadalupe, Santa Lucía, San José y Minas se 



( 1 ) L. C. de Monirvideo, 




LIBRO VI. — GOBIERNO DE BUSTAMANTE Y GUERRA 329 



esforzaban por imponerse á los distritos de que eran ca- 
beza de partido ; y en el resto del país no se conocían otros 
centros de atracción que fortines militares precaviendo la 
acción del enemigo, ó santuarios rurales manteniendo uni- 
dos los elementos que el acaso había agrupado, ó presi- 
diendo el desarrollo de aldeas nacientes. 

Presa de la codicia extranjera, estrecliábanse día por 
día las fronteras del país, mienti-as la división de razas y 
el choque definitivo de dos civilizaciones antagónicas, en- 
saiígrentaban aquella parte del suelo que el enemigo no se 
atrevía á franquear. Calculábase la ¡^oblación fija en poco 
más de 40,000 habitantes, de los que 15,000 se albergaban 
en Montevideo (l),yel comercio, siempre en aumento, había 
representado en 1792, tres millones de pesos de importación, 
contra una exportación de casi cinco millones en dinero y 
efectos. El entretenimiento de la vida era fácil, pero es- 
casas las comodidades fuera de ciertos centros urbanos. 
La instrucción pública estaba circunscrita á programas 
rudimentarios, y debían buscarse lejos del país los estudios 
superiores. Existía, empero, una inclinación indecible á 
mejorar, y no se apelaba en vano al sentimiento estético, 
cuando edificios como la catedral de Montevideo y la casa 
del Cabildo, encontraban simpatías y recursos con que le- 
vantarse. 

Era Montevideo el centro desde donde irradiaban todas 



( 1 ) Combinando ¡oíí datoyi aproxi)naiivoí^ de Axara con los de Funes ^ 
el cómputo de la población era el si(fuienie : Montevideo Canelo)ies 

y su ejido H.óOOy Minas 4ñ0, Rocha 350^ Meló 820, Santa Lucía 400, 
S. José 330, Piedras 800, Colonia 300, Real de S. Carlos 200, So- 
riano 1,700, Mercedes 800, Pando 300, Víboras 1,000, Espinillo 1,300, 
S. Carlos 400, Maldrmado y sv jurisdicción 2,000, Misiones 12,400. 




330 LIBRO yi. — GOBIERNO BE BUST AMANTE Y GUERRA 

las manifestaciones de cultura destinadas á modificar las 
costumbres. Desde la mitad del siglo xvm se^ manifesta- 
ban ya en la futura capital uruguaya, destellos artísticos 
que atraían la atención de sus visitantes ( 1 ). La pasión 
de la música en el bello sexo, hacía que las horas de ex- 
pansión y recibo transformasen toda casa acomodada en 
un centro musical. El trato con las familias de los altos 
funcionarios provenientes de la Península, introdujo pau- 
latinamente el esmero en el vestir y la ornamentación ade- 
cuada de las viviendas. Se deseó la ilustración, y algunos 
padres pudientes enviaron sus hijos á los colegios supe- 
riores del Virreinato, mientras otros los enviaban á Es- 
paña misma. Estos progresos de la cultura intelectual y 
social trascendían al interior del país, influenciando los cen- 
tros urbanos, que á su vez actuaban sobre las masas cam- 
pesinas, para formar entre todas un núcleo de civilización 
consistente, destinado á modelar los contornos de la na- 
cionalidad futura. Así, mientras los portugueses avanza- 
ban impunemente sobre nuestras fronteras, lisonjeándose 
con la posesión compleméntaria del país, un valladar in- 
franqueable se formaba un silencio para trastornar todos 
sus planes durante aquel mismo siglo que despuntaba. 

Transcurridas las ansiedades del año anterior, entró de 
nuevo el Cabildo de Montevideo á sus ordinarios queha- 
ceres. Fuó uno de los primeros en que se propuso enten- 
der, la solución de cierta querella relativa á usos y cos- 
tumbres de ceremonial. Bustamante, en medio de su buen 
comportamiento administrativo, no dejaba de inclinarse á 
la arbitrariedad, á pretexto del respeto que merecía su per- 



(1) Pernetty, Voyage etc, i, x. 




UBRO VI. — GOBIERNO DE BTJSTAMANTE Y GUERRA 331 



sona. Era costumbre, desde que se instituyó el gobierno 
de Montevideo, que en los días de besamanos fuese el Ca- 
bildo en corporación á saludar al Gobernador á su palacio. 
Imitábase en esto la conducta de las corporaciones civiles 
y militares con el Rey, las cuales procedían del mismo 
modo; y como el representante del monarca fuese aquí el 
Gobernador, aquel homenaje de respeto se le tributaba en 
su carácter representativo de la potestad regia. Los miem- 
bros del Cabildo, como era natural, iban á palacio con sus 
insignias y varas, porque no podían desprenderse de ellas 
sin mengua del acto. Pero Bustamante entendió que al 
entrar á su despacho, era impropio que lo hiciesen con 
las varas de mando en la mano, y sostuvo que debían de- 
jarlas tras de la puerta antes de cumplimentarle. Denegó 
el Cabildo la justicia de la pretensión, é instauró para su 
descargo expediente ante el Virrey de Buenos Aires, ha- 
ciendo visible el agravio que se seguía de adoptar tan hu- 
millante manera de presentarse ( 1 ). Mas el Virrey no so- 
lucionó el pedido, y nuevas exigencias de Bustamante, en- 
trado el año 1800, obligaron al Cabildo á dirigirse otra 
vez á Buenos Aires en demanda de la supresión de aquella 
ceremonia de abandonar sus varas, que se les hacía odiosa 
á los cabildantes. 

Entre tanto, otras cuestiones de interés material y pro- 
ductivo preocupaban los ánimos. El Gobierno de Madrid, 
saliendo de su letargo con respecto al Uruguay, comenzaba 
á dispensarle una atención benevolente. Convencido al fin 
de que Montevideo era la llave de la navegación del Plata, 
dispuso la creación de un faro en la isla de Flores, y en 



( 1 ) L. C, de Montecideo, 




332 LIBRO vr. — GOniERXO de bustamaxte y guerra 

ese concepto envió nn ingeniero de la Coruña para formar 
el presupuesto de la obra y poner mano en su construc- 
ción ; pero encontrando subido el costo de 10,000 pesos en 
que se presuponía, cambió de idea, mandando «establecer 
una farola en el cerro de Montevideo. Gran vocerío levantó 
el Consulado de Buenos Aires al saberlo, protestando que 
el beneficio sólo sería para la capital del Uruguay, y pro- 
puso en cambio que se desechase la idea de alumbrar el 
Cerro, sustituyóndola por la erección de fanales en la isla 
de Flores, Punta del sur, Atalaya y Punta Lara. La Corte 
desestimó por completo esta suplica, y ordenó de un modo 
formal y perentorio que se diese comienzo á la construc- 
ción de la farola del Cerro, por ser menos gravosa su edi- 
ficación al erario y más exigida del interes público. Cum- 
plióse lo ordenado, y con esto lució Montevideo el primero 
de los faros establecidos en el río de la Plata. 

Mas no paró aquí el progreso de la ciudad. Bustamante 
era hombre de elevadas condiciones para alentarlo, y buscó 
todos los medios conducentes á ese fin. En unión con el 
Cabildo, y después de discusiones tumultuosas, propuso y 
fue aceptado un impuesto de 2 reales por cuero que se 
introdujese, 1 real de entrada por cada cabeza de ganado 
para el abasto y el remate de la carne al precio fijo de 9 
reales la res en canal. De este último arbitrio sólo se sa- 
caron 40,000 pesos por el remate de tres años; dedicán- 
dose esa cantidad por partes proporcionales á la prosecu- 
ción de la obra de la iglesia Matriz, reedificación de la casa 
del Cabildo, allanamiento de malos caminos y construcción 
de un jiuente y varias alcantarillas. Con el producido de 
los otros impuestos se dotó á la ciudad de agua potable de 
que carecía, se creó un lavadero público, y se transformó 




LIBRO VI. — GOBIERNO DE BU.STAMANTE Y GUERRA 333 



en salubre una población á la cual había convertido el 
abandono y el desaseo en depósito de nocivos miasmas. 
Todas estas reformas fueron acompañadas del razona- 
miento, consiguiendo más Bustamante por los medios pa- 
cíficos, que algunos de sus antecesores con la violencia que 
les fue característica. 

Son notables las palabras que pronunció desde la presi- 
dencia del Cabildo, con relación al porvenir del puerto de 
Montevideo: « No es de inferior atención á este cuerpo 
— dice el acta que las consigna — otras refiexiones que ex- 
puso el señor presidente para la conservación de este 
puerto, probando ser una de las causas principales de des- 
truirlo, el desaseo de las calles y la rapidez con que las 
aguas arrastran hacia él por la inclinación local los escom- 
bros ó inmundicias que han disminuido y disminuyen dia- 
riamente la cantidad de fondo, con no menos alteración de 
su apreciable calidad, cuyas observaciones prácticas había 
hecho el señor presidente con los conocimientos que le fa- 
cilitaban su profesión y experiencia. Son bien palpables 
las razones que se presentan á los ánimos despreocupados 
é instruidos, cuando se refiexione que este puerto ha de 
abrigar dentro de pocos años más de 200 embarcaciones, 
sin que puedan competir con él en su capacidad y aun 
seguridad, ejecutadas las obras proyectadas de fortifica- 
ción, los pequeños puertos impropiamente llamados tales, 
de Ensenada y Maldonado, y si no se atiende al sólido 
empedrado de las calles y á la perfección de la policía que 
es indispensable, sin desatender la limpieza del puerto pre- 
venida por S. M. en la Real cédula de creación del Con- 
sulado, vendría á ser el de Montevideo en el punto en que 
consideramos de mayor prosperidad y opulencia, la triste 




334 LIBRO VI. — QOBniRNO DE BUSTAMAOTE Y GUERRA 

ruina y memoria de la indolencia y abandono del mayor y 
cuasi único puerto del río de la Plata.» (1) En seguida 
hizo presente que á la pérdida del puerto iría anexa « la 
de las fortunas y propiedades del vecindario de esta cam- 
paña, privándole del conducto tan proporcionado que ahora 
tiene para la extracción de las inmensas producciones de 
este suelo tan distinguido por la naturaleza; siguiéndose á 
estos daños la decadencia de las estancias, la de la agricul- 
tura, los mayores costos de su disminuida extracción, el 
ínfimo valor de las posesiones y el sacrificio irremediable 
de las que existen dentro de la ciudad y sus inmediacio- 
nes. » 

Por los tiempos en que vamos, agrupábase hacia el 
Este cierto número de pobladores, constituyendo un dis- 
trito rural cuyo fomento era debido á las previsiones fisca- 
les. En la rinconada que forman los arroyos de Rocha y 
Don Carlos hasta la costa del mar, abarcando 20 leguas 
de superficie, existía una Estancia del Rey, provista de 1 5 
á 20.000 cabezas de ganado. Todos los arroyos del trán- 
sito hasta Ilegal’ á aquel punto, tenían guardias en sus ori- 
llas, y la Estancia del Rey albergaba numerosa peonada, 
pues solamente los acarreos anuales la obligaban á emplear 
de 40 á 60 hombres (2). La región comprendida entre 
los límites del establecimiento fiscal y sus adyacencias, fue 
progi’esi va mente transformándose en distrito, cuyo vecin- 
dario presentaba, á principios del siglo, densidad adecuada 
para comportar y sostener un centro urbano como cabeza 
de partido. Posiblemente, la disidencia de opiniones na- 



(1) L, C. de Montevideo. 

(2) Memoria de Oyarvide (citada). 




LIBRO VI. — GOBIERNO DE BUSTAMANTE Y GUERRA 385 

cida en 1784 respecto á la fundación del pueblo de SoUsy 
donde proyectaba enviar el Virrey de Buenos Aires un 
número crecido de familias, despertó la atención en favor 
de Rocha, indicándolo como punto más adecuado. Pero, 
exacta ó no esta apreciación conjetural, parece que hasta 
el año 1800 no se erigió formalmente dentro de los lími- 
tes que hoy tiene, la villa de Rocha, futura capital del De- 
partamento de su nombre. 

En todos los centros urbanos del país, según se ha ad- 
vertido oportunamente, sentíase una tendencia uniforme á 
mejorar de situación, aun cuando no siempre acertasen sus 
autoridades con los medios de llevarlo á efecto. Eran de 
este número las del pueblo de Soriano, que excitadas con 
la rivalidad de Mercedes, se desvivían por crearse una po- 
sición local desahogada, aumentando la renta pública dis- 
ponible. Sea porque el vecino y progresista centro hubiera 
limitado la jurisdicción del viejo establecimiento, sea por- 
que ciertas prácticas tributarias hubieran caído en desuso, 
el hecho es que en los comienzos del siglo, quejábanse los 
de Soriano, no solamente de la inobediencia de los magis- 
trados de Mercedes, sino también de la negativa del vecin- 
dario del radio á pagar el impuesto secular que por corte 
de leña y extracción de cueros alegaban corresponderle á 
la localidad. Mantenía esta situación tirante, lo restricto 
de los privilegios anexos á la condición de pueblo que 
disfrutaba Soriano, pues siendo ínfima esa categoría para 
el goce de jurisdicción, suscitaba inconvenientes por do- 
quiera. 

Proponiéndose remediar estos males, el Cabildo de aquel 
punto apoderó á D. Benito López de los Ríos, su Alcalde 
de 1.®*' voto, á fin de que gestionase título mayor para la 




336 LIBRO VI. — GOBIERNO DE BUSTAMANTE Y GUERRA 

localidad, con todos los privilegios anexos á dicha condi- 
ción. Era el expresado López, á juzgar por^^sus escritos 
sobre la materia, un individuo de imaginación fantástica, 
cuya inventiva no conocía límites respecto á la apreciación 
caprichosa de los hechos lejanos. Dominado por semejante 
propensión romanesca, trazó- en Noviembre de 1800 una 
Memoria para el Rey, enumerando los antecedentes y ser- 
vicios del pueblo de Soria no, por modo nunca efectuado 
hasta entonces (1). Afirmaba que el pueblo se había fun- 
dado en 1566, á instancias de un Religioso dominico que 
pasó de Buenos Aires para convertir á los chañas, y luego 
obtuvo la ratificación inmediata de sus trabajos por parte 
de Zarate; siendo así que en 1566 Buenos Aires no exis- 
tía, y Zarate vino al Plata siete anos después de esa fecha. 
Prosiguiendo su novelesco relato, reivindicaba para los 
chañas la defensa victoriosa y constante del Uruguay con- 
tra diversas agresiones extranjeras, la destrucción de los 
yaros y mbohanes, y la expulsión de las costas del Río- 
negro de los minuanes y charrúas : cosas todas que ya sa- 
bemos cómo se habían vérificado. Por último, en atención 
á lo exjiuesto, y al estíulo floreciente de la localidad, plaza 
militar á su vez, solicitaba para ella el título de « ciudad ó 
villa de Santo Domingo de Soria no, y puerto de la Salud 
del Río -negro ». 

La Memoria produjo sensación. Por escasas que fueran 
las informaciones de la Corte respecto al pasado histórico 
del Uruguay, no lo eran tanto que las agresiones conti- 
nuas del extranjero al país y la inextinguible reputación 
de los charrúas y minuanes siempre nombrados, dejasen 



(1) íY.® 5 en los D. de P. 




LinRO vr. — GOBIERNO BE BUSTAMANTE A' GUERRA 337 

do abonar la valentía del pueblo que se jactaba de ha- 
ber vencido las unas y puesto á ra 3 ^a. á los otros. Pero al 
investigarse el monto de los fondos y arbitrios disponibles 
con que pudiera mantener decorosamente el largo y auspi- 
cioso título ambicionado, se halló que á pesar de las fran- 
quicias inherentes al rango en proyecto, eran pocas y muy 
difíciles de cobrarse las rentas de Soriano, lo cual dio ori- 
gen á una capitulación satisfactoria. López de los Ríos, 
alegando que « de todas partes venían enfermos á recupe- 
rar la salud en Soriano, » pedía título de ciudad y sobre- 
nombre de « Puerto de la Salud » para su pueblo; mien- 
tras que el Rej^ atenta la pobreza del local, pero dando 
crédito á las belicosas hazañas enumeradas, se avenía á 
conceder la mitad del ascenso, pero precedido de títulos 
más pomposos aún. Zanjadas las dificultades en pos de 
una tramitación de dos años, recibió el viejo pueblo chana 
la denominación de « Muy noble y valerosa y leal villa de 
Santo Domingo de Soriano, Puerto de la Salud del Río- 
negro, » al mismo tiempo que la confirmación de su Ca- 
bildo: todo ello previo pago de 300 pesos de plata do- 
ble por la media- anata, tributo anexo á todo título ó 
empleo honorífico (1). 

Mientras esta gestióii siguió su curso, asuntos de mayor 
monta se habían producido en el país. Los tenitorios del 
Norte, á contar desde el Salto á Misiones, poblados por 
familias que se extendían de largas en largas distancias, 
eran pasaje obligado de los charrúas y minuanes en sus 
guerras contra los guara ni s de Yape)m, presentando con 
tal motivo tan pocas garantías de seguridad, que parecían 



(1) Rcalofi Cédulas de AratijucZy 21 Mayo ISO 2 (Arch Gen). 




338 LIBRO VI. — GOBIERNO DE BUSTAJIANTE Y GUERRA 



condenados á la desolación. El Virrey, marques de Avi- 
les, justamente prevenido contra semejante, abandono, se 
propuso remediarlo de un modo eficaz, reduciendo al cris- 
tianismo las tribus errantes, y agrupando en poblaciones 
fijas las familias desparramadas por toda la campaña de 
aquella vasta región. Echó mano para el efecto, de dos 
individuos de su particular confianza, que eran D, Fran- 
cisco Bermúdez, teniente de Gobernador de Yapeyú, y 
D, Jorge Pacheco Ceballos, capitán de Blandengues, oriundo 
de Buenos Aires; instruyéndoles respectivamente segíin el 
papel que á cada uno designaba en sus combinaciones. Re- 
servó para Bermúdez la parte diplomática del plan, come- 
tiéndole agotítr todos los medios persuasivos para atraerse 
á los charrúas y minuanes, estableciéndolos en distrito de- 
terminado, donde pudieran entregarse con desahogo al tra- 
bajo; mientras que á Pacheco le encargó poblar cuatro vi- 
llas, Belén, S. Gabriel, S. José y Santa Ana, sobre la costa 
del Uruguay, entre el Arapey y el Cuareim ; para lo cual 
ordenó se le habilitase con número suficiente de soldados, 
armamento y caballada de repuesto. 

Como en el ánimo de Aviles prevalecía la idea de no 
ahorrar medio para reducir pacíficamente á los naturales, 
pues hacía depender de ello, el éxito inmediato de las ope- 
raciones de Pacheco, resolvió, ante todo, enviar á los indí- 
genas una embajada compuesta de dos charrúas cristianos, 
residentes en Buenos Aires y antiguos prisioneros, quienes, 
por vía de Yapeyíi, debían trasladarse con escolta y salvo- 
conducto hasta las tolderías de sus compatriotas para pro- 
ponerles en nombre del Viney, paz y amistad diu'aderas, 
y buenos territorios donde j>astorear como dueños sus ga- 
nados, Llamábanse los embajadores elegidos, .Vicente 




inKO. VI. — OOBIKRNO DE BUS rAMANTE Y GUERRA 3139 

Adoltú y Antonio Ocaliíín ( 1 ), El primero de ellos era 
jefe 6 cariqnc, sogiin los españoles acostumbraban á lla- 
marles, V ambos aceptaron de buena voluntad el cometido 
que se les confiaba. A mediados de Enero de 1800 se 
pusieron en marcha para Yapeyú, y llegados que fueron á 
dicho punto, después de haber conferenciado durante tres 
días con Bevmúdez, marcharon en dirección al Salto cliico, 
donde les esperaba D. Juan Ventura Ifrán con una par- 
tida de 50 hombres y el jefe indígena Capataz para es- 
coltarles hasta las tolderías. Atento al regimen puesto en 
práctica por Aviles para toda empresa importante, Ifrán 
debía llevar un diario de las operaciones de la embajada, 
con el pormenor de todos sus detalles. 

A 2 de Abril se incorporaron á Ifrán, en Laureles^ los 
enviados charrúas. El 6 del mismo mes, él y ellos, es- 
coltados por 14 hombres, pusiéronse en marcha con mi- 
ras de encontrar á los indígenas, cuyo rastro se dejaba sen- 
tir en el camino. Sobrellevando las contrariedades de una 
empresa llena de peripecias, llegaron el 4 de Mayo á la 
costa del Cuareim, donde encontraron cuatro tolderías de 
indios minuanes, quienes, apenas divisaron á los españoles, 
pusiéronse en fuga, ganando el monte. Deseoso de aquie- 
tarles, pichó Ifrán á los embajadores, que acompañados de 
Capataz se adelantasen á tratar con los fugitivos, siguién- 
doles él á corta distancia. Franqueó la embajada el monte, 
y en un potrero cercano tuvo lugar la primera conferencia, 

cuyo resultado fué frustráneo. Solamente un indígena con 

« 

( 1 ) Oporiunamoüe hemos expuesto (tomo /, Uh i) las razones ¡pie 
nos inducen n admitir con desconfianza la propiedad de los nomh'es 
indlfjcnas escritos con ortografía española, así es (pie damos estos y los 
rpie les siguen, con las reservas del caso. 




3A0 LIBRO VI. — GOBIERXO DE BUSTAMANTE Y GUERRA 

12 personas ele su familia, se avino á reducirse y acompañar 
á los cristianos. Todos los demás se negaron á imitarle. 

Vista la inutilidad de mayores esfuerzos con aquella 
gente reliada, prosiguió Ifrán su marcha en dirección al 
Cuareim chico, desde donde despachó un baqueano á co- 
rrer el campo. Desorientado por la falta de noticias con 
que retornó el explorador, iba siempre adelante, cuando 
dió con una mujer minuana, aprisionada por el en otra de 
sus salidas, y arrojada ahora del campo de sus compatrio- 
tas, quienes la negaron refugio, diciendola que lo solicitase 
de su antiguo apresador. Informó esta mujer sobre el pa- 
radero más inmediato de los indígenas, que era en la costa 
del Cuareim chico, con cuya certidumbre apresuró sus mar- 
chas la expedición cristiana. Al amanecer del día 1 1 se 
divisaron dos indígenas que Ifrán mandó capturar, consi- 
guiendo hacerlo con uno de ellos. Traído á su presencia, suel- 
tas las ligaduras y obsequiado con yerba y tabaco, declaró 
el prisionero que su toldería, compuesta de ochenta indi- 
viduos, tenía por jefe á Masalana, y estaba allí cerca. A lo 
que correspondió Ifrán instruyéndole de sus propósitos, e 
invitándole á servir de intermediario en el tratado de paz. 

Aceptó el indígena, y agregándose á los dos enviados 
charrúas y á CapaiaZj partieron en dirección á la toldería, 
escoltados por Ifrán y 20 hombres. A media legua de ca- 
mino, sobre una cuchilla, ihvisaron formados á caballo, 80 
minuanes en aire de combate. Hizo alto Ifrán, y i>ara 
quitar á su actitud cualquier asomo de hostilidad, mandó 
á los comisionados qué se adelantasxen á entenderse con 
ellos ; pero apenas se pusieron al habla unos y otros, l'ue 
enorme la algarabía que se levantó entre los minuanes. 
Cortáronse varios de las lilas, y atropellando á. los parla- 




LIBRO VL — OORIKRNO DK BUSTAMANTK Y GÜBRBA o ti 

mentarios, les daban fuertes encontrones, blandiendo las 
lanzas y amenazándoles con toda suerte de injurias. La 
impasibilidad en los amenazados consiguió dominar el tu- 
multo, facilitando una aproximación entre Ifrán y Masa- 
lana, quienes aimbiaron las primeras palabras. Mientras 
ambos jefes hablaban, los enviados trataron de leer y ex- 
jdicar á la turba las proposiciones de Aviles; j3ero sea que 
no las entendiesen bien, sea que todos opinasen á un tiempo, 
la apaciguada algarabía volvió á encenderse con tal estre- 
pito, que fue necesario señalar el día siguiente para una 
conferencia más tranquila, y el campo español como lugar 
de cita ( 1 ). 

Cumpliendo lo prometido, al día siguiente, 1 2 de Mayo, 
á mediodía, compareció Masalana con 38 hombres arma- 
dos en el campamento de Ifrán, que distaba pocas leguas 
del suyo. Venían entre los minuanes dos cristianos rene- 
gados, quienes parecían tener sobre ellos gran influencia. 
Ifi’án recibió á todos con mucho agasajo, ofreciéndoles 
asiento, que Masalana aceptó á su lado, junto con los 
negociadores charrúas. En seguida regaló al jefe indí- 
gena, en nombre del Viirey, un sombrero, un poncho 
y un pañuelo provisto de yerba. Llenados estos prelimi- 
nares de cortesía, empezó á explicarle las ventajas de la 
propuesta del Virrey, que no solamente aseguraba á él y 
los suyos la paz de esta vida, instalándoles como dueños 
en tierras fmctíferas, donde se verían libres de peligros y 
asechanzas, sino también, proporcionándoles por medio del 
bautismo, la felicidad eterna, fin para que Dios les había 
criado. Traducían estos conceptos, los enviados é intérpre- 



(1) Diario de Ifrán (M8 en N. A.t 




342 LIBRO VT. — ÍJOBIERNO DE BUSTAMAXTE Y GUERRA 



tes, sin que Ma sal a na interrumpiese ; pero uno de los re- 
negados, inquieto por aquella deferencia, empezó á mur- 
murar con voz inteligible, y dirigiéndose á los indígenas en 
idioma propio, que no era verdad lo expresado por Ifríín, 
« pues ellos no tenían conexión alguna con los cristianos, 
ni menos eran criados para la gloria, pues el alma de ellos 
era como la de un animal, que muerto quedaba en la nada. » 
Vertido al castellano aquel despropósito, Ifrán lo contestó 
en el acto, «con un razonamiento — dice — que fue sufi- 
ciente para imponer silencio; » pero es de sentirse que no 
mencione el razonamiento argüido, á fin de aquilatar la 
clase de recursos polémicos que por aquel tiempo ceiTuban 
los labios á los renegados de este hemisferio. 

ISIasalana, hasta entonces silencioso, creyó oportuno ma- 
nifestarse, diciendo que él no vacilaba en seguir el dicta- 
men del Virrey; pero no creía fuera esa la opinión de los 
suyos, como podía observarse por el descontento con que 
acogían las palabras de Ifrán, especialmente los cristianos 
allí reunidos. Esta réplica emocionó al charrúa Adeltú, 
que siendo cristiano y. jefe, sintió ofendidas sus creencias 
y lastimada su jerarquía con la imputación de mediar en 
un engaño. Así es que ii’gui endose repentinamente, y sin 
que Ifrán tuviera tiempo de contenerle, dijo: « que él venía 
de orden del Virrey á escuchar razonamientos para tras- 
mitirlos, y no á llevarse gente ; :> y como si deseara acen- 
tuar que no la necesitaba para nada, « soy cacic^ue >>, aña- 
dió con altanería. « También soy yo cacique y señor de 
estos campos — gritó Ma sal ana — y antes prefiero morir 
con toda mi gente, que someterme. » Semejantes frases le- 
vantaron el altercado á un diapasón extremo. (Juiso mediar 
Ifrán para traer las cosas á ^xirtido; pero todo resultó inútil. 




LIBRO VI. — GOBIERNO DE BUSTAMANTE Y GUERRA 343 

Sin consideración ninguna ya, Masalana dijo que eran 
mentidas las promesas del Virrey, y saltando á caballo, 
fueron sus iiltimas palabras un desafío : « me retiro á la 
sierra del Ibirapitá ». 

La negociación había concluido desde ese momento y 
era inútil intentar reanudarla. Así lo comprendieron todos; 
de manera que Ifrán esperó el día siguiente para romper 
su marcha en dirección á los Yerbales, por donde tenía 
miras de probar fortuna con otras tolderías. Llegó á dicho 
punto el día 13, sin encontrar rastro alguno; el día 14 
avanzó hasta la Sierra, el 15 llegó hasta las puntas del 
Yarao, pernoctando allí, y el 10 se puso nuevamente en 
marcha, caminando diez leguas hasta situarse sobre una 
de las orillas del Cuareim, en el paso principal que por 
aquella altura tiene el río. Al caer la tarde, subido á un ár- 
bol, divisó una toldería comjDuesta de 70 personas, más ó 
menos, y á fin de acercarse sin ser sentido, fraccionó su 
gente, encerrando parte de la caballada en un potrero, y con 
el resto á pie y los caballos á soga, franqueó el paso del río 
á las nueve y media de la noche. Aproximóse en el ma- 
yor silencio á la toldería, y esperó el alba en esa actitud. 

Apenas rompió el día y le distinguieron los indígenas, 
hendió el aire una lluvia de flechas y el vocerío consi- 
guiente de alarma. Los enviados charrúas y Capataz, de 
orden de Ifrán, levantaron la voz para expresar cuáles eran 
los motivos que llevaban á los cristianos á aquel paraje ; 
pero el tumulto y los flechazos seguían, resultando herido 
un hombre. A las proposiciones sucesivas de paz y aveni- 
miento, respondieron que estaban por la guerra, y que se 
preparasen los cristianos á resistir, pues iban á exterminar- 
los á todos. Entonces el charrúa Ocalián opinó que debía 




344 OBRO VI. — GOBIERNO DE BUSTAMAXTE Y GUERRA 

hacérseles fuego, único recurso de salvación disponible. 8e 
rompió el fuego, que duró dos horas, y después de perder 
cinco hombres muertos y varios heridos, ganaron los indios 
el monte. 

Fracasada esta nueva tentativa de pacificación, deter- 
minó Ifrán ir en busca de los charrúas, creyendo hallarlos 
más dóciles. Confiaba reducir á dos de sus jefes, llamados 
D. Ignacio el gordo, y el Pintado, á cuyas tolderías se 
propuso llegar, rumbeando para donde presumía encontrar- 
las. Con tal designio, el día 18 se dirigió al Cerro Pin- 
tado, desertándosele allí el indígena reducido en el Cua- 
reim con su familia. El 19 llegaba á la Palma Sola, y 
desde el 20 al 31 de Mayo, dificultado por las Lluvias y la 
extenuación de las caballadas, fue caminando hasta el 
Cuaró, sin encontrar rastro de indígenas. Determinó en- 
tonces volverse á Yapeyú, por el camino de las Tres Cru- 
ces; pero cuando lo emprendía, una de. sus partidas se 
avistó con otra de infieles, que después de un cambio de 
palabras, desapareció con rumbo opuesto. Aprovechando 
la oportunidad de orientarse sobre aquel rastro, se puso 
Ifrán á seguirlo, y el día 2 de Junio, desde la cima de un 
cerro, entre Yucutujá y Cuaró, pudo ver una numerosa 
toldería, hacia la cual desistió de aproximarse, por la im- 
posibilidad de franquear el río y el mísero estado de sus 
cabalgaduras. 

Con esto, ojito por la retirada definitiva, retomando el 
camino de Yapeyú, en busca de Bermúdez, para darle 
cuenta del fracaso acontecido. Trasmitió Bermúdez la no- 
ticia al marqués de Avilés, quien juntamente con ella, la 
tuvo muy circunstanciada del Gobernador y Cabildo de 
Montevideo, sobre nuevas correrías emprendidas por los 




LIBRO VI. — GOBIERNO DE BUSTAMANTE Y GUERRA 345 

indígenas a raíz de sus negativas de avenirse a la paz. 
Firme en sus propósitos de limpiar la campaña de mal- 
hechores y someter á los naturales, como paso previo para 
asegurar el establecimiento de los cuatro pueblos cuya fun- 
dación perseguía, determinó Aviles tomar la ofensiva, para 
conseguir por la fuerza lo que no había logrado con buenas 
razones. En tal concepto, expidió órdenes perentorias á 
I). Jorge Pacheco, para que reforzado por el sub-Inspector 
marques de Sobremonte con 300 blandengues, 100 mili- 
cianos uruguayos escogidos, 150 indios de Yapeyú, y las 
armas, municiones, caballos y demas auxilios necesarios, 
exterminase los facinerosos y redujese enteramente á los 
indígenas ( 1 ). 

Sobremonte, cuya habitual diligencia para cumplir las 
órdenes de sus jefes debía llevarle á tan alto rango, aprestó 
en breve tiempo el contingente militar pedido. Poniendo 
á concurso las guarniciones de Maldonado, Montevideo y 
Cerro-Largó, hizo marchar con destino al Río-negro tres 
compañías de blandengues de 100 hombres cada una, dos 
de ellas pertenecientes al cuerpo de Montevideo y una al 
de Buenos Aires, pro^ástas de caballada de reserva, adqui- 
rida interinamente á préstamo del vecindario, mientras 
marchaba desde el Rosario la que debía sustituirla. Señaló 
el itinerario á cada compañía, previniendo que la de Mal- 
donado marchase por la Cuchilla-grande en dirección al 
Yí, para vadear el Río-negro por el Paso de Ramírez, y 
corriese luego la costa de aquel río en persecución de los 
indígenas y facinerosos, hasta encontrarse con Pacheco; 
mientras las dos compañías de Cerro-Largo pasaban el 



( 1 ) A.® 6' en /o.s- D. de P. 




346 LIBRO VI. — GOBIERXO DE BU8TAMANTE Y GUERRA 

Río-negro por la picada de Juan Gómez, del otro lado de 
Acégiui, para correr las costas de Caraguatá Tacuarembó 
con los mismos fines, sin perjuicio de que á mitad de ca- 
mino, informaran á Pacheco del local en que se hallaban 
j se pusieran á sus órdenes. Al comunicar estas medidas 
al Virrey, observaba Sobre monte que el apresamiento de 
contrabandistas podría disminuir la fuerza de las tropas en 
marcha, á pesar de las órdenes que tenían de entregarlos 
á las guardias inmediatas, por lo cual le parecía muy del 
caso ponerlas bajo la dirección del Ayudante ISIayor de 
Blandengues D. José Artigas « por su mucha práctica de 
los terrenos y conocimientos de la campaña ; pero como 
está'á las órdenes del Capitán de navio D, Félix de Azara, 
sólo lo hago presente á V. E, como todo lo demás, para 
que se sirva resolver lo que fuere de su superior agrado. » 
Sumando á sus fuerzas disponibles, estas otras que de- 
bían juntarse con las milicias movilizadas del país y los 
indígenas de Yapeyii, podía contar Pacheco con un cuerpo 
de tropas superior á 600 hombres. De ánimo esforzado en 
el peligro y sin escrúpulos con el enemigo, el interés 
egoísta de los estancieros y el amor propio de muchos su- 
balternos vencidos oscuramente, señalaban á este oficial 
como predestinado para emprender la campaña. Mentá- 
banle con terror los malhechores, por ser fama que encha- 
lecaba á los que caían prisioneros en sus manos, suplicio 
que consistía en retobar la víctima dentro de un cuero 
fresco, dejándola morir al sol comida de las moscas. En 
sus batidas por la campaña, se acompañaba de una trai- 
lla de perros, rastreadores, con los cuales seguía la pista 
al enemigo, dándole caza en los montes, á semejanza de 
los primeros compústadores de las Floridas y otros pun- 




Li n no V I . — ( ! o n I ic R\ o de b ust a a nti<: y c, u e n n a 7 



toíí amoriennos. Sus exti'avagnnoias personales le llevaban 
á recibir desnudo y en una liabitaciun contigua á la caba- 
lleriza, á las personas que iban á verle á su casa. Por lo 
demás, su trato social era agradable, el aspecto físico bueno, 
V cuando se presentaba en condiciones decentes, nada in- 
dicaba en el la perturbación mental generadora de seme- 
jantes desvarios. 

Pacheco estaba en Paysandu, al mando de la 2.'' com- 
pafiía del cuerpo de Blandengues de la Banda Oriental, 
cuando recibió, á 1 3 de Noviembre, las instrucciones de 
Aviles para activar la camparía. Inmediatamente pasó 
oficios á los capitanes de milicias D. Pedro Manuel García, 
D. Benito Chain y D. ^Manuel Gutiérrez ordenándoles 
convocaran sus respectivas compañías y pasaran el estado 
de su efectivo. Al día siguiente, hizo chasque al Virrey 
por vía de la Colonia, consultándole el plan de operacio- 
nes para abrir la nueva camj^ana. El 22 se le presentó el 
capitán D. Felipe Cardoso, procedente de Maldonado, con 
su compañía de 100 Blandengues, é hizo entrega del di- 
nero, armamento y municiones que conducía. Por la noche 
supo Pacheco que im grupo de indígenas había derrotado 
una partida de vecinos, dando muerte á o, hiriendo 11 y 
quitándoles toda la caballada. El día 22 de Diciembre 
tuvo aviso de hallarse en el Ai’apey, desde el 28 del mes 
anterior, el capitán D. Carlos Maciel, al frente de las dos 
compañías de blandengues procedentes de Cerro-Largo (1). 

En el correr de estas incidencias, había promovido con 
éxito entre el vecindario una prestación de cal^allos y vehí- 
culos para montar la tropa y conducir las familias de co- 



(1) Diario w Hitar de Pacheco (MS en N. A.) 




348 LIBRO VI. — GOBIERNO BE BUSTAMANTE Y GUERRA 

lonos que, ayudado por el capitán D. Pedro Manuel Gar- 
cía, debía transportar consigo, consiguiéndoles además los 
instrumentos de carpintería y labranza imprescindibles. He 
dedicó en seguida á estimular el celo de los oficiales de 
milicias cuyo prestigio se estrellaba contra el desgano del 
vecindario á presentarse en las filas, y concluidos con el 
año los últimos preparativos, pudo considerarse habilitado 
para abrir operaciones en Enero de 1801. 

Cuando se lisonjeaba de conseguirlo á toda satisfacción, 
un acontecimiento inesperado obstaculizó sus planes. Don 
Félix de Azara, que ambicionando la gloria de colonizador, 
ensayaba sus fuerzas en Batoví, no se consideró seguro con 
50 soldados disponibles, y pidió dos compañías de blan- 
dengues para fundar el establecimiento allí proyectado. En 
el acto defirió Aviles á la solicitud, ordenando á Pacheco 
que se desprendiese de aquella fuerza para socorrerlo. In- 
mediata fue la obediencia á la orden, pero amarga la re- 
convención que inspiró su cumplimiento. « Si D. Félix de 
Azara — decía Pacheco al Virrey — encuentra dificultad 
en sostener con cincuenta soldados ó más que tiene, la po- 
blación que hoy establece en la guardia de Batoví que hace 
tiempo se halla situada, y en la cual los indios gentiles 
consideran poder que los contenga, ¿ cuánta más debía ser 
mi dificultad para crear cuatro villas en campos desiertos, 
habitación de los mismos enemigos, y para esto sólo me 
quedan un capitán, un teniente, dos alféreces,. cinco sar- 
gentos, un tambor, trece cabos y ciento diez y nueve solda- 
dos? .... Pero no obstante, V. E. disponga, que yo soy todo 
resignación y todo obediencia; si se me manda presentarme 
á los contrarios con un solo soldado, allá corro tan gus- 
toso como si fuera á la cabeza del más poderoso ejercito 




LÍBUO VI. — GOBIERNO DE BUSTAMANTE Y GUEIÍIÍA Md 



pues no hay otro peligro que sea capaz de atribular mi es- 
píritu sino el que no correspondan las resultas de mis ope- 
raciones con las diligencias que pondré en su desempeño, 
exj)oniéndome por esto á la mordaz crítica del pueblo 
censor. » 

Así mermado de fuerzas, no se desanimó, sin embargo, 
activando la regimentación de los que deseasen acompa- 
ñarle para fundar la villa de Belén, sobre el Yacuy, pri- 
mera de las que proyectaba establecer. El 24 de Enero se 
le presentaron voluntarias 11 familias, que mandó empa- 
dronar de conformidad á lo observado hasta entonces. És- 
tas, agringadas a las que proporcionó el capitán García, y 
algunas más, vinieron á constituir un núcleo de 52 fami- 
lias. Como Pacheco hubiese convocado á los indígenas 
cristianos del distrito para ayudarle á verificar el trans- 
porte de los nuevos colonos, inmediatamente de saberlo el 
Virrey, le ordenó que restituyese á sus hogares á los de 
la orilla oriental del Uruguay y pueblo de Paysandú, para 
evitar que los españoles convecinos, les usurpasen sus 
propiedades á pretexto de la ausencia. Cumplida la or- 
den, se puso en marcha. Superando las crecientes de los 
ríos y escabrosidades de los caminos — según él mismo lo 
expresa — llegó el 14 de Marzo de 1801 al Yacuy, en cuya 
pintoresca rinconada dió comienzo á la fundación de la vi- 
lla de Belén, 

Junto con su llegada al Yacuy, ya experimentó Pacheco 
las resistencias que debía provocar aquella actitud entre 
los indígenas. El teniente D. Ignacio Martínez, que con 
50 blandengues iba en protección de Azara, fué derrotado 
á los cinco días de marcha, con pérdida de 3 soldados 
muertos, 15 heridos, entre ellos el mismo Martínez, y toda 




350 LIBRO VI. — GOBIERNO DE BU.STAMANTE Y GUERRA 



SU caballada. Destaco Pacheco en socoito del vencido al 
capitán D. Felipe Cardoso con otros 50 liombreg, y comu- 
nicó el hecho al Virrey, avisándole que esta desmembra- 
ción de fuerzas le dejaba al ñ’ente de 200 hombres mal 
montado.s y desmoralizados ; pero ello no obstante, alienas 
asegurase la población de Bel en, marcharía á incorporarse 
á Cardoso, para perseguir á los indígenas. Contestó Aviles 
condenando la conducta de Martínez, que ordenaba fuese 
reemplazado por oficial más idóneo, pues urgía ante todas 
las cosas reforzar á Azara, y así mismo previno á Pacheco 
que no emprendiese operación alguna contra los indígenas 
hasta no contar la seguridad de batirles ( 1 ). 

Parece que Pacheco adquirió esa seguridad, luego que 
el teniente de Gobernador de A'apeyú le remitió 283 ca- 
ballos, auxilio de que Carecía. Munido, pues, de los elemen- 
tos que necesitaba, á los que agregó la consabida trailla 
de perros, se puso en campaña á últimos de Abril contra 
los charrúas. El 29 de ese mes, á las 3 de la madrugada, 
sorprendió una partida de 24 indígenas, que al mando de 
Surdo, aireaban en el Arapey-grande, lugar llamado de 
Tropas, un grueso trozo de animales caballares. Pacheco, 
para atacarles, desmontó 70 hombres de los 110 que lle- 
vaba, y penetró con ellos al monte, dejando el resto á ór- 
denes del teniente de milicias D. Ambrosio A'elasco, con 
cargo de atacar por él frente. Los indígenas, sorprendidos, 
pelearon hasta morir todos, quedando heridos Velasco y 2 
soldados. Se les represó un cautivo y todos los ganados que 
arreaban. 

Al día siguiente tuvo Pacheco noticia, por el alférez 



(1) Correspóndencia caire Pácitcco y Aviles (MS en N. A.). 




! LIBRO VI. —GOBIERNO DE BUSTAMANTE A" GUERRA 351 

'[ D, José Roncleau, comandante de una de sus partidas expío- 
j radoras, de haberse descubierto en el Corral de Sopas rastros 
I de indígenas. Llegada la noche se puso en marcha para allí, 
i uniéndose á Rondeau con 120 hombres; pero por más 
!i precauciones que tomó, no pudo sorprender á los charrúas 
j que lo habían sentido y estaban muy vigilantes. Resolvió 
I entonces atacarles de frente, partiendo en dos trozos su co- 
j lumna, y encargando el de la izquierda al capitán D, Fe- 
^ lipe Cardoso, mientras éb tomaba el mando de la dere- 
j cha. A las G de la manana del 1.'’ de Mayo les llevó 
í la carga en esa forma. Los indígenas, favorecidos del te- 
'i rreno, habían ocultado sus familias y trastos en lo espeso 
! del monte, y defendían la entrada en buena formación. 

' Fue recibida la columna con una nube de flechas y pie- 
dras y algunos tiros de fusil que la desordenaron, obli- 
gándola á desmontarse para romper el fuego con éxito. 
Los charrúas, no pudiendo resistirlo, después de escasa pér- 
dida, se ocultaron en el bosque. Previendo Pacheco que 
' esta operación respondiese á la espera de algún refuerzo, 
hizo alto y se mantuvo formado durante dos horas ; pero 
viendo que tal refuerzo no aparecía, introdujo á Rondeau 
en el monte con 50 tiradores escogidos y orden de sacar 
á los indígei^as al llano. Conseguido esto, cayó sobre ellos, 
y les hizo tal destrozo, que sólo escaparon 7 jóvenes á la 
carnicería. Murieron en esta acción 2 mujeres y 37 hom- 
bres, entre ellos los caciques Blanco y Sara; y fueron tro- 
feos de la victoria 3 cautivos, 13 cliinas y 11 criaturas, 
con más 300 caballos y 27 yeguas, todas inútiles. 

Después de este triunfo, dirigió Pacheco sus marchas al 
potrero de Arerunguá, donde tuvo noticia el 18 á la tarde 
de sentirse fuerzas enemigas á poca distancia del paso 




352 IJHRO VI. — GOBIKRXO DK I3USTAMANTE Y GUERRA 

de Vera. Continuó entonces la persecución sobre este dato, 
hasta el día 20, en que perdió todo rastro, quedando des- 
orientado. X fin de tomar nuevamente el hilo, destacó 
íí Rondeau para que explorase el campo á vanguardia, y á 
la noche ya tuvo noticia de los indios por este oficial, 
que los había encontrado a inmediaciones del primer gajo 
del río Tacuarembó; con cuyo aAiso se puso el jefe sobre 
ellos. Una densa niebla, de que apareció cubierto el campo 
al siguiente día 21, hubo de hacer infructuosa toda opera- 
ción; pero afortunadamente para Pacheco, la trailla de pe- 
rros que llevaba, bien adiestrada para estos lances, hus- 
meó lí los indígenas é indicó la posición cierta que ocu- 
paban. Con indicio tan seguro, al romper el día mandó el 
capitán forzar los pasos que conducían al campamento de 
los charrúas. Tres veces avanzaron las fuerzas cristianas 
y tres veces. fueron rechazadas con perdidas. A la cuarta 
embestida lograron, empero, su objeto, obligándolos á re- 
fugiarse al monte, donde estaba Pitao- cliico con el grueso de 
su gente. Luego que se disipó la niebla, y dueño de 
los pasos, el capitán expedicionano desmontó su fuerza, 
excepto la muy necesaria para impedir la fuga del ene- 
migo por los costados. ' En ese orden penetró al monte, 
entablando un combate á muerte. « Pelearon — dice el 
mismo Pacheco — uno á uno y dos á dos, con tanto espí- 
ritu como si tuvieran á su lado un ejercito: no hubo de 
ellos quien se quisiese rendir. » ( 1 ) Y así fue efectiva- 
mente, porque desde Pitao-chico hasta el último quedaron 
en el campo; y eran tantos los muertos, que Pacheco declaró 
lio serle posible detenerse á contarlos. ¿ Pai’a que, tampoco ? 



(1) Parte lie Pacheco á Aviles (Col Lamas). 




IJBRO VI. — GOBIERNO DE BUSTAMAXTE Y GUERRA 853 

K Después de esta victoria, el Virrey Aviles podía reputar 
I cumplida una parte de su plan. Había establecido la po- 
< blacion fija de Belén, y ahuyentado y destrozado á los in- 
¡ dígenas uruguayos que repugnaban someterse á la civiliza- 
: ción. Escaso de tropas y recursos pecuniarios, suspendió, 
} empero, la fundación de las otras tres villas que tenía en- 
I cargadas á Pacheco; pero sin abandonar por eso el propó- 
: sito de hacer algo en favor de la colonización del país. Te- 
^ nía el Virrey á este respecto ideas definidas, y no era el 
' rigor su arma favorita para realizarlas. A la misma fecha 
: que procuraba atraerse los minuanes y charrúas silvestres, 
f se había preocupado de mejorar la situación de los indios 
! de las Misiones. 

Con ese, designio, proyectó abolir entre ellos la comuni- 
dad de bienes, que era una fuente de explotación destinada 
á enriquecer los gobernantes laicos. Libertó 300 familias, 
adjudicándolas tierras y ganados, para ver si por ese ar- 
I bitrio cambiaba la situación angustiosa de aquellos pue- 
^ blos. El remedio era tardío. Empobrecidos y vejados los 
3 indígenas por una sucesión de gobernadores más atentos 
jf á la codicia que al bien común, se avenían mejor á la liol- 

( ganza que al trabajo, así es que la libertad era para ellos 
un elemento del cual no supieron sacar ningún partido, 
j El censo de la población de las Misiones, que en el año 
I 1801 levantó su Gobernador D. Joaquín de Soria, de- 
I muestra hasta qué punto había llegado el abatimiento allí ; 
pues los 30 pueblos arrojaron un total de 45,639 indivi- 
duos, cuyo número, cotejado con el que tenían en 1767, 
daba un balance en contra de 98,398 habitantes ( 1 ). Los 

(1) Funes, Ensayo^ etc; iii, vi, vni. 



Dom. Esp. — II. 



23 . 




354 Ln?RO VI. — GOBIERNO I)E BUSTAMANTE A’ GUERRA 

malos tratamientos de los gobernadores y su codicia, las 
invasiones de los charrúas, la emigración y, la muerte, ha- 
bían arruinado en treinta y cuatro años un imperio tan flo- 
reciente y rico. 

Los portugueses, sin embargo, codiciaban aquellos terri- 
torios y estaban ú la mira de cualquier emergencia que les 
permitiera adquirirlos. Ya se ha visto cómo habían sal- 
tado la línea de demarcación, fundando cinco poblaciones 
de este lado del Arroyo-grande, y repartido suertes de cha- 
cra al sur de Piratiní, avanzando de esa manera sobre ju- 
risdicción uruguaya perfectamente reconocida y delimitada- 
íío fue parte á contenerles la protesta de las autoridades 
españolas, y aun vino á estimular sus propósitos la guerra 
que se rom]DÍó en 1801 entre España y Portugal con mo- 
tivo de haberse aliado aquélla á Bonaparte é invadido y 
apresado sobre territorio peninsular, varias plazas fuertes 
^portuguesas. Conocidos que fueron en América estos he- 
chos, el Gobernador de Pío-grande, sin aguardar instruc- 
ciones del Virrey del Brasil y prosiguiendo su plan de 
avance sobre nuestras fronteras, declaró en una proclama 
rotas las hostilidades contra los españoles, ofreciendo per- 
dón á los desertores que volviesen al servicio, y moviendo 
dos cueqpos de tropas, sobre nuestro territorio ( 1 ), 

La primera posesión que cayó en manos de los portu- 
gueses fue el fuerte del Chuy, sorprendido y saqueado sin 
pérdida de un hombre. Luego fue entrado Yaguarón, cuyas 
fortalezas arrasaron y demolieron, y después toda la línea 
del Yacuy hasta Santa Tecla quedó en poder de ellos. No 
había más autoridad en aquellas proximidades que la del 



(1) Soutlicy, llist. fio Braxil, vi, xlíii. 




LIBRO vr. — GOBIKRXO DK niTSTAMAXTK Y GUERRA 355 

teniente coronel I). Franci¿>co Rodrigo, comandante de 
las Misiones uruguayas, cuyo carácter despótico e irregular 
conducta le habían enajenado las simpatías de todo el 
mundo, á punto de serle imposible d¡>sponer de un soldado. 
En cuanto supo la invasión portuguesa, se reconcentró so- 
bre el pueblo de S. Miguel con un puñado de indígenas de 
las Reducciones, soldados allegadizos que le odiaban por 
los malos tratamientos que les había hecho sufrir y que 
empezaron á desertarse, pasándose muchos con caballos y 
ganados á los portugueses. Estos, por su parte, señores de 
tan gran porción de territorio á tan poca costa, extendieron 
sus miras más allá de donde las fijaran en un principio; y 
estimulados por la situación de Rodrigo, diéronse á medi- 
tar la forma de arrebatarle el distrito de su mando. 

Entre las medidas del Gobernador de Río -grande al 
romper las hostilidades, había sido de mucho efecto el in- 
dulto á los desertores, porque como hubiese bastantes 
que hacían correrías de cuenta propia, ahora se les pre- 
sentaba ocasión de proseguirlas en forma militar y con pro- 
vecho seguro. Así, pues, se presentaron en bandas á la au- 
toridad, viniendo á la cabeza de una de ellas José Borges 
do Canto, conocido por sus fechorías en el país. Pidió 
armas y dinero, y confiado en el espíritu de malestar que 
decía conocer en los indígenas, aseguró que conquistaría 
para Portugal las Misiones uruguayas. El Gobernador de 
Río-grande, seducido por la promesa, pero muy alcanzado 
de recursos, le proveyó sólo de municiones, autorizándole 
á reclutar cuantos voluntarios pudiese para llevar á tér- 
mino su atrevido plan. Con 40 hombres armados á su 
costa, marchó Canto á realizarlo, presentándose delante de 
S. Miguel, donde entró sin resistencia, á causa de que aban- 




356 LIRRO VI. — GOBIJvRXO DE BUSTAMAXTE Y GUERRA 



donaron á Rodrigo casi todos los indígenas que le queda- 
ban. Creyendo éste que Canto era la vanguardia de un 
ejército, y habiéndose atrincherado en la antigua casa de 
los jesuítas, después de dejar 10 piezas de artillería en po- 
der del enemigo, propuso capitulación al aventurero, quien 
la aceptó de llano, pues no era poco el temor que tenía de 
que descubriesen su verdadera situación y escasa fuerza. 
Salió Rodrigo por este medio de S. Miguel, con promesa 
de abandonar el territorio de Misiones ; pero en el camino 
fue hecho prisionero por otra fuerza portuguesa, que des- 
conoció la caj)itulación. Canto, en pago de su hazaña, fué 
elevado á capitán levantándosele la nota de desertor (1). 

El Gobernador de Río-grande, inmediatamente que tuvo 
noticia de esta conquista, mandó ocupar el territorio de 
las Misiones con tropas organizadas y orden de sostener 
el puesto. á todo trance. Por su parte, el Virrey de Buenos 
Aires expidió algunas providencias á fin de que fuera 
auxiliado Rodrigo, que no sabía estuviese prisionero, y de 
aquí resultó una campaña bien deslucida. Los refuerzos 
españoles chocaron contra las tropas portuguesas, y fueron 
batidos con pérdida de 3 piezas de artillería, 75 prisione- 
ros y bastantes muertos. Canto, estimulado por su nueva 
posición de conquistador, se multiplicó en todas partes, 
defendiendo su conquista de un modo decisivo. Fueron 
ex^^edidas por el Virrey del Brasil órdenes á las capitanías 
generales más próximas á Río-grande para enviar socorro 



(1) Quejoso (le tan ¡mea (hídiva, (Jice d rÍ\condc de Podo Sefjuro al 
narrar estos hcdios: ^ Pobre r wcsquhtba recompensa, cm verdad(\ a 
um homem que retiniu ao Braxil nvi territorio que por si «5 ¡xtde 
constifidr nma provincia.'^ (Hist do Brnzil, ii, XLViir.) 




LIBRO VL — nOBIERXO PE BUSTAMANTE Y GUERRA 357 

de tropas y anuas á la provincia, y cuando se hacía por 
parte del Virrey de. Buenos Aires algo parecido que indi- 
caba la apertura de hostilidades en mayor escala con pro- 
pósito formal de reconquistar lo perdido, un suceso inespe- 
rado paralizó las operaciones. 

Como la guerra proseguía en Europa con gran desven- 
taja para Portugal, entró en las miras de éste pedir la 
paz. Mermado en sus posesiones del viejo mundo, con 
varias plazas perdidas y sin ánimos de reconquistarlas 
por el esfuerzo de sus soldados, convino en ajustar un 
tratado en 0 de Junio de 1801, por el cual se le de- 
vohuan varias de las plazas conquistadas, abandonando 
perpetuamente á España, Oli venza con los demás pue- 
blos desde el Guadiana. Obligóse también á cerrar los 
puertos de sus dominios á Inglaterra, y á resarcir sin 
dilación á los súbditos españoles todos los daños que re- 
clamasen, ya les hubiesen sido ocasionados por súbditos 
portugueses, ya por los barcos de la Gran Bretaña. Cono- 
cidas que fueron las bases de este tratado, solicitó la auto- 
ridad portuguesa de América al Virrey de Buenos Aires 
la cesación de hostilidades, como señal de acatamiento á lo 
que las dos coronas habían pactado. Don Joaquín del Pino, 
antiguo Gobernador de Montevideo que regía entonces el 
Virreinato, accedió á la solicitud, sin pedir previamente la 
entrega de los pueblos de Misiones, que el enemigo man- 
tenía usurpados. 

Esta resolución fue un error tan indisculpable como fu- 
nesto. Mal podía Pino consagrar la usurpación á pretexto 
de un tratado que se ajustara sin conocimiento de ella. 
Por otra parte, el Ministerio español, previendo alguna 
nueva celada del lusitano en el Plata, había dispuesto que 




358 LIBRO VI. — GOBIERNO DE BUfiTAMANTE V GUERRA 

se detuviesen en Montevideo las embarcaciones portugue- 
sas, en garantía y hasta tanto que el Gobierno de aquella 
nación restituyese las pertenencias españolas; con lo cual 
daba á las autoridades de estas regiones una pauta de con- 
ducta bien señalada. Además, celebrado como fue en el 
mes de Junio el tratado de paz, bien pudo estar sobre 
aviso Pino que debía exigir ante todo la devolución de las 
Misiones, cuya conquista se efectuó despuós de hecho el 
tratado, es decir, en el seno mismo de la paz y cuando 
España no podía estipular nada en ese concepto. Pero el 
Virríjy de Buenos Aires aceptó las cosas como estaban, 
firmando la^ suspensión de la guerra, y en seguida reclamó 
que se le devolviesen los pueblos usurpados. No de otro 
modo deseaba el Virrey de Pío Janeiro que se procediese 
para poner en ejecución su plan de no devolver nada. 
Entretuvo una larga negociación sobre este tópico, excu- 
sándose con efugios y supercherías, y al fin contestó ro- 
tundamente que el silencio del tratado sobre la restitución 
que se le j)edía, le obligaba á no proceder en el asunto sin 
especial mandato de su Corte (1). Y así perdimos el Ya- 
guarón y las Misiones jesuíticas, como habíamos ¡perdido 
Pío -grande. 

Sucesos más agradables llaman la atención hacia otras 
materias. Montevideo en el año 1S02 comenzaba á des- 
plegar buenos elementos de progreso, haciendo concurren- 
cia á Buenos Aires á pesar de su inferioritlad en pobla- 
ción y recursos. Durante aquel año habían entrado á 
su puerto, procedentes de la Península y puertos extranje- 



(1) Fuaes, Ensayo, etc; iii, vi, viii. — Southcy, Ilist do 
VI, XLiir, 




I 

í 

í‘ UBRO VI. — GOBIERNO PE BU.STAMANTE Y GUERRA 359 

l^ros, 188 buques de alto bordo, siendo 151 españoles; 
|y habían salido IGG buques, siendo españoles 130. El 
i principal llamativo de este tráfico marítimo era sin duda la 
condición superior del puerto, que permitía el anclaje de 
grandes barcos á pequeña distancia de los lugares aptos 
para desembarcar mercaderías. Aconsejados por Busta- 
mante, los particulares habían construido en esa fecha el 
primer muelle, y los progresos de Montevideo refluían so- 
bre otros puntos del país (1). Kacieron, particularmente 
en las poblaciones de las costas, distintos ramos de negocios, 
que al provocar cambios asiduos avivaron las necesidades 
de transporte por vía marítima, y se formó un tráfico de ca- 
botaje, que en este año de 1802 estuvo representado por 
G48 embarcaciones entradas de los ríos y G40 que salieron 
para el mismo destino. Así, la ma 3 ^or amplitud de comer- 
ciar subsanaba en parte el gran mal que nos hiciera Es- 
paña con matar los instintos marinos de la población pri- 
mitiva del Uruguay, y preparaba los medios de explotar 
esa tupida red de ríos cuya utilización será la que decida 
nuestro porvenir. 

A estos progresos comerciales, se agregaba una mejor 
organización de las fuerzas marítimas y terrestres que de- 
fendían la jurisdicción nacional. Siendo el Gobernador de 
Montevideo jefe del apostadero del Plata, disponía de una 
pequeña división de buques dé alto bordo, y 25 lanchas 
cañoneras y obuseras; además de algunos bergantines que 
vigilaban la Patagonia, y varias embarcaciones menores 
que hacían el servicio interno de correos. En Montevideo 

(1) Ex¡)cdienlc promovido para independizarse del Consulado de 
B, A, (Arch Gen) 




360 LIBEO VI. — GOBIERNO DE BUSTAMANTE y GUERRA 

existía como guarnición permanente 1 compañía de arti- 
llería de línea, y el cuerpo de marineros que tripulaba 
las embarcaciones de servicio. Como reserva y para casos 
imprevistos podía aprestarse el batallón de infantería mili- 
ciana denominado « Voluntarios de Montevideo » con 700 
plazas y el regimiento de caballería de la misma denomi- 
nación con otras 700. La guarda déla frontera la hacía el 
regimiento de Blandengues de 800 plazas, creado en 1797 
bajo el rigor de una dura disciplina. Fue en este regimiento 
donde hicieron sus primeras armas los principales caudillos 
de la futura revolución. 

Merced á este contingente de fuerza organizada, pudo 
reprimirse, entrado el año 1803, un conato de subleva- 
ción que, de realizarse, hubiera ocasionado hondos distur- 
bios. Con motivo de la libertad concedida al tráfico de 
esclavos, la población de color había crecido mucho en 
]\Iontevideo, llegando á formar una tercera parte de sus 
habitantes de entonces. Bien que la cultura de las cos- 
tumbres hubiese influido para mejorar la situación de los 
siervos, considerándoseles conio una agregación de las ía- 
milias y no como mercadería explotable, los instintos de 
raza oprimida dieron particularmente á los mestizos aliento 
para tramar una conjuración. Apalabrando á los negros, 
trajeronles á partido con el fin de provocar un levanta- 
miento y huir á campaña á formar una población sepa- 
rada. Ya madurado el plan, comenzó á ejecutarse ase- 
sinando á algunos amos y huyendo en seguida bastan- 
tes esclavos de la ciudad. El Cabildo, consternado, y con 
razón, de las perspectivas que ofrecía aquella rebelión 
servil, decretó medidas enérgicas para contenerla. Fueron 
aprehendidos y asegurados en Minas los esclavos fugitivos, 




IJBRO vr. — GOBIERNO DE BUST AMANTE Y GUERRA 361 

I y se pidió al Consejo de Indias licencia para levantar una 
I horca en la plaza de Montevideo, con el designio de impo- 
ner á la esclavatura y contener sus desmanes (1). Seme- 
jantes medidas apaciguaron los tumultos, prevaleciendo el 
orden y volviendo cada cual á sus ocupaciones habituales 
y los esclavos á la obediencia. 

Á raíz de estos sucesos, se produjo uno que hablaba di- 
rectamente con los curanderos, ó sea administradores de 
medicinas y específicos, sin estudio ni título de competen- 
cia. Andaba en el Uruguay por entonces el arte de curar, 
puede decirse que en su infancia, y explotaban la buena fe y 
el candor público numerosos individuos, utilizando todos 
los medios a que siempre ha dado pábulo la promesa de 
restituir la salud. Desde los adivinos hasta los simples 
comedidos, tenían todos gran predicamento, especialmente 
en los campos, donde la soledad, la ignorancia y las nece- 
sidades diversas, han hecho siempre fuerte recluta de se- 
res explotables. Por otra parte, la idea dominante en to- 
dos lados por aquella época, era que la ciencia de un 
médico consistía en conocer de memoria un gran recetario, 
cuya aplicación á cada caso especial coronaba el éxito 
buscado. Cuando los remedios no surtían el efecto que se 
deseaba, decíase que el propinante había errado la cura^ 
con lo cual venía á significarse, ó que la memoria le había 
sido infiel, ó que su repertorio terapéutico era escaso hasta 
no tener la fórmula curativa de la enfermedad que debió 
tratar. La parte filosófica y racional de la medicina, esto es, 
el diagnóstico de la enfermedad que resuelve su carácter 
y la observación que fija el tratamiento, no entraban ni 



(1) De- María, CompemUOj etc; ii, i. 




362 LIBRO VI. — GOBIERNO BE BUSTAMANTE Y GUERRA 

23or asomo en el calculo }:)opular, creyéndose que la cien- 
cia había nacido conq^leta desde el ¡primer día, y que el 
caudal de su fuerza estaba en aprender la 'propinación de 
remedios. Con tales ideas, pues, era holgada la ocasión para 
toda clase de exjdotaciones, y pululaban curanderos de 
todo genero en el país. Hasta los había que recetaban en 
latín, siguiendo la costumbre de los médicos de entonces. 

El Protomedicato de Buenos Aires, vacilando entre siqiri- 
mir los cui-anderos ó fijarles reglas de ¡Drocedimiento, op>tó 
al fin por lo último, con declaración de que lo hacía para 
aliviar á los habitantes de la campaña, única parte del 
país donde les permitía ejercer su industria. Prescribíales 
para ello; l.° que en los casos arduos de medicina y ciru- 
gía, consultasen sus dudas necesaria y exclusivamente con 
los respectivos profesores de primera clase; 2."* que sus re- 
cetas fueran escritas en idioma castellano; 3.^ que pusieran 
su firma entera y anotaran de su propia letra, al }úe de la 
fórmula, el día, mes y año en que recetasen, el nombre y 
aj)ellido del sujeto á quien había de aplicarse la receta, así 
como su casa-habitación y el pago donde residiera, « todo 
— añadía el mandato — bajo las severísimas ¡Dcnas que el 
tribunal j)uede imjDoner á los transgrcsores de una deter- 
minación tan interesante al bien público.» (1 ) Por su23uesto 
que, ni la consulta de los profesores, ni la receta escrita, 
ni el nombre del 2 ^aciente y lugar de su habitación podía 
verificarse con los curanderos alejados de las ciudades, así 
es que la dis230sición alentaba en vez de corregir sus des- 
manes. No faltó quien aprovechase la coyuntura, y fuó 
Bernardino Bargas uno de los primeros, que trasladan- 



( 1 ) L, C, de Monte calco. 




LimU) VI. — GOBIERNO DE BU,STAMANTE A' GUERRA 3G3 

^ cióse de Buenos Aires hasta aquí, presentó con gran pro- 
sopopeya su título al Cabildo, resultando curandero reco- 
nocido en ambas orillas del Plata. 

No andaban mejor las cosas políticas que las de policía 
domestica. Había ordenado la Corte á los virreyes de Bue- 
nos Aires que á imitación de lo efectuado por Aviles, pro- 
siguiesen fundando poblaciones en nuestras fronteras del 
Norte pai'a evitar así la invasión ¡Daulatina de los portu- 
gueses que se introducían en el Uruguay con su habitual 
y cautelosa costumbre. Los sucesores de Avilós olvidaron 
sus deberes en este punto, y aprovechando el lusitano de 
su descuido, fue entníndose cada vez mas adentro de las 
fronteras al arrimo de la suspensión de hostilidades. Todo 
el resguardo que había contra la invasión eran algunas 
partidas de dragones y blandengues diseminadas en los 
extensos y abiertos campos que debían disputarse al ene- 
migo; por manera que este se adelantaba impunemente, po- 
blándose á veces á retaguardia de los mismos destacamen- 
tos encargados de atajarle el paso. Sucedió en 1804 que 
el alfórez Francisco Barreto, de nactni portuguesa, alián- 
dose á los imbgenas infieles que había en las proximi- 
dades de la jurisdicción de su comando, formó con ellos y 
sus soldados un cuerpo de tropas respetable y' se internó 
hasta la horqueta del río Yara o, sin encontrar obstáculo. 
Mandaba en aquellas alturas el teniente D. José Eondeau, 
joven y animoso oficial que tanto debía distinguirse más 
tarde, el cual á la vista de provocación tan audaz, púsose 
en marcha con dos destacamentos de dragones y blanden- 
gues que obedecían sus órdenes. Avistó al portugués, le 
presentó batalla tomando muy acertadas disposiciones al 
efecto, y después de un rudo choque, quedaron Barreto y 




364 LIBRO VI. — GOBIERNO J)E BÜSTAMANTE Y GUERRA 



los suyos completamente batidos y desalojados de la hor- 
queta dcl Yarao y sus adyacencias. 

Sabido que fue en la Corte este suceso, comunicósele al 
Virrey de Buenos Aires el disgusto por su conducta im- 
previsora, y el mérito que había contraído Rondeau ante 
el Rey por su pericia y acierto. Decía, entre otras cosas, 
ese oficio: « Se ha servido S. M. resolver después de ha- 
ber oído sobre el particular á la Junta de fortificaciones y 
defensa de Indias, y conformándose con el modo de pen- 
sar del señor generalísimo príncipe de la Paz; que respecto 
que los portugueses no contestan, tampoco se haga otra 
cosa que lo j)re venido en tales casos, esto es, que callando 
y sin ruido se interne V. E. en el país, readquiera lo per- 
dido sea por la fuerza ó por la conducta, de suerte que las 
quejas que ahora debemos dar nosotros, sean ellos quie- 
nes las hagan, y que se vea la multitud de resoluciones 
dadas sobre estos puntos. No aprueba S. M. el que V. E. 
haya mandado suspender el arreglo de esas campañas 
y la formación de poblaciones en la frontera, pues es 
el único y eficaz me(%) 'para que no se internen en nues- 
tros terrenos en tiempo de paz, scgíin ha sucedido hasta 
aquí, y quiere se lleven á debido efecto sosteniéndolas á 
toda costa, -siendo preferible perderlas con honor que por 
mera inacción. Por último, S. M. ha aprobado la conducta 
del teniente Don José Rondeau que mandó la citada acción^ 
no sólo por las buenas disposiciones y providencias que 
tomó en sus marchas y demás ocurrencias, sinó también 
por las que practicó en la misma acción y el valor con 
que la sostuvo, conservando el honor de sus Reales armas^ 
por cuyas razones se ha dignado conferirlo el grado de 
capitán de caballería en premio de esto particular me- 




LIBRO VI. — GOBIERNO DE BUSTAMANTE Y GUERRA 3G5 

rito. » ( 1 ) Esta vez era la Corte quien enseñaba á los vi- 
rreyes del Plata, cómo debían cumplir sus deberes. 

Tocaba á su fin el gobierno de Bustamante. El Rey de- 
seaba utilizar sus servicios como jefe de escuadra, dando 
á este militar distinguido una colocación más adecuada á 
sus conocimientos profesionales y á las vistas que se te- 
nían sobre él. Bustamante, por sus ideas adelantadas y su 
amor á Montevideo, había sido uno de nuestros mejores go- 
bernantes. Desde los tiempos de Via na, no se habían oído 
aquí razonamientos más serios ni cálculos más exactos so- 
bre el porvenir del país. Marino, conocía la importancia 
topográfica de los pueblos de su dependencia, y trataba como 
gobernante de poner en práctica las ideas que le sugerían 
los conocimientos de su profesión. Estaba dotado de buen 
carácter, algo pagado del mando, es verdad, pero sincero y 
abierto á las expansiones de la sensatez. Se mostró siempre 
laborioso, activo y lleno de pundonor en el cumplimiento 
de sus obligaciones, y á haber tenido mayor independencia 
en su jurisdicción, no habrían ciertamente adelantado una 
pulgada de tierra en el Uruguay los portugueses. Pero de- 
pendía del Virrey de Buenos Aires, y no le era dado po- 
nerse en acción sinó á virtud de órdenes de aquel manda- 
tario. La suerte, sin embargo, le fue ingrata, como se verá 
después, y al ser sustituido por otro soldado de su misma 
profesión, iba al encuentro de una catástrofe, dejando la 
perspectiva de otra en pos de sí. Singular coincidencia, 
que los dos únicos marinos que nos gobernaron en tiempos 
normales, cayeran envueltos en una desgracia común y 
originaria de la misma causa! 



(1) Col Lamas. 




LIIUIO SKPTIMO 




LIBRO SEPTIMO 



GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO 



Don Pascual Ruiz Huidobro. — Sus primeros actos de gobierno. — Rela- 
ciones políticas entre España é Inglaterra. — Don Francisco Miranda 
y sus proyectos de independcmcia americana. — Apresamiento de Bus- 
tamante y Guerra. —Expedición de Pophain contra Buenos Aires. — 
Capitulación y entrega de la ciudad. — jMontevideo se prepara á re- 
conquistarla. — Primeras medidas de Ruiz Pluidobro. — Actitud enér- 
gica del Cabildo. — Donativos populaVes. — Don Santiago Liniers. — 
Se le comete el mando de la expedición reconquistadora. — Mar- 
cha de la expedición. — Reconquista de la ciudad. — Agradeci- 
mientos del Cabildo y del Virrey. — Honras concedidas por el Rey 
á Montevideo. — El marqués de Sobremonte se traslada al Uru- 
guay.— Amagos de una nueva expedición inglesa. —Bombardeo de 
jMontevideo. — Toma de Maído nado y Gorriti. — Vituperable con- 
ducta de las tropas inglesas. — Combate.de San Carlos.— Llegada 
de Auchmuty y su marcha sobre Montevideo. — Intimación de los ge- 
nerales ingleses. — Combate del Buceo. — Salida del día 20. — Reac- 
ción tardía eii Buenos Aires. — Desco;ifianzas y tumultos en Mon- 
tevideo. —Los ingleses asaltan y rinden la ciudad. — Su conducta 
en los primeros momentos del triunfo. — Su juicio sobre la so- 
ciabilidad montevideana. — Primera publicación periódica. — Ocu- 
pación de Canelones, San José y Colonia. — Organización de la mili- 
cia inglesa. — Conspiración descubierta. — El coronel Elío. — IJegada 
de Whitelocke. — Se decide á marchar sobre Buenos Aires. — Es- 
tado de la opinión en aquella ciudad. — La ataca V^hitelocke y es 
vencido. — Capitula y entrega todos los puntos ocupados en el Uru- 
guay. — Restablecimiento de las autoridades españolas. — Cartas sa- 
tíricas del Cabildo de Montevideo. — Providencias militares de Elío. 



(1804 — 1S07) 

El sustituto de Bustainaiite era D. Pascual Ruiz Hui- 
dobro, brigadier de Real armada, á quien la Corte había 




370 



LIBRO VII.- (iOniEIÍNO DK líL'IZ IIUIDOBÍÍO 



pro vis t(^ Gobernador desde 14 de Julio de 1803 por Cé- 
dula correspondiente (1). Su carácter firme y la buena 
opinión que gozaba, habían influido para” pro moverle al 
gobierno de Montevideo, que ocupo en los primeros días 
del año 1804. 

Señaláronse sus actos iniciales por la prosecución de 
las mejoras que había alentado su antecesor. De acuerdo 
con el Cabildo, destinó buenas sumas á la compostura de 
caminos, construcción de edificios públicos y limpieza de la 
ciudad. Dióse comienzo bajo su administración á la obra 
de la nueva casa capitular, presupuesta en más de 83,000 
pesos, y se consagró la Matriz que acababa de construirse. 
Con motivo de la propagación de la fiebre amarilla, im- 
portada por la fragata San Telino de Málaga, se agitó 
la idea de formar un lazareto, contribuyendo cada uno de 
los miembros del Cabildo de su peculio propio con una 
cuota, y asignándose 4,000 pesos del ramo de carnes para 
aumentar los recursos destinados á ese fin. Todo lo que 
miraba al progreso material y al bienestar público fue 
atendido. Se creó Alhóndiga provisional en el Cordón 
para expender trigo al público, matando así el monopolio 
de los panaderos, que compraban todo el grano y vendían 
el pan á precio antojadizo. Para complemento de estos pro- 
gresos, introducía el portugués Antonio Machado en el si- 
guiente año la vacuna. 

Entre tanto, daba la vela para España D. José de Eus- 
tamante y Guerra, al mando de las fragatas Me de a. Fama, 
Clara (ó Flora según otros) y Mcrecde^^, conduciendo 
5:000,000 de pesos y un considerable cargamento de efec- 



( 1 ) L. C. de Montevideo, 




UHRO VIL — (ÍOBIBRNO DE UUIZ UUIDOI5RO :)71 

tos. La Jfcdca y la Fama llevaban caudales de Montevi- 
deo por valor de 1:504,542 pesos, siendo dinero y efec- 
tos de Lima, lo que constituía el cargamento de las otras 
dos naves (1). No se presumía que esta preciosa carga pu- 
diera ser objeto de atropellos, desde que España estaba 
en paz con las demás naciones, bien que marchando á 
remolque de Napoleón, mas no por eso en hostilidad abierta 
con ninguno. Sin embargo, Inglaterra miraba de reojo se- 
mejante actitud de una potencia que había sido antes su 
aliada, y temía que la abundancia de recursos con que pu- 
diera suplir las escaseces del francés, le aportaran á ella 
dificultades y tropiezos en sus negocios políticos. Basán- 
dose en tales cavilosidades, el Gabinete de San Jorge se 
mostraba propicio á la guerra, y no faltaban instigadores 
que le señalasen este camino, como el tínico capaz de 
proporcionarle gloria y lucro. Particularmente en lo rela- 
tivo á las posesiones españolas de América, convenía el 
Ministerio dominante en hacerlas objeto de atrevidas em- 
presas, siendo de larga fecha la elaboración y trama de un 
oscuro plan á este propósito, en que las intrigas de vulga-. 
res conspiradores tenían oídas en los consejos de los más 
encumbrados magnates británicos. Un individuo, sobre to- 
dos, parecía merecer la mayor confianza de los políticos in- 
gleses en punto á proporcionarles los datos que necesita- 
ban; bien que en el fondo llevasen la mira de engañarle, 
como sucedió. 

Vivía por entonces en Inglaterra, en calidad de agitador 
político, D. Francisco Miranda, sujeto tan falto de sen- 



il) Mañano ToiTcute, llídorla de la col ación hispano • amcri^ 




372 



LIBRO VII. — GOBIERNO DE RÜIZ IIUIDOBRO 



tido práctico como lleno de planes gigantescos. Xatiii*al 
de Caracas, donde naciera en 1750 de una familia ignóbil 
aunque rica, abrazó la carrera militar, obteniendo en Es- 
paña el grado de capitán. Tomó parte con ese empleo 
y como silbdito español en la guerra de la independencia 
de los Estados Unidos, contaminándose de las ideas revo- 
lucionarias que allí bullían, y concibiendo al calor de la 
ayuda oficial que prestaban las tropas de España y Fran- 
cia á los anglo- americanos, el plan de independencia que 
le trabajó de ahí para adelante. Sea porque se trasluciera 
en el ejercito su modo de pensar, ó porque su carác- 
ter inquieto le llevara á la insubordinación, fue proce- 
sado en la isla de Cuba, teniendo que escapar de allí para 
Europa, cuyo continente viajó casi todo, estrecliando en 
Rusia personales relaciones con la EmiDeratriz Catalina II. 
De aquella Corte pasó para Francia, entrando al servicio 
de la Revolución y distinguiéndose en 1792 y 1703 en la 
guerra contra Prusia y en la conquista de Bélgica; jiero 
habiendo obtenido mandos superiores á órdenes de Du- 
mouriez, dió fiasco en ellos y perdió su crédito militar. 
Preso y sometido al tribunal revolucionario, fué absuelto, 
obteniendo su libertad á condición de abandonar el terri- 
torio francés ( 1 ). 

Pasó á Londres en 1797, cuando los ingleses acababan 
de arrebatar á España la isla de Trinidad en Venezuela, 
diciéndose de acuerdo con varios individuos de América 
para proponer la independencia de este continente, y tuvo 
vistas con algunos personajes políticos á fin de comprorae- 



(1) José Manuel Restrepo, I listona de la Jíerol ación de la Jlepá- 
híira de Colombia: i, ii. i. 




MURO vrr. — GOIUERN’O DE RUIZ IIlTlDOimO 37.‘5 

terles en tan vaj^to designio. Llevaba entre sus papeles un 
proyecto tirniado en París á 22 <le Diciembre de aquel 
año, cuyas principales cláusulas eran : solicitar buques, armas 
y municiones de Inglaterra; indicar que los Estados Uni- 
dos aprestarían 10,000 hombres á cambio de la cesión de 
las Floridas y el abandono de todas las islas es])añolas 
menos Cuba; y que se gratificaría á los ingleses por sus 
auxilios con 30:000,000 de libras esterlinas, la alianza de 
los Estados que se independizaran y un tratado de comer- 
cio. Pitt el joven, que ocupaba el Ministerio entonces, dio 
esperanzas de algún éxito favorable en el negocio, y el pre- 
sidente del Almirantazgo lo avocó con miras de resolverlo* 
Pero consultado el presidente Adams de los Estados Uni- 
dos, se negó á contestar, dejando á Miranda sin apoyo en 
la oferta anticipada que había hecho del concurso de aque- 
lla nación. 

ísi Miranda ni el Gobierno inglés, sin embargo, abando- 
naron el proyecto que les traía preocupados. El aventurero 
caraqueño, fértil de imaginación, combinaba bajo todos 
respectos nuevos planes en sustitución de los que le fraca- 
saban; y el Gabinete de San Jorge, desesperado por los 
triunfos de Napoleón y el aplastamiento de ánimo de Es- 
paña, que no se atrevía á romper con el conquistador, es- 
piaba la oportunidad de arrancar á la Corona española 
algunos de los pingües dominios que constituían su poder 
en el hemisferio americano. De esta manera, Miranda 
siempre en juego, aprovechaba el estado de ánimo de los 
hombres políticos de la Gran Bretaña para incitarles á 
tomar parte en todos los proyectos que iba urdiendo. Cua- 
draba á su intento que los ingleses hubieran tomado po- 
sesión de la isla de Trinidad, desde la cual comenzaron á 




374 



LIBRO VIL— GOBIERNO DE RÜIZ HÜIDOBRO 



circular papeles incendiarios a toda la Costa-Firme, pro- 
clamando la revolución, la independencia y la libertad. Mi- 
randa mismo envió algunos de esos impreS’os á personas 
importantes de su país ; pero no todos los recibieron de 
buen grado, y hasta hubo algunos que los denunciaron á la 
autoridad española, como provenientes de un traidor des- 
agradecido ( 1 ). Con todo, la semilla de esta subvei-sión iba 
prendiendo, y fructificaba yá en algunos ánimos. 

Sintiéronse en Venezuela estremecimientos de malestar, 
á los que dió en cierto modo causa la aparición de algunos 
emigrados españoles, que el Gobierno de Madrid había 
confinado allí por su afición á los principios republicanos, 
segün se decía. De ello tomó pie Miranda para fraguar un 
nuevo plan por el cual había de hacer una invasión á la 
Costa - Firme, protegido de los ingleses. La idea no des- 
agradó al Gobierno británico, que estaba en actitud de auxi- 
liarla por la proximidad de sus ¡posesiones recientemente 
conquistadas, así es que el nuevo pian se maduraba con 
grandes probabilidades de éxito, cuando la paz de Aniiens, 
firmada en 1802 entre Inglaterra y Francia, desbarató el 
proyecto. Desde luego quedó Miranda relegado á segundo 
termino, á pesar de todas las promesas que se le habían he* 
cho; lo cual no fue parte á abrirle los ojos sobre su ver- 
dadera posición. 

Muy dado á fantasías, como lo son todos los conspira- 
dores, especialmente aquellos que viven expatriados, Mi- 
randa prosiguió sus trabajos entre algunos personajes 
ingleses. Eran de este número Sir Evan Nepean y Sir 
Home Popham, que por distintos motivos ocupaban em- 



(1) Kanion Azpunm, Hnmbrrf: nnfahJc'< de Hisjryuo-Amrrim : tomo i. 




MlUiO VI!, — (.oillKlíNO l»K KIM/ HriPOIiKO 



,UJ 



plíHw rii 1;! Administración y el Parlamento, y 

ante los cuales apuró Miranda todo recurso, poniendo 
on línt‘a la multitud dt^ planeKS que bullían en su cabeza, 
(instaron los dos iniíleses, sobre todo, ile la idea de una 
invasión al Kío de la Plata, como que presentaba los ina- 
vores prospectos de satisfacción a las exigencias del co- 
mercio luitanico, y de lucro a los que practicaran la ten- 
tativa, Se trabajaron y rtHiuirieron memorias y observa- 
ciones sobre el tópico, siendo cada vez mayor el convenci- 
miento de su importancia. I^a idea no era nueva, por cuanto 
ya la había deslizado Miranda en otras conversaciones, y no 
faltó ministro que la prohijase en sus planes; pero esta 
vez parecía haber encontrado acogida más ferviente que 
las anteriores. Miranda, á quien ningón interés personal 
despertaba el Eío de la Plata, buscó los medios de combi- 
nar esta e:xpedición con la que él mismo había propuesto 
anteriormente para convulsionar su país, y del entronque 
posible de ambas, nació el pensamiento de favorecerlas á 
un tiempo. Así las cosas, fué encargado de la presidencia 
del Almirantazgo inglés lord jMelville, quien después de 
hablar con los proyectantes é informarse bien del asunto, 
hizo saber al conspirador caraqueño «que no era prudente ó 
conveniente, ó quizá posible al país, en aquel momento, com- 
prometerse en toda la extensión de sus proyectos; » y mien- 
tras de esta manera le desahuciaba, propuso el noble lord 
á sus colegas, que era de la mayor importancia para In- 
glaterra estar alerta y vigilar el progreso de las operacio- 
nes de Miranda, « para valerse de ellas con el fin de abrir 
el mercado de la América del Sur al comercio y manufac- 
turas inglesas. » 

Por supuesto que, después de esta negativa, no quedaba 




376 LIBRO Vir. —GOBIERNO DE RüIZ HUIüORRO 

Miranda muy habilitado para proseguir sus negociaciorres 
con esperanzas de buen éxito. Pero como podían más en 
su ánimo los ímpetus revolucionarios que 4a fuerza de los 
desencantos, se guardó bien de enfriar las relaciones que 
tenía adquiridas, y las frecuentaba con la misma asiduidad 
de antes, para buscanse protectores y elementos. Entre los 
conocidos con quienes contaba, era Sir Home Popham el 
que parecía serle similar en concepciones fantásticas, y so- 
bre quien ejercía mayor ascendiente. Popham no era na- 
tural de Inglaterra, como que había nacido hacia 17G2 
en Tetuán, de un cónsul inglés allí residente. Su primera 
educación fue confiada á un miembro de su familia, doctí- 
simo en leyes, y después pasó á la escuela de AVéstminster, 
de la cual sus rápidos progresos le sacaron para la Universi- 
dad de Cambridge, teniendo sólo 13 años de edad. Alguna.s 
cortas excursiones marítimas que había hecho, parecían in- 
dicar en. él vocación á la carrera de la mar; pero esa incli- 
nación no se fijó totalmente en sus planes hasta que hubo 
estado un año en Cambridge, y entonces, bajo los auspicios 
del comodoro Thompson, su protector, abrazó el servicio 
naval, distinguiéndose pronto por su valor y audacia en 
ocasiones repetidas. Su carácter aventurero y el deseo de 
allegar fortuna, le hicierpn aceptar, ya teniente, el comando 
de expediciones arriesgadas como libre cambista f free fra- 
fler) en los mares de la India. Sirvió más tarde en Fl andes 
y Holanda, y se hizo notar en el sitio de Nimeguen, por lo 
cual filé promovido á capitán. Tomando parte sucesiva en 
diversos lances de guerra, su nombre se hizo popular, y en 
1803 entró al Parlamento, diputado por Yarmouth (1). 



( 1 ) Xaics on ihc Yirrro]f>diif of La Plata { Appcmlix). 




LiiíRO vir. — Gonii^uxo di-: ruiz huidobuo 



377 



Eni Slr Home, á ese tiempo, uno de los confidentes de 
Pitt, que le escucliaba y atendía con agrado. De carácter 
atrevido y diestro para vencer las dificultades, mitad sol- 
dado y mitad diplomata, sin escrúpulo para meiitir cuando 
era necesario, pero hábil para deshacer los inconvenientes 
en que solían embrollarle sus ofensas á la verdad, Popham 
era el tipo apropiado para tiempos de revuelta, en que los 
caracteres de doble fondo están apuntados á la fortuna. 
Pitt, cuya resolución en la tribuna contrastaba singular- 
mente con su apatía en la acción, estimaba en Popham las 
calidades de que el carecía, y dtiba rienda á los proyectos 
del marino, que le prometían nuevos mercados para el co- 
mercio ingles y lauros para las armas de la Gran Bretaña, 
bien menesterosa entonces de ambos auxilios con motivo 
de la estrechez á que Boni) parte la tenía reducida. El ma- 
rino y el ministro, pues, siguieron entendiéndose sobre la 
combinación de un plan que proporcionase á Inglaterra 
nuevas colonias donde dar salida á sus productos, y en 
previsión del bloqueo continental con que ya amenazaba 
Napoleón á los ingleses, se buscó cualquier eventualidad 
propicia de extender la dominación británica en los mares. 

De acuerdo con estas ideas, y encantado Poj^ham de 
las perspectivas que Miranda desarrollaba ante sus ojos, 
se dejó influir á punto de comprometerse á secundarle 
y usó de todo su valimiento para poner al Ministerio 
de su parte. Lo consiguió, en efecto, recibiendo orden 
de Pitt para frecuentar á Miranda y ponerle en comuni- 
cación con el Gabinete. Estrecháronse con tal motivo 
las relaciones entre estos dos conspiradores, ni el uno ni 
el otro nacidos en suelo ingles, y destinados, empero, á 
provocar un cataclismo á Inglaterra. Popham, á par de 




378 



LIBUO VII. — GOBIERNO DE RüIZ HUID OBRO 



comunicarse con Miranda, exploraba el campo en todas 
direcciones y por agentes de todas clases. Un coronel ir- 
landés, que afectaba excesos de excentricidad en Buenos 
Aires, logrando de esta suerte introducirse en la intimidad 
del Virrey Sobremonte, un comerciante retirado que vivía 
en Londres, un carpintero y algunos otros individuos de 
éstas ó parecidas condiciones, le suministraban á él ó al 
Gobierno los datos que se creían indispensables para pro- 
ceder con acierto. Así marchaban las cosas, cuando lord 
Melville, reaccionando de sus ideas anteriores, ¡^idió a Po- 
pham que llamase á Miranda y redactase una memoria so- 
bre el plan de una expedición contra los establecimientos 
españoles de la América del Sur ( 1 ). 

Coincidían estos preparativos con un verdadero golpe 
de mano que el Gabinete inglés premeditaba llevar á efecto, 
sin previa declaración de guerra, sobre las ilotas españolas 
navegantes en los mares. Para justificar el atentado, se 
notificó al Embajador británico en Madiád, que el Gobierno 
inglés protestaba contra un fuerte subsidio que España 
acababa de comprometerse á pagar á Napoleón, y contra 
la amenaza de una escuadra española existente en el Fe- 
rrol, cuyo destino era sospechoso; entendiendo por tales ra- 
zones que la sedicente neutralidad de la Corte de Madrid 
estaba rota, é Inglaterra en pleno derecho de apelar á las 
armas. Presentado al Gobierno español tan insólito re- 
clamo, se abrió una negociación al respecto; pero los ingle- 
ses, sin esperar á más, expidieron órdenes á sus oficiales de 
mar para que detuvieran todos los buques españoles, no 
solamente los de guerra que condujeran dinero y barras, 



( 1 ) A full únd corred lírport of the Trini of Sir Home PopUnni. 




LIBRO VII. — GOBIERNO DE RUIZ liUIDOBRO 379 

sino también todas las naves mercantes cargadas de muni- 
ciones bélicas. Es evidente que tal resolución era contraria 
á las reglas más elementales de la buena fe, porque estando 
en trámite negociaciones diplomáticas entre España é In- 
glaterra, no podía ésta, con arreglo á la más vulgar equi* 
dad, ya que no quisiera tener presente el buen derecho, 
lanzarse á un atropello tan injustificable como el que im- 
plicaban las órdenes expedidas. Cumpliéronse, sin embargo, 
aquellas disposiciones, y cuadró que fuera D. José de Bus- 
tamante y Guerra la primera víctima de tan repulsivo pro- 
ceder. 

Bordejeaba el comodoro Moore por las alturas del cabo 
de Santa María, con cuatro fragatas que hacían el crucero 
de incógnito, porque eran desconocidas á las autoridades 
españolas las instrucciones todavía secretas que acaban de 
mencionarse, cuando el día 5 de Octubre de 1804 se pre- 
sentó el español con sus barcos. Moore se le aproximó 
luego que le hubo á la vista, declarándole las órdenes que 
tenía, y haciéndole saber que era su ánimo sincero cum- 
plirlas sin derramamiento de sangre. Bustamante se sonrió 
desdeñosamente al oir aquellas palabras, replicando que 
contestaría á la agresión como sus deberes de soldado se 
lo indicaban. En esta actitud, se rompió el fuego por am- 
bas partes. Tras de un corto combate voló la fragata espa- 
ñola 3IercedeSy no libertándose de la muerte más que 40 
hombres, de 280 que tenía á su bordo. Los tres barcos res- 
tantes se rindieron, después de perder 100 individuos entre 
muertos y heridos (1). Con esto los ingleses se hicieron 
dueños de la escuadra española y sus caudales, llevándose 



(1) Oliverio (loldsmith, llisioria de IfKjlaicrra; lxxxv. 




380 I.IBRO VII. — GOBIERXO DE RITIZ HUIDOBRO 

prisioneros á sus tripulantes. Tan injustificable agresión 
causó grandes perjuicios al comercio del Río de la Plata, á 
quien, como se ha visto, pertenecían en niTleha parte los 
capitales apresados. 

Asimismo, quedó demostrado que el Ministerio ingles ca- 
recía de las más vulgares nociones de previsión política en 
este caso, y se verá por qué. No mucho tiempo hacía que 
Pablo I, Emperador de Rusia, fuera asesinado, con lo cual 
perdió Bonaparte un aliado sumiso, y se ganó Inglaterra 
un amigo probable en Alejandro, sucesor del muerto y des- 
afecto á Napoleón por razones de política. Había este 
Alejandro, tan famoso más tarde, protestado, á poco de 
ocupar el trono, contra la muerte violenta del duque de 
Enghién en Francia, y como esto trajera un activo cambio 
de notas muy desabridas entre ambas cancillerías, poco á 
poco se encaminó la negociación á una ruptura de relacio- 
nes. No tardaron las amenazas en producir el rompimiento 
que se hizo efectivo á mediados de 1S04 por un ultimátum 
de Alejandro á Napoleón, en que se exigía la evacuación 
del reino de Nápoles por las tropas francesas; el estableci- 
miento inmediato, y con acuerdo del Emperador de Rusia, 
de las bases destinadas al arreglo definitivo de los asuntos 
de Italia; la entrega al Rey de Cerdeña, sin dilación, de 
algunas de las indemnizaciones que se le tenían prometi- 
das; y la evacuación de los territorios de la Alemania del 
Norte por las tropas francesas, para garantir la indepen- 
dencia del Cuerpo germánico (1). Entre las cláusulas del 
ultimátum, todas las que se referían á Italia eran de grande 
interés para España, que por motivo del parentesco de su 



(1) Romcy y Jacobs, La Iiusifa aufigaa fj modrrua: ir, viii. 




Llimo Vir. — COBIEÍiXO de kuiz iiuidobiío 



381 



monarca con los principales de allí, tenía directa conve- 
nioncia en su sostén, y mala voluntad á Napoleón, que los 
iba destronando. España, por lo tanto, venía á ser aliada 
natural de Rusia, aun cuando IVis debilidades de su política 
no la permitieran declararlo; y Rusia, que estaba prepa- 
rando la tercera coalición europea contra Bonaparte, tenía 
que ser muy considerada por Inglaterra, cuya existencia 
nacional amenazaba el francés desde el campo de Bolonia. 
Así, pues, sólo una codicia insensata pudo comprometer tan 
grandes intereses, á trueque de capturar 5:000,000 en 
dinero y efectos. 

Ante agresión tan injustificable como eb apresamiento 
de la flota española, el Gobierno de Madrid abandonó 
toda vacilación, uniéndose á Bonaparte sin reservas. Alen- 
tado por ello, Miranda corrió hacia Pitt para interesarle 
más vivamente que nunca en sus planes. Habló y suplicó 
cuanto pudo para lograr la realización de sus proyectos; 
pero el Ministro, después de ofrecerle mucho, no le dio 
nada; sea que le asustasen los reclamos de la opinión con- 
tra su proceder infidente, sea que quisiera enmendar su 
torpe iniciativa anterior por una especie de tregua actual. 
Sir Home Popham, que estaba indicado para acompañar á 
Miranda, y había trabajado y entregado la Memoria que se 
le encargara sobre una irrupción á los establecimientos es- 
pañoles en América, vio archivado su papel y recibió con- 
traorden respecto de la marcha. Entonces Miranda, de- 
sesperado de conseguir cosa alguna, se dirigió á los Estados 
Unidos, formando allí un armamento con recursos adqui- 
ridos por donativos particulares, y después de fuertes vici- 
situdes, hizo rumbo á las costas de Ocumare, donde fué 
desbaratado, estando á punto de caer él mismo prisionero 
de los españoles. 




HH2 



LIBRO VIL — GOBIERNO DE HUIZ HUIDOBRO 



Habiendo tomado las cosas este sesgo, que no era de 
presumirse, los ingleses, en guerra abierta con España, 
suspendieron, sin embargo, todo ataque á síis posesiones 
americanas. Popham fue llamado á encargarse del mando 
de una escuadra que debía transportar 5,000 hombres á 
órdenes de Sir David Baird, para emprender en el Africa 
del Sur la conquista de la colonia del Cabo de Buena Es- 
peranza, perteneciente á los holandeses. Se previno á uno 
y otro, que no intentaran nada sobre dominios españoles; 
y en tal concepto, partieron á su destino en el otoño de 
1805. Con facilidad se apoderaron del Cabo á principios 
de 1806, donde quedó establecida la autoridad inglesa, 
despachando el comodoro y el general de tierra el grueso 
de sus tropas y parte de la escuadra para la India, que te- 
nía urgencia de ellas. 

El espíritu inquieto de Popham, al encontrarse desocu- 
pado y triunfante en el Cabo, comenzó á volver sobre sus 
recuerdos. Aquellos ofrecimientos de Miranda, que habían 
tentado su codicia, le inflamaron de nuevo ahora que se 
veía casi al habla con el objeto de sus ambiciones. Porque 
estando el Cabo, como quien dice enfrente de ^lontevideo 
y Buenos Aires, era mucha su tentación de extender la 
mano á tan preciada conquista. Así es que en fuerza de 
pensar tanto sobre el asunto, concluyó por encontrar rea- 
lizable una expedición á cualquiera de las dos ciudades, y 
aun la conquista de todo el Río de la Plata por un golpe 
de mano atrevido. Le incitaron más en estos propósitos, 
las noticias que en el mes de Febrero obtuvo. Un capitán 
de buque llamado Waine, le escribía poniéndose á sus ór- 
denes y garantiéndole que con 500 hombres y algunos 
barcos se podía tomar cualquiera de las dos ciudades del 




T.miio Vil, — oomivuxo de ijur/ iiuidobeo ;>s:> 

Platu; añadiendo (^ue los liabitaiites del país se decidirían 
en masa por el dominio ingles. Unidos estos datos á los 
que ya tenía Popham de Miranda y otros, formaron con- 
vieeion en su ánimo. Por otra parte, las eonsideraeiones 
de alta política que pudieran detenerle con respecto á Es- 
paña, acababan de perder su fuerza. De Febrero á Marzo, 
supo sucesivamente la noticia de la batalla de Trafalgar, 
la capitulación de Ulm y el descalabro de la coalición eu- 
ropea en Austerlitz; lo cual, según el mismo Popham, 
« excluía toda esperanza de hacer revivir ninguna coalición 
que ofreciese el más remoto i^i^os^^eeto de desligar á España 
de Francia. >> Con estos argumentos fue que intentó ga- 
narse á Sir David Baird, para que le diera tropas de desem- 
barco y paso franco á las regiones del Plata. 

Baird, que no tenía iguales motivos para partir de ligero, 
puso algunas objeciones al proyecto, y sobre todo hizo ca- 
pítulo de su responsabilidad de jefe superior del Cabo, 
cuya guarnición quedaría desamparada con la saca de 
fuerzas militares que el comodoro pretendía llevarse con- 
sigo. La circunstancia de bordejear por aquellos mares una 
escuadra enemiga, y la lejanía del punto á que debía diri- 
girse Popham, fueron también indicadas como dato contra- 
rio á las perspectivas halagiienas que pintaba el aventurero 
marino. Mas éste, que pudo atraer á sus ideas al brigadier 
Beresford, segundo jefe de la colonia, allanó todas las difi- 
cultades, se impuso con su charla pintoresca y seductora, y 
dió de barato todos los peligros en presencia de los resul- 
tados que la Gran Bretaña alcanzaría merced á una em- 
presa de tanto lucro y gloria. Quebrantado por estas influen- 
cias, cedió Baird, aunque sin ocultársele la responsabilidad 
que asumía, como lo comprueba el siguiente pasaje de un 




384 



LIBRO VIL — GOBIERNO DE RÜIZ HUIDOBRO 



oficio suyo al Ministerio: «Al formar esta detennina- 
ción — dice — tengo la perfecta certeza que el comodoro y 
yo mismo hemos contraído una alta responsabilidad; pero 
la gran importancia del objeto en un punto de vista nacio- 
nal, espero que nos sernrá de apoyo y nos excusará ante 
S. M. por emprender un servicio sin haber previamente 
recibido sus órdenes especiales. » 

Muy distinto era el lenguaje de Popbam, al pasar en 
revístalas razones que le inducían á acometer la expedición. 
Echaba sobre sí toda la responsabilidad del asunto, y se 
gloriaba de esa iniciativa. « Me lisonjeo — decía, dirigién- 
dose al Almirantazgo — de que la vista que he dado á 
S. S.""® de mi conducta, y los motivos que tan fuertemente 
me han inducido á urgir á >Sir David Baird la oportunidad 
de emprender un proyecto de celo, empresa y esfuerzo que 
promete tanto honor y prospectos de ventaja al Imperio, 
será considerada por S. mucho más preferible á la al- 
ternativa de preferir que la escuadra que tengo el honor de 
mandar enerve su nativa energía, invernando en Fakc 
Bay y quedando eventualmente paralizada, después de per- 
manecer tan largo tiempo como el que ha transcurrido en 
un estado de fría y defensiva inactividad. » Estos razona- 
mientos demuestran que en Popham, el hombre político 
supeditaba al soldado; pues ni le asusta la infracción de la 
disciplina, ni excusa la responsabilidad de una intentona 
que podía comprometer tan seriaimaite á su país. Taml)ién 
es verdad que su triple posición de comodoro, diputado y 
confidente del jefe del Gabinete, debía darle muchas segu- 
ridades y tenerle al corriente de planes recónditos que sus 
compañeros no estaban en ocasión de traslucir. 

Vencidos de esta manera los inconvenientes más inme- 




LIBRO VIL — GOBIERN’O DE RUIZ UDIDOBRO 885 

diatos, consiguió Poiiliain que Baird pusiera á su disposi- 
ción el regimiento 71 de h¡tjla}i(lcrs, famoso en el ejercito 
ingles, un pequeño destacamento de artilleros y algunos 
dragones desmontados: todo á órdenes de Beresford, que 
debía dirigir las operaciones de tierra. El comodoro se re- 
se)‘vaba las de mar, para lo cual llevaba bajo su mando 
5 transportes, y las fragatas Diadema y Raisonahie de 
04 cañones, la Diomedes de 50, y las corbetas Leda, 
yarcisus y Eneounier de 32 cada una. Con este arma- 
mento dio la vela para Santa Elena á fines de Abril de 
1800, en cuya isla recibió el socorro de 150 infantes y 
100 artilleros con 2 obuses; completando así unos 1,000 
hombres de desembarco, destarados del auxilio eventual de 
800 hombres de la escuadra, con que en caso extremo 
podía contar también. Desj^ues de f>asar algunos días en 
Santa Elena, escribiendo cartas al Almirantazgo, en que 
presentaba sus últimas vistas sobre los resultados de la 
expedición, dio la vela para el Plata en los primeros días 
de Mayo. 

El marques de Sobremonte, que mandaba como Virrey 
en Buenos Aires, tenía noticias anteriores capaces de ha- 
berle suministrado el hilo de la trama inglesa, si la fatui- 
dad no le hubiera hecho creerse á cubierto de cualquier 
peligro. Su optimismo á este respecto era tal, que algún 
tiemjio antes había rechazado el refuerzo de tres regimien- 
tos de línea que la Corte destinaba al Plata, y seguía con- 
siderándose inexpugnable ahora, contra cualquier agresión 
extraña. Sin embargo, el anuncio de la invasión subsistía 
desde Noviembre del año anterior. En aquella fecha, uno 
de los barcos de Popliam, desprendido por el comodoro en 
su tránsito para la conquista del Cabo, apareció sobre 



Dom, Esp. — II. 




386 LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO 

Buenos Aires, sondeando con la mayor escnipulosidad el 
río y sus costas durante varios días, y dando la vela des- 
pués de apresar una fragata portuguesa melante fondeada 
en el puerto mismo ( 1 ). Poseyendo semejante dato, en si- 
tuación de guerra como se encontraba España con los in- 
gleses, y siendo conocido de tiempo atrás el plan que tra- 
bajaba á éstos de apoderarse del Bío de la Plata, no se ne- 
cesitaba gran penetración para creer llegado el caso de 
tomar las medidas que aconsejaba una amenaza tan clara. 
El Virrey, empero, no se conceptuó en peligro, y siguió 
entregándose á su goce favorito, que era el fomento de las 
obras públicas. 

Entre tanto, Popham proseguía su navegación. El 14 de 
Junio se tuvieron noticias de él en Montevideo, por dos 
buques portugueses entrados al puerto, que habían encon- 
trado en su camino á los ingleses navegando hacia el cabo 
de Santa María ; y poco después avisó el vigía de Maído- 
nado avistarse una escuadra en aquellas aguas. Comunica- 
das por Buiz Huidobro dichas novedades al Virrey, éste, 
aunque apesadumbrado, se consolaba en su atolondramiento 
cre^^endo que Montevideo sería el primer punto sobre que 
iba á caer el enemigo. Mas sucedió todo lo contrario. Po- 
pham, que había tenido ese plan, acababa de cambiarlo 
después de saber que Montevideo estaba defendido por 
fortificaciones regulares, á órdenes de un jefe valiente y 
activo. Así, pues, puso la proa á Buenos Aires, á cuyas 
aguas llegó el lo de Julio. 

Gran desaliento se apoderó de Sobremonte con la apa- 



(1) Ignacio Xunez, Xoticias históricas de la Bcpúhlka Argentina; 
cap I. 




LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO 387 

rición de la escuadra inglesa á su vista, no quedándole duda 
ya de que descargaba sobre el la tormenta. Ordenó que 
se acuartelasen las milicias, dictando algunas otras provi- 
dencias de escasa importancia. El día 24 corrió la noticia 
falsa de que los ingleses habían sido rechazados en la En- 
senada de Barragán, por D. Santiago Liners, jefe de aquel 
punto. El 25 se presentó la expedición inglesa en Quilmes, 
comenzando el desembarco á la 1 de la tarde. Al día si- 
guiente avanzó muy resuelto el general Beresford, poniendo 
en fuga al brigadier D. Pedro de Arce, que le abandonó 
cuatro piezas de artillería, de las seis que llevaba en su 
columna de 1,000 hombres. Pequeña fue la oposición de 
alsfunas otras fuerzas distribuidas en los caminos. Don Juan 

O 

Olondriz, del regimiento Fijo, y el cadete abanderado 
D. Juan X. Vázquez, hijo de Montevideo, con 2 compañías, 
defendieron gallardamente el puente de Gálvez, en Barra- 
cany sin más resultado que salvar el honor de las armas. 
En la ciudad sonaba doquiera la generala, replegándose á 
la Fortaleza y residencia del Virrey las milicias que ha- 
bían podido organizarse; mas todo fue en vano. El 27 se 
¡Dresentó el enemigo en aire triunfante por las calles de Bue- 
nos Aires, y á las tres de la tarde, l)ajo un copioso agua- 
cero, tomó posesión de la Fortaleza. 

Un oficial inglés se abocó con las autoridades, intimando 
la rendición de la ciudad y entrega de los caudales públicos, 
bajo capitulación; con lo cual se reunieron la Audiencia y 
el Cabildo para deliberar, puesto que el Virrey había fu- 
gado. Ofreciéronle al general Beresford una gran suma de di- 
nero para que se reembarcase, mas no accediendo él á dicha 
oferta, fué necesario rendirse, extendiendo la capitulación 
un comerciante español, por no haber jefe ni oficial apto 




■388 



LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO 



para ello (1). Pocos momentos después, todo estaba con- 
cluido en favor de los ingleses, que sin pérdida de un hom- 
bre, habían efectuado la más rápida é inexplicaTble conquista 
de que hablen los anales de aquellos tiempos. Al día si- 
guiente filé enarbolado con toda solemnidad el pabellón bri- 
tánico en la Fortaleza, y muy luego circularon proclamas 
del vencedor, ofreciendo en nombre de su soberano garantías 
á la vida, creencias y derechos de los habitantes del j>aís. 
La ciudad prestó juramento de obediencia al Rey de In- 
glaterra, y su Cabildo quedó al frente del gobierno civil. 
Así, pues, las maquinaciones de Miranda y sus planes 
atrabiliarios acababan de surtir el efecto que se ve. 

Desde aquel momento, la situación de los pueblos me- 
ridionales del Plata podía reputarse militarmente perdida. 
Los jefes peninsulares de mayor jerarquía acababan de 
ser dispersados al frente de sus cuerpos. El Virrey andaba 
huido desde las primeras descargas, los caudales públicos 
habían sido entregados á Beresford, y todo el efectivo mi- 
litar disponible para emprender una resistencia en cam- 
paña, sumaba 3,000 hombres de caballería, abigarrado 
conjunto de milicianos colecticios y blandengues desmora- 



(1) He aquí lo que dice un coniem¡)oránco sobn esfo: Como por 
fn{/a del Virrep el pueblo había quedado acéfalo, fue preciso que la 
Audiencia ¡j el Cabildo se reuniesen para delihcrar suhrc este fafal 
acontceunienfo. Se acordó, pues,, coniesfar al general Beresford, que se 
le daría una considerable suma de dinero, siempre que se reembarcase^ 
Al fin, no accediendo d inl propuesta, fue preciso capitular como pedía, 
y (i qué ver(jücn'.a ! ) Ase creerá que en una ra/níal como Buenos Ai- 
res no hedna un jefe ni ofiried que sujiicse e,vtendcr una capitulación e' 
Pues es un hecho : fue preciso que un comerciante CJ^'iiañol, D. Juan 
Milá de la Poca, la extendiese. (Fninciíco Sagui, Los últimos cuatro 
años de la Dominación Espartóla: cap i, ) 




LIBRO VIL — GOlilRRXO DE RUrZ JÍUÍDOBRO o89 

lizados. La expectativa de los refuerzos que debía recibir 
el enemigo, aumentaba en unos la perplejidad, en otros el 
pavor, destemplando por completo el espíritu público. En 
Buenos Aires nadie se atrevía á expandirse fuera del ho- 
gar, temiendo el espionaje establecido por los ingleses, bajo 
la dirección de dos antiguos empleados de la ciudad. En el 
interior, todos esperaban noticias de la Capital, incluso el 
Virrey, que había ido a remanecerá Córdoba. 

Mas era imposible que semejante estado de sopor, se 
prolongase indefinidamente en una capital populosa. Pre- 
sentimientos inspirados por aquella situación extraordina- 
ria, comenzaron á trascender y divulgarse, rompiendo el 
silencio general. La opinión se encontró repentinamente 
dividida, manifestando los españoles el convencimiento de 
ser víctimas de una conquista, mientras algunos hijos del 
país, seducidos por las concesiones de libre comercio y la 
condenación de todo despotismo hecha por Beresford eii 
documentos solemnes, empezaban á atribuir á los ingleses 
el papel de heraldos de la emancipación. Esta última even- 
tualidad, hasta entonces basada en conjeturas antojadizas, 
pero que la fuerza de las cosas debía transformar en un 
hecho real, cundió como chispa eléctrica entre los oprimi- 
dos, constituyendo un peligro que amenazaba los intereses 
comunes de conquistadores y conquistados. Los esclavos, 
cuyo número era considerable en Buenos Aires, sacudieron 
la tutela de sus amos, obligando á muchas familias pu- 
dientes á abandonar la ciudad. Besintieronse los servicios 
del abasto con aquel alboroto servil, y se juntó esa escasez 
á las inquietudes }^a sufridas por las clases conservadoras. 
Entonces la autoridad inglesa adoptó medidas de re^iresión, 
volviendo los esclavos á la antigua obediencia y ordenando 




390 LIBRO VJI. — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO 

la apertura de los comercios clausurados ; pero como esta 
actitud despertara antipatías en los agredidos, redobló la 
conminación subsistente para que todo partwular poseedor 
de armamento ó pertrechos de guerra, los devohdese al 
Estado bajo pena de multa, y ofreció fuertes recompensas 
pecuniarias á los delatores de aquellos que facilitaran la 
deserción de soldados ó marineros ingleses ( 1 ). 

La energía de estas resoluciones mejoró la posición del 
intruso, cuyos medios de fuerza resultaban, por otra parte, 
un problema para la generalidad. Ateniéndose a lo visible, 
no pasaba de 1,000 hombres el ejército de ocupación, pro- 
tegido por 11 naves que dominaban el puerto. Escasas, ó 
mejor dicho ningunas, eran las relaciones de los ingleses 
en el país, y más bien impedía que alentaba su desarrollo, 
el espionaje policial destinado á sembrar sospechas. Pero 
ese distancia miento entre conquistadores y conquistados 
era favorable á los j^rimeros, en cuanto les permitía sus- 
traerse á toda investigación, y ser al mismo tiempo el único 
canal por donde corriesen las noticias políticas. Aprove- 
chando la coyuntura, Beresford y Popham dejaban enten- 
der que no era solamente Buenos Aires el punto dominado 
por sus armas en el Plata, con lo cual empezó á circular que 
Montevideo había caído también bajo el dominio británico. 

La magnitud de la noticia urgía una comprobación, así 
es que no faltó quien la intentase de propia voluntad. Di- 
versos sujetos se dirigieron á Montevideo, entre ellos D. J uan 
Martín de Pueyrredóiii tan funesto al Uruguay más tarde, para 
cerciorarse por sí mismos del estado de las cosas. Adqui- 
rieron y suministraron cuantas noticias tenían á su alcance. 



(1) Diario de. Scntcnnch // Bando-^ de Ikrcsford (Col Lóp^^^)- 




LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HÜIDOBRO 



391 



fomeiitaiulo entre ambas orillas Jel Plata uua activa co- 
rriente de comunicaciones. Sus informes retemplaron el 
ánimo de algunos hombres decididos en Buenos Aires, es- 
pecialmente de D. Felipe Sentenacli, ingeniero, y D. Gre- 
rardo Este ve y Llach, catalanes ambos, quienes entraron de 
lleno en un plan de reacción. Al efecto, I./laeh trasmitió al 
Gobernador de IMontevideo un informe circunstanciado so* 
bre el modo como se había producido la ociq^ación inglesa 
y el efectivo de las fuerzas que dominaban la ciudad. Al 
misino tiempo le pedía auxilios para emprender la recon- 
quista, ofreciendo cooperación eficaz. 

Después de esto, se entregaron los conspiradores á la 
más decidida actividad. Don Martín de Al zaga, acauda- 
lado español, facilitó incondicionalmente los recursos pe- 
cuniarios, y Sentenach trazó el plan de las Operaciones- 
Consistía dicho proyecto, en la recluta de 500 hom- 
bres, núcleo destinado á formar un pie de ejército que de- 
bía atrincherarse á buena distancia del recinto urbano, al 
mismo tiempo que se emprendían dentro de la ciudad tra- 
bajos de mina para volar el Fuerte y ranchería contigua? 
donde se alojaban los ingleses. El 16 se alquiló con el pri- 
mer designio, la quinta de Perdriel, á unos 1 7 kilómetros de 
la ciudad, y el día 17, una casa próxima á la ranchería. El 
18, tomó personalmente Sentenach las medidas en el cuartel 
de la ranchería, para preparar la apertura de las bocaminas, 
y el 20 marcharon á Perdriel los primeros enganchados. 

Por secretos que se mantuvieran todos estos trabajos, no 
dejó de traslucir el espionaje que alguna cosa se tramaba, 
así es que Beresford, convenientemente prevenido, se puso 
sobre la pista. Los conjurados, sin embargo, prosiguieron sus 
esfuerzos. El 22 les llegó carta del Gobernador de Mon- 




392 



LÍBRÜ VII. — GOBIERXO DE RUIZ HUIDOBRO 



tevicleo, con fecha del 15, contestación á la de Llach, de 
fecha 3. Anunciaba Ruiz Huidobro, que antes del recibo 
de ella, ya había tomado las primeras proridencias para 
la reconquista, hallándose actualmente pronta una expedi- 
ción de 1,000 hombres cuando menos, que se embarcaría 
por Colonia, protegida de 12 lanchas cañoneras y 5 gole- 
tas artilladas. Mal informado por Pueyrredón y otros ofi- 
ciales con quienes estaba en correspondencia, indicaba tener 
noticia de que ascendían á otros 1,000 hombres con arti- 
llería, los conjurados reunidos en Perdriel ; y á efecto de 
conibinar operaciones, indicaba como punto de desembarco 
los Olivos, y prevenía que en caso de marchar losangleses 
al encuentro de la expedición reconquistadora, Llach se 
echase sobre Buenos Aires, atacando la reserva del ene- 
migo en sus propios cuarteles. 

Con estas novedades, se exaltó el entusiasmo de los 
conjurados. S entena ch penetró disfrazado varias veces en 
el Fuerte y cuartel de la ranchería, adelantando los traba- 
jos de las minas. Sus demás compañeros apremiaron la 
adquisición de armas y caballos para el campamento de 
Perdriel, consiguiendo algunos fusiles, sables y cartuchos, 4 
obuses y 2 pedreros, pero ningún caballo, por mucho que 
los Ijiiscaron. ^lientras se efectuaba el acopio de armamento 
y reunión de voluntarios en Perdriel, habíase incorporado 
allí D. Antonio Olavarría, segundo jefe de un regimiento 
de Blandengues, con 400 hombres de el, dando un aspecto 
militar á aquella agrupación colecticia. Pero el peligro fue 
mayor para ella en razón de la importancia adquirida, como 
inmediatamente se vió. Durante la noche del 31 de Julio 
verificábase el transporte de los últimos pertrechos desde 
Buenos Aires, en carretas escoltadas por 00 hombres á 




LIBRO VIL — OOr.ILUN’O DK RUIZ HIJIDOBRO 



39-3 



caballo, y este movimiento de fuerzas determinó esa misma 
noche unn ni pida iniciativa de Beresford. 

Marchó el general ingles al frente de una columna de 
4f)0 hombres y 0 piezas de artillería en dirección a Per- 
driel, poniéndose el 1/' de Agosto al amanecer sobre las 
avanzadas de los conjurados. Trasmitido el parte, sola- 
mente pudieron formar los de Perdriel Sñ hombres, mon- 
tando apresuradamente la artillería sobre cureñas de mar 
y supliendo las cuñas con osamentas. Adoptaron por lí- 
nea de defensa unas tapias rectas, protegiendo sus extre- 
mos con dos grupos de tiradores, mientras colocaban la 
artillería á vanguardia. Pidieron á Olavarría que les soco- 
rriese con sus blandengues, pero se negó á hacerlo, retirán- 
dose del campo de la acción; por lo cual no les quedó otra 
caballería disponible que un gru ¡)0 de 12 á 14 hombres. 
Apenas se avistó el enemigo, rompieron, sin embargo, ani- 
mosamente el fuego, y su caballería al mando de Pueyrre- 
dón dió una carga ; pero Beresford, avanzando triunfante, los 
dispersó, haciéndoles 3 muertos y 4 heridos, y tomándoles 
la artillería, algunos papeles importantes y 5 prisioneros. 

El golpe fue decisivo. La resistencia que de inmediato 
pudiera oponer Buenos Aires, liabía sido ahogada .en el 
campamento de Perdriel, cuyos derrotados huyeron á ex- 
tender por todas partes la confusión y el desanimo, prece- 
didos de los blandengues de Olavarría, testimonio elocuente 
de la desmoralización de las tropas de línea. Por otra 
parte, los hilos de la conjuración estaban» en manos del 
vencedor, debido á los papeles arrebatados. No tenía le- 
vante el triunfo de los ingleses. Beresford, satisfecho y 
tranquilo, hizo su entrada esa misma tarde en la Capital, 
ostentando los trofeos de la victoria. 




394 



LTJinO VII. — GOBIERNO DE RUIZ HÜIDOBRO 



Mientras el silencio y la angustia dominaban en Buenos 
Aires, era bien distinta la apariencia de Montevideo, en- 
tregado á extraordinaria actividad belicosa y cívica. Desde 
el 20 de Junio j)or la noche, se tuvo una noticia vaga de 
la conquista de la Capital, acentuándose el rumor á partir 
de aquel instante. El 2 de Julio, recibió Ruiz Huidobro, 
desde la Ensenada de Bari'agán, comunicación oficial de 
haber ocupado Buenos Aires los ingleses ; pero sin ningún 
dato convincente sobre el número de fuerzas y proyectos 
ulteriores del enemigo. En semejante jíerjdejidad, atendió 
desde luego á tomar medidas defensivas, para el caso de 
ser atacado á su vez. Convocó las milicias del país, y or- 
denó el acopio de víveres en la ciudad y reparo de sus mu- 
rallas, que era todo lo que permitía hacer la penuria del 
Erario. 

El pueblo de Montevideo, con presentimientos y vistas 
de otra magnitud, debía tomar por sí, iniciativas de mayor 
alcance. En las calles, plazas y atrios de los templos, lo 
mismo que en todo centro particular ó público de reunión 
habitual, á raíz de conocida la invasión inglesa, ya se dis- 
cutía, la eventualidad ele la reconquista de Buenos Aires 
como un deber de honra imjmesto j)or las circunstancias. 
Uniformada la opinión á este respecto, todo derroche de 
tiempo parecía inoficioso. Dinero, soldados y buques era 
lo imprescindible para asegurar á ^lontevideo contra cual- 
quier tentativa y reconquistar la Capital, y ése fue el tema 
debatido. Los vecinos convinieron en imponerse una cuota 
mensual durante la guerra, destinada á levantar el sueldo 
de las tropas de línea y facilitar el enrolamiento volunta- 
rio en campana, con oferta de 10 pesos mensuales de pre 
á los paisanos que se presentasen sin caballo, y 12 pesos 




LIBRO VIL — GOniERXO DK RüIZ IIÜIDOBRO 



395 



á los que lo trajesen consigo, á más de la ración de carne 
y yerba -mate para unos y otros. 

Simultáneamente con estas reuniones de vecinos, se ve- 
rificaban otras de militares y hombres de mar. Una de 
ellas tuvo efecto en el patio principal del convento de 
S. Francisco, componiéndola varios oficiales de las caño- 
neras destinadas á la policía del puerto, y algunos capita- 
nes y pilotos mercantes. De tan espontáneo movimiento 
de opinión resultó, que en 1." de Julio se ofrecieran á ha- 
cer por sí mismos la reconquista de Buenos Aires, si Kuiz 
Huidobro les franqueaba 12 lanchas tripuladas por 50 
hombres cada una, D. Vicente María Fernández, D. Luis 
de la Robla, D. Juan Manuel de Larragoiti, D. Francisco 
Mariano de Oñaag, D. Bartolomé de la Vega, D. José Bar- 
tolomé de Barreta, D. Lorenzo Badía, D. Santiago de La- 
prida, D. Luis Vallejo, D. Francisco Yáñez de Castro, 
D. Domingo Morera y D. Patricio José Beldón (1). 

Ruiz Huidobro, enfermo y perplejo entre sus deberes de 
obediencia y la ansiedad de no malograr una explosión 
patriótica que abría horizontes inesperados á toda tenta- 
tiva audaz, se había reconcentrado en el silencio. Según la 
opinión de sus íntimos, eran grandes las vacilaciones que 
le trabajaban, al considerarse sin órdenes de la Corte para 
proceder, y escaso de guarnición disponible para dejar la 
Plaza abandonada á su suerte, si se resolvía por la ofen- 
siva. Apenas trascendieron al público estas inquietudes del 
Gobernador, en el acto nació la idea de una manifestación 
para pedirle que acometiese la reconquista y allanarle los 
medios de realizarla. Con este designio, pasada la palabra 



(1) Expediente sobre la reconquista de Buenos Aires (Arch Gen). 




396 



LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ ITUIDOBRO 



de unos en otros, numeroso concurso de vecinos ( « medio 
pueblo», dice un testigo ocular) se reunió en el patio y alre- 
dedores del Fuerte, para decidir al Gobernador á que em- 
prendiese la liberación de Buenos Aires, comprometiéndose 
á proveerle de los medios necesarios. Ruiz Huidobro mani- 
festó algunos de los inconvenientes que se presentaban para 
el caso; pero contaminado del entusiasmo general, accedió 
al fin, prometiendo alistar el suficiente níiincro de tropas 
reconquistadoras. Aclamaciones y vivas estruendosos sa- 
ludaron esta decisión, y el pueblo se disolvió entre los más 
efusivos parabienes ( 1 ). 

Empujado j)or la opinión, cada vez más decidida á pres- 
tarle su concurso para la reconquista de la Capital, el Go- 
bernador convocó al Cabildo el día 5, manifestándose 
dispuesto á tentar la empresa ; pero encareciendo la nece- 
sidad previa de completar sus noticias 'sobre la situación 
de los ingleses. Inmediatamente se ofreció el Regidor 
D. José Gesta 1 á encargarse del cometido, y se puso en 
marcha con destino á Colonia, desde donde remitió, con 
fecha 8, cuantos pormenores se necesitaban. El día 11 
recibió Ruiz Huidobro oficio del Cabildo, urgiendole para 
que emprendiese cuanto antes la reconquista, al mismo 
tiempo que un pliego firmado por los oficiales superiores 
de la marina militar, exponiendo sus vistas en el asunto y 
proponiendo un plan de operaciones combinadas por mar 
y tierra. Con estos antecedentes, toda demora era ino- 
portuna, así es que resolvió provocar una junta de guerra. 



(1) lUsiárica narración de hi prrdida ij reronqnista de Buenos .-ti- 
res, II (Col Lóppz). — Antonio Zinny, Historia de la prensa periódica 
de la Uep. O. del Uruguay; nnin. 1(U. 




LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO 



.*{97 



convocando al efecto á los principales jefes de la plaza. 

Las ideas del Gobernador se habían fijado de un modo 
positivo y resuelto, en cuanto á la oportunidad y eficacia 
de la acción inmediata. En presencia de los conocimientos 
adcpiiridos y las fuerzas disponibles, pensaba, y así lo ex- 
puso á la Junta, que la mejor oportunidad para atacar al 
enemigo era aquélla, pues si los ingleses recibían socorros 
de Europa ó el Cabo, la suerte del Virreinato quedaría en 
sus manos. Planteada la cuestión en esta forma, y exhibi- 
dos los datos que permitían determinar el número de fuer- 
zas sumado por el invasor, pidió dictamen sobre el pro- 
yecto de cruzar el río para atacarle. Fue unánime la de- 
cisión de todos en este último sentido, y muy satisfactoria 
la impresión causada por el conocimiento del efectivo de 
las tropas inglesas. Inquiridos los pareceres sobre quién 
debía tomar el mando de la expedición, recayó con la 
misma unanimidad el nombramiento en Ruiz Huidobro, á 
pesar del mal estado de su salud, opinando la Junta que 
se le invistiera con facultades superiores. 

Si los miembros de la Junta estaban inspirados por la 
más viva resolución de oponerse á los ingleses, no lo es- 
taba menos el Cabildo, cuyos individuos, recogiendo en 
todas partes las ideas circulantes, eran objeto de continuos 
estímulos para apresurar la reconquista (1). Nunca se ha- 

íl) lie aquí ¡os nombres de ¡os maoislrados que constituían el Ca- 
hUdo de ISOd: AleaMc de Voto, Dr. D. Juan Bautista Auuiar,— 
Akalde de 2.° Voto^ D. Manuel Pérez Balb/is. — Alférez Pent, 1). Curtos 
Camuso. — Fiel Ejecutor, I). José (ícstal — Defensor de Pobres, D, Da- 
mián de ¡a Peña. — Defensor de Menores, D. Luis de ¡a Posa Bri- 
tos. — Síndico Procurador, D. Manuet Sotsona. — Alcaide de la Santa 
Hermandad, D. Juan Patricio Amutio. — Atouacil Mayor perpetuo, 
D. José María Ortega. 




398 



’LlliKO VII. — GOBIERNO DE UUIZ HUIDOBRÜ 



bía sentido más pojDular y prestigioso el Cabildo que en 
aquellas circunstancias, y bien ¡Dronto lo demostró, adop- 
tando medidas hasta entonces reservadas al ntonarca. Por 
disposición del IS de Julio, declaraba: «que en virtud de 
haberse retirado el Virrey al interior del país, de hallarse 
suspenso el tribunal de la Real Audiencia y juramentado 
el Cabildo de Buenos Aires, era y debía respetarse en todas 
las circunstancias al Gobernador D. Pascual Ruiz Huido- 
bro como Jefe Supremo del Continente, pudiendo obrar y 
proceder con la plenitud de esta autoridad, para salvar la 
ciudad amenazada y desalojar la Capital del Virreinato. » 
El G obernador aceptó aquella investidura popular, haden- 
• dolo saber á todas sus dependencias, y desde ese día, la 
descomposición del regimen colonial fue un hecho en el 
Río de la Plata. 

Dueño ya de tan alta investidiu'a, Ruiz Huidobro comi- 
sionó inmediatamente á diversos sujetos que debían ser 
portadores de un ]\Ianifiesto á los pueblos del Virreinato, 
explicando las razones puramente militares que habían 
obstado hasta entonces para llevar a ejecución la recon- 
quista de Buenos Aires; pero ahora que los recursos del 
enemigo eran conocidos, nada había ya que se opusiese á 
tal designio. Anunciaba, en consecuencia, que iba á aco- 
meter la empresa al frente de una expedición de esforza- 
' dos voluntarios y tropas veteranas; pero deseando que el 
éxito fuera completo, incitaba á los habitantes de la parte 
meridional, á unírsele por intermedio del individuo que les 
presentase dicho documento, y con armas ó sin ellas, con- 
curriesen al paraje donde debía tener lugar el desembarco. 
Llegados á Buenos Aires algunos ejemplares del Mani- 
fiesto, jirovocaron entre el vecindario la formación de jun- 
tas parroquiales secretas. 




LIBRO VIL — COBIERXO DE RUIZ HUJDOBRO 



399 



Una sanción de otro orden, tuvo de allí á poco el mo- 
vimiento popular uruguayo. Coincidiendo con los trabajos 
de Montevideo, el marqués de Sobremonte pasaba á su vez 
una circular á todas las provincias, en que les pedía con- 
tingentes para el ejército que organizaba con destino Vi la 
reconquista de la Capital, y les daba aviso de estar al 
frente de 1,500 hombres de milicias, y á la espera de 
más de 2,000 que marchaban á incorporárselo. Recibió el 
Gobernador de Montevideo dicho documento, junto con un 
oficio de fecha 14 de Julio, en que Sobremonte le ordenaba 
desprenderse de la tropa veterana y artillería de campaña, 
remitiéndosela á toda brevedad. Ruiz Huidobro contestó al 
Virrey, que en cuanto á la circular, « había tenido 
por conveniente suspender su publicación, por hallarse 
autorizado por el Cabildo de Montevideo para la recon- 
quista ; » y en cuanto á la tropa solicitada, « no podía en- 
viársela, pues debía marchar en la expedición. » Aturdido 
el Virrey por aquella actitud, en que un subalterno invo- 
caba autorización popular para contravenir sus órdenes, 
contestó aprobando la expedición, y agregaba « que si en 
la demora no hubiese peligro, esperase Ruiz Huidobro los 
refuerzos que él debía llevarle, pero que si temiese perder 
la oportunidad del ataque, y se conceptuase con bastante 
seguridad, procediese en consecuencia. » ( 1 ) 

La expedición para la reconquista se levantaba, costeaba 
y equipaba en el Uruguay por el pueblo, sin distinción de 
clases y fortunas. Desde el más acaudalado hasta el más 
pobre, concurrían con su persona ó sus bienes al logro de 
aquel esfuerzo, que debía permitir á un país poblado por 



(1) La Sota, Hist del ieiritorio Oriental; iv, ix. 




400 



LIBRO VII. — GOBIERNO DE RUIZ IIUIDOERO 



poco más de 80,000 habitantes, la movilización al exterior 
de un contingente expedicionario de 1,400 hombres, prote- 
gido por una escuadra de 22 naves de todo porte, sin me- 
noscabo de la guarnición militar de Montevideo, cuyos 
claros se llenaban con voluntarios provenientes en mucha 
¡xarte de las primeras familias de la ciudad, ó de los más 
fuertes hacendados de campaña. 

Escasas eran las tropas de línea que guarnecían el país, 
y mucho más lo habían sido antes de sentirse los primeros 
amagos de la invasión inglesa. Hacia esa época, una com- 
ida nía de artillería de 75 plazas y la tripulación de las 
cañoneras destinadas á la vigilancia del puerto, constituían 
el níicleo organizado con que contaba Montevideo; mien- 
tras en campana, las compañías de Blandengues, de una y 
otra Banda, acantonadas en diversos fortines y pueblos 
fronterizos del Brasil, ejercían funciones de fuerza policial. 
Con justo motivo, pues, al sospecharse en ese tiempo al- 
guna mira de los ingleses sobre Montevideo, se había apre- 
surado el marqués de Sobremonte á reforzar su guarnición 
con 210 Dragones de Buenos Aires y una compañía de Gra- 
naderos de la misma ciudad, compuesta de 05 plazas. Este 
refuerzo, agregado á 75 artilleros y la marinería, constituían 
una totalidad de 500 hombres, efectivo de guerra con que 
contaba Montevideo cuando los ingleses ocuparon la Capital. 

Xo menos estrecha que la .situación política, era la pe- 
cuniaria. Pocas y con destino fijo las rentas, no había so- 
brantes para ocurrir á largas erogaciones imprevistas. Las 
mismas trojws en servicio carecían de muchas cosas in- 
dispensables, y los recursos navales del Estado eran tan 
cortos, que casi no podían tenerse en cuenta. Alentados 
sin duda por esta situación que conocían á fondo, y ere- 




T.inuo Vir. — (iOlilEUNO pe IíUIZ iiuidobro 



401 



yeiulo que ella subsistiera eii toda su integridad, era que 
' los ingleses, a raíz de conquistado Buenos Aires, premedi- 
taban un desembarco en Montevideo, pues disponiendo 
Pojdiam de SOO hoinl)res suyos, dato ignorado en ambas 
orillas del Plata, podía arriesgarse á dicha operación, sin 
mermar el ejercito de Beresíord. 

Pero cuando el audaz marino resolvía poner en práctica 
su plan, ya el espíritu publico tenía suplidos todos los in- 
convenientes. El primer acto del Gobernador había sido 
convocar las milicias, y luego después, aconsejado por los 
principales vecinos de la ciudad, decretar la formación de 
nuevos cuerpos urbano^i por alistamiento voluntario. Obe- 
deciendo entusiasmados la consigna, mientras el batallón 
de Milicias de IMonteviileo al mando de D. Juan Francisco 
García de Zúfíiga, el cuerpo de Artilleros milicianos y los 
regimientos de Milicias de Caballería á órdenes de D. Joa- 
quín Alvarez de Navia y D. Joaquín de Soria, corrían á sus 
cuarteles, se formaban cinco nuevos cuerpos, bajo las siguien- 
tes denominaciones: tercio de « Patricios Criollos » (pardos 
y morenos), á órdenes deD. Agustín Martínez, contando en- 
tre sus oficiales al capitán D. Ramón Amalla, teniente D. Lo- 
renzo Peréz y alférez D. Manuel R. Villagrán, con 300 hom- 
bres; — tercio de <c Extramuros », á órdenes del teniente 
retirado I). Rosendo de Varrio, con 375 plazas; — tercio 
de "Andaluces», capitán -comandante D. Juan Vidal y 
Benavídez; — tercio de «Vizcaínos y Montañeses», capi- 
tán-comandante I>. Manuel de Santelices, teniente D. Ma- 
nuel de la Serna y alférez D. José Toledo; — y tercio de 
«Catalanes ó Miñones», á órdenes de D. Rafael Bofarull, 
teniente de ejercito. Buena parte de los enrolados ofrecían 
sus servicios gratuitos, otros circunscribían el pre á lo 



Don. ESP. -II. 



2G. 




402 



LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HÜIDOBRO 



indispensable jiara compensar el jornal equivalente á su 
trabajo diario, y todos ardían en deseos de batirse ( 1 ). 

Los artilleros milicianos dieron largos ejemplos de ge- 
nerosidad. Por disposición reciente de la Corte, el cuerpo 
no podía tener oficiales ni sargentos propios; de modo que 
su personal se componía de cabos y soldados. Apenas sa- 
bida la conquista de la capital, se presentaron ofrecién- 
dose en número de 500, para hacerse cargo de las baterías 
de Montevideo y reemplazar la tropa de línea. El Gober- 
nador los puso á órdenes de D. José Rodríguez, y designó 
para oficiales al capitán D. José Cardoso, á los tenientes 
T>. Antonio San Vicente y D. Zacarías Pereyra, y á los 
subtenientes D. Simón de Jáuregui, D. Pedro Berro y 
D. Faustino García, vecinos que habían pertenecido al 
cuerpo en ese rango, antes de la exclusión mencionada. 
Algunos de estos oficiales, al hacerse cargo de las baterías 
de la ciudad, las mejoraron á costo propio. Don Pedro 
Berro perfeccionó la defensa exterior de la batería de 
S. Carlos, equipando á la vez el hornillo de bala roja. Don 
Faustino García hizo lo mismo con su batería de S. Juan, 
aumentando al mismo tiempo el personal de artífices. Dis- 
tinguiéronse también por el celo y actividad en coadyuvar 
á los rudos trabajos de fortificación, los cabos milicianos 
D. Juan Bautista Aramburu y D. Domingo Correa en el 
fuerte de S. José, D. Juan Domingo y D. Juan Francisco 
de las Carreras en el de San Joaquín, D. N. Salduondo 
en el Angulo de Santo Tomás, D. Manuel Vicente Gutié- 
rrez en el Cubo y S. Juan, D. N. Morán en la Cindadela, 



(1) Expediente de loíi aervieioa del redndario de ^fonle video en lo 
guerra contra los ingleses (Aivh Oon). 




LIBRO VIL — CiOBIKRXO DE RUIZ IIUIDOBRO 



403 



y otros. Adornas, casi todo el personal de artillería mili- 
ciana se suscribió para constituir un fondo destinado á 
aumentar el sueldo de los expedicionarios que marchasen 
á la reconquista de Buenos Aires. 

Mas, si la realización del plan de reconquista argüía en 
pro del temple viril del pueblo, no por eso dejaba de estar 
erizado de dificultades. Desde luego, era imprescindible 
concentrar en la ciudad una guarnición permanente para 
defenderla, lo que importaba decir que debían duplicarse, 
cuando menos, los 500 hombres escasos con que hasta 
entonces había contado. Un número mayor todavía era re- 
querido para intentar con éxito el desalojo de los ingleses, 
pues á todo evento, y por muchas que fueran las segurida- 
des del entusiasmo popular dominante en la otra orilla, no 
era prudente arriesgarse con personal insignificante, contra 
un enemigo disciplinado y hábil, vencedor hasta entonces 
en toda la línea. Además, el itinerario realizable no podía 
ser otro que el desembarque en la costa argentina, yendo 
la expedición por vía de Colonia, travesía la menos peli- 
grosa entre todas las que se presentaban frente á la escua- 
dra inglesa; pero el transporte de las tropas hasta su punto 
de embarque, pedía fuerte cantidad de caballos y vehículos, 
y el embarque mismo no podía efectuarse, ateniéndose á 
los elementos navales disponibles. 

Con la misma espontaneidad demostrada por los ciuda- 
danos que coman á enrolarse en tierra, se presentaron al 
servicio los propietarios de buques y los hombres de mar. 
Don Mateo Magariños, cuyas arengas y escritos tras- 
cienden todavía el más entusiasta apego á los intereses de 
Montevideo, ofreció todos sus buques, entre los cuales ha- 
bía algunos de alto bordo, y puso á disposición del Go- 




404 



LIBRO VII. —GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO 



bienio sus depósitos de artículos navales. Don Francisco 
de Castro y D. Juan Uset pusieron en línea, mantenién- 
dolas por su cuenta, 1 balandra de su propiedad con 2 obu- 
ses, 1 lancha cañonera artillada con 1 pieza de á 18, y 1 ba- 
llenera destinada al transporte de tropas. Don Antonio 
Arraga concurrió con 1 lanclia mandada y tripulada por el y 
artillada con 1 cañón de á 18. Don Pedro Berro y D. Fran- 
cisco Errásquin facilitaron 1 lancha armada y trqiulada 
á su costa. Don José Figueiras concurrió con una lancha 
suya y un esclavo que la tripulaba. Don José Batlle y 
Garres facihtó una lancha de su propiedad, artillada con 
1 cañón de bronce de 12, y tripulada y mantenida a su 
costa. Don Bartolomé de la Vega presentó 12 marine- 
ros armados y mantenidos de su peculio. Diversos capitanes 
mercantes, entre ellos D. Prudencio Murgriiondo y D. jMa- 
nuel Podríguez, llevaron á la práctica el concurso ofrecido 
de sus personas y el de sus marineros para la expedición. 
En fin, el Consulado, que disponía de 1 lancha de auxilio 
artillada y perteneciente al comercio, la facilitó también (1). 
Tan profusa espontaneidad, no solamente cooperó al au 
mentó de las embarcaciones de guerra y transporte, sino 
que vino á completar el personal de marinería necesario, 
levantándolo de un centenar de hombres, á que estaba re- 
ducido, hasta el numero que pedían la defensa del puerto 
y la tripulación de la escuadra expedicionaria. 

^E1 concurso popular se manifestaba en todas partes, y 
atendía á siqfiir todas las necesidades. Paralelamente á la 
provisión del transporte marítimo, se buscaban y a 2 :>resta- 



(1) Informe de Ouiivrrr:, de la Concha (Col Coronado). — Expe- 
diente de los servidos dcl vecindario de Monicrideo (citado). 




ÍJIiRO Vir. — GOBIERXO DE liUIZ ITUIDOBRO 



405 



ban los medios para habilitar el terrestre. La estación in- 
vernal ora poco favorable para las caballadas, de modo que, 
lio solamente las del Estado, sino las pertenecientes a par- 
ticulares, cstal)an en malas condiciones. Con todo, los ha- 
cendados y labradores se disputaron la oportunidad de pro- 
porcionar aquel socorro. Don Juan José Seco, queyaliabía 
armado y equipado por su cuenta 200 jinetes, solicitando 
se pusieran á órdenes del acaldante mayor de Blanden- 
gues D. José Artigas, dió 1,000 caballos de sus estableci- 
mientos. Don Juan Francisco García de Zúñiga, Doña María 
Antonia Acluicarro, Doña Margarita de Viana, D. Mateo 
Gallego, D. Joaquín de Chopitea y D. Juan Balbín Gon- 
zález Vallejo, capitanes de milicias de Montevideo estos 
dos últimos, que pronto debían distinguirse en la recon- 
quista de Buenos Aires; D. Juan José Duran, D. Juan 
Ignacio Martínez, D. Martín José Artigas, padre del futuro 
general, D. Pedro Casaballe que se había presentado al 
frente de un gi'upo de hombres armados y equipados á su 
costa, D. Francisco Sierra, D. Felipe Pérez y otros hacen- 
dados, franquearon sus caballadas por todo el tiempo que 
fuese necesario, sin responsabilidad ni obligación de rein- 
tegro alguno. A par de los hacendados, ofrecían los labra- 
dores sus caballos de reserva, bueyes y carretas. 

Todavía deben enumerarse otros donativos, siempre con 
el propósito de alentar la reconquista. Don Mateo Gallego, 
capitán del Eegimiento de caballería de D. Joaquín de 
Soria, promovió entre los hacendados de dicho cuerpo una 
suscripción cuyo monto alcanzó á 50,000 pesos. Don 
Ignacio IMujica, saladerista, ofreció y franqueó todas las 
carnes que fuesen necesarias para el abasto de las tro- 
pas. Doña Josefa Morales de Ruiz Huidobro, esposa 




400 



LIBRO VII. — GOBIERNO DE RUIZ IIUIDOBRO 



clel Gobernador de Montevideo, inició una suscripción po- 
pular, á la que concurrieron las principales señoras de la 
ciudad. Don Mateo Magariños, infatigable y lleno de 
confianza en la victoria, promovió otra suscripción ¡^ara 
premiar la primera troj^a que por mar ó tierra avanzase al 
enemigo, ó lo pusiese en disj^ersión, sumando más de 10,000 
¡^esos el ¡producto obtenido por medio de ella. 

Tras de esta legión de donantes, apareció el comercio 
de Montevideo, demostrando con noble generosidad, que no 
era indiferente á la salvación de los intereses comunes. 
Don Miguel Antonio Yilardebó se ofreció espontánea- 
mente al Gobernador j^ara abrir un empréstito popular, 
suscribiéndose desde luego con un donativo gratuito de 
3,000 pesos. Otros amigos suyos suscribieron donati- 
vos por 5,000, y á estas cantidades se agregaron prés- 
tamos 2 )or 40,000 pesos, sin interés corriente ni término 
de reembolso. El ejemplo tuvo imitadores, y á ¡^oco andar 
ingresaron en las cajas Reales 160,070 pesos, por donati- 
vos gratuitos, y 91,762 pesos por préstamos patrióticos. 
Entre los nombres de los donantes y prestamistas, lucían 
los de D. Manuel Diago, D. Faustino García y D. Fran- 
cisco Antonio Maciel, Padre de /o.s‘ ¡yohrcs. Aquella suma 
de 252,000 pesos, que rej^resenta hoy el cuádi'uplo de su 
valor, donada, gratuitamente en sus dos terceras partes, y 
prestado el remanente sin interés ni plazo, excusa todo 
comentario sobre los móviles que inspiraban al comercio 
de Montevideo. 

Habilitado por tantos recursos, el Gobernador comple- 
taba la organización de la tropa exqiedicionaria, y ponía en 
pie de guerra la que debía llenar sus claros. Mientras los 
regimientos de Milicias de la ciudad y campana recibían 




LIHRO VII. — (^OMIKRNO DK RUIZ IIUIDOURO 407 

- orden de estiir prontos al primer aviso, se ci-eaba una es- 
eiiela práctica de artillería en ^Montevideo, para instruir á 
los voluntarios sustitutos de los veteranos de esa arma. 
Las embarcaciones de guerra y transporte eran objeto de 
las atenciones y mejoras requeridas por el servicio a que 
se les destinaba, disputándose los marinos particulares y de 
línea esa tarea, estimulados por el celo de D. Juan Bau- 
tista Ferrer, Oficial Real para las incumbencias navales. 
Hecho el recuento de las tropas disponibles, se halló que 
estaban listos 1,500 hombres de desembarco, y 5 zumacas 
y 17 lanchas caiíoneras, todas ellas armadas y tripuladas 
en condiciones de combate. 

Una circunstancia, considerada de escasa entidad en sus 
principios, determinó, empero, que se am^íliase el plan 
adoptado, modificándose á la vez el personal concurrente. 
Desde>»aediado3 de Julio, cuatro ó seis de los buques de 

^5^opham se avistaban continuamente hacia el Sur del 
puerto, ya fondeados, ya navegando. Las opiniones estaban 
divididas sobre el designio de aquella flota. Segim Ruiz 
Huidobro, parecía amagar un bloqueo, única operación de 
que la creía capaz, pues para intentar un desembarco, no 
la reputaba con personal adecuado. Según los agentes de 
Buenos Aires, que iban y venían con noticias, el desem- 
barco era indefectible. Mediando tal novedad, llegó desde 
Colonia una carta de D. Santiago Liniers, capitán de na- 
vio y jefe que había sido de la Ensenada de Barragán hasta 
el desembarco de los ingleses, avisándole á Ruiz Huidobro 
el estado en que dejaba la Capital, y la posibilidad de re- 
conquistarla con 500 hombres de tropas escogidas, si se le 
daban. Transmitido el escrito á la junta de gueiTa, fue de 
parecer que se oyese á Liniers, quien al efecto bajó á re- 




40S LIBRO VII. — GOBIERNO DE RUIZ IIUIDOBRO 

petir verbal mente sus seguridades y esperanzas. El día 17, 
despuc% de haberle oído, la Junta, ratificó opiniones 
preexistentes, declarando que continuase la expedición en 
los términos acordados, os decir, bajo el mando de Ruiz 
Huidobro, y con el número convenido de tropas y bu- 
ques (1). 

Sin embargo, dos días después, se recibieron noticias, al 
parecer fidedignas, de que Popham intentid^a el desem- 
barco, reforzado por 800 hombres de que se había des- 
prendido Beresford para auxiliarle. El dato podía ser cierto 
en su referencia á las intenciones del comodoro, pero no lo 
era en cuanto al origen de sus tropas disponibles. Hemos 
visto que Popham se hizo á la vela para el Río de la Plata 
llevando á su bordo 800 soldados de infantería de marina, 
independientemente délos 1,600 que comandaba Beresford; 
de modo que. si intentaba la operación, era con recursos pro- 
pios y sin desmembrar el efectivo militar de su compañero. 
La ignorancia de este hecho, demuestra lo incorrecto de las 
informaciones poseídas por los agentes españoles y criollos 
de una y otra orilla del Plata, y explica á su vez, cómo los 
de Buenos Aires suponían facilísima la reconquista, con- 
vencidos de que á lo sumo se lucharía contra 800 hombres, 
parapetados tras de la Fortaleza de aquella ciudad. 

Complicada la situación militar por aquel amago al cen- 
tro de todos los recursos de resistencia, el Gobernador 
creyó prudente oir de nuevo las opiniones de la Junta de 
guerra. Al efecto, la convocó el día 10, invitando también 
á Liniers para que asistiese. Expuso entonces Ruiz Hui- 
dobro, que, en presencia de la agresión inmediata de los 



(1) Is^ Parte de Liniers al Princijte de la Pai (Col López). 




Liimo VII. --ooniERxo de ruiz iiuidobro 409 

inj>;lesei?, el primitivo plan adoptado debía modificarse, con- 
tra vendóse no solamente á la reconquista de Buenos Aires, 
sino a la defensa de Montevideo amenazado. Para lograr 
ambos objetos, proponía que la columna expedicionaria se 
redujese de 1,500 hombres a 000, y que de las fuerzas de 
mar se quedasen 0 cañoneras para la defensa del puerto, 
reemplazándose esa falta con los buques armatlos por 
cuenta de particulares. La Junta aceptó estas conclusio- 
nes, agregando que' el inminente peligro corrido por la 
Plaza, requería la. presencia del Gobernador, cuya persona 
debía sustituirse en el mando de la expedición reconquis- 
tadora. Don Santiago Liniers, que veía en aquel dictamen 
la sanción de sus primitivos proyectos, lo apoyó con calor, 
produciéndose entusiasmado sobre el éxito de una inicia- 
tiva iiimediata, y garantiéndolo, si se le confiaba el mando 
de 4i¡.s tropas. Admitida la propuesta, ese mismo día 19 
recibió Liniers su nombramiento de comandante en jefe, 
llevando como segundo al capitán de fragata D. Juan Gu- 
tiérrez de la Concha. 

La oportunidad es propicia para trazar los rasgos más 
s¡alientes del nuevo jefe de la expedición reconquistadora. 
Liniers era francés de origen, nacido en el Poitou, con ge- 
nealogía nobiliaria y militar. A los 12 años, fue paje 
condecorado del Gran IMaestre de la Orden de Malta, y á 
los quince volvía á Francia, colocándose contra su vocación 
marina, y por instancias de un tío suyo, como subteniente 
en la calmllería. Sin esperanzas de ascenso, y lleno de 
compromisos, pasó á España en 1774, tomando servicio 
en la escuadra, lo que le dió ocasión de distinguirse por 
su valor y conocimientos, y la oportunidad de incorporarse 
dos años después, como segundo comandante del bergantín 




410 



LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO 



Hopp, a la gran expedición de Ce va II os á estas regiones. 
Vuelto a la Península, desempeñó satisfactoriamente diver- 
sas comisiones de peligro, hasta que en 17 78 fue promovido 
al puesto de segundo comandante de las fuerzas navales 
del Plata, y desde entonces prosiguió aquí su carrera. So- 
licitó y obtuvo el gobierno de Misiones, desemjieñándolo 
poco tiempo, pues Sobremonte le sacó de allí j^ara ponerle 
al frente de la escuadrilla destinada á proteger las costas 
platenses, y en 180C le fue conferido, contra todos sus 
deseos, el mando de la Ensenada de Barragan, donde debía 
encontrarle la invasión inglesa ( 1 ). Contrariado hasta en- 
tonces por la suerte, que le tenía oscurecido y pospuesto 
á pesar de sus méritos, \úudo, pobre y cargado de hijos, con 
ambiciones imjDerativas cuyo fracaso constante le arrojaba 
íi la disipación, vino á hallar donde menos lo pensara y 
cumplidos los 53 años, el camino de la celebridad y de la 
gloria. 

Modificado el plan militar vigente hasta entonces, sus 
nuevos efectos se hicieron sentii’ sobre la elección del per- 
sonal de combate. Novecientos soldados quedaban exclui- 
dos de tomar parte en la expedición reconqiiistadora, y ese 
hecho jn'odujo un conflicto. El batallón de milicias de in- 
fantería de Montevideo se creía con derecho á ocupar en 
masa el primer puesto, y así lo manifestó abiertamente. 
El tercio de Catalanes argumentaba con haberse enrolado 
á condición de tomar parte en la reconquista, y no enten- 
día de otra cosa. Las filas del tercio de « Patricios Crio- 
llos», se desgranaban, pugnando por enrolarse los soldados 
á la primera fuerza que creían . destinada á marchar. Con- 



(1) Núñez, Notk-ia.s históricas; in. 




VII. — (ÍOBIEUXO DE RUI/ IIUíDOBRO 



411 



tra lo que suele suceder eii casos análogos, el Gobernador 
se veía indeciso para constituir el contingente expedicio- 
nario, porque sobraban hombres v ofrecimientos. 

Por fin triunfó la disciplina. Ruiz lluidobro dispuso 
que el cuerpo destinado á cruzar el río, se compusiera de 
los voluntarios siguientes: 2 comixiñías de milicias de in- 
fantería de Montevideo, por orden numérico; 2 compañías 
de milicias de caballería de Colonia, 1 compañía de Cata- 
lanes ó Miñones, y 1 compañía de infantería de marina. 
La tropa de línea agregada debía constar de 1 compañía 
de artillería, 1 compañía de infantería de Buenos Aires, 3 
compañías de Dragones y 2 de Blandengues de la misma 
procedencia. En cuanto á la admisión de marineros vo- 
luntarios, era perfectamente libre, porque debiendo susti- 
tuirse G embarcaciones, y reforzarse la flotilla destinada á 
la policía del puerto, no se ponía límite al enrolamiento. 

Los estados del personal expedicionario arrojan deta- 
lles interesantes. Presentaban las dos compañías de mili- 
cias de infantería de Montevideo, un efectivo de ioO pla- 
zas, con la siguiente organización : compañía de granaderos, 
capitán D. Joaquín de Cliopitea, teniente D. Juan de Ellaiiri, 
alférez D. Juan Mendez Caldeira, con 57 plazas; — 1." com- 
pañía, capitán D. Juan Balbín González Vallejo, teniente 
D. Cristóbal Salvañacli, alférez D. Teutonio Mendez Cal- 
deira, con 93 plazas ; abanderado, D. Manuel da Acosta 
Agredano, y capellán D. Dámaso Antonio Larrañaga, que 
desde Agosto de 1801, lo era del batallón y pasó á serlo del 
ejército expedicionario. Los tenientes D. Jaime Illa, D. Je- 
rónimo Olloniego y D. Jaime Ferrer, y el alférez D. Vic- 
torio García de Zúñiga, se agregaron espontáneamente á la 
2.^ compañía, pues aun cuando oficiales del cuerpo, no les 




412 



TJBKO \J1. — GOBIERNO DE RUIZ IIUIDOBRO 



correspondía el turno para marchar. Tomó el mando de 
este contingente, por antigüedad, el capitán González Va- 

llejo. 

Las dos compañías de milicias de caballería de Colonia 
2)resentabaii un efectivo de 102 jdazas. Era cajRtán de la 
Pedro Manuel García, rico hacendado que había 
contribuido con éxito á la fundación de Bclctiy llevando 
[)or teniente á 1 ). Martín de Albín, y á D. Manuel Luque 
[)or alférez. Mandaba la 2 :' conij^añía I). Benito Chain, 
llevando j)or teniente á D. Antonio Villalba, y á D. Casi- 
miro Camacho 2>or alférez. Don Juan Bautista Rondeau, 
a}mdaiite mayor del cuerpo, se incorporó también á sus 
com2Da ñeros. Ciqw al ca2átáii García, el mando en jefe de 
la fuerza. El uniforme de estos milicianos, que tanto debían 
distinguirse, f.ué costeado 2^01* una suscrÍ2)ción popular que 
encabezó en Colonia, Doña Francisca Huet de Pino, es- 
2^osa del comandante militar, seguida de D. Juan de Alto- 
laguirre, comandante del Resguardo, D. Juan de la Concha 
y otros. 

Los voluntarios Catalanes ó Miñones sumaban 120 
2 ^ 1 azas, á órdenes del teniente de migueletes de Tarragona 
D. Rafael Bofarull, como ca2)itán, y del alférez de ejército 
D. José Gran, como teniente. En cuanto á la infantería 
de marina, iba mandada 2)or D. Hi|>ólito Mordoille, francés, 
de sobrenombre Jfa¡ uro arfe 2X>r la invalidez de una de 
sus manos, y á quien los españoles llamaban indistinta- 
mente Mordesilla ó el Manco, ea2)itáii del corsario es2)añol 
Dromedario, El teniente de la coiujiañía ora D, Juan 
Bautista Raymond, y el de ella se conq^onía do 

73 individuos. Manifestaban estos dos 2^equeños cuerpos 
un entusiasmo ardiente, reíiejo del sentimiento dominante 




IJBRO VII. — GOBIERNO PE RUIZ IIUIDOBRO 



413 



en toda la población, pero que al individualizarse en ellos, 
parecía acrecentar sus filas. 

Constaba la tropa de línea, de los siguientes elementos : 

1 compañía de artillería, capitán J), Francisco Agustini, 
alfórez D. José de Elorga, capellán D. Rafael Zufriatcgui, 
y guarda -parque D. Manuel Acuña de Figueroa, con 
plazas; — 1 compañía de infantería de Buenos Aires, capi- 
tán D. José Ignacio Gómez, teniente D. Francisco de Vera, 
alférez D. Matías de la Raya, con 65 plazas; — 3 compa- 
ñías de dragones de Buenos Aires, á órdenes del coronel 
graduado D. Agustín de Pinedo, teniendo por ayudante 
mayor á D. Manuel Garayo, á D. Ramón Vázquez por 
segundo ayudante, y respectivamente por capitanes á D. José 
de Espina, D. Florencio Núñez y D. Ambrosio Pinedo, con 
216 hombres; —y 2 compañías de Blandengues de Bue- 
nos Aires, á órdenes desús respectivos capitanes, con 174 
'plazas. 

I^a marinería y guarnición de los buques, había sido 
quintuplicada. Ya se ha visto que el Gobernador no podía 
disponer de más de un centenar de hombres, tripulantes de 
las lanchas de servicio. Los particulares y el comercio se 
encargaron de suplir esa deficiencia : aquéllos, por medio 
de D. Juan Benito Blanco, D. Vicente María Fernández, 
D. José Bartolomé de Larreta, D. Francisco Mariano de 
Oñaag, D. Patricio José Beldón, D. Francisco Yáñez de 
Castro, D. Juan Manuel de Larragoiti, D. Luis de la Ro- 
bla y D. Bartolomé de la Vega, quienes á su vez se em- 
barcaron como segundos comandantes de las lanchas ca- 
ñoneras; y el comercio, por medio de D. Francisco Anto- 
nio Maciel, á quien le fué cometido el enganche del numero 
necesario. También concurrió á aumentar la tripulación 




414 



LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO 



de los buques y dotación para el servicio de su artillería el 
Regimiento de caballería urbana, suministrando buen con- 
tingente. De este modo se agregaron 400 marineros volun- 
tarios á los de línea, formando todos juntos un cuerpo de 
500 tripulantes y soldados de los buques. Y sumando 
estos hombres de mar, al contingente de 900 plazas que 
componían los voluntarios y tropas de tierra, Liniers se 
encontró al frente de una columna de 1,400 hombres para 
la reconquista de Buenos Aires (1). 

El 22 de Julio recibió Liniers orden de marcha, Ruiz 
Huidobro le decía en ella : Quedo muy satisfecho que los 

conocimientos militares de V. S., su celo por la religión, 
por el mejor ser\dcio del Rey, y su amor á la Patria, le 
proporcionarán la indecible satisfacción de libertar aquel 
pueblo de la opresión en que se encuentra afligido, y vol- 
verlo á la suave dominación de nuestro amado soberano, 
libertando por ese medio á todo el Virreinato, expuesto á 
caer en igual desgracia, si subsistiendo el enemigo en la 
Capital, recibe refuerzos como es de esperar. » Liniers fijó 
el día siguiente para romper la marcha por tierra. Su es- 
tado mayor se componía de los ayudantes D. Hilarión de 
la Quintana y D. Juan José Via monte, oficiales del Re- 
gimiento de infantería de Buenos Aires, del Secretario- 
escribiente D. Pascual Díaz Tenorio, del Asesor doctor 



( 1 ) TnicmoH á la vista una copia autentica dcl estado de las fuer- 
xaSy firmado en Colonia por Liniers n o de Agosto de el cual 

da al cucí'jyo expedicionario de tierra^ sin incluirá Mordeille, ¡J0(> jda- 
xas de pre y IS aventureros agregados. En cuanto al personal de la 
marina, puede verificarse sin esfuerxo por los juirles de sus jefes, ijue 
pasaba de oOO hombres; bien <¡ue la certificación de Espina le atri- 
buya 700. 




LIBRO VIL — GOBIERNO DE RÜIZ IIÜIDOBRO 



415 



D. Manuel Labardeii y del cirujano D. Angel Refoso, á 
los cuales debía agregarse más tarde D. Juan Bautista 
Fantín, alférez del ejercito francés. 

El 23 desfilaron las tropas por el Portón de San Pedro 
(hoy calle 25 de Mayo), en medio del mayor entusiasmo 
del vecindario, que sin distinción de clases se aglomeraba 
para despedirlas. Los hombres saludaban con grandes 
aclamaciones ; las mujeres, enternecidas, agitaban sus pa- 
ñuelos. Iba al frente de la columna, Liniers, radiante de 
satisfacción, confirmando con su aspecto, el secreto presen- 
timiento de la victoria que dominaba todos los ánimos. La 
ciudad se sentía conmovida y orgullosa de aquella pri- 
mera expedición lejana, intentada bajo sus auspicios, con- 
tra los soldados de una nación poderosa que hollaban el 
territorio común. 

Cuatro días después se aprestaba á partir la escuadrilla, 
>onipuesta de 5 zumacas y 17 lanchas cañoneras, particu- 
lares y de guerra, armadas respectivamente con cañones de 
9, 18, 24 y 3G, cuando se aproximó de improviso á tiro 
de cañón una nave de guerra inglesa. Semejante intercu- 
rrencia obligó á diferir la partida hasta la noche, en pre- 
visión no solamente del peligro inmediato, sinó de las ten- 
tativas que pudiera emprender Popham, quien utilizando 
varias embarcaciones apresadas en Buenos Aires, blo- 
queaba á Montevideo en aquellos momentos con 17 bu- 
ques. La noche, que fue muy osciu’a, favoreció la salida 
de la flotilla. Marchaba á vanguardia D. Hipólito Mor- 
dedle, en 7 ó 9 lanchas, cuyos tripulantes no llevaban 
otros víveres que media docena de galletas y una botella 
de aguardiente por hombre. A pesar del fuerte viento Sur, 
efectuóse la travesía sin otro contratiempo que la perdida 




416 



LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUI/ ÍIUIDOBRO 



de dos pequeñas embarcaciones particulares, obligadas á 
varar en la costa para poner en salvo sus tripulaciones, y 
al medio día del 2í^, fondeaban todos en Colonia. 

Entre tanto, T^iniers a^'anzaba contrariado por el mal 
tiempo, aunque favorecido por los auxilios (pie espontá- 
neamente le brindaban las pobbiciones del tránsito. En 
la tarde del 23 había llegado á Canelones, donde le 
sobrevino un fuerte aguacero que le detuvo durante dos 
días. El 20 vadeó el Santa Lucía en balsas improvisadas 
con los botes que hizo recoger, por el teniente D. Ma- 
nuel Pérez Castellano, hijo de Montevideo, llegando esa 
tarde á San fJosé, que traspuso en la misina forma. El 27 
llegó al Rosario y el 28 á Colonia, encontrándose con la 
flotilla que ya estaba allí. Satisfecho de esa exactitud y 
del refuerzo que le suministraron las dos compañías de 
milicianos á órdenes de García, tuvo, sin eml>argo, que de- 
tenerse á la espera de mejor tiempo, lo que ocasionó varias 
escaramuzas entre los buques ingleses, aparecidos sobre el 
puerto, y algunas naves de la escuadrilla, distinguiéndose en 
ellas el teniente de fragata D. Jacinto Romarate, el de na- 
vio D. Juan Angel Michelena, y los vecinos de Montevi- 
deo I). Francisco Castro y D. Antonio Arraga, que mar- 
chaban voluntarios en la expedición. 

Cuando las tropas llegaron á Colonia, iban persuadidas 
de que existían 3 ó 4,000 hombres armados en la opuesta 
Banda, prontos á incorporárseles. Tan positivas eran las 
seguridades trasmitidas á este respecto por -los agentes de 
Buenos Aires, que si 15 días antes Ruiz Huidobro liabía 
rebajado prudentemente en dos tercios el cómputo de aquel 
personal, comunicaciones posteriores de la otra orilla, rec- 
tificaban dicho cálculo. Estando así las cosas, llegó á Co- 




UBHO VII. — GOBIEUNO DE ÍUTIZ UUIDOBHO 417 

lonia D. Juan Martín Piiovn-edón, prosa del mayor abati- 
miento, manifestando puldioamonto al comandante en jefe 
que no esperase socorro alguno de Buenos Aires, pues el 
desastre de Perdriel había desbaratado las fuerzas reunidas 
para auxiliarle. La noticia era inesj)erada, así es que los 
oficiales reunidos al rededor de Liniers, buscaron en su 
rostro la impresión que le producía. Pero este, con sem- 
blante risueño, respondió a Pueyrredón : « No importa, 
nosotros bastamos para vencer á los ingleses. >> ( 1 ) 

La respuesta fue saludada con júbilo por los circuns- 
tantes, y cundió entre las filas produciendo el mejor efecto. 
Pero el tiempo, conjurado contra la expedición, parecía ne- 
garse á acompañar aquellos entusiasmos. Liniers, sin em- 
bargo, daba la última mano á sus disposiciones, trazando á 
los cuerpos el orden en que, una vez traspuesto el río, de- 
bían^efectuar el desembarco. Los Miñones, divididos en 
dos grupos de 00 hombres y 1 obús c*ada uno, ocuparían 
los dos extremos de la línea. Después seguirían por su 
orden 106 dragones y lOO milicianos de Colonia, la I."* 
compañía de Voluntarios de Infantería de Montevideo con 
2 piezas, lOO blandengues, la 2.*^ compañía de Infantería 
de Montevideo y la compañía de Infantería de Buenos 
Aires; constituyendo la reserva 1 compañía de dragones 
y otra de blandengues con 1 cañón. Don Victorio García 
de Zúñiga, con 74 milicianos de ( -olonia, fue nombrado es- 
colta de municiones. 

El 1.® de Agosto proclamó el comandante en jefe á las 
tropas, prometiéndoles partir al primer viento favorable, 
y recomendando orden, subordinación y disciplina, así 

(1) 7 en los J). de P, 



I>oM. Esp. — II. 




418 



LIBnO Vir. — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO 



como la humanidad con los vencidos. Advertía, además, 
« que si contra sus esperanzas, algunos, olvidado¿^ de sus 
principios, vohdesen la cara al enemigo, estuvieran en la 
inteligencia que habría un cañón á retaguardia cargado de 
metralla, con orden de hacer fuego sobre los cobardes fu- 
gitivos. » El día 3 estaban reunidas todas las tropas y 
embarcados sus equipajes. A media tarde entraron los sol- 
dados á bordo, y se movió la escuadrilla liasta San Gabriel, 
después de espantar una fragata inglesa, fondeada á la boca 
del puerto. Hasta las 6 de la tarde estuvo la escuadrilla 
en aquella disposición, rompiendo al fin su marcha defini- 
tiva á esa hora, combatida por fuertes chubascos de viento 
y agua. Eit el tránsito, casi chocaron con otra fragata ene- 
miga, enmendando el derrotero gracias á una inesperada 
claridad de luna. 

Al amanecer descubrieron á Buenos Aires, y la escuadra 
inglesa fondeada fuera del banco de la ciudad. Iba la flo- 
tilla expedicionaria dispersa, por el viento S. E., las aguas 
altas y la mar picada, habiéndole estorbado hacer señales^ 
el temor de orientar al enemigo. El día puso fin á aque- 
llas incertidumbres, volviendo á juntarse el convoy, menos 
1 balandra con 70 milicianos de Colonia y 1 lancha par- 
ticular artillada que se incorporaron más tarde. Persua- 
dido Liniers de que el desembarco en los Olivos era arries- 
gado, cambió inmediatamente de plan, indicando el puerto 
de las Conchas, adonde se dirigieron todos los buques á la 
primera señal, sin preocuparse de una nave inglesa, cuyos 
disparos no alcanzaron á ninguno. A las 9 de la mañana 
de ese día 4 de Agosto de 1806, , fondeaba el convoy 
dentro del puerto de las Conclias, y una hora después, 
estaban en tierra, toda la tropa y la artillería, compiKíSta 




libro vil — gobierno de ruiz huidobro 



419 



de 20 obuses y í> cañones ( l ) . eomandante en jefe se 
diri«-ió con la mayor prontitud u tomar la altura de la 
Punta, V media legua más allá campó en buen sitio. 

Al saltar en tierra, se tuvo aviso que salía de Buenos 
Aires una columna enemiga de 500 liombres con tren vo- 
lante. Para recibirla ventajosamente, Liniers quiso des- 
plegar todas sus fuerzas disponibles, utilizando las tri- 
pulaciones y soldados de los buques, pues si la escua- 
drilla hasta entonces lialna prestado un concurso decisivo, 
de ahí en adelante sus operaciones se hacían difíciles. Or- 
denó, pues, á Gutiérrez de la Concha que se le incorporase 
con el mayor número de gente, quien lo ejecutó desembar- 
cando tres'grupos, compuesto el piimero de 80 marineros 
de línea al mando del teniente de navio D. Juan Angel 
Michelena y del de fragata D. Cándido Lasala, y los otros 
dos impuestos de marilieros y soldados voluntarios, á ór- 
denes de Mordedle, y los capitanes particulares D. Anto- 
nio Arraga y D. Prudencio I\Iurguiondo, con un efectivo 
que llegaba hasta el número de 240 individuos. Esta 
fuerza de 320 hombres, se incorporó aquella misma tarde 
al ejército, y Liniers, después de agregarle una de las com- 
pañías de dragones montados, que traía consigo, la orga- 
nizó como cuerpo de reserva, dándole á Concha su mando 
en jefe. 

La noche cerró muy oscura, y el ejército se mantuvo 
durante toda ella sobre las armas. Cubría uno de sus flan- 
cos el cerco de una chacra, quedando por los demás lados 



( 1 ) Se equivoca Outiérrex fie la Concha diciendo que el desembarco 
se efectuó el dia 5 , pues iodos los demás partes oficiales y memorias 
relativas al hediOt afirman contestes que fue el dia 4, 




420 



LIBRO VIL — (ÍOBIERXO DE RUIZ HUIDOBRO 



ex 2 )uesto á una intemperie rigorosa. Al amanecer, al)an- 
donó aquella jiosiciun incómoda, marchando en» dirección 
á San Isidro, que atravesó jior entre las aclamaciones de 
sus habitantes. Acamjió en los arrabales del pueblo, donde 
fueron dados á reconocer D. Juan Gutiérrez de la Con- 
cha como 2.® jefe, y D. José de Córdova como jNIayor Ge- 
neral. Los avisos que allí se recibieron solire la situación 
del enemigo, eran cada vez más alarmantes. Se aseguraba 
que los ingleses, emboscados en gran número [lor aquellas 
inmediaciones, meditaban una sorpresa. Esto hizo impo- 
sible el descanso, obligando al ejercito á pasar sobre las 
armas una segunda noche, más oscura, lluviosa y cruel que 
la anterior. 

Al siguiente día 0, arreció el temporal, por lo que Li- 
niers se vió obligado á alojar las tropas en San Isidro, 
mientras reforzaba sus avanzads pW'a prevenir a cualquier 
eventualidad. Duró aquel tiempo recio del S. E., los días 
C, 7 y 8, sintiéndose sus efectos de un modo general. Los 
ingleses perdieron 5 de sus lanchas cañoneras y varios 
botes, lo que produjo absoluta incomunicación entre sus 
tropas de tierra y las de mar. Así es que Pojiham recibió 
con alborozo la primera carta de Beresford después del 
temporal, siquiera le proporcionase ella un desahogo á sus 
inquietudes. El comodoro, sin embargo, no se forjaba gran- 
des ilusiones sobre la situación. « El alto concepto que Yd. 
tiene de sus tropas — decía á Beresford — me convence do 
que lo merecerán completamente, cuando el enemigo les de 
una bella oportunidad de manifestar sus proezas.» Luego, 
hablando de sí mismo, agregaba: Necesito clavos y tablas, 

y no tengo jian para más de tres días. No hemos de recu- 
perar nunca la perdida de una lancha. lh‘ dispuesto (jue 




LIBRO VIL — (lOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO 



421 



se apresen dos d tres buques pequeños, sean de la nación 
que fueren, para artillarlos con piezas de á 24 y atrinche- 
rarlos con cueros. Es necesario que saquemos algunas de 
nuestras carroñadas del Tritón y hagamos el mejor apa- 
rato posible, por temor de algún ataque de los desespera- 
dos de Montevideo. » ( 1 ) 

En San Isidro encontró el ejercito reconquistador una 
situación más cómoda. Las autoridades y vecinos, con la 
mejor buena voluntad, proporcionaron ganado para el ali- 
mento. Se incorporaron allí, 147 voluntarios á pie, con- 
ducidos por D. Pedro Casanova, D. Tomás Castellón y 
D. Cristóbal Olive, y 40 ó GO paisanos á caballo, que al 
mando del alférez 1). Juan Terrada, emprendieron el útil 
servicio de mantener avanzadas á larga distancia. Conde- 
nado á un acantonamiento forzoso, el ejército esperaba con 
áninw varonil, la ocasión de entrar en fuego. Todo el día 
\N 7 lo empleó en limpiar sus armas. 

Cesó por fin el temporal, amaneciendo sereno el día 8. 
Pero el fango obstruía los caminos, y la falta de caballos 
dificultaba el movimiento de la artillería. Nuevos é insis- 
tentes avisos le llegaron al comandante en jefe sobre la 
disposición de las tropas enemigas, intentando disuadirle 
de atacar la ciudad. La mayor parte de estas noticias pro- 
venían de Sentenach y sus compañeros de conjuración, 
quienes, después de la derrota de Perdriel, habían perdido 
la cabeza. Poseídos del mayor desaliento, rogaban al jefe 
de la expedición reconquistadora, que se alejase de Buenos 
Aires, donde encontraría su tumba y la de ellos. Creían 
prudente y patriótico diferir la empresa hasta que el con- 



(1) Correspondencia entre Popham p Beresford (Col Coronado). 




422 



LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ MUÍÜORRO 



curso de mayores elementos disponil)les la luciesen viable. 
Liniers, que conocía el espíritu de las tropas á sus órdenes, 
se encogió de hombros ante aquellas insinuaciones. El día 
9 rompió su marcha sobre Buenos Aires, campando á po- 
cos kilómetros de la ciudad, en el paraje denominado La 
Chacarita. 

Radiante amaneció el día' 10, que era domingo. Larra- 
naga, capellán mayor del ejercito, lo tenía designado con 
antelación para solemnizarlo, como obligación cristiana y 
precedente auspicioso del combate que debía librarse en 
breve. Muy temprano se improvisó el rustico altar, á cuyo 
frente y flancos formaron las tropas. La intemperie y las 
lluvias habían atezado los rostros y envejecido los unifor- 
mes; pero ese hecho, contrastando con la brillantez de las 
armas y la precisión de los movimientos, acentuaba en las 
filas el aspecto severo y marcial. Aquella ceremonia reli- 
giosa, á la víspera del instante en que la suerte de la guerra 
iba á fijar los destinos del Río de la Plata, tenía en la 
grandeza de su propia sejjcillez, algo que rememoraba la 
fe de los antiguos cruzados. Desde el general en jefe, que 
ya debía sentir .la abrumadora responsabilidad de su cargo, 
hasta el último soldado, factor anónimo, pero, indispensa- 
ble de la jornada del día siguiente, todos se inclinaron su- 
misos, cuando abatidas las banderas y arrodillados los 
hombres, fue ofrecido el liolocausto. 

Concluida la misa se puso en marcha el ejército, con 
runi])o á los corrales de Mi.^crrrc (hoy plaza 11 de Sep- 
tiembre), arrabal de Buenos Aires, donde llegó á las 10 
y 1/2 de la mañana. Allí se presentó el ya conocido 2.“ 
comandante de Blandengues, D. Antonio de Olavarría, con 
unos pocos vecinos de Lujan que conducían el pendón de 




i.muo VII. (joihk¡:no i»k nviz huidouiío 



123 



la Villa; y también ne pressentarou algunos paisanos pi- 
diemio armas, (jue no se les pudo suministrar por falta de 
ellas. Liniers formó el ejóreito en batalla, y después 
entregó á su ayudante D, Hilarión de la Quintana un ofi- 
cio para el general inglós, á quien intimaba rendición, dán- 
dole quince minutos para decidirse, La justa estimación 
debida al valor de V. E. — le decía, — la generosidad de 
la nación española, y el horror que inspira á la humanidad 
la destrucción de liombres, meros instrumentos de los que 
con justicia ó sin ella emprenden la guerra, me estimulan 
á dirigir á Y. E. este oficio, para que impuesto del peligro 
sin recurso en que se encuentra, me a\íse en el preciso 
termino de (|u¡uce minutos, si se llalla dispuesto al partido 
desesperado de librar sus tropas á una total destrucción, ó 
al de entregarse á la discreción de un enemigo generoso.» 

«instaba Beresford conferenciando con una reunión de 
notables, compuesta del Obispo y varios miembros del co- 
mercio, cuando llegó Quintana, presuroso de obtener au- 
diencia,’ y como no la consiguiese de inmediato, le pareció 
oportuno volverse. Nuevamente despachado á su destino, 
fue recibido sin demora por el general ingles, quien con- 
testó á la intimación diciendo : < que se defendería hasta el 
caso que lo indicase la prudencia. » ( 1 ) A las 4 de la tarde se 
recibió esta replica, en que no brillaban muclias esperanzas 
de éxito. El día estaba fresco, las tropas reconquistíidoras 
muy decididas, y la posición que ocupaban, rodeada de 
casas y pequeñas alturas, era desventajosa. Liniers se pro- 
puso subsanar la dificultad aprovechando el buen ánimo 
de los suyos, durante las horas hábiles que restaban. De- 



ll) Primer paHe de Linicris (citado). 




424 



LIBRO VIL — GOBIERNO DE líUIZ IIUIDORRO 



terminó, en consecuencia, ocupar la plaza del Retiro, donde 
estaba situado el parcjue de la ciudad, a poca distancia de 
la Fortaleza. 

Una guerrilla del tercio de ISIiñones de ISIontevideo se 
adelantó á reconocer la posición, volviendo muy luego con 
2 prisioneros, y la noticia de que 200 ingleses sostenían el 
puesto. Liniers destacó entonces sobre el Retiro al cuerpo 
todo, apoyado por 2 obuses y la compañía de infantería de 
Buenos Aires, ordenando que les siguiese el ejercito ápaso 
de carrera. Al dirigirse el comandante en jefe á estimular 
el cumplimiento de su propia orden, se le aproximó un 
oficial de blandengues de Montevideo, comisionado por 
Ruiz Huidobro j)ara ser portador del parte de la victoria, 
según expresaba el oficio que ju'csentó. Era el ayudante 
mayor D. José Artigas, que sobreponiéndose á una fuerte 
dolencia, llegaba á tiempo de incorporarse al combate. 

El camino que conducía de ^liserere al Retiro, estaba 
encharcado por las lluvias recientes. La infantería lo cruzó 
en muchos trechos con el barro á. la rodilla, apoyándose en 
los fusiles para no caer. El arrastre de la artillería fue ob- 
viado con la cooperación de los paisanos, que en defecto 
del concm'so bélico ofrecido aquella mañana, prestaron 
ahora el de sus brazos para empujar los cañones. Mientras 
el grueso de la columna se movía, los Miñones, llevados de 
su ardimiento, habían traspuesto antes (pie nadie la dis- 
tancia entre Miserere y el Retiro, desalojando á los ingle- 
ses de este último punto, por medio de una vigorosa carga 
á la bayoneta, después de causarles 8 muertos, o heridos y 
2 prisioneros. Al ruido del tiroteo, ocurrió Beresford á 
sostener los suyos con una columna de 400 á o 00 hom- 
bres y 2 piezas; pero flanqueado por las compañías de Vo- 




IJBRO VII. — GOBIERNO DE RUÍZ IIUIDOBRO 425 

hiutarios de IMonte video á órdenes de González Vallejo, 
que con 1 obús de á 36 al mando de Agustini, venían á 
marcha redoblada, fue batido y obligado á retirarse, con 
pérdida de 30 hombres, entre ellos el capitán de su arti- 
llería, y abandono de 1 cañón. 

El primer impulso de Liniers, al verse dueño del Re- 
tiro sin pérdida de un hombre, fue ultimar el triunfo, car- 
gando sobre los ingleses, que precipitadamente se habían 
reconcentrado en la plaza mayor ( hoy de la Victoria) y 
enfilado sus avenidas con 25 cañones, 5 morteros y 4 obu- 
ses. Pero la consideración del cansancio que debía domi- 
nar sus tropas y lo avanzado de la tarde, modificaron aquel 
arranque del comandante en jefe. Desistiendo del primi- 
tivo plan, ocupó las avenidas del Retiro con 5 piezas, y esta- 
bleció guardias y centinelas dobles hasta unos 250 metros 
á ví<2guardia. Reconocidos los almacenes del parque, donde 
el enemigo había destruido cuanto le fue posible, se en- 
contraron dos cureñas de á 18, que sirvieron al día si- 
guiente para montar dos cañones de ese calibre, desembar- 
cados de una de las lanchas cañoneras. El ejército pasó 
la noche sobre las armas, á la intemperie y sin co- 
mer ( 1 ). 

Esa noche se presentaron á Liniers, D. Felipe Sen- 
tenach, D. Juan de Dios Dozo y D. Tomás Valencia, 
portadores de un Memorial ofreciendo sus servicios, y los 
de 600 hombres con divisa encarnada y blanca, que decían 
tener prontos para batirse « por la Religión, el Rey y la 
Patria:/. Desde la tarde, andaban en diligencias para ver 



(1) Diario de Gonzálcx- Vallejo {Col Liópez}.— Detalles sóbrela mar- 
cha de las fuer^Ms que reconquistaron á Buenos Aires (Col Coronado). 




LIBRO VII. — GOBIERNO DE RIJIZ IIUIDOBRO 



-12(í 

al coniaiulante en jefe, con el designio de ponerle en guar- 
dia contra los planes secretos de los ingleses;,^pero como 
al trasladarse al campo reconquistador encontrasen las 
tropas en marcha de Miserere para el Retiro, creyeron 
adecuado postergar su visita hasta momento más oportuno. 
Ocupado el Retiro por Liniers, carecían de importancia 
prospectiva los anteriores planes secretos de Beresford, 
cuya practicabilidad había fracasado, ó se revelaba en sus 
liltimas medidas. Fue con tal motivo que Sentenach y sus 
compañeros sustituyeron el primer proposito por la oferta 
escrita que venían á hacer. Pero si la hora y las circuns- 
tancias eran inadecuadas para tramitar expedientes, la si- 
tuación por su j)arte excluía el gasto de ritualidades, en 
ofertas que estaban aceptadas de antemano. Liniers, sin 
embargo, recibió cortesmente á los peticionarios, y les de- 
volvió la solicitud con un decreto aprobatorio. 

El ofrecimiento actual y la rápida reseña de sus ante- 
riores trabajos, darían oculto motivo al comandante en jefe 
para aplaudirse de no haber secundado los planes de los 
conjurados, cuando al pasar por Buenos Aires de tránsito 
á Montevideo, le instaban á quedarse y emprender la re- 
conquista con sus solas fuerzas. Si los desmoralizadores y 
contradictorios avisos recibidos en el trayecto de Colonia 
á San Isidro, no hubiesen sido prueba irrefutable del aplas- 
tamiento de ánimo producido en la costa meridional por 
la invasión inglesa, el exiguo concurso proyectado cuando 
la expedición reconquistadora campaba triuufanto á 1,000 
metros del enemigo, argüía que la iniciativa popular estaba 
muy amortiguada. Poco más de 200 hombres del pueblo, 
era todo lo que hasta entonces se había incorporado á las 
fuerzas de Liniers, y la oferta de otros 000, cuya autori- 




127 



UBUO Vil. - íí^iBlKRNO l)K tíVIZ IIUIDOURO 

íiu'ióii jwra rtHUÚrlojí stí le |kn.Iúi á el misino, dalmn la 
norma del espíritu dominante, 

I.,a vt*rlK>sidad difusa de Sentenaeh, ha dejado, con las 
trazas de aquella eonfereneia nuetuma, el j>erfil de la situa- 
ción «le Huenos Aires hasta el día 10. Apenas se tuvo 
noticia exacta del avanw‘ de la exjKxlieión reoonquistadoni, 
l«ís zapuloR's que trabajaban la mina para volar el Fuerte, 
dm^taron esa labor peligrosa, temiendo ser descubiertos. 
Abíuulonada así en la ciudad la única empresa de coojic- 
ración material a la reconquista, se limitaron los conjura- 
dos á Recoger noticias y versiones circulantes entre los 
ingleses. El enemigo, que estaba en igiral disposición de 
ánimo, optó por idéntico temperamento en provecho pro- 
pio ; de modo que los espías de unos y otros solían encon- 
trarse, produciendo c’onfusión en los informes. De ahí los 
di%^;rsos y contradictorios avisos á Liniers, el último de 
los cuales, sin embargo, aunque tardío, apareció confirmado 
|>or los liechos, pues la defensa de Beresford se circunscri- 
bió á la plaza mayor, tal como decía Sentenaeh tenerlo 
por seguro con anticipación ( 1 ). 

Como quiera que fuese, el combate del Retiro asumía 
gran significación moral. Beresford había sido batido y 
dessilojado de sus jx)siciones de vanguardia, obligándosele 
á adoptar una defensiva reducida á la plaza mayor y los 
eilificios dominantes en sus alreiledores, sin otro punto de 
apoyo j)ara favorecer la resistencia ó cubrir una retirada 
[)or mar, que la Fortaleza artillada con 3o piezas. lániers 
pensó que se planteaba el problema de batir en brecha al 
enemigo, y en ese conc*epto cambió ideas durante la noche 



(1) Diario de Sentenaeh (citado). 




428 



LIBRO VIL— GOBIERXO DE RUIZ ItUIDOBRO 



del 10 con los principnles jefes. Mientras se debatía entre 
ellos el caso, acentuábase la convicción del triunfo en las filas 
del ejercito, y esa convicción, trascendiendo ’poi’ docpiiera, 
debía llevar al exterior, con la noticia del ultimo combate, 
las esperanzas de una pronta y decisiva victoria. 

El día 11 se hicieron sentir los efectos de aquella ani- 
mosa actitud. Muy de mañana se presentó en el Retiro el 
cadete de milicias de Montevideo I). Juan N. Vázquez, á, 
quien por su edad llamaban los montevideanos Juanciio 
Vázquez, y cuya intrepida conducta en la defensa del 
puente de Barracas contra los ingleses, le había granjeado 
calorosas simpatías. Traía á sus órdenes 150 voluntarios 
á pie, ostentando la bandera blanca y roja de los conjura- 
dos de Perdriel, jiero la mayor parte desarmados. Tras de 
el vinieron 20 milicianos de Colonia, pelotón rezagado con 
motivo de los contratiempos del vlltimo temporal. Comjia- 
recieron támbién al campo reconquistador, 100 soldados 
que estaban escondidos en la ciudad, y unos 150 blanden- 
gues de Buenos Aires, además de varios pequeños grupos 
reclutados por Sentenach y bastantes mujeres y niños del 
pueblo. Debido al nuevo concurso de voluntarios y solda- 
dos, el personal del ejercito se elevó á unos 1,900 hombres. 

Preocupado Liniers de la actitud de Popham, cuyos bu- 
ques hacían continuas señales á la Plaza, quiso dividir la 
atención del enemigo, fingiendo un ataque á su escuadra. 
Para el efecto, previno al teniente de navio D. Juan de 
Vargas, que saliese a simularlo con todas las cañoneras 
disj:>onibles. Popham, ad virtiendo el movimiento, avanzó 
las zumacas Belén y Dolareis, artilladas con 10 piezas 
cada una, que se acoderaron á tiro de cañón del campo re- 
conquistador, obligando á Liniers á oponerles una batería 




UBKO vn. — GOBIKUNO DK RVIZ HUIDOBRO 42Ü 

provisional desde tierra. Dirigidos los fuegos de ella so- 
bre una lauelui oiiemiga, la obligaron á niiular de posición. 
En seiíuida los dirigió sobre una fragata próxima., cuyos 
disparos hirieron á los reconquistadores un oficial y un 
soldado; pero le fue derribado el pabellón británico, que 
cavó al agua como presagiando el próximo desastre de sus 
defensores. 

En estas hostilidades transcurrió el día 11. Liniers ha^ 
bía adoptado, durante el, un plan definitivo de ataque por 
tierra y mar, destinado á realizarse al día siguiente. Su 
])ropósito era cortar al enemigo toda retirada, evitando que 
se embarcase de noche, con el caudal depositado en el 
Fuerte, y después de haber intentado algíin saqueo, segím 
lo deducía de sus informes. Dispuso, en consecuencia, la 
marcha del grueso de la reserva con destino á San Isidro, 
yoí^Jen de trasladarse desde allí al puerto de las Conchas, 
\\ para embarcarse en los buques mayores y venir por el río 
á hacer efectiva la combinación ])royectada. Pero dificul- 
tades imprevistas obstaron á que se reuniese el convoy de 
carretas para la traslación de las tropas á San Isidro, y 
nuevas sospechas de que el enemigo se proponía traer á 
su vez un doble ataque por tierra y mar, indujeron á dife- 
rir la operación hasta la mañana próxima. 

Mediando semejantes incertidumbres, amaneció el día 
12. Una neblina invernal cubría la ciudad. Los miñones 
de Bofarull y los marineros de Mordedle formaban las 
avanzadas del ejército, á 250 metros de la plaza mayor, ocu- 
pando algunas casas bien situadas. Poco después de ama- 
necer, descabezó una columna inglesa por el bajo de las 
barrancas, en aire de ataque. Rompieron sobre ella sus fue- 
gos las avanzadas, cuyas guerrillas, protegidas de la nie- 




430 



LIBRO VIJ. — GOBIERNO DE RÜIZ HUIDOBRO 



bla, se corrieron á la desfilada por las aceras, ganando 
terreno con audacia. La columna enemiga desplegó tam- 
bién sus guerrillas, para rejdegarlas muy luego y ponerse 
en retirada. Al ruido de las descargas, los marineros y 
soldados, voluntarios y de línea, (jue estaban formados á 
la espera de una próxima marcha á San Isidro, intentaron 
unirse á los combatientes, costando gran trabajo contener- 
los. Sin embargo, un buen numero de ellos coi'rió a mez- 
clarse con las avanzadas, aumentíindo el personal entu- 
siasta que se batía por cuenta propia. 

Liniers, después de haber recorrido las filas, cerciorán- 
dose del ansia de combate que dominaba todos los ánimos, 
creyó imiDrudente malograr el entusiasmo de sus tropas, pos- 
tergando la batalla. Manifestó entonces al segundo jefe del 
ejercito que estaba resuelto á llevar el ataque á los ingle- 
ses, con todas sus fuerzas divididas en tres columnas, re- 
servándose la de la izquierda, y dando respectivamente á 
Concha y al coronel D. Agustín Pinedo, el mando de las 
del centro y derecha. La artillería debía preceder este 
avance, barriendo el camino y apoderándose de la del ene- 
migo, j^ara encerrarlo en el Fuerte y batirlo en brecha. 
Concertado el plan entre el 1.'' y jefes del ejercito, se 
envió en busca de Pinedo y de algunos otros oficiales su- 
2 ^eriores para oir sus opiniones. Esto sucedía á las 0 de 
la maílana; el ataque estaba proyectado para las 12, y junto 
con el ayudante que partía á buscar los jefes indicados, 
vino parte de las avanzadas pidiendo refuerzos de gente y 
municiones, para apoderarse de un cañón enemigo, cuya 
dotación había sido batida. En presencia de aquella ini- 
ciativa, Liniers se vio obligado á modificar nuevamente sus 
planes, ordenando el avance inmediato de todo el ejército. 




uimo VII. — (íoniKRNo in : ruiz iiuidobro 431 

Lu noticia ouiulió rápiilainonte. Por todas partes se le- 
vantaron gritos ele ¡avancéis! ¡avancni! proclueieiulose 
una confusión, en que cada cual pugnaba por llegar pri- 
mero al sitio de'l j»eligro. La oaliallería de milicias de Co- 
lonia se lanzó á la carga, entrando la L‘ compañía al 
mando de D. Pedro ]\[anuel García por la callo do las Ca- 
talinas, seguida de 2 cañones; mientras la 2.'* comjiañía al 
mando de D. Benito Chain, seguida de otras 2 piezas a 
órdenes de D. Francisc*o Agustini, entró por hi calle del 
Correo; ejecutando ambas con tal decisión el movimiento, 
que cuando los artilleros ingleses apostados ch las boca- 
calles de la plaza mayor, lo advirtieron, ya estaban encima 
García y Chain. 

Tániers, seguido de la mitad del ejercito y el tren vo- 
lante, se adelantó por la calle de la Merced (hoy Pecon- 
qui^i), dejando a Concha de reserva con el resto de las 
tropas y los cañones de batir. En aquella disposición, llegó 
hasta tres cuadras de la plaza ma}^or; pero viendo el fuego 
comprometido })Or todas partes y las avanzadas reconquis- 
tadoras casi cortadas, hizo mover la reserva, fraccionando 
el ejercito en seis divisiones con 1 pieza de artillería cada 
una, á fin de que fuesen atacadas al mismo tiempo las ca- 
lles de la. ]\Ierced, Catedi'al (hoy San Martín), Torres, 
Cabildo, Santo Domingo y S. Francisco, conducentes á la 
plaza. Al recibir la orden respectiva, no tenía el jefe de la 
reserva caballos ni caiTuajes para transportar la artillería; 
pero apenas insinuó la marcha, se apoderaron de las piezas 
varios grupos de paisanos y muchachos de la ciudad, arras- 
trándolas con una celeridad increíble. 

Las seis columnas de ataque desembocaron simultánea- 
mente sobre la plaza mayor. El enemigo, acantonado en 




432 



LIBRO VU. — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO 



los altos del Cabildo y azoteas de la Recoba, mantenía 
además, al abrigo del pórtico de la Catedi*al, un cuerpo de 
reserva. Rodeado de sus ayudantes, bajo el arco grande de 
la Recoba, dirigía Beresford personalmente las operaciones, 
con la espada desenvainada. El vigoroso ímpetu de los 
reconquistadores no se contuvo por el fuego nutrido y cer- 
tero con que los recibieron los ingleses. Concha, seguido de 
los marineros de línea al mando del teniente de fragata 
1). José Ppsadas, de la compañía de González Vallejo y 
de una parte de los voluntarios del cadete ^"azquez, forzó 
la puerta traviesa de la Catedral, y se hizo dueño del punto, 
desalojando la reserva situada bajo el pórtico y apoderán- 
dose de 1 cañón del enemigo. Liniers, atravesado el uni- 
forme por tres balazos, asaltó y ocupó otros edificios domi- 
nantes en los alrededores de la plaza mayor. Iguales posi- 
ciones conquistaban los granaderos de Chopitea, que con la 
compañía de infantería de Buenos Aires habían entrado 
por la calle de S. Francisco, así como los blandengues y 
demás secciones de tropa, obeileciendo el orden designado 
al iniciar el ataque. Envueltos los ingleses del Cabildo en 
un círculo de fuego, no pudieron resistirlo, y se replegaron 
á la azotea de la Recoba, p^ira continuar batiéndose junto 
con sus. compañeros. 

Entonces D. Benito Chain tuvo la inspiración de la vic- 
toria. Consultó á las fuerzas de infantería que le rodeaban, 
si estarían dispuestas á apoyarle para atacar al enemigo, y 
obtenida la conformidad, se lanzó al frente de su compa- 
ñía, derecho al arco grande de la Recoba, cuyos pilares 
hubiera tocado con la punta del sable, á no romperle la 
hoja una bala. Ti'as de él se precipitaron todos, desbor- 
dándose sobre la plaza mayor, infantes y jinetes. Beres- 




LIBRO VIL— OOBIKRNO DE RÜIZ UUIDOBRO 



483 



fortl, á cuyo lado acababa de caer m amigo y secretario 
KeDiiet, y que ya había perilido al teniente Michan del 71 
y 5 oficiales gravemente heridos, contemplo un instante 
aquella irrupción que todo lo arrastraba. En seguida volcó 
la espada sobre el brazo izquierdo, y á esta señal, precur- 
sora de un agudo toque de clarín, los ingleses se replega- 
ron á paso de trote sobre la Fortaleza, perseguidos por los 
reconquistadores. La confusión inherente á la retirada de 
los unos y al avance de los otros, produjo combates perso- 
nales y rasgos heroicos. Don Juan Martín Pueyrredón 
arrebató una banderola j^erteneciente al 71, y una mujer 
argentina, Manuela la Tucumana, mató un soldado ene- 
migo, cuyo fusil ju'esentó á Liniers, recibiendo en premio 
el empleo de alférez. 

La retirada de los ingleses se efectuó, empero, con 
tochija serenidad que podía exigirse en momento tan crí- 
^^tico. Beresford fue el último de los que entró en la For- 
taleza, cerrándose el puente levadizo tras de él. Pero los 
reconquistadores, aproximados al rastrillo, empezaron á 
pedir á gritos el asalto. Mordedle y sus marineros corres- 
j^ondieron á la insinuación, apareciendo con escalas de ma- 
dera que se habían proporcionado en las casas inmediatas. 
El asalto era inevitable, y Beresford se consideró vencido. 
Sus oficiales más próximos, influenciados por igual senti- 
miento, asomáronse al borde de la muralla, agitando pa- 
ñuelos blancos. Un instante después se enarbolaba la ban- 
dera de parlamento, que los reconquistadores, ciegos por el 
humo de sus propios fogonazos y enardecidos por la gri- 
tería general, no pudieron ó no quisieron ver. Sin embargo, 
transcurrida media hora, D. Juan Bautista Raymond, te- 
niente de Mordedle, fue á comunicar el hecho á Liniers, 




484 



UBRO Vir.— CÍOBIBRXO DK RIJIZ llüIDOniíO 



quien despachó inmediatamente á su ayudante 1). Hilarión 
de la (¿uintana, como parlamentario. Rayinond, « para 
abreviarla cosa», según sus propias palabras, tomó un 
tambor y se echó tras de Quintana ( 1 ). 

Penetraron ambos en la Fortaleza preguntando por l>e- 
resford, á cuya presencia fueron conducidos. El oficial par- 
lamentario, en nombre del comandante en jefe, intimó al 
general ingles que se nn diese á discreción. Llanamente 
aceptó Beresford aquella dura cláusula ; pero como el fuego 
y la giátería popular prosiguiesen, se dirigió, instado por 
sus oficiales y seguido de Quintana y Raymond, al borde 
de la muralla, con ánimo de aquietar la multitud. Estaba 
al pie del muro D. Hipólito jNIordeille, arengando á los 
circunstantes con palabras que denunciaban su origen na- 
tivo. Beresford lo interrogó desde arriba, preguntándole 
en francés si su vida corría peligro. Luego, encarándose 
con la multitud, gritó dos veces en portugués: maiíi 

forjo! mientras sus oficiales hacían señas confirmatorias de 
la rendición, y Quintana anunciaba que ella era im hecho. 
Pero como nada de esto apaciguase el tumulto, un oficial 
ingles tomó la espada de Beresford y la arrojó á los asal- 
tantes. Mordeille se apoderó de ella, reteniéndola breve 
rato; pero de orden de Quintana la devolvió, valiéndose de 
una improvisada cuerda de pañuelos que la hicieron llegar 
hasta su dueño. 

Entre tanto, la Fortaleza había sido escalada por varios 
puntos, á los gritos de que se enarbolase la bandera espa- 
ñola. En aquella confusión, y con ánimo de sei*enarla. 



(1) Información snimnia sifbrc la cajninlarión tic Jkrcsfonl (Col 
Coroiiíi(lo). 




LIBRO VIL — GOBIERNO DE KUlZ líUIDOBKO 



435 



Quintana ordenó el retiro de las tropas reeonquistadoras, 
algunas de las cuales obedecieron la consigna ; pero los ma- 
rineros voluntarios y paisanos armados, con cuya sumisión 
no podía contarse, mantuvieron su actitud hostil, mientras 
seguían deslizándose dentro de la Fortaleza, según lo per- 
mitían las escalas disponibles. Fue de este número el cabo 
Vicente Gutiérrez, tripulante de la goleta Paz^ quien lle- 
vaba consigo una bandera española. Aproximándose á 
Beresford, se la enseñó con el manifiesto deseo de tremo- 
larla. De acuerdo ambos, izó Gutiérrez la bandera de Es- 
paña en la h^ortaleza, a cuya vista rompieron los recon- 
quistadores en vivas entruendosos. Desde aquel momento 
cambió la actitud de todos. Retiráronse los ingleses que 
aun permanecían en los baluartes, y las fuerzas asaltantes, 
sin excepción de procedencia, acataron las órdenes impar- 
tida por los jefes. 

Los ingleses, á pesar de ello, se resistían á dejar caer el 
puente levadizo, pidiendo que antes de hacerlo se despejase 
totalmente la plaza. El coronel Córdova, Mayor general del 
ejercito, seguido de Mordedle, penetró entonces en la For- 
taleza, y enfrentándose con Beresford, le manifestó que si 
inmediatamente no salía á presentarse á Liniers, « aquello 
lo creía inacabable » . Pidió el ingles garantías contra el 
furor de las tropas victoriosas, á lo que replicó Córdova 
que le gTirantía la vida con la suya propia. Satisfecho de 
la declaración, el general prisionero, acompañado de Cór- 
dova y Mordedle, echó á andar en dirección al jiuente. 
Llegados á la puerta de la Fortaleza, gritó Córdova en 
nombre del Rey : « pena de la vida, á quien ofenda ó haga 
el menor vejamen al general ingles ». Un gran silencio se 
siguió á estas palabras, abriéndose las filas para dejar paso 




LIRRO Vil. — GOBIERNO DE iíUIZ HIUDORRO 



4ÍJ0 

al grupo, qiuí fue engrosado por el coronel ('cucha, 2.'' jefe 
del ejercito. 

Dirigiéronse los cuatro en busca de Liniers, distante 
pocos pasos de allí. Beresford se adelantó, ofreciendo su 
espada al comandante en jefe ; pero éste, en vez de tomarla, 
abrió los brazos estrechando entre ellos al vencido, mien- 
tras le felicitaba por su valerosa defensa y le concedía sa- 
lir de la Fortaleza con los honores de la guerra. En efecto, 
vuelto Beresford para ponerse al frente de los suyos, mandó 
Liniers que formaran las tropas reconquistadoras en ala, 
y por delante de ellas desfilaron en columna los ingleses, 
yendo á dej^oner sus armas frente al Cabildo. 

Así concluyó aquella hermosa campaña militar que ha- 
bía durado veintidós días, desde el 23 de Julio, en que 
salieron las tropas de Montevideo, hasta el 12 de Agosto, 
en que hicieron rendir sus armas y banderas á los ingleses. 
Perdieron éstos durante el combate unos 400 hombres, y 
se rindieron 1200 con 7 piezas de artillería, pues los de- 
más cañones empleados en su propia defensa, pertenecían 
á la j)laza. Bei vindicaron asimismo los vencedores por 
medio de D. Juan de Ellauñ más de 130,000 pesos, que 
el enemigo tenía prontos para embarcar en cajones retoba- 
dos, y formó ¡Darte de los trofeos de la victoria la fragata 
inglesa desarbolada por la batei-ía del Betiro, y un bergan- 
tín cargado de trigo. De nuestra parte hubo 200 bajas, 
entre ellas el alférez Fantín y los vecinos de Buenos Aires 
D. Diego Alvarez Baragaña y i ). Manuel ^"alencia, muertos 
de resultas de sus heridas. Los oficiales reconquistadores 
elogiaban á unanimidad, la conducta valerosa y cristiana 
de D. Dámaso Larrafiaga y D. Bafael Zufriatcgui, capella- 
nes del ejército, (¡ue en medio del fuego, asistían y eonso- 




IJBRO Vir. — GOBIKRNO DE IIUIZ HUEDOBRO 



437 



labnii á los heridos y moribundos, patriotas 6 ingleses, 
caídos en las calles. Por una de esas contradicciones 
en que la realidad de los hechos suele colocar á la soberbia, 
mientras el ejercito británico rendía sus armas y banderas, 
un diario de Londres escribía estas palabras: «Voluntaria- 
mente confesaremos que la raza presente de los españoles 
americanos ha degenerado mucho, y que 400 ingleses pue- 
den ser superiores á 1,200 españoles.» 

La alegría del pueblo de Buenos Aires no tuvo límites 
al contemplarse libre del dominio ingles. Fueron especial- 
mente agasajados los vencedores con distinciones de todo 
género. Ibia comisión del Cabildo pasó á cumplimentar 
personalmente á los jefes y oficiales montevideanos, obse- 
quiándolos á su vez algunos particulares con fiestas y ban- 
quetes. A D. Benito Chain, que había perdido la hoja de 
su espada, rota de un balazo en el ataque de la plaza ma- 
yor, le regaló el Cabildo una magnífica hoja con puño y 
guarnición de oro. La misma corporación gratificó con 25 
pesos á cada soldado expedicionario, y mandó acuñar me- 
dallas conmemorativas de la reconquista, adjudicando seis 
á Montevideo, que las recibieron Ruiz Huidobro, Vilar- 
debó, Maciel y otros notables. Y para coronar su agradeci- 
miento, en IC de Agosto pasó un oficio al Cabildo de 
Montevideo, en que le decía : « Cuando esta ciudad recon- 
quistada en 12 del corriente por las tropas que se presen- 
taron al mando de 1). Santiago Liniers, ha llegado á cer- 
ciorarse de los oficios que ha hecho V. S. y parte que con 
ese vecindario ha tomado en la reconquista, no halla ex- 
presiones con que manifestar su gratitud. Cuanto pudiera 
decirse es nada con respecto á los sentimientos que la 
asisten. Por tanto, da a V, S. las más encarecidas gracias, 




438 



I.IBHO VIÍ. — OÜBIKUNO DE RUIZ HUIDOHRO 



se ofrece gustosa á acreditar en todo tiempo su agradeci- 
miento, y suplica se sirva hacerlo entender así Tiñese noble 
vecindario, cuyos auxilios han contribuido para una em- 
presa en que consiste nuestra comíin felicidad y el mas 
acreditado servicio del mejor de los soberanos. » Por su 
]mrte, el Virrey Sobremonte, noticiado de los sucesos, escri- 
bía tambi^i al Cabildo de Montevideo, en 17 de Agosto, 
desde Acevedo, lo siguiente: «El señor Gobernador de esa 
plaza me ha informado de cuanto ha contribuido V. S. 
■y su fídelísimo vecindario á la lograda reconquista de la 
Capital, verificada por el señor capitán de navio D. San- 
tiago Liniers el 12 del corriente, cuyo aviso me ha encon- 
trado á 50 leguas de ella, con tropas reunidas al mismo 
fin, y por lo mismo hallo muy justo no retardar á V. S. 
las más expresivas gracias en nombre del Re}^ nuestro se- 
ñor. Con la satisfacción que queda este timbre sin igual 
á ese pueblo, que tiene dadas tantas y tan repetidas prue- 
bas de lealtad y amor á su persona, como se lo informare 
en primera ocasión, con las expresiones más dignas y pro- 
pias de tal empresa, haciendo notorio á todo el mundo su 
noble procedimiento. ( 1 ) 

Poco tiempo debía durar, sin embargo, aquella cordia- 
lidad. El general vencedor, dejándose dominar por el as- 
cendiente de su contrario, y los ruegos del amor y la amis- 
tad, había puesto su firma, con posterioridad á la rendición, 
en el texto ingles de una capitulación antidatada, por la 
cual concedía el libre regreso á Inglaterra de Beresford y 
sus tropas. Arrepentido de su ligereza, quiso corregirla al 
suscribir la versión española del documento, anteponiendo 



( 1 ) Chf Lójif", II MSS. (Jrl Arrit fl('urrnf. 




T.inUO VJI. — GOBIFJíXO DE HUIZ HUIDOBRO 



439 



hi oolulición ('n cuanto lí 8u proi:>ia firma. Circu- 

laron miiv luego algunas copias de la capitulación, caii> 
sando profundo desagrado en Buenos Aires, y provocando 
contestaciones escritas entre Liniers y Beresford sobre la 
validez del convenio. El Cabildo mandó instruir un suma- 
rio, en que declarasen todos los oficiales de la reconquista 
sobre el modo discrecional con que los ingleses se habían 
rendido, comia-obandose judicialmente aquel hecho noto- 
rio. Ello no obstante, la insistencia de Beresford en recla- 
mar el cum 2 :)hmiento de las clausulas establecidas por el 
compromiso en litigio, hizo necesaria la sumisión del caso 
al Gobernador de Montevideo, jefe superior de quien Li- 
niers había recibido el mando de las tropas y las instruc- 
ciones consiguientes. 

Junto con la apelación indicada, llegaba hasta Ruiz Hui- 
deb'O una nota de PoiJiam, concebida en términos inju- 
riosos contra Gutiérrez de la Concha, quien, raenospre- 
ciando, según el comodoro, los pactos ju’eexistentes., había 
intimado á los trans 2 >ortes ingleses fondeados en las valizas 
de Buenos Aires, el inmediato abandono de ellas. Aun 
cuando era evidente que Liniers, con una ligereza conde- 
nable, y á los varios días de rcíudido a discrecaón el ene- 
migo, había falsificado dos veces el acto más solemne de 
la guerra, firmando en barbecho un ^^liego de condiciones 
escrito en ingles, y volviéndolo á firmar des^Kies en caste- 
llano con la cláusula restrictiva en cuanto ¡medo; tambián 
era cierto que semejante superchería no obligaba en justi- 
cia á los demás jefes reconquistadores, testigos ^uesencia- 
les de la rendición lisa y llana del general británico y su 
ejercito. Concha, habiendo asumido accidentalmente el 
mando, enfermedad de Liniers, el día 29 de Agosto, no 




440 



LIBRO VIL — íiOBIERXO DE RITIZ HUIDOBRO 



podía considerarse sujeto á las cláusulas privadamente 
convenidas entre aquel y Beresford, muchos días después 
de rendidos los ingleses á discreción. Hobre estos funda- 
mentos versó la respuesta de Ruiz Huidobro á Popham, 
negándose á admitir la validez de la capitulación alegada 
y aprobando la conducta de Concha ( 1 ). 

El comodoro ingles, que no acertaba á salir de la situa- 
ción á que le liabía reducido el fracaso de sus fdtimas 
aventuras, tomó pie de este incidente para darse aires de 
víctima inmolada á los respetos de la fe publica, Beresford 
le ayudaba desde Buenos Aires, asumiendo una actitud in- 
digna de su alta posición, pues á nadie le constaba como á 
él, lo que había de fraudulento en el fondo de aquella 
trama. Instigado el comodoro por sus conveniencias pro- 
pias y las quejas de su compañero, se declaró habilitado 
para adoptar represalias. Su primer acto de ese género 
fue arrebatar los presidarios existentes en ]\Iartín García, 
para incorporarlos á sus buques. En seguida estrechó el 
bloqueo de las costas uruguayas, á la espera de refuerzos 
que debían llegarle pronto. 

De modo que á raíz de una victoria decisiva, y después 
de tantos sacrificios de homlires y caudales, venía á encon- 
trarse el Uruguay en peor condición que antes, debido al 
jefe expedicionario, cuya ligereza anteponía sus caprichos 
íntimos á los míís solemnes deberes. Semejante resultado 
culminó la exasperación de ánimo de los montevideanos, 
que ya estaban mal dispuestos, por el silencio desdeñoso 
con que desde líenos Aires se había respondido á las 
notas de Ruiz Huidobro y el Cabildo, reclamando, con fe- 



(1) Coireíipondencin mire Uui\ Huidobro y Popham (Col Coroíuulo). 




LIBRO VIL — (ÍOBIERNO DE RUIZ HÜIDOBRO 



441 



cha 22 lie Agosto, los trofeos arrebatados a los ingleses en 
la jornada del 12. No eran un secreto los fundamentos de 
aquel silencio, que habían traslucido los oficiales montevi- 
deanos acuartelados en la Capital con las tropas de su 
mando. Recibida la nota de las autoridades de Montevideo, 
el Cabildo de Buenos Aires llamó a Liniers, quien declaró 
que no debía deferirse al pedido. Fue consultada seguida- 
mente la Real Audiencia, y se exploró la opinión de varios 
vecinos y jefes, pronunciándose todos por el dictamen de 
Liniers, con lo cual vino á ser unánime la negativa, y se 
recomendó en la misma forma el silencio por toda replica. 
En el acta labrada para constancia de los hechos, declaró 
el Cabildo de Buenos Aires « que era una temeridad pre- 
tender arrogarse la gloria de una acción que ni aun hubie- 
ran intentado los de Montevideo, á no contar con la gente 
y^ixilios que estaban dispuestos en Buenos Aires. » ( 1 ) 
La sencilla exposición de los hechos, tal cual ha sido 
trazada en estas páginas, á la luz de documentos irrefuta- 
bles, reduce la afirmación del Cabildo de Buenos Aires á 
una simple jactancia. Desde que fue sabida la conquista 
de la Capital por los ingleses, el pueblo de Montevideo se 
ofreció á efectuar la reconquista, sin preocuparse del nii- 
mero de los enemigos, ni contar con auxilios de nadie. Los 
vecinos se impusieron una contribución para aumentar á la 
vez el efectivo y el sueldo de las tropas, comprometién- 
dose diversos individuos á retomar á Buenos Aires, si se 
les facilitaban 12 lanchas cañoneras tripuladas por GÜO 
hombres. El enganche de soldados y marineros fue rápido, 
la presentación de voluntarios espontánea, y el dinero y 



U) Núnez, yodcía.s históricas; v. 




442 



LIBRO Vil. — GOBIERNO DE RÜJZ líülDOBRO 



elementos de movilidad recolectados supeniron los cálcu- 
los de la prudencia, (\iando apareció I). Santiago Liniers, 
todo estaba hecho y pronto, y á no halier sido por los re- 
j^etidos anuncios de la otra orilla sobre una expedición 
combinada de los ingleses contra Montevideo, Ruiz ÍTui- 
dobro habría maiohado al frente del ejército reconquis- 
tador. 

Liniers no ¡u'opuso ninguna novedad al ofrecerse para 
reconquistar á Ihienos Aires, ¡uies desde el 1.” de dulio 
tenían hecha igual oferta, doce vecinos de Montevideo; y 
el 11 del mismo mes consignaban por escrito idéntico pro- 
pósito los oficiales superiores de la marina militar. Si ^m 
cúmulo de circunstancias inesperadas no hubiera traído á 
Liniers para sustituir á Ruiz Huidobro, oficiales de mérito 
muy próximo al suyo, y de mayor circunspección que él, 
se habrían encontrado entre los que fueron á sus órdenes. 
El hecho de que no adelantó un solo paso decisivo durante 
la campaña y la liatalla, sin ¡u'evia consulta con sus su- 
balternos de alta graduación, comjirueba lo dicho. C’ierto 
es que se mostró magnánimo, cuando al llegar á C'olonia, 
Pueyrredón le dijo que no podía contar con auxilio alguno 
de Buenos Aires, pues el desastre de Perdriel había di- 
suelto todos los elementos disponibles. Cierto es también, 
que desde B. Isidro hasta el Retiro, tuvo que sobreponerse 
á las instancias de los conjurados de la C'apital, quienes 
le pedían se alejase de sus inmediaciones para no provocar 
el derramamiento inútil de sangre. Pero si eso le glorifica 
como general, resulta en contra de la afirmación del Ca- 
bildo, declarando que los de Montevideo ni aun hubieran 
intentado la acción, á no contar con la gente y auxilios que 
estaban dispuestos en Buenos Aires. 




ÍJUIM) Vil. — OOBIEnXO DE IM IZ IIEIDOBRO 44 í> 

j\isti(.*ic‘ro e\ Roy de K^íípaña, debía dar al iiiei- 
j dente una solneión en que no juvvaleoiesen mezquinas ri- 
‘ validades. K1 Cabildo de ^bintevideo nombró en eomisión 
i1 su Alcalde do í.*" voto D. Manuel Pórez Ralbas y al 
l)r. 1). Nicolás Herrera, con instniceiones })ara trasladarse 
i\. la Corte, llevando el parte oficial de la reconquista y 
gestionando de paso la adoj>ción de ciertas medidas favo- 
rables al comercio de la ciudad y conservación de estos 
^ dominios. Herrera no era un desconocido en España, donde, 
en [)os de brillantes pru(d>as, había obtenido su título aca- 
démico; pero el apresamiento por una escuadra inglesa, de 
los ^buques españoles donde iban los justificativos de los 
servicios de ^Montevideo, dejando á los comisionados que 
estaban a la espera de ellos en la Corte, con las manos 
vacías de pruebas, retardaron el éxito de la negociación. 
Pot;^n el Rey expidió una Real Cédula, declarando que, 
atontas las circunstancias concurrentes en el Cabildo y 
Ayuntamiento de la ciudad de San Felipe y Santiago de 
Montevideo, y la constancia y amor acreditados al Real 
servicio en la reconquista de Rueños Aires, venía en conce- 
derle título áe‘ 3finj fiel y rrconqeisladora: facultad para 
que usase déla distinción de Maceres ; y que al Escudo de 
sus xVrmas pudiese añadir las banderas' inglesas abatidas 
que apresó en dicha reconquista, con una corona de olivo 
sobre el Cerro, atravesada con otra de las Reales armas, 
palma y espada. { 1 ) 

Mientras se liquidaba esta polótnica enti'e las dos ciuda- 
des rivales, sobre mejor derecho á conservar los trofeos de 
la victoria, grandes acontecimientos influían sobre el por- 



i' 1 ) S fft hjs J). (Ir P. 




444 



LIBRO Vil. — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO 



venir de ambas. La reciente invasión inglesa no ora mas 
que el preludio de hostilidades militares, destinadas á po- 
ner á prueba el espíritu marcial de los pueblos del Plata, 
repentinamente transformados en adversarios victoriosos 
de la más soberbia de las naciones europeas. Vencido y 
prisionero el ejercito de Beresford, ese hecho cambiaba el 
aspecto de las cosas, imponiendo á Inglaterra, no ya la 
prosecución de la conquista al solo objeto de favorecer 
miras comerciales, sino la realización de un vigoroso es- 
fuerzo para restablecer el crédito de sus armas. Presen- 
tida por los pueblos amenazados aquella actitud, se prepa- 
raron á defenderse á raíz de la victoria, encontrando dentro 
de su propia energía, medios de oponer al enemigo una 
resistencia inesperada. 

Semejante disposición de ánimo, concluyó por ser una re- 
velación para vencedores y vencidos; persuadiendo álos in- 
gleses que habían dado origen, sin quererlo, á la emersión de 
nuevas nacionalidades, y tlescubriendo á los criollos que 
eran aptos para gobernai’se por sí mismos. Sin embargo, 
la victoria fue sangrienta, y todo el peso de la guerra cayó 
esta vez sobre el Uruguay,, cuyos campos talados, cuyas 
ciudades bombardeadas, cuyos defensores muertos ó pri- 
sioneros en su porción más escogida, constituyeron el pre- 
cio impuesto al sacrificio. Pero como si la Providencia 
hubiese deseado amaestrarle desde la cuna en el arte de 
proveer á la defensa propia sin contar el número de sus 
enemigos, el pueblo uruguayo aceptó la segunda guerra 
contra los ingleses, con idéntica espontaneidad que aceptara 
la primera, y esa heroica decisión, influyendo sóbrela mar- 
cha final de los acontecimientos, facilitó, según ha de verse, 
la victoria definitiva, 




UURO VII. — (iOBIKUNO l)K RUIZ HUIDOHRO 14;') 

IjOs suct'sos poí^teriores á la reconquista, comenzaron á 
< tomar en Buenos Aires un aspecto de rebelión muy pro- 
• nimciado. Mal avenido el ¡mueblo con la conducta del Vi- 
i rrey, pedía su destitución, sin cuidarse de (jue semejante 
í acto fuera recurso inatlmisible dentro de las prácticas legales, 
j Las corporaciones civiles, deseando aplacar aquella irrita- 
' ción publica, coin'ocaron diversas reuniones populares, en 
: las que por ultimo se invistió á I.^iniers con el mando de 
las armas. Sabido el hecho tx>r el marqués de Sobre- 
I monte, lo desaprobó, resistiéndose en un principio á con- 
firmar la autoridad concedida á Liniers; pero asustado por 
las resistencias que inspiraba su j)ersona, é impotente para 
luchar contra la popularidad del nuevo caudillo, pasó al 
fin por todo, aprobando el nombramiento de I./iniers y de- 
legando en la Audiencia el mando político. De esta ma- 
ner^^la ruina del régimen, colonial, cuyas bases había 
^ ^ocavado el Cabildo de Montevideo con su declaración de 
18 de Julio, quedaba consumada de propio consentimiento, 
en la persona del que con razón apellidan sus compatriotas 
« el ultimo de los virreyes ». 

Inspirado dé su habitual desacierto, el marqués se pro- 
puso, empero, reivindicar la sombra de autoridad que pu- 
diera «quedarle, ingiriéndose en las operaciones guberna- 
mentales hasta donde fuera posible. A este propósito se 
dirigió en 24 de Agosto á Ruiz Huidobro, previniéndole 
que cortase sus comunicaciones con el Cabildo de Comen- 
tes, pues habían cesado los motivos que autorizaban al 
Gobernador de Montevideo para entenderse directamente 
con dicha corporación. Otras medidas similares tomaba 
en todo momento propicio, mientras se dirigía á Montevi- 
deo, seguido de unos J,000 soldados de caballería, con 




44(5 



LIBRO VIL — GOBIERNO DE UOIZ IIUIDOBUO 



ánimo de liaoerse cargo de la defensa de la plaza, amagada 
]3or la escuadra de Popliam. 

La presencia del Virrey en Montevideo debía ser mo- 
tivo de continuos disturbios. Un círculo de españoles la 
desealia, pretextando que la autoridad del Rey había sido 
ultrajada en su ¡persona ])or los facciosos de Buenos Aires, 
y era de justicia tributarle un homenaje de respeto; pero 
el pueblo, testigo de su ineptitud, y las autoridades, pene- 
tradas del peligro cercano que exigía unidad de acción y 
un mandatario inteligente y valeroso, repugnaban su po- 
sible aparición en la ciudad. Por otra parte, el A'irrey, al 
delegar el mando político en la Audiencia de Buenos Aires, 
había escrito al Regente de ella, que se trasladaba á Colo- 
nia, donde esperaría la solución que el Rey se sirviese dar 
al conflicto producido. Cambiando ahora de plan, no sola- 
mente demostraba el deseo (Je reivindicar una autoridad 
odiada, sino el proj^ósito de mezclar su intempestiva soli- 
citud en la defensa de una plaza, cuyo destino pendía del 
acierto con que se adoptasen las medidas militares. 

Ello no obstante, los preparativos para la defensa si- 
guieron adoj^tandose con firmeza. Las compañías de Va- 
llejo y Chot^itea y los voluntarios de Bofarull y Mordedle, 
volvieron de Buenos Aires en todo el mes de Septiem- 
bre, vigorizando así el núcleo de los elementos de fuerza. 
El Gobernador, con prudente solicitud, atendía á conjurar 
el peligro, llamando el país á las armas, y trazando al 
mismo tiempo un ¡flan defensivo de la ciudad. Le secun- 
daban con eficacia los jefes de la guarnición, distinguién- 
dose muy especialmente los de artillería, quienes, empe- 
zando por el octogenario brigadier sub- inspector de esa 
arma, D. Francisco Orduna, no se dispensaban fatiga para 




Ain\o VI r. --(¡onirjixo i>k uriz iiuidouuo 



-117 



^ completar el buen servicio do las baterías fijas, y organizar 
trenes volantes. 

Si los habitantes del Uruguay se habían mostrado deci- 
didos y entusiastas para reconquistar a Buenos Aires, su- 
peraron aquella actitud encargándose de su propia defensa. 
Al decir de Ruiz Huidobro, los esfuerzos hechos en favor- 
de la Capital fueron débil reflejo de esta nueva deinostra- 
cidn de heroicidad y patriotismo. El vecindario de cam- 
‘ paña se presentó en masa a las autoridades. En Montevi- 
deo, las señoras ofrecieron sus alhajas; los vecinos pudientes, 
que por cualquier razón no estal)an alistados en los cuerpofii 
de servicio, se incorporaron al personal de las baterías con 
sus dependientes y esclavos; y hasta los niños se prepara- 
ron á acudir por grupos donde asomase el enemigo. No 
donativos parciales, sinó la vida y la fortuna de todos, fue 
puesi,a sin restricción en manos del Gobierno, para que 
^^salvase el país de la conquista británica. 

En la ciudad formáronse nuevos cuerpos, por unánime 
voluntad de los vecinos. El primero que se organizó 
fue el tercio de « Gallegos y Asturianos », al mando de 
1). Roque de Riobó y Trozada, teniendo por capitán á 
I). Manuel de Jado y subteniente á D. José de Seijas, con 
un efectivo de 130 hombres, todos dispuestos á servir sin 
sueldo. Seguidamente propuso y llevó á efecto I). Mateo 
Magariños la organización de un cuerpo de Cazadores cos- 
teado de su peculio, teniendo por sargento mayor á I). Ni- 
colás de Vedia y capitán á D. Dionisio de Soto, con un per- 
sonal de lio hombres. Don Hipólito Mordedle propuso 
y organizó, á su vez, un cuerpo de « Húsares », destinado 
á pelear en mar y tierra, compuesto de seis compañías de 
á 50 hombres y una de 20 con 2 piezas de artillería. La 




448 LIBIÍO VII. — GOBIERNO DE RUIZ HUIUOBRO 

plana mayor de este cuerpo constaba de Mordedle, coman- 
dante sin sueldo; 1). Francisco Fournier, sargento mayor; 
D. Indalecio García, ayudante mayor ; D. Juan Z uf ríate- 
gui y D. José Guerra, ayudantes, y D. Vicente Figueroa, 
abanderado. El mando de las compañías se dividía así: 
Granaderos, capitán D. José Patricio Beldón, teniente 
D. José Santos Irigoyen; — 1.\ capitán D. Luis González 
Vallejo, teniente D. Martín Tejera; — 2.'': capitán D. José 
Bartolomé de Barreta, teniente D. Gregorio Yillamil; — 8/': 
capitán J). Renato Si moni, teniente D. Miguel Buitrón; — 
4.“: capitán D. Manuel de Larragoiti, teniente D. Jeró- 
nimo Bianqui; — 5.": capitán Luis de la Robla, teniente 
D, Ramón García de Puga; — compañía distinguida, y es- 
colta de bandera, capitán sin sueldo 1), Patricio ^leifrén, te- 
niente D. Manuel Medina ; — compañía, capitán D, Pa- 
blo Colombo, teniente D. Miguel Espina ( 1 ). 

jMientras esta organización para la defensa interna se 
verificaba con tan siibita eficacia, perfeccionaba Ruiz Hui- 
dobro sus medidas para precaver cualquier desembarco 
del enemigo en los alrededores. Al efecto, por la parte de 
mar, estableció dos líneas : la primera, compuesta de 5 bu- 
ques acoderados y artillados por cañones de á 18 y 24 en 
las proas, cubría sus flancos con las baterías de la isla de 
Ratas y B. Francisco; y la segunda, compuesta de una 
avanzada de 12 c*anoneras, debía replegarse en caso nece- 
sario, por entre los claros de la primera. A la parte de 
tierra, tenía establecido desde Junio, un campo volante á 
órdenes del brigadier sub-inspector de ingenieros J). Ber- 
nardo Lecocq, quien con 1,000 hombres de caballería y 



(l.'j L. C. lie 2Iu)i(ri'it/ro.~Krf)cilinitr dv ser naos (ciíaclo). 




IJBKO VJI,— (U)BIKUXO DK UUIZ JIUIDOBIlO 



449 



un tren de artillería ligera, circundaba la ciudad. El capi- 
tán de ejército D. Bernardo Suárez, oficial distinguido del 
cual no había querido desprenderse Ruiz Huidobro du- 
rante los pasados conflictos, negándole permiso para for- 
mar en las filas de los reconquistadores, fue encargado de 
la pro\isión y mantenimiento de caballadas. 

ITna nota discordante del entusiasmo general se produjo 
en aquellos momentos, llenando de indignación á todos. 
Cupo á la marina de guerra, cuya arrogancia había subido 
de punto después de sus buenos servicios en la reconquista, 
ser motivo de esa explosión. El caso fué, que habiéndose 
desprendido de la línea de bloqueo una corbeta enemiga 
para hacer reconocimientos en el puerto, repentinamente 
se encontró inmovilizada casi á tiro de cañón de las bate- 
rías de tien*a, por el cambio de viento que produjo una 
gran calma. Aprestáronse inmediatamente 15 cañoneras 
y Guauchas á remo para apoderarse de la corbeta, según 
^^lo ofrecían los oficiales de marina. El vecindario se aglo- 
meró sobre las azoteas y las costas para presenciar aquel 
combate inesperado. Tres horas duró el fuego, sin que las 
cañoneras se atrevieran á liacer un avance decisivo, dando 
tiempo á que los botes de la escuadra inglesa viniesen en 
socorro de la corbeta, sacándola á remolque en medio de 
estrepitosos burras! Los marineros de línea volvieron á 
puerto, siendo recibidos por la multitud con gritos injurio- 
sos y pedradas. Desde ese día, cayó en gran descrédito la 
escuadrilla. 

Entre tanto, había llegado el marqués de Sobremonte 
en los primeros días de Octubre á la ciudad. Fué recibido 
con los honores de su rango ; pero se notó que era pura- 
mente oficial y (,»bligada aquella ostentación. Apenas se 

Lom. Esp. - II, 2lJ. 




450 



LIBRO VIÍ. — GOBIERNO DE RUIZ IIUIDOBUO 



mostró al público en aire de paseo, encontró por todas 
partes la hostilidad ó el menosprecio. Durante la primera 
excursión que hizo por las calles, seguíanle algunos grupos 
gritando: ¡ahajo los traidores! Cuando inspeccionó las 
fortificaciones de la cindadela, varías turbas de muchachos 
le decían á voces y en tono burlesco: ¡avanza! ¡avanza! 
Sin embargo, él no hizo caudal de aquella oposición, y 
desde luego anunció á Ruiz Huidobro que se encargalm 
de la defensa de la Plaza, tomando además la dirección in- 
mediata de las fuerzas situadas en el campo volante. Es- 
cribió á Liniers pidiéndole la devolución de las tropas de 
línea y artilleros de Agustini, que aquél había conservado 
consigo, y además las fuerzas sutiles existentes en el ¡muerto 
de Buenos Aires; á lo que accedió Liniers remitiendo los 
soldados, pero negándose á hacer lo mismo con los buques, 
por alegar- la estricta necesidad de que le eran. Como 
D. Miguel Vilárdebó se ofreciese á traer de Córdoba los 
caudales públicos que fuesen necesarios para la defensa, 
el ViiTey autorizó ese arbitrio, comisionándole al efecto. 
El enviado cumplió su cometido á plena satisfacción, vol- 
viendo con 300,000 pesos, sobre los cuales renunció la 
comisión de 3,000 que debía corresponderle. 

Con todo, era imposible engañarse sobre los resultados 
funestos que la intromisión del marqués iba á producir en 
la defensa de la plaza. Ruiz Huidobro fué el primero en 
discernirlo, y sea que desease eludir responsabilidades, sea 
que aspirase á resolver la situación provocando un con- 
flicto, anunció el designio de retirarse al campo durante un 
par de meses, para reponer su quel)rantada salud. Saliida 
la resolución del (lobernador, una masa de pueblo, donde 
estaban representadas todas las clases y gremios de la so- 




LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO 



451 



ciediul, se presentó á pedirle que desistiera del intento, pro- 
metiéndole á la vez morir á sus órdenes contra el enemigo, 
como si presintiera que la causa de su proyectada ausen- 
cia obedeciese al temor de hacer un papel militar desai- 
rado. Pocos días después amanecieron las paredes de la 
ciudad plagadas de pasquines, protestando contra la inge^ 
renda del Virrey en la dirección de la guerra, y pidiendo 
que se marchase. Semejante manifestación dio pie al Ca- 
bildo para reunirse y adoptar un teraperainento que satis- 
ficiese en algo las miras del pueblo. Después de un largo 
debate, el cuerpo municipal nombró de su seno una comi- 
sión destinada a aproximarse al Virrey, para manifestarle, 
que en el estado de ' ánimo del vecindario, era imposible 
contener la agitación pública, si él no se retiraba de la 
ciudad. El Virrey contestó que sólo abandonaría la ciu- 
daij< muerto ó por la fuerza » ; afirmación que' debía des- 
^^meiitir de allí á poco, fugándose vivo y sano de en medio 
del peligro. 

El Cabildo se dio por satisfecho con la réplica del 
Virrey, perdiendo la oportunidad de salvar á Montevi- 
deo, como había salvado antes á Buenos Aires con su 
resolución de 18 de Julio, que investía á Ruiz Huidobro 
de facultades amplias. Si en la actualidad hubiera adop- 
tado un temperamento análogo, despidiendo al Virrey, 
único y desprestigiado obstáculo para una defensa victo- 
riosa, los ingleses no habrían tremolado su bandera sobre 
las iinnaillas que franquearon á costa de tanta sangre. 
Tuvo miedo á la nota de insurrecto en que acababa de caer 
su homónimo de la otra orilla, sin acordarse que él mismo 
había sido predecesor y maestro, pues desde el 18 de Ju- 
lio tenía adquirida con creces idéntica nota. De no haberle 




452 



LIRRO VIJ. — GOlJICKXO DE KUIZ HUIDORUO 



favorecido entonces la victoria, todos liubieran reclamado 
contra el estímulo que diera á Ruiz Huidobro para des- 
obedecer al Viri’ey, y la nulidad de éste habría encontrado 
una justificación imponente, demostrándose traicionado en 
la eficacia de sus planes militares. Si el 18 de Julio, sin 
otro recurso que el apoyo de la opinión, se había atrevido 
el Cabildo á tanto, ¿cómo disculpar ahora su pusilanimidad, 
cuando la sanción del éxito en lo pasado, el entusiasmo 
popular presente y la oculta benevolencia del Gobernador 
le obligaban á repetir aquella medida de salvación conuin? 

Popham, entre tanto, no permanecía ocioso, pues á la 
espera de refuerzos que debían llegarle del Cabo, blo- 
queaba el litoral comjn-endido entre Montevideo é Higue- 
ritas, .dificultando mucho las comunicaciones de la ciudad 
con el exterior. A últimos de Octubre, le empezaron á 
llegar dichos refuerzos, incorporándosele el teniente coro- 
nel Juan Jaime Backhouse con 1,400 hombres. Alentado 
por tan' próspero suceso, que aumentaba sus tropas y sus 
naves, Popham decidió, atacar la ciudad. El día 28 do 
Octubre se presentó con todos sus barcos hacia la parte 
dé atrás del Cerro, donde Ruiz Huidobro había colocado 
el cuerpo de milicias de Navia bien sostenido, con el fin 
de impedir un desembarco posible. Cruzóse algún fuego 
cutre Jos ingleses y las milicias ; pero viendo Popham que 
estaba resguardado aquel punto, base de su proyectada 
operación, se hizo á la vela de allí, entrando con toda la 
escuadra al ])uerto. Entonces tomó por objetivo de su 
ataque las baterías de la costa Sui*, sobre las cuales rompió 
un fuego muy recio. Contestaron las l)aterías con buen 
o i den y (>x col ente resultado, apagando los fuegos del inglés 
tles[>ués de tres horas de combate. Viendo frustrada su 




\M\uo Vil, — (joniKiíNo di: m'iz in idodko 



4r).‘j 

lontíitivu, salióse <1(4 piu^rto, y dejando algunos barros que 
sostuviera n <4 bloqiu‘o, dio la vela para Alaldonado con (4 
2 ;meso de sus tro[)as y escuadra, a donde Ik^gó el día 20. 

No estaba Maldonado en condiciones de resistir la 
atiTCsión de un arniainento relativamente tan poderoso, y 
sin embargo se prepan> c on el mayor demiedo á baceilo 
frente. Desde el mes de Julio anterior, había tomado 
por su cuenta aquel piu4>lo, tan patriota como i)obre, el 
sostener de su peculio propio, un piquete de blandengues, 
otro de infantería y otro de milicias, en los enaltas cifraba 
todas sus espía'anzas de éxito. Sumaban estas fuerzas 
280 hombres, al mando del capitán de blandengues D. Mi- 
guel Borras, con 4 piezas de artillería, a cargo del subte- 
niente 1). Francisco Martínez. La isla de Gorriti, defensa 
natural del ¡)uerto, estaba guarnecida por 100 liombres 
ot^O piezas de artillería y un ¡)equeíío dep(')SÍto de víveres. 

VN Era, pues, muy insignificante el número de los defensores 
de Maldonado; pero con todo, apenas apareció el enemigo, 
cuando, á ruego del pueblo, el alcalde D. Ventura Gu- 
tiérrez hizo echar generala, preparándose la guarnición á 
evitar el desembarco de los ingleses, quienes, á distancia 
de una legua escasa al S.O. de la ciudad, eni})ezaban á to- 
mar tierra: 

Salió la guarnición en columna y con su tren de arti- 
llería, dirigiéndose liacia el local donde los ingleses des- 
embarcaban ; pero los médanos de arena, dificultaron gran- 
demente la marcha, contribuyendo áque se atollase un ca- 
non; visto lo cual retrocedió, hasta una altura al arrimo 
(le la torre de observación, en uno de los extremos del ¡aie- 
blo. Los ingleses, entre tanto, habían efectuado su desem- 
barco, y divididos en tres columnas, avanzaban sobre la 




454 I.IBRO Vir. — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO 

ciiidiul. Choco la primera y más gruesa de sus columnas 
contra la guarnición por el frente, mientras .-que la otra 
amemizaba cortarla, entrando á paso de trote por el Norte 
á tomar posesión del jmeblo. Rompióse el fuego de ar- 
tillería y fusil ; pero arrollada la guarnición, se retiró en 
desorden, jierdiendo dos cañones, y un trozo de gentes que 
se dispersó. Los restantes, internándose hasta la plaza 
principal, se ¡parapetaron en las azoteas que la cuadraban 
y en la iglesia Matriz, edificio á medio concluir. En esa 
actitud esperaron á las tres columnas inglesas, que ya 
se habían reunido y se preparaban al asalto. Por ambas 
partes se peleó con decisión, derribando los ingleses las 
puertas de las casas donde resistían los defensores, y en- 
trándose á ellas con resuelto empeño. La parte más enér- 
gica de la defensa se sostuvo por los que estaban acanto- 
nados en la casa del oficial de Real hacienda, quedando, 
ó muertos ó heridos todos ellos. Desalojados de las demás 
posesiones los defensores de la ciudad, al anochecer quedó 
todo concluido y los ingleses dueños de Maído nado con 
pérdida de 37 muertos y 40 heridos (1). 

Entre tanto, la isla ‘de Gorriti era objeto de un bom- 
bardeo que resistió con buen ánimo. Todo el día 29 so- 
portó su guarnición los fuegos de la escuadra enemiga, 
contestándolos en la relación que podían hacerlo 9 caño- 
nes contra algunas docenas de buques de guerra. Por fin 
el día 30 capituló, siendo enviados sus defensores á la de- 
sierta isla de Lobos, con mengua de lo pactado. Una vez 
allí, comenzaron los prisioneros á entenderse para fugar, y 
lo consiguieron algunos. En dos botes de cuero y aventu- 



C 1 ) Nj* f) nt los ¡). (Ir P. 




LIBRO VIL — OOBIERXO DE RUÍZ HITÍDOBRO 



455 



raiuíose á los riesgos do una navegación tan peligrosa como 
aquólla, se hicieron á la mar 37 hombres, ganando tierra 
en poco tiempo. Seducidos por el ejemplo los demás confi- 
nados, á quienes afligía la escasez de alimentos y el ansia 
de libertad, pusieron por obra imitar á los otros, pero fue- 
ron descubiertos. I^os ingleses los trajeron á bordo de >sus 
buques, tratándoles bastante mal. 

Luego que Maldonado cayó en manos del enemigo, fué 
presa del más horroroso saqueo durante tres días. No se 
respetó ni la edad ni el pudor de las mujeres: atropellá- 
ronse los lugares sagrados y cada casa fué teatro de robo 
y escándalos. Avergonzados muchos oficiales enemigos de 
aquella conducta de sus tropas, defendieron espada en 
mano las casas donde se alojaban, únicas que salvaron de 
la devastación. Los archivos públicos y todos los papeles 
do importancia se arrojaron á las calles, destinándose buena 
cantidad para hacer cartuchos ó envolver objetos delica- 
dos que se enviaban á bordo. El obraje de la nueva iglesia 
en construcción fué declarado buena presa, así como los 
útiles, tablazón y otros objetos pertenecientes á la compa- 
ñía marítima de la pesca de la ballena, establecida en la 
ciudad. El hospital fué saqueado, sin compasión á los en- 
fermos que allí había. A los prisioneros de la guarnición 
se les encerró en los cuarteles, donde un número triplicado 
de gentes hacía notable la estrechez, y por todo alimento 
se les daba tres espigas de maíz crudo y una ración de 
agua impotable, sacada de pozos inmundos, cuando la ciu- 
dad tenía fuentes en la mejor condición y en próximo 
paraje. El cura párroco y su teniente fueron arrestados y 
conducidos á prisión en el momento en que se ocupaban 
de enterrar los muertos. 




45()^ LlItliO VIL — (50BIERNO DE RU1Z¡ HUIDOBRO 

Pasados los tres primeros días de angustia, tomaron 
los jefes ingleses algunas medidas tendentes iiTestablecer el 
orden y la disciplina entre sus tropas, al mismo tiempo que 
brindaban á los habitantes de Maldonado con la seguridad 
de un mejor tratamiento. Apareció una proclama del te- 
niente coronel Backhouse, pidiendo que volviesen los ciu- 
dadanos fugados de la población, con la garantía de que 
serían protegidos en su vida, seguridad y bienes. Prome- 
tíase el f)<igo de todo lo que en adelante se tomara para el 
consumo de la tropa, y el castigo irremisible de cualquier in- 
glés que infiriese el menor vejamen á un habitante del país. 
Como complemento de todas estas seguridades y prome- 
sas, se nombró Gobernador de la ciudad al teniente coronel 
Vassal, del regimiento 38, hombre moderado y prudente, 
cuya vida debía extinguirse dando ejemplo y gloria á sus 
compañeros en combate mas rudo que el de Maldonado. 

Lo primero que hizo el nuevo Gobernador, fué restituir 
á la iglesia sus bienes y efectos, poniendo en libertad al 
cura y su teniente, y ordenando que un centinela apostado 
á la puerta del templo garantiese la libertad de las cere- 
monias y la seguridad de los asistentes. Autorizó al Ca- 
bildo para que continuase en sus antiguas funciones con 
arreglo á las leyes del país, y puso en libertad á D. Juan 
Pascual Plá y T>. Juan Machado, miembros de la eorpora- 
ción, chindóles órdenes por escrito a fin de que sacasen 
tropa inglesa para hacer respetar sus personas y faculta- 
des, y para la aprehensión de los delincuentes según las 
ocurrencias. Ordenó que fuera devuelta por la tropa, pre- 
via escriqmlosa investigación en los cuarteles, la ropa sa- 
queada á los vecinos, señalándose una c‘asa conocida en la 
ciudad para depositarla. Mandó que se distribuyese á 




MHKO Vir.— GÜIUKPvNO DE IlUZ IlUÍDORUO 457 

cada familia una ración diaria de pan, inenostras, verdu- 
ras y lumbre. Hizo devolver a algunos vecinos del ejido 
sus bueyes y vacas leelieias, dejándoles uno que otro ca- 
ballo para sus faenas. Prohibió terminantemente que se 
vendiera á sus soldados ninguna clase de bebidas, bajo el 
concepto de graves penas, y por ultimo puso en libertad 
á todos los vecinos que estaban prisioneros, reteniendo so- 
lamente unos ochenta, que' conceptuó sokhidos, y á los 
cuales mandó racionar en abundancia. 

Adoi3tadas estas medidas de orden publico, que resta- 
blecían la seguridad del veeindai*io y abrían su esiDÍritu á 
mejores csiDeranzas, comenzó Vassal una propaganda de 
otro genero, dedicada á cajDtarse para su país las sim- 
jDatías de los nuevos súbditos. Expidió varias proclamas 
de carácter político, en las cuales hacía las más lisonjeras 
promesas: hablaba en ellas de libertad individual y colec- 
tiva, de comercio ilimitado, dé garantías para todas las 
transacciones y contratos, de }3az y jDrosperidad bajo la 
egida del gobiei*no británico. Circuló esos j)aj>eles hasta 
la villa de San Carlos y sus inmediaciones, deseoso de que 
todo el país dominado fuese enterándose de los propósi- 
tos que guiaban á los conquistadores. Y no paró aquí 
en su propaganda: creyendo haber inclinado algo la opi- 
nión en su favor, lanzó un cartel, que fue pegado en los 
sitios públicos, afirmando que las creencias religiosas no 
serían nunca motivo de disidencia entre ingleses y espa- 
ñoles, puesto que entre la religión católica y la protes- 
tante sólo existían escasas diferencias de detalle. Esta 
última declaración fue motivo de escándalo } 3 ara el cloro, 
y los curas de Maldonado y San Carlos arrancaron jDor 
su }3ropia mano y de un modo público el cartel que la 
contenía. 




458 



I.TRRO VII. — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO 



Conocidos estos sucesos, determinó el marqués de So- 
bremonte organizar im cuerpo de tropas al mando del te- 
niente de fragata I). Agustín Abren, para que hostilizase 
á los ingleses. Compúsose la división con 100 dragones, 
100 voluntarios de la frontera de Córdoba, y un escuadrón 
de voluntarios de Montevideo, constituyendo entre todos 
400 hombres. El objeto y plan de Abren era batir á los 
ingleses si les encontraba en número compatible con sus 
fuerzas, ú hostilizarles en caso de que tuvieran una posi- 
ción tal que imposibilitara el ataque. Se sabía la escasez 
de víveres, sentida en el campo inglés, sospechándose que 
el enemigo se aventurase al interior del país en procura de 
ellos. En efecto, un destacamento inglés de 400 hombres 
entre infantes y caballería había salido días atrás de Mal- 
donado con rumbos al Sauce; y no encontrando en aque- 
lla dirección todo lo que deseaba, enderezó hacia el pueblo 
de San Carlos, al cual se dirigían también las tropas del 
país, en cumplimiento de su comisión. El 0 de Noviembre 
se presentó Abren á inmediaciones de San Carlos, donde 
los ingleses provocaron el ataque, lanzando su caballería á 
vanguardia. A la primera carga, Abren destrozó aquella 
fuerza, obligándola á replegarse en derrota sobre los infan- 
tes. Estimulado por la ventaja, cerró contra la infantería, 
y el combate se trabó cuerpo á cuerpo entre los voluntarios 
y los ingleses. Pero en lo más reñido de la pelea, cayó mor- 
talmente herido Abren; y el capitán de dragones D. José 
Martínez, al tomar el mando como segundo jefe, corrió igual 
suerte. Entonces la fuerza expediciomaria tocó retirada, pro- 
cediendo del mismo modo los ingleses, que caminaron la 
vuelta de Mal dona do, encerrándose dentro do la ciudad. 

En reemplazo de Abren y Martínez, fué investido con 




LIBIíO Vír. — GORIKRNO OK RUIZ íriJíDOHRO i")*) 

el mando de la pequeña división expedicionaria el teniente 
coronel D. José Moreno, quien ininediatainente puso por 
obra sitiar á Maldonado, donde residía Popliam con to- 
das sus fuerzas. Para el efecto, a I). Bernardo Siulfez re- 
cientemente incorporado con 85 voluntarios, lo destacó 
sobre la ciudad, y se organizó el asoílio, poniendo el costado 
derecho de los sitiadores a órdenes del teniente I). Paulino 
Pimienta con 25 soldados suyos y 10 blandengues; y el 
costado izquierdo y centro á las del teniente D. Pedrc» Ce- 
lestino Bauza con 28 voluntarios de Montevideo y 20 dra- 
gones. Los ingleses, ignorantes por completo del modo 
de liacer la guerra de recursos, se encontraron cercados é 
imposibilitados de moverse, ante aquella fuerza que supo- 
nían vanguardia de un ejército. Algunas pequeñas salidas 
que intentaron fueron re})clidas con vigor, obligándoles á 
reducirse á la inacción. Fue necesario que alimentaran á los 
habitantes de Maldonado con los víveres acopiados para 
su escuadra y ejército, mermando así los elementos de con- 
servación que tanta falta les hacían. Los sitiadores, engreídos 
por el éxito pulieron refuerzos, y el coronel Allende, mayor 
general del ejército en operaciones contra los ingleses, au- 
mentó sus filas hasta 400 hombres y 4 piezas ligeras. Con 
esto y la noticia de haber impartido el general inglés a sus 
tropas orden de marcha por tierra á Montevideo, creció la 
vigilancia y el interés de hostilizar más al enemigo. 

Pero todo no pasaba de una estratagema de Popliam, 
bien seguro en sus adentros, de recibir todavía mayores re- 
fuerzos. En Inglaterra la o])inión era unánime á favor de 
la coiupiista del Río de la Plata, después que se supo allí 
la fácil ocupación de Buenos Aires, confirmada por el 
paseo triunfal de los caudales ajiresados, que entraron 




4()0 IJBIU) VII. — GOBIERNO DE RUIZ IIUIDOBRO 

á Londres en 20 carros adornados con las banderas de la 
ciudad rendida. A los primeros 1,400 hombres de Back- 
house ya en acción, siguió otro refuerzo de 4,300 sol- 
dados bajo las órdenes de Sir Samuel Auchmuty, á 
quien convoyaba el almirante Sterling, enviado en sustitu- 
ción de Popliain. I^as esperanzas mus firmes se deposita- 
ban por el público en esta expedición, diciéndose en todos 
los círculos (jue la conquista del Plata importaba el com- 
plemento de la grandeza comerc-ial de Inglaterra y reali- 
zaba las miras de sus mas adelantados estadistas. Pobres 
y ricos, industriales y desocupados, pedían á una la prose- 
cución de la conquista, ofreciéndose para ayudarla dentro de 
la esfera de sus personales esfuerzos, y el Gobierno ingles 
fomentaba aquella inclinación como gaje de los más lison- 
jeros designios ( 1 ). Se e.xageraban la fertilidad del suelo, la 
abundancia del oro, las necesidades del consumo, y hasta el 
vigor descomunal de los hombres. Ni el fantástico El Do- 
había entusiasmado tanto á los esjxiñoles, como entu- 
siasmó é hizo delirar á los ingleses la posesión del Río de la 
Plata, y contando con que era la llave de las colonias españo- 
las de America, diéronse ya por sus dueños y hasta se avan- 
zaran á preparar expediciones para someter á Chile y Méjico. 

La noticia de la reconquista de Buenos Aires, que llegó 
á Londres en medio de estos delirios, en vez de enfriar la 



( 1 ) Con Viofh'O (le Cvfo publicaba na periódico Ínf/lrs ( Kl Semana- 
rio^) la s ’.g (icnU noUda, en 24 de Oclahre de 1S0(¡: ' Se ha fletado nn 
be; reo bajo los anspidos del (I oble ruó para Ucear (irnUtilamenle los ar- 
tesanos que deseen ir á estabieeerse en Ha e nos Aires; // pa se han 
embarcado albañiles^ carpinteros, \apateros, sastres p ntodistas.' — En las 
remesas eomerdrdes que se hidenm, sepan lo asegura un autor in- 
glés, rentan partidaju de patines g ataúdes. 




ijitiu» vil. í;ouii;um» hk la i/, ih iikíiiiiu 4IU 

opiiiíuu, la exat‘t'rli<» más e» t»l senticU) de aaegumr la em- 
|H*tísn. T«wlos se m^fan eomproinetidos á retener y eon- 
MTvar una oinquistu que había halagado á tan alto punto 
sus espiTanzuis y no faltaba quien se unUqase tniieionado 
|H>r los aonitminientos en su honor y su fortuna. En el 
Parlamentii» en la IWsii y en los círculos populares, se 
levantaron vckvs pidiendo un pruwlcr enéi^ico jmra que 
no queilaran burlados tantos sueños de ventura como ha- 
bía aliiiienuulo la íiltinm intentona. El (iobierno, por su 
fKirte, mliendo á la opinión nianiüe.sta del pueblo ingles, 
duplk*ó sus esfuerzos. Ya no {carecieron bastantes los 5,700 
soldados, que, unos en tierra y otj*os navegando, caminaban 
á la conquista del Plata : des|>achó.se al más velero de los 
buques de la escuadra inglesa, jxira que marchase en se- 
giiiinieuto del genend (Yawfurd, que iba á la conquista de 
Chile con 4,400 hombres, ordenándole incorporarse á la 
ex{x‘dieión de Auchmuty acompañado de una fuerte divi- 
sión naval puesta á cai^o del almirante Mun*ay. Por último, 
se ilió el mando en jefe de todas estas fuerzas al teniente 
general Juan WhiU4ocke-, que á la cabeza de 1,030 hom- 
bres más, hizo su embarque lleno de arrogancia, prometién- 
dose un resultado tan rápido como lo creía el Gabinete in- 
gles. Así la.s cosas, arribó á Maldoiuulo, en 5 de Enero de 
1(S07, Sir Samuel Auchmuty con sus soldados, relevando 
á Popham el almirante Sterling; y ahuyentando con tan 
{K)deroso armamento las escasa.s fuerzas del comandante 
Moreno, que (*aminaron la vuelta de Montevideo, campán- 
dose en las alturas del Cordón. 

Todos los presentimientos y temores manifestados por 
Ruiz Huidobro en sus documentos y j)or las juntas de gue- 
rra en sus decisiones, desde que Beresford se posesionó de 




462 



LIBaO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO 



Buenos Aires, habían ido realizándose matemáticamente. 
Los ingleses fueron reforzados por sus paisanos del Cabo, 
en la época ¡irevista, y ahora lo eran desde Europa con ver- 
dadera profusión. Pero el escarmiento hecho en Beresford 
y el rechazo de las naves de Popham, revelando á los nue- 
vos jefes la existencia de un temible centro de acción que 
no habían tenido en cuenta sus antecesores, les indujo á mo- 
dificar el plan seguido hasta entonces, y fue señalado Mon- 
tevideo como punto objetivo de las operaciones iniciales. 

Al amago de peligro tan inminente como el que hacía 
esperar el ejercito ingles tomando tierra en Maldonado, 
procuró el Cabildo de Montevideo pedir á Buenos Aires 
auxilios y refuerzos. Fueron enviados á ese efecto, D. Juan 
Bautista Aguiar, Alcalde de 1."''' voto, y D. Mateo Magari- 
ños, quienes llegaron á su destino con mucha dificultad. 
Menos había necesitado hacer Buenos Aires para que 
Montevideo le socorriese en su desgracia ; pero aquí se 
trocaron los papeles. Temiendo por su propia conservación 
si eran concedidos los refuerzos, el populacho se alborotó 
contra los comisionados, amenazándoles en la vida, lo que 
les obligó á huir precipitadamente de allí. Sin em- 
bargo, Liniers, como soldado, comprendía la importancia 
de conservar á Montevideo bajo el dominio español, porque 
una vez perdida esta ¡ilaza, los ingleses conquistarían un 
punto de ajioyo inexpugnable para sus tropas, y un centro 
de operaciones apropiado para tener en ja(tue á Buenos 
Aires. Llevado de estas ideas, instó con el íin de cruzar el 
río en socorro de la capital militar del Plata : disponía de 
buen número de fuerzas á ese efecto, y era la oportunidad 
de acometer la empresa sin peligro, porque los ingleses no 
se movían aun de Maldonado, ocupados como estaban 




IJ«RO Vir. — GOIUEHXO DE RUIZ IIUIDOBRO 



4G3 



(le refrescar sus tropas y organizarías para la acción. Mas 
si el populacho de Buenos Aires se mostró inflexible con 
los diputados de Montevideo, mayormente lo estuvo con 
su propio Gobernador, prohibiéndole que se moviese de 
allí; á cuya opinión se plegaron todas las personas de va- 
ler. El mismo Liniers lia consignado este hecho en un 
parte á Napoleón, diciendo: «yo qu!h;c pasar a Montevideo 
con algunas tropas para socorrerla, pero los liabitantes de 
aquí se opusieron. » ( 1 ) 

Montevideo estaba destinado á soportar con sus propios 
recursos, toda la hostilidad del ejercito y escuadra ingleses. 
Había sido construida la ciudad sobre la planta de un es- 
tablecimiento militar. Su posición estratégica favorecía 
estas miras, y la codicia de que era objeto la legitimaba. 
Rodeada de una muralla que se ajustaba á la conformación 
del terreno, tenía también algunas baterías distribuidas 
hacia los costados más débiles que miraban á la mar. Ar- 
tillaban todas las fortificaciones 106 piezas de cañón, 
número excesivo para el exiguo personal de esa arma que 
tenían los defensores. La guarnición militar formaba una 
totalidad de 3,000 combatientes. A estas fuerzas se agre- 
garon 3,000 hombres de caballería que trajo Sobremonte, 
constituyéndose así el heterogéneo ejército destinado á la 
defensa de la ciudad. Contra fuerza tan poco experimen- 
tada, se dirigía Sir Samuel Auchmuty con 5,700 soldados 
veteranos, embarcados en buques de diverso porte, que ha- 
bían dado la vela de Maldonado el día 13 de Enero, de 
jando una pequeña guarnición en la isla de Gorriti. 



(1) Hartolomé Mitre, Historia de Bel grano g de la Independencia Ar- 
gentina; tomo I (apéníi). 




4(34 



Mimo VJI. — GOBIERNO DE UUIZ HUXDOBRO 



Esa inisina tarde, avisó el vigía del cerro de los Toros, 
establecido allí desde la perdida de Maldonado, que la es- 
cuadra inglesa se movía en dirección á Montevideo, lle- 
vando á bordo todo el ejército invasor. El 14 se presentó 
á la vista de la ciudad el armamento inglés, compuesto de 
más de 100 velas, entre navios, fragatas, transportes y 
buques menoro?, distribuido en dos divisiones, una de las 
cuales se extendía desde la isla de Flores hasta Punta 
de Carretas, y la otra cubría la boca del puerto, dirigién- 
dose hacia el Cerro, en aire de intentar un desembarco 
por ese lado. Algunos buques menores de la primera di- 
visión se adelantaron éi examinar la costa que tenían á su 
frente. Al caer la tarde, se des])rendió de la escuadra ene- 
miga una fragata con bandera de parlamento, fondeando 
en la entrada del puerto; pero lo avanzado de la hora y el 
mal tiempo, obstaron á que fuese recibida hasta el si- 
guiente día muy temprano. 

En el acto de avistarse el enemigo, la guarnición y el 
vecindario habían corrido á ocupar los puestos que se les 
tenían designados de antemano, y los artilleros, con las 
mechas encendidas, se prepararon á romper el fuego. El 
Virrey marchó á ponerse al frente del campo volante, 
aproximándose con su caballería á la costa del Buceo, para 
observar los movimientos de la escuadra. La noche se pasó 
sin otra novedad que la expectativa consiguiente. En la 
mañana del 15 bajó á tierra un pliego, que había condu- 
cido la fragata parlamentaria, conteniendo la intimación de 
los generales ingleses, concebida en los siguientes términos: 
«Señor: teniendo bajo mis órdenes fuerzas suficientes per- 
tenecientes á 8. M. B., y habiendo recibido instrucciones 
para atacar el territorio español en el Río de la Plata, 




LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO 



4Ü5 



quiero tener el honor ele intimarle á V. E. la rendición de 
la fortaleza de San Felipe y sus dependencias, con el grande 
deseo de salvar la efusión de sangre, y evitar á los ino- 
centes habitantes las miserias que atrae una pertinaz de- 
fensa. Me induce esto á prevenir á V. E. que me hallo 
pronto á garantir una capitulación en términos liberales, 
y al mismo tiempo puedo asegurar á V. E. que son mis 
fuerzas ampliamente suficientes para la rendición de la 
fortaleza y lo interior de la provincia. » A lo cual con- 
testó Sobremonte el mismo día, en esta forma: «Excelen- 
tísimos señores: para contestar al oficio de V. Exas. de 
fecha de ayer, poco tengo que detenerme ni en qué tre- 
pidar, reproduciendo lo que dije al señor almirante en res- 
puesta del que me dirigió á su ingreso al mando de esas 
fuerzas de S. M. B. á la vista de esta Plaza; pero sí debo 
añadir, que sobre aquel concepto, es considerada la pro- 
puesta del día, por el señor Gobernador de ella, por sus tro- 
pas de la guarnición y del ejército exterior, por todos sus 
vecinos y habitantes, y por mí que tengo el honor de man- 
darlas, un insulto á nuestro honor y á la lealtad que pro- 
fesamos á nuestro amado soberano el Rey de España, de 
que nos gloriamos. Así, pues, por tan digno objeto, todos 
éstos sus vasallos miran la efusión de sangre y la entrega 
de su último aliento, como el más gustoso sacrificio, antes 
que desmentirla ni en un ápice. » ( 1 ) 

De conformidad con las ideas enunciadas, Sobremonte ex- 
pidió una proclama á la guarnición de Montevideo y habi- 
tantes del país, dándoles cuenta de la intimación del enemigo 
y su propia respuesta, inspirada, decía, en la convicción de 

(1) Col López. 



Dom. Esp. —II. 



30. 




466 



LIBRO VII. — GOBIERNO DE RÜIZ HUIDOBRO 



estar todos, él incluso, « di.spuestos á dar el último aliento 
antes que rendirse. » Como si quisiera acreditar de su parte 
aquel propósito, se entregó seguidamente á una actividad 
inusitada, yendo y viniendo del Buceo á la Plaza, y mul- 
tiplicando sus órdenes verbales y escritas sobre porción de 
resoluciones secundarias. Cuando hubo agotado el pro- 
gi'ama de sus quehaceres, se dirigió definitivamente al Bu- 
ceo, de donde no debía volver más ; pero sin haber dejado 
traslucir siquiera á Buiz Huido bro las medidas con que se 
propusiese oponerse á los ingleses, en caso de efectuar ellos 
su desembarco por dicha playa. 

Contrastaba la actividad sin objeto del Virrey, con la 
calma aparente del enemigo, cuyos movimientos se limita- 
ban á lo imprescindible. Hasta entonces, sus operaciones 
externas se habían contraído á sondajes en el río ; pero 
advertían los vigías y observatorios de la ciudad, un activo 
cambio de señales entre los buques, y el apresto de ele- 
mentos diversos por parte de sus tripulaciones. Ese pro- 
ceder se avenía con el carácter previsor de Auchmuty, 
oficial de méritos relevantes, que habiéndose distinguido 
por sus cualidades de mando en anteriores camiiañas, de- 
bía reforzar en ésta la reputación alcanzada. Aun cuando 
tuviese lisonjeras informaciones sobre la posibihdad de 
tomar á Montevideo sin grande esfuerzo, no quería fiar 
nada á la eventualidad (1). Dueño de un personal se- 
lecto, compuesto de 4 regimientos de infantería de línea 
(38, 40, 47 y 87), varios batallones de cazadores, 1 regi- 
miento y varias secciones de dragones ligeros, y 1 compa- 
ñía de artillería, todavía les agregó un cuerpo de marine- 



(1) Parle de Auchmufij (Col López). 




LIBRO VII. — GOBrERXO DE RLTIZ IIUIDOBRO 



467 



ros y gente de mar que debía prestarle valiosos auxilios. 

Desde que se presentó la escuadra inglesa á la vista, 
hubo perplejidad en los pareceres sobre cuál sería el punto 
elegido para el desembarque. La distribución de las na- 
ves en dos grandes divisiones, fondeada la mayor de ellas 
entre la isla de Flores y el Buceo, mientras la otra se con- 
servaba sobre la costa del Cerro, y la escrupulosidad con 
que habían sido reconocidos los fondos y corrientes de 
ambos parajes por buques menores del enemigo, mantuvie- 
ron indecisa la opinión durante todo el día 14. Al si- 
guiente día amanecieron 2 bergantines sondeando el canal 
que pasa al costado de la isla de la Paloma; demostración 
que á juicio del práctico mayor D. Manuel Cipriano, indi- 
caba ser la playa del Buceo el punto elegido. Nuevas ope- 
raciones confirmatorias de aquella sospecha, la transfor- 
maron en convicción, así es que al ponerse el sol del día 
15, se contaba por seguro que el desembarco tendría lugar 
en el Buceo, debiendo caber al Virrey, situado allí, la oca- 
sión de batirse antes que nadie contra los ingleses. 

En efecto, el 16, bien de mañana, se movió con rumbo 
al Buceo, una división de la escuadra, compuesta de 14 
bergantines con sus botes á remolque, siguiéndola muy 
luego todos los buques enemigos. Ante aquella demostra- 
ción tan clara, el ViiTey destacó sobre la costa al coronel 
D. Santiago de Allende con 6 cañones y una columna de 
1,400 hombres de caballería, compuesta de los regimientos 
de Córdoba y Paraguay, 200 blandengues de Montevideo, 
y algunos piquetes de Voluntarios y Urbanos de la ciudad, 
no teniendo entre todos arriba de 300 armas de fuego, pues 
los más estaban provistos de chuzas. Los buques enemigos, 
entre tanto, avanzaron para preparar y proteger el desem- 




468 



LIURO Vil. — GOBIERNO DE RÜIZ HUIDOBRO 



barco. Cinco de ellos, acoderándose á medio tiro de cañón 
de Allende, rompieron el fuego sobre él, causándole algu- 
nas bajas, mientras la escuadra, á velas desplegadas, se 
extendía á lo largo de la playa. A las 1 1 de la mañana 
se desprendieron más de 80 botes, conduciendo el primer 
cuerpo enemigo, que á fuerza de remo ganó en pocos mi- 
nutos la costa, y desembarcando en el acto, avanzó á paso 
de carrera, posesionándose de una altura ventajosa. Allende 
creyó prudente retü*arse entonces, desprendiendo una gue- 
rrilla contra los desembarcados. 

La repercusión de los cañonazos de los ingleses, produjo 
en Montevideo un efecto imprevisto. Corrió la noticia en la 
ciudad de que el marqués había hecho reembarcar al ene- 
migo, tomándole 500 ó 600 prisioneros. El Gobernador 
mandó festejar la nueva con repiques y salvas de artillería, 
y el pueblo salió á las calles prorrumpiendo en las más ar- 
dientes manifestaciones de jubilo. Poco tiempo duró, sin 
embargo, el alborozo, pues á las 10 de la mañana vino la 
rectificación de la noticia, trocándose en ira la anterior 
alegría. Tanto el pueblo como varias diputaciones de las 
tropas se presentaron al Gobernador, pidiendo marchar en 
socorro del Virrey para impedir el desembarco de los in- 
gleses. 

Contaminado de la decisión general, Kuiz Huidobro 
despachó aviso á Sobremonte por medio del teniente de 
fragata D. José de C^órdova, ofreciéndole ir en refuerzo 
suyo con toda la guarnición y aun con todo el pueblo 
« para prohibir que el enemigo adelantase un paso ». El 
emisario y la oferta fueron recibidos friamente. Sobre- 
monte contestó al Gobernador « que cuidase de la Plaza 
ordenándole al mismo tiempo que le remitiese el regi- 




LIBRO Vrr. — GOBIERNO DE RÜIZ HUIDOBRO 



4G9 



niiento do infantería de Buenos Aires y los Húsares de 
Mordcille, cuyos cuerpos sumaban un efectivo de GOO 
hombres con 2 piezas. Poco después mandó pedir el ba- 
tallón de Milicias de infantería de Montevideo, dejando ia 
guarnición de la ciudad reducida á los tercios de « Crio- 
llos », Andaluces » y « Vizcaínos », que sumaban 400 
hombres entre los tres (1). Las tropas de la Plaza llega- 
ron al campamento del Buceo rendidas de calor y fatiga, 
poco antes de ponerse el sol. En ese momento, la fuerza 
enemiga desembarcada aquella mañana, rompía su marcha, 
amagando un avance sobre la Plaza, lo que indujo al Vi- 
rrey á presentarle batalla. Pero como los ingleses, en vista 
de semejante actitud, retrocedieran á tomar la posición que 
habían abandonado. Sobremonte á su vez volvió la espada 
a la vaina. 

.Alas 11 de la noche, ya el Virrey había cambiado 
su plan de la mañana. Devolvió las tropas pedidas á 
la Plaza, que recibieron orden de marcha á esa misma 
hora, y quedó reducido á la caballería y tren volante. El 
día 17 continuaron los ingleses su desembarco, bajo los 
fuegos de una corbeta y varios bergantines que barrían el 
frente; y el marqués, en su atolondramiento, no avanzó un 
hombre, ni dictó una orden para oponerse al enemigo. 
Tranquilo espectador de sus operaciones, se] limitó á pre- 
senciarlas desde sitio seguro. Pero el día 18, cuando ya 
estaban todos los ingleses en tierra, pidió nuevamente á la 
Plaza el regimiento de infantería de Buenos Aires y los 
Húsares de Mordedle, con ánimo de emprender el ataque. 
A medio día, sus avanzadas rompieron un ligero fuego 



(1) 10 en los D. de P. 




470 



LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO 



sobre los ingleses, seguido de un cañoneo intermitente, que 
duró hasta la noche, sin causarles daño alguno.,. 

Reforzado por las tropas de la Plaza, se reservó el Vi- 
rrey la infantería de Buenos Aires con una parte de los 
Húsares y sus cañones, enviando esa noche, á órdenes de 
Allende, 220 hombres de este último cuerpo. Al rayar 
el alba del día 19, llegaban los Húsares al campamento 
de Allende, en momentos en que Auchmuty, marchando 
en columnas paralelas, avanzaba resueltamente con todas 
sus fuerzas. Los Húsares no tuvieron más tiempo que 
desplegar, rompiendo el fuego. Allende formó su caba- 
llería en columna de á 8 de frente, y con la artillería á 
vanguardia, dispuso el ataque. No había salido aiin de su 
campamento la retaguardia de la columna, cuando ya la 
cabeza chocaba contra las fuerzas del brigadier general 
Lumley, que la acribillaron diñante 12 minutos con un 
vivo fuego de fusil y cañón. La columna cedió y se des- 
bandó, dejando atascados en la arena 2 cañones y el campo 
cubierto de muertos, pues los Blandengues solamente tu- 
vieron 24 bajas. Los Húsares, replegándose á la voz de 
sus oficiales, con pérdida de 3 muertos y 5 ó 6 dispersos, 
se pusieron en retirada, y salvaron de paso uno de los ca- 
ñones abandonados, pero el otro fue presa del enemigo. 

El Virrey, que había avanzado hacia una loma inme- 
diata al lugar de los sucesos, disparando algunos cañonazos 
sobre el enemigo, luego que vió el desbande de las fuerzas 
de Allende, optó por retii’arse en dirección al Miguelete, 
para donde se dirigió apresuradamente. Llegado á la mi- 
tad del camino, hizo algún fuego de artillería sobre los 
ingleses sin dar en el blanco, y luego, por su yerno y ayu- 
dante el teniente de dragones D. Manuel INIarín, mandó 




LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HTJIDOBRO 



471 



aviso á Ruiz Huklobro de que su ejército se había puesto 
en fuga á los primeros tiros. Despidió seguidamente para 
la Plaza las tropas que pertenecían á ésta, y con una fuerte 
escolta llegó al Miguelete, donde á duras penas pudo reu- 
nir unos 800 hombres. 

Imposible describir las escenas que se produjeron en 
Montevideo, al conocerse estos hechos, de cuya noticia deta- 
llada fueron portadoras las tropas que Sobremonte devol- 
vía. Los infantes y húsares se presentaron al Gobernador, 
protestando de la conducta del Virrey, y pidiendo salir in- 
mediatamente contra el enemigo. Mostraban sus fusiles casi 
limpios y sus cartucheras llenas, en prueba de la inacción á 
que se les había reducido, y señalaban para los arrabales 
de la ciudad, donde ya se distinguía la polvareda levantada 
por las columnas inglesas vencedoras. El pueblo aglome- 
rado en torno de los recién venidos, exaltaba su propia 
desesperación oyendo los clamores de ellos, y gritos de 
rabia y dolor salían de entre la multitud, con amenazadora 
energía. Para completar el cuadro, apareció repentina- 
mente el Cabildo en masa, abriéndose paso á empujones, 
para llegar hasta el Gobernador en demanda de una salida 
contra los ingleses. Aquello era irresistible. Ruiz Huido- 
bro, pálido de emoción, lo prometió todo : la salida inme- 
diata, el triunfo ó la muerte, lo que quisiesen. 

Convocada en el acto por el Gobernador una junta de 
jefes militares, á la que asistió el Cabildo, fué opinión uná- 
nime que se hiciese la salida, decidiendo al mismo tiempo 
recabar del Virrey, establecido en el Miguelete, una parte 
de la caballería que conservaba consigo. Sin demora, y 
mientras partía el aviso á Sobremonte, mandó Ruiz Hui- 
dobro que se juntase esa misma tarde en la plaza mayor 




472 



LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HÜIDOBRO 



(hoy de la Constitución), toda la tropa y vecinos armados 
para pasarles revista. Concurrieron 2.200 homÜres á la 
cita, que era lo que Montevideo tenía disponible en tierra. 
Poco después, llegaron 600 hombres de caballería remiti - 
dos por el Virrey, y entonces se acordó la salida para el 
día siguiente, aumentando la fuerza con 2 compañías de 
soldados de marina y marineros, formadas aquella misma 
tarde, al mando de los tenientes de navio D. José Obregón 
y D. José Corvera. 

El día 20, á las 7 de la mañana, rompía su marcha 
contra los ingleses, una división de 2,362 hombres, á ór- 
denes del brigadier D. Bernardo Lecocq, y como segundo 
jefe el sargento mayor de la Plaza, teniente coronel Don 
Francisco Javier de Via na; demostrando el aspecto de 
las tropas, al decir de Buiz Huidobro, « un denuedo, una 
confianza, un valor, capaz de causar envidia y lisonjear 
el mejor éxito de la empresa ». La división iba dis- 
tribuida en tres columnas, llevando de vanguardia 200 
miñones y 140 marineros. Mandaba la columna de la 
izquierda el sargento mayor D. Juan Antonio Martí- 
nez, con 270 infantes de Buenos Aires, 60 marineros, 
60 cazadores y 300 húsares, componiendo una totali- 
dad de 690 hombres con 3 piezas de artillería. La co- 
lumna del centro iba al mando de D. Juan Fran- 
cisco García de Zúñiga, compuesta del batallón de Milicias 
de infantería de Montevideo, con un total de OóC hombres 
y 2 piezas. La columna de la derecha, al mando del coro- 
nel D. Agustín de Pinedo, se componía de 260 dragones, 
70 carabineros de Montevideo, 94 de Córdoba, 130 del 
Paraguay, 88 blandengues de Montevideo y 40 soldados 
de los piquetes de Yí y Cerro -Largo, sumando 682 com- 




LIBKO Vir, — GOBIERNO DE RÜIZ HUIDOBRO 



473 



batientes y 1 obús. La división eclió á andar por el ca- 
mino real que conducía al Cristo, ocupando el centro del 
camino la columna de García Zíifiiga, la izquierda D. Juan 
Antonio Martínez, y la derecha Pinedo, mientras los Mi- 
ñones y marineros cubrían la vanguardia. 

Ocupaba el ejercito inglés una línea, que apoyando su 
izquierda en Punta de Carretas, se extendía hasta las 
alturas del Cristo; protegidas sus avanzadas por las quin- 
tas y zanjones de toda esa zona territorial. Las naves bri- 
tánicas de artillei'ía más poderosa, enfilaban desde la costa 
el trayecto comprendido entre las avanzadas y la plaza, dis- 
puestas á hostilizar hasta donde alcanzasen sus fuegos, 
cualquier salida de los sitiados. Apenas desembocaron las 
fuerzas de Lecocq al camino, fueron vistas de los ingleses, 
quienes se prepararon á recibirlas, formando en batalla á 
lo largo de su línea. Los buques, apostados al efecto, es- 
peraron la oportunidad de hacer jugar su artillería. 

A los primeros tiros de la vanguardia con las embos- 
cadas inglesas, corrió la voz entre las tropas de Lecocq, 
que los marineros y Miñones habían sido cortados, produ- 
ciéndose una conmoción extraordinaria en las filas. Gritos 
de ¡ataquen! ¡ataquen! se hicieron sentir en todas partes, 
y las columnas se lanzaron á paso de caiTera sobre el ene- 
migo. La del centro, al mando de García Zíiñiga, arrollando 
las avanzadas inglesas, llegó al Cristo, desplegó en ba- 
talla, y rompió un fuego mortífero sobre el enemigo. Re- 
forzado éste por 3 compañías del 40, fué rechazado y obli- 
gado á parapetarse tras de un monte de duraznos, desde 
donde continuó batiéndose. El batallón de Milicias de in- 
fantería de Montevideo soportó y contestó gallardamente 
aquel fuego combinado eon las balas de flanco de la es- 




474 I4JIRO vn. — nOBlEBNO HE BÜIE HUIDORRO 

cuati n*, viendo ca<*r muerto« i hu w^indo jefe el nargcnto 
mayor 1). ToináB lÍHlnuln, y al capitán D. FrantffHCo An- 
tonio Maciel, con 2H individuo» entre caU)» y Holdadoe; y 
heridos al capitán de granaderos D. Joaquín de (liopitoa, 
al alférez de artillería ]). Mateo de Urcola, y un Inicn nú- 
mero de intlividuos de tropa ( 1 ). 

La columna de la iEquicrda, á úrtloncs del saj^genUi ma- 
yor I ). Juan Antonio Martíncse, cargó con igual ímpetu. 
Llegada frente al enemigo, dcs|>legó y em|ier.ó á batirse 
bravamente. Mientras hu artillería, bajo la diroctáón del 
capitán Co1omt>o, jugaba con acierto, los iufantes liadan 
un fuego nutrido, Heflalándosc el cuerpo de Húsares por 
HU entusiasmo. I^)s inglestíH retñbieron y contestaron el 
ataque con serenidad, atendiendo al mismo tiempo ó inuti- 
lizar la artillería, cuyos conductores y bestias qucnlaron 
diezmados bien pronto. Iteforzado el enemigo por variíw 
batallones do rifles que Auchmuty hizo adelantar, se Iralió 
el combate ion cncamizamiento. La infantería de Buenos 
Airt*» vió caer muertos al CHj»itán de granwleros I). José 
Pórez y fi los tenientes J). Víctor de Navajas y I). Josó 
Bergafta, ion buen número de tropa, sufriendo los demás 
cucr¡Kis grandes daros en su |>crsonal 

Kl fu(*go combinailo de los ingleses, arrecnando en pn>- 
porción del aumento de sus refuerzos, provocó bien pronto 
el agotamiento de municiones de artillería de los dos co- 
lumnas combatientes, ijue pidieron repuesto. No lo había 
en el camjo, y se mandó buscar á la Plaza; pero la ca- 
rreta conductora, desmonUula ¡xir una l«la enemiga, se 
quisló ú im^lio iiimino. Advertidos los inglesen del liioho, 



(l) Krt^dijf^ttr dr HfrrinoM (dtitil(»)< 





D. Francisco Antonio Maciel 



(padre de los pobres) 



LIBRO VIL — GORIKRNO BE RUIZ IIUIDORRO 475 

abandonaron su formación de batalla, para cerrar en dos 
columnas, amagando una de ellas cortar la retirada de 
los atacantes. Lecocq, que había perdido la cabeza desde 
el primer momento, mandó avanzar la columna de la de- 
recha, á órdenes de Pinedo, cuya caballería estaba fresca, 
para que protegiese los flancos de las dos columnas com- 
prometidas, y á la vez hizo tocar retirada. 

Desmoralizada como estaba la caballería, por los repeti- 
dos reveses á que la impericia la había expuesto, reci- 
bió al mismo tiempo orden de ataque por medio de sus 
jefes, mientras el cuartel general trasmitía con sus clarines 
la orden de retirada. Mandatos tan contradictorios, intro- 
dujeron la vacilación consiguiente, no sólo en la columna 
de Pinedo, sino en todas. La caballería, después de remo- 
linear un momento, salió á escape en dirección al Migue- 
lete, y la infantería, dividiendo su atención entre la voz de 
sus jefes y el peligro de ser cortada, se desordenó ( 1 ). Los 
ingleses aprovecharon aquel momento j)ara atacar por su 
frente y flancos á los cuerpos que cejaban, envolviéndolos 
en un círculo de fuego. 

La infantería de Buenos Aires, acometida muy de cerca, 
perdió 100 hombres y un cañón. El batallón de Milicias 
de infantería de Montevideo y los Húsares de Mordeille, 
rehaciéndose bajo el fuego, hicieron rostro al peligro con 
vigoroso espíritu. Pudo considerarse por un momento cor- 
tada y perdida toda la artillería, á no haberse interpuesto 
los esfuerzos de algunos oficiales. El alférez D. Mateo de 
Urcola, que desde el principio del combate estaba grave- 
mente herido en una mano, salvó tres cañones. El mayor 



(1) 11 en los D, de P, 




476 



LIBRO Vir. — OOBIER^^O DE RUIZ HUIDOBRO 



Fournier y el ciipitán Colombo, de los Húsares, protegie- 
ron la incorporación de los dispersos de su cueq^o, arras- 
traron á brazo el tren de artillería del mismo, cuyos con- 
ductores y muías habían muerto en el ataque, y contribu- 
yeron á que el abanderado D, Vicente Acuña de Figueroa 
salvase la bandera en medio de una lluvia de balas. Tuvo 
el batallón de Milicias de infantería de Montevideo, en la 
retirada, 43 individuos de tropa heridos, los tenientes D, Il- 
defonso García y D. Jerónimo Olloniego, los cadetes 
D. Manuel Mendez, D. Miguel Casal y varios sargentos 
contusos, y cayeron prisioneros de los ingleses el capitán 
D. Manuel Diago, contuso, el teniente D. Juan de Ellauri, 
el cadete D. Manuel A'igil, 3 sargentos y varios soldados. 
Los Húsares perdieron, entre muertos, heridos y prisione- 
ros, unos 130 hombres. 

A las ocho y media de la mañana, todo había concluido, 
ocupando los ingleses el Cortlón, la Aguada y el Arroyo 
Seco, con ¡pérdida de algunos muertos y 200 heridos. Los 
vencidos perdieron una tercera parte de sus fuerzas, entre 
muertos, heridos, prisioneros y dispersos. El desastre era 
completo. Para aumentar sus horrores, los ingleses entre- 
garon al saqueo todas las casas comprendidas dentro de 
la jurisdicción de su dominio, cuyos habitantes se disemi- 
naron por la campaña para ser traiísmisores de tan angus- 
tiosas noticias. PreHniendo ulterioridades, el marques de 
Sobremonte trasladó su residencia a las Piedras, para es- 
tar a. la expectativa de los sucesos. 

En semejante situación, creyeron el Cabildo y Ruiz Hui- 
dobro, que debían acudir á Buenos Aires con el íin de 
obtener algún socorro. El día 2 1 escribió, pues, el Gober- 
nador al Cabildo y á la Audiencia de aquella ciudad |ú- 




IJBRO Yir. — GOi^lKRNO DE RUXZ HUIDOBRO 



477 



clieiulo tropas y auxilios. Por su parte, el Cabildo de Mon- 
tevideo, en oficio de 23 de Enero le relataba al de la vecina 
orilla todo lo acontecido, concluyendo de esta manera: 
« Tenga V. S. la bondad de persuadirse que esta explica- 
ción no lleva la idea de mover su ánimo para que nos 
remita prontos y abundantes socorros. Este Cabildo sabe 
bien que á V. S. le sobra talento para discernir si es ó no 
verosímil cuanto decimos, y sabe también que no necesita 
de tales razonamientos para hacer las más exquisitas dili- 
gencias de contribuir á nuestra felicidad, aun cuando no 
fuese V. 8. tan estrechamente interesado en ella. Lo que 
sí podemos asegurar á V. 8., es que en tanto no seamos 
vencidos de nuestro común enemigo, no tiene esa ciudad 
el más leve motivo para recelar que él pase á iiivadiila. 
Si él fuese vencido por nosotros no podría reembarcar sus 
tropas, sería cuando estuviesen disminuidas, y no se halla- 
ría en e-stado de intentar la conquista de esa ciudad. Y si 
lo hiciese, sabe V. 8. por experiencia, que ésta, sin reparar 
los pehgros de su indefensión, sabría acudir con todas sus 
fuerzas á dar ayuda á esa Capital. » ( 1 ) Estas palabras, que 
á la vez de expresar presentes desgracias, recordaban pasa- 
dos beneficios, encontraron eco en el Cabildo de Buenos 
Aires, haciéndole reaccionar contra su egoísmo de los pri- 
meros días. Convínose en aprestar un contingente de 2,000 
hombres, que al mando de Liniers pasaran á Montevideo 
sin pérdida de tiempo. Desgraciadamente debían llegar 
tarde, aunque no por su culpa. 

La vanguardia de Liniers, compuesta de 450 hombres 
de tropas veteranas á órdenes del brigadier Arce, se em- 

( 1 ) Corraq)onde)icia del C. de Montevideo con el de D. Aires { Arch Gen ). 




478 



LIBRO VIL — GOBIERNO DE RÜIZ IIÜIDOBRO 



barco en la tarde del 24 de Enero, zarpando de Buenos 
Aires á las 9 de la noche, bajo la conducta del teniente de 
navio T>. Juan Angel Miehelena, jefe del convoy naval. El 
movimiento pasó inadvertido á los buques ingleses que 
liacían el crucero de Colonia á Quilmes, concurriendo á 
ese resultado feliz la oscuridad de la noche. El 25 saltó 
Arce en tiena con una parte de sus fuerzas á 1 1 leguas de 
Colonia, y al día siguiente se le incorporó el resto de la 
tropa. Ko encontró el brigadier ni elementos de movili- 
dad, ni personas con quien entenderse. Sobremonte, en 
previsión de un desembarco del enemigo, había hecho con- 
centrar todas las caballadas fuera del alcance de un golpe 
de mano, así es que los primeros chasques de Arce pidiendo 
elementos de movilidad, carne y leña al comandante de 
Colonia, partieron á pie. El vecindario cercano proporcionó 
un centenar de caballos, hasta que el día 27 envió el co- 
mandante de Colonia 500 y algunos vehículos. Con este 
socorro y los que sucesivamente fuó recibiendo, Arce pro- 
siguió su marcha, hasta que en la tarde del 29 llegó a la 
guardia del Bosario, y desde allí comunicó á Ruiz Huido- 
bro la causa de su lento avance. El Gobernador ofició 
inmediatamente á Sobremonte, urgióndole para que pu- 
siese á disposición de Arce el mayor níimero de caballada, 
y preparase idéntico recurso á las tropas de Liniers, que 
pronto estarían en suelo uruguayo; pero el Virrey contestó 
« que no tenía motivos para modificar las órdenes subsis- 
tentes respecto á la distribución de caballadas ». 

Con todo, los sitiados no tenían deseo de rendirse, y el 
estado de la opinión entre ellos era alarmante. Descon- 
fiando de la autoridad militar á causa del mal suceso de 
sus operaciones, veían la traición doquiera. Con motivo de 




IJBRO vn. "(íOniKRNO DE KUIZ HÜIDOHRO 



470 



haber pedido el Cabildo al Gobernador que se hiciese utia 
junta de guerra para proveer á las necesidades más urgen- 
tes de la Plaza y convenir en los medios de atenderlas, cir- 
culó entre el público que el Ayuntamiento solicitaba capi- 
tulación con los ingleses, y no tuvo límites el furor que se 
a]X)deró de las gentes. Los tercios de voluntarios auxilia- 
res tomaron las armas, diciendo que iban á matar á los ca- 
bildantes. Entrií la tropa reglada se suscitaron iguales des- 
confianzas, siendo amenazado dé muerte el comandante 
general de artillería, á quien pusieron un fusil al pecho, sal- 
vándole un oficial que desvió el arma oportunamente. Un 
infeliz portugués que defendía á un negi'O, injustamente 
acusado de querer clavar unos cañones, fue asesinado en 
medio de un tumulto. Con esto se llenó de terror la auto- 
ridad civil, y para aplacar las iras populares tuvo que hacer 
pública la asistencia de tropas que esperaba desde Buenos 
Aires, revelando un secreto que convenía ocultar. Y al 
mismo tiempo que daba al pueblo estas satisfacciones inu- 
sitadas, se dirigía el Cabildo al Gobernador pidiendo auxi- 
lio contra los revoltosos, en estos términos: «Éstos y otros 
hechos del mayor escándalo y contra los que clama la vin- 
dicta pública, no dejan duda al Cabildo que fácilmente 
conspiran contra sus vidas por la más leve causa, y bas- 
tará que mañana no tengan todos los víveres que necesitan. 
Suplicamos así á V. S. muy encarecidamente, disponga que 
desde hoy se ponga de continuo una guardia competente 
con oficial del batallón de milicias á nuestra orden, no pu- 
diendo ser veteranos, para que no permitan llegar á las 
puertas capitulares juntos arriba de tres hombres.» (1) 



( 1 ) L, C. de Montevideo, 




4S0 



LIBRO VII. — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO 



Arreciaban en tanto las operaciones militares de los si- 
tiadores. La escuadra inglesa bombardeaba siu. cesar las 
baterías que defendían el pmerto, mientras que el ejército 
de tierra avanzaba terreno sobre las fortificaciones que 
tenía á su frente. Merced á un esfuerzo hecho en combi- 
nación con un pequeño trozo de caballería al mando de 
D. Felij^e Pérez y tres lanchas cañoneras del puerto, pudo 
verificarse por el lado de Santa Lucía la introducción de 
algunos víveres á la ciudad. Pero todo esto no cambiaba 
la fisonomía de la resistencia, cada vez mas apurada por 
el enemigo. El día 21 construyeron los ingleses su pri- 
mera batería en la altura denominada «Panadería de Sie- 
rra». No siendo eficaces sus fuegos para dominar los de 
la Plaza, abrieron el día 25 nuevas baterías de cañones de 
á 24 y morteros, combinándolas con todas las fragatas y 
buques menores de su escuadra, que se aproximaron cuanto 
les fue posible á la ciudad, rompiendo un fuego mortífero. 
Respondió la Plaza con vigor no esperado por los sitiado- 
res, y las hostilidades prosiguieron sobre ese pie, sin des- 
mayar ni los atacantes ni los atacados. Ruiz Huidobro y 
el Cabildo, multiplicándose aquél en los puestos de com- 
bate, y éste en la provisión de cuanto era necesario á la de- 
fensa, sostenían el ánimo de los sitiados. 

El general inglés, «viendo que la guarnición no se inti- 
midaba ni se rendía», mandó construir el día 28 una nueva 
batería de seis cañones de 24, como á 1,000 metros dcl 
bastión Sudeste, que se sospechaba ofrecer poca resistencia. 
Levantada aquella batería, rompió sus fuegos sobre el bas- 
tión indicado, pero solamente logró destruir el parapeto, 
quedando íntegro el terraplén. Entonces convencióse Auch- 
muty de que sus preparativos no habían sido suficientes 




LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO 481 

».para un sitio regular, y entrando en las miras de plan- 
tearlo, mandó levantar otra batería de C cañones á distancia 
de unos GOO metros de la muralla que unía por la parte 
S. las baterías de mar de los sitiados. Hízose con tal motivo 
muy recio el fuego de los ingleses, colocados en posi- 
ciones respetables. La Plaza respondió á aquel fuego con 
igual ímpetu durante cuatro días. En uno de ellos (el 28 
de Enero) disparó 3,000 tiros solamente del calibre de 24, 
‘distinguiéndose la batería del capitán Colombo, entre to- 
das. Los claros abiertos en las lilas de los sitiados, eran 
grandes. Recogíanse los heridos de la guarnición y se de- 
positaban en casas particulares, por no ser bastantes ya 
las localidades preparadas de antemano para ellos; mien- 
tras que los muertos aglomerados en los huecos y pla- 
zuelas, esperaban los pocos brazos inermes que pudieran 
enterrarles. 

Por causa de tanto estrago, hubo compañía que de 60 
hombres quedó reducida á 4. Pero el espíritu de resisten- 
cia, arrastrando hasta á los impedidos, parecía comunicar- 
les nueva vida. Fue de ese número el viejo y achacoso 
mariscal de campo D. Miguel de Tejada, antiguo Gober- 
nador interino de Montevideo^, quien desde los primeros 
días del asedio había exigido un puesto, obteniendo el 
mando de la Cindadela, donde se hizo conducir durante 
aquellos momentos de prueba, en brazos de sus criados 
para exponerse al peligro. El ayudante de Húsares D. In- 
dalecio García y el teniente del mismo cuerpo D. José 
Santos Irigoyen, murieron valerosamente en los puestos 
avanzados. Con tales ejemplos, el ardor de los combatien- 
tes aumentaba. Sobre todo, los artilleros, luchando contra 
los fuegos de la escuadra enemiga y las baterías de tierra 



Dom, Esp. — II. 



31 . 




482 



LIBRO VU. — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO 



de los sitiadores, demostraban extraordinaria firmeza, aun 
cuando '\deran desmontados muchos de sus cánones y re- 
ventados otros por el exceso de servicio. El teniente co- 
ronel de esa arma, D. José Rodríguez, y los capitanes 
D. Pablo Colombo y D. José Cardoso, sobresalían por el 
acierto de sus disposiciones. También se mostró á la altura 
de su cargo, D. Francisco Javier de Viana, sargento mayor 
de la Plaza. 

Así llegó el día 1.® de Febrero: como de costumbre, se 
había roto el fuego desde el amanecer por una y otra parte. 
Era deplorable el estado de la Plaza, demolidos como es- 
taban los merlones del frente de la Cindadela, batería 
de San Sebastián, parque de artillería y Cubo del Sur: 
en el portón de San Juan existía abierta y practicable 
una brecha de 14 metros. Sin embargo, ni las autoii- 
dades ni el pueblo se desanimaban por esto, y los tercios 
de Andaluces, Vizcaínos y Montañeses, que formaban uno 
solo, á órdenes de D. Manuel de Santelices y D. Matías 
de Larraya, se distinguieron ese día defendiendo aquel 
punto. Fué requerido el auxilio del vecindario para tapiar 
la brecha, y muchos acudieron á verificarlo, señalándose 
D. Juan Francisco García de Zúñiga y D. Miguel Anto- 
nio Vilardebó, quienes pusieron á disposición del Gobierno 
los cueros de sus barracas para ese fin. Recompuesta un 
poco la parte peor tratada de la muralla del S., cobraron 
mayor ánimo los defensores. A boca de noche sufrieron, 
empero, un contratiempo lamentable, con la muerte del 
capitán Colombo, arrebatado por una bala de cañón. Po- 
cas horas después, vino anuncio de que el brigadier Aiee, 
con 450 hombres de Buenos Aires, había burlado la vi- 
gilancia inglesa, y entrando desde Colonia por el río 




LIBRO VII. — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO 



483 



Santa Lucía, acababa de introducirse en la ciudad (1). 
Gran alegría causó este refuerzo, que debía ser funesto á 
los sitiados, porque adormeció la vigilancia de la guarni- 
ción. Creyéronse todos en salvo con el aumento de tropa, 
mientras el general inglés empezaba á madurar un plan de 
asalto alarmado por aquella circunstancia. 

A tiempo que Arce penetraba en Montevideo, Liniers, á 
la cabeza de 3,000 hombres, venía á marchas lentas en 
socorro de la guarnición. Había fondeado el 30 de Enero 
á las 5 de la tarde en la playa de San Francisco al N. de 
Colonia, desde donde comunicó al Cabildo de Montevideo 
su arribo, prometiendo estar dentro de cuatro días en la 
ciudad (2). No obstante los repetidos avisos de Kuiz Hui- 
dobro á Sobremonte, y las noticias que Arce le había dado 
oportunamente en las Piedras, el Virrey no modificó sus 
órdenes respecto á la concentración de caballadas. Liniers 
se encontró sin elementos de movilidad, reuniendo apenas 
100 caballos el día 31. Sin embargo, el l.° de Febrero 
rompió la marcha á pie, perdiendo varios hombres muer- 
tos de sofocación. Llegado al paso de la Horqueta, término 
de la jornada de aquel día, recibió 500 caballos y comuni- 
caciones de Sobremonte, ofreciéndole toda clase de auxilios. 
Esperanzado por tan buenas nuevas, y habiendo logrado 
montar su caballería y artillería, se puso en camino al día 
siguiente; pero al hacer alto en las márgenes del río 
S. Juan, en vez de encontrar los auxilios prometidos, reci- 
bió allí una nota de Sobremonte, limitando su autoridad 
militar á los cuerpos que tenía bajo sus órdenes, lo que 



(1) iV.® 12 en los D. de P. 

(2) Oficio de Liniers (Arch Gen). 




484 



LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HCTIDOBRO 



implicaba un desahucio á todo pedido de cooperación. 

Liniers comprendió el objeto de la maniobra, y contestó 
al Virrey como debía. En seguida trasmitió copia de los 
oficios á Euiz Huidobro, y luego hizo saber á sus tropas 
el impedimento que se cruzaba para frustrar la inminente 
derrota de los ingleses. Una justa indignación contra el 
proceder de Sobremonte se hizo sentir entre los soldados 
auxiliares, quienes, á pesar de las escasas probabilidades 
de éxito, nacidas de la falta de caballadas y oportuna pro- 
visión de carne, prosiguieron su marcha en dirección á 
Montevideo, cuya desesperada resistencia tocaba ya á su fin. 

El refuerzo de Arce demostró al general sitiador que 
la Plaza podía y debía ser vigorosamente socorrida en cual- 
quier momento desde la margen occidental. Antes de pro- 
ducirse el hecho, tenía Auchmuty motivos para sospecharlo; 
pero la evidencia del caso, « y muchas razones », cuyo de- 
talle tuvo por conveniente reservarse, aunque aludiéndolas 
en su parte oficial, ya no le autorizaban á vacilar en sus 
juicios. Corresponde enumerar entre esas razones omiti- 
das, la información exacta de cuanto pasaba en Buenos 
Aires, trasmitida por medios secretos y á impulsos de una 
confabulación sectaria, que espiaba, para denunciarlas al 
enemigo, las operaciones gubernamentales. Los prisioneros 
ingleses de la reconquista, procurándose el desquite, habían 
establecido en la opuesta orilla Logias Masónicas ; desde 
cuyo seno propagaban la independencia del Pío de la 
Plata, afiliando á varios oficiales argentinos, entre ellos 
D. Saturnino Rodríguez Peña, que se les entregaron en 
absoluto (1). Por ese canal debieron llegarle á Auchmuty 



(1) Mitre, JJisí de Bclgrano ; i, iv. 




LIBRO VIL — GOBIERNO OE RITIZ IIIJIDOBRO 



485 



las nuevas de la actitud de las autoridades vecinas, y el 
inminente avance de Liniers, persuadiéndole lí precipitar 
el asalto de jMontevideo, « aunque temiese exponer sus 
tropas á un fuego muy pesado ». 

Á la verdad que el general ingles no podía prolongar 
su situación de expectativa sin arriesgarse á ser vencido. 
Liniers, moviéndose sobre Montevideo, iba a perjudicarle 
de dos modos : ó penetrando en la ciudad, cuya defensa 
quedaría entonces asegurada, ó amagando su retaguardia 
y obligándole á levantar el asedio. En cualquiera de am- 
bas eventualidades, Auchmuty perdía todas las ventajas 
adquiridas, cambiando una victoria inmediata y probable, 
por una campaña larga y llena de accidentes peligrosos. 
Soldado experto, se dio cuenta de aquel doble peligro, y 
en consecuencia, resolvió el asalto de la Plaza, como único 
medio de conjurarlo. 

Al efecto, y después de haber hecho á Ruiz Huidobro 
una nueva intimación, que fue rechazada, se entregó du- 
rante el día 2 á la organización y distribución de las tro- 
pas que debían iniciar y sostener el asalto. Dividió su ejér- 
cito en dos cuerpos, el uno de ataque, á órdenes del coro- 
nel Browne, y el otro de reserva bajo el mando del briga- 
dier Lumley. Las fuerzas de Browne se componían de los 
cuerpos de rifles mandados por el teniente coronel Brownigg 
y el mayor Troller, de los granaderos al mando de los ma- 
yores Campbell y Tucker, del regimiento 38 á órdenes del 
teniente coronel Vassal y del mayor Nugent, del regimiento 
40 al mando del mayor Dalrympe, y del 87 al mando del 
teniente coronel Boutler y del mayor Miller. La reserva 
de Lumley constaba del 17 de dragones ligeros, del regi- 
miento 47, de una compañía del 71 y de un cuerpo de ma- 




484 



UBKO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO 



implicaba un desahucio á todo pedido de cooperación. 

Liniers comprendió el objeto de la maniobra;^ contestó 
al Virrey como debía. En seguida trasmitió copia de los 
oficios á E-uiz Huidobro, y luego hizo saber á sus tropas 
el impedimento que se cruzaba para frustrar la inminente 
derrota de los ingleses. Una justa indignación contra el 
proceder de Sobre monte se hizo sentir entre los soldados 
auxiliares, quienes, á pesar de las escasas probabilidades 
de éxito, nacidas de la falta de caballadas y oportuna pro- 
visión de cíirne, prosiguieron su marcha en dirección á 
Montevideo, cuya desesperada resistencia tocaba ya á su fin. 

El refuerzo de Arce demostró al general sitiador que 
la Plaza podía y debía ser vigorosamente socorrida en cual- 
quier momento desde la margen occidental. Antes de pro- 
ducirse el hecho, tenía Auchmuty motivos para sospecharlo; 
pero la evidencia del caso, « y muchas razones », cuyo de- 
talle tuvo por conveniente reservarse, aunque aludiéndolas 
en su parte oficial, ya no le autorizaban á vacilar en sus 
juicios. Corresponde enumerar entre esas razones omiti- 
das, la información exacta de cuanto pasaba en Buenos 
Aires, trasmitida por medios secretos y á impulsos de una 
confabulación sectaria, que espiaba, para denunciarlas al 
enemigo, las operaciones gubernamentales. Los prisioneros 
ingleses de la reconquista, procurándose el desquite, habían 
establecido en la opuesta orilla Logias 3Ia^sónieas ; desde 
cuyo seno propagaban la independencia del Río de la 
Plata, afiliando á varios oficiales argentinos, entre ellos 
D. Saturnino Rodríguez Peña, que se los entregaron en 
absoluto ( 1 ). Por ese canal debieron llegarle á Auchmuty 



(1) Mitre, lUsi de Bclgrano ; i, iv. 




LIBRO VIL — GOBIERNO DE RÜIZ HIJIDOBRO 



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las nuevas de la actitud de las autoridades vecinas, y el 
inminente avance de Liniers, persuadiéndole á precipitar 
el asalto de Montevideo, « aunque temiese exponer sus 
tropas á un fuego muy pesado ». 

A la verdad que el general ingles no podía prolongar 
su situación de expectativa sin arriesgarse á ser vencido. 
Liniers, moviéndose sobre Montevideo, iba á perjudicarle 
de dos modos : ó penetrando en la ciudad, cuya defensa 
quedaría entonces asegurada, ó amagando su retaguardia 
y obligándole á levantar el asedio. En cualquiera de am- 
bas eventualidades, Auchmuty perdía todas las ventajas 
adquiridas, cambiando una victoria inmediata y probable, 
por una campaña larga y llena de accidentes peligrosos. 
Soldado experto, se dio cuenta de aquel doble peligro, y 
en consecuencia, resolvió el asalto de la Plaza, como único 
medio de conjurarlo. 

Al efecto, y después de haber hecho á Ruiz Huidobro 
una nueva intimación, que fue rechazada, se entregó du- 
rante el día 2 á la organización y distribución de las tro- 
pas que debían iniciar y sostener el asalto. Dividió su ejér- 
cito en dos cuerpos, el uno de ataque, á órdenes del coro- 
nel Browne, y el otro de reserva bajo el mando del briga- 
dier Lumley. Las fuerzas de Browne se componían de los 
cuerpos de rifles mandados por el teniente coronel Brownigg 
y el mayor Troller, de los granaderos al mando de los ma- 
yores Campbell y Tucker, del regimiento 38 á órdenes del 
teniente coronel Vassal y del mayor Nugent, del regimiento 
40 al mando del mayor Dalrympe, y del 87 al mando del 
teniente coronel Boutler y del mayor Miller. La reserva 
de Lumley constaba del 1 7 de dragones ligeros, del regi- 
miento 47, de una compañía del 71 y de un cuerpo de ma- 




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I.IBKO VIL — GOBIERNO DE RUíZ HÜIDOBRO 



implicaba un desahucio á todo pedido de cooperación. 

Liniers comprendió el objeto de la maniobra, y contestó 
al Virrey como debía. En seguida trasmitió copia de los 
oficios á Ruiz Huidobro, y luego hizo saber á sus tropas 
el impedimento que se cruzaba para frustrar la inminente 
derrota de los ingleses. Una justa indignación contra el 
proceder de Sobremonte se hizo sentir entre los soldados 
auxiliares, quienes, á pesar de las escasas probabilidades 
de éxito, nacidas de la falta de caballadas y oportuna pro- 
visión de carne, prosiguieron su marcha en dirección á 
Montevideo, cuya desesperada resistencia tocaba ya á su fin. 

El refuerzo de Arce demostró al general sitiador que 
la Plaza podía y debía ser vigorosamente socorrida en cual- 
quier momento desde la margen occidental. Antes de pro- 
ducirse el hecho, tenía Auchmuty motivos para sospecharlo; 
pero la evidencia del caso, « y muchas razones », cuyo de- 
talle tuvo por conveniente reservarse, aunque aludiéndolas 
en su parte oficial, ya no le autorizaban á vacilar en sus 
juicios. Corresponde enumerar entre esas razones omiti- 
das, la información exacta de cuanto pasaba en Buenos 
Aires, trasmitida por medios secretos y á impulsos de una 
confabulación sectaria, que espiaba, para denunciarlas al 
enemigo, las operaciones gubernamentales. Los prisioneros 
ingleses de la reconquista, procurándose el desquite, habían 
establecido en la opuesta orilla Logias Masónicas ; desde 
cuyo seno propagaban la independencia del Río de la 
Plata, afiliando á varios oficiales argentinos, entre ellos 
D. Saturnino Rodríguez Peña, que se les entregaron en 
absoluto ( 1 ). Por ese canal debieron llegarle á Auchmuty 



(1) Mitre, llisí de Bchjmno ; i, iv. 




LIBRO VIL — GOBIERN’O DE RÜIZ HUIDOBRO 



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las nuevas ele la actitud de las autoridades vecinas, y el 
inminente avance de Liniers, persuadiéndole á precipitar 
el asalto de Montevideo, « aunque temiese exponer sus 
tropas á un fuego muy pesado ». 

A la verdad que el general inglés no podía prolongar 
su situación de expectativa sin arriesgarse á ser vencido. 
Liniers, moviéndose sobre Montevideo, iba á perjudicarle 
de dos modos : ó penetrando en la ciudad, cuya defensa 
quedaría entonces asegurada, ó amagando su retaguardia 
y obligándole á levantar el asedio. En cualquiera de am- 
bas eventualidades, Auchmuty perdía todas las ventajas 
adquiridas, cambiando una victoria inmediata y probable, 
por una campaña larga y llena de accidentes peligrosos. 
Soldado experto, se dio cuenta de aquel doble peligro, y 
en consecuencia, resolvió el asalto de la Plaza, como único 
medio de conjurarlo. 

Al efecto, y después de haber hecho á Ruiz Huidobro 
una nueva intimación, que fué rechazada, se entregó du- 
rante el día 2 á la organización y distribución de las tro- 
pas que debían iniciar y sostener el asalto. Dividió su ejér- 
cito en dos cuerpos, el uno de ataque, á órdenes del coro- 
nel Browne, y el otro de reserva bajo el mando del briga- 
dier Lumle}L Las fuerzas de Browne se componían de los 
cuerpos de rifles mandados por el teniente coronel Browuigg 
y el mayor Troller, de los granaderos al mando de los ma- 
yores Campbell y Tucker, del regimiento 38 á órdenes del 
teniente coronel Vassal y del mayor Nugent, del regimiento 
40 al mando del mayor Dalrympe, y del 87 al mando del 
teniente coronel Boutler y del mayor Miller. La reserva 
de Luraley constaba del 17 de dragones ligeros, del regi* 
miento 47, de una compañía del 7 1 y de un cuerpo de ma- 




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LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO 



rineros y gente de mar. En ese mismo día se impartieron 
ordenes para que una hora antes de amanecer e^ 3, se ve- 
rificase el asalto por el costado del portón de Ban Juan, 
que alcanzaban á cubrir los Húsares de Mordedle, desta- 
cados sobre el fianco comprendido desde la Cindadela hasta 
el fuerte de S. Luis. 

En la madrugada del día 3 avanzaron cautelosamente 
y sin ser sentidas, las tropas inglesas. Dormía la mayor 
parte de la guarnición entregada á la confianza y rendida 
por la fatiga de los combates anteriores, así es que el pri- 
mer centinela que dió el alarma en el portón de San Juan, 
fué para avisar que los ingleses tanteaban la boca de la 
brecha. Inmediatamente rompióse el fuego contra ellos 
por todos los cañones que miraban hacia aquella parte, y 
las campanas de la ciudad tocaron a rebato anunciando el 
peligro. De todos lados llovió el fuego sobre la co- 
lumna enemiga, que se detuvo perpleja durante un cuarto 
de hora, en*ando la brecha y quedando expuesta á un daño 
mortífero. En esta situación, el capitán Remy, del 40 de 
infantería ligera, se lanzó impetuosamente en busca de la 
brecha, y encontrándola, cayó muerto al montarla. Tras 
de él vinieron los soldados de su cuerpo, consiguiendo el 
acceso al interior del bastión con pérdida de bastante gente 
y bajo un fuego certero. En ese mismo momento se oyó 
una voz que gritaba en castellano : ¡ Xo tiren, que so?i 
pasados ! produciéndose cierta vacilación entre los defen- 
sores. Mordedle, presumiendo ser víctima de una treta del 
enemigo, ordenó á gritos que prosiguiese el fuego, atrope- 
llando contra los asaltantes, quienes le rodearon, derribán- 
dole á bayonetazos. Por sobre su cuerpo moribundo, pa- 
saron en seguida, no dando cuartel á ninguno. 




LIBRO Vir. — GOBIERNO DE RUíZ IIUIDOBRO 



487 



Comprometido el combate en la parte Sur, vinieron re- 
fuerzos de la parte opuesta. El batallón de Milicias de 
Infantería de Montevideo, destacado sobre la línea com- 
prendida desdo las Bóvedas hasta el fuerte de S. José, re- 
cibió aviso á las 2 y 1/2 de la mañana, que el enemigo 
franqueaba la brecha, y corrió á oponérsele, yendo de van- 
guardia el ayudante mayor del cuerpo D. Miguel de Gra- 
nada, con una parte de él. A mitad de camino, Granada 
recibió contraorden para que se dirigiese á la plaza exte- 
rior de la Cindadela : reunido el batallón en aquel sitio, fué 
atacado por una columna enemiga, que rechazó dos veces. 
Desplegó hiego junto al parque de Ingenieros; pero en aquel 
punto, cortado y rodeado García Zúñiga, quedó prisionero 
con varios oficiales y tropa. Granada, al frente de las com- 
pañías de González Vallcjo y D. Andrés Yáñez, en número 
de 200 hombres, se sostuvo con bastante vigor durante 
buen rato, perdiendo 21 muertos y 12 heridos de tropa, y 
entre los oficiales, gravemente heridos los tenientes D. Je- 
rónimo Olloniego y D. Cristóbal Salvañach; mas al fin 
consiguió abrirse paso hasta el interior de la Fortaleza, 
donde se encontraba Ruiz Huidobro con las tropas vete- 
ranas. 

Había colocado el Gobernador algunos cañones enfi- 
lando las bocacalles que miraban á las puertas de la mu- 
ralla, y los ingleses se lanzaron á la bayoneta en esa di- 
rección, arrollando los artilleros y clavando los cañones. 
Entre tanto, el regimiento 87, apostado sobre la puerta 
del X. con el designio de que la abrieran las tropas entra- 
das por la brecha, no quiso esperar tal resultado, y esca- 
lando la muralla, se precipitó á la ciudad para aumentar 
la confusión de los sitiados. El combate se hizo entonces 




488 



LIBRO VII. — GOBIERNO DE RÜÍZ IIDIDOBRO 



general, desalojando los ingleses á las fuerzas de la guar- 
nición en casi todos sus puestos. Bajas considerables su- 
frieron los cuerpos de Buenos Aires : el regimiento de In- 
fantería tuvo muertos á los capitanes D. José Gómez, 
D. Lázaro Gómez, D. Bernardo Lorenzo, D. Berna rdino 
Ortega, los tenientes D. José Murfi y D. I\Iariano Tor- 
nells, el alférez D. Juan Jara, y cantidad de individuos 
de tropa, así como varios oficiales gravemente heridos; y 
el regimiento de Dragones tuvo muertos al teniente D. Ma- 
nuel Pérez y más de 100 soldados, resultando gravemente 
heridos los capitanes D. Agustín Arenas y D. Ambrosio 
Pinedo. 

El enemigo, una vez dueño de las principales baterías á 
los flancos y retaguardia de la Cindadela, se acantonó en 
los altos de la iglesia Matriz (hoy Catedral ), circunscri- 
biendo la resistencia de los sitiados á un escaso perímetro. 
Quedaba dentro de él, en pie, la Cindadela con Ruiz Hui- 
dobro, sobre la cual se dirigieron los diversos cuerpos que 
ya entraban á discreción salvando la muralla. Por más 
que el Gobernador, personalmente á cargo de la artillería, 
les contuviera durante un momento, cedió al fin ante el 
número, pidiendo parlamentar. Inmediatamente le presen- 
taron á Auchmuty, quien convino en respetar la religión 
y propiedades, á cambio de la entrega. Convenidos en 
estos términos ambos generales, á las S de la mañana se 
izó bandera inglesa en el baluarte principal de la ciudad. 
Al día siguiente supo Liniers el hecho, y se retiró con sus 
tropas á Buenos Aires. 

El solo asalto de Montevideo costó á los ingleses 5G0 
muertos, entre ellos los tenientes coroneles Vassal y Brow- 
nigg, y otros tantos heridos, que llenaron la iglesia Matriz, 




TJBRO Vir. — GOBIERNO DE RUi;5 ÍIUIDOBRO 



489 



los salones del hospital de Caridad y algunas casas parti- 
culares. La Plaza tuvo 400 muertos y un niimero de he- 
ridos que pasó de 300. En el acto de conquistar la ciu- 
dad, acudió el enemigo á hacerse dueño de las cañoneras y 
buques menores anclados en su bahía, bajo la protección 
de los fuertes de la isla de Ratas y Cerro, consiguiéndolo 
sin esfuerzo. Entregáronse todos los barcos, menos la cor- 
beta Atrevida, cuyo comandante D. Antonio Ibarra la 
incendió antes de abandonarla. El comandante de la isla 
de Ratas, D. José Píriz, capitán del regimiento de infan- 
tería de Buenos Aires, huyó abandonando su guarnición, 
que cayó prisionera de los ingleses, luego de ponerse él 
en salvo con su familia. La mitad de los defensores de 
Montevideo se escaparon en botes ó escondidos en la 
ciudad, quedando el resto con el Gobernador y demás 
jefes de la Plaza prisioneros de guerra. Los ingleses, du- 
rante tres días, no se ocuparon más que en acuartelar del 
mejor modo sus tropas y en hacer prisionero á todo indi- 
viduo que encontraban por las calles, fuera hombre ó 
niño, conduciéndolos á bordo de sus barcos (1). 

Esta conducta de Auchniuty, era una represalia. Pre- 
textando la falta de cumplimiento á la seudo capitulación 
otorgada por Liniers á Beresford, el general vencedor se 
proponía remitir á Inglaterra como rehenes de los prisio- 
neros de su país detenidos en el Plata, á los que le pro- 
porcionaba su reciente victoria. Con tal motivo, mientras 
hacía una verdadera batida en la ciudad, despachaba bu- 

(1) Entre los muchos jovcncitos capiurados, se encontraba D, Rufino 
Baiixá, futuro vencedor de Gua¡jabos; á quien aprehendieron unos sol- 
dados ingleses á la puerta de su casa, junto con su hermano D. Fran- 
cisco y un esclavo de la familia» 




490 LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO 

ques ligeros de la escuadra inglesa para vigilar escrupulo- 
samente las costas y pasos de los ríos principales, logrando 
en una de esas excursiones aprisionar al teniente Rondeau, 
quien, por dicha eventualidad, fue destinado á complemen- 
tar, en un futuro inmediato, las aptitudes militares que 
debían ilustrar su nombre. Traído á ]\Ion te video, se le 
alojó á bordo de uno de los transportes que estaban pron- 
tos á zarpar para Inglaterra, y en los cuales ya le prece- 
dían el Gobernador Ruiz Huidobro, D. Agustín IMartínez, 
comandante del tercio de « Patricios criollos » ; D. Nicolás 
de Vedia, segundo jefe de los «Cazadores de Magariños »; 
D. Fi ’an cisco Fournier, sargento mayor de los « Húsares 
de Mordedle », con el ayudante D. Juan Zufriategui y los 
tenientes D. Miguel Buitrón y D. Miguel Espina, oficiales 
del mismo cuerpo; D. Juan Antonio Martínez, sargento 
mayor del regimiento de infantería de Buenos Aires, y va- 
rios otros jefes y oficiales. 

Entre tanto, Montevideo estaba demudado. Habían he- 
cho entrar los ingleses 3,000 hombres de sus tropas, de- 
jando campado en los alrededores el resto del ejercito. 
Sobre 2,000 mercaderes, traficantes y aventureros, que 
acompañaban á los conquistadores, entraron también . con 
las tropas; viniendo á producirse un abigarrado concurso 
que cambiaba la fisonomía habitualmente sosegada de 
Montevideo, asemejándola á una colonia comercial britá- 
nica. Todas estas gentes que no tenían paraje apropiado 
donde alojarse, vagaban á la ventura por las calles du- 
rante el día, recogiéndose de noche en los huecos y rin- 
cones de la ciudad. Contrastaba singularmente el aspecto 
investigador y la curiosidad activa de estos recién llegados, 
con el porte afligido de los pocos habitantes de Montevideo, 




LIBRO VII. — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO 491 

que transitaban las calles en busca de empeños para obte- 
ner el desembarque de sus parientes secuestrados á bordo, 
ó de noticias sobre aquellos de los suyos que no sabían 
dónde se encontraban. A todo ^sto se juntaba el testimo- 
nio imponente de los últimos combates: baluartes derrui- 
dos, cañones desmontados, camillas y literas en continuo 
viaje á los hospitales, y el duelo de los vencidos en oposi- 
ción á la actitud, no jactanciosa, pero sí satisfecha de los 
vencedores ( 1 ). 

Asegurada su victoria, pidió el general inglés la sumi- 
sión de la ciudad y sus habitantes al monarca de la Gran 
Bretaña, exigiéndoles juramento de fidelidad, que fué otor- 
gado. Auchmuty, yankee de origen, aunque refractario á 
la causa de la independencia de su país, cuyas banderas no 
había seguido, prefiriendo permanecer adepto á la Metró- 
poli, conservaba, empero, el instinto de las soluciones polí- 
ticas que no se basan exclusivamente en la fuerza. Sabía, 
por otra parte, que su reciente conquista era precaria, pues 
si dominaba un pueblo vencido por la fuerza material, no 
podía lisonjearse de tener los ánimos á su favor. Así es 
que, en cuanto lo permitieron las exigencias de momento, 
usó con moderación de la victoria, contrayéndose á pesar 
lo menos posible sobre las creencias, aspiraciones y suscep- 
tibilidades de la generalidad. 

Bajo tales auspicios entraron las cosas en un orden regu- 
lar, como se deduce del siguiente pasaje de un oficio del 
Cabildo á Sobremonte, fechado en 20 de Febrero: «Seño- 
res ya de la plaza los jefes de las tropas inglesas, no cui- 
daron de otra cosa que de contener el ardimiento de ellas, 

(1) J. P. y W. P. Robertson, Lcttors on Paraguay : i, vi. 




492 LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ IIUIDOBRO 

castigando severamente en e] acto el más ligero insulto de 
cualquier soldado. Movidos de conmiseración, hicieron pu- 
blicar, por medio de proclamas, que lejos de querer usar 
del rigor de las leyes de la guerra sobre las plazas tomadas 
al asalto, dejaban libre el uso de nuestra sagrada religión ; 
que daban su palabra de respetar á los ministros de ella, 
y que respetarían igualmente así las propiedades privadas 
como las de las comunidades. Nos hicieron la gracia de 
poner en libertad los prisioneros casados, residentes y del 
comercio de esta ciudad, sin exceptuar otros más que 
aquellos que vinieron de otras partes distintas á hacer la 
guerra. » ( 1 ) Esta conducta de Auehmuty fue muy 
honrosa para él; pero no era lo bastante para acallar los 
sentimientos patrióticos que tan hondamente había herido 
la conquista inglesa. Nadie sabía, por ejemplo, la suerte 
que esperaba á los prisioneros militares, retenidos á bordo, 
y que á poco andar fueron enviados á Inglaterra, en nú- 
mero de 600 individuos de tropa, con Ruiz Huidobro y 
50 jefes y oficiales. Por un capricho de la suerte, mien- 
tras el Gobernador de Montevideo marchaba prisionero, 
salía de España una nave conduciendo su nombramiento 
de Virrey del Río de la Plata, en premio de los rele- 
vantes servicios prestados en la reconquista de Buenos 
Aires. 

Ocupada y sometida la capital del Uruguay, empezaron 
los ingleses á rectificar sus juicios sobre la sociabilidad 
montevideana, presentida por ellos bajo el eiTÓneo as- 
pecto de que hasta entonces se tenía noticia en su país. 
Á causa del alejamiento sistemático y de la reserva en que 



(1) Li C, de Montevideo. 




IJBRO VII. — GOBIERNO DE RUIZ IIÜIDOBllO 493 

vma España con las demás naciones del continente eu- 
roj>eo, suponíase allí que el carácter español, arrogante 
de público, aunque amable y atencioso en privado, había 
conservado y trasmitido á los habitantes del Uruguay to- 
dos sus ingénitos resabios. Se creía, además, que los 
discípulos, como es costumbre, hubiesen exagerado las 
ideas de los maestros, concluyendo por suponer que, 
si intratables eran los españoles en concepto del inglés, 
mayormente lo eran los uruguayos. Pero esta creencia 
cambió luego que los oficiales superiores del ejército inglés 
y algunos jóvenes distinguidos, llegados en calidad de 
viajeros, pudieron abrirse entrada en la primera sociedad. 
Allí, atendidos con la urbanidad que caracterizó siempre á 
los salones montevideanos, rindiéronse los ingleses á la 
evidencia de la cultura local, modificando en ventaja nues- 
tra el desagradable juicio que traían sobre ella, como lo 
modificara poco antes un compatriota suyo, á pesar de los 
contratiempos que le hizo sufrir la autoridad ( 1 ). Esto fué 
también parte, sin duda, á que los rigores de la conquista 
se mitigaran, en razón de saber que iban á descargarse 
sobre un pueblo capaz de aquilatar los agravios reci- 
bidos. 

Igualmente se basó sobre tales consideraciones la empresa 
de lanzar á la circulación un periódico, el primero que viera 
la luz en el país. Llamósele La Estrella del Sur, y 
estaba redactado en idioma castellano. Contando con las 
aptitudes intelectuales de la población, La Estrella abrió 
una propaganda, seria é insistente, enderezada á explicar 
las conveniencias de sacudir el yugo español. Pintaba con 



(1) John Mawe, Travcls on ihe interior of Braxil; cap iv. 




494 



LIBRO VU. — GOBIERNO DE RüIZ HUÍDOBRO 



vivos colores la decadencia de la jNIetrópoli, su poder ne- 
gativo para hacer la felicidad de estos pueblos, y fas ideas 
erróneas sobre la industria y el comercio que dominaban 
el ánimo de sus estadistas, incapacitándoles para concebir 
un plan regular y apropiado á las necesidades públicas. 
Comparaba el sistema liberal de la administración inglesa 
en sus colonias, con el sistema restrictivo ó infecundo de 
la española en las suyas, y de ahí deducía los provechos 
que el Uruguay estaba destinado á recoger con la mudanza 
de gobierno acaecida dentro de su jurisdicción. Encarecía 
la tolerancia inglesa en materias religiosas, el respeto á los 
derechos individuales, que elevaba á cada colono á la ca- 
tegoría de un ciudadano de la Gran Bretaña, y la conve- 
niencia de ser súbdito de un imperio poderoso y triunfante, 
más bien que de un monarca refractario y de una nación 
decaída. Presentaba á los ingleses antes como amigos 
que como conquistadores del país; decía que su conoci- 
miento de todos los jmelúos de la tierra les llevaba á apre- 
ciar en su positivo valer las riquezas naturales y los ele- 
mentos sociales del Uruguay, y que podía reputarse un de- 
signio de la Providencia su aparición en estas playas, para 
transformar en centro activo de riquezas unos territorios re- 
legados á la oscuridad por el egoísmo de las autoridades 
españolas. Demostraba cómo pueblos de diversas religio- 
nes, halda y costumbres, vivían bajo la dominación inglesa 
sin chocar entre sí, estando los ingleses mismos divididos 
en materia de culto, puesto que eran católicos una parte 
de ellos, lo que no impedía que todos gozasen del amparo 
de las leyes comunes á la pluralidad de los habitantes de 
la Gran Bretaña y sus colonias. Por último, todo lo que 
pudiera relacionarse con los intereses espirituales y mate- 




UBRO vri. '-CJOIUEUNO DE RUÍZ HUIDOBRO 



495 



ríales lie los uruguayos, era hábilmente desenvuelto en la 
propaganda de La Ei^t relia ( 1 ), 

La influencia moral que ejercieron en el espíritu de los 
habitantes del Uruguay estas cosas, dichas en voz alta y 
por órgano de circulación publica, fue grande. Sin que ellas 
lucieran más simpáticos á los ingleses en el concepto ge- 
neral, empezaron á enfriar el sentimiento de amor al go- 
bierno español por el conocimiento de sus faltas y errores. 
Se comprendió que tenía razón La Estrella^ y bien que 
nadie sintiese deseo de cambiar de soberano, eligiendo por 
suyo al ingles, cuando menos pensó alguien que podía pa- 
sarse el país sin ninguno. Para hacer más tangible el irri- 
tante monopolio español, llenóse el Uruguay de mercade- 
rías inglesas, desembarcadas con profusión por los comer- 
ciantes y mercaderes que habían seguido á los barcos de 
Sterling y á los soldados de Auchmuty ; así que objetos 
siempre codiciados sin esperanza, y otros que se vendían 
á gran precio, pusiéronse al alcance de todos en abundan- 
cia y á costo relativamente ínfimo. Con esto, la compa- 
ración entre el viejo sistema y las nuevas franquicias, fue 
del dominio de todos, concurriendo la satisfacción de las 
necesidades personales á hacer odiosas las restricciones de 
antaño. Verificóse una verdadera transformación por la 
propaganda y por los hechos en el espíritu y las tenden- 
cias del país, y un activo sentimiento de displicencia ha- 
cia lo antiguo comenzó á trabajar todas las cabezas. No 
era seguramente un pensamiento concreto, lo que resul- 
taba del descontento inicial que iba apoderándose de los 
ánimos, pero sí bullían los elementos precursores de gran- 



( 1 ) Col Fremiro. 




496 



LIBRO VII. — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO 



des mudanzas, en la comparación obligada que forzaba 
á hacer aquella nueva vida. Los ingleses, creyendo utilizar 
en provecho propio la semilla que sembraban con mano 
pródiga, estaban aleccionando á todo un pueblo en la no- 
ción de sus intereses más caros, y provocándole á resolver 
los problemas que debían fijar su suerte para siempre. 

No descuidaba, entre tanto, Auchmuty la prosecución 
de la conquista, y mientras hacía hablar á su public^ición 
periódica como apóstol, y dejaba circular las mercaderías 
inglesas como mensajeras de futuros goces, se iba inter- 
nando por medio de sus tenientes en el interior del país 
para someter y juramentar á los pueblos. Una división de 
2,000 hombres de las tres armas avanzó hasta Canelones, 
ocupándole sin resistencia. Otra división de menor im- 
portancia, al mando del coronel Pack, oficial perjuro, que 
junto con Beresford, y favorecidos ambos por las logias 
masónicas, habían escapado de Buenos Aires, ocupó San 
José y Colonia, haciéndose notar por sus desórdenes y sa- 
queos. Para paliar esta conducta indigna, lanzó Pack va- 
rias proclamas en el sentido de los artículos de La Estrella; 
replicándole Liniers desde Buenos Aires con una dirigida 
á los habitantes de Colonia, en que esbozaba la historia 
del perjurio del coronel inglés y de Beresford, aunque sin 
incluir un dato desconocido entonces, á saber: que D. Sa- 
turnino Bodríguez Peña, el peruano D. Manuel Aniceto 
Padilla y un portugués Lima, interventores en la fuga de 
los prisioneros, obtuvieron respectivamente del Gobierno 
británico, como premio al servicio prestado, una pensión 
anual de 1,500 pesos fuertes para toda su vida (1). 



( 1 ) Saguí, Los ídiinios cuatro años ; iv. 




IJIJRO VII. — GOBIERNO DE RGIZ IIÜIDOBRO 497 

Al miiíiiio tiempo que era invadido el interior del país 
y ocupada una parte del litoral del Plata, }>usieron mano 
los ingleses en la organización de una milicia que les ga- 
rantiese la posesión de Montevideo y sus alrededores. Sa- 
biendo que el general Whitelocke estaba al llegar, para 
hacerse cargo de todas las fuerzas disponibles y apoderarse 
de Buenos Aires, quiso Auchmuty suplir la falta que el hecho 
debía originar en sus elementos de guerra, y llamó á los co- 
merciantes ingleses y toda clase de subditos á formarse 
en cuerpos de milicia. En ausencia de la mayor parte de 
las tropas regulares, estos cuerpos con dos batallones de 
línea destacados en Montevideo, se destinaban á hacer todos 
los servicios requeridos por el estado de las cosas. Pusiéronse 
los milicianos á órdenes de Mr. Tywel, colector de aduana, 
improvisado coronel por la fuerza de las circunstancias. 
A pesar de la buena voluntad del jefe, lo abigarrado de la 
tropa y la torpeza de sus manejos militares, dió ocasión á 
visibles antipatías entre los soldados de línea, siempre celo- 
sos de su profesión, y los nuevos reclutas, en su mayor 
parte destituidos de instintos soldadescos. El pueblo ayu- 
daba con sus burlas solapadas á ahondar estos piques, exa- 
gerando la admiración que le causaban las voces de mando 
en un idioma desconocido y la casaca roja, el pantalón azul 
y la gorra de cuero de carnero de los milicianos. No bri- 
llaban tampoco los oficiales por su porte, conocimientos y 
uniforme. Se les había elegido de entre los mercaderes y 
tratantes que desembarcaran en los primeros días, y negá- 
base su misma tropa á concederles la importancia á que 
ellos se estimaban acreedores. Sin embargo, esta situación 
fue modificándose con el tiempo, y la amenaza de graves 
peligros adunó las voluntades. 

!0 



I»yM. Ksi'. -- II. 




4})8 LIBRO VIL- GOBIERNO DE RUIZ IIUIDOBRO 

En todo el país notábanse síntomas de resistencia Ini- 
cia la dominación inglesa desde los primeros” días, y el 
avance sobre Canelones, San José y Colonia, en vez de 
enfriar los ánimos por el temor, les indujo á la hostili- 
dad. Sobre los trozos de milicias de caballería salvados 
por algunos oficiales, entre los que figuraban el teniente 
1). Antonio Baltasar Pérez y el alférez D. Juan Antonio 
Caravia, que adelantaron de su peculio el pago de varios 
de ellos, comenzaron á organizarse pequeñas divisiones 
ligeras, que hostilizaron al inglés en todas partes. El 
cuerpo de tropas que había marchado sobre Canelones 
destacando su vanguardia en Santa Lucía, se vio tan aco- 
sado por los voluntarios patriotas, que fué obligado á reple- 
garse á Montevideo abandonando sus posesiones ( 1 ). Al 
mismo tiempo, por secretas inteligencias se convenían algu- 
nos vecinos de Montevideo con gentes de campaña, para 
provocar un alzamiento en la ciudad, apoderándose de los 
cuarteles de los ingleses y abriendo las puertas de la Cin- 
dadela á los conjurados que debían reunirse en un punto 
expreso y por combinación previa. Estos trabajos se ade- 
lantaron grandemente, hasta tener conocimiento de ellos 
Liniers en Buenos Aires, quien los alentó por medio de 
emisarios que cruzaron el río para llevar y traer las nue- 
vas que unos y otros se comunicaban. Quedó arreglado, 
por último, que un cuerpo de tropas atravesaría de Buenos 
Aires á Colonia, marchando en la noche misma á Monte- 
video, y ayudado de los conspiradores se apoderaría de la 
ciudad. 

La conspiración tramada sobre estas bases, fué inopi- 



M) Ln Sntíi. IJiM (kl TcrrUorio Oriental: iv. ix, 




LiíUío vir, — (lolunRXu df. nmz íiuidoiíro 



499 



lUKlameiite descubierta por la imprudencia de dos agen- 
tes oscuros y subalternos que Auchniuty capturó. De los 
papeles liallados á diclios agentes, resultaban comprometi- 
dos gran parte de los vecinos más respetables de Monte- 
video, que en el acto fueron arrestados, llenándose de con- 
fusión y disgusto las familias con tan atíigente nueva. Se 
hizo gran aparato de actividad en la investigación de la 
trama, tomáronse declaraciones á los arrestados, y se apre- 
hendió á muchos que parecían aludidos por sus dichos. 
La consternación aumentaba en todos, hasta crecer de punto 
con la noticia que los dos agentes, convictos y confesos del 
delito imputado, iban á ser ahorcados en la plaza pública. 
Levantóse á este efecto un elevado patíbulo en la plaza 
mayor, y se fijó el día en que ambos infelices serían ejecu- 
tados á la vista de toda la pobkción, presa de angustia ante 
anuncio tan triste. Salieron, con efecto, los reos de la cár- 
cel, flanqueados por una docena de religiosos vestidos de 
blanco, con cruces negras y rojas sobre el pecho y en- 
tonando responsos, mientras las campanas de la iglesia 
doblaban y batía el tambor. Subieron al patíbulo, se les 
vendó los ojos, púsoseles el nudo sobre la garganta, y 
cuando ya iba á darse la señal para que el verdugo cum- 
pliese su comisión, levantó la voz el oficial que custo- 
diaba á los reos, anunciando que el general ingles les per- 
donaba. Un inmenso grito de júbilo siguió á aquel acto 
de magnanimidad, y lágrimas y vítores de los concu- 
rrentes anunciaron á Auchmuty lo acertado de su procedi- 
miento ( 1 ). 

Pero la conspiración no había concluido. Preocupábase 



(li Robert^on, LaHcr.s' o)i Paraijunu: i, vir. 




500 



LIBRO VII. — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO 



Liniers de entregar el mando de las fuerzas destinadas á 
operar en el Uruguay á persona en su concepto idónea, 
cuando el coronel D. Francisco Javier Elío llegó á Mon- 
tevideo de incógnito. Venía nombrado comandante general 
de la campaña por la Corte, que ignoraba la situación del 
país, y aprovechó su breve estadía en la ciudad para im- 
ponerse del estado de la opinión, partiendo seguidamente 
á Buenos Aires lleno de confianza. Allí se le dieron GOO 
hombres con el objeto de recuperar la Colonia, ofreciendo 
el Cabildo 4,000 pesos por la persona de Pack, que man- 
daba en jefe aquella plaza. Elío no era, por cierto, el indi- 
viduo más apropiado para realizar una operación de tanta 
importancia, que requería sigilo, mucha prudencia y fría 
calma. De natural atropellado y jactancioso, duro con sus 
subalternos y poco sufrido con sus superiores, gustábale 
hacer alarde de valor en todas las ocasiones, y sin que 
viniera al caso muchas veces. Hablando siempre de sí 
mismo, de sus campañas, de sus heridas y hasta de sus 
lances más insignificantes, parecía querer arrastrar la opi- 
nión del universo tras de su persona en cualquiera empresa 
á que se dedicaba. Partió de Buenos Aires á principios de 
Abril, cruzando el río, y llegó ante los muros de Colo- 
nia en el día, á boca de oraciones, y con ánimo de sor- 
prender la ciudad. 

En el primer momento todo salió como él deseaba. 
Confusos los ingleses al verse atacados por sorpresa den- 
tro de sus atrincheramientos, se dieron en gran parte á la 
fuga, corriendo muchos á embarcarse en camisa. Las tro- 
Y>í\s de Elío introdujeron el terror doquiera, sembrando de 
muertos las calles y atacando con furia los cuerpos de 
guardia, retenes y puntos de refugio donde se albergaban 




LIBRO VIL— GOBIERNO DE RÜIZ HÜIDOIUIO 501 

los ingleses. Atemorizados también los capitanes de los 
barcos que anclaban en la bahía, creyeron conquistada la 
Plaza, y en el acto largaron velas para escapar al desastre. 
Pero el coronel Pack, que á pesar de su reprobada conducta 
en las cosas ¡x>líticas y de gobierno, era un oficial enten- 
dido y sereno, allegó unas pocas fuerzas, lanzándose á la 
cabeza de ellas sobre su adversario. Con tan enérgica ac- 
titud, renovó el combate por las calles, y Elío, sin prever 
el níímero de atacantes ni su calidad, tocó retirada, de- 
sertando un triunfo seguro. De allí á poco, y para expli- 
car favorablemente su descalabro y su ignorancia, lanzó 
una proclama pintándose á sí mismo á caballo y es* 
pada en mano entre sus tropas, á las que arengaba con 
este exordio: « Soldados y hermanos míos: la suerte por 
medios extraordinarios me ha traído desde España á tener 

la honra de mandaros. Allí he militado 24 años, y en ellos 

✓ 

he hecho la guerra contra moros en Africa, contra portu- 
gueses y contra franceses, enemigo el más respetable del 
mundo: debéis, pues, considerar tengo algún conocimiento 
en ella. » (1 ) 

Mientras Elío s| justificaba allá á su modo de las 
faltas en que incurriera, llegaba á Montevideo el general 
Whitelocke, el 10 de Mayo: el 11 se hizo reconocer jefe 
superior de todas las fuerzas británicas, y seguidamente 
avisó su propósito de marchar sobre Buenos Aires, di- 
ciendo con arrogancia que se haría dueño de la ciudad ó 
la arrancaría de la tierra. Comenzó entonces la organiza- 
ción del ejército inglés, que fué fraccíionado en cuatro 
grandes divisiones, bajo el mando de los generales Craw- 



(1) Proclama de Elío (Col López). 




502 



MURO A^n.— GOBIERXO DE RUIZ HUIDOBRO 



furd, Auchmuty, Luniley y el coronel ]\Iahon, con tres 
brigadas de artillería y una de ingenieros. El general Craw- 
furd había llegado el último á Montevideo con su división, 
desviándose de la ruta de Chile, á que primeramente fué 
destinado, para auxiliar á Whitelocke en la empresa actual. 
Estaban los ingleses animados del mejor espíritu, creían 
vencer con toda seguridad, y encontraban igual sentimiento 
de confianza en los comerciantes y mercaderes que les 
seguían á la pista de sólidos lucros. Por fin, al promediar 
Junio se hizo á la vela el ejercito en 90 transportes, 
apoyados por 20 barcos de guerra, dejando de guarni- 
ción en Montevideo al coronel Browne con alguna tropa 
veterana, 200 soldados de marina y la milicia organi- 
zada. 

El 28 de Junio desembarcó Whitelocke en la ense- 
nada de Barragán, distante de Buenos Aires más de GO 
kilómetros. Muy distinta era, por cierto, la situación de 
la Capital del Virreinato, comparada con el estado en que 
la encontró Beresford al conquistarla. Habíanse efectuado 
grandes cambios en sus negocios políticos, pasando la pro- 
visión de autoridades superiores de manos del Re}’ á las 
del pueblo. Esta mudanza tuvo por origen el descontento 
universal que inspiró la caída de Montevideo, junto con la 
opinión desfavorable que rodeaba al ViiTey Sobremonte, 
cooperador consciente de aquella catástrofe. El 10 de Fe- 
brero, bajo la presión de un tumulto populai', había sido de- 
puesto Sobremonte por la Audiencia, decretada la ocupación 
de sus papeles, y declarado caduco su gobierno. Desde en- 
tonce.s, toda la autoridad que el Virrey representaba pasó á 
manos de D. Santiago Liniers, y bien que la Audiencia y 
el Cabildo de Buenos Aires afectasen reservarse una parte 




URRO Vlí. — COIUERXO DE RITIZ IfriDOBRO 



503 



de ella, lo |X)8Ít¡vo por el momento era que el afortunado 
caudillo la tenía toda. Ni los tiempos tampoco permitían 
otra ex)sa, dada la amenaza que constituía el ejército in- 
glés en ^lontevideo, y los esfuerzos requeridos para debe- 
lar su fortuna. Así fué que Liniers no levantó mano en 
la organización de los elementos militares que debían opo- 
nerse al conquistador, siendo á la vez general y soldado, 
como él mismo lo expresa. Cuando Wliitelocke pisal)a la 
ensenada de Barragan, la ciudad de Buenos Aires tenía ya 
prontos pai*a entrar en combate 8,600 hombres, con un 
tren volante de 49 piezas de 4 á 12, contando además con 
99 cañones de á 24 para establecer baterías ( 1 ). 

Constaba el ejército inglés de unos 11,800 hombres, 
y ya se ha hablado del espíritu que le animaba. Sin em- 
bargo, el general á cuyo cargo iban las tropas, era un oficial 
levantado por el favor á los puestos donde sólo pueden 
llegar las predisposiciones marciales ayudadas por el ta- 
lento y la experiencia. Sus antecedentes militares le reco- 
mendaban muy poco, pues había sido batido tristemente 
en Santo Domingo cuando subalterno, llegando después á 
la graduación de teniente general por influenciáis de fami- 
lia. Su segundo jefe, Lewison Gower, más entendido y de 
mayores disposiciones que Whitelockc, tomó el mando de 
la vanguardia apenas desembarcado el ejército, y el día 2 
de Julio se dejó avistar por las avanzadas de Buenos Aires, 
engañando á Liniers con un movimiento falso. En seguida, 
y llevándose por delante al ejército de la Plaza, al cual 
derrotó, quitándole 13 piezas de artillería y haciéndole mu- 
chos muertos y heridos, tomó posesión de los corrales de 



(1) Núfiez. Noiiciasi Ilijiióricafi : vr. 




504 



LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ IIÜIDOBRO 



Miserere, que pocos meses antes ocuparan victoriosos con- 
tra Beresford, los soldados de Montevideo. 

Con esto se introdujo una confusión muy grande entre los 
defensores. Liniers abandonó su puesto, refugiándose en 
una casa particular. Una división de la Plaza quedó como 
cortada al otro lado del río de Barracas, y los dispersos del 
Miserere entraron á la ciudad en precipitada fuga. El Ca- 
bildo, siguiendo las inspiraciones de su Alcalde de 1."^‘ voto 
D. Martín de Alzaga, puso pronto remedio á este descala- 
bro dictando enérgicas providencias. Ordenó que la de- 
fensa se reconcentrase á la plaza mayor y sus inmediacio- 
nes, hizo abrir fosos y levantar trincheras, ocupar las azo- 
teas circunvecinas con los soldados disponibles y los 
voluntarios que se presentaban, y mandó entrar la división 
que había quedado á la parte opuesta del río de Barracas. 
En esta disposición se esperó al enemigo, que avanzaba 
lentamente sobre la ciudad, y que intimó la rendición el 
día 3. Ese mismo día, y bajo una lluvia torrencial, entró 
Liniers á la Plaza conduciendo 1,000 hombres, restos de 
sus anteriores fuerzas, y reasumió el mando en jefe. El día 
4 intimaron nuevamente rendición los ingleses, reconcen- 
trando sus tropas al Oeste de la ciudad, y preparándose á 
dar la batalla. 

Comenzó esta con el día 5, á las C y 1 2 de la mañana. 
Los ingleses avanzaron impetuosamente sobre el Retiro al 
N, el Hospital de la Residencia al S, y el convento de 
Santo Domingo á quinientos pasos de la plaza mayor, po- 
sesionándose de estos tres puntos importantes después de 
combates obstinados. Pero no tuvieron igual suerte las dos 
columnas destacadas sobre San Miguel y la Merced, que 
fueron rendidas y aprisionadas después de sangrientas per- 




LinRO VIL — CÍOCiKRNO PK llUIZ IIPIDOURO '>05 

didas. Animados los defcmsores de la Plaza eon esta ven- 
taja, lanzáronse sol)re el enemigo, desalojándolí' de Santo 
Domingo. í^ntonees la vietoria de los ingleses se transformo 
en desastre, y su armada, que había saludado con estrepi- 
tosas demostraciones el flamear do las banderas británicas 
sobre los más tolerados edificios de Buenos Aires, vio aba- 
tidas esas banderas que halagaban sus esperanzas ( 1 ). Los 
ingleses habían jxTdido mus de 1,000 prisioneros, y cerca 
de 2,000 hombres entre muertos y heridos. Aprovechando 
la jxrplejidad en que el enemigo se hallaba, quiso propo- 
nerle Liniers una capitulación formal, en la que le conce- 
día el libre reembarco y la devolución de todos sus prisio- 
neros; pero se opuso el Alcalde Álzaga, consiguiendo que 
se agregase á esas condiciones la evacuación de Monte- 
video. 

El día siguiente (G de Julio), á las 2 1.2 de la tarde, 
después de haber mediado algunas contestíiciones entre los 
generales de ambos campos, y de ser rechazada una co- 
lumna de la Plaza que intentó retomar la Residencia, aceptó 
el inglés, por medio de un parlamentario, las proposiciones 
de Liniers modificadas por Álzaga. Convínose « que las 
tropas inglesas se reembarcarían en el término de 10 días, 
llevando sus armas, artillería y equipajes ; — que serían res- 
tituidos recíprocamente todos los prisioneros, incluyendo los 
súbditos de S. M. B. tomados en la América del Sur desde 
el comienzo do la guerra; — que las tropas de S. M. B. 
conservarían por dos meses la fortaleza y plaza de Monte- 
video, considerándose como país neutral una línea desde 
San Carlos al O, hasta Pando al E: entendiéndose la 



(1) Mitre, Historia de Belgmno: i, v, 




506 



LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO 



neutralidad íinicamente en que los individuos de ambas 
naciones pudiesen vivir libres bajo sus respectivas leyes y 
juzgados por ellas; — que llegado el caso de la entrega de la 
plaza de Montevideo, se haría en los términos en que se 
encontró y con la artillería que tenía al tiempo de su ren- 
dición ; — que se entregarían tres oficiales superiores por 
ambas partes hasta el cumplimiento de los dos meses de 
plazo pactados, debiéndose entender que los oficiales ingle- 
ses sometidos bajo su palabra, no podían servir contra la 
América del Sur hasta su llegada á Europa. Esta capi- 
tulación fué publicada por bando en Montevideo y asen- 
tada en los libros del Cabildo para constancia. 

Keembarcáronse las tropas de Whitelocke el 17 de Ju- 
lio con dirección á Montevideo, en cuya bahía ancló la 
escuadra que debía conducirlas á InglateiTa, quedando á la 
vez convencionado que en 7 de Septiembre, dos meses des- 
pués de firmada la capitulación, habían de evacuarse los 
puntos sometidos en el Uruguay por los ingleses, cuyo pa- 
bellón se alejaba del Río de la Plata, dejándole libre. Para 
suplir la ausencia de Buiz Huidobro, prisionero en Ingla- 
terra, nombró Liniers Gobernador interino de Montevideo 
á Elío, cuyos procederes conocemos, aun cuando, al decir 
del despacho que le investía con su nuevo cargo, concu- 
rrían en su persona «correspondiente graduación, pericia 
militar y conocimientos políticos. » ( 1 ) poco de su nom- 
bramiento, pasó Elío á Montevideo, situándose con alguna 
fuerza en los alrededores de la ciudad, hasta que los ingle- 
ses la evacuaran. El día 9 de Septiembre embarcáronse 
los soldados británicos á las 12 del día; y á las 2 de la 



(1) L. C. (ir M(f}(lrv}(iro. 




IJBRO VII. — GOniKRNO I>K lUJIZ HUIDOnUO 507 

tarde entraron los primeros tlestacamentos españoles á la 
Plaza, n^stablecit^iulose en todo el país la autoridad do la 
Metrópoli. 

La conquista británica se retiraba en medio de inespe- 
rados desastres, después de haber encontrado en ambas 
márgenes del Plata un vigor de acción y un celo patriótico 
que nunca soñaron los estadistas ingleses. Eligiéronse por 
víctimas de la displicencia nacional á los principales jefes 
que habían conducido ó aconsejado las dos expediciones 
sucesivamente vencidas, enjuiciándose á Popluim, despi- 
dióndose del servicio á Whitelocke, y quedando por algún 
tiempo oscurecido Beresford. Sin embargo, Inglaterra, en 
el escozor que la c^iusaba su desastre, no suponía cuán 
efectiva era la conquista moral que había hecho sobre 
estos pueblos, revolucionando su espíritu y echando la se- 
milla de la emancipación en las nuevas ideas que les im- 
portara. Quien resultó verdaderamente derrotada fué Es- 
paña, porque de su victoria ostensible salió el claror que 
iluminó todas las deformidades del sistema colonial, pues- 
tas á prueba por el espíritu y la práctica de nuevos proce- 
dimientos que el peligro obligó á adoptar, con el concurso 
basta allí menospreciado de los criollos. I^a libertad de 
comercio, la tolerancia para todas las opiniones, la aptitud 
reconocida á todos los habitantes del país para servir des- 
tinos públicos en la medida de sus dotes personales, pa- 
saron entonces del estado de aspiración lejana, á la cate- 
goría de credo político y programa de gobierno exigible. 
De la comparación entre sistemas tan opuestos como el 
nuevo y el antiguo, resultó un juicio desfavorable para el 
último, que acentuándose cada vez más, concluyó por ha- 
cerlo odioso. 




508 



LIBRO VIL —GOBIERNO DE RÜIZ HUIUOBRO 



Mientras estas ideas trabajaban lenta y oscuramente el 
ánimo de los pueblos del Plata, resonaban (loquiera los 
ecos del regocijo producido con motivo de las victorias 
militares. Los sentimientos de admiración, sin embargo, 
eran todos para Buenos Aires, y ^lontevideo veía con sem- 
blante adusto, que se le negaba, olvidándole, la parte ac- 
tiva y principal que había tenido en el triunfo, no sólo por 
sus sacrificios de sangre, sino también concurriendo con el 
donativo de más de 250,000 pesos entregados por los ha- 
bitantes del Uruguay para subvenir á los gastos de la gue- 
rra. En tal disposición de espíritu, aprovechó el Cabildo la 
oportunidad de haber enviado el de Oruro una lámina con- 
memorativa al de Buenos Aires sobre los triunfos contra 
los ingleses, para expresar sus resentimientos en la siguiente 
forma: «Esta ciudad de San Felipe y Santiago de Monte- 
video (que también pudiera nombrarse de Borbón, por ha- 
ber sido fundada bajo los Peales auspicios del primer prín- 
cipe de dicha esclarecida dinastía, abuelo de nuestro cíitólico 
monarca reinante) no ha podido desentenderse de tri- 
butar á V. S. las más exjiresivas gracias por aquellas pú- 
blicas demostraciones, como tan interesada en los aplausos 
de ambos triunfos; pues siendo privativamente suyo, como 
es notorio, el de 12 de Agosto, y habiendo* tenido no pe- 
queña parte en el de 5 de Julio las reliquias que salvaron 
de la dominación británica, cuando el 3 de Febrero del pre- 
sente año tuvo esta Plaza la desgracia de ser tomada por 
asalto, se prueba con todo fundamento que sin la exis- 
tencia de esta hija, hubiera permanecido aherrojada aquella 
madre, y que acostumbrados los enemigos á experimentar 
los golpes y dura resistencia de estos habibmtes, pasaron 
á embestir la Capital con cierto abatimiento de ánimo, que 




LIliRO VJl. — (¡OUIKRXO DK UUI/ llUIDnlíRO oOÍ) 

(lió anticipmlo anuncio de su plausible reciente derrota. » ( 1 ) 

Mas incisivo fue todavía el Cabildo con el Arzobispo 
del riata, que había dirigido cartas de enhorabuena á las 
principales autoridades de Buenos Aires, predicado ser- 
mones y circulado pastorales enalteciendo los triunfos de 
aquella ciudad, á la cual atribuía exclusivamente la victo- 
ria. Beplicó el Cabildo a dichas demostraciones haciendo 
la historia de los servicios de Montevideo, la reconquista 
de la Capital, el bloqueo de Popham, el asalto de Auchmuty 
y todos los encuentros de armas en que la ciudad se había 
distinguido; y concluía diciendo en tono satírico: <' Celé- 
brese con armoniosos himnos la suerte de la Capital di- 
chosa; ciñan coronas cívicas las sienes de sus venturosos 
habitantes; eríjanse sublimes monumentos y trofeos que 
trasmitan á la posteridad las acciones de los bravos y el 
ínclito prez de la victoria; suden las prensas noche y día 
para dar asunto á la fama por toda la redondez del orbe, 
que niientrn>s tanto, tranquila esta ciudad y satisfecha 
con el más conijdeto desempeño de sus más sagrados de- 
beres, vivirá consolada y alegre sin remordimientos y sin 
envidia, cantando al compás de sus deshechas cadenas, 
no sus pasadas glorias, sino las aclamaciones de todos gé- 
neros que se tributan con ahinco á su Madre capital. » 
Estos piques y contestaciones eran ya indicio de la rivali- 
dad que comenzaba á tomar cuerpo entre las dos ciudades 
principales del Plata; rivalidad que debía divorciarlas en 
adelante produciendo su definitiva separación. 

Con todo, conservábase por esa fecha el Uruguay en 
paz. Desde el día en que Elío se hizo cargo del gobierno, 



(1 ) L. C\ de Monlcvídco. 




510 



LIBKO VII. — GOBIEilXO DE EUIZ IIüIDOBEO 



SUS conatos tendieron á la reorganización militar de la pro- 
vincia. Reparó las fortificaciones de Montevideo, tomando 
personalmente, acompañado de los principales vecinos, 
parte activa en esos trabajos. Guarneció á Maldonado. me- 
jorando su situación militar en lo posible, y atendió á re- 
primir, por medio de subalternos entendidos, las depreda- 
ciones que se hacían en la campaña. Tuvo, sin embargo, al- 
guna disputa con el Cabildo, por causa de venir provisto 
Gobernador interino, y estar preceptuado que para las 
interinidades, supliese el Alcalde de 1.“' voto las incum- 
bencias relativas á la parte política, siendo la militar 
de cuenta del jefe accidental. De allí á poco, las cosas 
se arreglaron, por confirmar la Corte el nombramiento 
de Elío. 



LIBKO OCTAVO 




LIBRO OCTAVO 



DESCOMPOSICIÓN DEL RÉGIMEN COLONIAL 



E\ío y Liiiierá. —'Tumultos en Montevideo, — Descoutento producido 
por las medidas económicas de Liniers, — Proyecto de censo eníi- 
téutico. —Llegada de la Real familia portuguesa á Río Janeiro.— 
Veleidad guerrera de Liniers. — Graves noticias de España. — Polí- 
tica de Napoleón en el Río de la Plata. — Misión Sassenay.- Pro- 
clama de Liniers. —Prisión de Sassenay cii Montevideo. --Intrigas 
de Goyeneche. — Destitución de Elío. — El pueblo se subleva á fa- 
vor de él. —Sesión memorable del Cabildo. — Nombramiento de una 
Junta de Gobierno. — Sanción de la fórmula revolucionaria. — La 
princesa Carlota. — Formación del partido monárquico ríoplatense. 

— Inteligencias entre el Cabildo de Montevideo y el de Buenos 
Aires. — Correspondencia entre Liniers y Elío. — Movimiento insu- 
rreccional en Buenos Aires, — Elío lo protege.- Nombramiento de 
nuevo Virrey, — Disolución de la Junta de Gobierno. — Influencia 
de la Junta en América. — Libertad de comercio. — Fundación de 
Florida. — Elío y el partido revolucionai'io de Buenos Aires. — Ac- 
titud de la princesa Carlota, — Regreso de Elío á España. — Des- 
alentadoras noticias de la Península. — Revolución de Buenos Aires. 

— Actitud expectante de Montevideo. 

( 1807 — 1810 ) 



Ijüü relaciones entre el Gobernador de Montevideo y el 
V^irrey de Buenos Aires comenzaron á adquirir cierta ten- 
sión, por efecto de la diversidad de caracteres de uno y 
otro, y su modo de apreciar los sucesos. Liniers había sido 
confirmado en su empleo por la Corte, y Elío en el suyo 



Dom. Esp. — II. 



33 . 




514 LIB. VIH. — BESCOMf^OSICIÓX DEÍ. RÉGIMEN COLONIAL 



de Gobernador interino, viniendo por ahí a .sancionarse las 
exigencias de la voluntad pública, que veía legalizados dos 
actos revolucionarios ; porque alzado Liniers al mando por 
medio de un tumulto, los nombramientos que hizo adole- 
cían del vicio ingénito a su autoridad, y en este caso Elío, 
provisto Gobernador á virtud de órdenes de esa autoridad 
viciosa, tuvo sus mismos defectos hasta que la ley no la 
legitimó. Sin embargo, eran muy diferentes los sentimien- 
tos que agitaban el ánimo de uno y otro caudillo, como 
divorciados los móviles que les impulsaban. Liniers, ale- 
gre, confiado y abierto, reposaba ebrio de gloria sobre los 
laureles adquiridos ; mientras que Elío, desconfiado y me- 
ditabundo, ocultaba difícilmente las torturas de su espíritu. 
Reducido á un papel secundario durante la segunda inva- 
sión inglesa^ por más que en sus dichos y proclamas hu- 
biese intentado darse una importancia superior, el Gober- 
nador de Montevideo miraba con ira la suerte de Liniers, 
que siendo extranjero y desconocido, se había levantado 
en un día al pináculo dé la fortuna. 

Como todos los hombres envidiosos, Elío tenía cierto es- 
píritu de previsión, nacido de las malquerencias y cavilosi- 
dades que acechan y saborean de antemano los errores del 
adversario. Adivinaba que el nacimiento de Liniers y su 
ligereza de carácter habían de ser una contrariedad para 
el prestigioso caudillo, sin presumir, tal vez, que estaba 
próxima á cumplirse la predicción, pues un conjunto de cir- 
cunstancias incoherentes, debían refiejar sobre el héroe del 
día, las más odiosas é inmerecidas sospechas. A raíz de 
efectuada la reconquista, ya se encontró envuelto Liniers 
en una política de doble juego, que le obligaba á contrade* 
cirse á cada instante, para conservar su posición en el país 




MU. VIII. —r>ESl COMPOSICIÓN DEL REGIMEN COLONIAL 515 

y lio perder en la Corte su prestigio. Rodeábanle dos par- 
tidos, igualmente interesados ambos en aprovecharle, el 
uno, por presentimiento instintivo de que podía echar á su 
sombra las bases de un gobierno nacional, y el otro para 
recuperar los beneficios de una influencia que iba per- 
diendo. Mientras las esperanzas y probabilidades de am- 
bos estuvieron balanceadas, sus procedimientos capitales 
coincidieron, y Liniers recibió consejos similares de uno y 
otro, que le habilitaron á proceder con el acuerdo común. 

Ese acuerdo se demostró, especialmente, en las relacio- 
nes con el exterior. Cuando el Cabildo de Buenos Aires 
y Liniers resolvieron dirigirse á la Corte, comunicando la 
reconquista de la Capital, se convino en que Liniers par- 
ticipase también á Napoleón dicha victoria. Más tarde, 
para elevar el parte de la derrota de Whitelocke, el Cabildo 
eligió á PueyiTedón, y Liniers á D. Juan Perichón de Van- 
devil, ayudante y compatriota suyo, y al decir de un con- 
temporáneo, intermediario de aventuras galantes y sujeto 
en quien depositaba la más decidida confianza (1). La 
misión de V ande vil era doble, pues no solamente se re- 
fería á España, sinó que se extendía hasta Napoleón, cuyo 
influjo sobre la Corte de Madrid debía recabar el comisio- 
nado, para que se proveyese al Virreinato de los recursos 
exigidos por las éxpectativas de una nueva invasión inglesa. 
El hecho se hizo publico, porque habiendo sido completo 
el acuerdo entre las corporaciones del Estado para la de- 
signación del individuo, la calidad del comisionado, su 
origen nativo y escasos servicios al país, impuso esa sa- 
tisfacción á la generalidad. 



(1) Núriez, Noiícia.it hislóricaa: vi. 




51() Lili. VIH. — DESCOMPOSICIÓN DEL RÉGIMEN COLONIAL 



Lioicrs, eii sus oficios al Emperador, elogiaba á los 
franceses, sus compañeros de armas, durante las dos inva- 
siones, y cuyo mayor número, en verdad, no había promo- 
vido, sino encontrado sirviendo los puestos que tenían. Por 
lo demas, llamaba en dichos documentos al Rey de España 
« su soberano », y si bien atribuía al influjo de los triunfos 
de Napoleón el espíritu guerrero suscitado repentinamente 
en los pueblos del Plata, también agregaba que tales vic- 
torias eran debidas al amor inspirado á esos pueblos por 
su religión, su patria y su rey ». Si hubo imprudencia en 
cartearse bajo forma tan confidencial y minuciosa con un 
soberano extranjero, aliado hasta entonces de España, debe 
convenirse en que era la imprudencia de todos y no la de 
Liniers solamente. Mientras duró la cordialidad entre los 
partidos rivales, así fue cuando menos aceptado el hecho ; 
pero una vez rota la armonía, estaba preparado el terreno 
para que se hiciese de este conjunto de incidentes, el peor 
capítulo de acusación contra su promotor ostensible. 

Elío espiaba aquel momento, por muchas razones. La 
vaga intuición de próximas mudanzas que dominaba to- 
dos los ánimos, al influir también sobre el suyo, había 
concluido por crearle una situación excepcional, en que sus 
celos individuales se complicaban con sus inquietudes po- 
líticas. Dolíale sobremanera la popularidad de Liniers, y 
se encontraba lierido por ella en lo más hondo del espí- 
ritu ; pero al mismo tiempo, considerándose el único apto 
para contrarrestarla, no quería aventurarse á la ludia sin 
preparar el terreno. Buscando los medios de conseguirlo, 
le ocurrió que bien pudiera llegar á ser víctima de asechan- 
zas ocultas provocadas por su españolismo, barrera insalva- 
ble, á su juicio, contra los planes de Liuiers y el supuesto 




IJB. VIH.— DESCOMPOSICIÓN DKE RÉGIMEN COÍ.ONíAL 51 7 

partido afrancesado que lo rodeaba. A la verdad, Liniers 
no había mirado nunca á Elío como rival, y mucho me- 
nos como rival peligroso, pues de ser así, con media pala- 
bra Suva en los primeros momentos habría evitado la con- 
firmación del nombramiento del Gobernador de Montevi- 
deo, efectuado por el de propia voluntad. Además, ni el 
tiempo ni los sucesos permitían á un espíritu tan ligero y 
olvidadizo como el de Liniers, ocuparse de resentimientos 
y venganzas mezquinas, amado como se sentía de todos, y 
colmadas sus ambiciones más nobles con los esplendores 
del mando en jefe. Elío, empero, alentaba dentro de sí 
mismo las sospechas concebidas, que iban creciendo á 
compás del tiempo, y no excusó abrirse en ese sentido á 
los que le rodeaban, afirmándose en su papel de víctima. 
Con esto, corrió la voz de que se tramaba la caída del 
Gobernador y comenzaron á inquietarse los ánimos en 
Montevideo. 

Así preparadas las cosas, Elío creyó llegado el mo- 
mento de poner á prueba su prestigio propio y las mi- 
ras de Liniers, y renunció el mando inesperadamente. 
Hallábase el Cabildo reunido el día 25 de Noviembre 
cuando supo el caso, y sin más trámite se dirigió á 
Liniers, rogándole que por pretexto alguno destituyese 
á Elío. «Nuestra seguridad — decía el Cabildo — pende 
del valor, actividad y celo del que nos manda. Estas 
y otras circunstancias tiene acreditadas, y está dando 
continuas y claras pruebas de ello el señor Elío; el se 
vuelve todo fuego; sin reposo ni descanso, no hace ni casi 
se emplea en otra cosa que en organizar las que nos han 
de poner á cubierto de la temida cruel dominación inglesa 
que nos amenaza. » Y concluía diciendo ; « Si el señor 




518 LIB. VIH. — DESCOMPOSICIÓN DEL RÉGIMEN COLONIAL 

Gobernador, á quien se le harán presentes estas otras 
razones, continuare en el empeño de abandonar esta Plaza, 
el Cabildo lo mirará como mal servidor del Rey y no per- 
derá ocasión de representar á S. M. con la mayor energía, 
que debe ser desatendido de su Real piedad; y entretanto 
suplicamos á V. S. se sirva no admitirle la renuncia del 
empleo que con tanto acierto le ha conferido. » ( 1 ) Sor- 
prendido Liniers por el tono suplicatorio y la vehemencia 
del estilo, contestó á vuelta de correo que nadie había pen- 
sado en destituir á Elío, y que sólo él mismo, por acto de 
propia voluntad, había elevado renuncia del cargo que se 
le confiriera. Pero ya estaban los ánimos tan enardecidos 
por el primer supuesto, que en la ciudad se produjo un 
verdadero tumulto á consecuencia de ello. 

Desde el momento de insinuarse que Elío iba á ser des- 
tituido, el vecindario tomó partido por él. Estaban los es- 
píritus inclinados á recibir de mal talante todo lo que 
niera de Buenos Aires, porque se consideraban ofendidos 
con la escasa importancia atribuida á los esfuerzos de 
Montevideo en favor de l<a Capital; y desde luego enten- 
dieron que si se tramaba algo contra el Gobernador, era 
seguro que se hacía por contrariar al pueblo de su mando. 
Poseídos de estas ideas, comenzaron á formarse á diario 
reuniones de individuos que discutían el caso, hasta que 
al fin, en 2 de Diciembre y con ocasión de estar reunido el 
Cabildo, se presentó un numeroso concurso de gentes á 
sus puertas, pidiendo á nombre del pueblo que se conser- 
vase á Elío en el ejercicio de la- autoridad. El Cabildo 
contestó que no había habido destitución é hizo leer el 



( 1 ) L. C. de. Montevideo. 




un. Vlir. — DESCOMPOfílClÓN 1>EL RÉGIMEN COLONIAL 519 

oficio ya mencionado sobre este punto, para satisfacción de 
los concurrentes ; pero ellos sólo se retiraron después de 
haber obtenido de la corporación que suplicase a Liniers 
el abandono de todo procedimiento, hasta recibir una ex- 
posición fundada que preparaban y remitirían por el 
próximo correo. 

En cuanto Liniers se enteró de lo acontecido, escribió 
á Elío notificándole que reputaba criminoso el tempera- 
mento adoptado, y haciéndole insinuaciones para que cas- 
tigara á los instigadores de tumultos tan desautorizados 
como inconducentes. Elío participó al Cabildo el caso, y 
la corporación le respondió con un oficio verdaderamente 
revolucionario, en que se leían estos pasajes: « Las juntas 
populares cuando son dirigidas á representar, pedir y su- 
plicar con veneración lo conveniente á la seguridad de la 
patria; cuando en ellas se descubre que en el corazón 
del pueblo no hay más que amor seguro á su monarca, y 
por él á sus magistrados, lejos de ser perjudiciales, consi- 
dera el Cabildo que son convenientes y deben agradecerse. 
El espíritu de este vecindario es no separarse de aquellos 
medios que considera permitidos para sus solicitudes : el 
ruego y la súplica jamás ofenden á la justicia. » Y en se- 
guida añadía : « Bajo estos principios se ve este Ayunta- 
miento en la necesidad de pedir á V. S., suspenda todo 
procedimiento contra individuo alguno de los que concu- 
rrieron á la sala capitular, á quienes nos veremos en la 
necesidad de sostener por cuantos medios sean legales y 
permitan las leyes. » Es así, pues, que el Cabildo, no sólo 
aprobaba el tumulto de 2 de Diciembre, sinó que lo hacía 
suyo, declarando que sostendría á sus fautores por todos 
los medios á su alcance. 




520 LIB. VIIL — DESCOMPOSICIÓN DEL REGIMEN COLONIAL 



Con tales ¡n-ocedimientos, vino á transformarse un inci- 
dente casual y secundario en negocio de entidad. El Ca- 
bildo de Montevideo supuso comprometido su crédito en 
el asunto, é hizo suya la causa de Elío, como ya la había 
hecho la población de la ciudad. Liniers, por su parte, 
ofendido de una conducta para la cual no había dado mo- 
tivo ninguno, miró con ojeriza los desagrados que provo- 
caba la personalidad del Gobernador de Montevideo, cuyo 
insólito prestigio no podía explicarse sinó por veleidades 
de independencia y sentimientos de rivalidad inadmisibles 
en un subalterno. Se agrió, pues, el estilo de las comuni- 
caciones entre los diversos interventores del negocio, y 
fuero nse acumulando resentimientos que dificultaron una 
solución amigable. Todo el afán del Cabildo era no volver 
á la dominación inglesa, en lo cual estaba igualmente in- 
teresado Liniers, como que la había combatido; pero la 
corporación creía encontrar más adunado á sus instintos 
de oposición el talante soldadesco de Elío, que ningún otro 
de los que podían sucede ríe. « A no ser V. E. quien nos 
mande — había escrito á Liniers — no queremos otro que 
el señor Elío; » tanta era la preferencia con que le mi- 
raban. 

El temor á una nueva invasión inglesa, comprimía en 
cierto modo estas malquerencias. No era infundado aquel 
temor, pues según todas las presunciones, Inglaterra, de- 
seando vengar su última derrota, preparaba un nuevo ejér- 
cito que debía ponerse á órdenes del general ^V^éllington, 
apresuradamente indicado para hacerse cargo de él. Liniers 
y Elío no levantaban mano en la organización de los ele- 
mentos militares destinados á oponerse á la anunciada 
tentativa británica; aquél, complementando la instrucción 




Lin. VIII. — r>KS('OMrosi('ióx i>i:l régimen colonial 521 

do los cuerpos á sus órdenes, y este reforzando en Monte- 
video los nuevos organismos militares. A insinuación suya, 
Liniers consintió en que el cuerpo de SüO hombres creado 
en 27 de Julio bajo las órdenes de D. Prudencio Mur- 
miiondo, se elevase il dos batallones con el título de Jlosñ- 
miento de Volnntarlos del Río de la Plata; y se crease 
además un batallón de Infantería Ligera bajo el mando 
de González Vallejo, quien recibió en 7 de Agosto su 
nombramiento ( 1 ). 

En medio de estos preparativos y desconfianzas se pa- 
saron los últimos días del año, y los primeros de 1808, 
que debía traer tan grandes novedades. Un espíritu de 
convulsión y anarquía predominaba en las dos ciudades 
rivales del Plata: soliviantados los principios en que había 
reposado la autoridad, é ingerido el pueblo en deliberacio- 
nes que nunca habían sido de su resorte, se erguía para 
hacer exigencias que encontraban acogida en las corpora- 
ciones públicas, hasta entonces adictas á la aplicación re- 
gular de las leyes. Esta manera de gobernar por plebis- 
citos, ora deponiendo mandatarios, ora sosteniéndolos por 
medio de tumultos, provocaba la ‘agitación doquiera, e iba 
disciplinando la anarquía hasta transformarla en una fuerza 
irresistible que debía formular á la postre principios revo- 
lucionarios. Ni Liniers ni Elío eran hombres adecuados 
para encarrilar ó para aplastar la revolución naciente. Su 
fidelidad al Rey les impedía mezclarse al movimiento 
revolucionario sirviéndolo, puesto que el escaso alcance de 
su inteligencia política no les había dado condiciones ne- 
cesarias para ahogar la revolución en su cuna. Uno y otro 



( 1 ) L. C. de Montevideo, 




522 Lin. VJII, — DESCOMPOSICIÓN DEL ÍIÉGIMEN COLONIAL 

buscaban la popularidad, Liniers, como recurso comple- 
mentario del poder adquirido, y Elío para utilizarla á favor 
de sus designios ; debiéndose á los esfuerzos hcclios en tal 
sentido por ambos, el aspecto equívoco de su conducta en 
la lucha que va á seguirse. 

Vino á ser motivo de queja, aumentando el descontento 
existente, una medida que con fecha 30 de Enero adoptó 
Liniers, influido sin duda por los comerciantes de Buenos 
Aires, y la cual perjudicaba en grande escala los intereses 
del comercio uruguayo. Desde la segunda invasión in- 
glesa, habíanse aglomerado en Montevideo valiosos carga- 
mentos de mercaderías, destinados á suplir las multiplica- 
das exigencias de consumo que el monopolio comercial de 
la Metrópoli no permitía satisfacer. Era el plan de los 
comerciantes ingleses que habían seguido las huellas de 
Auchmuty y Whitelocke, desparramar por todo el Kío de 
la Plata, á precios acomodados, el contenido de esos car- 
gamentos, abriéndose por ahí un gran mercado de consumo 
en estas provincias, cuya conquista suponían segura en 
vista de los fuertes ejércitos con que Inglaterra se propo- 
nía atacarlas. Siendo Montevideo la ciudad más conside- 
rable de que los ingleses se hicieron dueños durante la 
segunda invasión, dentro de ella fue que depositaron el 
total de sus cargamentos, esjierando que al caer. Buenos 
Aires en sus manos, pudieran llevar allí el remanente que 
había necesariamente de quedarles. Pero habiéndoles sido 
adversa la suerte de las armas, tuvieron que vender á vil 
precio sus mercaderías, con lo cual resultó una existencia 
tan superabundante de ellas, que exigió su distribución por 
todo el país. 

Los primeros compradores que no aventuraban mucho 




UB. Vm.— DESCOMPOSICIÓN DEI. RÉGIMEN COLONIAL 523 



con vender barato, dieron pronta salida á sus lotes; y los 
comerciantes de segunda mano se apresuraron á hacerlos 
circular de la mejor manera. Los pueblos del interior, los 
del litoral, y hasta los establecimientos de campo más le- 
janos, fueron surtidos, á precios cómodos, de mercaderías 
que antes habían costado un dineral ó de las cuales sólo 
se había tenido sospecha, porque jamás se permitió su in- 
troducción; y con esto se estableció un comercio activo en 
todo el país, «que convidaba á lucrativas especulaciones. 
Muchos individuos, más arrojados en el arte de la mer- 
cancía que el resto, hicieron contratos para Buenos Aires, 
acumulando pingües ganancias con los precios que allí se 
les dió á cambio de lo que llevaban. El natural contento 
de una situación tan próspera halagó á todos los espíritus, 
y bien que algunos pocos comerciantes se quejaran de la 
imposibilidad de concurrencia, por efecto de los precios á 
que habían comprado sus mercaderías antes de las inva- 
siones inglesas, el hecho es que ante la voz de la mayoría 
se apag